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Foto portada © Eduardo Eliseo

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La igualdad sobre el papel

Relatos

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Acta del jurado del I Certamen de relatos “La igualdad sobre el papel”

Reunido a día de hoy, doce de abril de 2016, el jurado

del I Certamen de Relato Corto “IES Fuerte de Cortadura”,

compuesto por las profesoras del Departamento de Lengua y

Literatura del IES, Mª Luisa Gutiérrez Galán y Elvira López

Hurtado, y los miembros de la Asociación de Madres y Padres

del Alumnado del IES Cortadura, Mª Teresa López Montiel y

Mª Cristina Monasterio Real,

ACUERDA

Conceder el primer premio del concurso en la

categoría Alumnado de Primer Ciclo (1º y 2º de ESO) al relato

“GINSENG Y JALEA REAL” de la concursante Ana Cantos

Macías del IES Fuerte de Cortadura.

Conceder el primer premio del concurso en la

categoría Alumnado de Segundo Ciclo (3º y 4º de ESO) al

relato “ÚNICA HERENCIA” del concursante Luis Aday

Cartagena Rodríguez del IES Fuerte de Cortadura.

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Conceder el primer premio del concurso en la

categoría Alumnado de Bachillerato y Ciclos Formativos al

relato “EL COMIENZO DE LA SEMILLA” de la concursante Tania

Barcala Arca del IES San Severiano.

El jurado quiere hacer mención especial al relato

“SENTIMIENTOS”, de la concursante Cristina Ruffo Fabero

(Primer Ciclo) por su manejo del diálogo.

En Cádiz a 12 de abril de 2016.

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Índice

• Ginseng y jalea real de Ana Cantos Macías

(Primer premio - Primer ciclo)............................................... 9

• Única herencia de Luis Alday Cartagena Rodríguez

(Primer premio - Segundo ciclo).......................................... 23

• El comienzo de la semilla de Tania Barcala Arca

(Primer premio - Bachillerato y ciclos formativos).............. 41

• Sentimientos de Cristina Ruffo Fabero

(Mención especial del jurado)............................................. 53

• 23 de junio de 1058 de Guillermo Obies..................... 69

• ¿Qué tiene de malo ser calva? de Óscar Ordoñez....... 85

• Martina y Lucas de Sandra Franco............................. 103

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GINSENG Y JALEA REAL

Esa mañana se levantó muy cansada. No había

dormido en toda la noche dando vueltas sobre el mismo

tema, pero creía que lo tenía claro ya….iba a renunciar al

puesto que le habían ofrecido en su empresa, no podía

dejar a tres hijos y un marido solos durante un año y

trasladarse a vivir a Madrid para primeros de año,

aunque la verdad era lo que quería hacer, era un año en

Madrid aprendiendo como manejarse en un nuevo

puesto de trabajo para luego desarrollarlo en su ciudad,

pero no, ella no iba a poder tendría que esperar a que

los niños creciesen un poco más…

Había trabajado duro durante muchos años y ,que

entre varios compañeros hombre le hubiesen ofrecido a

ella ese puesto le parecía un regalo, la igualdad de

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oportunidades en su empresa parecía que se estaba

implantando pero en el otro lado de la balanza estaba su

familia , hay si veía eso que le habían explicado una vez

en unas charlas sobre la igualdad de género que

llamaban “el techo de Cristal”, se lo acababa de

encontrar, como se iba a ir ella, si fuera su marido el que

tuviese que trasladarse sería distinto, él ayudaba pero no

coordinaba, si lo comparase con el trabajo que hacia

fuera de casa él era empleado y ella la jefa. Llevaba todo

el peso de la casa, organizaba las comidas y las compras,

controlaba la ropa si le faltaba un botón, si tenían un

roto, si se le quedaba pequeño un chaquetón a alguno

de sus hijos, coordinaba los horarios de las clases

extraescolares, distribuía las tareas de limpieza que cada

uno tenía, ahora que lo estaba pensando… y por eso no

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le pagaban. En fin no iba a aceptar, ni siquiera se lo diría

a su marido porque él seguro que la animaría a irse, él

no quería interrumpir su carrera profesional, siempre se

lo había dicho que si alguna vez ella tenía que irse para

él no sería un problema ya se las apañaría, además para

que estaban las abuelas que siempre les echaban una

mano.

Mientras tomaba café y hacia la comida para el

medio día le dijo a su marido:

—Jorge, esta tarde hay que ir a recoger las notas

de los dos niños mayores a las cinco y media, pero a las

cinco hay que dejar a Sergio en clase de guitarra

española, tengo que comprarle un traje de angelito para

la función del colegio a la pequeña…

—Vale, le contesto él, me da igual recoger las notas

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o ir a la guitarra, pero el traje de angelito lo compras tú.

Yo de eso no entiendo …

Ni yo tampoco, pensó ella, no es una cosa que

tenga mucha ciencia. Se va a la tienda, se pide y se le

prueba a la niña. Pero bueno, parece que me toca a mí,

que soy una experta compradora de trajes de angelitos…

y quizás tengo un máster en compradora de regalos para

abuelas y no lo sé.

—Jorge, otra cosa...

—¿Qué?— contesto él.

—Cuando venga Julia, como yo hoy me tengo que

ir antes porque tengo una reunión, dile por favor que me

limpie hoy los cristales que se me olvido decírselo la

semana pasada.

—Bueno —contestó su marido— pero déjale una

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nota ahí por si acaso se me olvida….

—Ahh!! que tío más despistado…

Los días fueron pasando y María todavía no había

dado una respuesta en el trabajo, le dijeron que se lo

pensará con calma que tenía hasta fin de año para

pensárselo porque la incorporación sería después de las

fiesta a mitad de enero y que el puesto era suyo si

accedía, pero si no tenían que ir pensado en ofrecérselo

a otra persona.

Era todo el día dándole vueltas a lo mismo, pero

siempre llegaba a la misma conclusión lo mejor era que

siguiese donde estaba, allí estaba muy bien vista, no

ganaba mal sueldo y tenía la mayoría de las tardes libres

para estar en casa y con sus hijos… aunque a veces se

veía en Madrid realizando el trabajo que le habían

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ofrecido, con un sueldo de ejecutiva y con tiempo libre

para ella porque no tendría que llevar ni traer a nadie

por las tardes a las actividades extraescolares, además

solo sería un año, un año pasaba volando y podría venir

todos los fines de semana en AVE, a su casa la empresa

corría con ese gasto… pero… y si se ponía un niño malo y

ella no podría venir hasta el viernes por la noche … !ayyy

qué hago! se preguntaba a todas hora ella misma sin

consultar con nadie, no quería que nadie la influenciase,

la decisión era suya y solo suya con los pros y los contras.

Con las fiestas a la vuelta de la esquina a María se

le acumulaba el trabajo en casa y en la oficina era fin de

año y tenían que tener todo cerrado.

Aquel día, durante el desayuno como era

costumbre, le dio a su marido las órdenes del día y le

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recordó que tenían que comprar regalos, organizar la

comida de Navidad que ese año se celebraría en su casa

y vendría toda la familia, ir a la fiesta del colegio a ver al

angelito que ya tenía traje y un montón de cosas que se

le iban ocurriendo mientras quitaba los zapatos que sus

hijos siempre dejaban en medio del salón por la noche y

que ya ni se molestaba en reñirles, los quitaba ella y

terminaba antes. Esa era una de sus frases preferidas:

«lo hago yo y termino antes» .

—Estoy agotada, Jorge, me encuentro muy

cansada, llevo un montón de cosas para delante y no

puedo con mi alma cuando termina el día.

—Es verdad, tienes toda la razón, vamos a ver qué

hacemos— le dijo él antes de darle un beso muy

cariñoso y marcharse a trabajar.

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María esa mañana se fue más contenta a su

trabajo, parecía que Jorge se había dado cuenta de todo

el esfuerzo que ella hacia a diario y que se iba a poner

las pilas, a hacer algo más que lo que ella le encargaba, a

ver si hacia cosas por él mismo sin esperar a recibir una

misión. Cuando se paraba a pensar se daba cuenta que

él nunca iba a la compra sin la lista que ella hacía, nunca

veía el cuarto de baño sucio, no sabía cómo llegaban las

camisas planchadas al armario, sí .. Julia planchaba pero

todo lo dejaba muy bien puesto encima de la cama

porque no le gustaba revolver en los armarios…

Jamás había comprado un regalo de cumpleaños

para un amigo de sus hijos… eso también lo hacía mejor

ella, pero al fin y al cabo la culpa era suya, no delegaba,

era el «mejor lo hago yo y termino antes».

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Así que después de la charla de aquella mañana y

de las reflexiones que estaba haciendo lo tenía que

hacer genial o delegar en los demás, porque se iba a

volver loca, pero lo de irse a Madrid…ufff todavía tenía

una semana para decidirse.

Sobre las ocho llegó Jorge. Les dio un beso a sus

hijos y luego se dirigió a la cocina donde estaba su mujer

haciendo la cena.

—Hola cariño ¿Cómo estás?— le preguntó con voz

cariñosa.

—Bueno…. un poco cansada, pero bien, acabo de

llamar el dentista porque a Sergio le duele una muela,

mañana lo va a mirar a las cuatro y media.

Él con una sonrisa de oreja a oreja le dijo «toma» y

le dio una pequeña cajita envuelta en papel de farmacia.

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—¿Qué es?— preguntó extrañada mientras lo

desenvolvía. ¡Era una cajita de pastillas!

— ¿Y esto para qué es?— dijo María con los ojos

muy abiertos.

—Son pastillas de ginseng me las ha dado Manolo

el farmacéutico, porque le he contado que tú estabas

muy cansada con el trabajo, la casa, los niños… dice que

mejoran el rendimiento físico y aumenta la capacidad del

cuerpo para adaptarse al estrés….

María no daba crédito a lo que estaba escuchando,

la solución de su marido a su exceso de

responsabilidades no era compartirlas sino darle

pastillas para el cansancio. No sabía si reírse, llorar,

gritarle, o tomarse un puñado de pastillas como si fueran

“lacasitos”.

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Lo miró de los pies a la cabeza, de los zapatos a los

ojos, apagó el fuego y con la cajita todavía en la mano,

dio una vuelta sobre sus talones y se fue a buscar el

móvil al bolso, no se lo pensó, marco el número de su

jefe y le dijo que ya tenía una contestación... se iba a

Madrid.

Las navidades pasaron entre fiestas y preparativos

porque mamá se iba, Jorge no se lo tomó mal, él nunca

veía problema en nada, estaba muy contento por ella,

sabía que era una gran oportunidad para su mujer y no

iba a ser él el que le impidiese prosperar en su empresa,

además el ir a comer a casa de su madre todos los días

no era mala idea.

El quince de enero María tenía todo ya preparado

para irse, tenía miedo, más que por lo que se iba a

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encontrar por lo que dejaba en casa, les dio mil y una

instrucciones a sus hijos, dejó la ropa de la pequeña

ordenada de lunes a viernes, las tareas de cada uno

señaladas por colores, los horarios en grande puestos en

la nevera para que a Jorge no se le pasaran. «Sí, es

verdad, soy una pesada controladora» pensó.

Antes de cerrar su maleta, metió sus zapatillas de

running, tendría tiempo para volver a correr, y metió su

ebook, iba a leer también, se estaba emocionando,

quizás lo único que haría era trabajar, bueno ya vería ….

—María, vámonos ya que vas a perder el tren—

dijo Jorge—. Si el viernes por la noche estas aquí otra

vez, qué pesada … ¿ Lo tienes todo?

—Sí— dijo ella—, vámonos ya , ahhh pero antes se

me olvidaba, tengo una cosa para ti.

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Rebuscó en el bolso y le dio un tarrito con pastillas,

estas son mejores, además del ginseng tienen jalea real,

creo que ahora te van a hacer más falta que a mí.

Ana Cantos (2º ESO, IES F. Cortadura)

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ÚNICA HERENCIA

"Me deshice de cualquier engaño, mentira o farsa

camuflada y de medias verdades nauseabundas. Pobre

gente ingenua que se deja llevar por las corrientes

ajenas. A donde va uno van todos y a donde todos van

va uno. Como si de un banco de peces se tratase,

directos a las cárceles de transparentes burbujas, donde

las negras ballenas con sus grandes colas van dirigiendo

las corrientes según su interés, vendiéndoles una dulce

entelequia, un imaginario ensueño como si fuera una

realidad verdadera, los pececitos van directos al abismo

de sus voraces bocas"

* * *

La gente comenzó a entrar en el local, a ninguno le

faltaba una buena pistola y un sombrero negro, todos se

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sentaron en sus respectivas mesas y en el ajetreo un

hombre comenzó a hablar.

—Buenas noches, aquí estamos reunidos para

glorificar a nuestro gran clan y darnos cuenta del poder

que circula por nuestras manos ¡Viva Sicilia y loshombres

de honor!

—¡¡Viva!!

—Sin más demora que comience la fiesta.

Y directamente salieron camareras hacia las mesas.

—Oye tú, ¡eh! Sirvienta.

—Sí, señor.

—¡Ah! Mira, no eres muda ni sorda, bueno al caso,

te quieren en la mesa central. Ten cuidado que son jefes.

El hombre coge una bandeja llena de manjares.

— Llévasela con cuidado, a ver si tienes suerte.

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Los hombres de la mesa central llevaban una

insignia un tanto extraña en la que ponía: "Cosa Nostra

giustizia degli uomini d'onore"

—Niña, ¿quieres servir los platos o te los sirvo en

la cara?

De todas las mesas circundantes sonaron

carcajadas, pero fueron acalladas al escuchar la voz del

"Capo di tutti capi"

—No os riáis de esta pobre mujer que nos ha

ayudado más que la familia Carusco, así que sirve de una

vez y cuando termines ven hacia mí que voy a darte algo.

—Gracias señor— salió la sirvienta airada de la

situación. Al terminar de servir se acercó al hombre pero

saltó otro que estaba sentado detrás suya.

—Toto, déjamela a mí, tu ya te has divertido

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mucho— y su compañero se encogió de hombros.

—Ven para acá muchacha, vamos a ver lo fuerte

que eres. Por haber ayudado a "Cosa Nostra" te voy a

dar unos regalos— de debajo de su mesa sacó una cajita

de madera oscura donde ponía "LSD" y una botella.

Cogió una copa, la rellenó de ron y le metió una pastilla

de la caja y además le dio una botellita.

—Toma hija, te lo mereces, ponte esto en los ojos,

mira lo bien que te lo vas a pasar— diciendo esto último

entre risas.

La chica sin pensarlo, como si fuesen personas de

honor se bebió el ron de un trago y se echó unas cuantas

gotas en cada ojo.

—Mira si es valiente la chica.

Entre miradas expectantes y risas, su garganta

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empezó a arder de forma considerable. Al momento le

entró un calor inmenso, las imágenes sonaban, olores se

veían, veía tantos cuerpos deformados. Y con la

sensación de que el tiempo retrocedía, de repente se

encontró paradójicamente con la trágica escena de su

familia.

* * *

Una mujer de no más de 30 años, con la cara y los

pechos cubiertos de profundas quemaduras, yacía junto

a su humilde familia, en el claro de un mugriento,

maloliente, repugnante oasis. La pobre familia se mecía

triste a la par de las llamas del candente fuego. Todos

observaban el cuerpo con ojos empapados y sobretodo

miedosos por perder a su única protección, única

referencia, por perder a la única madre que se puede

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tener.

La mujer, con un cabello más negro que la noche,

reunió fuerzas y comenzó hablar.

—Hijos, escuchad pues no me queda tiempo, estas

palabras son lo único que me pertenece y la única

herencia que os doy, la misma que vuestro abuelo me

transmitió:

«Hijos míos, un día, que ni vosotros ni vuestros

nietos podréis ver, habrá una palabra sagrada para toda

persona, la igualdad donde los del norte no serán más

que los del sur ni los del oeste más que los del este,

donde la concordia, la virtud, la honestidad entre

nosotros, vosotros, ellos y aquellos estén presentes, pero

oíd con precisión, para eso luchad y aquí jurad que

usaréis como meta la igualdad y moriréis por ello, no hay

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más esplendido honor, luchar por las gentes que

cayeron. Saber la carga que os traspaso porque yo

moriré por esto, igual que otras muchas personas como

vuestra abuela, vuestra tía y como no vuestro abuelo, así

que os lo p . .. »

Una bala arrancó la poca vida que allí, en un

cuerpo maltratado, se hallaba. La familia quedó

desintegrada gracias a las ballenas, que mandaban a

matar familias, que no se guiaban ciegamente por sus

corrientes. De tal masacre poco se puede decir, ya que

los pocos recuerdos que hay se encuentran escondidos

en la más pequeña estancia y encerrados en sí mismos.

* * *

Iban caminando los tres hermanos sin un rumbo al

que seguir, sin un camino con el que guiarse.

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Al cabo de un par de horas, andando y caminando,

los chicos se encontraron frente a su casita destrozada,

una chabola que su madre (por necesidad) consiguió

vendiendo a un hijo, el cual se llama Rasish, que

trabajaba o trabajó como niño soldado. La muchacha y

los dos pequeños se abrazaron sin darse cuenta que

unos hombres, los mismos que mataron a su familia, se

acercaban a ellos con unos pañuelos mojados, que

colocaron rápidamente en sus rostros, haciendo que

cayeran en un profundo sueño.

* * *

—Said, ¿qué nos traes?

—3 k34, hijos de Kautar, una adolescente de 13 o

14 años y dos pequeños, varones los dos.

—Buen negocio, llévala a los telares, ponle la B8, y

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a los niños con Saliha que se pongan a secar ladrillos.

—Sabes perfectamente que no va a ser capaz de

hacerlo.

—Claro que lo sé, pero necesito que vaya gastando

hilo y vaya aumentando la deuda y así mantenerla más

tiempo, el suficiente para venderla. Invéntate algo... o

mejor... dile la verdad y que se oponga, me da igual,

ponle unas cadenas en los pies y engánchalas al telar,

que duerma ahí, si total su gente vive peor y, por último,

cuando la veas entrada en carnes tráela, ya veré si

venderla o no. ¡Ah! Los chicos tráelos con la muchacha,

ya decidiré su camino. Toma, ahí llevas lo que te debo.

Mételos en las habitaciones.

* * *

—Rasish, ayer escuché al jefe hablar con los de la

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mafia y dijo algo sobre tu madre.

—Y qué, mi madre ya no me quiere— desvió la

mirada.

—Lo siento mucho. tu madre ha muerto, pero

también oí que fueron descubiertos ¡Encontraron el

oasis!

—Imposible, no puede ser ¿murieron todos?

—No, escaparon 2 chicas y 3 niños, pero escuché

algo sobre Mariam.

—¿Qué escuchaste?

—Número 2-56. Venga a aquí ahora mismo— le

llamó su jefe.

—Sí, señor.

—Esta mañana ha venido tu madre y ha cogido

todo el dinero, tendrás que hacer guardia todo este mes

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para pagar lo que tu madre se ha llevado.

—No voy a trabajar— mantuvo la mirada firme.

—Imbécil— lo cogió de la camiseta y lo estampó

contra la pared— lo vas a hacer, o ¿quieres que tu madre

se enfade y yo te torture?

Y tranquilamente respondió:

—Ayer matásteis a mi familia, no dejasteis nada,

como si en ese lugar no hubiera pasado lo que pasó,

¡¡sois unos asesinos!!

—¿Y tú cómo te has enterado ¡imbécil!? ¿O tienes

cómplices ¡hijo de puta!? Ahora vas a venir y te voy a

sacar todas las tripas.

Rasih salió corriendo e intentando escapar de lo

inevitable, mientras, en su cabeza sonaba la melodía sois

unos asesinos, sois unos asesinos, sois un... hasta que

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una bala interceptó con su cabeza y un río de lágrimas

desembocó en un lago de sangre.

—Uno menos, ¡qué más da!.

* * *

En un lugar, donde el tiempo podía pasar sin ser

visto, un lugar oscuro, sombrío e infinito en el que solo

había una mesa y cuatro sillas, de las cuales una estaba

ocupada por una pequeña niña, también había dos

personas, una de pie con expresión tranquila, o más bien

picarona y una muchacha, apoyada en la mesa, con una

expresión nerviosa y una mirada madura. Con un fuerte

puñetazo a la mesa, prosiguió la conversación una de las

personas que allí se reunían.

—¡Basta!— escupió la muchacha.

—Podemos seguir hablando pero el trabajo se te

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acumula— respondió con una sonrisa que estremecía

hasta al más grande elefante.

—No puedes, y no lo repetiré más. La deuda esta

pagada, también nosotros tenemos derechos.

—Ja. como quieras, pero tu único derecho es

poderte acostar conmigo y no con todos los borrachos

que entran por aquí, mi dama.

—¿A costa de qué? ¡Eh! De ser un pañuelo en el

que te limpias y después lo tiras, de ser tratada como un

animal y violada todas las noches por un truhán como

tú. ¡imbécil! ¡Maldita la hora en que naciste!

Tenía una expresión pícara y tranquila que se tornó

brusca, tosca y salvaje. Se acercó a la muchacha con una

sonrisa diferente, una sonrisa en la que se podían ver

perfectamente sus intenciones. La mujer en cuerpo de

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niña sabía hasta dónde había llegado y cuáles eran las

consecuencias. En ese pequeño instante una mano a

gran velocidad chocó con la dulce y maltratada cara de la

niña, y como si rompiéramos una joven orquídea con la

lava de un volcán, cayó.

—¡Hermana!— sonó una vocecita al fondo de la

pequeña e infinita estancia.

—Sabes que no me gustan las insolencias, florecita

— dijo el hombre.

—¿Por qué mataste a mi madre?

—Por puro gusto, dale las gracias a tu hermana.

* * *

La sirvienta abrió los ojos y se encontró absorbida

por los efectos de la alucinación, con una inmensa luz,

figuras amorfas, colores dolorosos, una respiración

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agitada, unas risas de fondo, platos rotos y una figura

femenina.

—Dale las gracias a tu hermana, ya tenemos el

oásis, muerte de la madre y 7 niños ¿te suenan de algo

estas frases? Mariam— la figura hablaba de forma

neutral, se iba detallando pero no dejaba ver su rostro—.

¿Por qué?, has destrozado una herencia, ¡has

malgastado tu única herencia!— la mujer se destapó.

—¡Madre!

—Ni se te ocurra llamarme así, carne vendida, me

odio por haberte engendrado, me odio por haberte

parido, me odio por haberte amamantado, me odio por

haberte dado mi cariño y sobre todo me odio por haber

muerto antes que tú, has dejado que maten a 7

inocentes luchadores, has dejado a la deriva a mis 6 hijos

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restantes, y has permitido que Rasih muera, ¿Por qué?

—hizo una pausa—. Ni me respondas, ahora te observo

y me deshago de cualquier engaño, de farsas camufladas

y de medias verdades nauseabundas. Pobre de ti,

ingenua, que por las corrientes te dejas llevar, que

mientes para ir a donde todos van, como si de un pez en

un banco de peces se tratase, directa a las cárceles de

transparentes burbujas, donde las ballenas colocaron,

aislándote, ingenua, pobre de decisión, de la realidad

verdadera, de dureza constituida pero de auténtica

razón, por una dulce, cómoda y pasiva entelequia, un

imaginario ensueño en el que las ballenas con sus

grandes colas te van controlando. Pero tú, como muchos

peces que se protegen, sin ver las consecuencias debajo

de sus aletas para solo limpiar los parásitos que se

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hospedan en ellas, corren el peligro de que en tiempo de

poca matanza te maten a ti, ingenua— sacó un cuchillo

—los que traicionan, se traicionan a si mismos.

Mariam salió pidiendo auxilio, mientras corría

torpemente en un agobiante caos, los penetrantes ojos

de su madre se grababan en su mente, y tropezó con un

hombre.

—Por favor, ayúdeme, mi madre me quiere matar.

La única respuesta que obtuvo fueron ecos de

risas, acompañadas de una soledad angustiosa y

desesperante.

El hombre impávido le mostró su pistola y ella en

el punto más álgido de su locura, se la arrebató y se

disparó en el pecho.

Luis Alday Cartagena (3º ESO, IES F. Cortadura)

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EL COMIENZO DE LA SEMILLA

El sol jugaba a colarse por las pequeñas brechas

que la persiana le había regalado como si de un convenio

entre ambos se tratase, para así poder despertar a esa

chiquilla que aún se fundía con sus sábanas. No tardaron

mucho en hacer efecto ambos aliados, pues ella era

incapaz de dormir si no se encontraba en la más

completa oscuridad. Se deshizo de aquella dulce atadura

de su cama, no sin lidiar antes una pequeña lucha con su

pereza, y caminó hasta el baño.

El reflejo a regalar era cuanto menos preocupante,

por bandera poseía aquellas ojeras bajo sus ojos azules y

la delgadez de su rostro comenzaba a pasar factura. La

falta de trabajo era la causa de su falta de sueño, de su

poca esperanza y de su vida perdida. De su casi

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inexistente existencia. Daba igual que fuera una de las

mejores, a cada entrevista realizada siempre la misma

pregunta: "Y bien, ¿Piensa usted tener hijos?"

Simplemente al escuchar aquella pregunta se desvanecía

levemente, preparándose para la sentencia final, para

golpe de gracia cuando dijesen eso de: "Bueno, muchas

gracias por venir. Ya la llamaremos" seguido del silencio

infinito por parte de aquella compañía. No era sencillo.

No era sencillo nada, a decir verdad, puesto que

cada vez que pensaba en cancelar sus planes de familia

una anciana abuela le soltaba aquella mítica frase de "se

te va a pasar el arroz" o incluso, tirando de memoria y

deslizándose entre las arenas del tiempo, colocándose

en la adolescencia la de veces que escuchó esa frase de

"no vayas así vestida que parece que buscas guerra"

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como si los centímetros de una falda dictasen su libido y

sus ganas de sexo.

Se colocó su vestido blanco, lleno de jirones pues

la lucha siempre era dura, con su pelo libre al viento

salió del lugar en el que estaba escondida. Siempre que

aquellos pensamientos quebraban sus alas y acortaban

su vida la mejor solución era pasear al lado del mar, por

aquel inmenso paseo. Pasear y observar el mar, ver su

suave vaivén y su amplia libertad, de él nunca se

esperaba nada, él simplemente podía ser él. Pleno, libre

y sin metas llenas de clichés. Sin luchas con nadie, sin

conceptos tergiversados.

El mar podía ser sin que nadie cuestionase su

existencia, sin que nadie dudase de sus conceptos o de

su finalidad. El mar simplemente se aceptaba, se amaba

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o se odiaba, pero se aceptaba ¿Por qué a ella no?

Se detuvo a llegar a aquel banco en el que tantas

veces vio las horas pasar, los días consumirse, con la

vana esperanza de que quizás hoy podría existir

plenamente. Se sentó y clavó sus ojos en aquella

inmensidad en la que el horizonte caía en picado y

esperó, esperó a que, quizás hoy, podría existir.

Admitamos que había días en los que un leve

atisbo de ella era pleno, con el paso de los años y la

evolución de la sociedad ella era un poco más visible, tan

solo un poco. Y entonces, sin venir a cuento, algo

extraño sucedió, aquel anciano se sentó a su lado y sin

mirar a su pelo enredado con el viento ni su vestido

hecho trizas por la lucha tan solo rompió el silencio con

aquella voz ronca:

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—Dime ¿Qué haces tan sola, Igualdad? ¿Por qué

no te dejan existir?

Y fue entonces cuando las lágrimas de ella

inundaron sus ojos, cuando su corazón se detuvo en

aquel latido sostenido, contenido por la alegría de que al

fin alguien preguntarse por su verdadera existencia.

Tras años de silencio, tras años callada, no pudo

evitar dudar de si su voz seguía existiendo, de si

sentimientos podrían ser ordenados para ser expuestos.

Las ansias de expresar eran demasiadas, demasiados

conceptos confusos, la habían tachado de cientos de

cosas que no eran verdad, que si tan solo era ventajas

para las mujeres, que si tan solo eran feminazis por

reclamarla… Verdaderas brutalidades. Sin darse cuenta

una lágrima cayó por su mejilla, y sintió, en ese

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momento sintió, que quizás ahora si podría comenzar su

existencia plena y libre. Si la comprendían, si la

escuchaban, quizás así podrían ver que no era partícipe

en ninguna lucha, que no era cosa de sexos sino

simplemente cuestión de equilibrio…

Su voz, suave y delicada, como si de un suspiro

constante se tratase, tardó en producirse. Ni tan siquiera

sabía por dónde comenzar…

—Supongo que por miedo…Creo que me tienen

miedo. Son tantas las veces que me han puesto el traje

equivocado, que me han jugado con conceptos que

escapan de su entendimiento… Las palabras pueden

resultar ser el más potente de los impulsos para el

miedo. Las palabras pueden resultar verdaderos puñales

si se usan de un modo equivocado. Yo siempre quise

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existir, siempre ansié hacerlo, desde el principio de los

tiempos; sin embargo no sé en qué momento las cosas

se tornaron de este color gris.

—Pasaron de adorar a la mujer a esclavizarla.

Nunca me dejaron existir plenamente, nunca

comprendieron que yo estoy por encima de hombres y

mujeres, que en mis ojos tan solo hay seres humanos y

que mi bandera no es otra que la aceptación…

—Se escapa a mi entendimiento cuando el abismo

que existe entre el hembrismo y el feminismo se volvió

insignificante y el concepto de aniquiladoras de la

especie masculina se torno en la bandera de la igualdad.

Esa no es mi bandera.

—Se escapa a mi entendimiento el resurgir del

nuevo neomachismo, tan sutil y delicado que dictamina

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si es posible un contrato laboral en función de tus ideas

de familia y no de tu valía profesional. Esa no es mi

existencia.

—Se escapa a mi entendimiento cómo todo lo que

una mujer realiza es por contentar a un hombre, como si

ella sola no pudiese ser plena. Que si el labial rojo

muestra el ansia de gustar a aquel chico, que si la blusa

con todos los botones abrochados la hacen frígida o por

el contrario, con tres botones libres la convierten en una

mujer de dudosa moral… ¿Dudosa moral de qué? No,

esas cosas no están bien y se sigue sin comprender que

yo no tan solo soy para el género femenino… Se me

contempla como si tan solo ellas fuesen presas de la

injusticia de una absurda guerra de sexos llena de

arcaicos prejuicios. Prejuicios por los que el hombre no

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puede tener sentimientos, por los que mostrarlos anulan

su valía masculina y sin embargo no se dan cuenta que la

única condición a la que anulan es a la de ser humano, a

la de reaccionar con el entorno y sentir la vida en todo

sus extremos…

—Es triste que yo no pueda existir, que el sexo

dictamine el comportamiento de las personas en la

sociedad. Siempre preocupadas por el rol a cubrir y

nunca por su desarrollo personal…

—Dime anciano ¿Qué clase de vida es esa?

El anciano, quien escuchó en todo momento

atento aquella confesión, no pudo evitar sonreír con

dulzura al comprender que Igualdad tan solo quería

existir, tan solo debía ser inculcada desde la más tierna

infancia. Romper las cadenas de las convicciones sociales

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y cambiar el prisma con el que los ojos contemplaban la

sociedad haciendo distinciones en cuestión de sexos.

Observó un último instante a Igualdad y tras ello el

anciano se levantó de aquel banco con vistas al mar,

beso la frente de ella y con una sonrisa en su rostro le

susurró:

—Ahora estás lista para ser escuchada, para ser

comprendida. Ahora es tiempo de que tu voz sea más

fuerte que nunca y tus alas no se quiebren. Ahora,

querida Igualdad, es el tiempo de gritar quien eres

realmente.

Tras ello el anciano abandono a Igualdad frente al

mar e Igualdad se desvaneció como si de una simple ola

se tratase y se coló entre la gente como si de una simple

brisa marina se tratase, calando hondo a cada vez más

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personas. No hombres o mujeres sino personas.

Tania Barcala (1º Bachillerato IES San Severiano)

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SENTIMIENTOS

—Con ganas de huir. Olvidarlo todo. No quiero

seguir con esto.

Esas eran las palabras que Tamara nunca quiso

haber dicho. Y también las palabras con las cuales Arturo

se dió cuenta de que ella tenía miedo. Miedo, una

palabra demasiado corta para todos los sentimientos

que escondía. Arturo se dió cuenta de que para

controlarla debía asustarla. Y eso fue lo que hizo. En ese

momento, Tamara solo pensaba en dejar a su novio, y

pensaba que éste le iba a hacer caso a ella.

— ¿Por qué?— contestó él, actuando, como solía

hacer cada vez que le hablaba a Tamara.

— Porque el otro día sé que me engañaste. Sé que

estabas con ella y no conmigo. Llevas unos cuantos días

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comportándote de manera extraña. Sé que a lo mejor es

culpa mía pero he estado pensando y no quiero que

empecemos con problemas. Así, cada uno tomamos

nuestro camino, y si el destino nos vuelve a reencontrar,

quizás entonces estemos mejor, más tranquilos y

relajados, pero por ahora no quiero seguir con esto.

Ya le había dicho todo lo que le quería decir. Ya

estaba más tranquila que antes de hablar con él. Al

contrario, él estaba muy furioso por dentro pero decidió

ponerse a actuar y manejar a Tamara antes que afrontar

la situación y ayudarle. De repente, Arturo se sentó en la

cama y se puso a llorar.

—Claro que es culpa tuya… Cada día haces que me

sienta peor con las cosas que me dices. Ya es demasiado

duro lo que le está pasando a mi familia en estos

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momentos para que además quieras cortar conmigo.

En ese momento, Tamara se derrumbó.

—¿Qué es lo que le pasa a tu familia?

—No te lo quería contar todavía, te quiero tanto

que no quería que te sintieras culpable, pero en esta

ocasión me veo obligado a contártelo. Mi madre se ha

roto la rodilla, y los médicos dicen que está demasiado

grave, que se tiene que operar…

—Eso es imposible, estuve hablando con tu madre

ayer mientras iba bajando las escaleras y la veía muy

bien… Además, ¿por qué me tengo que sentir culpable?

—Ayer, al terminar de hablar contigo, te fuiste

corriendo a la calle y ella se tropezó con tu pie. Dice que

te estuvo llamando a gritos, pero que tú no le hiciste

caso… Quiero creer que no la ignoraste.

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En los ojos de Tamara se formaron lágrimas que le

recorrieron toda la cara.

—¿Cómo puedes pensar que yo le hice eso a tu

madre? Si la hubiese visto me hubiera parado, habría

llamado a una ambulancia.

—Eso es lo que quiero pensar yo, todo ha sido tan

rápido... además, la depresión de mi tío tampoco es

nada fácil. Todos los días vamos a verle, intentamos que

se recupere….

—Vale, para— le interrumpió Tamara— no quiero

romper contigo, sólo… Déjame unos días para

tranquilizarme, ¿vale? sólo eso.

—Vale, muchas gracias. Ahora me voy a mi casa a

ver a mi madre pero muchas gracias de verdad.

Justo después de que Arturo se marchara a Tamara

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le llegó un mensaje. Era de su mejor amiga, Nieves, la

única que le sabía ayudar y apoyar en todo momento:

«¿Se lo has dicho? ¿Has cortado con él?»

«Mañana te llamo»

Nieves le mandó un emoticono que expresaba

preocupación, pero ella lo ignoró, se sentía derrotada. Al

mismo tiempo Arturo llegaba a su casa ya que, al ser

vecinos, vivían muy cerca el uno del otro. Cuando llegó,

su madre le preguntó:

—¿Qué ha pasado? He oído llantos y gritos,

¿habéis cortado? ¿le has mentido?

—No hemos cortado, pero he hecho lo que tenía

que hacer. A partir de ahora, cada vez que ella entre en

casa escóndete, cree que estás en el hospital.

—Vale, pero por favor, no le cuentes nada a tu

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padre.

Por la cara de su madre se deslizó una lágrima.

—Eso dependerá de ti.

En ese momento alguien llamó al timbre. Arturo se

acercó a la puerta para ver quien era.

—Es Tamara—dijo—. Ve a esconderte al cuarto—

le ordenó a su madre.

Cuando su madre se fue, Arturo abrió y Tamara se

abalanzó contra él, con lágrimas en los ojos.

—Lo siento, no debería haber sido tan dura, no

sabía que lo estabas pasando mal y…

Arturo, sin que le viera Tamara, esbozó una

sonrisa.

—No pasa nada.

—¿Quieres que me quede esta noche aquí

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contigo?

—No estaría mal…

—Vale, no hace falta que me digas más, me quedo

tantos días como haga falta.

Arturo pensó: Ya la tengo sólo para mí…

Esa noche pasó como si no hubiera pasado nada.

Días después Tamara se fue a un cumpleaños. Mientras

estaba en la fiesta, recibió varios mensajes de Arturo

amenazándola, pero ella, al estar en un local cerrado, no

recibía sus mensajes. Cuando volvió a casa de Arturo,

empezó a chillarle e insultarla:

—¡Sólo piensas en ti misma!¡Sabes que tu novio lo

está pasando mal y no te quedas en casa con él!¡No

llores, te digo esto porque te quiero, porque tengo

confianza contigo!

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Así pasó toda la noche, hasta que Tamara se fue

corriendo a su casa.

—Mamá, abre, corre. ¡Por favor!

Su madre, asustada, abrió la puerta y

seguidamente la cerró.

—¿Qué te ocurre?

Tamara ya se había encerrado en su habitación,

pero su madre la escuchaba llorar, y a veces decir:

— Es verdad… Soy una egocéntrica… Soy un error

para este mundo…

Tamara estuvo dos semanas encerrada en su casa,

en las que Arturo se acercaba y aporreaba la puerta tan

fuerte que la madre de Tamara le abría y le decía que no

sabía dónde estaba Tamara. Él, aún más enfadado, la

llamaba, y después de que Tamara no quisiera

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contestarle, le enviaba mensajes amenazándola por no

hacerle caso, por no estar con él. A Tamara todo ese

tiempo se le hizo eterno, tanto sufría que hasta pensó

que quería suicidarse. Un día, la madre de Tamara,

aprovechó que Arturo estaba fuera, de viaje, y fue a

hablar con la madre de éste, ya que eran amigas y

vecinas desde que eran unas niñas, y prácticamente se

podría decir que eran muy buenas amigas. Desde el día

en el que Tamara le dijo a Arturo que quería romper con

él, no la había visto y estaba un poco extrañada. Así que,

aprovechando la ausencia de Arturo, la mujer entró en

su casa, con la llave que hacía unos cuantos años su

amiga le había dado. Al principio, le costó encontrar a la

madre del novio de su hija, pero al final, la encontró en

una habitación oscura. La encontró en una esquina, en

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una postura que le recordaba a su hija Tamara.

—¿Qué te pasa? Le preguntó a su amiga.

—Mira… Ya me da igual todo… Te lo contaré.

—¿Contarme el qué?

—Ya hace bastante tiempo que pasó todo esto…

Pero mi hijo está haciéndonos sufrir a mi y a tu hija. No

me atrevo a contarlo, porque hace dos meses, alguien

denunció a mi marido por acoso a escolares. Ese alguien

fui yo. No quería que él se enterase, pero mi hijo, no sé

cómo, lo supo. A mi marido se lo llevaron a la cárcel,

pero mi hijo está muy dolido por eso y me amenaza

diciéndome que si no le hago caso, le contará todo a su

padre, y por eso me he sentido muy culpable de lo que

le está pasando a Tamara. Ya me da igual que mi marido

descubra la verdad, sólo quiero que tu hija deje de

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sufrir…

—Pero…¿Qué le está haciendo pasar a mi hija?

¿Qué le ha hecho él para que ella llegue a esta situación?

Y ese fue el momento en el que la madre de

Tamara se enteró de todo lo que había pasado, de cuál

era la causa del estado en que se encontraba su hija.

Dos días después, Tamara tomó la decisión.

«Ya no aguanto más así, cogeré la llave de la azotea

y... terminaré con esto de una vez por todas….»

De repente, alguien llamó a su puerta.

—Mamá ya te he dicho que no te voy a contar

nada.

—No hace falta, ya lo sé todo.

—¿Qué?

Tamara se dió la vuelta y vió a toda la gente que la

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quería reunida delante de su cama.

—Todos lo sabemos, y no hace falta que llores

más, hoy mismo vamos a firmar la denuncia— le dijo su

madre.

—¿Qué denuncia?

—La que le vamos a poner a mi hijo, se lo merece,

es un maltratador, como su padre— esta vez, fue la

madre de Arturo quien contestó.

A Tamara se le saltaron dos lágrimas:

—Mamá…¿Has organizado todo esto sólo por

ayudarme?

—Haría esto y más.

Tamara abrazó a su madre. Después de mantener

una charla con todas las personas que estaban allí, su

madre dijo:

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—Venga, vístete y vámonos a la comisaría.

Todos salieron de su casa y se fueron hacia la

comisaría. Cuando llegaron, más personas la esperaban

allí, pero cuando Tamara vió a su amiga Nieves no se

contuvo de darle un abrazo.

—Siento no habértelo contado— le dijo.

—No te preocupes, lo importante es que estamos

aquí contigo para que pongas la denuncia.

Después del abrazo, Tamara quiso hablar con su

madre pero alguien se lo impidió. La expresión de su

cara cuando vió a Arturo a su madre no le gustó nada.

—¿Qué haces aquí con toda esta gente y no

conmigo?

—Yo puedo estar con quien quiera, soy una mujer

libre y tengo derechos, y tú no puedes quitármelos.

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De repente, Arturo se puso a gritar y eso alarmó a

la policía, lo que les hizo salir y detener a Arturo, que

estaba a punto de pegar a Tamara. Pero Tamara no se

puso a llorar, lo único que hizo fue alejarse de aquella

persona que la había hecho sufrir. Cuando todos se

calmaron un poco, Tamara y su madre entraron en

comisaría, no sin dar un gran abrazo a la madre de

Arturo, una persona que había sido justa, generosa y

solidaria con ella, a pesar de que iba a denunciar a su

propio hijo. Así, Tamara y su madre abrieron la puerta de

comisaría donde estuvieron esperando un poco

sentadas, mientras que Tamara agarraba con fuerza la

mano de su madre. Esperaron poco tiempo, hasta que

les atendieron, les hicieron pasar a una sala donde había

una mesa y dos sillas, además de muchos papeles que

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parecían denuncias. Allí Tamara realizó una de las más

importantes acciones de su vida. El momento en el que

Tamara sujetó el bolígrafo y firmó la denuncia, se le hizo

un poco largo a su madre, que, aunque entusiasmada

por la valentía que demostraba su hija al dar ese paso,

también estaba un poco asustada por lo que le pudiera

pasar a su Tamara a partir de ese momento. Pero eso era

lo que había estado sintiendo desde el momento en el

que su hija nació, sentimientos de madre. Por el

contrario, Tamara no estaba preocupada sino feliz y a la

vez nerviosa de haber podido superar su gran problema.

Al salir de allí, a Tamara la recibieron una cantidad de

abrazos, aplausos y felicitaciones. A partir de ahí, se

convirtió en una chica fuerte, y ayudó a muchas más

chicas a las que les ocurría lo mismo que a ella, e intentó

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ayudar a todas las personas que le pidieran ayuda por

pequeño o grande que fuese su problema, igual que le

ayudaron a ella. Y así ocurrió, y aunque no pudo ganar

siempre con todas las personas a las que ayudaba,

pasaron los años y ella fue feliz.

Un sentimiento que Arturo nunca le hizo sentir,

pero otras muchas personas sí...

Cristina Ruffo (2º ESO IES F. Cortadura)

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23 DE JUNIO DE 1058

Me despertó un soldado de la guardia real.

Aunque estaba muy serio, se le notó que algo grave

había pasado al temblaba tímidamente la voz al decirme

«el rey te espera». Antes de yo poder decir nada se fue

como una sombra. Aún algo dormido, miré a mi

alrededor, no conseguía recordar lo que pasó anoche.

Me pasé la mano por la frente, cuando noté una venda,

de golpe me empezó a doler la cabeza y todas las

extremidades, como si un buey me hubiese arrollado

varias veces. Cada vez tenía más ganas de saber qué

había pasado la noche anterior.

Ya vestido, salí de la habitación, donde me

esperaba una joven doncella que me guió hasta la sala

del trono donde esperaba el rey. Antes de que yo entrara

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en el salón, se lanzó a mi pecho y besó mi mejilla, y con

un hilo de voz dijo a mi oído «gracias».

Cuando se separó de mí se fue algo sonrojada; y en

mi cuello apareció un colgante con una forma muy

extraña. Cuando me fije me di cuenta de que tenía una

inscripción. “EL PODER DEL MUNDO”. Algo muy extraño,

la verdad. Las puertas se abrieron a mi espalda, me giré

algo asustado, y con paso indeciso me adentré en la sala;

todo estaba muy bien decorado, las cortinas eran de

terciopelo rojo con bordados amarillos y morados, las

ventanas eran enormes y del techo colgaban unas

lámparas de araña de cristal, con 7 velas cada una. Había

una alfombra roja que cortaba el salón en dos y llegaba

desde la puerta hasta el trono, donde esperaba

pacientemente el rey. A su alrededor estaba su guardia

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personal. Me fui acercando lentamente pero ya con paso

firme. Cuando me situé delante suya me miró de arriba a

abajo y con una cara de decepción dijo:

—¿Eres tú aquel que ha conseguido enfrentarse al

dragón y sobrevivir?.

En ese instante un montón de recuerdos llegaron a

mi cabeza como un fogonazo de luz, una bestia negra

con los ojos en sangre llegó a mi cabeza. Perdí el

equilibrio y me precipité hacia el suelo como un plomo

de pesca en el mar, pero antes de caerme

completamente conseguí redirigir el peso hacía mi

rodilla; un guardia me ayudó a recomponerme y

mantenerme de pie. Era un joven chaval de ojos verde

esmeralda, con una cicatriz que atravesaba su pálida

cara. Sin saber por qué, su nombre me vino a la boca.

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—Arturo.

Él me sonrió y asintió con la cabeza y todos los

recuerdos de mi mente se aclararon en un instante; era

el joven que me ayudó a sobrevivir del dragón, y si la

memoria no me estaba jugando una mala pasada,

recordaba también a un caballero más.

—¿Dónde está?

Me miró, y negó con la cabeza.

—No sé dónde fue, pero gracias a él estamos vivos

los dos.

El rey impaciente aclaró su voz para hacerse notar

en la sala. Giré la cabeza y con tono firme dije:

— Si, soy yo.

— ¿Cómo te llamas?— dijo con tono autoritario.

—Mi nombre es Merlín.

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La sala se quedó en silencio y se notaba la tensión

con la que me miraba el rey. Después de eso me dejó

marchar sin ninguna otra palabra más.

—¡Merlín!— era Arturo que me gritaba desde la

puerta del castillo mientras corría hacia mí—. ¿Vas a ir

en su búsqueda verdad?— dijo cuando llegó junto a mí.

Yo le mire con una expresión de afirmación y

sarcasmo; me miró con un poquito de rabia.

—Pues yo te acompañaré, me da igual que te

niegues, y además, necesitarás un caballo, ¿o piensas ir a

pie?— dijo con mucha confianza y algo de sarcasmo

mientras sonreía ampliamente. Con solo una mirada

bastó para que fuese a preparar a los caballos. Mientras

tanto, fui a comprar suministros para el viaje. Aunque

me seguía doliendo todo el cuerpo, andar no me causó

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ningún problema. Cuando Arturo llegó ya casi había

anochecido, así que decidimos salir por la mañana, al

romper el alba. Aquella noche me visitó la joven que me

acompañó hasta el salón del trono; con una sonrisa

apenada dijo:

—Me he enterado de que tenéis pensado partir al

alba.

Algo extrañado le respondí que así era. Me

preguntó cómo la gente se entera de estas cosas tan

rápido.

—El amuleto que te di…— dijo mientras sacaba el

collar de mi camiseta— te protegerá y te avisará de los

peligros.

Con una cara de asombro la miré a los ojos.

—¿Por qué a mí?

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—Porque tú me salvaste la vida ante aquel dragón.

Seguidamente se dejó caer sobre mi pecho y la

abracé, parecía muy cansada, así que sin decir nada, la

dejé reposar en la cama.

Cuando bajé al patio principal me encontré a

Arturo con los caballos preparados.

—¿Has dormido bien?— dijo con una pequeña

carcajada; aparté la vista y dije con tono serio:

—Se nos va a hacer tarde si no partimos ya.

Nos montamos en los caballos y partimos hacia el

Norte, cabalgamos durante horas hasta llegar a un

bosque. El paisaje se veía tranquilo y agradable, pero

tenía un mal presentimiento. Mientras nos

adentrábamos en él cada vez más y más el colgante

empezaba a brillar, con una luz roja que se hacía más

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intensa. Arturo desenfundó su espada, y yo le imité

lentamente, de repente varias personas con largas

espadas y pañuelos de forma en la que no se les veían

las cabezas, saltaron de los árboles. En acto de reflejo

saltamos de los caballos y nos juntamos espalda con

espalda. Los bandidos nos rodearon, eran más de 20, y

yo aún estaba mal herido al igual que Arturo. Algunos se

lanzaron hacia nosotros con gran destreza, mientras que

los otros se quedaban más atrás esperando su turno

para combatir. Pudimos vencer a más de uno, pero cada

vez nuestros cuerpos se hacían más pesados, y menos

ágiles. Ya tirados en el suelo, jadeando, no podíamos

apenas movernos, y aún quedaban muchos de ellos. Lo

dábamos ya todo por perdido cuando un caballero de

oscura armadura apareció. ¡Era él, el mismo que nos

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ayudó contra el dragón! Con una agilidad impresionante

saltó del caballo aterrizando junto a nosotros. Fue

venciendo a los enemigos uno a uno, con una rapidez

vertiginosa. Cuando todos estaban ya en el suelo me

miró, nunca olvidaré esos ojos, tan profundos, de un

color tan intenso. Se giró y subió a su caballo. Se alejaba

rápidamente. Arturo y yo nos levantamos como

pudimos, montamos en nuestros caballos, y nos

alejamos de ese sitio todo lo que pudimos. Desfallecidos

nos tiramos bajo la sombra de un grandioso roble que

había allí.

Cuando recuperamos el aliento, seguimos con

nuestro camino hasta llegar a un pueblo. Nos alojamos

en la posada “CABALLO DE TROYA”. Nada más entrar se

abría un gran salón lleno de mesas, el suelo era de

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madera y estaba roñoso, las paredes estaban pintadas

de amarillo, pero estaban tan sucias que se veían

marrones. Los huéspedes que se encontraban ahí

armaban mucho jaleo, también había camareras con

grandes bandejas repletas de jarras de cerveza. Nos

atendió una joven muchacha de pelo claro y ojos

marrones, su piel era morena y vestía un traje ajustado

con muchos volantes. Tenía la sensación de que alguien

nos observaba, pero había muchísima gente, y no

conseguía distinguir quién era. Pasamos varios días allí,

mientras nos recuperábamos; a las semanas nos

enteramos de que el caballero que estábamos buscando,

aquel que nos salvó la vida dos veces, había estado en la

misma cabaña que nosotros y que ese mismo día partió

en busca del dragón. Nosotros, ya más o menos

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estábamos recuperados, decidimos ir en su busca

también. Según nos habíamos enterado siguió hacia el

este, por las montañas, ya que por esa zona estaban las

cuevas más grandes, lo suficiente como para un dragón.

Cabalgamos y cabalgamos hasta llegar a un

pequeño valle rodeado por las montañas, donde estaban

las cuevas, cuando de repente lo vimos, salía de una

cueva el caballero que buscábamos. Cuando se dio

cuenta de nuestra presencia empezó a bajar la montaña.

Sin poder creerlo vi cómo saltó al suelo, como si le

hubiesen golpeado con algo, mi colgante empezó a

brillar con un rojo intenso y de la cueva donde se

encontraba el caballero salió una enorme bocanada de

fuego junto a un rugido que haría palidecer al más

valiente. El caballero cayó rodando hasta mis pies.

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Arturo, aturdido por lo que acababa de pasar,

desenfundó su espada y con un grito de locura empezó a

correr en dirección a la bestia.

—Eso no servirá, coge mi arma— dijo el caballero

tirado en el suelo mientas estiraba el brazo con su

espada—. Yo no puedo usarla ahora mismo, pero déjame

tu espada.

No sé por qué le hice caso; su espada era ligera

como una pluma, pero resistente como un diamante.

Con un grito de alerta, le dije a Arturo que se alejara y

salí corriendo empuñando esa maravillosa espada. No vi

venir su feroz cola hacia mí. Salí disparado contra una

enorme roca, cuando conseguí abrir los ojos Arturo

estaba a mi lado gritando.

—¡No me dejes solo!, ¡despierta!

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El caballero que hace un momento estaba

tumbado a mis pies ahora estaba luchando solo contra

ese enorme dragón. No podía mover la pierna, pero aún

así, con ayuda de Arturo conseguí ponerme en pie, no

iba a permitir que aquel hombre salvara mi vida otra vez,

y menos a costa de la suya. Entre los tres rodeamos al

dragón y le atacamos con todo lo que teníamos, pero no

servía para nada, sus escamas eran muy duras. De

pronto, como si alguien me llamara, mire hacia el pecho

de la bestia, y lo encontré, su punto débil, el único lugar

donde le faltaba una escama. Mire a Arturo, luego al

caballero, como buscando su aprobación. Pero sin recibir

una sola mirada de ellos, asentí con la cabeza y me lancé

hacia esa pequeña herida. Cuando estaba a punto de

atravesar su corazón, una de sus garras se abalanzaba

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sobre mí, y sin saber cómo, el caballero la detuvo con su

espada y me gritó:

—¡¡Atraviésalo ya!!

En acto de reflejo lo hice. La bestia aulló de dolor

con toda su alma mientras caía al suelo pesadamente.

No podía creerlo, habíamos conseguido matar al dragón

que aterrorizaba nuestros pueblos desde hace

incontables siglos, solo nosotros tres. Mire hacia Arturo

que se sentaba en el suelo con una sonrisa, luego al

caballero. Él se quitó el casco. Me quedé con la boca

abierta cuando empezó a salir una melena de un tono

castaño oscuro, el caballero que nos había protegido

tantas veces era una mujer, de pelo castaño y ojos

marrones; de pronto me vino una imagen a la cabeza.

Ella era quien nos había atendido en la posada.

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—Siento no haberos dicho quién era antes, pero

me presento ahora. Me llamo Mercedes, dueña de la

posada Caballo de Troya, mi padre, uno de los mejores

caballeros templarios, fue quien me enseñó a pelear así

para que me pudiera proteger yo sola cuando él no

estuviese. Este dragón arrasó con mi pueblo hace varios

años y acabó con su vida… y por fin hoy he podido

vengarle, y todo gracias a vosotros.

Aún estaba alucinando por lo que acababa de

pasar, y ahora esto, demasiadas emociones para un solo

día en mi opinión.

Pasaron los años y Merche y yo nos prometimos.

Hoy es 23 de junio de 1058, es el día de nuestra boda,

también es el aniversario de la caza de aquel dragón.

Arturo conoció a la joven doncella que me regaló este

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colgante. Ahora vive felizmente casado en el sur, y

aunque no os lo creáis tiene dos hermosas hijas. Yo me

despido aquí, no quiero llegar tarde a mi propia boda.

Esperemos que no ocurra nada.

Merlin.

Guillermo Obies, 2º ESO (IES F. Cortadura)

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¿QUÉ TIENE DE MALO SER CALVA?

Hace ya tiempo, conocí a una niña que sufría acoso

escolar. Era una chica muy tímida, con ojos azules,

delgada y siempre llevaba pañuelos o gorros

multicolores. Al principio pensaba que era por presumir,

pero más tarde supe que tenía una extraña enfermedad

llamada alopecia, por lo que apenas tenía pelo. A pesar

de esto a mí me parecía una chica muy guapa. La conocí

yendo para el colegio. Era un día muy caluroso. Iba

absorto escuchando música con mi nuevo mp4, cuando

tropecé y me caí. Entonces vino una chica, la cual no la

conocía de nada, me ayudó a levantarme y a recoger

todos mis libros. Se lo agradecí, y fuimos juntos todo el

camino que quedaba hacia el instituto. Me dijo que se

llamaba Leila y que era nueva. Cuando llegamos fuimos a

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ver las listas de las clases, ya que ninguno sabía en qué

clase estaba porque era el primer día de instituto. Me

sorprendí cuando me tocó con ella en la misma clase.

Ella se puso muy contenta y, de repente, sonó el timbre,

asi que nos marchamos en dirección a la clase. Cuando

llegamos nos sentamos uno al lado de otro.

El día transcurrió con normalidad, al igual que el

siguiente. Nos íbamos conociendo mejor y cada vez que

la veía me preguntaba por qué no se quitaba el gorro

nunca. Hasta que un día lo comprendí. Como siempre,

entramos en clase, pero un niño llamado Manuel, que

era muy imbécil, le quitó el gorro y dejó al descubierto el

porqué lo llevaba siempre puesto. Era calva, no tenía

mas que algunos pelos y todos nuestros compañeros se

rieron excepto dos o tres, yo entre ellos. Al terminar la

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última hora le empezaron a tirar papeles y a gritarle

«calva». Yo no intervine, pero me arrepentí de ello más

tarde.

Cuando salimos del instituto en dirección a casa

ella estaba muy triste y yo la intenté animar. Le pregunté

por qué no tenía pelo y ella me dijo que era una

enfermedad llamada alopecia. No era muy común, pero

había tenido la mala suerte de tenerla. También dijo que

no se le curaría hasta años más tarde. Sentí pena por ella

e intenté animarla un poco más antes de llegar a su casa.

Al día siguiente, al llegar, Manuel y otros niños le

cogieron la mochila a Leila y le esparcieron los libros por

el suelo. Yo le ayudé a recogerlos como ella hizo conmigo

cuando nos conocimos, y Manuel y su grupo me lo

agradecieron vaciando mi mochila por el suelo también.

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Pensé en decírselo a la profesora, pero Leila no quería.

No sabía por qué ella no quería decírselo, asi que se lo

pregunté. Ella me dijo que si se lo decíamos sólo le

impondrían un castigo, pero nos seguirían molestando,

asi que yo le hice caso a Leila y no le comenté nada a la

profesora.

Al día siguiente, al llegar al colegio, Manuel le quita

el gorro de nuevo a Leila y ella se ruboriza, le quita el

gorro a Manuel de las manos y él le responde con un

empujón que la tira al suelo. Le ayudo a levantarse y nos

vamos juntos a la clase. Pero eso no acaba ahí ya que

otros chicos de la panda de Manuel, en clase, le envían

notas diciendo «calva» y otros insultos que hacen que

Leila se deprima. En el recreo el único que está con ella

soy yo porque los demás la ignoran y ni se acercan a ella.

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Leila cada vez está más deprimida y en el camino

de vuelta a casa me cuenta que se ha cambiado de

colegio porque en el otro le hacían o mismo, se metían

con ella y no podía vivir bien, porque era ya la tercera

vez que se mudaban por esta causa, y también mis

padres me han dicho que te agradecen todo lo que

haces por mí, por ayudarme y todo lo demás. «Eres un

gran amigo», me dijo. Al día siguiente ella no vino a

clase, cosa que me extrañó, porque teníamos un examen

global de lengua, el cual era culminante para la nota final

trimestral de lengua. Al llegar yo, Manuel y su pandilla

me dijeron que por qué no estaba la calva conmigo, y yo

le respondí que no lo sabía, un poco ofendido porque le

habían llamado calva, pero eso a Manuel no le fue

suficiente. Entonces me empujó y me tiró al suelo,

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dejándome allí tirado. Otros compañeros me miraron

con tristeza, pero ninguno se atrevió a ayudarme.

Supongo que tienen miedo, me dije. Entonces un

compañero con el que yo me había llevado bien toda la

vida me ayudó a levantarme y a llevarme a clase. Se lo

agradecí enormemente y con él fui al director a decirle

que Manuel me había empujado. No le comenté nada

del porqué, ya que Leila no quería que comentase nada

sobre ella. Aun así, el director castigó a Manuel sin

recreo durante toda una semana.

Me arrepentí de habérselo dicho al director,

porque al siguiente día, el cual tampoco vino Leila, a

pesar de haber llamado unas cuantas veces al timbre de

su casa, la pandilla de Manuel empezó a vaciarme la

maleta al llegar a clase. Ese día no le dije nada a ningún

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adulto, por miedo a que me hicieran lo mismo al

siguiente día.

Pasaron días y Leila no venía. Manuel y su pandilla

pararon de molestarme, pero parece ser que sólo fue un

descanso. Fue un viernes cuando al fin Leila volvió al

instituto. Me dijo que había faltado por causas

personales, asi que no insistí mucho. Cuando llegamos

parecía que Manuel se había alegrado de ver a Leila, ya

que le quitó el gorro, pero a ella no le importó y siguió

caminando. Me sorprendió mucho y le dije que por qué

no volvía a cogerlo, pero ella sólo se sacó otro gorro de

maleta y se lo puso. Yo pensé, chica lista, pero no le va a

servir de nada, porque se lo van a volver a quitar, y eso

fue lo que sucedió. Se lo quitaron en el recreo. La

pandilla de Manuel se reía sin parar y eso a Leila le

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enfureció, tanto que fue hacia Manuel, le quitó el gorro y

le metió un empujón que le hizo caer fuertemente al

suelo. Él empezó a retorcerse del dolor que le había

producido la caída, mas cayó de lado, por lo que estaba

muy dolorido del brazo. De repente sale un profesor por

una puerta que estaba cerca de nosotros y ve a Manuel

en el suelo y corre a socorrerlo. Nosotros intentamos

escaquearnos pero el profesor nos llama. Le dice a Leila

que por qué lo había empujado y ella responde que él le

había quitado el gorro. Entonces llega el director y,

sorprendido, llama a Leila a su despacho.

Yo sentía pena por ella pero no podía hacer nada.

Oía al director hablándole a Leila y a ella respondiendo

con monosílabos. Al final salió y nos fuimos los dos al

recreo sin decir nada, ni ella ni yo. Cuando ya estuvimos

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fuera empezó a hablar. Dijo que el director le había

regañado y que se quedaría sin la próxima excursión,

que, por cierto, era a Granada. Sentí pena por ella

porque no había tenido la culpa, había sido Manuel y su

pandilla la que la habían calentado. Al llegar a clase

vimos que Manuel había vaciado nuestras mochilas por

venganza. Creía que Leila se lo iba a decir al director,

pero no hizo nada.

Al día siguiente Leila no vino a clase, ni al siguiente,

ni al siguiente. Empezaba a estar preocupado porque ya

había faltado más días seguidos y si faltaba un día más la

expulsarían. Al día siguiente no faltó, menos mal. Le

comenté lo de las faltas, y ella me dijo que lo sabía. Aún

asi espero que no falte ningún día más en lo que queda

de mes porque si no la van a tener que expulsar. Cuando

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llegamos ya estaban en la puerta Manuel y su pandilla.

Manuel iba con el brazo en un cabestrillo. Parecía

enfadado asi que ordenó a su pandilla que cogieran un

libro a cada uno y lo tiraran por el váter. Eso me

sorprendió mucho e intenté que no cogieran mi maleta.

Yo conseguí que no la tocaran, debido a que sólo un

miembro de la pandilla se centró en cogérmelo a mí. Los

otros se lo cogieron a Leila, y Manuel, contento, cogió el

libro y se lo llevó dentro. Cuando llegamos a clase

Manuel ya había vuelto pero no había ni rastro del libro.

Supongo que iba en serio cuando dijo que lo tiraría por

el váter. A Leila no pareció importarle, pero a mí sí. Tuve

que ir yo después de clase a decírselo al director. El

director me dijo que hablaría seriamente con Manuel. Yo

le di las gracias y me fui.

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En la siguiente clase vi que Manuel no estaba,

seguramente porque estaría hablando con el director. En

el recreo Manuel se dirigió a mí y me dio un puñetazo en

la barriga. Me dijo que por qué se lo había dicho al

director. Suerte que estaba Leila conmigo, porque

intervino cuando estaba a punto de propinarme otro

golpe. Ella le cogió el brazo y se lo retorció, y ahí es

cuando los de la pandilla de Manuel intervinieron.

Separaron a Leila y a Manuel y la empujaron a ella.

Manuel le insultaba mientras les separaban, diciéndole

calva y otros insultos. Eso a ella le dolió, por lo que se

fue de allí. Yo fui tras ella, pero Manuel me puso una

zancadilla y me caí. Leila se dio la vuelta y me ayudó a

levantarme. Manuel se empezó a reír tan fuerte que

llamó la atención de un profesor y cuando supo todo lo

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ocurrido decidió ponerle una amonestación a Manuel

por mala conducta. Lo malo es que al día siguiente él

volvió a molestarnos. Le quitó la mochila y el gorro a

Leila y la metió en una cabina dentro de los baños de los

chicos. A mí me retuvo para que no pudiera ir por ella y

Leila fue obligada por los chicos de la pandilla de Manuel

a entrar en el cuarto de baño de los chicos. Se ruborizó, y

lo peor es que dos chicos de la pandilla de Manuel

fueron en busca de gente para decirle que Leila había

entrado en el cuarto de baño de los chicos.

Como si de un famoso se tratara, todo el mundo

estaba alrededor nuestra esperando que la pobre Leila

saliera del cuarto de baño y fuese humillada. Algunos

hasta con teléfonos móviles en mano para hacer una

foto. La espera fue eterna, pero Leila salió del baño.

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Unos se reían sin parar, Manuel hacía comentarios que la

insultaban y su pandilla se reía de sus ocurrencias. Yo

solo miraba hacia abajo avergonzado por no haber

podido hacer nada.

Pero todavía ha ido a peor. Esta tarde estaba en mi

casa escuchando música, Los Beatles, los cuales me

encantan, cuando abrí el instagram y me encontré que

Manuel había subido la foto en la que se encuentra Leila

saliendo del cuarto del baño de los chicos. Le escribí un

mensaje a Leila diciéndole que esto ya había ido

demasiado lejos, que se lo dijera a sus padres o que

fuera a comisaría. Ella me contestó que no lo haría, pero

no me dijo el porqué. Al día siguiente cuando llegamos al

instituto todo el mundo miraba a Leila riéndose por lo

bajo. Ella pasó de eso y fue directamente a la clase. Allí

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estaba Manuel esperándola con mirada amenazante. Él

le quitó la mochila y el gorro y de nuevo los metió en el

cuarto de baño de los chicos, pero yo fui rápido y me

colé en el baño y recuperé sus cosas, pero cuando me di

la vuelta estaba Manuel flanqueado por dos chicos de su

pandilla. Yo empecé a gritar y Manuel me tapó la boca y

me dio un puñetazo para que no gritara. Por suerte ese

grito le llegó a Leila, la cual, con todo el valor del mundo,

entró en el baño y me consiguió sacar de allí. Manuel me

dejó salir, pero a Leila no. La cogió del brazo y la llevó

dentro. Yo intenté tirar para que no se la llevase, pero no

pude porque los otros dos chicos me separaron de ella.

Manuel metió a Leila en una cabina y la encerró. Cuando

fuimos a clase Leila no estaba. La profesora preguntó por

ella y yo le dije que podía ir a buscarla y ella me dijo que

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sí. Entonces entré en el cuarto de baño de los chicos y

susurré su nombre. Ella me respondió «estoy aquí».

Entonces abrí la puerta, que estaba encajada, y liberé a

Leila. Fuimos los dos a la clase, y allí nos estaba

esperando nuestra profesora, contenta por ver a Leila de

nuevo. Dijo «¡Qué bien que estés aquí!» y Manuel tuvo

que intervenir diciendo que sería lo contrario. Nos

sentamos y Manuel le estuvo tirando bolitas de papel

chupadas a la cabeza de Leila. Me dio asco, pero Leila

tomo una decisión. A la profesora le caía bien, era su

favorita, entonces le dijo que Manuel le estaba tirando

bolitas de papel chupadas a la cabeza. Entonces la

profesora le dijo a Manuel que se fuese fuera. Cuando

estuvo lo bastante cerca de mí, al pasar me dio un cate, y

yo se lo dije a la profesora, y ésta le mandó al despacho

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del director. Al salir, me dirigió una mirada asesina. Me

recorrió un escalofrío por la espalda, y, como por arte de

magia, apareció un papel en mi mesa. Era de Leila. Ponía

que había tomado una decisión. Aquello era ya mucho

para ella por lo que había decidido decírselo a la policía y

a sus padres. Y eso es lo que hizo.

Me hizo acompañarla a comisaría con sus padres

para explicarle lo que había sucedido, claro está,

después de decírselo a los propios padres. La policía

decidió que hablaría con los padres de Manuel y su

grupo y ya no les molestarían más. Y todo fue como

predijeron los policías. Al día siguiente se presentaron

los padres de Manuel y los propios padres de los niños

de su grupo y se disculparon por las molestias causadas.

Nosotros decidimos perdonarlos de mala gana, pero eso

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no importa, lo importante es que ahora Leila puede ir al

colegio con facilidad, al igual que yo.

En mi opinión lo más importante cuando te acosan

o te hacen bullying es decírselo a un adulto, a la policía,

o a los padres. Si no lo haces, los acosadores verán luz

verde para acosarte cuando quieran. Así lo aprendió

Leila, que ahora es feliz, tiene mucho pelo, porque los

efectos de esa enfermedad no son duraderos, y vive con

su familia y su marido en Dubai. En cuanto a mí, quién

sabe lo que me deparará el destino. Quién sabe.

Óscar Ordoñez (2º ESO, IES F. Cortadura)

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MARTINA Y LUCAS

Esta historia sucedió en un pueblo costero de

Andalucía. Era un pueblo de muy pocos habitantes, pero

que en los meses del buen tiempo de primavera y

verano se llenaba a rebosar de visitantes que iban a

disfrutar de su bello paisaje de mar y campo y de sus

típicas comidas.

Allí, en lo más alto de ese pueblo andaluz, desde

hacía muchos años vivían dos familias cuyas casas

estaban a muy poca distancia una de la otra y esto

ayudaba a que tuvieran una gran amistad, aunque

tuvieran una vida totalmente diferente. Una de las casas

era muy lujosa, con varias plantas, escaleras, grandes

ventanales, y con mucho terreno, pues sus propietarios

eran la familia más rica del pueblo y tenían todo tipo de

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comodidades: piscina, pista de tenis, cuadras con

caballos árabes, coches de alta gama, personal de

servicio... Se podría decir que era una gran mansión y

todos los visitantes la admiraban por su belleza y por sus

jardines tan cuidados. Era una casa muy deseada y

envidiada por cualquier vecino del lugar.

La otra casa, sin embargo, no gustaba a nadie, pues

aunque tenía algunos árboles grandes y un antiguo pozo,

era poco atractiva por ser la menos lujosa del pueblo.

Esta casa sólo tenía una planta y en el tejado se notaba

que la economía de la casa no era muy buena pues

estaba viejo y con alguna teja de menos. Sus dueños

eran una familia de humildes campesinos que vivían de

un terreno pequeño que utilizaban para el cultivo de las

verduras y hortalizas propias de la zona.

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En cada casa, y el mismo año, nació un bebé.

En la casa lujosa nació Lucas, un hermoso niño de

ojos verdes y pelo rubio. Le pusieron el nombre en

honor a su abuelo, un hombre al que conocían todos los

vecinos del pueblo, porque era el dueño de todas las

fábricas de productos agrícolas del pueblo y alrededores.

En la casa de campesinos nació una preciosa niña de piel

morena con grandes ojos azules y pelo negro a la que

llamaron Martina en honor a su madre, costurera de

profesión, que se ganaba unas monedas cosiendo ropas

a vecinos y vecinas para ayudar a la economía familiar.

En las dos familias los bautizos fueron bonitos,

aunque claro, en cada casa se celebró de manera muy

distinta... En la casa lujosa se preparó una gran fiesta con

orquesta incluida en su enorme jardín. Pusieron unas

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mesas muy bonitas con ramos de flores de muchos

colores y los más ricos manjares. Hubo muchísimos

invitados que le trajeron al recién nacido, un sin fin de

regalos. En la casa más humilde lo celebraron sentados

al calor de la chimenea, cantando canciones populares al

son de una guitarra y con un bizcocho de leche para

compartir entre los escasos familiares que visitaron a la

recién nacida.

El niño y la niña, al vivir tan cerca, compartieron

desde muy pequeños sus juegos y todos los días se iban

a los prados cercanos donde vivían mil y una travesuras.

Se tenían un gran cariño y siempre estaban muy unidos.

Desde pequeños Martina y Lucas fueron a la misma

escuela del pueblo y se lo pasaban muy bien. Se podría

decir que tuvieron una infancia muy feliz aunque cada

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uno a su manera... Ella siempre destacaba en sus

calificaciones pues ella siempre pensó que era

importante estudiar para poder ganarse la vida en el

futuro, ya que sabía que la cosecha de su pobre huerta

daba muy poco para poder vivir y en su casa había veces

que no tenían suficiente comida para alimentarse. Él no

era buen estudiante pues solo pensaba en jugar y

divertirse y como en su casa nunca faltaba comida, pues

no se planteaba su futuro ni le importaba sacar malas

notas. Cuando fueron mayores cada uno se fue del

pueblo para seguir sus estudios y durante algunos años

no tuvieron mucho contacto.

Pasaron muchos años y el niño y la niña se hicieron

mayores y tan sólo volvían al pueblo por las fiestas

típicas o navidades para reunirse con sus familiares. Una

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de esas navidades coincidieron en la fiesta de la plaza del

pueblo. Al verse se pusieron muy contentos y se

contaron todo lo que habían hecho durante esos años.

Lucas había perdido la mayoría de su pelo rubio y estaba

convertido en todo un hombre calvete con bigote canoso

que le ofrecía un aspecto muy atractivo. Le contó a

Martina que había prosperado mucho en la vida, que

tras heredar mucho dinero de su familia creó una gran

empresa que le aportaba grandes beneficios para vivir

como un millonario toda su vida. Martina también había

cambiado mucho físicamente. Era toda una mujer de

gran belleza que aún conservaba su abundante pelo

negro, aunque más corto. Ella le contó que había

estudiado mucho y que tenía un sueldo no muy grande,

pero una gran felicidad de poder ser útil a la sociedad.

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Era enfermera en un pequeño hospital de la ciudad.

Él escuchaba atento lo que ella le contaba y se

dispuso a despedirse pero no sin antes soltar una gran

carcajada y comentarle que con el dinero que ella

ganaba no le llegaría a él ni para comprarse unos zapatos

y que el trabajo que él tenía era un trabajo para hombres

y el suyo un trabajo para mujeres poco emprendedoras.

Martina escuchó atónita esas palabras tan hirientes e

inesperadas y antes de que pudiera contestarle... En la

plaza se creó un gran alboroto, un niño con un

monopatín de último modelo iba en dirección contraria

por la carretera y acababa de ser atropellado por un

coche de frente. El hombre y la mujer dejaron su

conversación y corrieron para ver lo que pasaba, con la

triste noticia al descubrir que ese niño era Arturo, el hijo

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único de Lucas, un hijo bastante rebelde y mimado.

Lucas, muy asustado, vio como su antigua amiga

enfermera no dudó en separar al personal y se puso a

hacer tareas propias de reanimación. Se encargó de las

heridas, de disponer de ayuda médica y tras una larga

hora de trabajo con el crío, consiguió sacarle de peligro y

enviarlo en ambulancia al hospital cercano.

Aún tembloroso y con lágrimas en los ojos Lucas se

agarró con fuerza a su amiga de la infancia y tras darle

las gracias mil y una vez por salvar a su hijo, le confesó

que antes le había mentido por pura envidia al ver que

ella en su vida estaba desempeñando un trabajo digno y

ganado a pulso con sus estudios y que él, sin embargo,

actualmente era una persona fracasada, que al no

estudiar, nunca pudo sacar adelante su empresa en

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quiebra. Y le pidió mil disculpas por haberle hablado de

esa manera tan despectiva hacia el sexo femenino al

haberle dicho que su trabajo era de mujeres poco

emprendedoras, pues en la vida había demostrado que

lo había sido mucho más que él. Y que, tras este suceso,

en ese mismo instante, se había dado cuenta que tanto

hombre como mujer pueden desempeñar cualquier tipo

de trabajo, pues lo más importante era hacerlo con

entrega y humildad.

Desde ese momento volvieron a retomar esa

bonita amistad que tuvieron en la infancia. Cuando iban

al pueblo nunca dudaban en volverse a ver, al menos

para compartir un simple café y una buena charla y risas,

recordando sus aventuras de niñez. Cada uno de ellos,

tanto Martina como Lucas, tenían sus respectivas

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familias e hijos pero para ellos no era un impedimento

seguir teniendo esa amistad tan pura y verdadera como

la que tuvieron en su infancia, pues ni la edad, ni el sexo,

ni la condición económica era ningún impedimento para

su amistad y su cariño.

Lucas aprendió también que no existen diferencias

entre sexos a la hora de realizar una profesión y Martina

aprendió que tanto hombres como mujeres se pueden

equivocar en la vida y que lo bueno es rectificar a

tiempo.

Sandra Franco (2º ESO, IES F. Cortadura)

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Este libro electrónico se compuso y difundió en la

primavera del año 2016, cuatrocientos años después del

fallecimiento de Don Miguel de Cervantes Saavedra.

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