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Autor: Jesús Antonio González Torres FUNDACION Y FORTIFICACION DE LAS CIUDADES DE CARTAGENA DE INDIAS Y SAN CRISTOBAL DE LA HABANA 1. INTRODUCCION Cartagena o Cartagena de Indias, ciudad del norte de Colombia, capital del departamento de Bolívar y puerto en el mar Caribe. La ciudad se localiza en una isla de pequeña extensión y poco profunda de la bahía, una de las mejores de la parte septentrional de Sudamérica. Cartagena está unida a tierra firme por una carretera elevada. La parte antigua de la ciudad tiene dos fuertes históricos y está rodeada por una muralla que en algunos lugares tiene 12 m de ancho y que fue construida en la época colonial española. Entre los edificios notables de la ciudad se encuentran la catedral, la iglesia jesuita de San Juan de Dios y el palacio que fue la sede de la Inquisición española en América del Sur. Aquí está también situada la Universidad de Cartagena (1827) y la ciudad constituye la terminal de un viejo oleoducto que se extiende unos 600 Km. hacia el interior de Colombia. Su puerto, fortalezas y monumentos hicieron que fuera declarada Patrimonio cultural de la Humanidad en 1984. Los principales productos de exportación son el aceite, el petróleo y el café, aunque también se exporta tabaco, ganado, madera y piedras preciosas. Entre los productos que se fabrican en la ciudad destacan el chocolate y las velas. A comienzos de la década de 1990 el turismo adquirió mayor importancia en la economía de la ciudad. Fundada en 1533 por los españoles, Cartagena pronto se convirtió en un próspero puerto comercial. Fue conocida como la ‘Reina de las Indias’. En 1544 los piratas saquearon la ciudad. A principios del siglo XVII, constituía el segundo núcleo comercial en importancia entre todos los territorios colonizados por los españoles, después de ciudad de México. Revolucionarios nacionalistas liderados por Simón Bolívar, llamado el Libertador, tomaron la ciudad a los españoles en 1815, la volvieron a perder ese mismo año y la recuperaron en 1821. Los días 14 y 15 de junio de 1994 acogió la IV Cumbre Iberoamericana. Población (2000), 829.476 habitantes. La Habana, capital y principal puerto de Cuba, es, además, la ciudad más grande y poblada de las Antillas. Se halla en la orilla noroccidental de la bahía de La Habana, a una altitud de 24 m, en la costa septentrional de la isla, unos 170 Km. al sur de Key West (Florida), en aguas del estrecho de Florida. Por su sector occidental desemboca el río Almendares y en su sector oriental se halla la bahía de Marimelena. Su clima es tropical, con agosto como el mes más caluroso del año. Fundada en 1515, en donde actualmente se encuentra la ciudad de Batabanó, por el gobernador español Diego Velázquez de Cuellar con el nombre de San Cristóbal de la Habana, en 1519 fue trasladada a su actual emplazamiento buscando una zona menos peligrosa para la navegación. Gracias a su excelente puerto y a su posición estratégica, la colonia pasó a ser la principal estación naval española en el Nuevo Mundo, donde los barcos de la flota de las Indias cargados de oro se concentraban antes de iniciar la travesía de vuelta a España. En 1553 se convirtió en la capital de la isla, al trasladarse a ella desde Santiago el gobernador español. Su condición de puerto de atraque de la flota de las Indias española le valió para que a finales del XVI y comienzos del XVII fuera sitiada en varias ocasiones por piratas ingleses, holandeses y franceses, lo que llevó a la construcción de numerosas fortalezas y murallas (1671-1701) que hicieron de La Habana el puerto mejor protegido de la América española.

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Fundacion y Fortificacion de Las Ciudades de Cartagena de Indias y San Cristobal de La Habana

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Page 1: Fundacion y Fortificacion de las ciudades de Cartagena y La Habana

Autor: Jesús Antonio González Torres

FUNDACION Y FORTIFICACION DE LAS CIUDADES DE CARTAGENA

DE INDIAS Y SAN CRISTOBAL DE LA HABANA

1. INTRODUCCION

Cartagena o Cartagena de Indias, ciudad del norte de Colombia, capital del departamento de Bolívar y puerto en el mar Caribe. La ciudad se localiza en una isla de pequeña extensión y poco profunda de la bahía, una de las mejores de la parte septentrional de Sudamérica. Cartagena está unida a tierra firme por una carretera elevada. La parte antigua de la ciudad tiene dos fuertes históricos y está rodeada por una muralla que en algunos lugares tiene 12 m de ancho y que fue construida en la época colonial española. Entre los edificios notables de la ciudad se encuentran la catedral, la iglesia jesuita de San Juan de Dios y el palacio que fue la sede de la Inquisición española en América del Sur. Aquí está también situada la Universidad de Cartagena (1827) y la ciudad constituye la terminal de un viejo oleoducto que se extiende unos 600 Km. hacia el interior de Colombia. Su puerto, fortalezas y monumentos hicieron que fuera declarada Patrimonio cultural de la Humanidad en 1984. Los principales productos de exportación son el aceite, el petróleo y el café, aunque también se exporta tabaco, ganado, madera y piedras preciosas. Entre los productos que se fabrican en la ciudad destacan el chocolate y las velas. A comienzos de la década de 1990 el turismo adquirió mayor importancia en la economía de la ciudad. Fundada en 1533 por los españoles, Cartagena pronto se convirtió en un próspero puerto comercial. Fue conocida como la ‘Reina de las Indias’. En 1544 los piratas saquearon la ciudad. A principios del siglo XVII, constituía el segundo núcleo comercial en importancia entre todos los territorios colonizados por los españoles, después de ciudad de México. Revolucionarios nacionalistas liderados por Simón Bolívar, llamado el Libertador, tomaron la ciudad a los españoles en 1815, la volvieron a perder ese mismo año y la recuperaron en 1821. Los días 14 y 15 de junio de 1994 acogió la IV Cumbre Iberoamericana. Población (2000), 829.476 habitantes. La Habana, capital y principal puerto de Cuba, es, además, la ciudad más grande y poblada de las Antillas. Se halla en la orilla noroccidental de la bahía de La Habana, a una altitud de 24 m, en la costa septentrional de la isla, unos 170 Km. al sur de Key West (Florida), en aguas del estrecho de Florida. Por su sector occidental desemboca el río Almendares y en su sector oriental se halla la bahía de Marimelena. Su clima es tropical, con agosto como el mes más caluroso del año.

Fundada en 1515, en donde actualmente se encuentra la ciudad de Batabanó, por el gobernador español Diego Velázquez de Cuellar con el nombre de San Cristóbal de la Habana, en 1519 fue trasladada a su actual emplazamiento buscando una zona menos peligrosa para la navegación. Gracias a su excelente puerto y a su posición estratégica, la colonia pasó a ser la principal estación naval española en el Nuevo Mundo, donde los barcos de la flota de las Indias cargados de oro se concentraban antes de iniciar la travesía de vuelta a España. En 1553 se convirtió en la capital de la isla, al trasladarse a ella desde Santiago el gobernador español. Su condición de puerto de atraque de la flota de las Indias española le valió para que a finales del XVI y comienzos del XVII fuera sitiada en varias ocasiones por piratas ingleses, holandeses y franceses, lo que llevó a la construcción de numerosas fortalezas y murallas (1671-1701) que hicieron de La Habana el puerto mejor protegido de la América española.

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Autor: Jesús Antonio González Torres

La Real Compañía de Comercio de La Habana, dedicada a la importación de esclavos africanos (para trabajar las haciendas de tabaco), telas y harinas, y a la exportación de azúcar y tabaco, monopolizó y concentró en la ciudad no sólo el comercio de la isla, sino también el de todo el Caribe, lo que permitió el aumento de la población; de los 4.000 habitantes en el año 1600 se pasó a los 30.000 un siglo después. A pesar de sus fortificaciones, durante el transcurso de la guerra de los Siete Años (1756-1763), concretamente en agosto del año 1762, la ciudad cayó en poder de la Armada inglesa. Al año siguiente, España volvió a recuperar la ciudad a cambio de las posesiones que tenía en la actual Florida. Posteriormente, se adoptó el libre comercio, lo que hizo aumentar la importancia de la ciudad; el algodón y el azúcar fueron los productos básicos de este comercio que estaba principalmente en manos de los catalanes.

Durante el siglo XIX continuó el desarrollo de la ciudad, pese a la epidemia de cólera de 1833 que causó la muerte a más de 12.000 personas. Así, en 1861 la ciudad alcanzaba los 200.000 habitantes, convirtiéndose en la tercera mayor ciudad de España; las murallas tuvieron que ser derribadas dos años después quedando incorporadas a la ciudad las localidades cercanas. En febrero de 1898 tuvo lugar la voladura del buque de guerra estadounidense Maine en el puerto de la ciudad, lo que precipitó el estallido de la Guerra Hispano-estadounidense, conflicto durante la cual dicho puerto fue bloqueado por la Armada de los Estados Unidos.

Tras la derrota de España en la contienda, Estados Unidos asumió el control de la ciudad iniciándose una nueva etapa de prosperidad gracias a la reactivación del comercio y a las inversiones estadounidenses que hicieron de ella un importante centro turístico, en especial durante el gobierno de Fulgencio Batista. Además, mejoraron las condiciones sanitarias y gran parte de la ciudad fue reconstruida y modernizada.

Después del triunfo de la Revolución Cubana en 1959, la planificación puesta en marcha, sobre todo entre 1965 y 1967, tuvieron como objetivo frenar la expansión de la capital y conseguir el desarrollo económico equilibrado de todo el territorio insular, primando las ayudas a las localidades del interior que se encontraban más deprimidas. En la ciudad se transformaron algunos grandes hoteles en edificios de utilidad pública, como escuelas o bibliotecas, se crearon amplios espacios verdes en zonas sin edificar, se mejoró la infraestructura portuaria e industrial y se creó en torno a la ciudad un cinturón para uso agrícola y recreativo. Población (2000), 2.189.716 habitantes.

2. JUSTIFICACION

He decidido investigar, estudiar y comparar estas dos ciudades (Cartagena de Indias y San Cristóbal de la Habana) por su parecido arquitectónico e importancia histórica. Pues es bien sabido, que La Habana fue la llave de entrada a América desde las Antillas, con gran trafico de esclavos y salida de oro y demás cosas hacia España. Por su parte, Cartagena fue el puerto obligado para la conquista de Tierra Firme y la salida de oro y demás cosas hacia la península ibérica, como también sitio de reunión y entrada de esclavos. Además mi pasión por la geografía me inclino a escoger este tema.

3. OBJETIVO GENERAL

Conocer y entender como se descubrieron, conquistaron y se fundaron estas dos importantes ciudades. Indagando para este fin en todos los medios posibles. Tales como libros, recopilaciones, archivos expuestos en la red, etc.

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4. OBJETIVOS ESPECIFICOS

Comprender las causas y efectos de la fundación de dichas ciudades.

Entender la mecánica de conquista y apropiación del territorio americano por parte de los españoles.

Aprender el proceso de fortificación de estas ciudades.

Establecer puntos de convergencia o similitudes de las dos ciudades, y encontrar

puntos de divergencia o disimilitudes entre las mismas.

5. GENERALIDADES DE LA CIUDAD HISPANICA1

5.1 El Proceso De Expansión Y Colonización

La tarea de colonización española de América estuvo apoyada en un proceso previo o simultáneo de ocupación del territorio en el que las ciudades jugaron un papel fundamental. Este proceso se inicia en las Antillas. Desde esta plataforma se accede al continente por tres puntos: Panamá, México y lo que se llamó Tierra Firme (Colombia-Venezuela). 5.1.1 Poblaciones fundadas por los españoles en América Central y Norteamérica El primer núcleo, Panamá, se proyecta hacia América Central y hacia el Perú. El núcleo mexicano se expande por tierras actuales de México y Estados Unidos y hacia las Molucas y las Filipinas, y avanza hacia América Central donde converge con el núcleo panameño. Por otro lado, desde el tercer núcleo, que se proyecta desde las costas que actualmente son de Venezuela y Colombia, la corriente expansiva se dirige hacia el interior, hacia la sabana bogotana donde confluye con otra corriente procedente de Quito. 5.1.2 Poblaciones fundadas por los españoles en América del Sur Panamá es el trampolín hacia el sur, hacia Perú: desde la ciudad de Cuzco la colonización avanza hacia el norte (Ecuador y de allí a Colombia y Amazonas); también hacia el altiplano andino de Bolivia, hacia el noroeste de Argentina y hacia el norte y centro de Chile. Aparte de los núcleos expansivos y fundacionales antes expresados, se originó otro foco similar proyectado directamente desde España al Río de la Plata (Argentina, Paraguay, Uruguay), que tuvo su centro en la ciudad de Asunción. A la rapidez del impulso expansivo de ocupación del territorio, casi completado hacia la mitad del siglo XVI, correspondió un proceso paralelo de colonización y formación de la red urbana, lo que resulta tanto más admirable si se considera la amplitud del continente americano y la falta de recursos humanos y económicos con que se contaba.

1 Todo este numeral y sus respectivas divisiones se construyó gracias al Ministerio de Cultura de España

(Paisajes urbanos de América y Filipinas).

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Antes de comenzar el siglo XVII se habían fundado los principales centros administrativos del territorio hispanoamericano y se había establecido una extensa red de asentamientos permanentes desde California a la Florida y desde el sur de los Estados Unidos hasta la Patagonia, en un gigantesco esfuerzo de urbanización. En el proceso de población del territorio una gran cantidad de fundaciones españolas aprovecharon asentamientos indígenas preexistentes, pero casi siempre se hizo con una planificación y desarrollo generalmente ajenos a los de las culturas precolombinas. 5.2 El Papel De La Ciudad

La ciudad tuvo un protagonismo fundamental en el proceso de control del espacio americano por parte de la metrópoli, España, cumpliendo las siguientes funciones: Base de aprovisionamiento.

Factoría comercial de intercambio.

Cabeza de puente para penetraciones más profundas en el territorio.

Eslabón de una amplia cadena de fundaciones que conectaban las nuevas tierras con la

metrópoli. Centro administrativo local y regional.

Elemento de sometimiento y fijación de la población indígena.

Polo de concentración de actividades de toda índole.

Foco de control de la propiedad del suelo.

Núcleo difusor de una forma de vivir traída del otro lado del Atlántico.

Las ciudades fueron, desde el principio, los centros neurálgicos de todas las divisiones administrativas del territorio hispanoamericano y en ellas sitúan sus sedes todos los organismos civiles y eclesiásticos. 5.3 El Modelo De La Ciudad

"Y cuando hagan la planta del lugar, repártanlo por sus plazas, calles y solares a cordel y regla, comenzando desde la plaza mayor, y sacando desde ella calles a las puertas y caminos principales, y dexando tanto compás abierto que aunque la población vaya en gran crecimiento, se pueda siempre proseguir y dilatar en la misma forma". (Ordenanza de Carlos V, 1523) En el urbanismo hispanoamericano es de destacar la reiteración de una forma clara y geométrica de trazado urbano, en contraste evidente con la morfología de las ciudades europeas, que ha condicionado en gran parte la fisonomía urbana del nuevo continente, caracterizada por el orden y la racionalidad de su organización básica.

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Autor: Jesús Antonio González Torres

La repetición de diversas características en la estructura de las ciudades puede hacer pensar en la existencia de un "modelo de ciudad" previo. Hay que advertir que no existió un patrón explícito anterior a las fundaciones; se trata más bien de la convergencia de ciertas características modélicas precedentes, asumidas implícitamente, aunque existió una normativa urbanizadora que se materializó en la instrucción a Pedrarias Dávila (1513), la Ordenanza de Carlos V de 1523, tantas veces repetida, y, especialmente, las Ordenanzas de Población de Felipe II de 1573 (que es una normativa "a posteriori"), entre otros. Aunque algunas ciudades se formaron de forma aleatoria y se estructuraron de un modo irregular, la mayor parte de ellas fueron trazadas "a cordel y regla". En el modelo clásico de la ciudad hispanoamericana coinciden las siguientes características:

Trazado geométrico, a cordel. Las calles rectas se cortan formando manzanas trapezoidales (retícula), rectangulares

(retícula ortogonal) o cuadradas (cuadrícula). Este último caso, quizá el más numeroso, conocido y representativo, es el que ha dado lugar al término "cuadrícula española".

Archivo General de Indias Retícula: Cartagena de Indias. MP, Panamá, 45.

Archivo General de Indias Retícula ortogonal: Guatemala. MP, Guatemala, 265.

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Autor: Jesús Antonio González Torres

Archivo General de Indias Cuadrícula: San Juan de la Frontera. MP, Buenos Aires, 9.

Una de las manzanas centrales queda libre de edificación y convertida en plaza mayor. La plaza mayor es un elemento estructural básico y generador de la ciudad que se organiza en torno a aquélla. Es el centro de la ciudad: geométrico, vital y simbólico, completamente incardinado en la misma. Con las calles forma el espacio público, el centro en el que confluye la vida de ésta, lugar de encuentro para todas las funciones sociales, oficiales o de diversión y esparcimiento.

Archivo General de Indias Ciudad de Panamá, Panamá, 84.

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Autor: Jesús Antonio González Torres

Archivo General de Indias Plaza Mayor.MP, Panamá, 144.

En torno a la plaza y abriendo a ella sus puertas, se sitúan los edificios del poder y de la religión: Palacio Real, Casa de Cabildo, Catedral. Allí se administra, se hace justicia, se comercia, se celebran los festejos, etc.

Cuando la ciudad se asienta a la orilla del mar o en la ribera de un río, la plaza y con ella el centro de la ciudad suele desplazarse contigua a ambos.

Archivo General de Indias Buenos Aires. MP, Buenos Aires, 39.

El modelo de ciudad incluye una forma típica de parcelación. Consiste en dividir las manzanas en cuatro partes cuadradas iguales. Las parcelas que rodean la plaza son ocupadas por los edificios de la administración civil y religiosa. Y las más próximas a ella son las destinadas a los conquistadores y a los principales funcionarios de la ciudad, tal como establece la instrucción de Fernando el Católico a Pedrarias Dávila de 12 de agosto de 1513.

La prolongación de la cuadrícula sirve de soporte a la extensión de la ciudad en todas las direcciones, prescindiendo de las características del terreno.

5.4 Los Antecedentes

No hay un antecedente único del modelo de ciudad hispanoamericana. A la influencia de los asentamientos autóctonos habría que unir la de las fundaciones peninsulares de los Reyes Católicos inmediatamente anteriores a la llegada de Colón a América (realizadas ya como

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Autor: Jesús Antonio González Torres

manifestación renacentista de aspiración al orden geométrico y a la racionalidad), y planeando sobre todo ello, la idea renacentista de la "ciudad ideal", con los ejemplos vitrubianos o de Vasari, entre otros. No obstante los precedentes, el fenómeno urbanístico implantado por España en América tiene personalidad propia y singular. 5.5 Las Etapas

Las primeras poblaciones se establecen en las tres islas mayores del Caribe: Santo Domingo, Cuba y Puerto Rico. La mayor parte de las fundaciones cambian varias veces de lugar hasta asentarse definitivamente y su trazado tiene carácter semirregular alrededor de una plaza mayor. Una segunda etapa está representada por las primeras ciudades fundadas en el continente, 1519, como Veracruz y la antigua Panamá; en ellas ya adivina la tentativa de formalizar un modelo basado en un entramado regular de calles y manzanas alrededor de una plaza central. En una tercera etapa, ya se pone en práctica la ciudad trazada a "cordel y regla". Esta ciudad regular se adivina en el trazado proyectado por Alonso Bravo en 1521 para México, sobre las ruinas de la ciudad lacustre de Tenochtitlán. El esquema es una malla rectangular uniforme con el gran vacío de la plaza mayor, una estructura urbana desconocida en Europa: la retícula ortogonal. Finalmente, en 1535, con la fundación de Lima, se consolida el modelo más generalizado, el de la cuadrícula, en el que destaca el gran desarrollo de las parcelas destinadas a solares urbanos y asignados a cada poblador, lo que da lugar a ciudades de bajísima densidad y abiertas hacia un territorio sin límites. Las ciudades portuarias en conexión con las flotas y galeones del tráfico comercial, dado su carácter estratégico, son dotadas ya a partir de mediados del siglo XVI de defensas; de ahí que muchas de ellas se vean rodeadas de perímetros amurallados , fortalezas, castillos, etc.: la Habana, Veracruz, Cartagena de Indias, Portobelo, Panamá, Lima, etc. Estos aditamentos delimitan los bordes de las ciudades, constituyendo una excepción al modelo clásico, abierto al paisaje que lo rodea. No obstante, en general no interfiere en la estructura regular de la traza. Los pueblos de indios y misiones. Fueron realizados siguiendo el modelo regular, aunque destaca más que en los otros el lugar ocupado por los espacios religiosos. En el siglo XVI el impulso poblacional es muy intenso, decae en el XVII y toma nuevas fuerzas en la segunda mitad del siglo XVIII. Como característica fundamental de este siglo, cabe señalar la reducción del tamaño de las manzanas y su división en mayor número de parcelas; se mantiene la cuadrícula. Destaca en este siglo la incorporación de infraestructuras de saneamiento o alcantarillado y mejora de las de abastecimiento de agua. También la dotación de espacios verdes, paseos, alamedas, etc., influencia de la ilustración. No todas las ciudades responden al modelo regular de trazado. Las excepciones las constituyen los núcleos de rápido crecimiento como Guanajuato y otras que deben adaptarse a topografías particulares, como la Guaira, o bien las fundaciones tempranas.

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6. CARTAGENA DE INDIAS, COLOMBIA

6.1 Proceso de conquista y fundación

6.1.1 Población aborigen El origen de los indígenas que habitaban la costa y región donde luego fue fundada Cartagena, así como el de casi toda la población primitiva americana, permanece en el misterio. Sábese únicamente que los pobladores encontrados por los españoles en esa comarca al momento de la conquista, hacían parte de la tribu o cultura de los Mocanáes, una de las cuatro que junto con los Chimilas, Malibúes y Sinúes poblaban la costa atlántica de la actual Republica de Colombia; y todas pertenecían a una raza que se han dado en llamar Caribe o Karib, pueblo guerrero y migratorio proveniente, según algunos autores, de las selvas del Mattogrosso, en el Brasil, desde donde habrían emigrado hacia el norte, a través de Orinoco y la Guayana, hasta apoderarse de todas las Antillas y de la Costa Firme que hoy forman las republicas de Venezuela y Colombia2. El hecho cierto es que cuando los conquistadores tocaron por primera vez las playas de la futura Cartagena, ya existía en ellas una abundante población indígena, cuyo numero, sin embargo es muy difícil de determinar3. Ahora bien: cada uno de estos pueblos, al menos en la región de Cartagena, era gobernado por un cacique, al que asesoraba un Mohán o Piache que era el hechicero de la localidad tribu y casi siempre el nombre de la población era el del mismo cacique, con pocas excepciones. A veces, cierto número de pueblos estaba bajo la dependencia de otro Señor o Jefe más poderosos a quien los caciques menores rendían tributo4. El tipo físico de los caribes según Fernández de Oviedo es como sigue: “La color de esta gente es lora, son de menor estatura que la gente de España comúnmente; pero son bien hechos e proporcionados, salvo que tienen las frentes anchas e las ventanas de las narices muy abiertas e lo blanco de los ojos turbio. Esta manera de frentes se hace artificialmente, porque al tiempo que nacen los niños les aprietan las cabezas de tal manera en la frente y en los colodrilos, que como son criaturas tiernas, las hacen quedar de mala gracia…no tienen brabas…Hay algunas (mujeres) de buenas disposiciones; tienen buen cabello ellas y ellos, y muy negro, llano y del gado; no tienen buena dentadura.”5 También el señor Humboldt dice: “Estos caribes son hombres de una estatura casi atlética, y nos parecieron mucho mas esbeltos que los indios que hasta entonces habíamos visto. Sus cabellos lisos y espesos cortados sobre la frente, como los de los bonacillos, sus cejas pintadas de negro, su mirada sombría a la vez que viva, dan a su fisonomía una expresión de dureza extraordinaria…Las mujeres, muy altas, pero de una suciedad disgustosa, llevaban en la espalda sus hijuelos, cuyos muslos y piernas estaban ceñidos de trecho en trecho con ligaduras muy anchas de tela de algodón. Las carnes, fuertemente comprimidos por debajo de las ligaduras, estaban hinchadas en los intersticios. Observase por lo genera que los caribes, son tan

2LEMAITRE, Eduardo. Historia general de Cartagena. Tomo I. Bogotá: Banco de la República, 1983.

Página 3. 3 Ibid.

4LEMAITRE, Eduardo. Historia general de Cartagena. Tomo I. Bogotá: Banco de la República, 1983.

Página 5. 5 TROCONIS PORRAS, Gabriel. Cartagena hispánica 1533 a 1810. Bogotá: Editorial Cosmos, 1954.

Página 23.

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cuidadosos de su tocado, cuanto pueden serlo hombres desnudos y pintados de rojo…”6 y En otra parte agrega: “ …se diferencian de los demás indios por su estatura y regularidad de facciones, sus ojos anuncian inteligencia y la costumbre de reflexionar; de graves maneras y facciones nobles, dánse aires de importancia y con su compostura y modales desdeñosos revelan su superioridad…La memoria mas antigua de su grandeza es la que inspira a los caribes esos sentimientos de superioridad de raza, que se trasparentan en sus mas insignificantes acciones, todo lo cual indica un pueblo inteligente, viril y capaz de sus superior cultura.”7 Se ha discutido mucho sobre el verdadero origen, idiosincrasia, costumbres y grado de civilización de los caribes, a los que unos autores describen como pueblo feroz, belicoso, antropófago y sin mas preocupación “que el nacer y morir”, como anota sobre ellos el cronista Fernández de Enciso, con cuya conquista o aniquilamiento nada perdió la cultura universal; y otros, como pueblo civilizado, que rendía culto a ciertos valores morales, pero falsamente acusados de antropofagia, embriaguez, homosexualidad y otros vicios, por los mismos conquistadores, que así trataban de justificar ante las autoridades españolas sus propios crímenes y tropelías contra los indígenas.8 Pero la verdad es que ni una ni otra teoría son admisibles como tesis generales, siendo lo mas probable que la belicosidad de los indios estuviese mas que justificada por la necesidad de defender su propia heredad; y que su antropofagia, si realmente existió y su embriaguez, al menos en ciertas ocasiones, tuviese a veces un carácter ritual, cuyo simbolismo y profundidad no fuera comprensible para los conquistadores ni para los cronistas que narraron las hazañas de estos.9 Sea lo que fuere, hay en todo esto varios hechos innegables. Uno de ellos es que el indio caribe, aunque de una civilización muy inferior a la de los otros grupos indígenas americanos, poseía ciertos valores respetables, que no lo muestran como un ser completamente apático en materia moral. Si lo prueban, por ejemplo, la sensibilidad y cuidado con que sepultaba a sus muertos, a los que, a veces, conservaba embalsamados en sus hamacas por tiempo indefinido; la estructura gramatical de su lengua, en la que no faltaba la expresión de algunos conceptos abstractos; su gran conocimiento de la naturaleza que lo rodeaba y, por ende, su sabiduría en el aprovechamiento de la flora para fines medicinales; su habilidad para la fabricación de tejidos y para la construcción de embarcaciones y canoas a veces tan grandes, que podían transportar hasta 100 personas; su destreza en la fabricación de armas y utensilios domésticos; su sentido agudo de la orientación, que revela algún conocimiento sistemático de la astronomía; y en fin su sentido estético en el arte de la cerámica y de la orfebrería, que en algunas tribus pasa por ser de las mas perfectas y hermosas del Nuevo Mundo. La súbita, brutal, casi completa aniquilación de este pueblo, o la rápida absorción de sus restos por la cultura occidental tarida de ultramar, que no dejo sino escasos rastros de la suya original, constituye por esto una perdida irreparable y sensible para la historia de la civilización universal; pero también es cierto que de no haberse operado la irrupción hispánica sobre las tierras recién descubiertas, es muy probable que otros pueblos igualmente aguerridos y no menos fanáticos lo habrían hecho; o que si axial no hubiera sido, posiblemente se viviría aun en estos países en estado de relativo salvajismo.10

6 Ibid.

7 Ibid.

8 Ibid.

9LEMAITRE, Eduardo. Historia general de Cartagena. Tomo I. Bogotá: Banco de la República, 1983.

Página 6. 10

Ibid.

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Autor: Jesús Antonio González Torres

6.1.2 La bahía El descubrimiento de la bahía de Cartagena se debe a Rodrigo de Batidas, cuyas naves surcaron por primera vez las aguas de este puerto durante el primer viaje realizado por este conquistador al Nuevo Mundo en el año de 1501, y en el cual trajo como piloto, al famoso cartógrafo vasco Juan de la Cosa. Los cronistas discrepan sobre quien bautizo a la bahía de Cartagena con este nombre existen muchas dudas, algunos dice que fue Juan de la Cosa; otros que fue Cristóbal Guerra por su parecido con las costas de Cartagena de Levante; algunos dicen que fue el mismo Bastidas; Pedro de Heredia e incluso Colón11. Lo único cierto que podemos saber acerca de todo esto es que el nombre de Cartagena para designar el puerto aparece ya en una Real Provisión expedida por la reina Isabel de Castilla en la ciudad de Segovia, el día 31 de Octubre de 1503, por medio de la cual autorizo a los descubridores y conquistadores para que pudieran, cuando los indios hiciesen oposición a los castellanos, capturar a los que habitaban en “las islas de San Bernardo e Isla Fuerte, y en los Puertos de Cartagena, y en las Islas Barú, donde estaba una gente que se dice caníbales12”. 6.1.3 Primeros intentos de conquista Desde la fecha en que Bastidas descubrió la bahía de Cartagena hasta la fundación de esta pasaron más de treinta años. Mientras tanto, casi todos los grandes navegantes de la época, y los conquistadores que luego se hicieron famosos, pasaron por este puerto, en calidad de capitanes, marineros o simples aventureros: Ojeda, De la Cosa, Enciso, Balboa, Guerra, Nicuesa, Ledesma, Oviedo, Pedrarias, Pizarro, etc.13 Sin embargo, ya en la primera década del siglo XVI, la Corona española creyó que ya era tiempo de empezar a poner orden en aquel permanente flujo migratorio de España hacia el Nuevo Mundo, y de deslindar jurisdicciones entre los que se alistaban como presuntos conquistadores. Para ello, y en cuanto se refiere a esta parte de Tierra Firme la reina Isabel firmo el 9 de Junio de 1508 una Capitulación con Alonso de Ojeda y Diego de Nicuesa, con vigencia de cuatro años, por medio de la cual a Ojeda le otorgó la zona costera comprendida entre el Cabo de la Vela y el Golfo de Urabá, territorio al cual se le bautizo con el nombre de Nueva Andalucía; ya Nicuesa se le concedió el mando sobre las costas que van desde dicho Golfo de Urabá hasta el cabo de Nombre de Dios, toda la faja que hoy forma el istmo de Panamá hasta Costa Rica, a cuyo territorio se le dio el nombre de Castilla de Oro14. Provistos de estas reales concesiones, Ojeda y Nicuesa, cada uno por su lado, prepararon enseguida sus expediciones, para las que se les dieron minuciosas instrucciones por parte de juristas y teólogos, sobre como debería ser sus conducta con relación a los aborígenes; y en particular se les proveyó de un famoso Requerimiento o proclama que debería ser leído a los indios antes de iniciar cualquier acción contra ellos15.

11

LEMAITRE, Eduardo. Historia general de Cartagena. Tomo I. Bogotá: Banco de la República, 1983.

Página 11. 12

LEMAITRE, Eduardo. Historia general de Cartagena. Tomo I. Bogotá: Banco de la República, 1983.

Página 12. 13

LEMAITRE, Eduardo. Historia general de Cartagena. Tomo I. Bogotá: Banco de la República, 1983.

Página 21. 14

Ibid. 15

LEMAITRE, Eduardo. Historia general de Cartagena. Tomo I. Bogotá: Banco de la República, 1983.

Página 22.

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Autor: Jesús Antonio González Torres

En lo que a la expedición de Nicuesa se refiere, se puede decir toco de pasada el puerto de Zamba y se llevo consigo a una jovencita, a la que llamo Catalina. Por su parte, Alonso de Ojeda salio de España en sus naves en el año 1509, llevando consigo otra vez, como lo había hecho ya Bastidas a Juan de la Cosa. Hizo Ojeda su viaje directamente al puerto de Cartagena, que era el punto señalado para su supuesta gobernación. El cronista Oviedo refiere que Ojeda” salto a tierra con lo mas e mejor gente que llevaba, e con el su Teniente Johan de la Cosa, todos a punto de guerra”, e iniciaron una ofensiva violenta, comenzando por incendiar un pueblo (llamado por ellos mismos “de las Ollas”) donde murieron quemados varios indios que no quisieron rendirse; y dice que luego mando a de la Cosa adelante con parte de su gente a un pueblo que estaba a tres o cuatro leguas de allí. (Por lo que se infiere que debió ser Yurbaco o Turbaco) el cual pueblo fue tomado y saqueada, “ e tomaronse,-sigue diciendo Oviedo- ocho o nueve mil castellanos de buen oro y hasta cient prisioneros, la mayor parte mugeres, y el cacique y los indios de pelea escaparon, sin poder llevar mas que sus arcos y flechas”16. Esta victoria fue fatal para los christianos, como se llamaban así mismos los conquistadores; pues fatigados y acalorados, porque el “sol era muy grande”, se desarmaron y colgaron sus hamacas en los bohíos del pueblo conquistado, “tan seguros como si ninguna guerra tuvieran”. Y este fue el momento en que los indios Yurbacos, Ofendidos, “animosamente volvieron sobre el pueblo, e con súbito asalto e grita dieron sobre los christianos e mataron e hirieron hasta cientos de ellos e cobraron todo el despojo; e allí murió el capitán Johan de la Cosa”17. Ojeda trató posteriormente de vengar la muerte de sus ilustre compañero, cuyo cuerpo fue encontrado “tan encrespado de flechas, que entre las clavadas y caídas no pudieron averiguar el numero de las que lo hirieron”, e incluso pretendió ocultar al resto de sus tropas la funesta noticia de la muerte de aquel, diciéndoles que de la Cosa “iba por otro camino con mucha pressa de oro e prisioneros de la costa”, pero fue inútil; y con este hecho, que desanimo al conquistador ya su gente, porque vieron que no era fácil apoderarse de aquellas tierras y menos por la fuerza, levó anclas y despareció de nuestras costas para siempre. Otros conquistadores vinieron después de Ojeda con el intento de apoderarse definitivamente de la bahía de Cartagena y del territorio por ella señoreado, entre los cuales mencionaremos al ya citado Bachiller Fernández de Enciso, quien posteriormente escribió una obra en la que incluyo el relato de esta expedición, y a Gonzalo Fernández de Oviedo, quien anduvo por estas costas haciendo rescates de oro y aun llego a ser nombrado gobernador e Cartagena, carago que nunca intento ejercer, entre otros motivos por temor a la fiereza de los indígenas18. 6.1.4 Don Pedro de Heredia Aunque su familia procedía de una pequeña población situada entre Madrid y Guadalajara, llamada Sotodosos lo único que concretamente se sabe de cierto hasta ahora sobre el origen de don Pedro de Heredia es que fue un hidalgo nacido de padres nobles y parentela conocida en la villa de Madrid19. 16

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Joven, valiente y audaz, el madrileño nunca regio la ocasión de pendencias que se le ofrecieron, como lo prueba el hecho de que en una ocasión se trabó en duelo de capa y espada nada menos que contra seis adversarios simultáneamente, de cuyo lance logro salir con vida, pero malherido en las narices. Por fortuna, un notable medico que a la sazón hallabase en la Corte, se atrevió a hacerle una audaz operación de rinoplastia, la cual consistió en que le arrimo el corte y el rostro al modello del antebrazo derecho y estando así sesenta días, le fue formando narices, que por ser el remiendo del mismo paño, se diferenciaban poco de las primeras20. La ofensa fue grande; pero no menor la venganza de la airada victima; pues, apenas sanó, refieren las crónicas que Heredia, buscando ocasión de vengar su agravio la hubo a las manos en que mato a tres de seis agresores. Y este fue el comienzo de su gran aventura americana, pues deseoso de declinar jurisdicción, el hidalgo pendenciero puso el ancho mar recién descubierto de por medio, y pasó a las Indias, con su hermano mayor don Alfonso (quien luego se fue a las conquistas de Guatemala) quedándose él en Santo Domingo con un razonable caudal y en que entretenerse en un ingenio de azúcar y una estancia que había heredado de un amigo suyo21. No era Heredia hombre de envejecer en las tranquilas faenas del campo, y afortunadamente pare él, pronto se le presentó la ocasión para correr nuevas aventuras; pues habiendo llegado a la isla la noticia de la muerte del gobernador en propiedad de Santa Marta, Rodrigo de Bastidas; y siendo necesario designar un gobernador en aquella ciudad mientras resolvían lo pertinente, la Audiencia de Santo Domingo nombro para aquel cargo a don Pedro Badillo y por su teniente a don Pedro de Heredia. Cerca de tres años permaneció don Pedro en Santa Marta, y allí participó en la mayor parte de las fructíferas correrías terrestres y marítimas que bajo el gobierno de Badillo se organizaron, y en especial, en las que llegaron hasta la isla de Codego en la bahía de Cartagena, que Heredia conoció así por primera vez en su vida; y en las que fueron hasta el Valle de Upar, de donde los conquistadores regresaron cargados de un valioso botín, y numerosos esclavos22. En estas circunstancias, el emperador Carlos V resolvió proceder a llenar en firme la vacante de la Gobernación de Santa Marta, cargo para el que fué escogido el gentil hombre burgalés don García de Lerma, quien como primera medida, envió por delante a un licenciado para que fuera residenciando a Badillo por las muchas tropelías que había cometido contra los indios; y además, para que rindiera cuentas sobre el quinto real y que el conquistador se negaba a entregar. Badillo fue detenido, sometido a tortura, y finalmente enviado preso a España, en cuyas costas encontró la muerte23. Entre tanto, y mientras llegaba García de Lerma, Heredia gobernó Santa Marta y fue acusado por algunos envidiosos, y también se le sometió a juicio del que salio bien librado, y decidió regresar a su patria. Llego, pues Heredia a Madrid rico y vestido con ilustra traje y recibieronle sus parientes con gran contentamiento, en especial su esposa, doña Constanza Franco y sus hijos. Mas no demoró sino dos o tres años en la Corte; pues luego de haberse justificado ante las autoridades, dando razón, con testigos, de su conducta en las Indias y de haber hablado personalmente con el emperador

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al que le dio a conocer sus deseos de hacer nuevos descubrimientos y conquistas, así como de invertir los caudales reunidos en las anteriores, Heredia vio plenamente satisfecha sus ambición cuando el 5 de Agosto de 1532 ajusto ala fin capitulaciones en Medina del Campo, con la reina Juana la Loca, en virtud de las cuales se le concedía la gobernación de todo el territorio comprendido entre los ríos Grande de la Magdalena, y Atrato y se le deba como limite, por el sur y tierra adentro la línea equinoccial del Ecuador terrestre24. Obtenida esta concesión, Heredia se dio acto seguido en Sevilla a hacer todo lo necesario para la expedición. Y tras superar varios inconvenientes zarpó con 150 hombres desde San Lúcar, el 29 de Septiembre de 1532. 6.1.5 La aldea de Calamari Con el nombre de Calamari o Caramari, que en el lenguaje local significaba “cangrejo”, designaban los indios una aldehuela situada en el ultimo repliegue de la bahía de Cartagena. Era un pueblo pajizo con chozas cuyos techos llegaban casi hasta la tierra, rodeado de fuerte empalizada y de árboles espinosos coronados de calaveras, cuyos habitantes, sumidos en seculares costumbres primitivas, pero en la libertad mas completa, apenas si sospechaban que ya por la lejanía del horizonte avanzaban las velas e don Pedro de Heredia y de su gente; que, con está, llegaría la hora de su definitiva destrucción, y que una ciudad nueva, pujante y bulliciosa, crecería pronto sobre su antiguo solar25. En efecto, Heredia había partido de España con intenciones no solo de conquistar, sino de permanecer y poblar en el territorio que se le había asignado, ya nada podría detener el propósito de su acerada voluntad. Su flotilla recalo primero en la isla de Gomera, en el archipiélago de las Canarias y allí hizo aguada y se reabastecieron de cosas varias. Luego prosiguió su viaje y, con buen viento y mejores augurios, en 41 días llego a Puerto Rico, donde hecho anclas el día 28 de Noviembre de 153226. En la isla, encontró el madrileño los restos de una expedición que Sebastián Gaboto, famoso navegante italiano, había llevado hasta el Rió de la Plata con la mira de darle la vuelta al mundo por el estrecho de Magallanes; pero que, por diversas razones había fracasado y resuelto regresar. Heredia aprovecho aquella circunstancia e incorporo a su expedición a muchos de aquellos soldados en derrota (30 hombres) y entre ellos, a Francisco Cesar, el más interesante y noble de cuantos caracteres figuran en la gesta fundacional de Cartagena. Reforzado con este personal pasó don Pedro de Heredia a la isla Española y, dejando a sus compañeros como en cuarentena de aclimatación en el puerto de Azúa, que era donde el tenia sus haciendas, se fue a la ciudad de Santo Domingo para dar cuenta a la Real Audiencia del proyecto que traía entre manos, de la concesión que la Corona habiale otorgado; y en especial, para ponerse en contacto con el oidor Juan Badillo (hermano de Pedro Badillo) y al cual Heredia había asociado, como capitalista, en la empresa conquistadora de Cartagena. Sus amigos le recibieron con no pequeño gusto como era de esperarse, y él se dio a la tarea de enganchar mas gentes para engrosar su expedición, lo que logro sin dificultad gracias a que se hallaban en esa ciudad otros soldados, también en derrota, que habían expedicionado por las costas de

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Venezuela y por el Orinoco al mando de los capitanes Sedeo y Ordaz. Eran todos estos, como los de Gaboto, veteranos curtidos ya en hambres, soles y fríos, pero con bríos aun y, sobre todo, con codicia de oro. Heredia fleto una nueva carabela, retorno a Azúa, y después de hacer mas provisiones y de completar la fabricación de unas corazas hechas a base de cuernos platificados por el calor, y unidos entre si por correas y eslabones, con los cuales pensaba precaverse de las flechas (pero que no le dieron resultado por ser muy pesadas), partieronse la fin todos juntos el día de Reyes, 6 de enero de 1533, rumbo a la bahía de Cartagena27. La primera parada de don Pedro de Heredia en la Costa Firme fue en Gayra, dato que importa señalar, porque el cronista Oviedo nos dice que allí el gobernador “envió dos hombres por tierra a Sancta Marta por una lengua india nacida e criada en Cartagena, la cual se truxo”. Y esta fue la misma india que Diego Nicuesa, veintitrés años atrás, se había llevado consigo a su paso por Zamba; y que educada después en Santo Domingo, se había ya convertido, ingenuamente, en la más eficaz colaboradora de los españoles, motivo por el cual estos la tenia en aquellos momentos en la ciudad fundada por Bastidas. De aquí en adelante, la historia de la fundación de Cartagena ha dado origen a innumerables controversias y discusiones, pues, aunque de acuerdo en lo esencial, los historiadores de aquella época difieren en infinidad de minucias, y principalmente en las fechas. Sin embargo, no hay que preocuparse mucho por ello, pues si a alguien se le puede y se le debe creer en esta materia es la propio Heredia, quien en una carta conocida hasta hace relativamente poco tiempo en el siglo XIX, nos va contando en forma sucinta, pero paso a paso, casi todo cuanto le ocurrió en aquella aventura, no siendo necesario, para que la narración de aquellos episodios sea menos árida, sino para sumarle algunos detalles circunstanciales que los cronistas le añadieron después, con base en los relatos de algunos testigos, o conservadores por tradición. Aquella carta, dirigida al emperador Carlos V, no tiene por desgracia ninguna fecha; pero por su texto, es fácil de inferir que debió ser escrita hacia Abril de 1533, y no antes, ni después. Vamos a seguirla. De acuerdo, pues con el propio protagonista principal de esta historia, su llegad a ala bahía de Cartagena tuvo lugar el día 14 de Enero de 1533, a donde penetro sin duda por Bocagrande, “con una nao, y dos carabelas y una fustas, en que metería 50 hombres de guerra y 22 caballos”, saltó a tierra firme en seguida, probablemente en las cercanías de lo que hoy llamase Castillogrande; pero mientras desembarcaba sus caballos, he aquí que uno de estos se les desmana, y cuando van a buscarlo, se descubre, por las huellas, que los indios se lo han llevado, por lo que el propio gobernador, con unos 15 peones, decide salir en persecución de l animal. Y habría ya andado cerca de una legua por la costa del mar, cuando “yendo íbamos, topamos con un escuadrón de indios…que nos alcanzaron a flechar; arremetimos a ellos; volvieronnos las espadas; alcanzamoslos con los cavallos luego; no consentí yo que se matase a ninguno, antes los rodeamos y tomamos a uno de ellos para saber la lengua de la tierra, el cual después de tomado, nos llevo a su pueblo cuando llegamos no había nadie dentro, sino los buhíos cerrados”28. Está ya, pues, Heredia en Calamari, pero se había encontrado una población desierta. Solo quedaban el prisionero, y un indio viejo que, aparentemente por su edad, pero quizás mas por su ardid de guerrero, no había huido, y a la que los españoles llamaron Corinche, porque según

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cuenta Oviedo, dijo “que él mostraría un arroyo”, palabra que en el dialecto local designabase con esa voz. En estas circunstancias, Heredia optó por esperar pacientemente; y después de haberle dado a entender a su prisionero por medio de su lengua, la india Catalina “que él no venia a hacerles mal” sino en son de paz para comerciar con ellos y darles cuchillos, hachas y otras cosas, lo fue soltando, diciéndole además que regresara. Heredia, por su parte, volvió al sitio de sus desembarco original; pero como esperase tres días, y el indio no diera señales de regresar, el conquistador resolvió entones tornar por segunda vez al pueblo de Calamari, el cual estaba como la primera vez, abandonado. Y porque encontró allí mejores aguas que las que había en Castillogrande “acordamos-dice- de assentar en el mismo pueblo”29. Tenemos ya al conquistador asentado, aunque provisionalmente, en el pueblo de Calamari; pero obviamente, su gran preocupación, y así lo revela la sobredicha carta, no podía ser otra que hallar aguas buenas y suficientes para poder fundar una gran ciudad, ya este fin despachó de inmediato sus dos carabelas para que excursionasen en distintas direcciones, una hacia el sur, hasta el Sinú, y la otra hacia el norte, hasta el rió grande de la Magdalena. Esta ultima llegó pronto a un sitio “que dicen Zamba que es a seis o siete leguas del rió Grande”, el cual le pareció a los expedicionarios que era buen puerto, y que estaba en mejor termino para poblar. Más, para cerciorarse de ello, Heredia resolvió movilizarse él, hasta allí, y se dispuso a marchar a la cabeza de 50 infantes y 20 jinetes. Y cual guía mejor para aquella entrada sino el viejo Corinche. Con toda su experiencia, don Pedro cayó en el garlito, y convencido de que se dirigía hacia Zamba, siguió tras los pasos del indígena astuto. Primero tocaron en un pueblecillo, vecino de Calamari, llamado Canapote, “donde tampoco los indios nos quisieron a parar-dice Oviedo-cerca de unos charcos donde hizo jornada el primero día con mucho cansancio, e pasaron allí una mala noche”30. En este punto, cuanta el cronista Fray Pedro Simón, y “rompiendo la mañana” un fraile franciscano, el padre Mariana, cantó la primera misa en territorio cartagenero, y echó a todos la bendición; y Heredia, con su tropa, se dispuso a segur a Corinche, “no sabiendo ninguno de los nuestros otra cosa que el indio disponía en el camino” e ignorando que aquel, en vez de llevarlos hacia Zamba, lo que estaba era aproximándolos a Turbaco, en cuyas cercanías , pobladas por terribles indios flecheros, debían estar ya, porque en cierto paraje del camino, Corinche, dándole dramatismo primitivo a la escena, “se sentó a llorar y , preguntando la causa, respondió porque habían de ser todos presto muertos. Sin duda pensaba el indígena que, como en el caso de Ojeda y Juan de la Cosa, los Yurbacos darían buena cuenta del nuevo conquistador31. Pero ya los Yurbacos no eran los mismos de veinte años atrás. Diezmados sin duda por la viruela y demás enfermedades traídas por los europeos, y desmoralizados por el contacto con una civilización superior, su resistencia en esta ocasión, aunque heroica, iba ser menos eficaz, al paso que los conquistadores, por su parte, habían adquirido mayor experiencia en su estrategia invasora32. Así, pues, no había acabado Corinche de profetizar a los españoles aquella desgracia, cuando de repente, en unas laderas, vieron gran número de indios, empenachados por plumas, que con gran voceria y haciendo ruido con caracoles y fotutos, comenzaron a despedir nubes de flechas.

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Entonces el conquistador disparo sus arcabuces, y puestos en fuga aquellos, entró al pueblo de Turbaco “procurando apaciguar a la gente, que toda estaba adentro”; pero, los indios encolerizados, comenzaron la pelea, y se inicio así las dos únicas acciones de guerra importantes que el fundador de Cartagena se vio obligado a librara en las tierras de sus jurisdicción antes de la ceremonia fundacional. He aquí con sus propias palabras, como nos lo cuenta Heredia este episodio: “Hera el pueblo tal que azía dos horas que andávamos peleando con ellos, y no habíamos llegado a la mitad del pueblo, y creyendo ponerles temor hizeles poner fuego, y mientras el pueblo ardía nos rretiramos a unas labranzas a rehacernos, a donde estando que estávamos vienen los indios a dar con nosotros; tornamos allí a pelear con ellos; como los tomamos fuera de la fuerza del pueblo, desbaratámoslos; luego tornamos rrecoger para rehacernos otra vez y todos juntos acordamos de yr otra vez al pueblo; cuando fuymos no hallamos ya a nadie, porque todos eran ydos huyendo…”. En realidad, esta batalla, que la parecer si fue muy sangrienta para los Yurbacos, no le dejo en cambio sino pocas perdidas a los españoles como lo prueban las palabras con que termina Heredia esta relación: “Obró Dios en este día con nosotros uno de los misterios que el haze cuando es serbido, que no nos hirieron mas de dos hombres de los cuales murió uno, y seis caballos, de los cuales murieron tres”. 6.1.6 Fundación Eliminada la resistencia de los indios Yurbacos, Heredia retorno a su campamento o real de Calamari para atender a los soldados y caballos heridos. Y, por lo pronto, despacho una calabera a Jamaica en busca de socorros de toda orden, y en especial de mas caballos, pues estos, aparte de ser poderoso auxiliares en la guerra, infundian gran terror a los indios, “porque estos pensaban,-dice Oviedo-, que el relincho de aquellos era una especie de lenguaje entre el animal y sus dueños”33. Nada de aquello fue óbice para que el gobernador Heredia desistiera de sus correrías por la costa de Barlovento, en dirección hacia Zamba, para ver si por allá se podía fundar la proyectada ciudad de que habría de ser la capital de su gobernación. Salio en una segunda jornada el conquistador, pero esta vez enrumbo sus pasos por el camino lógico, a lo largo de la costa, tomando como guía a un indio que hallo pescando en la orilla del mar. Llevaba consigo a la india Catalina34. Nada cuenta Heredia en su carta al emperador, sobre el tiempo que demoro en llegar a Zamba, pero sí cuenta que, una vez allí, no halló ‘disposición para un pueblo principal”, “porque el pueblo es bajo a la entrada, que no tiene mas de una braza y media”35. Quedó Heredia decepcionado por este aspecto de su viaje a Zamba, aunque no así en cuanto a la riqueza de la tierra y sus moradores, pues en las aldeas por donde lo fue llevando su nuevo guía, lo habían recibido amistosamente, “así que truximos toda la tierra en paz”, y no faltaron los rescates de oro, que ya fueron dando la mediada de los tesoros de que podían apoderarse más adelante. Pero, sobre todo, debió estar feliz la india Catalina, de quien todos los cronistas cuentan que participo en estas jornadas activamente, contribuyendo de esta manera a la

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completa pacificación de sus compatriotas, a los cuales les decía que perdieran el temor y que “no tuviesen miedo de cadena/porque la que viene es gente buena…” Resolvió entonces el gobernador excursionar hacía las tierras del Rió Grande de la Magdalena, región en la que se hallaron pueblos muy grandes, donde los indios les tenían siempre “aparejada tanta comida que aunque fuéramos mil hombres nos podía sobrar”; y el conquistador les pedía oro, ‘y dávannoslo en cada pueblo lo que ellos querían, porque como heramos poca gente no haziamos mas que lo que ellos querían”. Y así recorrió Heredia una región vasta y densamente poblada, en la que se hablaban no menos de seis dialectos diferentes, y donde, en algunas partes, se practicaba la antropofagia, pues cuenta don Pedro en su carta mencionada que “hallamos una provincia que se comían unos a otros, adonde yo ahorque a ciertos que tenían por oficio de carniceros de hombres para comer”. También llamó mucho la atención de los españoles el hecho de que hubiesen muchas mujeres amazonas que guardaban la castidad religiosamente “e pueden matar sin pena a cualquier indio que les pida el cuerpo o su virginidad” y que peleaban con arcos y flechas a la par de sus compañeros varones. Todos los detalles de esta entrada hecha por Heredia en la región de Barlovento, está narrada pero confusamente, por los cronistas, de modo que no es posible seguir con precisión los pasos del conquistador, aunque sí hay muchos datos que permiten deducir que, por los menos, debió haber llegado hasta las bocas de Tacaloa, donde el rió Cauca tributa sus aguas al Magdalena, y quizás hasta el rió San Jorge36. Lo cierto es que esta correría duro 22 días, al cabo de los cuales llego de nuevo Heredia a Zamba, llevando consigo un botín de diez mil castellanos de oro, obtenido enteramente a las buenas, ya allí encontró ya, esperándole, a la carabela que había mandado hasta Sotavento para el reconocimiento del Sinú, pero sin buenas noticias en relación con el sitio ideal que estaba buscando para poblar. Decidió entonces el gobernador, “porque el invierno se entra, de recogernos a Calamar, que es el puerto de Cartagena, a donde primero estávamos, para rehacernos allí este ynvierno de caballos e gente”37. A esta localidad regreso el conquistador, según Oviedo, el día 17 de Abril, pero no de cualquier modo, sino casi en triunfo y sin haber derramado ni una gota de sangre. En efecto, por el camino, y gracias a la política hábil con que supo mediar en la rivalidad existente entre unas tribus y otras, y especialmente entre la de los Cipaguas y la de los Mahates, logró obtener de los primeros, por medios pacíficos, y como presente de gratitud, las dos piezas de orfebrería mas valiosas y renombradas entre todas las que por aquellos días de la conquista se hallaron en el territorio de lo que hoy forma la República Colombia: un puerco espín de oro macizo que pesaba 5 arrobas y media y que era adorado como ídolo en el templo de Cipagua; y 8 patos de oro con peso de cuarenta ducados que se hallaban en el poblado de Cornapacúa. Como si fuera poco, cuentan los cronistas que la cruzara Canapote, fue saludado con sonajas y música de pífanos38. Empero, no estuvo Heredia en Calamar. Y como las exploraciones realizadas hacia el Sinú y el Magdalena no le habían revelado la existencia de lugar alguno apropiado para la fundación de su capital, mejor que aquel pueblo de Calamar en donde se había asentado provisionalmente, determinó explorar con minuciosidad la bahía de Cartagena, tanto para ver si encontraba al fin

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agua corriente en algunas de sus orillas, como para entrar en entendimiento con las tribus que las poblaban39. Cinco eran las mas importantes poblaciones que se encontraban en aquella bahía, a saber: dos en la orilla continental, que eran Matarapa, y Cospique; dos en la isla de Barú que eran Cocó y Bahaire (cuyo cacique se llamaba Dulió); y una en la isla de Codego que se llamaba Carex. De todo esto informo el conquistador por un reconocimiento que hizo en varios bateles bien armados pro toda la región, en busca siempre de agua potable, “e no la halló en dos días que tardó haciendo esta diligencia con los indios”. Entonces determino enviar al viejo Corinche para que con auxilio de Catalina, fuese proponiendo paces a todos los caciques ribereños, ofreciéndoles a cambio de su sujeción al rey de España (y también de lago de bastimentos que ya se estaban necesitando con urgencia) buen tratamiento y amistad fiel en todo tiempo40. Cumplieron puntualmente su comisión Corinche y Catalina; pero el cacique Carex, que fue el primero con que trataron, se negó a admitir la coyunda extranjera, y estó fue causa de que Heredia, airado embarcase con parte de sus gente hacia Bocachica, en cuyas cercanías habitaba Carex, y lo atacara. Carex resistió valientemente, pero al fin cayó prisionero de los españoles, no sin antes presenciar la muerte de muchos de sus súbditos y en especial de dos a quienes citan los cronistas que se llamaban Piorex y Curirix; y por su lado, el conquistador perdió a diez o doce de sus hombres, según esos mismos historiadores. Es decir, muchos más que en la famosa batalla de Turbaco. Hicieron entonces en el pueblo botín considerable, que algunos hicieron subir a cien mil pesos de oro, y por eso a aquella población la bautizaron con el nombre de “Carex la Rica”41. Ahora bien, entre los prisioneros que Heredia hizo en tierras de Carex, estaba un Mohán llamado Carón. Y este fue el personaje de quien el conquistador se valió entonces para enviarlo en embajada pacifica ante Dulió en Barú. Más no fue enviado solo, sino en compañía de dos audaces soldados castellanos que se atrevieron a arriesgar su vida en la empresa. Y estó maravillo al cacique, al ver al mohán rodeado por aquellos gallardos jóvenes que parecían mansos y apacibles, y no los seres feroces cuya fama tenia aterrado al país. Carón cumplió entonces su promesa de proponer paces a Dulió; pero este pidió un día de plazo para consultar con los ancianos de la tribu, lo que le fue concedido; y sea porque temió enfrentarse a los conquistadores y sufrir la misma suerte que Carex, o porque estos lo supieron engañar hábilmente, es lo cierto que Dulió se decidió prontamente por la paz, y tan firmemente que, según se cuenta, como durante una junta de ancianos de la tribu, alguno de estos se atrevió a opinar a favor de la guerra contra los invasores, el cacique, colérico, le asestó un tremendo golpe de macana en el cráneo, que hay mismo quedo muerto en la reunión. Así, pues, establecida la paz, unas veces por las buenas, otras a la brava, con todos los pueblos comarcanos; y no habiendo hallado en todo el ámbito regional otro lugar que reuniese las condiciones de Calamari (aunque allí el agua no fuera corriente), acordó el gobernador “de tornarse a poblar Calamar, porque está en medio de su gobernación, e porque le pareció que era lo mejor de lo que havían visto y estaba en lugar mas a propósito para la pacificación de la tierra”. Y así lo hizo solemnemente. Llevóse a cabo, este acto con todas las ceremonias que eran de usanza para aquella época, el día 1 de Junio de 1533, en el mismo lugar donde originalmente había hecho su “assiento” el 20 de Enero del mismo año. Se trazaron entonces sí las cuadras,

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calles y plazas, con la iglesia, se eligieron Alcaldes y demás funcionarios, tálose el manglar para que mejor gozase de los dos mares que la circundaban, y quedó así fundada oficialmente la ciudad, de Cartagena, llamada con anterioridad San Sebastián de Calamari, después Cartagena de Poniente y por ultimo Cartagena de Indias para distinguirla de la otra Cartagena de Levante, sobre el mar Mediterráneo, en España42. 6.2 Proceso de Crecimiento y Desarrollo

6.2.1 Erección del Obispado Después de unas “correrías” que había hecho el señor Pedro de Heredia, en busca de “rescates” de oro en el Sinú, regresó a Cartagena y halló a su capital en pleno auge. En efecto había transcurrido menos de un año desde la fundación de la ciudad y ya era este puerto el más concurrido de toda aquella costa. Los buques que iban y venían desde las Antillas hasta el Istmo, o que de éste partían hacia España, recalaban todos en su hermosa bahía; se construían casas grandes, todavía pajizas, pero cómodas; habíase limpiado totalmente el manglar que ocupaba un costado de la población, cuya fama y riquezas comenzó a extenderse por “las Islas” y por la misma España, de suerte que cada día llegaban cargamentos que, relativamente, podían considerarse de lujo, queriendo así los mercaderes participar de las ganancias de los conquistadores. El incremento de esta ciudad fue por ello más rápido que el de otras que se fundaron antes, a lo que contribuyó sin duda la crecida suma de oro que rindieron las primeras correrías, la abundancia de víveres y sumisión de los indígenas, y la mayor experiencia que se había adquirido en los establecimientos, a fuerza de ensayos infructuosos43. Dos novedades halló Heredia a su regreso y fue la presencia en la ciudad de su hermano don Alonso, quien, al ruido de las conquistas y riquezas ganadas por don Pedro, se había venido desde Guatemala. Y otra aun mas notable, y era que su Santidad el Papa, informado por el emperador Carlos V de la importancia que había tomado Cartagena en tan breve tiempo, acababa de erigirla en sede episcopal, y había nombrado, como primer obispo de la nueva diócesis, al piadoso sacerdote dominico Fray Tomás de Toro y Cabero; quien aprovechando un barco que en esos días zarpaba para Cartagena por cuenta de uno de los socios de Heredia llamado Juan Ortiz, con refuerzo de 150 hombres, se había trasladado a su nueva diócesis, dispuesto a poner orden en el relajo de costumbres, que inevitablemente, tenía que producirse en un ambiente militar. 6.2.2 Primer ataque pirático Corría el año de 1554. Cuando en esas, cierta noche, mientras dormía tranquilo el vecindario, una hueste enemiga desembarca sorpresivamente, al amparo de la noche, en una playa cercana; se acerca con sigilo; vence a la escasa guardia que vigila somnolienta, y cae como un rayo sobre la confiada Cartagena44. La fama de riquezas que atesoraban las jóvenes colonias hispánicas, había despertado la envidia y codicia de las potencias rivales, sobre todo de Francia e Inglaterra, y la manera como

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LEMAITRE, Eduardo. Historia general de Cartagena. Tomo I. Bogotá: Banco de la República, 1983.

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LEMAITRE, Eduardo. Historia general de Cartagena. Tomo I. Bogotá: Banco de la República, 1983.

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estas encontraron la forma de neutralizar el poderío español, con el que temían batirse frente a frente, fue destacando expediciones marítimas que en forma mas o menos irresponsable, bien en calidad de corsarios, ya en la de simple piratas, atacaban por sorpresa a las poblaciones recién fundadas, y las pillaban de modo inmisericorde45. Ocurrió en efecto, que un año antes de este suceso, don Alonso Bejines, que era entonces teniente del gobernador Heredia, había hecho azotar, por supuestos o reales delitos anteriormente cometidos, a un piloto llamado Juan Álvarez. Y nos cuenta un cronista que éste quedo “tan sentido y emperrado que se propuso tomar venganza dél y de toda aquella ciudad; con cuyos intentos procuró embarcarse y salir Della, y, sin detenerse, entro a Francia y habiéndose comunicado con algunos piratas en una de sus provincias, asegurándoles que los metería en el puerto de Cartagena, y que sin ser sentidos y sin resistencia podrían haber a las manos la ciudad, picados de codicia…armaron tres navíos gruesos, con algunos pataches y pertrechos de guerra, y embarcándose mil hombres armados (sin contar la gente de la mar) llegaron la puerto de Cartagena, viniendo de piloto mayor el que urdía la trama, y entraron sin resistencia en él a la mitad de la noche, vigila del apóstol Santiago”46. Pero las cosas no fueron así tan simples. Ni Cartagena era el único objetivo de esta expedición de rapiña. Ya pocos días antes, Roberto Baal y sus corsarios habían recalado en Santa Marta, que se hallaba in defensa, y se habían apoderado de esa ciudad, cuyos vecinos huyeron a la Sierra Nevada. De allí, Baal se vino a Cartagena, de la cual se apoderó sorpresivamente. Con la circunstancia, todavía mas favorable para los atacantes, de que la mañana misma de aquel día, se había de celebrar la boda de una hermana del gobernador Heredia, con un capitán de apellido Mosquera; y cuando los invasores, que hasta cierto momento avanzaron silenciosos, empezaron a tocar sus instrumentos de guerra los vecinos adormilados creyeron que “era de comenzarse ya la fiesta de la boda”, por locuaz no acudieron a la defensa de la ciudad. Y no vinieron a intentar hacerlo, sino cuando ya los franceses eran prácticamente dueños de la situación. Mientras tanto, el piloto Juan Álvarez preparaba su venganza; y, habiéndose apostado al frente mismo de la casa en donde residía don Alonso Bejines no fue sino salir éste a la puerta, cuando “quedó en ella muerto pasado de parte a parte” por la espada de Álvarez, quien ala acto añadió estas palabras; “Este pago ha de llevar quien sin razón afrenta a los buenos”. Los franceses por no incendiar la ciudad y por la vida de todos, se llevaron entre el precio del rescate un rescate y el pillaje de cuanto objeto de valor pudo robarse, unos doscientos mil pesos de buen oro, “quedando los de la ciudad, -dice el cronista Simón-, en suma pobreza, aunque sin otra muerte que la del Alonso Bejines”47. 6.2.3 Gran incendio Cartagena ya no era tanto una simple base de operaciones para nuevos descubrimientos y conquistas, sino una colonia, cuya actividad principal y más proficua era la del comercio, para la que parecía señalada por la naturaleza. Una febril actividad mercantil la hizo así florecer, y la convirtió pronto en la plaza más atractiva del Caribe, pero por desgracia no solo para los mercaderes, sino también para los corsarios y piratas; y, en poco tiempo, puede decirse que casi todo el área de lo que hoy comprende el recinto amurallado de la ciudad, estuvo construido.

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Ibid. 46

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Sobre los humildes bohíos de Calamari, había surgido una ciudad completa; y por tanto, que no faltaron en ella, desde tempranos tiempos, las pujas y rivalidades de los comerciantes, ni el escándalo de las mujerzuelas de baja estofa que tras de aquellos y de los conquistadores llegaban; ni, en fin, las ridículas y vanas emulaciones de familias recién enriquecidas, que pretendieron trasladar a la nueva colonia las mismas diferencias de posición y de casta que regían en la metrópoli48. Entonces, para el mes de Enero de 1552 toda la ciudad ardió.”Fue la causa del incendio -nos dice Simón-, el descuido de unas enfermeras que mientras daban unciones a una mujer enferma de mal contagioso, arrimando sin advertencia del peligro unos braceros a las paredes…se encendieron una o dos dellas, que con facilidad se enseñorearon de toda la casa”. Y el resto lo hicieron las brisas de Enero. Ardió, pues, en aquella ocasión toda Cartagena, y con tanta mayor facilidad cuanto que, por aquellos años, la mayor parte de sus casas eran de madera, con cubierta pajiza. Después de la conflagración no quedaron sino pavesas49. Fue necesario reedificarla de nuevo e íntegramente. Y se empezaron a levantar edificios, todos de cal y canto, con techumbres y tejas50. Cartagena obtiene el titulo de ciudad otorgado por el rey (Felipe) el seis de Marzo de mil quinientos setenta y cuatro. Y el escudo de armas le es concedido el veintitrés de Diciembre de mil quinientos setenta y cuatro.

6.2.4 La expansión urbana51

Cartagena de Indias, desde la segunda mitad del siglo XVI, fue uno de las ciudades-puertos más sobresalientes de la América colonial española; su población estuvo directamente marcada por su destacada función en el comercio, De todas formas, como escribió George Duby la ciudad, no fue tanto el número de sus habitantes, ni sus llamadas funciones urbanas, sino sus rasgos generales de sociabilidad, su cultura, sus formas físicas y sociales, lo que definió la peculiaridad de su existencia. Como toda ciudad, creó la expansión de su sociedad y a su vez fue creada por ella. Se dieron tensiones, se activaron permutas de todo tipo y se unieron y mezclaron los hombres. Un gran mercado que convirtió a la ciudad en un gran punto de intercambio de mercancías, inmuebles y, por encima de todo, de bienes culturales. En su génesis la ciudad no fue mas que una factoría comercial sin traza urbanística concreta, donde desembarcaron un puñado de hombres exclusivamente guiados por codicia y el afán de conseguir oro. A mediados del siglo XVI, las crecientes necesidades del comercio trasatlántico acompañada de una excelentes ubicación natural y las extremas condiciones de lo puertos del Istmo, la llevaron a ser elegida como el puerto único del gran comercio que todos necesitaban.

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Página 150. 50

Ibid. 51

Todo este numeral es una parte del ensayo La ciudad descarnada. Conflicto de poder en la Cartagena

de la primera mitad del siglo XVII. Antonino Vidal Ortega. PhD. Historia América Latina. Universidad

de Sevilla. Profesor Universidad del Norte.

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Por tanto, al igual que otros grandes puertos como el Callao o la Habana, creció sin un verdadero proyecto urbanístico durante los primeros años de su vida; como afirman Marco Dorta y Jorge E. Hardoy, la importancia de estas ciudades estuvo directamente relacionada con el afianzamiento del tráfico comercial y sólo se introdujeron medidas de ordenamiento y regulación décadas después de haber sido utilizadas como puerto regular. Los puntos vitales de la ciudad lo constituyeron dos plazas. La del mar, instalada al borde del muelle y que se convirtió en el centro mercantil de la plaza; allí se ubicaron las Casas Reales de Contratación, la Aduana y las tiendas comerciales más notorias; en definitiva, donde se descargaban las mercancías y daban comienzos las ferias. La segunda fue la denominada mayor; en ella se instaló el edificio que albergó tanto al gobernador como al Cabildo de la ciudad, plaza que a su vez se hallaba flanqueada por lo portales de los escribanos, donde se cerraban los grandes tratos comerciales, y por la Catedral. Desde fines del siglo XVI, los grupos de mercaderes cartageneros dieron muestras de su capacidad de presión política en los enfrentamientos que en ocasiones mantuvieron contra las autoridades de la administración colonial, prueba de ello es un revelador informe de los inquisidores que describe la tensión que produjeron los jueces visitadores: Según lo que por buena coyuntura y por alguna experiencia colegimos la causa principal de los daños se reduce a algunos principios y el de más consideración, entendemos cierto, han sido algunos los excesos en el gobierno, ora en demasiada remisión e indulgencia de parte del superior, ora, en alguna demasía de los siendo inferiores y debiéndolo ser, aprovechándose mal de aquello han procedido de modo, que ha padecido el estado de la República continuos trabajos y perpetuas contiendas, de las cuales han resultado a hacerse varias relaciones a Vuestra Alteza y en virtud de ellas venir jueces que por haber sido muchos y muy continuados por espacio de 7 años ha quedado la ciudad descarnada, el comercio menoscabado y la plaza arruinada, como por nuestros pecados se siente aun en esas partes el daño y es fuerza, porque por ser este lugar un emporio abierto a todas partes, no hay ningún vecino que no tenga mil dependencias. El siglo XVII puede tomarse como punto de referencia primordial para entender en Cartagena lo americano lo que se puede apreciar en la pujanza peculiar de su cabildo. La unión de España y Portugal a partir de 1580, abrió una nueva dimensión en la organización de los grupos de poder urbanos. La nueva españolidad, disfrutada en este caso por comerciantes y distribuidores portugueses, tras los que se escondieron un sin fin de intereses y personas que no tenían nada que ver con el imperio, de alguna manera conmocionó la estructura oligárquica de la ciudad. Tomando el fenómeno apuntado como uno de sus orígenes, cabe hablar de una elite comercial que impulsó además la base de la renovación del aspecto urbano. Los solares urbanos de las familias fundadoras empezaron a desprenderse de la austeridad de la viejas casas de los hombres de guerra para aproximarse a la idea de casa del comerciante, más en consonancia con los tiempos que corrían, siempre y cuando no hubieran sido presa de las quiebras tan comunes entre los apellidos de los primeros encomenderos. Los cambios paulatinos en las fachadas, patios y piezas interiores, estuvieron ligados a las novedades en lo más alto de la estratificación social, puesto que la llegada de gentes diversas, dispuestas a favorecer grandes negocios, que acabarían redundando en las fortunas más acrisoladas siempre al calor de la mecánica del monopolio, no podía dejar de traer modas y costumbres desconocidas que transformaron la faz de la ciudad.

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Ahora bien, hasta la llegada del gobernador Pedro Fernández del Busto en la década de los setenta del siglo XVI, la ciudad carecía de la mayoría de los edificios oficiales. Desde el primer día de su estancia en Cartagena puso un empeño especial en aumentar el ritmo de construcción de las fortificaciones. El extraordinario empuje y desarrollo material que Cartagena tuvo desde las últimas décadas del siglo XVI hasta los años cuarenta del siglo XVII, propició un crecimiento acelerado y expansivo. La urbe fue amurallada y las continuas obras militares demandaron una gran cantidad de mano de obra especializada para hacer frente a las necesidades que el sector comercial blanco requería para su funcionamiento. Así, poco a poco los gremios y grupos de artesanos y obreros especializados crecieron en número y precisaron de sus propios espacios y barrios para vivir. En la mayoría de los casos, estos fueron creciendo dentro de la ciudad amurallada, caso del barrio de San Diego. Pero el fuerte incremento urbano y demográfico hizo que la población desde finales del siglo XVI, se instalara también al otro lado de la ciénaga en el arrabal de Getsemaní. 6.3 Proceso de fortificación52

España pobló con relativo retardo la bahía de Cartagena, espaciosa y segura como pocas en América. La voluntad de conquista se estrello desde los primeros tiempos con unos indios duros que resistieron las depredaciones de mercaderes de esclavos y saqueadores de pueblos. Sin desdeñar algún intercambio de oro o guanín por baratijas, rechazaron sucesivas "entradas", dando buena cuenta de las expediciones organizadas por los hermanos Guerra y por ese sanguinario bribón que se llamo Alonso de Ojeda. Y en las colinas que rodean la bahía, los aguerridos turbacos o yurbacos consolidaron una reputación bravía dando muerte al cartógrafo Juan de la Cosa. El fundador de Cartagena, don Pedro de Heredia, llego a enfrentarse contra estos artistas del arco y de flecha en enero de 1533. Venía provisto de Capitulaciones en regla que lo habilitaban para una gobernación en Tierra Firme y de una reducida pero bien pertrechada hueste de 150 hombres. El madrileño Heredia era hombre experimentado y enérgico; ducho en las lides indianas. Una vez desembarcado, sentó sus reales provisionalmente en Calamari, la isla are nos a donde los aborígenes agrupaban sus bohíos, pero sin que lo convenciese el sitio. Le faltaba un elemento esencial en casi todas las fundaciones iberoamericanas: agua corriente.

Solo después de un minucioso recorrido de cuatro meses por el norte de su gobernación hasta el rió Magdalena, y por los alrededores de la bahía, en infructuosa búsqueda de un lugar mas apto, regresa don Pedro para fundar a San Sebastián de Cartagena, probablemente el primero de junio de 1533. Los jagüeyes primero y los aljibes mas tarde suplirían la falta de agua encalara. Mientras tanto, mal podía el Adelantado desaprovechar las incomparables ventajas defensivas de aquel islote aislado en el más protegido rincón y puerto de la bahía (Fig. 2).

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Todo este numeral en una publicación libre y virtual realizada por la Biblioteca Luis Ángel Arango del

Banco de la República de Colombia.

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Fig. 2. Cartagena 1570. Es el plano más antiguo que se conoce. La ciudad, todavía sin murallas. No tiene más protección que el fuerte del Boquerón y unas culebrinas que defienden la bahía de las ánimas.

Pacificados los indígenas, la ciudad crece rápidamente gracias al buen éxito económico de las "entradas" Magdalena arriba, y sobre todo, al pingüe saqueo de las sepulturas sinues que consolida la prosperidad de la gobernación. Pero si no hay enemigos en el interior, el comercio y el oro sinuanos despiertan la codicia de un nuevo antagonista cuya existencia, cobijado o no por patentes de corso, habrá de determinar el desarrollo de Cartagena durante mas de dos siglos y medio. En los primeros años no son sino renegados de todas las nacionalidades mas o menos bien vistos por los rivales de España y de la Casa de Habsburgo. Su oficio es la guerrilla marítima; el ataque al puerto aislado y semi indefenso. El primero de estos visitantes furtivos se llama Roberto O'Valle (o Baal), quien se apodera de Cartagena en la madrugada del 24 de julio de 1543, cuando han transcurrido apenas diez años desde la fundación. Luego, en 1559, Martín Cote y Juan de Beautemps entran a sangre y fuego, cobrando un fuerte rescate. La ciudad vive aterrorizada por los piratas que surcan sus costas y ruega a la Corona dotarla de defensas permanentes.

Pasaran varios años antes de que Felipe II, el Prudente, de respuesta adecuada al ruego de sus súbditos de ultramar. Aun debe ser Cartagena amenazada por John Hawkins (1508) y, sobre todo, humillada por el Draque en 1580. Poco antes de este ultimo ataque, el Consejo de Indias despierta de su sopor burocrático para poner en marcha un grandioso proyecto de defensa de todos los puertos de Indias. En 1580 llega a Cartagena Bautista Antonelli, el más distinguido ingeniero al servicio de la Corona española y el primero de una serie ininterrumpida de expertos en el arte de la guerra que proyectan y construyen las fortificaciones de la ciudad (Fig. 3).

Fig. 3. Planta de Cartagena y proyecto de fortificación de la plaza elaborado por Bautista Antonelli (1595), por orden del rey Felipe II. Este esquema sirve de base para las fortificaciones que se construyen alrededor de la isla de Calamari, asiento de la primitiva Cartagena.

Su arribo es la génesis de las murallas de Cartagena de Indias, más de cincuenta años después de que Heredia trazara la ciudad y repartiera solares entre los conquistadores. Hasta ese momento, en las postrimerías del siglo XVI, sus moradores hablan sido presa del "apetito y festejo" de la piratería. De allí en adelante y ya enteramente en piedra desde la segunda década del siglo XVII, solo una vez en toda la Colonia cederá Cartagena ante los insultos del enemigo.

6.3.1 Cartagena en la política imperial

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Pero ni el oro del Sinú, ni los humillantes ataques piratas, son suficientes para explicar el formidable cinturón pétreo que rodea a Cartagena, Tanta largueza por parte de un gobierno tradicionalmente impecunio, no la justifican tampoco los magros recursos del Nuevo Reino de Granada y de las provincias de Popayán y Antioquia. La Colombia de entonces era colonia de segunda categoría y su "llave y antemural", no merecía tantas y tan solicitas atenciones Cartagena sólo se explica en términos geopolíticos; la ciudad es punto de apoyo vital para la defensa y comunicaciones con la verdadera joya imperial: el virreinato del Perú y, con el, el resto de Suramérica.

En efecto, concluida con éxito la inmensa empresa de conquistar a la América hispana y agotada la acumulación centenaria de metales preciosos por parte de las culturas indígenas, España pasó a consolidar y administrar su imperio. Lo primero fue asegurar las comunicaciones y el intercambio, sobre todo con el Perú y México, ricos en mano de obra aborigen yen mineral de plata. Como parte de esa consolidación se eliminó muy pronto el zarpe de navíos sueltos, fácil presa de ataques piratas, y se taponaron las vías de acceso a los reinos americanos; sólo la metrópoli podría comerciar con sus territorios de ultramar. A partir de 1566, y después de varios años de ensayos similares, el trafico quedó definitivamente organizado o, mejor, monopolizado, por convoyes de rutas y fechas preestablecidas que, partiendo de Sevilla, se dirigían anualmente a América.

El primer convoy, la Flota de los Galeones, zarpaba generalmente en abril y navegaba, con escalas intermedias, rumbo a Veracruz. El segundo, conocido como la Armada de los Galeones, se hacia a la vela en agosto con destino a Tierra Firme y puerto final en Nombre de Dios (desde principios del siglo XVII la población se trasladó a Portobello por ser mejor puerto y mas fácil de defender) en el istmo de Panamá. Y allí, en una gran feria, el Perú intercambiaba hombres y cosas as con la Madre Patria, en su única oportunidad anual de comercio ilícito porque la ruta por el estrecho de Magallanes estaba vedada. Ya de regreso, los dos convoyes se encontraban en La Habana para, en teoría, iniciar juntos el viaje trasatlántico. Aunque muy pronto, por las vicisitudes de las guerras, el convoy dejó de ser rigurosamente anual, el arreglo favorecía a Cartagena, donde los Galeones hacían escala continental. En su rada esperaban noticias sobre la llegada a Ciudad de Panamá, del lado Pacifico del istmo, de la pequeña escuadra, la Armada del Sur, que desde El Callao transportaba los lingotes y doblones de plata para alegrar la Feria. A Cartagena, por ultimo, regresaban los navíos antes de partir hacia su cita en La Habana (Fig. 4).

Fig. 4. Planta de Cartagena y proyecto de fortificación de la plaza elaborado por Bautista Antonelli (1595), por orden del rey Felipe II. Este esquema sirve de base para las fortificaciones que se construyen alrededor de la isla de Calamari, asiento de la primitiva Cartagena.

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Aunque el istmo era el embudo por donde pasaba todo lo que España llevaba y traía del antiguo Imperio Inca, en el fondo, el verdadero puerto terminal de los Galeones era Cartagena. Allí permanecían a veces durante muchos meses, allí se les reparaba con las maderas del Sinú y del Atrato, avituallaba y armaba. Allí hacían aguada. La ciudad era bodega y arsenal, sus haciendas alimentaban el gentío, y sus comerciantes controlaban el intercambio hasta Quito. Lo que ofrecía Cartagena era su segurísimo puerto, su topografía defensiva y sus tierras del interior. Con nada de esto competía Portobello. En efecto, la costa atlántica del istmo era malsana y la selva llegaba (y llega) casi al borde de la playa. En Portobello era imposible contar con los recursos para el suministro de una armada. Por ello la Feria duraba apenas dos semanas y por ello, como nada podía emular con su rada y su feraz transpaís (hinterland) en cercanía de ese nexo vital del imperio, a Cartagena se la nombro centinela, guardián del Talón de Aquiles imperial, repetidamente amenazado por los enemigos de España. De la ciudad partió la expedición que desalojo a los escoceses de Nueva Caledonia en el Darién (entre Urabá y Portobello), en 1700, desde ella se patrullaba la sensible costa de Mosquitía en la actual Nicaragua, y ella era la sede de los guardacostas que más o menos eficazmente controlaban el contrabando. También en Cartagena se organizaron las misiones de De la Torre y Arévalo para someter a los indígenas con cuya complicidad Inglaterra se aprestaba a ocupar el estratégico Darién. Lo que mejor subraya este papel vital, explícitamente reconocido por la Corona, es el situado o subsidio que la ciudad recibía de Lima para el mantenimiento de sus tropas y defensa.

Este estratégico carácter lo conservó Cartagena aun después de que bajo los Borbones, en el siglo XVIII, se desmontó el rodaje del tráfico monopolístico del convoy mercante que había convertido a la ciudad en puerto terminal del imperio. Es mas, durante el Siglo de las Luces se acentuó la importancia militar de la plaza, porque de incursiones corsarias los rivales de España pasaron a ataques en regla, cobijados regularmente por las banderas de sus ejércitos y flotas. De hecho, cuando el gobierno británico decidió asestar un golpe de muerte en el corazón mismo del imperio colonial español, congregó los más importantes efectivos navales de que tenia noticia el hemisferio occidental y la Europa misma, y los lanzó contra Cartagena. Con la derrota de Vernon y Wentworth en 1741 y el retiro obligado del comodoro Anson, quien simultáneamente había ingresado al Pacifico por el cabo de Homos, los ingleses perdieron la oportunidad de partir el imperio en dos y quizá conquistarlo, como era su designio. Para España la lección fue clara, como parte esencial de su larga lucha colonial con la Inglaterra del siglo XVIII no cejó en su empeño, incesante hasta los albores mismos de la independencia, por convertir la "Llave de las Indias del Perú", en la plaza fuerte mas respetada de América.

6.3.2 La estrategia defensiva

La concepción y el desarrollo de las defensas de Cartagena pertenecen a los siglos XVII y XVIII, la época del apogeo de la fortificación permanente abaluartada, respuesta de la ingeniería militar a la aparición de la artillería. Los primeros ejemplares del Arte datan de fines del siglo XV, cuando se descubre que la muralla medieval, alta, esbelta, concebida casi exclusivamente para rechazar un enemigo que trate de escalarla, es impotente contra los embates del cañón. El reto determina que la fortificación pierda altura y gane en espesor. Se diseña para ofrecer el menor blanco posible, dificultar la apertura de brechas en las cortinas y disponer sobre ellas de explanadas para las piezas que habrán de responder al sitiador (Fig.5).

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Fig. 5. Técnicas de ataque y defensa de una plaza fuerte. Los sitiadores trataban de acercarse para abrir brechas en las murallas de los sitiados y estos pugnaban por impedirlo. También se intentaba destruir las cortinas de los fuertes minándolas y haciendo estallar cargas de pólvora bajo sus cimientos

Las murallas se terraplenan mientras las torres curvas desaparecen y son reemplazadas por angulosos baluartes. Estos nacen como puestos avanzados donde emplazar la artillería v defender con fuego cruzado, desde sus bien protegidos flancos, la escarpa o exterior de las murallas, objetivo final del asalto enemigo (Fig. 6).

Fig. 6. Diagrama de una brecha en la cortina entre dos baluartes. Los cañones de estos flanqueaban la abertura para impedir el asalto enemigo. La distancia entre los baluartes y la forma de sus ángulos quedaban estrictamente subordinadas a la necesidad de cumplir con esta función pero sin interferirse entre si.

Desde tiempos inmemoriales, el objetivo de la fortificación sigue siendo, sin embargo, el mismo: como hacer que unos pocos puedan resistir el ataque de muchos. Porque lo normal es que el sitiador sea mas fuerte que el sitiado, tanto en numero de hombres como en potencia de fuego. Tarde o temprano lograra acercarse a la muralla y batirla en brecha. De esta hipótesis surge el principio fundamental que inspira la fortificación abaluartada: flanquear al enemigo para dificultar su ingreso por la brecha abierta.

Con el tiempo y la acumulación de éxitos y fracasos, los baluartes y sus obras complementarias se van complicando imaginativamente en tal forma que el objetivo, según un ilustrado tratadista, es:

"hallar la figura más conveniente a un recinto poligonal cualquiera para que las partes más expuestas de su fortificación fuesen defendidas y flanqueadas por las menos expuestas a la

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acción de las armas del sitiador, y que estas partes flanqueantes fuesen al mismo tiempo flanqueadas..., etc., etc., etc..."

Los estrategas y los ingenieros en el campo se dedican a avanzar las fortificaciones, a cubrirlas unas con otras y a encontrar las correlaciones geométricas que multipliquen las ventajas del defensor (Fig. 7). De todo esto hay múltiples ejemplos en Cartagena, cuartel general de los ingenieros de Indias y plaza donde dejaron algunas de sus más inteligentes realizaciones.

Fig. 7. Planta y corte de un complejo fortificado, típico del siglo XVIII. Las obras avanzadas, así como la forma y las dimensiones de todos los componentes del complejo, tenían por objeto evitar que la artillería enemiga pudiera abrir brechas en las cortinas del recinto para introducirse en el.

Sólo que las Indias no son las planicies de Flandes, aptas para artificios geométricos. Acá los arquitectos militares tienen que habérselas con una intrincada topografía, con la lluvia y el trópico, que hacen difícil la aplicación estricta de los cánones del francés Vauban, pontífice máximo del Arte, cuyas normas fueron transmitidas a los españoles en la Escuela de Ingenieros de Barcelona. Se necesita imaginación para complementar los fundamentos estratégicos. De ahí que, con razón, se haya identificado la existencia de una Escuela Hispanoamericana de Fortificación, con sus características propias, y de la que San Felipe de Barajas, por ejemplo, es una muestra sobresaliente.

Las ciudades se fortificaban teniendo en cuenta ante todo las circunstancias del terreno. Se aprovechaban las ventajas y se obviaban las desventajas. En Cartagena el trazado de las murallas se ciño a la amplia protección que ofrecía el agua; se redujeron a casi nada los frentes de tierra. En efecto, en todos los kilómetros de cortina que rodean la plaza, solo los estrechos istmos sobre el Cabrero y la Península de Bocagrande daban al enemigo oportunidad de acercarse a pie firme. 'A tal punto el mar y las ciénagas impusieron su preeminencia defensiva que el perímetro urbano se extendió, desde el principio, más de lo esencialmente necesario. A fines del siglo XVIII, casi doscientos anos después de amurallada Cartagena, la esquina noreste | de la ciudad, en las cercanías de don de hoy están las bóvedas, aun alberga, semibaldío, el enorme solar del convento de San Diego.

Con razón decía Antonio de Arévalo, el gran ingeniero que tanto contribuyó a la inexpugnabilidad de Cartagena de Indias, que la ciudad nada tenía que temer por las "avenidas" que el llamó de la Mar del Norte, del istmo y camino de tierra de la Cruz Grande (Cabrero y Crespo), y del istmo de Bocagrande. Del mar la protegían los peligrosos bajos y la muralla de la Marina erizada de

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cañones que convertían en suicida cualquier intento de desembarco. De Pointis, quien en 1697 lo intentó por las playas de Bocagrande, sin éxito, dejó escrito que "en la costa de Cartagena el mar es un señor invencible". Por la Cruz Grande estaban los baluartes de Santa Catalina y de San Lucas con sus obras avanzadas (tenaza y foso), y por Bocagrande el baluarte de Santodomingo con sus vecinos, Santiago y la Cruz, y por ambas avenidas unos istmos don de era imposible desplegar eficazmente la artillería del sitio, acomodar las tropas de asalto o sonar siquiera con minar las defensas cuando el nivel freático se hacía presente al primer golpe de pala (Fig. 8).

Fig. 8. "Avenidas" por donde (podía ser atacada, según el análisis de Antonio de Arévalo en 1762. El asalto podía intentarse por Bocagrande, por el Cabrero (Cruz grande), por el mar abierto (operación anfibia) y sobre todo por el Valle de la Popa, frente a San Felipe de Bara.

Un sitio riguroso en Cartagena de Indias debía necesariamente plantearse por la Media Luna. El amplio valle frente al cerro de San Lázaro era ideal para asentar el cuartel general del sitiador y las estribaciones de la Popa servían para amparar cañones y morteros, y para proteger las tropas del fuego de la plaza mientras se desmontaba la artillería de la estratégica cima de San Lázaro para tomarla por as alto. Así lo comprendieron desde el principio los encargados de planear las defensas de Cartagena, y de ahí su afán por fortificar el cerro e impedir, o al menos retardar, el acceso y ocupación del Pie de la Popa y sus alrededores.

El concepto de retardar, de demorar las operaciones del enemigo en sus esfuerzos por acercarse al recinto amurallado, es esencial para entender el pensamiento y las urgencias de los ingenieros militares de Indias. En efecto, el monarca español defendía sus reinos de América de la codicia de sus rivales europeos. No se esperaban ni revueltas internas, ni mucho menos apoyo local a las intentonas de las potencias rivales, salvo por parte de algunos grupos indígenas desafectos, de escasa importancia militar. Se trataba, por lo tanto, de repeler el ataque de tropas noreuropeas, poco acostumbradas a los climas tropicales y deficientemente

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inmunizadas contra las enfermedades de estas latitudes. El agresor tenia necesariamente que lograr sus objetivos rápidamente, antes que el calor, la humedad, el paludismo y la fiebre amarilla se convirtiesen en invencibles aliados de los sitiados. En Cartagena se estimaba un plazo de seis a ocho semanas para que las huestes tropicales llegasen invisibles a defender la plaza. Eran ". . . enfermedades que, en estos países, son cuasi indefectibles a los europeos recién venidos y mucho más a los que no han de venir a lograr descanso alguno. . . ". Esto escribía Arévalo mientras se devanaba los sesos para malograr el reposo de visitantes prematuros, originarios de las zonas templadas.

Retardar el sitio de Cartagena quería decir impedir, durante el mayor tiempo posible, el ingreso de las armadas enemigas a la bahía. El sitiador habría de llegar por mar y tendría que desembarcar en puerto seguro para transportar todos los aperos de combate basta el vital valle de la Popa. La ensenada de la Boquilla ofrecía algunas posibilidades pero las aguas no son propiamente seguras, como lo experimentaron Vernon y De Pointis, y un defensor decidido lograba dificultar mucho los intentos de llegar basta la playa con armas y bagajes. La entrada a la bahía era casi inevitable y por eso las fortificaciones de Cartagena se avanzaron hacia los puntos estratégicos por donde se podía eficazmente obstruir el acceso a barcos de vela. En las defensas propiamente navales, materializadas en los fuertes de San Matías, Santángel, San Luis, Punta Judío y Manzanillo, y mis tarde en San Fernando, San José, Ángel San Rafael y la escollera de Bocagrande, puso la Corona tanto empeño y tantos doblones como en las cortinas y baluartes de la ciudad misma.

6.3.4 Planeación y construcción de las fortificaciones

Los fuertes y murallas de Cartagena, como sus parientes en Europa y América, fueron objeto de una cuidadosa plantación, a cargo de un ingeniero militar cuya primera obligación consistía en justificar sus conceptos estratégicos y tácticos y presentar planos para aprobación de la autoridad competente. En memorando y dibujos, debía incluir la forma y dimensiones de las fortificaciones proyectadas, las relaciones de su artillería con el campo de tiro en la zona circulante y, naturalmente su costo. En los archivos militares de España queda constancia de la minuciosa preparación consagrada a Cartagena por acuciosos ingenieros; abundan hermosos planos multicolores -morado claro para identificar las cortinas, verde mar para los fosos, marrón para los accidentes del terreno- y con la dirección y alcance de cada cañón como lo exigían los dictados del Arte.

La iniciativa de que y cuándo fortificar en América, con la sobresaliente excepción del primer impulso dado por Felipe II, la tomaban ante todo los interesados directos que exponían su pellejo contra los enemigos del imperio. Muchas veces en Cartagena el gobernador tomo, por si y ante si, la decisión de disponer de los fondos en las Cajas Reales para reparar murallas o fundar fuertes. Pero, en materia tan delicada, procuro casi siempre asesorarse de los entendidos, de ese ingeniero militar siempre presente en la ciudad a lo largo de la Colonia, del general de los Galeones a su paso por Cartagena, y de los personajes de campanillas que esporádicamente hacían su aparición en tránsito hacia el Perú!, incluyendo los virreyes mismos. Con estos elementos se constituía un consejo ad hoc que, de manera colegiada, refrendaba las decisiones tácticas sobre la defensa de la plaza. De estas reuniones resultaban actas que se remitían a la Junta de Guerra en la metrópoli para confirmación de lo actuado y donde quedaban consignadas las conclusiones y los salvamentos de voto.

Aprobados los planos, comenzaba el vía crucis de contratistas y subcontratistas, de insuficiencia y mala calidad de los materiales, de incumplimiento en las entregas y de todos los

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inconvenientes conocidos por quienes, hoy y siempre, han construido desde una choza basta una basílica. La mano de obra se componía generalmente de artesanos, de malhechores condenados a trabajos forzados, de esclavos y, ocasionalmente, de las tropas mismas que por un sobresueldo coadyuvaban en la obra. En Cartagena fueron los artesanos libres y los esclavos negros quienes aportaron mayormente su talento y sudor a las fortificaciones.

Doscientos años de labores casi ininterrumpidas en la erección, reforma y reconstrucción de murallas le dieron a Cartagena una riquísima tradición artesanal. No en todas partes contaban los ingenieros militares con una reserva de canteros, maestros albañiles, carpinteros, herreros, capataces para construir las reales fortificaciones, y basta contadores para llevar minuciosamente los libros de los dineros del rey. Los ingenieros no se quejaban, como en otras partes, de dificultades de reclutamiento; los oficios pasaban con frecuencia de padres a hijos y consta que la Corona estimulaba a sus artesanos remunerándolos adecuadamente. Además, durante buena parte de la Colonia, los ingenieros tuvieron a su disposición cuadrillas de esclavos de propiedad real, mis o menos numerosas según el ritmo de las obras y los apremios económicos y militares de España. Esta disponibilidad se intensifico durante el gran periodo constructivo que siguió al ataque de Vernon. Cuando el rey tomó en administración directa la construcción de las fortificaciones, dejando muy poco en manos de contratistas (Fig. 9).

Fig. 9. Construcción del terraplén de una cortina con sus bóvedas.

En Cuanto a materiales, el más noble de ellos, la piedra, abunda en loa alrededores de Cartagena:

"..Piedra para hacer la cal por ser de buena calidad para ello, y para hacer obras de Mampostería y Cantería labrada, para Cimientos, Retretas y Ángulos: y para moldurar en obra Toscana, Garitas y Cosas semejantes, por ser franca y de color caña blanquezca de buen grano...".

Así se expresaba Arévalo en 1772, porque el, como sus antecesores, se habla preocupado por localizar las mejores canteras en Tierrabomba, Albornoz, Caimán y Barú, de buena caliza para cada uso: para hacerles frente a los embates del mar, para fabricar cal viva, o para tallarla primorosamente tal como en la portada de la Inquisición.

La madera seca y curada para pilotes y andamios, para arboladuras de los tendales, y para puertas y ventanas llegaba hasta del Sinú y del Choco, a las manos expertas de artífices inmersos en la tradición de los carpinteros de ribera. El hierro para hachas, serruchos, cinceles y demás utensilios para tallar la piedra, y el de los martillos, picos y palas, barretas, clavos, goznes capuchinos y cadenas venla de ultramar pero lo trabajaban las fraguas y fundiciones de la ciudad. Acostumbradas a suplir las necesidades de la gran Armada de los Galeones. Las cuerdas pesadas para izar materiales de construcción se importaban, aunque localmente se hilaba el fique de tradición indígena. El ladrillo para los parapetos y la teja para los cuerpos de guardia se moldeaba y horneaba con la buena arcilla de los numerosos tejares que rodeaban a Cartagena.

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Para el cemento, los ingenieros se acogían todavía a las excelentes fórmulas de origen romano. El mejor mortero era la argamasa preparada con tres partes de arena lavada, preferiblemente de arroyo (la de mar era menos apreciada), y dos partes de cal viva mezcladas con agua, y todo reposado y cernido. Nada más era necesario si se tenía buen cuidado al escoger los ingredientes. Fuertes y murallas que aun perduran orgullosamente erguidos en Cartagena, no tienen más pega que esta, excepto en los aljibes y demás obras sumergidas. La sangre ciertamente sobraba. En los aljibes se reducía la carga de arena a una parte y se añadía polvo de teja molida o escoria de hierro. Se preferían, además, para la argamasa de tan difícil servicio, las partículas de cal que quedaban en los homos de calcinar, mezcladas con cenizas.

6.3.5 La fortificación de las bahías

La bahía de Cartagena está dividida en dos grandes dársenas naturales con problemas defensivos muy diferentes: la Bahía Exterior limitada por península de Bocagrande, el continente, y las islas de Tierrabomba, Barú y Manzanillo; y la Bahía Interior que albergaba el fondeadero colonial, cerrada también por Bocagrande y el continente, y por las islas de Manzanillo y Manga. La exterior tuvo en distintas épocas, o por Bocagrande o por Bocachica, canales para naves de alto bordo y desde los primeros tiempos la seguridad de Cartagena dependió de negárselos a las armadas enemigas. La interior sirvió de surtidero para las flotas desde donde se transbordaban, en embarcaciones menores, mercancías y hombres hasta el muelle de la Contaduría, casi el mismo donde hoy, frente a la Alcaldía, la ciudad recibe el cabotaje y el turismo. En el fondeadero, el problema táctico consistía en la protección de navíos al ancla e inermes.

6.3.6 La bahía exterior. El siglo de Bocagrande

Es tal la aparente inmutabilidad de los fuertes de Cartagena que dan la impresión de haber estado allí desde siempre. La realidad es bien distinta. El complejo dispositivo defensivo de la ciudad es el resultado de un largo proceso iterativo, enmarcado en la cambiante geografía de la bahía yen las exigencias de doscientos cincuenta años de avances en el arte de la guerra. Como consecuencia, los fuertes y murallas de la plaza se construyeron varias veces, pasaron de moda, desaparecieron y quedaron en ocasiones condenados a la obsolescencia.

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Fig.10. Los fuertes de la bahía en 1580. Se ingresaba a ella por el canal de Bocagrande defendido por el fuerte de San Matías. Ya en el surtidero, los barcos quedaban bajo la protección de los cañones de San Felipe y del Boquerón.

El primer fuerte de la Bahía Exterior se instalo en la punta de Icacos (en las inmediaciones del actual Laguito) (Fig. 10). Su construcción obedeció, como la de todos los guardianes de la rada que le siguieron, al principio de que el enemigo seria extra continental, llegaría por mar y habría que negarle un fondeadero desde donde desembarcar cómodamente tropas y pertrechos. Varias veces edificado y reedificado con materiales deleznables durante casi 60 años, se le llamo primero fuerte de Vargas, por el gobernador que lo fundo en 1567, y luego de San Matías. Cuidaba del ingreso por el canal de Bocagrande, único acceso que tenia entonces la bahía para naves de gran calado. Por estas épocas y hasta 1640, la vía alterna por Bocachica apenas si merecía un pie de página. En 1586, por ejemplo, Bautista Antonelli, al tiempo que recomendaba una de las reconstrucciones y ampliaciones del San Matías, escribía:

"si el enemigo quisiera entrar por la Bocachica se deja orden que las galeras acudan a dicha Boca y poniendo las proas a la canal no puede entrar navío alguno, por ser la entrada muy dificultosa. '.

La última refundación del San Matías tiene lugar en 1602. Pero el fuerte, pequeño cuadrilátero con baluartes en los ángulos, está herido de muerte. Ya en 1599, se ha propuesto su traslado a Punta Judío (hoy Club Naval). En contra del San Matías milita su inconveniente ubicación en un movedizo saliente de la península de Tierrabomba. -"Tierra Floxa", como se conocía entonces a Bocagrande-, don de el cambiante régimen de brisas y mareas lo dejaba de tiempo en tiempo inútilmente anclado en tierra, expuesto al asalto y lejos de su normal misión marítima. Además, desde el punto de vista conceptual, se consideraba que un fuerte en Punta Judío, desde un sitio mas sólido y mas accesible, y protegiendo un canal mas estrecho, podía suplir provechosamente la función defensiva de la punta de Icacos. Se abandonaba la Bahía Exterior para proteger el ingreso directo al surtidero, razonando que, aun para un enemigo ya surto en la rada externa, lo

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tupido del monte desestimulaba cualquier intento de desembarco y aproximación a la ciudad por Mamonal o Albornoz. Afortunadamente, quizá, la topografía de la bahía se modificara antes de que esta cuestionable hipótesis sea puesta a prueba.

El futuro del fuerte en Icacos no se decide sin que antes, para reforzarlo, se le proponga compañero. El gobernador Jerónimo de Suazo proyecta, en 1603, la plataforma de santángel en un promontorio de la isla de Alonso Navas, como se llamaba, por su propietario, lo que es hoy Tierrabomba. Estimaba Suazo que desde el otro lado del canal de Bocagrande esta batería podría cruzar fuegos con Icacos y que, dispuesta sobre un terreno mas firme que el de su compañero de tiro, seria fácil de mantener a pesar de su aislamiento, años tuvo inicialmente poco eco en España e inclusive dio origen a una controversia epistolar entre los responsables en Cartagena y el connotado ingeniero Tiburcio Espanoquí, quien: desde la Junta de Guerra, abogaba por el fuerte en Punta Judío. No será la primera ni la última vez que las disposiciones tácticas sobre la defensa de la plaza provoquen airadas discrepancias. Ala postre, en 1617, Cristóbal de Roda, el primero y uno de los mas grandes ingenieros permanentes de Cartagena de Indias, erige un pequeño santángel de efímera existencia.

Pero aun antes de que se materialice santángel, Bocagrande ha perdido va mucho de su vigencia táctica. Por Cédula Real de 1608, la Corona ha ordenado la construcción del Castillo Grande o Santa Cruz en Punta Judío. Roda inicia esta obra sin mucho entusiasmo porque le desagrada la traza de Espanoqui -recinto teórico imaginado a un océano de distancia- y porque el es partidario de un fuerte en el bajo del Medio, más lógico que el de Punta Judío, pero de costosísima cimentación. Don Cristóbal, por demás, no es amigo de abandonar del todo el canal de Bocagrande, así acepte que su protección se complementa con el Castillo Grande como una segunda área de defensa para impedir el franco acceso al surtidero, y compacta la idea de que, por su localización, el fuerte en Punta Judío es útil en el cubrimiento de este ultimo. Fue, sin embargo, más convincente, quizá por ser más económica, la opinión de Espanoqui; la Junta de Guerra ordena que una vez Castillo Grande quede en estado de defensa se abandonen los guardianes de Bocagrande.

Con el gran ingeniero y gobernador Francisco de Murga (1629-1634) se confirma el triunfo conceptual del cerrojo en el acceso al surgidero, con exclusión de la Bahía Exterior. La Real cédula de 1626 refrenda el criterio y ordena la definitiva demolición de San Matías y Santángel. El ya muy deteriorado fuerte en Icacos desaparece para siempre del horizonte cartagenero. Otro tanto sucede después con Santángel y para complementar Castillo Grande, terminado en 1631, se ocupa con una pequeña plataforma artillada el extremo de la isla que cierra, por el oriente, el ingreso a la Bahía Interior: es el San Juan de Manzanillo (Fig. 11).

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Fig. 11. Los fuertes de la bahía en 1635. El énfasis se marca ahora sobre la defensa de la Bahía Interior. El gobernador Francisco de Murga (1629-1634) la eriza de fuertes que hacen imposible el ingreso de navíos hostiles. Cartagena queda, sin embargo, expuesta a un posible desembarco enemigo en las costas de la Bahía Exterior para luego acercarse por tierra a la ciudad.

6.3.7 La bahía exterior. La hegemonía de Bocachica

Un evento fortuito obliga a repensar el modelo estratégico de la Bahía Exterior que parecía haber quedado definitivamente resuelto por Murga. El 17 de marzo de 1640, naufragan en la Bocagrande la nave capitana y los galeones Buensuceso y Concepción, de la armada comandada por Rodrigo Lobo da Silva. Los cascos hundidos sirven de núcleo colector de arena y aceleran la formación de la barra que ya desde antes habla comenzado a hacer difícil la navegación. Pocos años más tarde, una franja de doscientos pasos de ancho unía Tierrabomba con Bocagrande y se habla cubierto de mangle e Icacos. Se revolucionaba la geografía de la rada. El impedimento desvió las mareas y profundizo de manera natural el canal de Bocachica cuyo fondo era de barro. Con un ligero dragado, los más pesados galeones y naves de guerra iniciaron su tránsito entre Barú y Tierrabomba, modificando radicalmente todo el andamiaje defensivo de la bahía de Cartagena.

Era una suerte contar ahora con un estrecho canal, único para toda la bahía, cuyo acceso podía controlarse casi que desde un solo punto, sin la proliferación de fuertes que habla hecho de la defensa de Bocagrande un rompecabezas. Así lo consideró la junta reunida por el gobernador Luis Fernández de Córdoba en 1646, con asistencia de los oficiales del convoy de Galeones que se dirigía a Portobello y del ingeniero Juan de Semovilla Tejada. Por cédula de 1647 se ordena

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la construcción del San Luis de Bocachica y el desmantelamiento de Castillo Grande, Manzanillo y Manga (del que daremos noticias más adelante) cuyas dotaciones y guarnición debían servir para el nuevo fuerte. Bocachica permite ahora cumplir con la máxima militar de concentrar fuerzas, aprovechando la nueva circunstancia geográfica para eliminar su dispersión. Los trabajos son, sin embargo, lentos; demoran hasta 1661 y en 1669 todavía se sigue perfeccionando el San Luis con un foso y otras obras avanzadas.

A partir de su construcción, y hasta mediados del siglo XVIII, la Bahía Externa se apoyara exclusivamente en el San Luis. En la boca de la Bahía Interior y más adentro, Manzanillo permanecerá abandonado, Manga desaparecerá y Castillo Grande, aunque en pésimo estado de conservación, retendrá alguna importancia sólo como protección del surgidero (Fig. 12). Su utilidad militar se considerara nula contra efectivos como los de De Pointis y durante el ataque de este, el capitán Santarén (acusado mas tarde de traicionar la plaza) recomendara al inexperto gobernador Ríos su abandono sin resistencia. Igual medida adoptara, cuarenta años mas tarde, el muy experto virrey Eslava durante el ataque de Vernon.

Fig. 12. Los fuertes de la bahía en 1690. Al cerrarse el canal de Bocagrande en 1640, el único acceso a la Bahía Exterior es ahora por Bocachica, defendida por el fuerte de San Luis, Castillo Grande y Manzanillo pierden casi toda su importancia. Este último se convierte en un simple almacén de repuestos de artillería. El fuerte de Manga desaparece.

San Luis no es un fuerte afortunado. Rendido por De Pointis, los franceses, no contentos con saquear la ciudad, vuelan sus cortinas y baluartes. El guardián de Bocachica queda destrozado, y antes de su reconstrucción parcial (1719-25) se le somete a otro de esos largos escrutinios frecuentes en la definición de la Cartagena pétrea. Se llega a proponer, como alternativa seria, reabrir la Bocagrande ya sólidamente cegada. La desventaja del San Luis son las tres leguas que lo separan de la plaza y que dificultan el apoyo logístico. Pero son tales las bondades del sitio, que después de las consabidas juntas y consultas se decide, en 1708, con el concurso de otro gran ingeniero, Juan de Herrera y Sotomayor, no sólo reconstruirlo sino complementarlo con el San José (1714-25) sobre un islote al otro lado del canal y con las baterías de San Felipe,

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Santiago y Chamba en la costa oeste de Tierrabomba. Estas últimas, que debían prevenir el que con un desembarco en las pequeñas calas de la isla se pudiese emprender el asedio por tierra del San Luis, demostraron ser de poca utilidad; fueron rápidamente sometidas sin gloria por Vernon en 1741. Nunca más reparadas. Sus ruinas sobre los acantilados están a punto de desaparecer; la erosión y el temible tumbapared han continuado la destrucción donde la dejo Vernon.

Mientras tanto, el acceso a la Bahía Interior termina de perder toda importancia táctica. Alguna atención recibirá Castillo Grande hacia 1728, pero no se concluyen las obras y, después del ataque ingles, el fuerte se habilita definitivamente para polvorín de la artillería de Bocachica, función esta que se prolonga hasta el siglo XX y será la causa de su ruina casi total al explotar en sus bóvedas (1938) un deposito de municiones de la armada colombiana. Subsiste apenas la cortina que apuntaba al fondeadero y escasos testigos de lo que fuera uno de sus baluartes.

Manzanillo, por su parte, se transforma también en depósito. Las propuestas de Herrera de ensancharlo son correctamente rechazadas por la Corona. El ingeniero termina construyendo un tendal para abrigar cureñas, mechas y demás aperos de artillería con destino a Bocachica y lo rodea de un muro semicircular parcialmente atronerado y de un foso para su protección. Tan poca es su importancia militar que, durante el sitio de Vernon, quedan allá aislados veinticuatro milicianos al mando del valiente capitán Baltazar Ortega sin que los ingleses se tomen la molestia de desalojarlos.

Fig. 13. Los fuertes de la bahía en 1740. Después de la toma de la ciudad por los franceses en 1697, se reconstruye el San Luis de Bocachica y se añaden otros refuerzos en el canal y en la costa de Tierrabomba.

Tal era el dispositivo defensivo de la Bahía Exterior (Fig. 13) que se enfrento a las 180 velas, incluyendo treinta y seis navíos de línea (de más de cincuenta cañones), del almirante Edward Vernon a partir del 13 de marzo de 1741. Aunque débil -la reconstrucción del San Luis mismo estaba aun incompleta-, cumplió su cometido táctico de demorar el asalto ala plaza y contribuyo a la victoria final. No se pudo impedir el desembarco ingles en Tierrabomba, ni la rendición de Bocachica después de quince días de intenso bombardeo, pero la sola existencia de impedimentos de piedra había retardado veinte días el asedio de la plaza, quizá lo suficiente

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para permitir la llegada del batallón de mosquitos portadores de la fiebre amarilla que diezmo al agresor. Claro esta que ningún fuerte es mas útil que la voluntad de resistir de su castellano. San Luis contó con los arrestos del coronel de ingenieros Carlos Desnaux, héroe olvidado, quien confirmo su casta humillando a los ingleses dos semanas mas tarde, la madrugada del 20 de abril, en la batalla que, frente a San Felipe de Barajas, decidió la derrota del invasor. Cabe destacar que después del S de abril, la bahía pierde toda importancia defensiva, y con ella don Blas de Leso, el héroe romántico del sitio de Cartagena, quien, sin comandancia y herido, no participa en las decisivas jornadas que determinan el re tiro de Vernon.

Comandante del apostadero desde 1737, de Leso disponía de seis barcos de línea; todos se pierden luego de haber contribuido solo secundariamente a la defensa de la bahía. Tres se incendian y se echan a pique por orden del virrey Eslava para impedir que caigan en manos de los ingleses que ya han forzado el ingreso al canal de Bocachica, y un cuarto, el Galicia, nave capitana, se rinde al enemigo porque mal barrenado no alcanza a hundirse. Los otros dos, el Conquistador y el Dragón, debían servir para bloquear el acceso al surgidero, pero el intento de barrenarlos frente al bajo del Medio fracasa por impericia y Vernon logra remolcar el Conquistador antes de que se hunda, dejando franco el ingreso a la Bahía Interior. El general de la armada Blas de Leso es grande no por su última batalla, sino por los mil combates anteriores en treinta y cinco años de heroicos y brillantes servicios. Vernon lo señalo en sus cartas como adversario epónimo porque era un símbolo de la resistencia hispana a la ambición inglesa. Muerto de sus heridas en Cartagena sobrevive el símbolo, pero a otros quizás cabe, con más justicia, el mérito de la victoria.

6.3.8 Bocachica después de Vernon

Cartagena y sus bahías recibirán el más solícito tratamiento castrense con el eclipse de la armada inglesa en el Caribe sur. Las obras de esa era dorada de la fortificación española en Indias son las que nos acompañan todavía, mudos testigos de la inquebrantable voluntad hispana de conservar su imperio.

Mientras Cruz Grande y Manzanillo quedan definitivamente relegados a su secundario papel de depósitos, la Clave de la bahía sigue siendo Bocachica aunque no sin que se renueve el debate sobre las ventajas de Bocagrande. Por un accidente hidráulico, el dragado de un pequeño canalillo para chalupas entre la bahía y el mar por los marinos de Blas de Leso, un poco antes del ataque de Vernon, el istmo entre Tierrabomba y punta Icacos, ya viejo de un siglo, estaba otra vez desapareciendo. Se imponen, sin embargo, las mismas consideraciones de cuarenta años antes, reiterándose que además de las facilidades defensivas de una reducida boca, solo maniobrable en fila india, en Bocachica los buques de vela quedan inmediatamente sin brisa e inermes en el socaire de Tierrabomba -fatal para una armada hostil- mientras que en Bocagrande, las maniobras de ingreso son siempre mas fáciles porque el viento predominante sopla de trabes y acompaña las naves hasta muy adentro de la bahía. Por otra parte, lo reducido del canal que en esa época bordeaba la costa de Tierrabomba permitía, como se demostró contra Vernon, el flotar sobre troncos una cadena que, anclada en sus extremos al fondo de los bajos circundantes, entorpecía del todo la navegación.

Las fortificaciones finales del canal de Bocachica, son el decantado producto de toda la sabiduría y experiencia de más de dos siglos sobre como impedir el ingreso de naves enemigas a la bahía de Cartagena de Indias. Las derrotas sin atenuantes de 1697 y 1741 por el control de la rada, no se asimilan en balde y convencen a la Corona de la inutilidad de reconstruir, por segunda vez, el viejo fuerte de San Luis de Bocachica, al menos en su emplazamiento original. Pero los despojos

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del guardián de la bahía. Sistemáticamente averiados por Vernon en retirada, tardan en servir de cimientos para nuevas construcciones. Deben esperar a que se zanje primero la enconada controversia sobre la óptima disposición táctica para la defensa del canal. En efecto, entre el recién llegado (1749) mariscal de campo e ingeniero director de los reales ejércitos, Ignacio de Sala, gobernador de Cartagena, distinguido traductor y adaptador de Vauban, y el coronel Bautista MacEvan, ingeniero director de las fortificaciones de la plaza desde 1742, se traba una dramática disputa ante todo técnica pero además personal que culmina con la renuncia del primero y el fallecimiento del segundo.

En su Proyecto de la canal de Bocachica de 1750, Maceran propone la construcción de la batería de San José de Bocachica en un islote vecino a la isla de Barú y del fuerte de San Fernando sobre la playa del estrecho de Tierrabomba, unos trescientos metros al sureste del antiguo San Luis. Sometido a la consideración del gobernador, este le hace numerosos reparos. Acepta la idea de San José pero como una combinación de fuerte-batería, utilizando para el fuerte propiamente dicho los restos de la fortificación erigida por Juan de Herrera y Sotomayor treinta y cinco años antes y también arrasada por Vernon. Allí propone las bóvedas artilladas y el almacén de pólvora, reservando el islote contiguo para la plataforma a' 'Flor de Agua' " cuyas veintiuna bocas de fuego debieron imponer, pese a su poética descripción, un mas que literario respeto en los marinos de entonces.

Con certera visión, De Sala sostiene además que los cañones de la plataforma deben apuntar a la arboladura, mástiles y jarcias de los navíos que pretendan forzar el estrecho canal de Bocachica pero sin ofrecer a su vez un blanco claro a las treinta toneladas de hierro por hora que, en la época, podían brotar de los navíos de línea, infernales fortalezas flotantes con cincuenta cañones por banda. Es por ello que el San José parece hoy penetrar como una cuña en el canal, protegiendo sus flancos y minimizando así la efectividad del castigo enemigo, y que sus Cañones en abanico podían seguir el curso de las naves hasta desbaratar su arboladura. Complementando el marco táctico orientado a dejar sin' ‘motor’, a la flota invasora, el gobernador propone la batería de Santa Bárbara en la punta de Remedia-Pobres. La traza de sus troneras para diez y seis Cañones aun subsiste en el muelle del pueblo de Bocachica, desde donde debían acribillar la proa de las naves que San José entregaba desarboladas.

En lo que se refiere a San José, la Corona aprobó en todas sus partes las modificaciones sugeridas por el gobernador al plan maceran Tanto el fuerte-batería como Santa Bárbara comienzan a construirse en 1751, y el primero, por lo menos, se termina hacia 1759. Pero donde los criterios divergen radicalmente es sobre la función del San Fernando. El ingeniero director propone un fuerte al borde de la canal que cruce fuegos con San José desde las bóvedas de una cortina semicircular y con la protección por el frente de tierra de dos poderosos baluartes, un foso y una galena contraminas. Con este refuerzo terrestre esperaba evitar que el San Fernando fuera rendido por tropas desembarcadas en Tierrabomba, tal como le había sucedido, por dos veces, a su antecesor el San Luis. El gobernador objeta vehementemente. Su San Fernando, puesto que ambos ingenieros coinciden en el homenaje al monarca reinante, Fernando VI, lo ubica sobre las colinas a espaldas de la aldea de Bocachica. Según el, el emplazamiento de maceran es malsano y el fuerte endeble y expuesto al ataque por tierra y a ser desarmado por un intenso bombardeo naval. El canal se defiende fundamentalmente con San José, y Santa Bárbara, su San Fernando, sobre los cerros y fuera del alcance de los navíos enemigos, es el complemento para evitar el desembarco y ocupación de las playas del oeste de Tierrabomba, desde donde ingleses y franceses hablan montado operaciones anfibias ante la impotencia de los defensores.

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La Junta de fortificación y Defensa de Indias desestima las objeciones del mariscal de campo y ordena, en julio de 1752, la construcción del San Fernando, de maceran Es ya tarde para que el ingeniero director goce del triunfo desde su tumba con la iglesia de la Orden Tercera. Ha muerto en abril de 1751 y afirman algunos que de despecho y rabia por las humillaciones. En cuanto al gobernador, Santa Fe no le perdona las dilaciones con que, durante casi dos años (1749-51), resiste las órdenes perentorias del virrey José Pizarro para que presente su plan de defensa de Bocachica. Sabedor de que el virrey sostiene que el fuego de los fuertes es mas nutrido y eficaz que el de los barcos. De Sala emplea toda clase de subterfugios hasta recibir una Real Cédula que le concede autonomía de la capital para disponer de los fondos de las Cajas Reales en obras de fortificación. Inútil arrogancia; el gobernador inicia lealmente la construcción del San Fernando que tanto ha criticado, pero presenta al mismo tiempo su renuncia. Unos meses más tarde se le nombra sucesor y, un tanto secamente, se le informa que "Su Majestad queda muy satisfecho del celo y amor con que Vuestra Excelencia le ha servido".

El San Fernando lo termina, en 1759. Antonio de Arévalo pero con importantes modificaciones propuestas por el nuevo ingeniero director, Lorenzo de Solís. Para corregir en parte su inherente debilidad desde tierra por la dominación de los cerros vecinos se aumento la altura de cortinas y baluartes. Arévalo completa más tarde las obras de refuerzo añadiendo dos baterías colaterales: la de Santiago que barre el glacis norte y que, muy derruida, recibe a los visitantes en el muelle del balneario, y la de San Francisco Regis, al lado opuesto, de la que no quedan testigos (Fig.14).

Fig. 14. Los fuertes de la bahía y la Escollera en 1790. La barra que cerraba el canal de Bocagrande desaparece entre 1740 y 1770. Se decide, sin embargo, que, como el estrecho canal de Bocachica es más fácil de defender, debe taponarse el ingreso por Bocagrande. Antonio de Arévalo construye la Escollera (1771-1778), muro submarino que impide la navegación a naves de alto bordo. En la Bahía Interior, Castillo Grande y Manzanillo quedan definitivamente convertidos en depósitos. Se añade el fuerte de San Sebastián del Pastelillo

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(substituye al Boquerón), mal diseñado y de escasa utilidad practica.

El tiempo habrá de hacer justicia y confirmar el acierto de los conceptos de Ignacio de Sala. Para completar el cerrojo táctico del canal de Bocachica, Antonio de Arévalo termina por construir, sobre el cerro del Homo, el original y hermoso Ángel San Rafael, hoy invadido por la jungla y su activo agente el tumbapared. Desde su escarpada posición domina y protege al San Fernando y sobre todo control a la vital planicie de Tierrabomba, donde, dos veces, había desembarcado el enemigo para forzar el canal. Semiderruido, el Ángel San Rafael es de difícil acceso. Vale la pena, sin embargo, competir con los murciélagos y visitar, partiendo desde muy cerca de la batería de Santa Bárbara, la galería subterránea de 600 metros que Arévalo construyo para proteger la retirada desde el fuerte y los nichos de muerte que ideo para su defensa (Fig.15).

Fig. 15. Plano de la batería del Ángel San Rafael elaborado por Antonio de Arévalo en 1778. Se observa el arranque de la galena (S) que llegaba hasta orillas de la bahía y permitía la retirada segura aun después de una defensa hasta el último extremo.

La protección de la Bahía Exterior que comienza en el canal de Bocachica termina de perfeccionarse con el Malecón de Bocagrande, la increíble Escollera de nuestros días. Seguían vimos, durante uno de los amagos de Vernon previos al sitio (1740), una chalupa de El Afrecha, fondeado frente al istmo que unía Tierrabomba y Bocagrande, resolvió, para facilitar el cruce al mar abierto, profundizar un pequeño canal existente. El modesto trabajo de dragado se vio pronto ampliado por la acción de los temporales. A fines de 1740, la abertura media aproximadamente 1.200 metros de ancho y uno de fondo yen 1749 tiene ya 2.400 de ancho y tres de fondo, y es claro que, una vez decidido como ha de defenderse la Bahía Exterior. Se hace imperativo cerrar una brecha que amenaza convertirse en una pista de ingreso al fondo del mismo. La obra, sin embargo, supera los conocimientos de ingeniería hidráulica de Ignacio de Sala, quien intenta una solución en 1750, y de Lorenzo Solís, quien fracasa ante brisas y temporales en 1754. El costo es, además, enorme y, mientras se hacen experimentos, la brecha continua ampliándose. Hay quien proponga una defensa con navíos anclados, sólo que ya en 1766 existe calado para fragatas de 24 cañones; suficiente para ser avenida de desagradables sorpresas.

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Foso húmedo del fuerte de San Fernando de Bocachica. Al fondo, el baluarte de la Reina; a la izquierda, la contramuralla con los accesos a las galerías contraminas. Se le conoce popularmente como el foso de los tiburones por la pintoresca tradición que lo convirtió en barrera infranqueable para los prisioneros políticos (Nariño, Santander, etc.) que ocasionalmente fueron huéspedes del fuerte. (Foto de Elena Mogollón).

Garita en San Fernando de Bocachica desde don de los centinelas del canal oteaban el mar abierto y la presencia de velas amigas u hostiles (Foto de Elena Mogollón).

Al fin, el siempre recursivo Antonio de Arévalo encuentra una solución tan buena, a más de relativamente económica, hincando hileras de pilotes de madera resistentes a la broma y

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rellenándolos de piedra, que su muro submarino construido de 1771 a 1778 ha resistido impávido doscientos años de Nortes (Fig.16).

Fig. 16. Piano del canal de Bocachica y sus defensas en 1763. Aparecen los fuertes de San José y San Fernando y la batería de Santa Bárbara, los cuales, asistidos de algunos navíos estratégicamente fondeados en el canal, constituían un cerrojo prácticamente inviolable. Sobre el cerro del Horno se halla situada la batería del Ángel San Rafael para impedir el desembarco de tropas enemigas en la "campaña" de Tierrabomba. Aparecen también los caminos militares que conducían a las antiguas baterías de Santiago, San Felipe y Chamba.

Concluida esta obra, y mientras prevaleció la navegación a vela, los fuertes de Bocachica negaron eficazmente el acceso a todo navío hostil. Los ingleses no volvieron a atreverse, ni lo hizo Pablo Morillo con su poderosa escuadra en 1815, ni tampoco lo intentaron los patriotas de Montilla en su reconquista definitiva de Cartagena en 1821. Estos dos últimos, que conocían bien la inexpugnabilidad de la talanquera ideada por De Sala, maceran, Solís y Arévalo, prefirieron sitiar la ciudad por tierra y aislarla de los fuertes de la bahía, a la costosa empresa de forzar por mar un ingreso cuyo éxito era muy dudoso.

Las victorias de Morillo y Montilla, frente a una plaza considerada inexpugnable, merece un pequeño escolio. Ambos trastocaron un axioma que servia de fundamento al pensamiento estratégico sobre la conservación de Cartagena: el enemigo venia de allende los mares y no tenia aliados en Tierra Firme. La provincia cartagenera era por lo tanto zona segura, de donde podían inclusive esperarse refuerzos. Morillo ocupa a Mompox al mismo tiempo que sitia la plaza y trae consigo sus aliados venezolanos, veteranos del calma y las enfermedades, al mando del sanguinario José Tomás Morales. Como los patriotas seis años más tarde, primero aisló a Cartagena por tierra, y luego, partiendo de Pasacaballos, rompió la unidad defensiva, cortando las comunicaciones entre la ciudad amurallada y los fuertes de la bahía. Esa fue la función de Morales, el verdugo de Bocachica, y para los patriotas, la de Padilla con su brillante acción frente a Getsemani la noche de San Juan. Y a pesar de ello, Morillo, con los archivos de España en sus manos, conociendo como nadie las flaquezas de Cartagena y contando, al final por lo menos, con un casi impenetrable bloqueo naval, estuvo a punto de levantar el sitio perseguido por las mismas huestes virales que dieron buena cuenta de Vernon.

Convenientemente restaurados -salvado de las aguas, podría decirse en el caso de San José-, los fuertes de Bocachica permanecen hoy incólumes. San José, al sur del canal, y San Fernando, al norte, sobreviven como adustos centinelas de tiempos idos y marcial monumento a

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los ingenieros militares que consagraron su vida, y bien puede añadirse su honra, a la defensa del imperio.

6.3.9 La Bahía Interior

La función de defender los Galeones, ese convoy que desde 1566 se convirtió en el cordón umbilical entre España y su imperio del Mar del Sur, era tan vital que con razón la primera fortificación formal y permanente de Cartagena de Indias se destino a la protección del surgidero. En ese mismo 1566, Antón Dávalos, gobernador de la plaza, construye el San Felipe del Boquerón, casi exactamente donde esta hoy el club de Pesca. Por su traza redonda, tenia estampa de torreón medieval y, a la sombra de sus bien dispuestas culebrinas, galeones con las velas recogidas podían confiada y pacíficamente dedicarse al intercambio.

No hay duda de que si, como argüían los tratadistas, la fortificación de los puertos tenía por objeto principal el proteger bajo sus cañones las flotas de guerra y el comercio de las naciones, el Boquerón estaba admirablemente situado. Para la ciudad misma, inerme hasta entonces, con excepción de alguna provisional trinchera cavada muy de prisa, el fuerte marca el comienzo de una fulgurante carrera como plaza "real", consentida por burócratas e ingenieros hasta cuando el Arte la convierte en el primer bastión de las Indias.

Además de su tutela sobre el "Surgidero de los Navíos de S. Majestad", el modesto Boquerón original vedaba el ingreso a la crítica bahía de las Ánimas, callejón estratégico que conducía al corazón de una ciudad de techo de paja, todavía sin murallas. De noche una pesada cadena, tendida sobre troncos hasta donde esta hoy la base naval, aislaba la ciudad del fondeadero. Se podía así dormir tranquilo, al abrigo de sorpresas desde la Bahía Interior, y quizá también en la no siempre justificada confianza de que, por esa vía al menos, el fisco no seria nocturnamente burlado.

El San Felipe del Boquerón, metamorfoseado con el tiempo, y no siempre acertadamente, tendría larga vida, prueba de su estratégica posición. Unos años después de su fundación, a instancias de Antoneli, la torrecilla original para escasa guarnición es ampliada y reforzada. Nunca alcanza, sin embargo, a cubrir todo el surgidero, lo que haría indispensable el complemento en Punta Judío.

La apreciación conceptual que veía en la Bahía Interior la clave defensiva de Cartagena tiene su máximo exponente en Francisco de Murga. El la convierte en un lago inexpugnable, y la enmarca, desde todos sus ángulos, en el campo de tiro de los fuertes que emplazo en sus riberas. No contento con El Boquerón, Castillo Grande y Manzanillo, el gobernador añadió el fuerte de Manga, del que se conoce muy poco. Apenas por la cartografía del mismo Murga en su "Relación" de 1631 al rey Felipe IV, lo sabemos ubicado muy cerca de un saliente de la isla, cercano al actual terminal marítimo y, por evidencia posterior, conocemos que se le sacrifica al San Luis, sin que queden vestigios.

Se pueden impugnar los fundamentos estratégicos que hacían de la Bahía Interior el eje de la defensa naval de la plaza cuando era en realidad como una línea Maginot susceptible de ser flanqueada por desembarcos en la Bahía Exterior. Con esta maniobra, el enemigo podía, teóricamente, sin preocuparse de los fuertes del surgidero, llegar a pie fume frente ala ciudad, cortar sus abastecimientos, e iniciar el asedio desde la cima del cerro de San Lázaro todavía desprotegida en 1635. Pero quizá este juicio sea demasiado severo. La manigua de entonces, por la que era necesario abrir precarias trochas para artillería de sitio, siempre bajo la amenaza

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de un contraataque que desde la plaza cubría, muy tupida, todos los alrededores de la bahía. Igualmente, debe considerarse que el transporte naval a grandes distancias de tropas para un asedio prolongado en un calma hostil era, todavía en ese momento, logísticamente desconocido y difícil de imaginar. Una cosa era un golpe de mano y otra un desembarco masivo. Veinte años más tarde, el desastre de William Penn frente a Santodomingo (1655) constituyo la mejor prueba de que el arte militar aun no estaba ala altura de operaciones anfibias de gran envergadura y mucho menos intercontinentales. Francisco de Murga podía razonablemente, enorgullecerse de su obra.

Taponada Bocagrande y modificados hacia fines del siglo XVII, los presupuestos sobre el tamaño potencial de un asalto enemigo, la Bahía Interior se eclipsa definitivamente ante Bochica. Al cambio de énfasis no es ajeno el latente temor a un desembarco en cualquier rincón de la Bahía Exterior. Unos fuertes desaparecen y otros se convierten en simples depósitos. Sobrevive, sin embargo, San Felipe del Boquerón, en parte por aquello de la cadena y el contrabando, pero sin pasar de ser un pequeño puesto de guerra, un "pastelillo”, tributario de los baluartes del arrabal de Getsemaní.

Almacén de pólvora en San Sebastián del Pastelillo. La batería de la izquierda protegía el fondeadero. Esta esquina es la del criticado ángulo muerto que inutilizaba el fuerte para la función básica de impedir el ingreso enemigo a la Bahía Interior y le permitía a este bombardear el San Sebastián a voluntad sin posibilidad de replica. (Foto de Elena Mogollón).

Su significación como protector del surgidero cambia radicalmente después del ataque de Vernon. El virrey Sebastián de Eslava, aureolado por el triunfo, cree poder identificar en las incidencias del sitio las debilidades de la plaza, había vivido la escalofriante experiencia de ver impunemente fondeada una formidable armada frente a los muros de Cartagena sin tener los medios para dar la replica. No es de sorprenderse, por lo tanto, que el virrey le ordene al recién llegado (noviembre, 1742) Juan Bautista maceran, la construcción inmediata (1743) del San Sebastián, nombre con el que quizás el ingeniero quiso honrar a su superior.

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Puerta de ingreso al San Sebastián del Pastelillo. La estrecha entrada dobla en ángulo para proteger la plaza de armas del fuego enemigo. Sobre el arco de la portada. Juan Bautista MacEvan, constructor del fuerte, dejó tallada la fecha de su terminación: 1743. (Foto de Elena Mogollón).

Este San Sebastián es un pastel que, militarmente hablando, significa una obra exterior dominada por los fuegos de la plaza. Es decir, una construcción avanzada que, en caso de rendirse al enemigo, no podría ser utilizada por este para atacar a los defensores porque la tendrían bien cubierta con la artillería de sus propios baluartes. San Sebastián quedaba subordinado a los baluartes de El Reducto y San José en el Arrabal que cómodamente batían el débil muro aspillerado que cierra la espalda del fuerte (Fig.17).

Fig. 17. Dominación de San Sebastián del Pastelillo por los baluartes de El Reducto y San José desde Getsemani. El fuerte no tenia defensas en los frentes que miran a la plaza; si se perdía, resultaba imposible para el enemigo mantenerse en el.

Aunque de pacifica vida castrense, la nueva fortificación soporto mas de un combate teórico; en realidad no le gusto a nadie. Decidse por Ignacio de Sala y por Antonio de Arévalo que la artillería orientada hacia la protección del surgidero estaba mal dispuesta porque no impedía al enemigo ni penetrar en la Bahía Interior, ni fondearse en su costado este para, desde un ángulo muerto, bombardear el fuerte a voluntad tampoco le veían utilidad a las baterías que apuntaban a la isla de Manga o al Caño de Gracia. Su campo de tiro no podía impedir el desembarco y desplazamiento de un adversario ya surto en la bahía que tenia mil maneras de llegar sano y salvo, lejos del alcance de San Sebastián, al valle frente al castillo de San Felipe, donde ya antes

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se había jugado decisivamente la suerte de Cartagena. Arévalo concluye sus severos juicios con una estocada final, golpe de gracia a la utilidad táctica del San Sebastián del Pastelillo:

"...Con estas consideraciones q. s. tuvieron en la Guerra pasada [1762-63], se dejaron en esta Batería 4 cañones (y aun eran muchos) de los 31 que tenia... ."

Inútil o no, el Pastelillo, hoy un restaurante, ha encontrado modernamente esa vocación inmejorable. La suya es una hermosa estampa en el horizonte cartagenero. Se conservan en excelente estado, gracias a una acertadísima labor de restauración, además de sus garitas, baterías y muros aspillerados, la portada, fechada en 1743, el inevitable aljibe, el almacén de pólvora y la amplísima plaza de armas en toda su majestad. Es lastima que el cuerpo de guardia y las habitaciones del castellano hayan terminado en cocinas bajo techo de barro y detrás de fachada colonial, pero alguna concesión es necesario hacerle ala gastronomía -que mejor destino final en un Pastel- para mantener en toda su pureza el rigor castrense de otros tiempos.

6.3.10 Las Fortificaciones de la Plaza

En las bahías se libraba el primer episodio de un drama que los ingenieros de Cartagena imaginaron siempre como una pieza en dos actos. La victoria naval no significaba necesariamente la rendición de la ciudad. No hay mejor prueba que la inscripción del mausoleo de Edward Vernon en la abadía de Westminster: . . . sometió a Chagras, y en Cartagena, conquisto hasta don de la fuerza naval podía obtener la victoria. El piadoso sobrino del almirante, autor del epitafio, se lava las manos ante el descalabro del brigadier general Thomas Wentworth, comandante de las fuerzas terrestres, quien se estrella contra la plaza fuerte.

Esa plaza fuerte la componían fundamentalmente las cortinas y baluartes de Cartagena y como obra avanzada, el castillo de San Felipe de Barajas. Hacia fines del siglo XVIII, consecuente con las teorías en boga sobre la horizontalización de las defensas y con sus propias inclinaciones, Antonio de Arévalo hizo construir algunas baterías sobre las vías de acceso a la ciudad, de las que no quedan vestigios. En dirección de la avenida de la Cruz Grande, instalo las baterías de más en Marbella y de la Quinta de Crespo casi al extremo norte de la pista del aeropuerto. Erigió además el hornabeque de Palo Alto, a medio camino hacia la Boquilla, a orillas de un caño que entonces comunicaba la ciénaga de la Virgen con el mar abierto. También construyo, contiguas al convento de la Popa, tres baterías para dominar ese valle crucial que encaraba San Felipe y que nunca estuvo muy lejos de sus preocupaciones.

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Fig.18. Baluartes de Cartagena de Indias. Las zonas punteadas corresponden a los tramos de muralla desaparecidos.

Pero lo esencial era la plaza "real", sus baluartes y cortinas, (Fig.18), y el cerro de San Lázaro, incomodo padrastro donde se hizo y deshizo la suerte militar de Cartagena. Serla muy largo y repetitivo contar la historia de cada baluarte y cada tramo de cortina. Baste decir que la sola muralla de la Marina fue, parcial o totalmente, desbaratada no menos de media docena de veces por las olas embravecidas y otras tantas veces reconstruida. Existen, sin embargo, algunos baluartes que, por su importancia para la protección del recinto, merecen una biografía.

De la misión de Bautista Antonelli en 1586, provocada por la urgencia de atender a la defensa del imperio, gravemente minado por la actividad corsaria, resulta para Cartagena el diseño de un recinto amurallado, correcto y practico, que se ajusta disciplinadamente a las circunstancias topográficas. Ese proyecto sirvió casi trazo por trazo, excepción hecha de una hacia el Cabrero, a fin de estrechar el frente de tierra, para planear las construcciones y refuerzos alrededor de Calamarí, asiento de la primitiva Cartagena, hasta 1810 (Fig.19).

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Fig. 19. Plano de Cartagena y sus fortificaciones enviado al Consejo de Indias por el gobernador don Pedro de Acuña en 1597. La planta incluye ya la extensión del recinto de Calamari en dirección del Cabrero, un poco más allá de lo previsto por Bautista Antonelli. El arrabal de Getsemani sigue desocupado aunque se observan, a orillas de la bahía de las, ánimas, las bodegas del Arsenal; desde allí se aprovisionaba a Los Galeones.

6.3.11 El baluarte de Santodomingo

Baluarte de Santodomingo. Aquí se inició la construcción de las murallas de Cartagena a principios del siglo XVII. El baluarte protegía el acceso a la ciudad desde la península de Bocagrande por donde penetró Francis Drake en Cartagena antes de que se construyeran sus murallas. A la derecha, en el primer plano, está el baluarte de Santiago con el que cruzaba fuegos para cubrir la cortina adyacente. (Foto de Elena Mogollón).

Es en el baluarte de Santodomingo, hacia 1602, donde el esquema de Antonelli comienza a plasmarse y es Cristóbal de Roda, su sobrino e ingeniero como el, el primero de esa pléyade de hombres de armas que nunca faltaron en Cartagena hasta la independencia y cuyo aliento, inteligencia y conocimientos se aunaron a la piedra, al terreno y al mar para hacer de Cartagena de Indias un bastión casi impenetrable. Roda decide cimentar el primero de los grandes baluartes sobre la avenida por don de se habla colado Francis Drake. Aun estaba fresco el

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infortunio de 1586 cuando el corsario -somete, gracias en parte a su abrumadora superioridad numérica, la débil resistencia cartagenera. La ciudad no tenla aun entonces reductos de piedra y sus pocos defensores, apostados en una trinchera apresuradamente dispuesta en el estrecho istmo que separaba Bocagrande de la ciudad, justo por donde pasa hoy la avenida Santander, nada pudieron hacer frente al invasor.

Del episodio queda un curioso documento en latín, firmado por el |Draque, don de acusaba recibo del sustancial rescate arrancado a las autoridades refugiadas en Turbaco y, unos años mas tarde, la decisión de cerrar la avenida de Bocagrande con el baluarte de Santodomingo o San Felipe, cuyas culebrinas abrían de cubrir el istmo de tan ingrata recordación. San Felipe fue modelo de las proporciones regladas por la Escuela Italiana de fortificación. En su cuello o gola se abrían, a ras de piso, las plazas bajas para Cañones que debían flanquear las cortinas de ambos lados, cruzando fuegos, a derecha e izquierda, con los pequeños baluartes vecinos de Santiago y la Cruz (Fig. 20). A principios del siglo XVIIL durante las sustanciales reformas y reconstrucciones del ingeniero Juan de Herrera y Sotomayor, desaparecieron las plazas bajas, pero subsisten, a ambos lados de la rampa, las bóvedas que les servían de acceso, también quedan, veinte metros a la izquierda en la contramuralla, los testigos del dintel de la tapiada puerta de San Felipe. Don Juan de Herrera la traslado a sitio mas seguro en el flanco opuesto del baluarte, por donde todavía se puede transitar tranquilamente. De esa misma época deben datar los ingeniosos canalillos que llevan las aguas, desde los mas apartados resquicios del baluarte, al aljibe publico cuyo brocal nos recuerda que hasta hace no muchos años Cartagena fue una ciudad sin agua corriente. Herrera, hijo barroco de su tiempo, añadió el gariton que corona el ángulo capital del baluarte, apuntándole al mar.

Fig. 20. La mural la de la Marina. Incluye el sector de las bóvedas con el que se termina, en 1796, el cerramiento de Cartagena.

Mucho antes de Juan de Herrera, el baluarte había sido rebautizado con el nombre de Santa María, pero al fin de cuentas ni San Felipe, ni Santa María, hicieron carrera. El vulgo termino por llamarlo, como a la puerta contigua, Santodomingo, por el Convento vecino que desde el siglo XVI presto su nombre a la toponimia de ese rincón de Cartagena.

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6.3.12 Los baluartes de Santa Catalina y San Lucas

Baluartes de Santa Catalina y de San Lucas. Su función era taponar la estrecha franja de tierra que unía a Cartagena con el Cabrero (avenida de la Cruz Grande). Para facilitar la defensa, se les situó en el punto mas angosto entre la Ciénaga y el mar a pesar de que as! se ampliaba el recinto amurallado bastante mas allá de 10 necesario para albergar la población. (Foto de Elena Mogollón).

A pesar de la actividad de Roda, en esos primeros años del siglo XVII, el cerco de Cartagena no adelantaba con gran celeridad. En el trasiego de juntas y cédulas reales eran muchas las dilaciones y parte de lo ya edificado se desmoronaba; lo construido inicialmente con tierra y estacas había sido fácil presa de las olas en casi todo el cerramiento que encaraba al mar.

La situación cambia radicalmente con el nombramiento del gobernador Diego de Acuña, quien al poco tiempo de llegado a la ciudad (1614) redactó este "Ynforme" para el rey Felipe III:

" El día de Nuestra señora 8 de septiembre con toda solemnidad que se acostumbra en semejantes fortificaciones como en las que yo me he allado, abiertos los cimientos y por manos de un Sacerdote de la Orden de Santo Domingo tenido por gran sierbo de Dios, asistiendo el Dean y Cabildo desta Sancta Iglessia con todos los Sacerdotes y Eclesiasticos y el pueblo se pusso la primera piedra poniendo en la Caxa della uno medalla de oro con la efixie de VuestraMajestad con monedas de todas las suertes y una lamina con el mes y el ano y demás memorias que conserban la antigüedad de semejantes Fortalezas... For la Yndustria del capitán Xpoval de Roda, Yngeniero"

El que Acuña sea uno de nuestros precursores en materia de primeras piedras, no le resta importancia a su diligencia edilicia militar y civil; su impulso es definitivo para la consolidación de Cartagena.

El gobernador construye en piedra y confía en su recién llegado ingeniero, da luz verde a Santa Catalina y San Lucas que, por el noreste de la ciudad, eran tan vitales como Santodomingo por Bocagrande. Estos baluartes se encargaban de impedir el acceso enemigo por la peligrosa avenida de Cruz Grande, lo que hoy llamaríamos el Cabrero, Marbella y Crespo hasta la Boquilla. Cristóbal de Roda, siempre siguiendo la traza de su tío Antonelli, pero acomodándose mejor al terreno, avanza los baluartes en dirección de la Boquilla, dejando tras ellos los terrenos baldíos que habían de conformar la huerta del convento de San Diego y paliar no poco, con sus frutos y la abundancia de jagüeyes, los rigores de los sitios a que sería sometida la ciudad.

Los primitivos baluartes de Santa Catalina y San Lucas, el primero contra el mar y el segundo sobre el caño de Juan Angola, flanqueaban desde sus plazas bajas, como Santodomingo, la cortina que cerraba el recinto y que abrigaba en su centro la puerta de Santa Catalina. Impecables en su diseño, emanaban de ideas italianas de abaluartamiento, ya algo pasadas de

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moda, y provocaron una querella entre el nuevo gobernador de Cartagena (1629), Francisco de Murga, quien venía de Flandes con el concepto de extender la fortificación, oponiendo fosos y revellines avanzados para dificultar la aproximación del enemigo, y don Cristóbal, con casi treinta fructíferos años de servicios en Cartagena. El gran ingeniero muere en 1631, anciano y achacoso, y quizá desprestigiado, pero deja una ciudad distinta de la que encontró, prácticamente en estado de indefensión en los albores del siglo y que ahora, detrás de sus murallas, va a gozar de años de paz y prosperidad, a pesar de formar parte de un imperio declinante.

Terminados en 1638, San Lucas y sobre todo Santa Catalina, sufrirán mucho por los embates del mar y por las voladuras de los franceses del barón De Pointis. La reconstrucción en 1719, como la de todas las averiadas defensas de Cartagena, correrá a cargo del incansable y competente Juan de Herrera y Sotomayor. Igual que en Santodomingo, desaparecen las plazas bajas y se reubica la puerta al otro lado del baluarte de San Lucas en su emplazamiento actual. Se reparan, además, los aljibes públicos y sus canales colectores y se le roba al mar, construyendo espolones con cajones de madera rellenos con piedras, una pequeña playa que proteja el baluarte de Santa Catalina de los temporales y que será la antecesora del terreno rescatado de las olas, por donde hoy pasa la avenida Santander (Fig.21).

Fig.21. Baluartes de San Lucas y Santa Catalina. A la derecha de ellos, el Espigón, que desde 1779 impide el acceso a la playa creada por Antonio de Arévalo para proteger de las olas la muralla de la Marina.

Cuarenta años mas tarde, Antonio de Arévalo, cansado de ver los Nortes destruir por tramos la muralla de la Marina, a todo lo largo de la moderna avenida, encuentra la solución definitiva, En efecto, la crónica colonial cartagenera registra numerosas y violentas tempestades que arrasaron una parte de la muralla e inundaron la ciudad causando estragos en comercios y conventos. Arévalo les pone coto (1765-1771), después de un sesudo análisis sobre la acción de las olas en el sector, construyendo una escollera paralela a la muralla para sedimentar las arenas. Este estudio, que aun hoy nos deja asombrados, recoge las enseñanzas de las precursoras ideas de Herrera y antecede, por su diseño y su éxito, los espolones modernos que en nuestros días defienden casi todas las playas de Cartagena desde Marbella hasta Bocagrande.

Tan rápidamente se crea la playa, cuando Arévalo es víctima de su propio invento. En 1779 se ye obligado a proyectar un espigón, mal conocido como la Tenaza, para cerrar el paso al enemigo, que bien podía intentar una sorpresa aprovechando la amplia faja de arena que ahora separaba del mar a Santa Catalina.

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Perfeccionando más tarde con aspilleras y banquetas paramos queteria, parapetos y fosos internos, el espigón de Arévalo se une al baluarte por una galería para el fácil y seguro movimiento de las tropas.

6.3.13 El baluarte de San Ignacio

Los Cañones de San Ignacio apuntan hacia la bahía de las Ánimas, la misma que hoy acoge el tráfico de cabotaje y que entonces, antes de los rellenos recientes, se extendía por todo el playón entre la avenida Santander y las cortinas de la ciudad Por allí navegaban, obligadamente, las pequeñas embarcaciones que servían de puente entre los galeones surtos en el fondeadero, allá frente al Club de Pesca y la base naval, y el muelle de la Contaduría, muy cerca del actual despacho del alcalde mayor (Fig.22). Su misión era desestimular cualquier intento contra el muelle o contra las riberas del arrabal de Getsemani y cooperar en el cubrimiento de Bocagrande.

Fig. 22. Muelle de la Contaduría. Allí atracaban las embarcaciones menores que llevaban y traían pasajeros y mercancías a los galeones surtos en el surgidero. La entrada obligada a la ciudad era por la puerta de la Contaduría, en los bajos de la Aduana (actual alcaldía), para facilitar el cobro de derechos. Se observa la estacada con que se vedaba el acceso al muelle en caso de necesidad. Una igual existía en la otra boca del caño de San Anastasio, por el costado de Chambacú.

San Ignacio, llamado originalmente baluarte de los Moros, debió de quedar terminado hacia 1630. La obra de Cristóbal de Roda habría de soportar, sin embargo, más de un sinsabor jurídico, en esta primera y agitada etapa de su existencia castrense. En efecto, sobre la cortina contigua, y previas las autorizaciones de rigor, la Compañía de Jesús construye su claustro y colegio en el sitio mismo que aun ocupan. La anexión religiosa de una construcción militar sobre el' 'frente de plaza' , que, además, se perfora con dos pequeñas pero peligrosas surtidas o puertas, provoca una de esas largas y estériles disputas que hacían quizá mas llevadera la casi inmutable tranquilidad colonial. Y es así como, por mas de treinta años, los ingenieros militares pugnan por desalojar a los jesuitas, obteniendo inclusive una orden de demolición, y estos se defienden con acciones dilatorias, alegando falta de recursos para mudarse a otra parte.

Al fin, y tras mucho va y viene de engolillados expedientes, la Corona transige salomónicamente y ordena construir, por cuenta de los jesuitas, una nueva cortina, unos metros más adelante,

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dejando entre la más reciente y la vieja edificación el espacio reglamentario para el paso de ronda. Se ha perdido, desafortunadamente, entre los baluartes de San Ignacio y San Francisco Javier, un tramo de esta muralla, pero desde la parte superior, convenientemente restaurada, se puede observar la antigua fortificación, asiento del claustro jesuita, con la huella de las surtidas y el espacio de la calle de ronda.

Avanzada la cortina según lo dispuesto por orden real, fue también necesario desplazar el San Ignacio. Gracias a Juan de Herrera y Sotomayor, el baluarte adquirió finalmente, hacia 1730, su dimensión actual, su gran garitón barroco y su rampa de acceso, resurgida esta última hace unos años en el curso de la restauración que demolió el estéticamente desacertado Monumento a la Bandera (Fig.23). También de la época de Herrera data, quizá, su nombre actual, San Ignacio, por la iglesia cercana, hoy de San Pedro Claver, que formaba parte del establecimiento de la Compañía. Mejor, por supuesto, el santo de Loyola que unos Moros para defender a Cartagena, donde estaba ya bien enraizada la tradición de bautizar fuertes y baluartes con todo el santoral. Las legiones celestiales eran ciertamente bienvenidas en caso de apuro.

Fig. 23. Baluartes de San Ignacio. San Francisco Javier |y Santiago. El tramo de cortina entre los dos primeros no existe hoy.

6.3.14 El arrabal de Getsemaní

En las postrimerías del siglo XVI, Cartagena comienza a desprenderse de su aspecto de caserío en bahareque para adquirir el más respetable de su pueblo en mampostería. Ocupaba todavía, sin embargo, sólo una parte de Calamari, la isla que la vio nacer, extendiéndose apenas hasta la plaza de los Jagüeyes (hoy Fernández de Madrid).

En la vecina isla de Getsemani o Gimani, a la que se unía por un endeble puente de madera, no existían más construcciones que un modesto convento de San Francisco y la carnicería. El primitivo viaducto, "una puente levadiza mas porque no huyan los amigos que no por miedo a los enemigos" como diría un visitante avergonzado por la capitulación ante Drake, se prolongaba en trocha por entre la vegetación de Gimani y seguía hasta Tierra Firme, en las inmediaciones del cerro de San Lázaro. Este último no pasaba de ser, por el momento, un mero accidente geográfico, una de tantas colinas que formaban parte del sistema de la Popa, sin ninguna importancia urbana o militar.

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Fig. 24. Traza de la calzada y batería de la Media Luna, Circa 1631. Esta era la única comunicación de Cartagena con el continente. Al fondo se observa, aun sin fortificar, el cerro de San Lázaro, que dominaba la puerta de la Media Luna. Para reforzar la defensa, la calzada contaba con un revellín, una tenaza y tres fosos.

Con el despuntar del siglo XVII, Cartagena se extiende. En pocos años casas y calles cubren a Getsemani, refugio de la gente menor: artesanos, buhoneros, burócratas de poca monta, pero sin que las seis o siete mil almas del núcleo urbano rebasen los límites del Arrabal. Más allá se entraba en el "arcabuco" o monte cerrado, aun incipientemente civilizado y dominado desde la agreste cima de La Popa por el aislado convento de los agustinos recoletos. Pasaran algunos años antes de que las exigencias del camino real las romerías de los cartageneros y de la gente de mar al altar de la milagrosa Virgen de la Candelaria de la Popa, los tejares y las haciendas de pancoger, desbrocen y civilicen al valle frente al cerro de San Lázaro. Mientras tanto, casi en sus faldas, al otro lado del camino real, manos piadosas dotan el hospital de San Lázaro y la pequeña colonia para exiliar a los leprosos y a sus familiares. De esta fundación deriva su nombre la adyacente colina, asiento futuro del San Felipe de Barajas y clave indiscutida de la seguridad de la plaza.

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Fig. 25. Panorámica de la calzada y batería de la Media Luna en 1869. Sobre la calzada se aprecia el revellín. La cruzan tres |fosos de agua corriente.

Poblado el Arrabal se hace imperativo defenderlo y Francisco de Murga ordena, hacia 1631, el cerramiento de Gimani que queda así incorporado definitivamente al casco urbano. La obra mas importante de este cerco amurallado es la batería de la Media Luna de San Antonio (o San Francisco), llave de la comunicación con las estancias de Tierra Firme que aseguraban los "bastimentos" de la plaza y los Galeones. La ciudad recibe hoy a sus visitantes con el pintoresco monumento a los Zapatos Viejos donde, entonces, la curiosa muralla cóncava de la Media Luna, fuertemente artillada, batía la calzada de su nombre, con su revellín y sus tres fosos de "agua corriente |" que en cualquier momento permitían cortar el único acceso a Cartagena desde el continente (Fig.24 y Fig.25). Además de la Media Luna, desaparecida a fines del siglo pasado para dar paso a suministros urbanos que ya no cabían por el estrecho ingreso de una ciudad colonial, el maestre de campo Francisco de Murga hizo construir por Lucas Báez, su maestro albañil de confianza, todas las cortinas y baluartes de Getsemani. Para 1633, el Arrabal quedaba completamente fortificado desde el baluarte de Barahona que ha cedido su lugar al Centro de Convenciones, hasta San Miguel de Chambacu (Fig.26). De este último perdura solo la mitad; la otra mitad le fue cercenada para dar vía al difunto ferrocarril de Calamar. Casi un siglo mas tarde, Juan de Herrera modernizo el recinto de Getsemani, al que también contribuyo, después del ataque ingles, Lorenzo de Solís, pero ambos respetaron en lo esencial el carácter y la traza de lo que les lego Murga.

Fig. 26. Murallas del arrabal de Getsemani. Esta era la primera línea de defensa de la plaza fuerte e incluía la Media tuna, desaparecida. Su amplio foso húmedo natural contribuía a la seguridad de Cartagena.

Donde se levantan los altos edificios de la Matuna, señoreaba, salpicado de manglares, el Caño de San Anastasio. Para prevenir sorpresas, sus dos bocas, la de Chambacu y la de la bahía de Ánimas, se trancaban con sólidas estacadas de madera cada vez que la plaza se sentía amenazada (Fig.18). Se constituía así un respetable circuito, muy ajustado a las exigencias del arte militar, que cobijaba las dos islas cartageneras al amparo de sólidas murallas y al que protegía un amplio y profundo foso húmedo natural sin más solución de continuidad que angostos istmos por Bocagrande y el Cabrero y la bien defendida calzada de la Media Luna. Cabe anotar que no todos los vecinos de Getsemani miraban con buenos ojos aquel reconfortante cerco. La alta muralla entre Barahona y el Reducto (San Lorenzo), pasando por el baluarte de Santa Isabel, era para ellos, menos un aditamento bélico que un instrumento fiscal, erigido por la Corona, entre el surgidero y el muelle de la Contaduría, para poner coto a los pequeños tráficos con que, ¡oh inveterada tradición!, se defraudaban las aduanas

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Puerta del Puente y bahía de las Ánimas. De la puerta del Puente (del Reloj) a la derecha, hoy rematada por una torrecilla moderna, partía el viaducto que unía las dos islas cartageneras: Calamari y Getsemani. La explanada frente a la puerta era una ciénaga, rellenada en época reciente. A la izquierda arriba esta la bahía de las Ánimas; el cabotaje atraca hoy en 10 que fuera el muelle de la Cartagena colonial. El Centro de Convenciones ocupa ahora el sitio del antiguo mercado municipal, a la izquierda (centro). (Foto de la Corporación Nacional de Turismo).

Bien puede decirse que Francisco de Murga ostenta, con justicia, el titulo de gran constructor de la Cartagena amurallada. El terminó y consolidó sus cortinas y sembró de fuertes su Bahía Interior en un despliegue de actividad que no se repetirá con parecida intensidad por más de cien años. Al cumplirse, en 1633, el primer centenario de una fundación ilustre, Cartagena podía darse por bien servida.

La pujante y próspera ciudad indiana, en poder y riqueza se inclinaba sólo ante las capitales virreinales del Perú y México y creta reposar eternamente tranquila a detrás de sus murallas. Cartagena se equivocaba. Su segundo siglo de existencia coincide con el lento declinar de España. En Europa, desmembraran poco a poco las pertenencias de la Casa de Austria, y en América, si bien el imperio se mantendrá fundamentalmente invicto, sus componentes se verán expuestos a repetidos insultos. Cartagena, plaza de guerra. Llave y ante mural del Reino, Caxa de Comercio, y una de las mas principales para la defensa y conservación de estos dominios de S. M. no escapara a una dramática constatación en carne propia, antes de finalizar el siglo.

La furia de los impredecibles Nortes que arrasaran periódicamente la muralla de la Marina, las jugarretas de las corrientes de la bahía, los progresos de la artillería y de la navegación a vela y, sobre todo, la incuria oficial darán al traste con la ilusión de fortificada inmutabilidad La verdad es que después de Murga, y con excepción de las enérgicas gobernaciones de Pedro Zapata de Mendoza fundador de San Felipe de Barajas e impulsor de San Luis de Bocachica, la consolidación de la Cartagena castrense sufre un fatal eclipse que culmina en la vergonzosa rendición de la plaza ante el corsario Jean Bernard Desjeans, barón de Pointis, en 1697. Durante la segunda mitad del siglo XVII, los presupuestos para la reparación de fuertes y murallas tienden a desviarse hacia destinos distintos de piedra sillar, argamasa, cureñas frescas, y forjas, y las nóminas de los regimientos se engruesan sin que aparezcan los efectivos que cobran los sueldos. Cuando en 1697, Sancho Jimeno de Orozco defiende por dos días el San Luis, con mas valentía que medios, cuenta apenas con quince soldados profesionales de las 200 plazas pagas previstas en su guarnición.

6.3.15 La puerta del Reloj

Ciudad isleña, Cartagena debía, recién fundada, saltar por entre los manglares para llegar al futuro arrabal y desde allí al continente. Hacia 1540, existía ya una calzada "massissa" con dos "ojos" para que, por debajo, discurriera mansamente el Caño de San Anastasio, hoy enjaulado

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en la Matuna por dos grandes cañerías subterráneas. Por el momento no existía puerta; la calzada desembocaba libremente sobre lo que mas tarde habría de llamarse la plaza de los Coches.

Sólo cuando se concluye el cerramiento de Calamari hacia 1631, adquiere Cartagena, como toda plaza real que se respete, una puerta principal. Era el único ingreso a la ciudad propiamente dicha. Contra su angosta bóveda descargaba el puente que ya se conocía como San Francisco, por el convento en Getsemani que poco a poco bahía ido creciendo, alrededor de la plaza del mismo nombre. No debía de ser gran cosa esta primitiva puerta del puente, de significación más que todo ceremonial. Militarmente, la opacaba la vital puerta de la Media Luna, mucho mas expuesta y mejor defendida.

Sólo quizá por un símbolo del orgullo cartagenero, los franceses destrozaron la puerta del puente. Detrás de ella y una vez ocupado el arrabal, la resistencia, si así puede llamarse el susto de gobernantes y gobernados, se redujo a sufrir dos interminables jornadas bajo el fuego de la artillería enemiga, bien aprovechadas, para influir en el animo de un gobernador pusilánime, por los partidarios de izar bandera blanca y salvar parte de sus caudales. Mientras progresaba, contra San Felipe y la Media Luna, el profesional ataque de las tropas del Rey Cristianísimo y sus aliados los "hermanos de la costa" reclutados entre los bucaneros de Haití, la puerta había servido únicamente para instalar "guardias dobles para que no la desampararan del todo los vezinos cuyo horror, asombro y miedo a las bombas es imponderable".

Hacia 1704, Juan de Herrera repara la brecha dejada por los franceses y resuelve regalarle a Cartagena una puerta en regla, de acuerdo con los dictados del Arte. La dota de tres bóvedas a prueba de bomba, hoy todas abiertas, pero donde originalmente sólo la del medio servia para el tránsito ciudadano. Las dos laterales estaban destinadas a cuerpo de guardia y almacén de pertrechos y abrían exclusivamente hacia la central. Herrera embellece su puerta con la portada barroca que aun subsiste y la corona con un cuerpo rematado por un chapitel y una pieza para el alojamiento del reloj de la ciudad y de la campana de aviso. Aunque consciente de su imitada significación militar, don Juan cumple estrictamente con lo señalado por las normas de la escuela Vauhan; la puerta del puente se situaba equidistante entre dos baluartes: el desaparecido de San Pedro Apóstol y el de San Juan Bautista, que desde sus flancos debían protegerla como a uno de los puntos más expuestos de plaza (Fig. 27).

Fig. 27. La puerta del Puente y los baluartes y cortinas desaparecidas hasta San Pedro Mártir. El tramo se derriba para desahogar la ciudad y permitir la expansión de la urbe moderna a hacia la Matuna.

Para principios del siglo XVIII, el puente de San Francisco se bahía encogido y cruzaba con un solo arco una disminuida corriente de agua. Bajo el resto de la calzada, se bahía sedimentado una amplia zona, especie de mercado al aire libre que desde Getsemani parecía la prolongación de la plaza de San Francisco. El puente era, sin embargo, el único punto de contacto entre el

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Arrabal y Calamari, y hasta este siglo las dos islas continuarán separadas por caños y manglares.

Finalmente en 1888 y por mano de don Luis de Jaspe, el remate de Herrera cedió el paso a ,dos cuerpos octogonales con un nuevo chapitel y que, conjuntamente con lo anterior del ilustre ingeniero y el reloj, se ha convertido en la carta de visita de la ciudad misma. Los cartageneros, por su parte, nunca le han dado al portal de la plaza de los Coches la importancia de puerta principal; para ellos era, y es, sólo la Boca, el Puente, aunque el puente se baya convertido en el paseo de los Mártires y la explanada del Centro de Convenciones, hasta caer, como en otros tiempos, en la plazoleta de los teatros Cartagena y Colon, antes iglesias de la Veracruz y de San Francisco.

6.3.16 Las bóvedas

Arquería de las Bóvedas. El pórtico servía de comunicación entre las bóvedas a prueba de bomba con las que se concluyó en 1798 el cerramiento del recinto amurallado de Cartagena.

Los tratadistas de la fortificación permanente abaluartada no concebían el perfeccionamiento de una plaza fuerte sin albergue adecuado para tropas y abastecimientos. Se comenzaba por resguardar la pólvora tras gruesos muros y sólidas bóvedas de medio Cañón "a prueba de bomba". De allí se pasaba a los almacenes para toda suerte de pertrechos y para los víveres de la guarnición. Y, finalmente, era necesario proveer al reposo de los soldados, a su plácido descanso, exento de inquietudes aun en medio de un ataque.

Aunque en Cartagena existen bóvedas diseminadas en casi todos los rincones de sus murallas y destinadas, teóricamente, a los propósitos previstos por los tratadistas, la ciudad careció, hasta poco antes de la Independencia, de un refugio apropiado para sus tropas. El regimiento Fijo tuvo que contentarse largos años con la caserna de la calle del Cuartel, nada idónea para el sueño reparador bajo un bombardeo. La atención a este último detalle de la plaza fuerte correspondió a Antonio de Arévalo, quien, desde 1773, había propuesto la construcción de bóvedas a prueba de bomba. Bien decía, al reflexionar sobre los proyectiles sólidos que destruían los tejados y sobre las balas explosivas disparadas por morteros, que "no al medio para evitar su caída, pero si lo ahí para embarazar su efecto...".

Las veinticuatro bóvedas de Cartagena de Indias comienzan a construirse en 1789, y para 1795 ya se utilizaban parcialmente como cuartel (Fig. 20). Los cuarenta y siete pórticos exteriores no se terminan, sin embargo, hasta 1798, fecha del primoroso escudo de mármol que adorna su portada. Casi dos metros de tierra apisonada separan las claves de las bóvedas del solado o piso superior, suficiente para dormir tranquilo, en la confianza de que Arévalo había” embarazado", el castigo enemigo.

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Como contribución activa a la defensa de la plaza, las bóvedas cubrían la playa adyacente con fuego de mosqueteria desde las aspilleras que perforan su fachada externa o escarpa. Estas servían, además, para su ventilación. Y a falta de climatización artificial, contaban adicionalmente, con el tiro de dos chimeneas (en los extremos del gran edificio) que distribuían ingeniosamente el aire a trabes de simétricos pasadizos interbóvedas. Esta comodidad la aprovecharon muy diversos inquilinos: primero las guarniciones realistas, patriotas y republicanas, luego algunos ilustres colombianos, huéspedes contra su voluntad, como Francisco de Paula Santander, Mariano Ospina Rodríguez y su hermano Pastor, y recientemente, los destilados de la Industria Licorera de Bolívar, que durante muchos años completaron allí su añejamiento. Cabe preguntarse que opinión tendría Arévalo, en su cripta de la catedral, sobre este último y poco marcial destino.

Es simbólico que Arévalo, sin lugar a dudas el más grande ingeniero militar de España en América, sea también quien complete el cerramiento de Cartagena. En efecto, el sector entre los baluartes de Santa Catalina y Santa Clara permaneció, desde la fundación de la ciudad hasta 1796, apenas protegido por una "estacada sencilla", como quien dice, una simple cerca de madera. Es posible que lo apartado del paraje y la potente protección que ofrecían Santa Catalina y San Lucas hubiese desestimulado el gasto en una cortina terraplenada que, según la experiencia, tarde o temprano habría de llevarse el mar. Pero es más probable que los responsables de las Cajas Reales hayan considerado injustificadas las expensas para preservar de las inundaciones a solares baldíos y huertas. Conviene recordar que la muralla de la Marina protegía a Cartagena no sólo del enemigo a flote sino también de esas frecuentes tempestades que la dejaban bajo medio metro de agua.

El teniente general de los ejércitos Antonio de Arévalo muere en Cartagena el 9 de abril de 1800, a los ochenta y cinco años, cuarenta y ocho de ellos al servicio ininterrumpido de Cartagena. La suya es una época de continuos sobresaltos pero también, y gracias a el en gran parte, es para la ciudad una época de paz. Después de Vernon, el enfrentamiento colonial hispano-ingles registra por lo menos media docena de choques ' 'por las llaves de los dominios españoles en el área del Caribe", pero ninguno envuelve a Cartagena. La plaza es demasiado fuerte.

6.3.17 Fuerte de San Felipe de Barajas

No habla aun terminado Francisco de Murga el cerramiento del Arrabal cuando ya señalaba con preocupación la presencia del padrastro de San Lázaro, "llave de la Puerta de Tierrafirme", y proponía fortificarlo con un "bonete". Muy dentro de los conceptos flamencos de fortificación esposados por Murga, aquello equivalía a avanzar la fortificación a anteponer un obstáculo más a los progresos del enemigo. La Junta de Guerra hace caso omiso de la sugerencia del gobernador, en parte por considerar que lo ya hecho por el, y era mucho, bastaba ampliamente para atender a la protección de la plaza.

En los años siguientes, la propuesta de Murga cobra fuerza. No se trata ya simplemente de una batería adelantada sino de que los progresos de la artillería ponen en peligro la seguridad de la Media Luna, vulnerable al fuego enemigo desde la cima o las faldas del cerro. Nada se concreta, sin embargo, porque la Corona esta corta de fondos y tiene demasiados quehaceres en Europa, donde las cosas andan mal. Pero no hasta negar el dinero y cerrar los ojos para que la colina y la potencial amenaza del Cañón enemigo sobre el padrastro se esfumen como por arte de magia. Los gobernadores insisten. AI fin, por Real Cédula fechada en septiembre 20 de 1647, se dispone que en lo ". . .que toca a la fortificación en la Montañuela de San Lázaro Por la Parte que corresponde a aquel sitio lo más Dévil y de menos defensa de esa plaza…Dispondréis que

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se haga en aquel Cerro un Castillejo o plataforma ligera donde con cuatro o seis piezas de artillería y treinta hombres se franqueen las abenidas que tiene el enemigo. .".

Solo que decretar no es ejecutar y el fuerte o "castillo" de San Felipe de Barajas deberá esperar diez años a que la iniciativa de Don Pedro Zapata de Mendoza, uno de los mas vigorosos y emprendedores gobernantes de Cartagena, se conjugue con las amenazas externas que con tanta frecuencia darán impulso a las obras de defensa. Al efecto, después de sus sangrientas guerras civiles, la Inglaterra de Cromwell ha redescubierto su vocación marítima yen desarrollo de lo que la historia conoce como el Proyecto Occidental, decide apoderarse de un trozo del Caribe español. El principal esfuerzo ingles, primera gran operación anfibia transcontinental, precursora de Vernon, fracasa en Santodomingo pero, como premio de consolación, la armada captura, en 1655, la mal defendida y poco poblada isla de Jamaica; los informes de los prisioneros señalan a Cartagena y a La Habana como los próximos objetivos.

En 1656, los marinos de Cromwell saquean a Riohacha y merodean agresivos por los mares de Tierra Firme. De esta crisis nace la implantación definitiva sobre el cerro de San Lázaro en 1657. El primer San Felipe de Barajas, nombre con el que don Pedro Zapata quiso honrar a Felipe IV, monarca de turno, y el titulo nobiliario de sus mayores, los condes de Barajas, no es gran cosa: un preámbulo apenas de la imponente construcción de hoy. El fuerte ocupa, como era militarmente deseable, toda la cima del cerro con una plataforma triangular, inmodificada en su diseño hasta nuestros días, que a más de ser económica, se acomoda a las limitaciones topográficas del paraje. Su exigua dotación montaba ocho Cañones servidos por veinticinco infantes y cinco artilleros (Fig.28).

Fig. 27. La puerta del Puente y los baluartes y cortinas desaparecidas hasta San Pedro Mártir. El tramo se derriba para desahogar la ciudad y permitir la expansión de la urbe moderna a hacia la Matuna.

Claro esta que las razones del rey, por absoluto que sea, se nutren con frecuencia de la opinión publica. Para lo de San Felipe, consta en el expediente (1694) levantado contra Francisco Vera, mulato libre, de oficio barbero, que:

". . en tiempo de Don Pedro Zapata por recelo que se tenía del enemigo, a las once de la noche las cabras del ejido llegaron al Cerro de San Lázaro y se jusgó que era un exercito y hubo otro rebato por cuya causa se fundó el castillo de San Felipe de Barajas ".

Explicablemente, no fue difícil para don Pedro obtener un gracioso 'préstamo' , de los vecinos notables para sufragar las costas de la construcción.

El pequeño fuerte de campaña no sufre modificaciones significativas hasta un siglo más tarde cuando, en 1762, Antonio de Arévalo crea el formidable complejo defensivo actual, obra de ingeniería militar sin par en América. Pero ese gran bastión es todavía cosa del futuro cuando San Felipe se rinde ante el as alto francés de 1697. Allí se pierde la plaza, luego de una tímida defensa, porque De Pointis, tal como lo habían previsto todos los entendidos, utiliza el cerro para emplazar la artillería de sitio que bate en brecha la Media Luna.

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Falsa braga del fuerte o "castillo" de San Felipe de Barajas. Servía de comunicación con la batería de Santa Bárbara (a la izquierda) y para acomodar, sobre la banqueta corrida, compañías de mosqueteros. Al fondo el cerro de la Popa y el amplio valle que acomodó, dos veces, el cuartel general de los sitiadores de Cartagena. (Foto Becky de Mayer).

Al reparar los estragos del ataque, Juan de Herrera reconstruye el fuerte, reforzándolo casi a su estado actual, si se exceptúan los merlones y troneras que pertenecen a Arévalo, pero sin ampliarlo ni apartarse de la traza original en el ápice del cerro. Poco antes del ataque de Vernon se añade la primera de las que serán, más tarde, las baterías colaterales del fuerte de Arévalo. Se trata de un hornabeque que vedaba el asalto por la estribación norte del cerro, la menos escarpada, donde hoy campea la batería de San Carlos y los Apóstoles. El refuerzo es especialmente significativo porque por esa pendiente tratan de escalar, precipitadamente, 3.500 granaderos de Wentworth, la madrugada del 20 de abril de 1741, en lo que debía ser la etapa definitiva de la conquista de Cartagena por la escuadra del almirante Vernon. Los ingleses dejan en el campo 450 muertos y cien heridos graves,

"...rechazados al fusil por mas de una hora y después de salido el Sol en un fuego continuo y biendo los enemigos la ning, a esperanza de su yntento se pusieron en bergonzosa fuga al berse fatigados de los Ntros los que cansados de escopetearles se abanzaron a bayoneta calada siguiendolos hasta quasi su campo... ".

Y dejan en su fuga, al pie de San Felipe, buena parte de su arrogancia y la humillación de haber acuñado, prematuramente, las medallas conmemorativas de una victoria en Indias que nunca se materializo.

Veinte años después de Vernon, un nuevo sobresalto revive las inquietudes sobre la debilidad de San Felipe; en 1762 los ingleses ocupan a La Habana. Por encargo virreinal, Arévalo elabora un nuevo y minucioso "Proyecto General de Defensa" que lo lleva inexorablemente al cerro de San Lázaro como el punto neurálgico para la protección de la ciudad. En el repite que, de las "avenidas" abiertas al avance enemigo, solo el valle de la Popa y las colinas aptas para acomodar artillería de sitio que circundan a San Lázaro son motivo de recelo. La precipitud de Wentworth, acosado por la fiebre amarilla, había salvado la plaza; un poco mas de estudio de su parte hubiese esclarecido las debilidades del fuerte y evitado la masacre provocada por un ataque inconsulto por el flanco mejor defendido.

El gran ingeniero razona que ". . . ese escarmiento en lo venidero les haría proceder con mas cautela. . . ", y decide corregir los defectos. Las baterías de la Redención, La Cruz, El Hornabeque, San Carlos y los Apóstoles y Santa Bárbara por el norte, y San Lázaro por el sur quedan cortadas sobre el lomo del cerro en solo siete meses, listas para atender cualquier

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emergencia. Este complejo de baterías colaterales con cabida para cincuenta Cañones de diversos calibres, rodea y complementa el antiguo fuerte de Zapata y Herrera. Cada una se adapta perfectamente a la topografía y entre todas cubren, entrelazadas, un sector especifico del terreno circundante. No hay, sin embargo, ni baterías, ni parapetos que-apunten hacia la plaza. Las domina el fuerte, y se dominan entre si, de tal manera que es prácticamente imposible la ocupación de una batería, sin apoderarse al mismo tiempo de todo el sistema. Galerías y bien protegidos pasadizos en superficie facilitan el transito de tropas; a pesar de la gran extensión del área fortificada, los efectivos podían movilizarse, rápidamente y sin percances, hacia los lugares mas expuestos (Fig.29).

Las baterías colaterales, "formadas del terreno natural", para atender el apuro de 1762, se perfeccionan activamente hasta 1769, aunque todavía en 1798 se están agregando algunos refinamientos. Entre angustias militares y limitaciones presupuéstales, Arévalo talla las piedras que hoy cubren el cerro, dispone cuarteles subterráneos a prueba de bomba para albergar hasta 350 hombres, construye aljibes bajo la explanada de batería de San Lázaro y horada las galerías contraminas cuya perfecta acústica asombra a los visitantes. Todo el perímetro del cerro esta perforado por una galería magistral, casi a nivel del mar, y de donde parten, hacia el exterior de la colina, ramales ciegos terminados en forma de martillo para acumular toneles de pólvora que permitan volar a voluntad bajo los pies de tropas de asalto, los frentes de aproximación. Por último, para desembarazar los alrededores del fuerte de todo impedimento, Arévalo decide relocalizar el vetusto hospital de San Lázaro y su caserío. El leprocomio, con edificio diseñado por el mismo, se traslada ahora a Caño del Loro, isla de Tierrabomba, donde permanecerá hasta 1948.

En San Felipe nada es superfluo. Todo obedece a un específico fin castrense que no incluye largos y misteriosos túneles para comunicarlo con la catedral. Las galerías subterráneas del fuerte no salen de la colina más que para convertirse en los terribles ramales u hornillos, trampas mortíferas para enemigos incautos. La comunicación con la ciudad se aseguraba por una caponera, una simple trinchera con parapeto, excavada entre la rampa de acceso al fuerte y el primer foso de la calzada de la Media Luna (Fig.29). Es que Arévalo, como sus predecesores, debía responder por los haberes del monarca y sus estimativos y gastos se sometían a minucioso escrutinio. Ningún ingeniero colocaba una piedra o le hacía una venia a la estética sin producir un informe; su obligación era proteger, al menor costo posible.

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Fig. 29. Planta de San Felipe de Barajas en 1763, después de las ampliaciones iniciadas por Antonio de Arévalo un año antes, frente a una nueva amenaza inglesa. La construcción cubre ahora todo el cerro de San Lázaro, con el fuerte original de 1657 en la cúspide. La rampa y la caponera hacia la Media Luna eran la única comunicación con la ciudad.

Aunque las pragmáticas soluciones de Arévalo a los problemas planteados por la existencia misma del cerro de San Lázaro inspiraron siempre respeto -San Felipe nunca mas volvió a ser atacado- no todos los expertos estuvieron de acuerdo sobre su valor militar. Su traza no correspondía a la geometría clásica que enseñaban los manuales de ingeniería y mas de un superior de Arévalo propuso seriamente, o arrasarlo a lomo de burro, borrando fuerte y cerro del panorama cartagenero, o construir sobre el actual un nuevo fuerte, mas acorde con las nociones clásicas de la arquitectura militar de la época. Afortunadamente, a San Felipe lo salvo el presupuesto; nunca fue posible justificar ante el virrey, en Santa Fe, y la Junta de Fortificación y Defensa de Indias, en España, el enorme costo de tales propuestas, y el fuerte sobrevivió en burocrática tranquilidad.

Años mas tarde, obsoleto ya, sin utilidad militar alguna, casi desaparece convertido en cantera y cubierto de malezas. Menos mal que la actividad edilicia cartagenera no fue intensa hasta bien entrado este siglo. Ello le permitió a la Sociedad de Mejoras Públicas encargar, a partir de 1928, la restauración, casi puede decirse reconstrucción, de San Felipe de Barajas a ese ignorado apóstol de las fortificaciones, Carlos Crismatt Es a el, a quien debemos, en treinta y cinco años de tesonera e inteligente labor, la recuperación de la fisonomía del fuerte que hoy se yergue ante nuestros ojos, fiel reflejo de todo su esplendor del ideado por Antonio de Arévalo hace mas de doscientos años.

7.0 SAN CRISTOBAL DE LA HABANA, CUBA

7.1 Proceso de Conquista y Fundación

7.1.1 Población aborigen

Antes de la llegada de los primeros españoles, en octubre de 1492, Cuba estaba habitada por tres grupos indígenas: los Siboneyes, Subtainos y Tainos.

Los Tainos eran la cultura aborigen de mayor desarrollo, pertenecían a las etnías de origen Arahauco, originarias de la región costera del Río Orinoco en Venezuela, habitaban en el este cubano, en un triángulo entre Holguín, Baracoa y Guantánamo. Conocían la agricultura y la cerámica, a diferencia de los Siboneyes, además de ser cazadores y pescadores. Sus viviendas eran bohíos.

Los Subtainos habitaban en el resto del país, hasta la actual provincia de La Habana. Ellos al igual que los Tainos conocían la caza, la pesca, la agricultura y la cerámica, aunque menos desarrollada que la Taina.

Los Siboneyes, primeros en llegar a la Isla, se fueron replegando ante la llegada de culturas con mayor desarrollo, vivieron en todo el país, aunque en la época del Descubrimiento ocupaban el extremo occidental, lo que viene siendo la actual provincia de Pinar del Río. Esta cultura no conoció la agricultura y la cerámica, sin embargo si usó el palo, el hueso y la piedra de silex para fabricar sus instrumentos.

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7.1.2 Descubrimiento de la isla

Entre las varias hermosas y fecundas islas que el grande Palinuro o famoso argonauta Don Cristóbal Colón descubrió en estas partes de occidente, en el año de 1492, y le afianzaron con su hallazgo y reconocimiento el deseado logro de aquella admirable empresa, con que quitó a las mas heroicas y célebres de la antigüedad la mayoría, ya que no pudo la precedencia, fue la de Cuba, a quien llamó Juana, la primera en que por las noticias de su grandeza y apariencia de mas fertilidad hizo internar algunos españoles, acompañados por dos indios, para que buscando en las inmediaciones de la costa pueblos de gentes, le diesen a entender en nombre de los Reyes católicos el principal motivo de su venida a estas regiones. Pero aunque resultó de las diligencias el haber penetrado hasta un lugar de cincuenta casas y habiendo visto otras menores en que fueron bien recibidos, trayéndose consigo los enviados tres naturales por quienes se investigasen los de sus habitadores, satisfecho Colón con el informe de la cercanía de nuevas y mas ricas tierras prosiguió su derrota en demanda de la isla mas vecina, a quien después tituló la Española53.

Separose de Cuba con la incertidumbre de si era o no tierra firme, permaneciendo esta duda hasta que el ano de 1494, siendo ya Almirante de las Indias y volviendo a continuar sus descubrimientos, examinó ser islas, verificándose esto mas claramente después que por especial orden de Rey comunicada al Comendador Nicolás Ovando, gobernador que era entonces de la Española, la bojeó enteramente Sebastián de Ocampo en 1508, reconociéndola por una y otra costa, y observando las buenas calidades del país, comodidades y excelencias de los muchos puertos y bahías de que gozaba por ambas partes54.

Examino entre los mejores y más recomendables por sus circunstancias, aun no bien comprendidas en aquel tiempo, éste de la Habana, a quien nombró puerto de Carenas por haber, como es tradición, facilitado en él la de sus bajeles con el casual hallazgo de un manantial de betún, que suplió la falta de brea y alquitrán con que venia; socorro que por no esperado fué mas aplaudido55.

Volvió, pues, Ocampo a Santo Domingo, y aunque con su llegada se hizo notorio todo lo que había advertido de la feracidad y requisitos de Cuba, no produjo ningún efecto en cuanto a tomar expediente para su población, hasta que el año de 1511, habiendo sucedido en la posesión del almirantazgo de las Indias Don Diego Colón a su padre Don Cristóbal Colón, determino que pasase de la Española a Cuba el capitán Diego Velásquez, con el honroso cargo de reducirla y poblarla, contribuyendo mucho mas la apreciables prendas del electo para el mas fácil y feliz éxito de la jornada, y lograr con la pacificación de los naturales los mejores establecimientos en la Isla56.

7.1.3 Primeras fundaciones

Diego Colón, hijo del Almirante Cristóbal Colón, que gobernaba La Española, ordenó a Diego Velázquez la conquista de Cuba. Este, acompañado por fray Bartolomé de Las Casas y otros, desembarcó en la parte oriental de la isla, con 300 hombres, para dar cumplimiento a lo

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Autor: Jesús Antonio González Torres

dispuesto, y en seguida fundó la primera población española: Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa (1512). Velázquez, con la asistencia de Pánfilo Narváez, Grijalva, Porcallo y el padre Las Casas, funda las villas de, San Salvador de Bayamo (1513), Santiago de Cuba (1515) -donde se instaló la capital- La Santísima Trinidad (1514), Sancti Spíritus (1514), Santa María de Puerto Príncipe (1514); y San Cristóbal de la Habana (1515), iniciase también ese año la estancia de Vasco Porcallo, que dio lugar más tarde a la villa de San Juan de los Remedios.

7.1.4 Fundación de San Cristóbal de la Habana

Dió principio Diego Velázquez, con la asistencia de los ya nombrados Narváez y Casas, a la fundación de la Habana el referido año de 1515, llamándole villa de San Cristóbal por haberla comenzado a poblar su propio día, que es el veinticinco de julio, aunque acá se celebra, por especial indulto de la Silla Apostólica, a dieciséis de noviembre, porque no se embarace la festividad con la de Santiago patrón de España y de la Isla. Pero a mas del expresado motivo puede discurrirse concurriría también el de obsequiar con la memoria y titulo de este santo mártir Almirante de las Indias, por haber tenido su glorioso padre este mismo nombre57.

El de Habana, que obtiene y escribe cierta pluma ser voz fenicia, derivada de los hebreos, o de la ciudad de Aba, de donde afirma no está lejos el rió Abana de Damasco, que refiere la Sagrada Escritura, lo tomó o se lo dieron en mi sentir por la provincia en cuyos términos fué asentada la nueva villa así como las demás primitivas poblaciones de esta Isla, pues a excepción de la Trinidad y Sancti Spiritu, que conservan únicamente las denominaciones sagradas que les dió el poblador, todas mantienen el nombre de las provincias que fueron establecidas, y aun la villa del Puerto del Príncipe es conocida y llamada hasta ahora, aunque no generalmente, Camaguey, título que tenía entre los naturales aquel territorio o provincia en que fué situada, como se percibe del mismo cronista Herrera , infiriéndose también del mismo lo que he dicho del renombre de la Habana, pues antes de tratar la fundación de la villa de San Cristóbal, hace muchas veces mención de la provincia titulada la Habana en que fue asentada después. Lo que desvanece enteramente la conjetura de un moderno, que pensó que este nombre se le pudo haber impuesto por el lugar de Habanilla, encomienda de España del orden de Calatrava, por relación que uno de sus principales pobladores de esta villa tenia con los señores del citado lugar58.

El primer sitio o paraje que eligió y tomó para poblar la Habana no se sabe con certeza, porque aunque algunos ancianos afirman que su primitivo asiento fué junto a la boca del rió Chorrera, nombrado de los indios Casiguaguas, distante como una legua de donde ahora esta situada la ciudad, esto se opone a lo que dicen y aseguran muy graves cronistas de estos reinos, cuyos escritos hacen constante que la banda o costa del Sur, en donde estuvo fundada, se traslado a la del Norte a la orilla del puerto de Carenas, en que hoy existe, y como la expresada boca de chorrera se halla y está en un mismo paralelo y costa el prevenido puerto, se convence no haber sido allí su primera fundación.

Ni hace fuerza en contrario la circunstancia en que se particulariza Gómara entre los demás historiadores de las Indias, pues aunque tratando del primer asiento que tuvo la villa, la expresa situada en la boca del rió Onicajinal, no puede inferirse sea éste el de la Chorrera, porque teniendo la boca al Norte, como se ha dicho, se implicaría notoriamente en afirmar que estuvo

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fundada en la parte del Sur. A que se añade que así como se conserva la memoria del apelativo de Casiguaguas, que le daban los naturales, era muy regular el que permaneciese también le título de Onicajinal que le da Gómara, el que hoy no se encuentra, ni aun por consonancia, en ninguno de los que tenemos noticia derraman en una y otra costa, ni se ve ni registra en algunos mas antiguos de la Isla, y solo puedo asentir a que si su primer establecimiento estaba, como se dice y yo supongo, en la costa del Sur, es muy posible que fuese el que ahora llaman la Bija, que desemboca en ella en paraje más oriental que el de Batabanó, y en donde estoy informado se divisan algunas señales de que hubo antiguamente embarcadero59.

7.1.5 Traslado de la villa de San Cristóbal de la Habana

Bernal Díaz del Castillo nos da la luz y fundamento para inferir se efectuó la prevenida translación en el año de 1519, porque en las palabras que dejo fielmente copiadas en otro lugar dice, hablando de su arribo a Jaruco, que estaba a ocho leguas de la nominada villa, la que de allí a dos años pasaron al paraje donde ahora se halla. Este señor arribo al enunciado puerto a fines del año 1516 o a principios del de 1517, es muy regular asentir a que se hiciese la mutación el año señalado, o cuando mas al siguiente60.

Acerca de los motivos que ocurrieron para tomar la resolución referida, no dicen nada nuestras historias; pero es tradición vulgar que por ser poco sano y conocidamente nocivo a los recién nacidos, se tuvo por conveniente mudar la población a otro de distinta especie, a que no resisto dar ningún ascenso, pues estoy persuadido que influyeron otros mas eficazmente para facilitar esta idea tan feliz como acertada61.

Las ventajas y conveniencias que ya descubierto y comenzado a conquistar el vastísimo reino de México se irían percibiendo o conjeturando de trasladar la Habana al puerto llamado Carenas, por ser el mas a propósito para el comercio y escala precisa de navegaciones que habían ya principiado a hacerse por el canal de Bahama llamado nuevo, inspiraría eficaces motivos y razones la Adelantado Diego Velázquez, que ya en aquel tiempo gozaba de este título, para promover y practicar la diligencia de pasar la villa de San Cristóbal del sitio primitivo a la parte occidental de esta bahía, concurriendo la circunstancia de que ya en él había, según se percibe de Gómara, alguna población62.

7.1.6 Reseña de sucesos importantes

En 1527, la población española de la Isla era muy corta y estaba repartida de esta manera: En Trinidad 12 vecinos, en Sancti Spíritus 26, en Puerto Príncipe 20, Baracoa 12, Santiago de Cuba 20, y en La Habana y en el resto del país, unos cien españoles más. La población india había mermado de un modo notable por el maltrato a que fue sometida, por los suicidios y por las nuevas enfermedades que le afectaron.

Los dos años siguientes fueron preñados de dificultades: Epidemia de viruela, en 1530, que afectó mucho a los indios; incendio de La Habana por los piratas franceses, ardió casi toda la población hasta la iglesia que se encontraba en un bohío (1537) y por este motivo se empezó a

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construir el primer castillejo de la Fuerza a la entrada del puerto que no se terminó hasta 1579. Nuevo ataque francés en 1538 y salida de la expedición de Hernando Soto para la Florida, en 1539, que se llevó casi todos los hombres, caballos y bastimentos de Cuba.

La primera armada hispana tocó en La Habana en 1541. Con motivo de la expedición de la Florida y también con el objeto de alojar enfermos pobres se fundó el primer hospital por el gobernador Juanes Dávila (1544) en una pobre casa situada al fondo de la iglesia donde después se construyó el convento de Santo Domingo. Nuevo saqueo del poblado habanero por el pirata francés Roberto Baal.

En 1556 Cuba tenía 3.000 españoles cuando La Habana fue declarada capital. Con este motivo se empezaron a realizar mejoras en la misma y se inició la construcción de una nueva iglesia para que sustituyera a la de paja destruida por los piratas. Dice Pezuela: "Sobre los solares que hoy ocupa la Casa de Gobierno (en 1956 el ayuntamiento) se alzó pobremente, en la villa de La Habana su primera iglesia parroquial; primero de tabla y techumbre de guano, y después de incendiada la villa en 1538, fue de mampostería pero estrecha y reducida para el corto vecindario. Se empezó a mejorar en 1556 y se terminó en 1571; se reedificó en 1666; se incendió por la explosión del navío " invencible" el 30 de junio de 1741; después se demolió (era casi toda de embarrado) y se hizo en su sitio la Casa de Gobierno terminada en 1792".

En 1550 se iniciaron los libros del Cabildo habanero pues los anteriores fueron destruidos por los piratas. En 29 de agosto de ese año el Sr. Pérez de Angulo, gobernador por S.M. presentó un escrito ante el Cabildo " para que visto y sabido se pudieren e pusiesen en obra y efectos para hacer y edificar de piedra e tejas e de madera que mejor e más al servicio de Dios nuestro señor sea é pie é autoridad la iglesia de esta villa". Por esta fecha rodeaban La Habana montes con buenas maderas y el puerto casi siempre estaba concurrido con más de 20 navíos que viajaban entre España y el Continente Americano.

A mediados de siglo La Habana, situada en la costa norte desde 1519, ya no era una pequeña línea de casas de guano situada sólo en una pequeña parte del oeste de la bahía. El poblado limitaba por el norte y este con el mar; por el sur con la llamada hoy calle de Pi Margall y por el oeste con la titulada de Mercaderes, extendiéndose un poco más al sur por la ribera del mar hasta la llamada Plazuela de San Francisco. Carente de alineación y de verdaderas calles, sus mejores casas estaban en la parte más alta, al sur del castillejo que estaba en un paraje costero que corresponde hoy día a un lugar situado un poco más al norte de la unión de las calles de Narciso López y Empedrado. Al sur de ese sitio estaba la Plaza Mayor (donde está hoy La Fuerza) y allí se empezaron a construir las mejores casas. En 1544 cuando llegó el gobernador Dávila, encontró empobrecida la naciente villa y para su vivienda se hizo construir una casa de piedra por el estilo de las que ya tenían los prominentes vecinos Rojas y Castaños en el lugar de la Plaza. Allí se encontraba además la iglesia de piedra y embarrado, en construcción; el hospital, a su fondo, que se amplió en 60 pies por el gobernador Pérez de Angulo, con su Capilla que servía entonces para las misas y reuniones del Cabildo, pues se carecía de Casas Capitulares y la iglesia aún no había sido concluida del todo. En sus proximidades estaba un local para carnicería, otro para cárcel, con las mejores casas del Gobernador y de los vecinos Rojas, Castaños y González.

Tal era el estado de La Habana en 1555 cuando en el verano del mismo desembarcó el pirata Sores, francés, con sus hombres, por la Caleta de San Lázaro, que existió hasta principios del siglo XX entre la antigua Batería de la Reina (donde está hoy el monumento a Maceo) y el pequeño torreón de San Lázaro. Sólo contaba la población con 40 vecinos españoles civiles. El

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gobernador Angulo con los vecinos prominentes se refugió en Guanabacoa y otros se ocultaron en los montes próximos. Sólo se defendió bravamente por espacio de dos días, el valeroso Juan Lobera, jefe de la pequeña guarnición del fortín de La Fuerza atacado tenazmente por Jacques de Sores que se parapetó en una buena casa de piedra próxima al fortín. Rendido éste, el francés saqueó e incendió la población retirándose por el mar.

En 1556, a pesar del estado lastimoso en que se encontraba La Habana fue declarada Capital de la Isla por su excelente situación geográfica y su resguardada bahía. Se empezó a construir una casa para Gobierno y Cabildo donde estaba la primitiva iglesia de guano y embarrado. Mazariegos, Gobernador General.

Dos años después (1558), volvió a sufrir un ligero ataque por un corsario holandés.

En 1559 buscaba el Cabildo un sitio apropiado para establecer la nueva Plaza de Armas por haber sido ocupada la primera por el castillo de La Fuerza y se formó la Plaza Vieja donde estuvo tantos años el mercado de Cristina . El agua se adquiría de un pozo con buen manantial situado donde está el Parque de la Fraternidad y se traía en bote desde el río de La Chorrera. Por esta fecha consumía la población habanera 800 reses vacunas al año, muchos cerdos, 50 pipas de vino y 50 quintales de jabón, tenía unos 2.000 habitantes. Se inició el proyecto de traer el agua de La Chorrera por medio de una zanja.

En 1566, con motivo de la expedición contra la Florida estableció el gobernador Pedro Menéndez de Avilés un Hospital, en una casa alquilada, que se dedicó especialmente a soldados y marinos pero en el cual también se admitían colonos

En los últimos años del siglo se mejoró La Habana que fue declarada Ciudad en 1592. Conmovieron al vecindario los grandes terremotos de Santiago de Cuba de 1580. Gabriel Luján, que gobernó la Isla de 1581 a 1583 fue el primero que ostentó el título de Capitán General. Por esta fecha estaban mejorados los baluartes de La Fuerza, Peña Pobre, La Punta, el Morro y otros de menos importancia, emplazados en sitios estratégicos y encomendada la defensa de ellos a 200 soldados.

Hacia el año de 1585 se puso en pie de guerra la plaza por las amenazas de Drake. Se mejoró el abasto de agua por medio de una zanja que partía del río de La Chorrera y terminaba en el sitio donde hoy se encuentra la Plaza de la Fraternidad. En 1594 se llevaron al callejón del Chorro, Plazuela de la Catedral donde existe una tarja conmemorativa del suceso.

El gobernador general Juan de Tejada (1589-1594) terminó los castillos del Morro y de La Punta, el primero en 1589.

En 1598 se fundó el primer ingenio cerca de Regla y se llamó Guycanasi .

7.1.7 Gobierno de Cuba

Las leyes que regían en Cuba las mismas que las de Santo Domingo. Los gobernadores, con residencia, primero en Santiago, tenían en La Habana un teniente a guerra y en las demás poblaciones un Cabildo con los Alcaldes, de primera y segunda elección, que hacían de justicia. La Audiencia de Santo Domingo era la mayor autoridad y contra sus fallos se podía apelar al Consejo de Indias residente en España.

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El primer gobernador de la Isla, Diego Velázquez nombró a Pedro de Barba como primer teniente a guerra en La Habana. Como autoridad máxima en los asuntos comerciales fungía la Casa de Contratación de Sevilla. El gobernador general y capitán general, nombrado por el Rey, residía en Santiago, pero a partir de 1547, comenzaron a residir unas veces en esa ciudad y otras en La Habana. Así lo hicieron Chávez y Pérez de Angulo, hasta que en 1553 dispuso la Audiencia de Santo Domingo que el Gobernador General residiese en La Habana. Fue Diego de Mazariegos -que llegó a La Habana en 1556- el primero que fijó definitivamente su residencia en esta ciudad y por tanto quedó convertida en Capital. Los Ayuntamientos se regían primeramente por leyes especiales hasta 1641 en que se promulgaron las Ordenanzas Generales de Cáceres que estuvieron vigentes muchos años. Los cabildos tenían grandes poderes tanto el legislativo como el ejecutivo y judicial. Eran presididos por los Gobernadores o sus Tenientes y daba fe un escribano público o de cabildo, etc.

7.2 Proceso de Crecimiento y Desarrollo

La población de Cuba sufrió cambios durante el primer siglo después de su descubrimiento. La población indígena iba extinguiéndose y la isla no recibió una inmigración europea masiva para reemplazar a la aborigen, por lo que en realidad Cuba se despobló durante la primera mitad de este siglo. Posteriormente, vino un período de recuperación demográfica lenta, con la adición de esclavos negros y la gravitación de los centros poblacionales del oriente hacia el occidente de la isla. Añádase a esto el afán y deseo de los conquistadores y primeros exploradores españoles en el descubrimiento de nuevas tierras, en México, Centro y Suramérica que contenían riquezas minerales no existentes en grandes cantidades en Cuba.

No obstante, existieron colonos españoles, que se asentaron en distintos lugares, sobre todo cerca de los primeros pueblos o ciudades fundadas por España. Y como La Habana fue la última ciudad así fundada, los colonizadores se esparcieron por la región, llegando a habitar, con el pasar del tiempo, el fértil valle.

7.2.1 La expansión urbana

En La Habana --ciudad de privilegiada situación geográfica--, desde 1561, el movimiento provocado por el paso de las flotas actuaría como un factor de desarrollo. Testimonios documentales correspondientes a la segunda mitad del siglo XVI, localizados por María Teresa de Rojas procedentes de los protocolos de los escribanos públicos de La Habana y otros, más recientes, localizados en las mismas fuentes por la paleógrafa Nieves Arencibia, prueban la existencia de casas de mampostería en dicho período. De dichas descripciones puede inferirse que fueron casas de dos plantas, con tienda esquinera, doble puerta en la planta baja y, en la alta, una habitación de bajo puntal. Este tipo se perpetúa con las lógicas adaptaciones y se hizo frecuente en las esquinas de calles, tal como puede observarse en La Habana Vieja y otras ciudades primitivas-- Trinidad, Sancti Spiritus-- y aún en las de más reciente creación, como Matanzas. Otros testimonios documentales se refieren a casas de una planta, al parecer formadas por una sola dependencia delantera y cubiertas con techos de maderas de cedro63.

La existencia de estas viviendas manifiesta la creciente importancia de La Habana, desde entonces la primera población de la Isla y una de las plazas comerciales más efectivas de América. Fue preciso fortificarla y a este fin arribaron a la ciudad numerosos albañiles, canteros, carpinteros y, en general, trabajadores de distintos oficios relacionados con la construcción que

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GARCIA SANTANA, Alicia. CUBA: El despegue constructivo en el siglo XVI. Ensayo publicado en

Periferia Internet Resources for Architecture and Urban Design in the Caribbean.

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constituyeron la mano de obra que posibilitaría el desarrollo constructivo de la ciudad. Entre 1558 y 1588 se hace referencia en las Actas Capitulares de La Habana y en los Protocolos de Escribanos, de la existencia de 10 albañiles, 6 canteros, 1 maestro de obra, 2 tapiadores, 2 herreros, 12 carpinteros, 17 carpinteros de rivera, 2 torneros y 5 plateros. En total 57 artesanos, que representan una fuerza de trabajo considerable.5 Durante estos años se mercedaron multitud de solares por el cabildo habanero, alcanzándose la cifra más elevada --125 solares-- entre 1573 y 1578, con un máximo de 59 en 1575.Desde 1576 se intentó prohibir la fabricación de casas techadas con guano, pese a que en la práctica fue imposible hacer efectivas las medidas tomadas con tal finalidad64.

El incremento de la población, en especial en los meses en que los barcos de la flota esperaban la partida en el puerto, fue el factor, entre otros, que movió la actividad constructiva. No fue éste el caso del resto de las poblaciones. Santiago de Cuba perdió la preeminencia que ostentaba en temprano siglo XVI, en beneficio de La Habana que llegaría a ser la capital del país. No obstante, en La Habana no se ha podido identificar, ni documentar construcción civil alguna del siglo XVI. Es por ello que Francisco Prat estimó que el desarrollo arquitectónico del país, en lo que a construcciones civiles y religiosas se refiere, se inicia en el siglo XVII, aseveración que, hasta el momento, no ha podido ser refutada65. 7.3 Proceso de fortificación

San Cristóbal de La Habana, debe su ubicación a la estratégica posición que para la metrópoli española revestía su condición de llave del golfo, con un puerto de estrecha entrada y aguas profundas, capaz de acoger a buques de gran calado.

Precisamente esa localización convirtió a la villa en punto obligado de reunión para las naves que transportaban hacia el viejo continente las riquezas del nuevo mundo.

La codicia de corsarios y piratas llevó a la organización de las llamadas flotas para defenderse mejor de los ataques, lo cual llevó a un cambio de estrategia por parte de los filibusteros, que apostaron entonces por apoderarse de la naciente urbe. Por tales razones, se realizan las siguientes construcciones:

7.3.1 Castillo de la Real Fuerza Construido entre 1558 y 1578, es la fortaleza más antigua de La Habana. Sirvió de residencia a los gobernadores españoles. Situado junto a la Plaza de Armas y la Avenida del Puerto, allí radica el Museo de la Cerámica.

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Ibid. 65

Ibid.

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Castillo de la Real Fuerza

7.3.2 Castillo de San Salvador de la Punta Construido entre 1590 y 1600, tenía la misión de proteger la entrada del puerto de los ataques de corsarios y piratas. Se encuentra al oeste de la boca del canal de entrada a la bahía. 7.3.3 Castillo de los Tres Reyes del Morro Situado a la entrada del canal de acceso a la bahía, fue construido entre 1589 y 1610. Se le consideró inexpugnable hasta que fue tomado por los ingleses en 1762. Se le incorporó en el siglo XIX el faro que señala la boca del puerto y sirve de orientación a los navegantes.

Castillo de los Tres Reyes del Morro, que defiende la entrada del puerto de La Habana, comenzada su construcción por Juan Bautista Antonelli en 1589.

7.3.4 Ocupación inglesa Especial protagonismo tuvo esta fortaleza en el año 1762, cuando una impresionante escuadra inglesa, con más de 50 navíos, 14.000 hombres y 2.000 cañones tomó La Habana. Para ello los invasores tuvieron que rendir el Castillo del Morro, bravamente defendido por una guarnición al frente del capitán de navío Luis de Velasco y el marqués Vicente Gómez, que murieron como héroes tras un sitio que se prolongó durante mes y medio y que concluyó después de que los británicos volaran con explosivos los gruesos muros del fuerte. Tras la caída del Morro, la ciudad se rindió y permaneció en poder de Inglaterra durante once meses, hasta que España la recuperó a cambio de la Florida. Tras los graves daños que sufrió durante el asedio inglés, el Morro se empezó a reconstruir al año siguiente. Fue entonces cuando la torre del fuerte comenzó a utilizarse como faro, una ocupación que mantiene hasta nuestros días. La primitiva torre fue demolida en 1844 para dar paso a la que todavía hoy se alza 30 metros arriba sobre el morro de piedra que da nombre al castillo que la resguarda.

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7.3.5 Fortaleza de San Carlos de la Cabaña

Muy cerca del Morro se encuentra la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña, la mayor de las construidas por España en el Nuevo Mundo, con más de 700 metros de muralla, y que apuntaló el sistema defensivo de La Habana tras la amarga experiencia que supuso la ocupación inglesa. Empezó a construirse en 1763 y las obras se prolongaron por más de once años, con un costo enorme para su tiempo. La formidable fortaleza, en forma de polígono con baluartes, terrazas, fosos, puentes levadizos, cuarteles, aljibes y almacenes, defendida además por gruesos muros de piedra, era una ciudadela prácticamente inexpugnable. Su posición privilegiada le convertía en un bastión para defender la ciudad y el puerto, para lo que contaba con un elevado número de piezas de artillería. Un buen número de cañones fundidos en Barcelona en el siglo XVIII, siguen guardando simbólicamente este fuerte, mostrando su lujosa decoración de escudos en altos y bajos relieves, cada uno con su nombre grabado. La Fortaleza de la Cabaña albergó a regimientos españoles en su época.

Fortaleza de San Carlos de la Cabaña

7.3.6 Fuerte de Cojímar Es una singular construcción concebida dentro del plan defensivo de la ciudad, con el objetivo de defender el lado este de la bahía contra los ataques de corsarios y piratas 7.3.7 Torreón de Bacuranao Fue una de las fortificaciones complementarias que se construyeron en 1650 para defender el litoral norte de La Habana; ubicada junto al río Bacuranao en la playa de igual nombre, al este de la ciudad, lugar por donde comenzó en 1762 el desembarco de las tropas inglesas durante el ataque a La Habana. 7.3.8 Torreón de San Lázaro Se trata de una atalaya que permitía descubrir la cercanía de corsarios y piratas. Fue levantado en el siglo XVI en la antigua caleta de San Lázaro (fuera del recinto del centro histórico). 7.3.9 Torreón de La Chorrera Edificado en 1646, defendía la entrada del río Almendares, entonces navegable.

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7.3.10 Amurallamiento de la Villa

Sin embargo, la vulnerabilidad de la ciudad por tierra determinó el surgimiento a finales del siglo XVI de una idea para amurallar a San Cristóbal de La Habana.

Según algunos historiadores, las variantes iniciales comprendían la construcción de la obra en piedra y con el apoyo económico de Madrid, lo cual quedó en el olvido debido a trámites burocráticos y argumentos de España respecto a la carencia de fondos para los trabajos.

Una segunda propuesta comenzó a ejecutarse con el empleo de madera, que en la práctica resultó frágil para los objetivos de la muralla y fue abandonada rápidamente.

Asimismo, una tercera opción, consistente en rodear la urbe de fosos de agua, buscaba aportar a la villa un entorno similar al de los castillos medievales, si bien ello quedó sólo en la mente de sus promotores.

Finalmente, bajo el mandato del gobernador Francisco Rodríguez de Ledesma se logró la aprobación del proyecto y el presupuesto necesario para los trabajos con el empleo de la piedra como material fundamental.

Así, en 1674 comenzaron los trabajos de la esperada obra, previstos en un inicio para efectuarse en un plazo de tres años y que en la práctica se extendieron a más de cien años, pues sólo concluyeron en 1797. En las murallas de La Habana se utilizaron 75,000 m3 de piedra de sillería. Tuvo nueve puertas, las que abrían y cerraban con el aviso de cañonazos. Su dotación militar fue de 3,400 hombres y 180 piezas de artillería. Ya en esa fecha, las murallas se convirtieron en un elemento característico del entorno urbano de la villa, con nueve puertas para el acceso al núcleo de la ciudad, entre las cuales las más conocidas fueron la de La Punta, la de la calle Reina y la llamada de La Muralla.

Torreón que se conserva de la antigua Muralla de La Habana.

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8. PUNTOS DE CONVERGENCIAS Y DE DIVERGENCIAS ENTRE LAS

DOS CIUDADES

Las convergencias entre estas dos ciudades serian las siguientes:

El descubrimiento de sus costas producto de la casualidad.

El desconocimiento del punto exacto donde se fundaron por primera vez.

El terreno boscoso y mal sano que las rodeaba.

Por su situación estratégica, La Habana fue llamada la Llave del Nuevo Mundo, porque desde allí se iniciaban las conquistas de los territorios de América Central y el sur este de los Estados Unidos, y en ella convergían las flotas de naves españolas cargadas con riquezas para España. Por su parte Cartagena fue llamada la Reina de las Indias debido a la gran cantidad de riquezas que de allí partían y esta al mismo tiempo era la entrada obligada para la conquista de Tierra Firme.

Ambas fueron centro de concentración y despacho de esclavos negros.

Eran puertos seguros para el descanso de las flotas y reparación de los barcos, debido a la gran cantidad de árboles disponibles para ello.

Desde su fundación fueron puertos importantes del imperio colonial español, siendo asediadas constantemente por piratas y corsarios, (Roberto Baal, Francis Drake, etc...) así como por Inglaterra y Francia, rivales de España en el dominio mundial.

La construcción de un sistema de defensa contra ataques de extranjeros. En el caso de Cartagena fundada en 1533, y empezó a fortificarse inmediatamente después, tarea que duró tres siglos. Y la Habana fundada en 1515, empieza a fortificarse en 1674 y su tarea duro 167 años. Ambas poseen morros y baluartes para su defensa.

Además de ser fortificadas fueron amuralladas, y por el hecho de estar encerradas entre murallas, debían limitar necesariamente sus espacios, y esto se refleja en las calles y plazas públicas, hacía las cuales las casas se volcaban a través de las amplias portadas y de los balcones y ventanales con sus enrejados en madera, reflejándose el mismo ambiente íntimo de los interiores en los espacios externos.

Juan Bautista Antonelli fue el arquitecto encargado de la construcción de las defensas de las ciudades.

Cuando comenzaron la construcción de las murallas, las ciudades ya contaban con una activa vida social, comercial y religiosa, en la que se conjugan la rigidez de las construcciones militares con la arquitectura de las casas, calles, plazas, iglesias y claustros.

Ambas han sido declaradas patrimonio histórico de la humanidad, por el alto valor arquitectónico que poseen.

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Las divergencias entre las dos ciudades serian:

La Habana demolió las murallas apenas 44 años (1863) después de concluidas, el ayuntamiento local pidió a la Metrópoli la autorización para su derribo, porque los progresos alcanzados por las artes de guerra las hacían anacrónicas y porque habían llegado a convertirse en un obstáculo para que la ciudad pudiera crecer en la medida de sus necesidades. Cartagena por su parte no fue tan cerrada o cercada como la Habana y debido a su lento desarrollo urbanístico no destruyo sus murallas, sin embargo se demolieron ciertas partes para la construcción de una avenida.

En cuanto a la conservación de arquitectónica La Habana ha destruido mucho de su historia en cambio Cartagena de Indias conserva sus singulares barrios y posee la mayor parte de las fortificaciones.

Las construcciones gubernamentales son escasas en Cartagena, rasgo común en toda la Nueva Granada. Los mejores ejemplos de edificios públicos en Cartagena son la Aduana y el Palacio de la Inquisición. En cambio La Habana si tuvo edificaciones, como la sede del Gobierno y Capitanía General de esta ciudad e Isla, Tribunales de Cuentas, Real Tribunal de Protomedicato Real compañía de esta ciudad e Isla y Real Hacienda entre otras.

La Habana se convirtió en el primer puerto donde se construían barcos para España en América, en cambio Cartagena solo se limitaba a la reparación de los mismos.

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CONCLUSIONES

El modelo civilizador del imperio español se tradujo en un conjunto de medidas concretas y de mecanismos institucionales relacionados con la instalación de grupos humanos, con la ocupación del suelo y el uso productivo de los recursos naturales encontrados en las nuevas tierras, que contribuyeron a alterar profundamente las pautas originales del manejo del espacio de los pobladores precolombinos.

La ciudad, que buscaba afirmar el dominio real en los inmensos territorios nuevos, apareció en la etapa militar de la colonización; la de las corrientes exploratorias y las primeras entradas. Su fundación sirvió, a diferencia de lo que ocurrió con la colonización portuguesa y anglosajona, de base al poder de la Corona para formar y consolidar su poder en América. Sin embargo, para que la vida continuara en las ciudades, para que éstas subsistieran, no bastaba con la voluntad política y legislativa. La inestabilidad de los asentamientos en la primera fase de la colonización evidencio la fragilidad de un esfuerzo que requería, además, recursos que permitieran el definitivo asentamiento, es decir, el poblamiento y la colonización.

La Habana y Cartagena tienen una historia al parecer muy diferente debido a su distancia, pero mediante la realización de esta investigación podemos decir, que son casi ciudades hermanas por la presencia de fenómenos arquitectónicos casi idénticos e incluso sufrieron una seria de ataques perpetrados por los mismos personajes.

Aprendimos el como, cuando y porque se decide fortificar una ciudad y que técnicas utilizaban los españoles para la consecución de estas obras.

Comprendimos que la Historia no solo esta impresa en libros antiguos o reliquias, sino que también esta viva en las construcciones antiguas que se conservan y que se deben conservan para el mejor entendimiento del pasado.

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Autor: Jesús Antonio González Torres

FUENTES Y BIBLIOGRAFIA

Ministerio de Cultura de España (Paisajes urbanos de América y Filipinas).

Periferia Internet Resources for Architecture and Urban Design in the Caribbean.

Biblioteca Virtual del Banco de la República de Colombia (Luis Ángel Arango).

LEMAITRE, Eduardo. Historia general de Cartagena. Tomo I. Bogotá: Banco de la República, 1983. 216 páginas.

TROCONIS PORRAS, Gabriel. Cartagena hispánica 1533 a 1810. Bogotá: Editorial

Cosmos, 1954. 342 páginas.

VIDAL ORTEGA, Antonino. La ciudad descarnada. Conflicto de poder en la Cartagena de la primera mitad del siglo XVII. Ensayo libre.

FÉLIX DE ARRATE, José Martín. Llave del Nuevo Mundo. México: Gráfica

Panamericana, 1949. 249 páginas.

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Autor: Jesús Antonio González Torres

ANEXOS

Mapas antiguos

CARTAGENA DE INDIAS 1594

Ciudad de Cartagena de Indias y sus fortificaciones. Sevilla. Archivo General de Indias MP, Panamá, 10.

CARTAGENA DE INDIAS ¿1628?

Ciudad de Cartagena de Indias y sus cercanías. Sevilla. Archivo General de Indias MP, Panamá, 4.5.

HABANA 1567

Perspectiva de la ciudad de la Habana. Sevilla. Archivo General de Indias MP, Santo Domingo, 4.

HABANA 1689

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Autor: Jesús Antonio González Torres

Plaza de Armas de la ciudad de la Habana. Sevilla. Archivo General de Indias MP, Santo Domingo, 90.

HABANA 1691

Domingo, Ciudad de la Habana con la demarcación de parroquias. Sevilla. Archivo General de Indias MP, Santo Domingo, 97.

Fotografías actuales

CARTAGENA

Avenida de la Playa

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Castillo de San Felipe de Barajas

Puerta del Reloj

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Torre del Reloj

Vista aérea

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Calles de Cartagena

Artillería apostada para la defensa

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LA HABANA

Artillería apostada para la defensa

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Vista del Fuerte del Morro

Malecón de la Habana

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Vista del canal

Calles de la Habana vieja

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Vista aérea de la Habana