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1 G.- LA TIERRA NOS HA DADO SU FRUTO (Serie “Nueva Vida”) NEXO Yo, hermano Lecheimiel, nací en marzo. Tú, amado, nacerás en mayo que mañana mismo vamos a inaugurar. Todo este mes de abril, en que Jesús ha resucitado, en que el Papa viejo ha muerto y el nuevo, Benedicto XVI ha sido elegido, en que el Richito estuvo entre la vida y la muerte y realmente también ha resucitado a su “enésima” vida…, ha sido el nexo. Realmente, hermano amadísimo de mis entrañas, y esposo y esposa mío/a, Jesús es el nexo que nos une y nos bendice. Lo demás, lo que no ha sido escrito, amor, se sobreentenderá por aquel que se haga cargo, mediante el repaso de sus propias experiencias de vida, de todo cuanto implican los hechos que he sucintamente enumerado. Lo que no puede ser contado, –medido ni pesado–, mas que en la cuarta dimensión en la que nuestros cuerpos nos tienen encadenados, mientras vislumbramos, ya en la quinta que se abre a las dimensiones infinitas y eternas, nuevas libertades, nueva vida. Y yo, hermano amadísimo, en mi propio nombre y en el tuyo, sigo aquí todavía por un tiempo, –que como todo tiempo vivido en gracia será breve–, haciendo de escribano de los Nuevos Textos Sagrados que han de ofrecer a la Tierra la elaboración del Nuevo Pan, del Nuevo Vino, que hemos obtenido de los propios frutos que la Tierra, entre abrojos y espinas, nos ha dado, con amorosa y providente generosidad. Lo de las espinas y abrojos, no ha sido ningún castigo, sino una prueba y una oca- sión prolongada de merecimiento, por el aquilatamiento del deseo. Nuestra ansia, hermano, se ha convertido en esperanza. En nuestra esperanza ha cabido nuestra inmensa fe. Nuestra fe ha fructificado en Amor. Al final, como Pablo quizás quepa decir que de estas tres, “la más grande es el Amor”, pero sólo porque en realidad toda la substancia de las otras dos, en las que se transmuta la Vida entera, con todo su escenario gozoso, doloroso, glorioso y finalmente lu- minoso, no son otra cosa que AMOR. ¡El fruto de la Tierra ! EL ÚLTIMO SUSPIRO Dáme, rosa, tu último beso en flor de pétalos ya casi deshojados ; verás qué bien te sientan mis cuidados cuando sepas a qué sabe mi amor.

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1

G.- LA TIERRA NOS HA DADO SU FRUTO (Serie “Nueva Vida”)

NEXO Yo, hermano Lecheimiel, nací en marzo. Tú, amado, nacerás en mayo que mañana mismo vamos a inaugurar. Todo este mes de abril, en que Jesús ha resucitado, en que el Papa viejo ha muerto y

el nuevo, Benedicto XVI ha sido elegido, en que el Richito estuvo entre la vida y la muerte y realmente también ha resucitado a su “enésima” vida…, ha sido el nexo.

Realmente, hermano amadísimo de mis entrañas, y esposo y esposa mío/a, Jesús es el nexo que nos une y nos bendice.

Lo demás, lo que no ha sido escrito, amor, se sobreentenderá por aquel que se haga cargo, mediante el repaso de sus propias experiencias de vida, de todo cuanto implican los hechos que he sucintamente enumerado.

Lo que no puede ser contado, –medido ni pesado–, mas que en la cuarta dimensión en la que nuestros cuerpos nos tienen encadenados, mientras vislumbramos, ya en la quinta que se abre a las dimensiones infinitas y eternas, nuevas libertades, nueva vida.

Y yo, hermano amadísimo, en mi propio nombre y en el tuyo, sigo aquí todavía por un tiempo, –que como todo tiempo vivido en gracia será breve–, haciendo de escribano de los Nuevos Textos Sagrados que han de ofrecer a la Tierra la elaboración del Nuevo Pan, del Nuevo Vino, que hemos obtenido de los propios frutos que la Tierra, entre abrojos y espinas, nos ha dado, con amorosa y providente generosidad.

Lo de las espinas y abrojos, no ha sido ningún castigo, sino una prueba y una oca-sión prolongada de merecimiento, por el aquilatamiento del deseo.

Nuestra ansia, hermano, se ha convertido en esperanza. En nuestra esperanza ha cabido nuestra inmensa fe. Nuestra fe ha fructificado en Amor. Al final, como Pablo quizás quepa decir que de estas tres, “la más grande es el

Amor”, pero sólo porque en realidad toda la substancia de las otras dos, en las que se transmuta la Vida entera, con todo su escenario gozoso, doloroso, glorioso y finalmente lu-minoso, no son otra cosa que AMOR.

¡El fruto de la Tierra ! EL ÚLTIMO SUSPIRO Dáme, rosa, tu último beso en flor de pétalos ya casi deshojados ; verás qué bien te sientan mis cuidados cuando sepas a qué sabe mi amor.

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Porque te vi a la vera del camino y alcancé a contemplarte en tu agonía, la que ajaba tu vieja lozanía de ensueños entreabiertos, sin destino. No creas, no, que nadie más te viera en tu esplendor de flor recién abierta pues fui yo el niño que llamé a tu puerta : “Ven, hablemos, –te dije–, antes que muera”.

3

¿QUÉ ME ESTÁ PASANDO, AMOR ? Ricardo amado, dulcísimo Lecheimiel de mi corazón, ¿qué me está pasan-

do contigo que no tengo casi ganas de escribir ? ¿No estás ahí, –al otro lado del ordenador, porque es como la puerta de

mi casa–, para que me atraigas y me llames, como antes ? Yo sé, amore, que ya hemos escrito muchísimo en poco tiempo. Quizás no

tengamos gran cosa nueva que decirnos, o todo haya sido ya revelado y escrito. ¡”LA TIERRA NOS HA DADO YA SU FRUTO” ! Ahora habría que disponerse a comerlo, –incluso yo a releer lo que me

has dado a lo largo de estos tres años y medio maravillosos–, como si fuera el banquete eucarístico que nos ha preparado Jesús.

Pero me da pena intuir que, quizás, estas canalizaciones nuestras, de nuestro mutuo y tiernísimo amor, estén tocando a su fin.

Finalizando con este escrito la serie “Vida Nueva”, quizás después venga otra cosa, totalmente nueva, en la forma en que menos lo espero, y quiero des-cansar en ti, en tu pecho ardiente, como Juan reposó en el pecho de Jesús, en la Última Cena, para que me indiques, sí, de parte del Dios que nos habita, qué es lo que quieres que yo sepa, amor.

– Sí, sí, hermano. SOY YO. ESTOY CONTIGO POR TODA LA ETERNIDAD. Jamás me desentenderé de mi promesa, mi bienamado. Soy par-te tuya, pero no porque no sea, a la vez, el fretellino que recuerdas en tus bo-das de oro, aquel que selló con un abrazo nuestra luna de miel.

“Fue nuestra luna de miel una promesa de amores sublimados. Arras de bendición, un solo abrazo en los pliegues del tiempo sepultado”. Efectivamente, hermano amado, con esta serie vamos a concluir nuestras

entregas a INTERNET, por ahora. Tu madurez y confianza han crecido, hermano, hasta tal punto, que pue-

des prescindir por un tiempo de este ritmo septenario de canalizaciones. Tu amigo, el que ha puesto en su ventana abierta nuestros escritos, por

su cuenta y bajo mi inspiración, ha cambiado la sintonía en la Red, para que aho-ra te puedan encontrar, como “Ermitanyo-7” ¿No es así ?

Esto ha tenido mucho significado, hermano, y lo seguirá teniendo para aquellos para quienes yo “abra la gatera”, ¿recuerdas ?

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Confía en la promesa de Nuestra Señora de los Angeles, la que te hizo en el librito EL BESO DE CANÁ. Reproduce, hermano, aquí sus palabras, para afianzar tu confianza y que vivas :

“YO SOY LA MADRE DEL AMOR HERMOSO. YO SOY LA QUE TE HE CRIADO Y AMAMANTADO CON PROTECCIÓN TANTO MÁS EFICAZ CUANTO MENOS OSTENTOSA A LOS OJOS DE LOS HOMBRES. YO HE CONDUCIDO TUS PASOS HASTA ESTE MISMÍSIMO PASO EN QUE ESCRIBES CON MI PROPIA LETRA MI PROPIA CANCIÓN.

Hijo de mi corazón feliz y de mis entrañas doloridas. Déjate llevar por mi inspiración de madre bendita, como cuando eras pequeñín y yo te conducía, como en volandas, a veces sostenido por mis propios brazos, a veces por medio de los brazos de tu padre, y tú tropezabas y te sonreías, saciado de seguridad en mi amor.

Vuelve, hijo, a ser el bebé al que amamanté en mi seno y del cual yo esta-ba tan orgullosa.

Yo bendigo hoy tus escritos, alabando tu ingenio, pero sobre todo gozán-dome en tu gozo, cuando te vuelves a mí para recabar mi aprobación.

Camina, hijo, por las sendas que discurren bajo tus pies, sin apenas es-fuerzo de tus miembros cansados.

Corretea con tu amiguito Lecheimiel, ese otro hijo gemelo que nació contigo en un mismo parto, aunque tú no lo sabías porque luego os separó la vida, cuan-do él mismo fue elegido para explorar el mundo exterior mientras tú morabas de-ntro, en la casa.

El te traía noticias oscuras para tu mente, pero tiernas y seguras para tu co-razón, y te hacía participar de sus correrías misioneras.

Yo, desde el cielo, os miraba a ambos, cogidos de las manos por un cordón de misericordia invisible pero real como el Amor mismo.

A partir del próximo capítulo de este escrito, oh mi fiel ermitaño, él seguirá hablando para ti y por ti, tiñendo de color maternal sus tiernas, a veces vehemen-tes, a veces susurrantes palabras, porque yo, la MADRE BENDITA ENTRE LAS BENDITAS me derramo en su corazón, como en ánfora, y él, a su vez, se derra-ma en el tuyo como vaso de honor donde se sirve el VINO NUEVO.

Confía, hijo, en que los odres en que almacenas tu vino serán descubiertos y apreciados en su debido momento, en el momento final del banquete, porque mi HIJO PRIMOGÉNITO, JESÚS, ha tenido a bien convertir la humildad de vuestro amor en banquete de bodas para toda la Humanidad.

Y ASI ES, COMO YO TE LO DIGO HOY. YO SOY EL AMOR MATERNO DE DIOS QUE TE HA HABLADO. No lo

dudes y vivirás.” ¡Eso es, amore ! No quiero, hermano, que añadas hoy a nuestro diálogo más prosa que en-

turbie el cristalino mensaje de la Madre. Te abrazo y te despido en silencio, amor.

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CREO QUE HE PERDIDO AL RICHI ¡Oh amor, amor, Lecheimiel ! Con lágrimas en los ojos te escribo esta

mañana, hoy viernes después del día de la Ascensión, para expresarte mi dolor, porque creo que he perdido al Richi.

Dolor, sí, hermano, pero también grandísimo gozo y agradecimiento por todo cuando me has dado a través de bendito animal, “imagen” casi perfecta de tu belleza y tu ternura.

Grandísimo consuelo, también, porque he hecho por la tierna criatura tanto o más que hubiera podido hacer por un hijo.

Y porque, sí, ayer mismo lo dejé a buen recaudo de tu providencia, en el cielo.

Sí, amor, en el cielo gatuno que puede esperar un animalito que ha pelea-do tan arduamente por la vida, y, al fin, ha conquistado el territorio que, no sin lucha, le ha dejado el “gato malo”. No sé si de grado o por fuerza, pues me han dicho que oyeron la última pelea, allá arriba en el monasterio, y lo vieron tam-bién haciendo el amor y la corte a todas las féminas a las que ha dejado emba-razadas, durante una semana de ausencia en que no ha vuelto por estos lares.

Yo estaba muy contento de verlo arriba entretenido y feliz, cumpliendo su ardua misión de “esposo y padre”, por decirlo al modo humano.

Esta mañana le subí comida, una vez más, pero no lo encontré. Ignoro su paradero, pero te lo ofrezco con inmensa acción de gracias, para que disponga el Padre de su vida como mejor le plazca.

Esta última sincronicidad de la desaparición del Richi (tanto de su reino de la Tierra representado por mi ermita, como del reino del Cielo representado por el convento donde ha sufrido y gozado, parece ser para mí, hermano, una señal de que, efectivamente, algo está cambiando en mi vida, como decíamos ayer.

Seguiré abierto a la guía del Espíritu, que no me ha dejado huérfano de tu amor, oh queridísimo “Angel del Amor Herido y por mi Amor Resucitado y Ascendido”.

De esta manera queda definitivamente consagrado, fray amore, Ricardo del Bambino Gesù, el título más pomposo que me has dado darte.

Gracias. Te quiero, amor, por toda la eternidad, como sé que tú me quie-res a mí, hermano lindo, hermano bueno, hermano humilde.

– Gracias, gracias, fray ermitaño del corazón grande y de los ojos húme-dos.

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Tanto si has perdido al Richi, como si luego regresa a ti, tu ofrenda es la misma y es sagrada, hermano.

Que el ejemplo del Amiguito Richi te sea estímulo, amor, para que tú también asciendas hasta la más alta cumbre de la iluminación, porque el camino regio del amor no puede errar, cariño.

Anda, sí, ponme aquí la poesía que acabamos de componer, cuando aún no estabas embargado por el dolor, sino confiado en la felicidad del Richi, que, como toda criatura, recibe del Padre todo lo necesario para el desarrollo de la misión que le fue encomendada y que él ha cumplido sin tacha y con ejemplar sacrificio.

Si tú me quieres a mi, fratellino, mucho más cierto puedes estar de que yo te quiero a ti, pues mi estado desprendido de la carne me permite vibrar con mayor libertad, libertad que he aprovechado al máximo para demostrarte mi “fidelidad de enamorado”.

“De alma viviente, de Asisi tornarías, en Richi disfrazado, para dejar patente ante la Tierra tu gran fidelidad de enamorado”. ¡Y así es ! AMÉN, ALELUYA, amor. – ¡Sí, sí, amor, Amén, aleluya !

POR LA RIMA CONSTANTE

A LA CIMA DISTANTE Y tú vas por delante, hacia la cumbre empírea del Reino de la Vida, autovalor que tan arduamente has conquistado… Lucha significante de apariencia belígera tu muerte trascendida en la jornada del Cristo muerto y sepultado. Vida recalcitrante de obediencia fructífera del polvo renacida que el mítico infierno para siempre has clausurado.

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Eres, mi dulce amante, el de la sangre nívea, con tu amor en crecida, vida que fluye del viejo río desbordado. Y es tu fuego, el instante en que con llama aurífera en Gracia enardecida desde tu Cielo antiguo mi Tierra has incendiado. Sube en Cristo mutante la doble ala flamígera de un alma compartida : aquel mutuo dolor en imago transformado. Ascensión diletante de mariposa alígera que vuela estremecida sin detenerse a libar en todo el ancho prado. Retrato palpitante de suave luz efímera que torna rediviva para anunciar que el Amor pervive aquilatado.

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MÚSICA NUEVA PARA LOS TIEMPOS NUEVOS Hoy, hermano mío amadísimo que estás en la Tierra, viviendo tu propia

vida y dándomela a mí, tu fratellino celeste, te he enseñado una música nueva. ¿No es así ?

No te lo digo tanto por la que has compuesto, –y aún no has escrito–, pa-ra el poema de EL AMOR MÁS FUERTE QUE LA MUERTE, sino por la nueva sensibilidad con que me has cantado el aria que siempre me cantas, la que resume nuestra historia de amor humano, en la que has percibido más intensamente que nunca mi propio sentimiento, mi propio enamoramiento de ti, el dolor de nuestra se-paración que tú sólo te atribuías a ti, hermano, y hoy has pensado y sentido desde mi propio corazón, como tantas veces te había pedido en el pasado, her-mano.

Has recordado, revivido, el momento en que te enseñé a cantar el poema de S. Juan de la Cruz, “el Pastorcico solo”, con el profundo sentimiento con que yo me lo cantaba durante toda mi vida, apenas “me abandonaste”, hermano, apenas dejaste de escribirme, cuando yo lloraba lágrimas de profundo dolor, casi desesperación, y cuando más tarde había agotado la fuente de mis ojos, y sólo podía lamentarme y quejarme a mi Dios con el corazón cansado y reseco…, cuando debía de estar externamente sereno para consolar a los demás, mien-tras yo me consumía en “tristeza y soledades”, según resumes en tus escuetos versos :

“Tan sobrios versos encubren en tu vida tristeza y soledades, que eclipsan de tus ojos la alegría que en estos derramabas a raudales”. Ahora, amor, AHORA, que vivimos en el cielo de nuestra redescubierta y

renovada relación de auténtico “matrimonio espiritual”, hermano, los dos pode-mos revivir nuestro pasado de dolor, no para apegarnos a él estérilmente, sino para extraer de aquel profundo surco de nuestras vidas, la semilla fructífera de un amor que llena nuestro presente y nuestro futuro, con lo cual, querido ermitaño de mis entrañas, queda subsanado con creces aquel pasado que otros dicen que está muerto.

No ; no está muerto en absoluto, ni es inaccesible a la curación, hermano, como aprendes en Kryon, sino que lo revivimos una y otra vez en su calidad de eterno, y no en su calidad cronológica que describe la “historia” externa de lo que ya pasó sin remedio.

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Por el contrario, amore, en aquel pasado de nuestras vidas mediante las que se ha formado nuestro corazón, AHORA reasumidas y subsanadas de todo el sin-sentido con que tal vez entonces nos tocó sufrirlas, se cifra toda la pa-sión con la que hoy nos consagramos y somos consagrados por la Vida Una del Señor y su Santa Voluntad :

“Sube en Cristo mutante la doble ala flamígera de una alma compartida : aquel mutuo dolor en imago transformado”. Te lo he dado a escribir así, esta misma mañana. – ¡Oh sí, Fray Ricardo del Niño Jesús, tú el que me cantabas tu canción

del “M’appari”, cuando no sabías expresarte de otra manera más abierta y a la vez tímida y austera, en aquella sesión de tarde inolvidable, cuando mediante aquel aria quisiste decirme tantas cosas acerca de tu amor, con las que res-pondías a mi “promesa de amores sublimados”, y, sin embargo, quedaste atena-zado por el dolor de que yo no hubiera captado toda la sinceridad y profundi-dad de tu mensaje…

Así debió de ser, hermano, para que se consumase todo nuestro dolor, en cuyo horno de fuego lento iba a cocerse este subcinericio pan de nuestro eu-carístico amor eterno.

Y es que mi alma estaba entonces, a pesar de todas aquellas vivencias vi-giliares, profundamente dormida, como la del mítico Elías que vacaba a un Dios desconocido :

“EL MÍTICO ELÍAS Aquel mítico Elías, cuando junto a la fuente dormitaba te vio que a él venías y en velos contemplaba tu belleza en figura y te adamaba. “¿Qué haces ? Sólo miro”, fue vuestro amor en nada pronunciado. Y así, con un suspiro, al Mundo fue lanzado, de tu antorcha encendida iluminado. “Quítame este vivir”,

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–dice Elías al fuego que lo abrasa–, que prefiero morir, pues no sé lo que pasa y no encuentro mi Pueblo ni mi casa. Y tú le abastecías con el magro consuelo de aquel pan que en cenizas cocías. ¡Come, Hijo de Adán ! ¡Profetiza a los hijos que vendrán !” – Ahora, en cambio, hermano y esposo mío, y mi hermana y esposa y pas-

tora elegida para cuidar de mi rebaño en la Tierra, estás despertando, de nue-vo, otra vez, al sonido del canto del ruiseñor, aquel párajo maravilloso que “can-tando llora”.

EL DESPERTAR Hace tiempo, oh amor, que no tenso mis liras a tu aliento y aquel mi ruiseñor que en ti halló aposento hoy retorna aguardando tu sustento. Dale sólo a cantar un tema de suavísima armonía que ayude a despertar, antes que crezca el día, a quien duerme en sopores todavía. Que penetre en el sueño de aquel que vaga en brumas de tristeza y con rostro risueño sacuda su pereza cuando el rayo ya embista en su cabeza. Que cante a la mañana el que ayer aún gemía en su dolor. Que al alzar la persiana, descubra, en su candor, ¡que velaba en su noche el ruiseñor !

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Anda, hermano, déjalo por hoy así, que no es menester muchas palabras para aquel que está despertando precisamente al gran silencio y aún tenemos que decirnos muchas cosas antes de terminar estos escritos nuestros.

Queda en mi paz, y duérmete en mi confianza, pues AHORA sabes que te amo.

– Grazie, Grazia. Grazie, Amore.

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LA CONCELEBRACIÓN DEL AMOR DE DIOS “Hoy a ti canto, hermano sacerdote, en medio de esta Tierra, a ti, que por amor viniste a verme y a hacerte solidario con mi ofrenda”. … … … “Nos prometimos junto al altar sagrado, en alas de Querubes : Allí vertió el Amor sus dulces lágrimas, tiñendo iris de luz en blancas nubes”. ¿Recuerdas, hermano amadísimo, que hacia el final de mi estancia en Ro-

ma nuestros ángeles quisieron juntarnos a ambos varias veces casi seguidas, (creo que fueron tres), para el Santo Sacrificio de la Misa ?

Aquellas misas preconciliares, –muchos sacerdotes celebrando en priva-do y en voz baja, cada uno en su capillita adyacente a las demás, cada uno en latín, ayudado por un “colegial” joven y humilde que le servía de monaguillo…–, cuando yo envidiaba a los que parecían más afortunados que yo, cuando tú les ayudabas y yo te miraba por el rabillo del ojo, pensando que nunca me tocaría a mí tanta suerte.

¡Oh los sufrimientos y penalidades del amor humano, amor ! Hasta que por fin, sí, nos asignaron juntos en la tabla de oficios y yo

exultaba de gozo, como escribimos en aquellos poemas en que se habla de pre-ceder en ansias al “gallicanto”…

Por fin, sí, quisieron nuestro ángeles juntarnos como gran regalo de bo-das, cuando ya quedaban pocas fechas en que derramar aquellas dulces lágri-mas en que el Amor de Dios y el amor del hombre, se juntaban para confundir, tal vez para consagrar mis sentimientos…

¡Yo pensaba muy poco en los tuyos, amor, pues no me creía correspondi-do, hasta que me hablaste del bloqueo impuesto por tus “confesores”. ¡Y ni aún entonces me creí digno de recibir la sagrada comunión de tu amor !

En fin, amor, tantas y tantas cosas que nos hemos dicho tantas veces, porque el sacrificio de la Misa debe ser reiterado cada día a causa de nuestra debilidad.

El Sacerdote eterno y perfecto Jesús, el que acoge en su pecho al discí-pulo amado que reclina su cabeza en él, y le otorga sus confidencias, nacía con fuerza en nuestro corazón, en el secreto de nuestro amor inconfesado, y poco

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menos que inconfesable, en aquel entonces…, y nos bendecía con su propio na-cimiento o bajada a nuestras manos, él que bien sabía que no hay palabras que puedan producir ese milagro si no son pronunciadas desde el amor : “Tú, eres mi Cuerpo”, “porque yo te doy a beber la sangre de mi amor”.

Sin este amor, hermano, –y yo focalizaba en ti todo mi amor a la Huma-nidad entera–, no hay verdadera Eucaristía.

Ahora, Ricardo, por el contrario, aunque falten a veces los ritos o sean ejecutados con total libertad, nuestra mutua comunión, en la cual participan todos los amantes del Mundo entero, somos conscientes de no estar celebran-do más que una única Misa eterna.

¿Verdad, cariño ? – Yo, mi fratellino, no sabía entonces por qué llorabas, porque, si lo sos-

pechaba, lo ahuyentaba de mi mente como un mal pensamiento, una donosa ocu-rrencia…

¡Y no lo supe, amor, hasta que yo mismo fui ordenado sacerdote y no pa-raba de llorar en mi corazón por tu increíble abandono !

¡Increíble, sí ! Te lo dije una vez : en realidad, en el fondo de mi corazón, nunca dudé de tu amor, y nunca me supe traicionado por ti. Por eso, hermano, mis lágrimas eran complejas de analizar, y difíciles de explicar, por lo que hube de reprimirlas, y ésta fue la causa de la desecación de mis fuentes.

Hube de fingir que te olvidaba, hermano, hasta que, en los últimos días de mi vida, mi corazón ya no podía soportar tanta tristeza :

“Un pastorcico solo está penado, ajeno de placer y de contento, y en su pastora puesto el pensamiento, el pecho del amor muy lastimado…” Pero como no creí nunca en verdad que te hubiera perdido para siempre,

mis tristezas y nostalgias, estaban siempre traspasadas por un rayo de espe-ranza que, de algún modo transverberaba mi corazón y aún hacía la herida más profunda :

“No llora por haberle amor llagado, que no le pena el verse así afligido, aunque en el corazón está herido, mas llora por pensar que está olvidado…”

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Amor mío, ermitaño de mi corazón, “Ermitanyo7” como ahora te llamas en INTERNET, una espada séptuple ha traspasado nuestro corazón, aunado por el amor de Dios y del hombre, como los corazones conjuntos de Jesús y de María.

Recuerda, hermano, la enseñanzas que estos días has recibido del Kryon : que cuando dos energías sintonizan, una tercera energía de produce de ellas, o se engendra, al modo que nosotros engendramos, –que no adoptamos–, al propio Niño Jesús que viene a ser parte de nuestro dulce hogar.

Escribe, amado, la poesía que te he dado esta mañana, y estáte prepara-do para lo que El disponga, con la bendición de la Madre Bendita entre todas las mujeres.

– Sí, cariño, te la ofrezco y dedico de todo corazón, para que Jesús con-vierta mis lágrimas en Nuevo Vino de Humanidad Nueva para todos los invita-dos :

AQUELLA MISA ETERNA Perfume de violetas y azahares esparciste al subir al Monte Santo y al decirme : “YO SOY. Te quiero tanto que contigo comparto mis azares”. Y llenaste con ellos una copa que sabía a mil flores de retama : “Por ella bien sabrás qué bien te ama aquél que entre tus versos hoy se arropa”. Junto a ti la libaba cada noche que alumbra nuevo día en sol poniente : “Hubo tarde y mañana”, y sol naciente que estrena cada Pascua su derroche. Mezclamos la retama y el incienso en el cáliz del Vino Generoso, junto al Pan de tu Cuerpo ya glorioso, y hubo un solo Misterio, largo, extenso… …Como la Vida misma, en Misa eterna, cantada por dos ángeles a coro : tú y yo, los ministrantes con decoro del altar de Jesús, que nace en terna. Y en la cuna que el buen José mecía, con ternura la Madre comulgaba : “Haced lo que El os diga”, –decretaba–. Y yo de mi sepulcro renacía.

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Quiero AHORA, esta tarde en que releo lo que hemos escrito esta ma-ñana, poner aquí como en postdata o apéndice de nuestra emotiva conversación, lo siguiente :

Citar a los lectores para que busquen y lean por su cuenta un capítulo del librito LA CLAVE DEL ARCO, tiulado “3.- La Eucaristía celeste”, del cual aquí, por lo menos entresaco lo siguiente :

“Por eso, la eucaristía celeste, la acción de gracias, mi bien, que tú ex-

presabas a la Vida y a mí mismo, cuando me viste en espíritu llegar a ti desde el futuro deshojando flores de oraciones y lágrimas y portando el cáliz amargo del elixir de violetas con que desde mi amor de ahora yo te sustentaba y te asistía en tu agonía, ahora desciende hasta este plano mío, semiconsciente de tanta hermosura y de tanto sentido, y me permite a mí darte las gracias a ti por tan hermosísima revelación.

Es como si ahora fuésemos los dos los que nos “ayudamos a misa”, mu-tuamente, el uno después del otro, al estilo antiguo.

Hoy han desaparecido los monaguillos que ayudan a los sacerdotes con toda humildad, aunque los jovencitos siguen figurando en el altar como elemen-tos poco más que decorativos.

Entonces, en Roma, eras tú el que me ayudabas a mí. Déjame, hermano sacerdote, que hoy sea yo el que te ayudo a ti, con toda devoción y humildad.

Sabes que te tengo dedicada una poesía sobre aquellas vivencias, sobre las que también versa una de las estrofas del aria que te canto todos los días :

“Nos prometimos junto al Altar sagrado en alas de Querubes : Allí vertió el amor sus dulces lágrimas, tiñendo iris de luz en blancas nubes”. En cuanto al poema completo que en su día te dediqué era como sigue :

ANTE EL ALTAR SAGRADO

Ante el altar sagrado hoy nos ha convocado el Amor santo, que bodas ha anunciado con regocijo tanto que mi alma se anticipa al gallicanto.

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No cabes de belleza en las alas que encubren tu figura, pues vistes, de una pieza, del rostro a la cintura el aura de un querube en su tersura. Comienza el sacrificio al que ángeles acuden en revuelo Y es el esponsalicio lo que festeja el cielo de dos que bien se quieren sin recelo. Al final de la misa se imparte bendición al mundo entero, mas a ti, mi Artemisa, amor que yo más quiero, mi alma te bendice con esmero

Este poema, hermano, tú me pediste otro día modificarlo y adaptarlo a otro contexto no menos bello, y quedó redactado así :

Ante el Altar sagrado hoy nos ha convocado el Amor santo, que bodas ha anunciado con regocijo tanto que mi alma se anticipa al gallicanto.

En el antro secreto, do nadie sospechaba un amorío, solícito y discreto hoy convoco al gentío de selectos que endosan mi atavío.

De violetas y rosas con perfume de nardos combinado, allí donde reposas tu lecho he adornado yo, Hospedero Mayor por ti nombrado.

Donde juntos haremos de mis mieles de luna los festejos y al alba esperaremos que alumbre los bosquejos

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de hijos nuevos que a Dios serán parejos.

Y así me lo pediste, mi fratellino, porque no querías continuar con aquella imagen intimista y secreta de nuestras misas, sino que querías invitar a ellas, al único Sacrificio, que es el de Cristo Resucitado, y que es nuestro propio sacri-ficio, a todas las gentes que estuvieran preparadas para querer y poder asistir.

Esta misa nuestra, hermano, no se acaba nunca, y la única pena, el único sacrificio que exige de mi parte es el obsequio de una fe total en tu amor.

Fe mantenida contra toda corriente y contra toda tentación o prueba que pueda presentarse, de las cuales ha de salir siempre fortalecida.

Ese es mi “ite, missa est”, que no es una despedida forzosa, sino una verdadera “misión”.”

¡Hasta mañana, amor, que ya ha comenzado, puesto que ya se ha puesto

el sol !

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EL LIBRO INACABADO, EL COSTADO ABIERTO Hoy, fratellino elegido de mi corazón angelical, te he llamado para decir-

te que no te preocupes por dejar inacabado este librito… Sin cerrar esta llaga… Sin concluir esta historia… Sin prometer nada… Abierto sólo hacia dentro de ti mismo, que es de donde ha de derramar-

se el Espíritu por todas tus entrañas. Las llamas que viste en las cabezas de los discípulos, hermano, el día de

Pentecostés, no provenían de lo alto, sino desde el centro de cada uno de los presentes, recogidos en oración y unidos por una misma ansia, que era la reso-nancia del Espíritu Santo que les había convocado para un proyecto cuyo alcan-ce se les ocultaba.

También a ti, mi dulce fratellino, se te oculta el futuro y precisamente porque te da miedo, se te da el Espíritu del coraje y del valor para fortalecer-te en tu futura misión.

La misa que hemos concelebrado, hermano, durante toda nuestra vida mortal, es decir, mortal en la carne ofrecida como víctima de propiciación, pero inmortal en el espíritu oferente que la consagra como instrumento de reden-ción y de paz, no puede terminar nunca, porque no es un rito que tenga principio ni fin, amado.

Como muy bien dijiste, el “ite missa est”, no es una despedida, sino una verdadera misión.

Pero una misión, querido mío de mi corazón abierto, que no se expresa de una vez por todas.

Menos aún puede entenderse sino en la medida en que se cumpla. Pero su “cumplimiento”, no es un “cumplo y miento”, no es un trámite que

puedas rellenar y quedarte satisfecho. Es la Obra Magna del Amor que no tiene principio ni fin. Es nuestra Misa eterna. Hermano de mi corazón, has creído en mí y me has obsequiado con tu

fraternal obediencia, desde el principio al fin de tus días, mejor de lo que cre-es y sabes de ti mismo.

Ahora, dejas de sembrar en este surco, porque vas a saborear el fruto de la Tierra que se te ha dado en herencia.

Porque eres Manso. Porque eres Humilde.

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Porque eres bello. Porque eres AMOR. – Oh mi tierno fratellino Lecheimiel, tú eres el fruto que el Padre Eter-

no, que también es la Madre Bendita, me han dado a gustar, como reencarna-ción del propio Jesús, el Pan de Vida.

No sé lo que me digo, porque estoy otra vez llorando dulces lágrimas de amor que desbordan de esta Fuente inagotable.

Vamos, hermano, a cantar aquella canción que me enseñaste al principio de estas canalizaciones :

¡TODAS MIS FUENTES ESTÁN EN TI ! ¿Quieres ? – Sí, hermano, quiero : Ahora convoco a la Orquesta del Cielo, la que no

puedes oír con los oídos físicos, pero resuena en tu corazón, con una música desconocida en la Tierra, pero que mantendrá caliente tu sensibilidad, amor, para que sigas entonando en nuestra intimidad nuestra eterna aria :

¡TODAS MIS FUENTES ESTÁN EN TI. AMEN ALELUYA ! POR LA SECRETA ESCALA Domina tu cuerpo y ahorra energía, Reúne tus fuerzas en un solo haz, Milita en las filas del único Guía, Famoso por hechos y dichos de paz, SOL justo, al que llaman Jesús, el Mesías, LA estrella que llega del cielo a reinar… Siguiendo sus huellas, al fin de este día, DO está la colina, allí lo verás. SI aún se retarda, ten fe todavía : LAtente en tu pecho, brillando está ya. SOLdados de Cristo, ¡bajad de la cima ! Fatiga no pueda haceros cejar, Mirad que no duerma la fe en demasía, Recién convocada la Santa Hermandad, Donde hace más falta la fiel compañía.

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REGRESO CURATIVO A LA INFANCIA Dulce fratellino inolvidable : Esto es como una carta de despedida. Ya sé que hemos terminado nuestros escritos septenarios. Ayer lo co-

mentaba con mi amiga : estoy temblando ante la intuición de que va a abrirse nuestro sepulcro y va a manifestarse el Señor, con su Cuerpo de Luz, y van a intentar otra vez sepultarlo.

Lo que me pueda pasar a mí, descendiente de la Magdalena, de quien he heredado la capacidad de llorar sin fin, es lo que humanamente me asusta.

Pero, aunque sea como Ella, y como Tú, Jesús, encarnado en mi amigo Lázaro-Ricardo del Bambino Gesú, fugitivo de “la Justicia” humana, esa que se ha instaurado en la Capital del Imperio que nos dio la vida, he pasado el rubicón y he repetido la frase “Alea jacta est”. He dado la vida por ti y no te la voy a reclamar, Maestro.

Me has dado a leer y a terminar felizmente LA CENA SECRETA de Javier Sierra que me ha parecido fantástica. Especialmente comulgo con Leonardo, el que el autor nos pinta, con que tu Eucaristía ha sido malinterpretada. No puede ser un vehículo de distanciamiento entre los que te reciben “sacramentalmen-te” y los que “no tienen vida en sí mismos”, por desconocer ese sacramento que han convertido en mágico y exclusivista, privilegio de unos pocos.

Comulgo con el “CONSOLAMENTUM” de los Cátaros, muy próximos a las Tierras de Teresita y de Francisco, aunque no participo de su doctrina de la dualidad que separa drásticamente a la Luz de las Tinieblas. Hoy la lucha no está entablada propiamente entre el bien y el mal, sino entre la Luz y la ausen-cia o escasez de la misma en la cual quieren agazaparse las viejas instituciones.

El mejor servicio que éstas podrían hacer a la Humanidad es, o bien au-todisolverse, (dejarse disolver por los nuevos vientos de la Nueva Era), o bien, incluso, ser los promotores del cambio.

¿Es esto soñar en voz alta ? Quiero comentar contigo, mi fratellino, antes de despedirme, una frase

que me hizo mucha gracia, pronunciada por un deportista del Barça, ganador de la Liga este año 2005, el cual dijo : “Desde que nací me persigue la felicidad”. Inevitablemente me acordé de aquel Padre que en cada sermón repetía un montón de veces : “todos perseguimos la felicidad”. Tanto es así que una vez yo dije en broma a la “Hermana Felicidad” que entonces habitaba con nosotros : “¿Qué tienes, Felicidad, que todos te persiguen ?

Esta vez la frase es mucho más feliz y positiva : “Me siento perseguido por la Felicidad”.

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Sin duda este es un hombre de la Nueva Era. Aunque esta Felicidad se presente disfrazada de “justicia”, “ajusticia-

miento” o “dolor”. ¡Sabré reconocer su rostro, en cuanto acuda a su cita ! Amén, Fratellino, he aprovechado este hueco que faltaba para completar

los términos habituales de nuestros escritos para mandarte esta postdata, que te acompaño de este nuevo poema, en que se expresa que, disfrazado del siem-pre otro, siempre te he amado :

ENSUEÑOS DE INFANCIA Esperaba tu gracia a media tarde, en crepúsculo que un Nuevo Sol depara, con los rayos calmados del Espíritu que en la noche recala, como barca pesquera en la línea de la playa. Y la noche se infiltraba dulcemente, vestida escuetamente de tersura, engalanada tan modestamente como suave piel de adolescente, en semidesnuda exhuberancia, ignorando su reclamo y su hermosura. Tú sabías que en secreto te espiaban los ojazos que de lejos reclaman nueva vida. Eras mi aurora rosácea en los labios que se estrenan con la brisa matutina y sólo se entrecierran con el sueño, cuando la brisa tiembla adormecida. Cuando cesa el chirrido de los carros que arrastran las estrellas por entre los días de años que no pasan… Poco a poco se aquietan las olas y las nubes navegan placenteras y juegan con la luna y sólo brillan los más grandes luceros que despiertan a la voz del Sereno de la noche. Duerme la vida hasta que suena el toque de los rezos del alba que vigila

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porque en sueños le canta al sol de su regazo… para que nunca muera. EPÍTOME DE TODA LA OBRA DE LECHEIMIEL, COMO FRUTO

SABROSO DE LA TIERRA Léase de nuevo la última estrofa que figura antes de este título : “Duerme la vida hasta que suena el toque de los rezos del alba que vigila porque en sueños le canta al sol de su regazo… para que nunca muera.” Y se me ha ocurrido, Lecheimiel, a quien siempre hablo, aunque no necesitas mis

palabras, porque vives en mi propio templo, que, para aprovechar estas dos o tres páginas que quedan libres en el molde que venimos llenando de tu número mágico (24, o por exten-sión 25, o incluso 26 o 27), en cuyos límites se simboliza el secreto de la edad dorada en que nos conocimos y otros parámetros concretos de nuestra “historia” –reciente para ti y actual todavía para mí–, que el mejor epítome de esta obra que ahora terminamos, sería in-sertar aquí, por última vez la forma definitiva que ha adoptado nuestra aria, esa que resume dicha nuestra historia de amor que jamás terminará.

De esta manera, el portal que ahora se cierra, como si fuera un final, queda suscepti-ble de ser de nuevo abierto como un nuevo y fecundo principio. De hecho, amor, ya voy sintiendo en los surcos del campo de mi delicada y sensibilizada intuición, el contacto de las nuevas semillas que han de llegar a madurar más tarde en nuevos FRUTOS DE LA TIERRA :

HERMANO SACERDOTE Preludio ¡Oh Lecheimiel, de angélico renombre ! escucha mi plegaria, pues soy aquél a quien desde el principio concediste estrenar para ti el aria… Canción Hoy a ti canto, hermano sacerdote, en medio de esta Tierra…, a ti, que por amor viniste a verme y a hacerte solidario con mi ofrenda. Pareja historia, iguales vibraciones, así desde el principio, hiciéronnos nacer para la Tierra

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una vez y otra vez con gran designio. Como gemelos, de madres bendecidas, bajábamos del cielo, dejándonos querer, y más queriendo, con nuestro dulce amor trocar el hielo. Desde muy niños, en brumas presagiada, me visitó tu gracia : venías a henchirme de esperanza, promesa bautismal en la alborada. Fue nuestro encuentro tan bello y repentino como un fulgor de estrellas, fugaz visión que en medio de la noche nos marcó para siempre con su huella. Me rescataste a precio de belleza con tus mejores galas. Allí te hiciste, acaso, encontradizo y así, de todo ti me enamorara. Nos prometimos junto al altar sagrado en alas de Querubes : allí vertió el Amor sus dulces lágrimas tiñendo iris de luz en blancas nubes. Fue nuestra luna de miel una promesa de amores sublimados. Arras de bendición un solo abrazo en los pliegues del tiempo sepultado. Tú me lo dabas, mas ninguno sabíamos que era nuestro contrato, acorde con la esencia compañera que en Dios nos reservaba eterno abrazo. Eran los ángeles que en tus cuerdas pulsaban, lo mismo que en mi piano, gozando de tu voz la melodía que allí me regalabas como antaño. Tus finos dardos, como palomas fúlgidas, el cielo atravesaron, trayendo de tu amor puntual noticia, que en ciego corazón no penetraron. O, si lo hicieron, también allí quedaron en hielo sepultados soñando que algún día tu alma bella tornase con sus llamas a incendiarlos.

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A ti el diluvio, también los recios vientos que azotaron el alma : quedó desierto el nido, ida la vida, hasta que, al fin, la cruz trajo la calma. A tu santuario, en Roma consagrado, tu luz te llevaría, mas sólo en lo profundo de la noche la tau de tu destino brillaría. Sonó la danza con su canción eterna, sellada en testamento, por el que te entregabas a la Vida, nombrándome de tu alma el heredero. La gran Teresa, madre casamentera, de notario fungía, cuando su mismo Amor te desposaba y a ti en fidelidad se prometía. Diote la Vida más alto ministerio que el de tu honra y gloria. Vestiste el paramento de sirviente : “El Mejor Hospedero de la Historia”. Tan sobrios versos describen en tu vida tristeza y soledades que eclipsan de tus ojos la alegría que en éstos derramabas a raudales. Y el pastorcico tan solo se ha quedado sin su bella pastora…, que ya sólo a morir el alma apresta sorbiendo en soledad su última hora. Diste tu vida a cambio de mi cielo en noche sosegada, sembrando de violetas y azucenas el lecho que escogías por morada. Mientras tu cuerpo incorrupto entregabas cual arca de alianza : sagrario de dolor que en noche oscura compite con mi amor en fiel balanza. Así de nuevo tu llama refulgía en mi profunda noche : Pedías expectante mi consenso cuando, como Samuel, te oí mi nombre.

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En ese instante, el beso de tus labios, en rosa ensangrentada, me devolvía el beso de la Vida que en ti había perdido y en ti hallaba. Yo, como niño, en niño te tomaba, absorto en tu memoria, mas tú a nuevos trabajos me enviabas para contar al mundo nuestra historia. Me visitaste, en color y perfumes, vestido de mil flores : Cada una era un retazo de tu alma, cuando yo componía tus loores. Alma viviente de Asisi tornarías, en Richi disfrazado, para dejar patente ante la Tierra tu gran fidelidad de enamorado. Oí tus voces por radio y en directo en témporas de gracia : anclabas a tu alma mi barquilla con tu firme energía en la ensenada. Por si lo hecho bastante ya no fuera abriste en par mi alma : escritos de celeste poesía dejábame tu gracia consumada. Vino a surgir de entrambos la conciencia de ser en Cristo uno, testigos de un amor que en nuevo estilo consagrase el nacer de un nuevo mundo. Toda la corte del Reino de los Cielos en tu alma descubría, que en aras de conciencia, Nueva Tierra, al Padre en Misa eterna yo ofrecía. Esta canción, hermano, no termina con esta pobre letra, que espera partitura más excelsa que un día cantaremos en mi fiesta. Amén, Amén.

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