fernando quesada - apuesta por un tercer imaginario

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    DEBATE

    He de agradecer, en primer lugar, la deta-llada lectura y las crticas oportunas que lostres profesores: M. Xos Agra, Jaime Pas-tor y Bernat Riutort, han realizado de laobra. Este ltimo ha pergeado una lecturasintomtica de la obra a travs de la articu-lacin de los campos de pensamiento queha juzgado ms destacables, conformandoas una lectura de carcter sistemtico queabarca la tpica ms novedosa. Constituyeun esfuerzo de comprensin que busca, sinembargo, los lmites internos que puedenestar emergiendo en estos momentos de grandificultad de anlisis, de un cierto desni-mo y de una huida hacia adentro de carc-ter academicista: volver sobre lo que hacetiempo dej de ser presente. Aumentan aslos autores clsicos del momento que,como el bho de Minerva, acaban llegandotarde en el proceso de conceptualizacin dela realidad. Desde esta perspectiva me ad-vierte de la necesidad de atender las posibi-lidades que puedan estar dndose en cier-tos mbitos del planeta, especialmente enLatinoamrica, germen posiblemente deprcticas y de andaduras que pueden supe-rar la apata de los centros ms desarro-llados. Esta apata muestra, por otro lado,hegelianamente, la profunda crisis poltico-democrtica en el Occidente ms desarro-llado. Lo paradjico, advierte Riutort, es-triba en el hecho de que no es raro encon-trar, entre los estudiosos de uno y otro ladodel mar, diferencias marcadas sobre la per-tinencia y valoracin de los tericos queapuntan a las latencias y desarrollos del

    momento presente. De este modo, se puedeoperar una interconexin que constituye unverdadero oxmoron en la supuesta necesa-ria cooperacin terica e idiomtica. En lamisma lnea de preocupacin analtica Jai-me Pastor insiste en la necesidad de asumirlas nuevas prcticas y actuaciones demo-crticas que se estn dando en este campoinnovador latinoamericano, lo que me obli-gar, ms tarde, a volver sobre ello.

    Preocupado por algunos de los proble-mas expuestos por Riutort desarrollo en elprimer captulo del libro lo que consideroel agotamiento de lmites tericos de algu-nas de las corrientes liberales democrtico-normativas tanto en el mundo anglosajncomo en el europeo. Los lmites de dichascorrientes, ms que de carcter acadmico,tienen que ver con las limitaciones analti-cas del cambio que vena operndose ennuestras sociedades desde mediados de lossetenta y con el reduccionismo poltico deciertos modelos normativos democrticos,como es el caso de la filosofa poltica conla que, por ejemplo, pretende Rawls insti-tuir una sociedad justa estable (la justiciacomo imparcialidad), a travs de un mo-delo de sociedad fundado en unos princi-pios de imparcialidad que ofrecera el me-jor modelo para la asociacin de personaslibres e iguales. El autor estadounidense,como se sabe, ya haba realizado un primerintento de dicho modelo en su obra Teorade la justicia (1971). Veintids aos mstarde, en 1993, en una nueva obra El libe-ralismo poltico, viene a percibir y a asu-mir que su primer intento de una sociedadjusta democrtica ofrece un serio proble-ma... Un rasgo esencial de una sociedad bienordenada, en relacin con la concepcin de

    * Fernando Quesada es catedrtico de FilosofaPoltica, UNED, y director de la Revista Internacio-nal de Filosofa Poltica.

    APUESTA POR UN TERCER IMAGINARIO

    Fernando Quesada Castro*

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    la justicia como equidad, es que todos losciudadanos aceptan esa concepcin sobrela base de lo que ahora llamo una doctrinafilosfica comprehensiva. Es decir, quems que una utopa haba diseado un mo-delo absoluto tico, que dara lugar a unasuerte de psicologa moral razonable en to-dos los individuos, la cual hara realidad ydara estabilidad a una teora de la justiciadistributiva, propia de una sociedad demo-crtica justa. El idealismo de esta posicin,sin embargo, habra hecho quiebra ante eldato real social de la pluralidad de formasde vida, de principios diferenciados de com-portamiento en nuestro mundo actual. Detal modo que la aceptacin de este hecho leoblig a reescribir su propuesta acerca delos principios normativos de una sociedadjusta estable. Esto significaba contraponera su idealismo moral los principios de unafilosofa poltica que pudiera hacerse cargode la sociedad realmente existente. El pro-blema, como se sabe, es que Rawls ya sehaba comprometido, desde los inicios desus trabajos, con una suerte de teora que sesituara en el plano de las teoras ideales.Y de hecho, en su nueva obra, El liberalis-mo poltico, la filosofa poltica no guardarelacin con la contingencia de los proble-mas motivacionales de los individuos, ni conlos aspectos institucionales que puedencoercitivamente garantizar la justicia distri-butiva, ni asume en su entramado las asi-metras de las fuerzas reales de poder queejercen su accin en el campo de la polti-ca. No deja de ser sintomtica la concep-cin del espacio pblico que nos ofreceRawls y el solapamiento total de lo que sig-nifica la discusin de problemas y necesi-dades, su configuracin en la discusin p-blica y el problema de su realizacin. EnLiberalismo poltico, p. 289, escribe: Lasinnovaciones, si alguna de mi nocin derazn pblica son posiblemente dos... Paracomprobar si estamos siguiendo a la raznpblica podemos preguntar: qu nos pare-

    cera nuestro argumento si nos fuera pre-sentado en forma de una opinin del tribu-nal supremo? Razonable? Ultrajante?.No puede ejemplificarse mejor lo que sig-nifica la ausencia de un mundo poltico enun autor. En definitiva, su teora continuarsiendo tan ahistrica e ideal como lo fue ensus inicios. Slo habra que tener en cuentacmo en el campo del pensamiento deRawls slo juegan aquellas doctrinas com-prehensivas desde el punto de vista religio-so, moral y filosfico que se presten a unrazonable acuerdo. Dichas teoras son lasque generan el rasgo psicolgico moral ra-zonable a sus participantes, propio de unasociedad democrtica justa, gracias a laeducacin que prestan a sus miembros y alas normas propias de una sociedad guiadapor la justicia que interiorizan en dichosindividuos. De este modo la filosofa pol-tica que propone se diferencia de las doc-trinas comprehensivas por la menor exten-sin de sus actividades, ligadas a la gober-nabilidad y estabilidad de las sociedadesconsideradas, dotadas de una constitucinpropia. As, la filosofa poltica liberalque propone no es ms que un modelo idealpropio, que no asume ni se conforma en lasluchas reales de lo que es la vida poltica, nise distingue por contraposicin a la vidaprivada, esencial en cualquier doctrina li-beral. Responde a un mbito menor que lasdoctrinas comprehensivas que proporcionanla supuesta cultura democrtica que mane-ja Rawls. El a-historicismo que domina suobra, la obliteracin de la contingencia enque se desenvuelven las culturas reales, conla multiplicidad de sus divisiones, la inexis-tencia de un mundo poltico propiamentedicho, hace que nuestro autor ni siquiera estinteresado, escribe Barry, en su Justiciacomo imparcialidad, p. 99, en encontrarmedios de persuadir o hacer cumplir paraasegurar que las instituciones justas se pue-dan mantener mediante la observancia pro-vocada, si fuera necesario, por penas eje-

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    cutadas por el poder estatal... Es decir,Rawls parte de la conviccin profunda deque los principios de la justicia para unasociedad deben ser libremente aceptablespara todos los miembros de esa sociedad.En estas situaciones de ausencia de dichasinstituciones, como se sabe, siempre pier-den los mismos. El nivel de idealidad enque se ha situado Rawls va de la mano de laabstraccin absoluta de lo que es y signifi-ca la posibilidad de vivir democrticamen-te una pluralidad, diversa en sus ideas, po-siciones y fuerzas: las sociedades histrica-mente existentes. No es extrao que lospropios seguidores metodolgicos de Rawlslleguen a afirmar que de manera generaltodos coinciden con Rawls en que el esfuer-zo justificatorio slo es posible entre quie-nes comparten un nmero suficiente de jui-cios morales bien ponderados... Algunos,como Richard Rorty y al menos por mo-mentos el Rawls de Political Liberalism,dirn que el esfuerzo justificatorio slo tie-ne sentido entre quienes forman parte deuna sociedad liberal particular, caracteriza-da por un conjunto de tradiciones y por unahistoria institucional especfica (RevistaInternacional de Filosofa Poltica, n. 5,p. 132). No es de extraar que en la obrade Rawls Derechos de gentes, de supuestocarcter cosmopolita, tuviera lugar una quie-bra tan imponente de los derechos huma-nos, que afirmamos como proteccin siem-pre precaria pero siempre dispuesta a la in-terpelacin a favor de toda persona humana,y defendemos cuantos no pertenecemos aesa sociedad liberal particular!

    Si la crisis de la ciencia poltica, que anseguimos viviendo, supuso por los aos se-tenta y ochenta una carencia informativa ysistematizadora de la poltica, el predomi-nio de las corrientes normativistas de fuertepregnancia tica vinieron a velar e incluso asuplantar el paso insalvable entre las orien-taciones regulativas y el conocimiento o lasistematizacin de los procesos constitutivos,

    reales, que haran posible histricamente, enel siempre precario escenario de nuestrasvidas, la instauracin o los cambios demo-crticos. Creo que en este sentido, y dentrodel mundo europeo, seran instructivas laslimitaciones del modelo filosfico liberal deHabermas, quien, una y otra vez desde suformulacin de los problemas de legitima-cin a la de los de la democracia y la justiciapoltica, ha venido solapando el nivelconstitutivo y el regulativo, disolviendo assu teora poltica en una poltica moral queprivilegia leyes estrictamente universalessobre conflictos y negociaciones.1 Cierta-mente, nuestro autor no negara nunca enel orden prctico de la poltica la oportu-nidad o la necesidad de acudir a negociacio-nes, entrar en procesos de acuerdos, ni la le-galidad y la pertinencia de la toma de deci-siones por mayoras con la consiguienteinterrupcin del discurso. Ahora bien, paraHabermas la legitimacin del discursopoltico no se agota en la administracin ins-titucional del poder, sino que remite a losprocesos democrticos de formacin de lavoluntad. Desde esta perspectiva, el impul-so normativo que alienta la argumentacinen el espacio de lo pblico conlleva la obli-gatoriedad de realizar las pretensiones devalidez de un discurso poltico legitimato-rio: la generacin y extensin de conviccio-nes. Ahora bien, esta generacin y esta ex-tensin de convicciones suponen que los in-dividuos que han participado de ese procesode conformacin acaban adquiriendo tantoun nivel superior de perspectiva epistemo-lgica como una comprensin de sentido quesuperando la suya particular integra elpunto de vista de todos los dems. Con laspretensiones de validez que se avanzan en lainteraccin comunicativa se introduce en loshechos sociales mismos una tensin ideal,que se manifiesta en la conciencia de los su-jetos participantes, como una fuerza queapunta ms all de sus contextos de referen-cia y que transciende sus criterios provin-

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    cianos.2 En definitiva, las pretensiones devalidez que se anticipan en la interaccin co-municativa subraya exigen de nuestrasprcticas de argumentacin un nivel de sa-tisfaccin tal que permita a tales argumen-taciones ser consideradas como un com-ponente localizable en el espacio y en eltiempo del discurso universal de una co-munidad ilimitada de comunicacin. Msan, todo este proceso de universalizacin yeste horizonte crtico que han de guiar la su-peracin de lo particular tienen un supues-to explicitado a instancias de Nielsen. Estoes, la interrupcin que implica la toma dedecisiones o el hecho de posponer el resul-tado de una argumentacin no puede per-der de vista que slo uno de los contendien-tes puede estar en lo cierto. Ahora bien, encuanto que los procesos democrticos de for-macin de voluntad tienen como referenteel inters general de los ciudadanos y steexige asumir realmente los intereses de to-dos los afectados, la poltica ha de adoptarel punto de vista moral de la imparcialidad,tomando en cuenta los intereses de todos.3

    Este planteamiento tico-poltico, en unprimer momento, no deja de causar una cier-ta turbacin a la hora de entender qu pue-da significar que los resultados satisfaganlos intereses de cada uno de los ciudadanosde una democracia, dada la disparidad deelementos que, pertenecientes a los afecta-dos, entran como demandas polticas yque habran de ser englobados en el proce-so discursivo: desde los deseos a los idea-les, desde las necesidades inmediatas a losvalores o a las formas de vida. Pluralidad ydiversidad que parecen llegar al lmite conel proceso de complejizacin que el pluri-culturalismo ha impuesto ya en todas nues-tras democracias. La inviabilidad terica yprctica de tales propuestas cobra un perfilespecial de apora filosfica cuando se in-tenta configurar el sujeto de ese comporta-miento imparcial de la poltica. Es posibleplantear la superacin de la matriz simbli-

    ca de sentido en la que se han constituidolos individuos para intentar alcanzar la idea-lidad de una forma de racionalidad que die-ra cuenta de todas las perspectivas? Cmopodran articularse el lmite irrenunciablede la individualidad y del juicio personal yla universalidad normativa de la imparcia-lidad ligada a necesidades universalmenteaceptadas? Creo que en el planteamientohabermasiano viene a confundirse la vali-dez normativa que ha de corresponder alcampo de la poltica validez y normati-vidad que dependen del estatuto de racio-nalidad y el tipo de fundamentacin perti-nentes a este campo de conocimiento conla normatividad moral que, supuestamente,sera universal y la cual se instituye comocriterio de todo tipo.

    Con esta apretada sntesis quera saliral encuentro de dos de las crticas que meofrece Jaime Pastor. En primer lugar, el et-nocentrismo occidental que puede darse ennuestro planteamiento democrtico, ascomo la falta de una atencin adecuada alos movimientos y realidades de mbitosgeogrficos y de vida muy distintos a losnuestros, como ha puesto de relieve, entreotros, Hobson, el nieto del gran interna-cionalista J.A. Hobson. Las limitacionesde un debate como ste y la extensin quehe dado a las dos corrientes, anglosajonauna y la otra europea, de lo que ha supues-to un intento de abordar democrticamen-te el tiempo construido en los ltimos tiem-pos obliga a una apretada sntesis de lospresupuestos de nuestra postura. El puntode inflexin de nuestro presente ms in-mediato lo sito en 1989, con la cada delMuro de Berln. En primer lugar, por laimplosin que el capitalismo ya haba rea-lizado como radicalizacin del economi-cismo dentro de su propio sistema y queda lugar al hecho que conocemos comoGlobalizacin o Mundializacin. De modoque, como resultado de todo ello, hasta lospartidos ms cercanos a la socialdemocra-

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    cia comienzan a pensar que, dado que elnuevo capitalismo, el neoliberalismo, pa-rece ya invencible, cabra buscar frmulasde acomodo que limaran las aristas msacusadas. Al mismo tiempo, este modo deproceder podra llevar a una cierta invisi-bilizacin de esta nueva forma de capita-lismo que no hiriera las conciencias msexigentes polticamente. Como es sabido,la nueva forma de capitalismo conforma-da desde dentro del mismo, es fruto de ungiro propio de enorme trascendencia que,con fases previas a partir de 1973, tuvo sumomento ms explosivo a partir de los aosochenta (Castell seala el 27 de agosto de1987, momento del Big Bang financierolondinense, como el momento de la nuevaera de la liberalizacin de los mercados decapitales y de valores; es decir, que la des-regulacin y la liberacin del comercio fi-nanciero fueron los factores cruciales queestimularon la globalizacin), al amparocomo ocurre con todo cambio econ-mico, que nunca es natural de proyec-tos polticos que pueden recordarnos a je-fes de Gobierno comos M. Tatcher y Re-agan. La famosa afirmacin de Tatcher:There is no Alternative, no hay alternati-va, marcaron los nuevos caminos de la eco-noma, de la globalizacin. sta se centren el apoyo y desarrollo de las tesis queHayek haba ido conformando, a partir delao 1947, con reuniones peridicas enMont Plerin, con un grupo de tericos:Friedman, Popper, Von Mises, Lippman,etc. Se trataba de argumentar contra eligualitarismo, que dara paso al Estado deBienestar, el peso especfico de los sindi-catos, la consagracin de los gastos socia-les, etc. Esta primera poca sera seguidapor una segunda representada por los Es-tados centrales de Europa: Francia, Ale-mania, Escandinavia, excepto Suecia y elcaso de Austria. poca reforzada por Aus-tralia y Nueva Zelanda. En un tercer mo-mento, los pases conformados tras la ca-

    da de la Unin Sovitica alimentaran lafase ms reciente de la globalizacin.

    La fecha de 1989 me sirve, en primer lu-gar, para distanciarme del supuesto, esta vezs etnocntrico, de que el problema capitalde la democracia sea llevar a trmino el pro-yecto de la Ilustracin. Por el contrario, creoque hemos asistido a un hundimiento totalde los procesos de acomodacin a la liber-tad de los modernos, triunfante desde losinicios del siglo XIX, y que algunos habanpretendido contrarrestar atendiendo a algu-nos aspectos de los ideales ilustrados, muyacrticamente asumidos, sin que ello impi-diera el avance progresivo del capitalismoms economicista. En este sentido, mi tesisreza que la cada del muro de Berln fue,justamente, el resultado final de la vital yradical discusin en torno al tipo de civili-zacin que estbamos dispuestos a asumir.No se trataba, pues, de una lucha entre par-tidos o entre liberalismo y socialismo. Lacuestin central, y con ello respondo igual-mente a algunas observaciones de JaimePastor, se situaba en el debate conjunto dela propiedad y el mercado, como especificodetalladamente en el texto. As se entendermi referencia, en diversas ocasiones, a laobra de Polany y la relevancia central que leconcedo. Pues lo que nuestro autor puso enevidencia en su obra La gran transforma-cin fue, precisamente, el cambio esencialque se estaba produciendo en el siglo XIX,auspiciado por Parlamento y Estado, paraconformar un tipo nuevo de sociedad, lasociedad de mercado, que ni antropolgicani histricamente haba existido nunca en-tre los humanos. Una transformacin que seestaba operando a travs de una violenciainusitada para conformar la naturaleza delnuevo proceder humano. De este modo,aquella violencia vino a configurar lo quese denomin sujeto posesivo y acab in-troyectndose en la modalidad de las rela-ciones humanas. Son justamente estas con-sideraciones las que vienen a confluir en las

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    investigaciones del eminente socilogo ne-gro Charles S. Johnson. Tal como se puedeleer en las pginas finales de la obra de Po-lany, en las que ofrece materiales de prepa-racin de su obra, Charles S. Jonson invirtila comparacin que algunos estaban hacien-do entre la desestructuracin social que seestaba llevando a cabo entre la poblacinpobre de Inglaterra a partir de 1830 y lasque estaban sufriendo algunas tribus africa-nas. Para Charles S. Jonson el envilecimientoracial y la degradacin de clase haba queaplicarlos en primer lugar y muy especial-mente en la propia Inglaterra: En Inglate-rra, en donde la Revolucin industrial ibamuy por delante del resto de Europa, el caossocial que sigui a la reorganizacin draco-niana de la economa transform a los niosdepauperados en esa carne de can quems tarde iban a ser los esclavos africanos...Las racionalizaciones que entonces sirvie-ron para legitimar la trata de nios era casiidntica a las que utilizaron para justificar latrata de esclavos (Polany, p. 442).

    De modo que la revisin de la Ilustra-cin ha de ser tan radical como para quepueda afrontar el hecho de que los efectosde xenofobia, colonizacin, esclavitud, ra-cismo, patriarcalismo, etc., que hasta ahorahabamos trasladado a las acciones en elexterior, tuvieron su laboratorio en los pro-pios pases de los agentes que haban de serlos portadores de los ideales ilustrados yhaban de llevarlos a cabo realizndolosmoralmente en el orden socio-poltico. Aello se debe, entre otras cosas, mi negativaa considerar nuestra actuacin democrticacomo una continuacin del proyecto ilus-trado. Dimensiones de Ilustracin, por otraparte, como se dio entre nosotros, aunqueno sea en forma de un germen tan potentecomo el nuestro, se ha dado en otros pasesy en otros momentos, con distinta suerte.De todas formas, esta consideracin formaparte de otros estudios que son imposiblesde introducir en estos momentos.

    La debilidad poltica que hemos exa-minado en los representantes fiolosfico-polticos que, desde un desacertado tras-lapamiento de la poltica por la tica,pretendieron errneamente asumir la con-tinuidad de una supuesta sociedad, la de lasocialdemocracia y la del Bienestar, debi-do en parte a la impenetrabilidad con queya se les ofrecan los cambios socio-polti-cos de los aos finales de los setenta, se true-ca en un canto de xito por parte de los li-berales neoclsicos atentos al momento decambio citado. Quiz sea Sartori, en estesentido, uno de los cientficos de la de-mocracia, como gusta denominarse, quienms ha tematizado y asumido el significa-do de los acontecimientos de 1989 en or-den a la redefinicin de una teora de la de-mocracia. Frente a circunloquios mayores,intentos premiosos de distinciones o mati-ces que nuestro autor haba ido introducien-do en las continuas reelaboraciones y pu-blicaciones de su obra principal,4 cuyo pri-mer manuscrito data de 1957, el derrumbedel socialismo real le ha servido a Sartoricomo motivo y ocasin para volver a escri-bir y explicitar esta vez con estilo direc-to y sin ambages su tesis fuerte: el libera-lismo es la expresin poltica ms genuinade los nuevos tiempos (contra Rousseau yla tradicin democrtica) y es el nico sis-tema que ofrece constitucionalmente lasgarantas de respeto y realizacin de losderechos del hombre en una sociedad mo-derna (contra Marx y los intentos radicalesde cambio socio-poltico). No es tanto elfin de la historia cuanto s el fin, por vezprimera en la historia, de la maldad de lapoltica. Desde esta misma perspectiva, loacontecido no significa el final de la histo-ria ni el final de todas las ideologas, pero sel fin de la ideologa que ha impregnadonuestro pensamiento y condicionado nues-tra experiencia vital.5

    Al no existir, pues, ninguna alternativareal a la democracia liberal, nos hemos si-

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    tuado en un nuevo nivel terico en el quems all de cualquier utopa errtica yatendiendo nicamente a la crtica construc-tiva cabe preguntarnos sin ms cul es elcriterio de una buena o una mala poltica. Yencontrar un claro delimitador es tanto msimperioso por cuanto partidos y gobiernos,tras el advenimiento de la democracia demasas y condicionados por la captacin devotantes, hace tiempo que han abandonadoesa gran tarea de encontrar una teora com-prensiva que sea a la vez normativa y emp-rica.6 La respuesta de Sartori abarca uno yotros mbitos, el emprico y el normativo.As, atendiendo a las caractersticas teri-cas de una poltica correcta y a las exigen-cias de una forma democrtica adecuada,Sartori sintetiza ambas dimensiones teri-ca y normativa en el siguiente criterio crti-co-negativo: Bastar, pues, para nuestropropsito, con definir la mala poltica entrminos econmicos. Desde el punto devista emprico, Sartori completa su anteriordeterminacin criteriolgica con el siguientejuicio poltico del momento actual: El Es-tado democrtico tal como est estructura-do actualmente est poco capacitado parallevar a cabo la gestin de una economapblica de manera econmica.7

    Estamos, pues, ante una refundacin,el mundo-que-vuelve-a la-democracia(vuelve en el sentido de reconocer simple-mente que todas las modificaciones del li-beralismo han sido espurias).8 Refundacinhistrica que reinstaura, con la seguridadque otorga el ser vencedor, los pilares deuna sociedad altamente desarrollada. Des-de el punto de vista antropolgico, se recu-pera lo que no deja de ser una irona!aquel individualismo posesivo (segn lafeliz expresin de Macpherson)9 que fuerautilizado de modo crtico contra el ordenestablecido, pues segn parece se hahecho evidente que la nocin de Homooeconomicus no slo es la nocin resul-tante y ms amplia [...], sino la que por

    otro lado muestra el factor dominante, laventaja intrnseca que ostenta el sistemaeconmico que se ha consolidado.10 El va-lor intrnseco del ser propietario, del bene-ficio individual, y la consagracin de lo pri-vado, invalidan el hablar con propiedad, nisiquiera analgicamente, de un hogarpblico, y menos an permiten el uso con-ceptual de una filosofa pblica que defi-ne o redefine el bien comn.11 Socialmen-te, si, por un lado, se consagra la institucio-nalizacin de una economa regida por unmercado autorregulador, por el otro la im-periosa necesidad de que los pases del Esteentren en una sociedad de mercado le lle-va a postular una gran transformacin deenvergadura semejante a la que ha descritocon maestra Karl Polanyi.12 Sintomtica-mente, Sartori (1988) ya haba hecho refe-rencia a The Great Transformation. Al sen-tar su tesis de que el mercado es ciego anteel individuo; es una maquinaria despiadadade servicio a la sociedad, escriba: Lo quedescribi Polanyi fue la crueldad histri-ca del mercado. Esta devastacin, estimo,se ha paliado desde entonces. De modoque, por segunda vez ahora en los pasesdel Este y all donde se haya engendradoun hombre protegido y, por tanto, hostila los riesgos y a las incertidumbres de lasociedad abierta y de su estilo competiti-vo es inevitable volver a experimentarla crueldad y la devastacin del mercadoque destruy la sociedad orgnica.13 Endefinitiva, el valor teraputico de esta ini-ciacin viene exigida histricamente, insis-te, porque nos enfrentamos una vez mscon el miedo a la libertad.14 Polticamen-te, por ltimo, el modelo constitucionalde acuerdo con el inicial momento desu concepcin en el siglo XVIII trata delimitar y someter el poder estatal a un pro-ceso de verificaciones y equilibrios en or-den a superar la maldad de la poltica. Laverificacin y el equilibrio de los gastosrealizados por el ejecutivo se constituyen

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    en la gran aportacin poltica del parlamentoque, con esa mirada atrs que marcan lostiempos para la recuperacin de los funda-mentos del liberalismo, tuvo su momentode logro y xito histricos. En efecto, lapresencia y el ejercicio del parlamento semostraron histrica y polticamente efica-ces cuando los parlamentos representabana los que realmente pagaban los impuestos,es decir, a los ricos y no a los pobres.15 Latarea principal de los parlamentos estaracifrada en el balanced Budget, en trminospopularizados en nuestros das por la nue-va poltica econmica. Esta misin polticade dique que representaron los parlamen-tos se habra roto, desgraciadamente, a causade la extensin del sufragio universal y latransformacin del Estado mnimo.16 Laquiebra de esta cuasi exclusiva misin fis-calizadora atribuida a los representantes delpueblo ha de ser reparada hoy, al menos, atravs de una revisin del nmero, la espe-cificidad y la extensin de los derechos re-conocidos, especialmente los derechosmateriales, como prefiere Sartori denomi-nar a los derechos sociales. Pues los dere-chos jurdico-polticos sancionados por lascartas constitucionales de los siglos XVIII yXIX [...] [eran] derechos "sin coste", dere-chos que no se transferan al presupuestodel Estado como partidas de gastos.17 Porel contrario, la clave del problema de losderechos materiales se sita, ms que enla cantidad de los recursos exigidos, en suttulo, su justificacin, esto es, son de-rechos sui generis, relativos y no absolu-tos, condicionados y no incondicionados,muchos de los cuales son a fondo perdi-do. Por tanto, habra que establecer un l-mite acorde con los recursos que los pa-gan, lmite roto por la democracia que estestructuralmente indefensa, porque haperdido al guardin de la hacienda.18

    Desde estos presupuestos se entiende mipropuesta de construccin de un tercer ima-ginario. Si el primero, con los procesos de-

    mocrticos de Atenas, alumbr el valor nor-mativo de la poltica, ligada en el espa-cio pblico a la isegora y a la isonoma,el segundo imaginario poltico, deudor delas revoluciones inglesa, estadounidense yfrancesa, consagra la creacin del ciudada-no, virtualmente universalizable, aunquecomo en casi todo movimiento de cam-bio estuviera, en un principio, ligado aun club, el club de los hombres con exclu-sin de las mujeres. El problema, en nues-tros das, radica en el conocimiento correc-to del tipo de sociedad que entraa esta novuelta atrs que significa la globalizacin,al tiempo que afirmamos que otra globali-zacin es posible. Es justamente la compren-sin de esta nueva sociedad-red o sociedadinformacional la que puede proporcionar-nos la respuesta a otros varios problemasque plantea Jaime Pastor: el papel de losobreros, el lugar de los movimientos polti-cos, la interconexin entre multiculturalidady creacin de nueva ciudadana, la construc-cin de la identidad en una sociedad de in-dividuos que se unen como nodos de unared, sin determinacin por afinidad o perte-nencia a grupos, la posible necesidad deplantear la reduccin de trabajo como rei-vindicacin social, lo cual requiere una nue-va elaboracin social del trabajo y su rela-cin con la disputa en torno a la Renta Bsi-ca, el encaje de instituciones subestatales ysupraestatales en relacin con la tradicionalidea y existencia de las naciones. Slo co-nozco, personalmente, un debate entre no-sotros en torno a alguno de estos problemasllevado a cabo entre Castells, RodrguezIbez, Jos Flix Tezanos y Ramn Ra-mos. Por su lado, Josep Llus Blasco, pro-fesor de Teora del Conocimiento en laUniversidad de Valencia, recientemente fa-llecido, haba intentado acercarse a la posi-bilidad de determinar nuevas categoras gno-seolgicas al examinar los tres libros prin-cipales de Manuel Castells. Y quizs habraque situar aqu la verdadera cuestin de la

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    DEBATE

    relacin entre el feminismo y la democracia,ms que en el ensimo intento de Anne Phil-lips de lidiar con las posibilidades de encon-trar nuevos huecos democrticos para lasmujeres en el liberalismo: qu liberalismo?

    La propia M. Xos Agra insta, de algu-na manera, a atreverse a pensar el presentesin la aoranza del pasado ni los cantos apo-calpticos. Se trata, escribe, de pensar elpresente, de arriesgarse, puesto que comodira N. Fraser volamos sin instrucciones,de interrogarse sobre la posibilidad y loscontornos de una democracia post-liberal,post-socialista, ante la crisis civilizatoria yel agotamiento del paradigma moderno,desde uno de sus supuestos bsicos, estoes, desde la razn en tanto que razn situa-da. Es cierto que en momentos de insegu-ridad tan grande la propia razn, que tienesus fundamentos en lo que Kambartel lla-maba la cultura de las razones, se orientaen el palimpsesto de la historia por aque-llos momentos, imaginarios polticos, que

    generaron movimientos de emancipacin.Ciertamente, no se trata de volver a ningu-no de esos momentos que marcaron nues-tra propia cultura occidental como si fue-ran modelos. Los modelos fueron aquellosgriegos o modernos que jugaron con la vo-luntad de superar las limitaciones de un or-den anquilosado y tuvieron la capacidad in-ventiva y la imaginacin creadora para en-contrar formas de lo humano que posibi-litaran nuevas formas flexibles y hacer lapropia vida a travs de la consideracin so-lidaria entre lo individual y la referencia algrupo, al inters general. Sendas de la de-mocracia no es un prontuario de frmulasconcretas de democracia, sino que marcaun cierto camino, an por roturar, aunquese alegue la esperanza de quienes se atre-vieron a articular los momentos que, comogrmenes de vida, an tienen peso en nues-tras vidas. Quizs, creo, no sean tiempospara utopas, pero s cabe afirmar con Blochque la esperanza se puede aprender.

    NOTAS

    1. T. McCarthy, El discurso poltico: la relacinde la moralidad con la poltica, en M. Herrera(coord.): Jrgen Habermas: moralidad, tica y pol-tica, Mxico, 1993, p. 148.

    2. J. Habermas, Jrgen Habermas: moralidad,sociedad y tica. Entrevista con Torben Hend Niel-sen, en M. Herrera (coord.): ob. cit., p. 99.

    3. J. Habermas, Teora de la accin comunicati-va, Taurus, Madrid, 1987, t. II.

    4. G. Sartori, Teora de la democracia, 2 vols.,Alianza, Madrid, 1988. El diferente talante conque escribi esta obra frente a las citadas ante-riormente, que responden al momento de la quie-bra del comunismo real, puede contrastarse leyen-do, por ejemplo, estas lneas: El liberalismo seha depreciado, despus de todo, como consecuen-cia de su xito [...] quizs recobre su valor pre-cisamente por no tener xito actualmente [...] Porel momento, sin embargo, mucha gente cree apa-

    rentemente en una democracia sin liberalismo,p. 475.

    5. G. Sartori, Una nueva reflexin sobre la de-mocracia, las malas formas de gobierno y la malapoltica, RICS n. 129, p. 460.

    6. Ibdem, p. 463.7. Ibdem, p. 466.8. Ibdem, p. 470.9. Ibdem, p. 461.10. Ibdem, p. 467.11. Ibdem, 473, n. 22.12. Ibdem, p. 470.13. G. Sartori, Teora de la democracia, vol. 2, p. 498.14. G. Sartori, Una nueva reflexin, p. 470.15. dem, p. 469.16. G. Sartori, La democracia despus del comu-

    nismo, Alianza, Madrid, 1993, pp. 104-105.17. Ibdem, p. 120.18. Ibdem, p. 123.

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