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Exclusiva: el General fuera de control

Obama destituye a Stanley McChrystal, el más alto comandante de EE UU enAfganistán, después de sus declaraciones en un reportaje de la edición americanade 'Rolling Stone'. Este es el artículo completo, donde McChrystal critica alentorno de Obama y ridiculiza al vicepresidente Joe Biden. McChrystal habíatomado el control de la guerra, no perdiendo nunca de vista al verdadero enemigo:los blandengues de la Casa Blanca. Por Michael Hastings

¿Cómo he podido verme metido en esta cena? Pregunta el General StanleyMcChrystal. Es jueves por la noche de mediados de abril, y el comandante de lasFuerzas Armadas y de la OTAN en Afganistán está sentado en la suite de un HotelWestminter, de cuatro estrellas, en París.Se encuentra en Francia para vender su nueva estrategia de guerra a nuestros aliados dela OTAN –para mantener la ficción, en esencia, de que de verdad tenemos aliados.Desde que McChrystal asumió el mando, hace un año, la guerra Afganistán se haconvertido en propiedad excluisiva de los Estados Unidos. Las oposiciones a la guerra,ya han acabado con el gobierno danés, forzando la dimisión del presidente alemán yprovocando que tanto Canadá como Holanda anunciaran la retirada de sus 4.500 tropas.McChrystal está en París para evitar que a los franceses, que han perdido más de 40soldados en Afganistán, les tiemblen las piernas y comiencen a dudar.“La cena viene con el puesto, señor”, dice su jefe de gabinete, el Coronel Charlie Flynn.

McChrystal se gira rápido en su silla.“Eh, Charlie”, le pregunta, “¿viene esto con el puesto?”. Mientras, le enseña el dedo del centro.El general mira a su alrededor, a la habitación que su equipo de viaje de diez personas

ha convertido en un centro de operaciones a gran escala. Las mesas están llenas deordenadores portátiles de gran resistencia, y cables azules entrecruzados sobre la gruesamoqueta del hotel, conectados a antenas parabólicas para proveer línea de teléfonoencriptada y comunicación vía e-mail.Va vestido de civil e informal, con corbata azul, una camisa y pantalones de sport(McChrystal no se encuentra en su elemento). París, como uno de sus asesoradores dice,es “la ciudad más anti-McChrystal que se pueda imaginar”. El general odia losrestaurantes lujosos, rechazando cualquier lugar con velas sobre las mesas, por ser“demasiado Gucci”. Prefiere su cerveza Bud Light con sabor a lima (su favorita) alBurdeos; y películas como Pasado de vueltas (comedia deportiva intrascendente),su filme favorito, a Jean-Luc Godard. Además, estar en el escaparate de cara a laopinión pública nunca ha sido un lugar donde McCrystal se sintió cómodo: antes de que

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el presidente Obama lo pusiera al mando en la guerra de Afganistán, estuvo cinco añosllevando a los Black Ops (grupos de operaciones especiales) más secretos delPentágono.

“¿Cuál es la actualización en el bombardeo de Kandahar?”, le pregunta McChrystal aFlynn. La ciudad ha sido golpeada con dos potentes coches bomba en un solo día,levantando la duda sobre las garantías del general de que podía arrancársela a lostalibanes.

“Tenemos dos KIA,s [Killed in action, muertos en acción], pero no me lo hanconfirmado”, dice Flynn.

McChrystal echa un último vistazo a la suite. A los 55 años, está descarnado ydelgaducho, algo así como una versión mayor de Christian Bale en el filme Rescate alamanecer. Sus ojos azul oscuro tienen la inquietante habilidad de penetrarte cuando sefijan en ti. Si la jodes o le decepcionas, pueden destrozar tu alma sin la necesidad de queél alce la voz.

“Preferiría que me pegaran una paliza todos los que caben en esta habitación a tenerque ir a esta cena”, dice McChrystal.

Hace una pausa.“Desafortunadamente, nadie de esta habitación podría hacerlo”:Y sale por la puerta.“¿Con quién va a la cena?”, le pregunto a uno de sus ayudantes.“Algún ministro francés”, me dice, “es una gilipollez”.A la mañana siguiente, McChrystal y su equipo se juntan para preparar un discurso

que el va a dar en la École Militaire, la academia militar francesa. El general seenorgullece de ser más agudo y con más cojones que nadie. Pero su descaro tiene unprecio: aunque McChrystal ha estado al mando de la guerra durante sólo un año, en esetiempo se las ha apañado para cabrear a casi todas las partes implicadas en el conflicto.El otoño pasado, durante una sesión de preguntas y respuestas, siguiendo un discursoque había dado en Londres, McChrystal desestimó la estrategia antiterrorista, respaldadapor el vicepresidente Joe Biden, como “corta de miras”, alegando que conduciría a unestado de “Caos-istán”. El comentario le valió una colleja del presidente, en persona,que llamó al general a una lacónica reunión privada a bordo del Air Force One. Elmensaje a McChrystal pareció claro: cállate la puta boca, y pasa desapercibido.

Ahora, repasando las notas de su charla en París, McChrystal se pregunta en voz altaqué pregunta sobre Biden le tocará hoy, y cómo deberá responder. “Yo nunca sé qué vaa surgir ahí subido, ese es el problema”, dice. Entonces, incapaces de ayudarse a símismos, él y su equipo imaginan como sería esa contestación, en una sola línea: “Estáusted preguntando por el vicepresidente Biden”, McChrystal dice riendo.

“¿Quién es ese?“¿Biden?”, sugiere su ayudante de más rango.”Has dicho Bite me (muérdeme)"?

Cuando Barck Obama pisó el Despacho Oval, inmediatamente se preparó para actuar enla promesa más importante de su campaña en política internacional: volverse a centraren la guerra de Afganistán, en lo que nos llevó a invadirlos en primer lugar. “Quiero quelos americanos lo entiendan”, decía en marzo de 2009. “Tenemos un claro y centradoobjetivo: interrumpir, desmantelar y vencer a Al Qaeda en Paquistán y Afganistán”.Mandó 21.000 tropas más a Kabul, el mayor incremento desde que comenzó la guerraen 2001. Siguiendo el consejo del Pentágono y de la Junta de Jefes de Estado Mayor,también despidió al General David McKiernan –entonces, el Comandante de EE UU yde la OTAN en Afganistán– y lo reemplazó con un hombre que no conocía y con el que

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apenas se había encontrado: el General Stanley McChrystal. Era la primera vez que unalto general había sido relevado de servicio en tiempos de guerra en más de 50 años,desde que Harry Truman contrató al General Douglas MacArthur, en la cumbre de laguerra de Corea.

A pesar de que votó por Obama, McCrystal y su nuevo comandante en jefe noconectaron. El general se encontró por primera vez con Obama una semana después deque este asumiera el cargo, cuando el Presidente se reunió con una docena de oficialesmilitares senior, en una sala del Pentágono conocida con el Tanque. De acuerdo confuentes cercanas a la reunión, McChrystal pensó que Obama pareció “incómodo eintimidado” por la habitación repleta de militares de altos vuelos. Su primera reuniónen solitario tuvo lugar en el Despacho Oval, cuatro meses después, cuando McChrystalya tenía su trabajo en Afganistán, y no fue mucho mejor. “Era una operación fotografíade diez minutos”, cuenta un asesor de McChrystal. “Obama claramente no sabía nada deél ni quién era. Aquí está el tipo que va a dirigir su jodida guerra, pero no parecía muycomprometido. El Jefe estaba muy decepcionado”.

Desde el principio, McChrystal estaba decidido a dejar su sello personal enAfganistán, a usarla como un laboratorio para una controvertida estrategia militar,conocida como la contrainsurgencia. COIN, como es conocida la teoría, es la nuevabiblia de los jefazos del Pentágono. Una doctrina que pretende compatibilizar lapreferencia de los militares por la violencia de alta tecnología, con las demandas debatallas prolongadas en el tiempo, en estados fallidos.

COIN llama al envío de grandes números de tropas sobre el terreno, no sólo paradestruir al enemigo, sino también para vivir entre la población civil, y, lentamente,recontruir, o construir de la nada, otro gobierno de la nación. Un proceso que, inclusosus defensores más acérrimos, admiten que requiere años, si no décadas, para llevarse acabo. Esta teoría, esencialmente, renombra a las fuerzas militares, expandiendo suautoridad (y sus fondos) para abarcar los lados diplomático y político de la guerra:piense en los Boinas Verdes [fuerzas especiales de la Armada] como si fueranvoluntarios de operaciones de paz. En 2006, después de que el General David Petraeustestó la teoría durante su “renacer” en Irak, rápidamente se ganó un núcleo duro deseguidores como think-tankers (grupos de asesoramiento), periodistas, oficialesmilitares y civiles. Apodados "COINdinistas” por su entusiasmo sectario, esteinfuyente equipo creyó que la doctrina sería la solución perfecta para Afganistán. Loúnico que necesitaban era un general con suficiente carisma y desparpajo político paraimplementarla.

Cuando McChrystal se apoyó en Obama para impulsar la guerra, lo hizo con el mismoarrojo con el que cazaba terroristas en Irak: descubre cómo opera tu enemigo, sé másrápido y más despiadado que nadie. Entonces, elimina a esos cabrones. Después dellegar a Afganistán en junio pasado, el general condujo su propio policy review (analisisde su rendimiento), ordenado por el Secretario de Defensa, Robert Gates.El infame documento se filtró a la prensa, con una conclusión nefasta: si nomandábamos otras 40.000 tropas –hinchando el número de Fuerzas Armadas en casi lamitad– estábamos en peligro de “operación fracasada”. La Casa Blanca estaba furiosa.McChrystal, sentían, estaba intentando intimidar a Obama, enfrentándole a laacusación de débil en seguridad nacional a no ser que hiciera lo que el general quería.Era Obama contra el Pentágono, y el Pentágono estaba dispuesto a darle una patada enel culo al presidente.

En otoño pasado, con su general más alto pidiendo más tropas, Obama lanzó unarevisión de tres meses para reevaluar la estrategia en Afganistán. “Ese tiempo fue

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doloroso”, me dice McChrystal en una de las muchas largas entrevistas. “Estabavendiendo en una posición invendible”. Para el general era un curso rápido en políticacircular –una batalla en la que se dejó los huesos contra experimentados insiders comoel vicepresidente Biden, que sostenía que una campaña de contrainsurgencia prolongadaen Afganistán sumiría a Estados Unidos en un atolladero militar sin debilitar las redesde terrorismo internacional. “Toda la estrategia COIN es un fraude perpetrado en elpueblo americano”, dice Douglas Macgregor, un coronel retirado y un crítico lídercontra la contrainsurgencia, que asistió a West Point (Academia Militar de EE UU) conMcChrystal.“La idea de que nos vamos a gastar un trillón de dólares en la reconstrucción de lacultura islámica es un total sinsentido”.

Al final, a pesar de todo, McChrystal consiguió casi todo lo que quería. El 1 dediciembre, en un discurso en West Point, el Presidente presentó todas las razones por lasque luchar en la guerra de Afganistán era una mala idea: es caro; estamos sumidos enuna crisis económica; un compromiso de una década de duración minaría el poderíoamericano; Al Qaeda ha desviado su base de operaciones a Paquistán. Entonces, sinusar las palabras “victoria” o “ganar”, Obama anunció que mandaría 30.000 tropas mása Afganistán, casi tantas como McChrystal había pedido. El Presidente se habíacolocado, aunque vacilante, junto a los que apoyaban la contrainsurgencia.

Hoy, mientras McCrystal acelera hacia una ofensiva en el sur de Afganistán, elprónostico de éxito es sombrío. En junio, la tasa de mortalidad en las tropas de EE UUpasaron los 1.000, y el número de IEDs (artefactos explosivos improvisados) se haduplicado. Gastando cientos de miles de millones de dólares en el quinto país más pobrede la tierra, se ha fracasado en conseguir el apoyo de la población civil, cuya actitudhacia las tropas americanas varía de intensamente cautelosa a abiertamente hostil. Laoperación militar más grande del año –una feroz ofensiva que comenzó en febrero,para retomar la ciudad sureña de Marja– continúa alargándose, instigando al propioMcChrystal a que se refiera a ella como su “úlcera sangrante”. En junio, Afganistánoficialmente sobrepasó a Vietnam como la guerra más larga de la historia americana, yObama ha empezado a retirarse silenciosamente de la fecha límite marcada para lasalida de las tropas, en julio del año que viene. El Presidente se encuentra a sí mismoatascado en algo más insensato que un atolladero: un atolladero en el que él solito semetió, a sabiendas, a pesar de que es un proyecto gigantesco, de creación de una naciónmultigeneracional que él explícitamente dijo que no quería.

Incluso aquellos que apoyan a McChrystal y su estrategia de contrainsurgencia sabenque cualquier logro que el general alcance va a parecerse más a Vietnam que a laTormenta del Desierto. “No va a parecer una victoria, oler a victoria o saber avictoria”, dice el General Bill Mayville, quien sirve como jefe de operaciones paraMcChrystal. “Esto va a acabar en pelea”.

La noche antes de su discurso en París, McChrystal y su equipo se dirigen al KittyO’Shea’s, un pub irlandés para turistas, a la vuelta de la esquina del hotel. Su mujer,Annie, se ha juntado con él, en una rara visita: desde que empezó la guerra de Irak en2003, ha visto a su marido menos de 30 días al año. Pero como es su 33 aniversario deboda, McChrystal ha invitado a su círculo más íntimo a cenar y a unas copas, en lugar“menos Gucci” que su equipo ha podido encontrar. Su mujer no está sorprendida. “Unavez me llevó a Jack in the Box (restaurante de comida rápida), aunque iba vestida deforma muy formal”, dice con una sonrisa.

El equipo del general es una colección, elegida a dedo, de asesinos, espías, genios,patriotas, operadores políticos y descaradamente maníacos. Hay un antiguo cabeza de

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las Fuerzas Especiales Británicas, dos Navy SEAL (grupos de operaciones especiales dela marina), un comando de las Fuerzas Especiales afganas, una abogado, dos pilotos decaza y al menos dos docenas de veteranos de combate y expertos encontrainsurgencia. Se llaman a sí mismos, entre bromas, Team América, tomado deuna parodia sobre la estupidez de los militares, en la serie de animación South Park. Yse enorgullecen de sí mismos con su actitud “yo puedo” y su desdén por la autoridad.Tras llegar a Kabul, el verano pasado, el Team América empezó a cambiar la cultura dela International Security Assistance Force [ISAF, misión en Afganistán liderada por laOTAN]. Los soldados americanos ridiculizaban las siglas con diversos significadosjocosos como I suck at fighting (soy malísimo luchando) o In sandals and flipflops (consandalias y chanclas). McChrystal prohibió el alcohol en la base, expulsó al BurguerKing y otros símbolos de los excesos yanquis, alargó las sesiones de intrucciónmatinales, para incluir a miles de oficiales, y remodeló el centro de mando en una salade seguimiento. Un centro de información, diseñado emulando las oficinas de NuevaYork del Mayor Mike Bloomberg. También fijó un rítmo frenético para su equipo,convirtiéndose en legendario por dormir cuatro horas por noche, correr oncekilómetros cada mañana, y comer una vez al día (en el mes que pasé junto al Generalfui testigo de este último dato). Se ha creado una leyenda de súper hombre a sualrededor, como si la habilidad de continúar sin dormir y sin comida se tradujera en laposibilidad de un hombre ganando la guerra con una sola mano.

A media noche, en Kitty O’Shea’s, más de medio Team América está pedo. Dosoficiales hacen un baile irlandés, mezclado con pasos de una danza nupcial tradicionalafgana, mientras que los asesores de McChrystal se cogen por los hombros y cantan,arrastrando las palabras, una canción inventada por ellos. “¡Afganistán!”, braman.“¡Afganistán!”. Y la llaman su canción de Afganistán. McChrystal se retira del círculo,observando a su equipo. “Todos estos hombres”, me dice. “Moriría por ellos y ellosmorirían por mí”.

Los hombres reunidos pueden parecer y sonar como una panda de veteranos de combatedesfogándose, pero de hecho este grupo tan unido representa la fuerza más poderosa,dando forma a la política estadounidense en Afganistán. Mientras McChrystal y sushombres tienen indiscutible control de todos los aspectos militares de la guerra, no hayun equivalente en el lado político o diplomático. En cambio, unos cuantos jugadores dela administracion compiten por el portfolio de Afganistán: el embajador americano, KarlEikenberry; el representante especial de Afganistán, Richad Holborroke; el asesor deseguridad nacional, Jim Jones, y la Secretaria de Estado, Hillary Clinton, sinmencionar cuarenta, más o menos, embajadores en coalición y una gran cantidad decomentaristas que intentan meterse a sí mismos en el jaleo, como John Kerry o JohnMcCain. Esta incoherencia diplomática ha permitido al equipo de McChrystal tomar lasdecisiones, y obstaculizar los esfuerzos de construir un gobierno estable y creíble enAfganistán. “Pone en peligro la misión”, dice Stephen Biddle, un miembro senior deConsejo de Relaciones Internacionales que apoya a McChrystal. “El ejercito no puedepor sí solo crear una reforma de gobierno”.

Parte del problema es estructural: el presupuesto del Departamento de Defensasobrepasa los 600 billones de dólares, mientras que el Departamento de Estado sólorecibe 50 billones de dólares. Pero parte del problema es personal: en privado, el equipode McChrystal le gusta echar mierda sobre la gente de Obama, en el ladodiplomático. Un ayudante llama a Jim Jones, un general retirado con cuatro medallas yveterano de la Guerra Fría, un “payaso” que sigue “atascado en 1985”. Políticos comoMcCain y Kerry, dice otro ayudante, “aparece y tiene una reunión con Karzai

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(Presidente de Afganistán), le critican en una rueda de prensa en el aeropuerto, yvuelven a tiempo para los programas de tertulias del domingo. Francamente, eso no esmuy útil”. Sólo Hillary Clinton recibe buenas críticas del compacto círculo deMcChrystal. “Hillary protegió a Stan durante la revisión estratégica”, cuenta un asesor.“Ella dijo: si Stan quiere algo, dadle lo que necesita”.

McChrystal se guarda un escepticismo especial para Holborooke, el oficial engargadode la reintegración talibana. “El Jefe dice que es como un animal herido”, asegura unmiembro del equipo del general. “Holbrooke siempre está oyendo rumores de que va aser despedido, así que eso lo convierte en peligroso”.

En un momento de su viaje a París, McChrystal mira su BlackBerry. “Oh, otro mailde Holbrooke, no”, gruñe. “Ni siquiera quiero abrirlo”. Hace click en el mensaje y lee elsaludo en voz alta, y vuelve a poner el aparato de vuelta en su bolsillo, sin molestarse enocultar su irritación.

“Asegurate de que no se te pegue eso en la pierna”, bromea un ayudante, refiriéndoseal email.

Con mucha diferencia, la relación más crucial –y tirante– se da entre McChrystal yEikenberry, el embajador de EE UU en Afganistán. Según los cercanos a los doshombres, Eikenberry –un general retirado con tres estrellas, que sirvió en Afganistán en2002 y 2005– no puede soportar que su antiguo subordinado sea ahora el que mande.También está furioso de que McChrystal, respaldado por los aliados de la OTAN, senegase a colocar a Eikenberry en el fundamental puesto de virrey de Afganistán, que lehubiera convertido en el equivalente diplomático al general. El cargo, en cambio, fuepara el Embajador Británico Mark Sedwill –un movimiento que muy eficientementeaumentó su influencia en cuestiones diplomáticas, tras quitarse del medio a un rivalpoderoso. “En realidad, ese puesto necesita ser ocupado por un americano para quepueda tener peso”, dice un oficial americano, familiarizado con las negociaciones.

La relación fue aún más tensa en enero, cuando un documento clasificado queescribió Eikenberry, se filtró a The New York Times. El escrito era tan mordaz comopredecible. El embajador lanzaba una crítica brutal a la estrategia de McChrystal,rechazaba al presidente Hamid Karzai como "no es un socio estratégico adecuado", yplanteaba la duda de si el plan de contrainsurgencia sería "suficiente" para hacer frente aAl Qaeda. "Nos vamos a volver demasiado comprometidos aquí, sin forma alguna deliberarnos", advirtió Eikenberry, "ni permitir que el país vuelva a caer en la anarquía yel caos."

McChrystal y su equipo fueron cegados por la carta. “Me gusta Karl, lo conozcodesde hace años, pero ellos nunca nos han dicho nada parecido”, dice McChrystal, quiénadmite sentirse “traicionado” por la filtración. “He aquí uno que protege su costado paralos libros de historia. Ahora si fracasamos, pueden decir, "os lo dijimos”.

El ejemplo más llamativo de la usurpación de McChrystal en la política diplomáticaes como lidia con Karzai. Es McChrystal, no diplomáticos como Eikenberry oHolbrooke, el que disfruta de la mejor relación con el hombre en el que EstadosUnidos ha confiado para liderar Afganistán. La doctrina de la contrainsurgenciarequiere un gobierno creíble, y dado que Karzai no tiene la confianza de su propiagente, McChrystal ha trabajado duro para otorgarle credibilidad. Durante los últimosmeses, ha acompañado al presidente en más de diez viajes por el país, manteniéndose asu lado en reuniones políticas, o shuras, en Kandahar. En febrero, el día antes de laofensiva a Marja, McChrystal incluso condujo hasta el palacio del presidente, paraplasmar su firma en lo que sería la mayor operación militar del año. El personal de

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Karzai, sin embargo, insistió que el presidente estaba durmiendo, intentando superar unresfriado, y no podía ser molestado. Después de varias horas intentando convencerles,McChrystal consiguió la ayuda de ministro de Defensa de Afganistán, que persuadió ala gente de Karzai para que le despertaran de su siesta.

McCHRYSTAL NO SÓLO MANDA EN EL CAMPODE BATALLA,SINO QUE TAMBIÉN TOMA DECISIONESDIPLOMÁTICAS.

Este es uno de los principales fallos de la estrategia de contrainsurgencia deMcChrystal: la necesidad de construir un gobierno creíble pone Estados Unidos amerced de cualquier líder de poca monta que hayamos respaldado –un peligro queEikenberry explícitamente advertía en su carta. Incluso el equipo de McChrystal admiteen privado que Karzai no es, ni mucho menos, el socio ideal. "Karzai ha estadoencerrado en su palacio el año pasado", se lamenta uno de los principales asesores delgeneral. A veces, Karzai ha socavado activamente el deseo de McChrystal de ponerle almando. Durante una reciente visita al Walter Reed Army Medical Center, Karzai sereunió con tres soldados de EE UU, que fueron heridos en la provincia de Uruzgan.Cuando Karzai se entero, dijo: "General", gritó a McChrystal, "ni siquiera sabía queestuvieramos luchando en Uruzgan!"

De mocoso, creciendo en el ejército, McChrystal exhibía una mezcla de brillantez ychulería que le siguió durante toda su carrera. Su padre luchó en Corea y Vietnam,retirándose como General, con dos estrellas, y sus cuatro hermanos se unieron a laarmada. Moviéndose por las diferentes bases, McChrystal se consoló con el béisbol, undeporte en el que nunca pretendió ocultar su superioridad. En la liga juvenil, gritaba losstrikes al público antes incluso de conseguirlos, con sus rápidos lanzamientos.

McChrystal entró en West Point en 1972, cuando el ejército de los Estados Unidosestaba cerca de su punto más bajo de popularidad. Su clase fue la última en graduarse,antes de que la academia comenzara a admitir a mujeres. La “Prisión del Hudson”,como se la conocía entonces, era una potente mezcla de testosterona, hooliganismo ypatriotismo reaccionario. Los cadetes constantemente destrozaban el hall en guerrasdurante las comidas, y los cumpleaños se celebraban con la tradición “folla-ratas”, que amenudo dejaba al chico del cumpleaños en la calle, en la nieve o en el barro, cubierto decrema de afeitar. “Estaba bastante fuera de control”, cuenta el Teniente General DavidBarno, un compañero de clase, que llegó a ser el más alto Comandante en Afganistán de2003 a 2005. De la clase, llena de lo que Barno llama “tremendo talento” y“adolescentes salvajes con un fuerte sentido del idealismo”, también salió el GeneralRay Odierno, el actual Comandante de Fuerzas Americanas en Irak.

Hijo de un general, McChrystal era también el cabecilla de los disidentes del campus.Un doble role que le enseñó a moverse en un entorno rígido, mientras que le plantabacara a la autoridad en cada ocasión que tenía. Acumuló más de cien horas de faltaspor beber, salir de fiesta e insubordinación. Un récord con el que sus compañeros

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fanfarroneaban, conviertiéndole en Century man (hombre de cien). Uno de suscompañeros, que prefiere no ser nombrado, recuerda haberse encontrado a McChrystaldormido en la ducha, después de bajarse una caja de cervezas que tenía escondida bajoel lavabo. Sus alborotos casi le cuestan la expulsión, y pasó horas sometido a marchasforzadas en "el Area", un patio pavimentado donde se enseñaba disciplina a los cadetesrebeldes. “A veces, iba a visitarle y me pasaba casi todo el tiempo en la biblioteca,mientras Stan estaba en el Área”, recuerda Annie, que empezó a salir con él en 1973.

McChrystal obtuvo el ránking 298 de una clase de 855, un resultado por debajo de lasposibilidades de un hombre constantemente señalado como brillante. Su trabajo másconvincente fue extracurricular: como editor jefe de The Pointer, la revista literaria deWest Point. McChrystal escribió siete relatos cortos que presagian de forma inquietantemuchos de los asuntos que el confrontaría después en su carrera. En un relato, un oficialficticio protesta sobre la dificultad de entrenar para luchar a tropas extranjeras; enotra, un soldado de 19 años mata a un niño al confundirlo con un terrorista. En La Notade Brinksman, una pieza de ficción y suspense, un narrador sin nombre parece estarintentando frenar un complot para asesinar al Presidente. Pero resulta que el narrador esel asesino, capaz de infiltrarse en la Casa Blanca: “El Presidente entró sonriendo. Delbolsillo derecho del abrigo que llevaba conmigo, saqué una pistola del calibre 32. Parafracaso de Brinkman, yo lo había conseguido”.

Después de su graduación, el oficial de segunda Stanley McChrystal ingresó en unejército al que, ya recuperado de la Guerra de Vietnam, se podían reprochar muchascosas pero una no era encontrarse débil. “Sentíamos que éramos una generación a la quele había tocado vivir tiempos pacíficos”, recuerda. “Estaba la Guerra del Golfo, sí, peroincluso eso no parecía gran cosa”. Así que McChrystal pasó su carrera allí donde habíaacción: se enroló en la Escuela de las Fuerzas Especiales y se convirtió en uncomandante de regimiento del tercer batallón de las tropas de asalto (Rangers) en 1986.Era una posición peligrosa incluso en momentos de paz –cerca de dos docenas desoldados causaron bajas durante los entrenamientos a lo largo de los ochenta-. Eratambién una ruta inusual en la carrera militar de un hombre: la mayoría de los soldadosque quieren escalar posiciones hacia general no acuden a las tropas de asalto. Mostrandouna habilidad especial para transformar sistemas que consideraba desactualizados,McChrystal destacó por revolucionar el régimen de entrenamiento de las tropas deasalto. Introdujo las artes marciales mixtas, exigió que cada soldado aprendiese a usarlentes de visión nocturna en sus rifles de asalto y obligó a las tropas a fortalecer suresistencia con marchas semanales que implicaban cargar con mochilas muy pesadas.A finales de los años noventa, McChrystal, muy astutamente, puso en marcha unaoperación de imagen, pasando un año en la Escuela Kennedy de Gobierno de laUniversidad de Harvard y luego en el Consejo de Relaciones Externas. Allí fue coautorde un tratado sobre las ventajas e inconvenientes de las intervencioneshumanitarias. Pero mientras escalaba posiciones, McChrystal además se apoyaba en laslecciones que había aprendido como chico problemático en West Point: sabíaexactamente hasta dónde podía forzar una jerarquía militar rígida sin ser expulsado.Descubrió lo lejos que podía llegar siendo un capullo muy inteligente, especialmentedespués del caos político que sucedió al 11 de septiembre. “Era un tipo muy centrado”,dice Annie. “Incluso como un joven oficial parecía saber exactamente lo que quería. Nocreo que su personalidad haya cambiado en todos estos años”.Según algunas fuentes, la carrera de McChrystal debería haber terminado en dosocasiones. Una, como portavoz del Pentágono durante la invasión de Irak, periodo en el

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que el general parecía más un amplificador de la Casa Blanca que un comandantediligente con solidez como para hablar por si mismo. Cuando el Secretario de DefensaDonald Rusmfeld dijo su tristemente célebre “estas cosas pasan” (stuff happens) duranteel saqueo a Bagdad, McChrystal le respaldó plenamente. Unos pocos días después sehizo eco, muy ufano, de las afirmaciones del Presidente sobre el fin de la guerra enIrak. Pero fue durante su siguiente comparecencia –frente a la mayor parte de las élitesmilitares, incluyendo las tropas de asalto, los Grupos de Operaciones Especiales de laMarina (Navy Seals) y los Grupos de Aplicaciones de Combate (Delta Force)- cuandoMcChrystal se implicó en un ejercicio de ocultación que habría destrozado la carrerade cualquier otro.Después de que el cabo Pat Tillman, la ex estrella de la NFL convertida en soldado deasalto, fuese asesinado de forma accidental por sus propias tropas en Afganistán enabril de 2004, McChrystal contribuyó a crear la sensación de que Tillman había muertoa manos de los afganos. Firmó una recomendación falsificada para la entrega de unaestrella de plata a un miembro de las fuerzas armadas que había sugerido que Tillmanhabía sido abatido por fuego enemigo. McChrystal alegaría más tarde que no leyó larecomendación con detenimiento: una excusa bastante peregrina para un comandantecon fama de prestar escrupulosa atención a detalles minúsculos.Una semana después, McChrystal envió un informe a sus superiores en la escala demando advirtiendo de forma específica que el Presidente Bush debía evitar mencionarla causa de la muerte de Tillman. “Si las circunstancias de la muerte del cabo Tillman sehacen públicas”, escribió, “podría significar el escarnio público del Presidente”.

McCHRYSTAL QUIZÁ HAYA CONSEGUIDOCOLOCARLE A OBAMASU ESTRATEGIA, PERO SUS TROPAS NO SE LATRAGAN

“La falsa realidad que claramente McChrystal ayudó a construir, devaluó las accionesreales de Pat”, escribió la madre de Tillman, Mary, en su libro Botas sobre el suelo alatardecer. McChrystal se salió con la suya, añadiría ella, porque era el “chico de oro”de Rumsfeld y Bush, quien adoraba lo voluntarioso que era, incluso si su buenadisposición suponía obviar las normas o saltarse la cadena de mando. Nueve díasdespués de la muerte de Tillman, McChrystal fue promocionado al puesto de General.Dos años después, hacia finales de 2006, McChystal estuvo involucrado en unescándalo relacionado con abusos y tortura a prisioneros en Camp Nama, en Irak.De acuerdo con un informe del Observatorio de Derechos Humanos (Human RightWatch), los prisioneros del campo eran objeto de un ritual de maltrato que ya erahabitual: someterlos a posturas antinaturales y arrastrarlos desnudos por el fango.McChrystal no fue sancionado por el escándalo, a pesar de que un interrogador delcampo dijo haberle visto inspeccionando la presión en múltiples ocasiones. Lo queMcChrystal vio fue tan incómodo que intentó que las operaciones con prisioneros notuvieran lugar bajo su mando en Afganistán, al verlas como “un pantano político”, deacuerdo con un oficial de la armada de los Estados Unidos. En mayo de 2009, mientrasMcChrystal se preparaba para su sesión de investidura, su personal le preparaba parapreguntas difíciles que se le pudiesen plantear sobre Camp Nama y el caso de Tillman.

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Pero los escándalos apenas hicieron mella en el Congreso y McChyrstal estuvo muypronto de vuelta en Kabul para dirigir la guerra en AfganistánLos medios de comunicación, en buena parte, le dieron también a McChrystal el vistobueno en todas las polémicas. Mientras el General Petraeus es una especie de memo, unpelele con el sambenito colgado de eterno soldado de asalto, McChrystal es un rebeldecon mucho estómago, un "Comandante Jedi”, como le llamó el Newsweek. No leimportaba que su hijo adolescente llegase a casa con el pelo azul y una cresta. Y esohablaba de una sensibilidad inusual para un oficial de su graduación. Pide opiniones yparece interesado de forma sincera por la respuesta. Lleva los briefings en su iPod yescucha libros grabados en cintas. Lleva un par de nunchacos hechos a medida en suconvoy, que tiene impreso su nombre y sus cuatro estrellas. Y su rutina de trabajo sueleincluir muy a menudo una cita recién aprendida de Bruce Lee (“No hay límites. Sólohay obstáculos y no debes quedarte en ellos, sino que debes atravesarlos”). Formó partede docenas de asaltos nocturnos durante la guerra de Irak, algo sin precedentes para unalto mando, y aparecía en las misiones por sorpresa, sin apenas séquito. “Los putoschavales adoran a Stan McChrystal”, dice un oficial británico que sirve en Kabul. “Estápor ahí en ninguna parte, en el medio de Irak, vas a tomarte un descanso y alguien vacontigo. De pronto un cabo te espeta: ‘¿Quién coño es ese?’. Y “ese” es el jodido StanMcChrystal”.Tampoco fue del todo negativo para McChrystal que cosechase un enorme éxito comojefe del Comando de Operaciones Especiales, las fuerzas de élite que llevan a cabo lasoperaciones más oscuras del gobierno. Durante el levantamiento de Irak, su equipocapturó y mató a miles de insurgentes, incluyendo a Abu Musab al-Zarqawi, el líderde Al Qaeda en Irak. El Comando de Operaciones Especiales era una máquina de matar,dice el General Mayville, su jefe de operaciones. McChrystal también estaba abierto anuevas formas de matar. Sistemáticamente escaneaba redes de terroristas, marcabacomo objetivos a insurgentes e iba a cazarlos –a menudo con la ayuda de cyberfreaks,tradicionalmente evitados por los militares. “El jefe echaba mano del típico chaval de24 años con un pendiente en la nariz, con algún puto título del MIT que se sienta enun rincón con 16 pantallas de ordenador zumbando”, dice un comando de las fuerzasespeciales que trabajó con McChrystal en Irak y que ahora trabaja con su equipo enKabul. “Lo que solía decir era: ‘Eh, vosotros, jodidos musculitos, no tendríais ni quéecharos a la boca si ellos no nos ayudaran”.Incluso en su nuevo papel de líder evangelizador americano de la contrainsurgencia,McChrystal aún conserva sus muy arraigados instintos de cazador de terroristas. Parapresionar a los talibanes, ha incrementado el número de unidades de las FuerzasEspeciales en Afganistán de cuatro a diecinueve. “Más os vale machacar cuatro ocinco objetivos esta noche”, le habría dicho McChrystal a un Navy Seal que seencontró por los pasillos de sus cuarteles generales. “Pero por la mañana tendré queregañaros por ello”. De hecho, el general a menudo se tiene que disculpar por lasconsecuencias desastrosas de su contrainsurgencia. En los primeros cuatro meses de esteaño, las fuerzas de las Naciones Unidas mataron a unos noventa civiles, un 76% másque en el mismo periodo de 2009, una cifra que ha creado un enorme resentimientoentre la población que se supone la Estrategia COIN quiere ganar para sí. En febrero,una patrulla nocturna de las Fuerzas Especiales acabó con la muerte de dos afganasembarazadas y alegaciones de un intento de ocultación. En abril surgieron protestas enKandahar después de que las fuerzas estadounidenses accidentalmente tirotearan unautobús, matando a cinco civiles afganos. “Hemos disparado a una cantidad de genteincreíble”, admitió recientemente McChrystal.A pesar de las tragedias y los errores, McChrystal puso en marcha una de las directivas

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más estrictas que los Estados Unidos han implementado en una zona de guerra paraevitar bajas civiles. Él lo llamaba “matemática insurgente”: por cada persona inocenteque asesinas, te creas diez nuevos enemigos. Dio orden a los convoys de que controlasensu conducción temeraria, restringiesen el uso de sus efectivos aéreos y limitasen deforma notoria los asaltos nocturnos. Desde entonces, muy a menudo se ha disculpadocon Hamid Karzai cuando civiles resultan muertos. Acto seguido, su estrategia esdegradar a los mandos resposables de esas muertes. “Hay momentos en los que el lugarmás peligroso de Afganistán está en frente de McChrystal tras una muerte civil”, diceun oficial de la armada estadounidense.La ISAF incluso ha llegado a debatir formas de conseguir que matar no sea algo por loque se puede obtener una condecoración. Hasta se habla de crear una medalla a la“Contención valiente”, un palabro que no tiene posibilidades de ganar muchaaceptación, dada la cultura bravucona del ejército de los Estados Unidos.Pero dejando aparte cuán estratégicas sean las nuevas órdenes de funcionamiento deMcChrystal, sus ideas han causado una reacción negativa entre sus tropas. Al decirlesque contengan el fuego, según quejas de los soldados, se exponen a un riesgo muchomayor. “¿Perfil bajo?”, dice un antiguo operador de las Fuerzas Especiales que hapasado años en Irak y en Afganistán. “Me gustaría darle una patada en los huevos aMcChrystal. Sus normas de lealtad ponen a los soldados en el disparadero. Todos ycada uno de ellos te dirán lo mismo que yo”. En marzo, McChrystal viajó al puestoavanzado JFM –un pequeño campamento a las afueras de Kandahar para afrontar lasacusaciones de sus topas cara a cara. Un típico movimiento franco del General. Sólo dosdías antes había recibido un correo electrónico de Israel Arroyo, un sargento de divisiónde veinticinco años que le había pedido a McChrystal ir en misión con su unidad. “Leescribo porque se ha dicho que no le importan las tropas y que nos ha puesto más difícildefendernos”, escribió Arroyo.En cuestión de horas, McChrystal contestaba personalmente: “Me entristece laacusación de que no me preocupo por los soldados, dado que sospecho que es algo queun soldado se toma como algo no sólo profesional, sino también personal. Por lo menosyo lo hago así. Pero tengo claro que las percepciones dependen de la perspectiva queuno tenga en el momento y respeto que cada soldado tenga la suya”. Poco después sepersonó en la avanzadilla en la que estaba destacado Arroyo y se sumó a una misión dereconocimiento a pie con las tropas. No se trata de que fuese a dar un paseo pusilánimepor un mercado para salir guapo en la foto: se involucró en una operación real en unazona de guerra peligrosa.Seis semanas después, justo antes de que McChrystal regresara de París, el generalrecibió otro correo electrónico de Arroyo. Un cabo de 23 años llamado Michael Ingram,uno de los soldados con los que McChrystal había salido en misión de reconocimiento,había sido asesinado por un insurgente el día antes. Era el tercer miembro que la seccióncompuesta por veinticinco miembros había perdido en un año y Arroyo se ponía encontacto para saber si asistiría al funeral de Ingram. “Había empezado a admirarle”,escribió Arroyo. McChrystal dijo que haría todo lo posible para presentar sus respetoscuanto antes. La noche previa al día en que el general tenía programada su visita alSargento Arroyo para el funeral, llego al puesto JFM para hablar con los soldados quesalieron a patrullar con él. JFM es un pequeño asentamiento rodeado por unos murosheridos por las explosiones y cerrado con torres de vigilancia. Casi todos los soldadosaquí han estado en diferentes rondas de combate en Afganistán e Irak y han presenciadoalgunas de las peores batallas de ambas guerras. Pero, irónicamente, estánespecialmente indignados ante la muerte de Ingram. Sus mandos habían pedido permisoen repetidas ocasiones para derribar la casa donde Ingram fue asesinado, haciendo ver

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que frecuentemente ésta era usada como una posición de combate por los talibanes. Acausa de las restricciones de McChrystal, pensadas para evitar el malestar de los civiles,la petición había sido denegada. “Era una casa abandonada”, farfulla el SargentoKennith Hicks. “Nadie iba a volver vivir en ella”.

Un soldado me muestra la lista de nuevas normas que se le han entregado a la sección.“Patrullad en áreas donde estéis razonablemente seguros de que no os tendréis quedefender usando fuerza mortífera”, se lee en las tarjetas plastificadas. Decirle eso a unsoldado que ha recorrido la mitad del mundo para luchar, es como decirle a un policíaque sólo debe patrullar en zona donde sabe que no tendrá que arrestar a nadie. “¿Tieneeso puto sentido?”, pregunta el soldado Jared Pautsch. “Deberíamos echar una putabomba en este lugar. Te sientas y te preguntas: ¿qué estamos haciendo aquí?”.El reglamento que se ha distribuido aquí no es lo que McChrystal pretendía -ha sidodistorsionado a medida que iba avanzando por la cadena de mando- pero cobrarconsciencia de ese hecho no ayuda a mitigar la ira de las tropas sobre el terreno. “Joder,cuando llegué aquí y me enteré de que McChrystal estaba al mando pensé que nos ibana quitar el arma de encima”, dice Hicks, quien ha servido ya en tres rondas de combate.“Entiendo COIN. Entiendo todo. McChrystal viene aquí, lo explica, y tiene sentido.Pero cuando se pira en su avión y al mismo tiempo sus órdenes llegan hasta nosotrosdesde los altos mandos, es todo un despropósito. O bien porque alguien está intentandosalvar su culo o simplemente porque no lo entienden ni ellos. Pero aquí estamosmordiendo el polvo”.McChrystal y su equipo se presentan al día siguiente. Bajo una carpa, el general tieneuna discusión de 45 minutos con dos docenas de soldados. El ambiente es tenso. “Ospregunto qué ocurre en vuestro mundo y creo que es importante para todos quecomprendáis el contexto general también”, comienza McChrystal. “¿Qué tal va lacompañía? ¿Os dais pena? ¿Alguno de vosotros siente que sois perdedores?”, diceMcChrystal.“Señor, algunos de los muchachos piensan que están siendo derrotados, Señor”, diceHicks.McChrystal asiente. “Ser fuerte es liderar cuando no quieres liderar”, dice a sushombres. “Estáis liderando con el ejemplo. Eso es lo que estáis haciendo. Sobre todo enlos momentos en que es verdaderamente duro”. Después se tira veinte minutos hablandosobre contrainsurgencia, haciendo diagramas con sus ideas y principios en una pizarra.Hace que COIN parezca cosa de sentido común, pero tiene mucho cuidado de que noparezca que le está tomando el pelo a los chavales. “Estamos metidos hasta el fondo enel año decisivo”, les dice. Los talibanes, insiste, han dejado de llevar la iniciativa, “perotampoco creo que nosotros la llevemos”. La charla es similar a la que dio en París, perono está ganando adeptos. “Esta es la parte filosófica que siempre funciona con los thinktanks, pero parece que no tiene la misma acogida entre las compañías de infantería”,trata de bromear.Durante el tiempo de preguntas, la frustación bulle. Los soldados se quejan de no estarautorizados para usar la fuerza letal, de tener que ver cómo insurgentes detenidos sonliberados por insuficiencia de pruebas. Quieren tener capacidad para luchar, como latuvieron en Irak y en Afganistán antes del periodo McCrystal. “No estamos asustando altalibán”, dice un soldado.“Conseguir la adhesión de la población en esta guerra, con la estrategia COIN, es unacuestión de sangre fría”, dice McChrystal citando la máxima muy repetida por lossoldados de que “no puedes matar tu salida de Afganistán”. “Los rusos mataron a unmillón de afganos y no consiguieron nada”, afirma. “No digo que haya que salir y matar

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a todo el mundo, señor”, le replica el mismo soldado. “Usted dice que hemos detenidoel empuje de la insurgencia. Yo no creo que eso sea cierto en esta zona. Cuanto más nosretiramos, cuanto más nos contenemos, más fuertes se hacen”, apostilla. “Estoy deacuerdo contigo”, dice McChrystal.”En esta zona no hemos hecho progresos. Y aquí esdonde tenéis mostraros fuertes, y tenéis que abrir fuego. Pero lo que estoy intentadodeciros es que disparar tiene un coste. ¿Qué queréis hacer?¿Limpiar a la población queestá ahí fuera y reasentarla?”.Un soldado se queja de que bajo las reglas, cualquier insurgente que no tiene un arma esinmediatamente identificado como un civil. “Así va el juego”, replica McChrystal. “Escomplejo. No podemos decidir: es peras o manzanas. Matemos sólo a las peras”.Cuando el debate termina, McChrystal se da cuenta de que no ha salido airoso. La ira delos soldados sigue ahí. Así que hace un último esfuerzo por traerlos a su terrenoreconociendo la muerte del Cabo Ingram.”No puedo hacer eso más llevadero”, les dice.“Y bajo ningún concepto estoy intentando fingir que todo esto no es doloroso. Pero osdiré algo: estáis haciendo un gran trabajo. No dejéis que la frustración os domine”.La sesión termina sin aplausos y sin una conclusión real. McChrystal quizá hayaconseguido colocarle a Obama su estrategia, pero sus propia tropas no se la tragan.Cuando se trata de Afganistán, la historia no está del lado de McChrystal. El únicoinvasor extranjero que tuvo éxito aquí fue Gengis Khan, y él no estaba constreñido porcosas como derechos humanos, desarrollo económico y la vigilancia de los medios decomunicación. La doctrina COIN, extrañamente, está inspirada en algunos de losgrandes fracasos militares de Occidente: la terrible guerra francesa en Algeria (Franciafue derrotada en 1962) y la desventura norteamericana en Vietnam. McCrystal, comootros defensores de COIN, ya admite ahora que las campañas de contrainsurgencia soninherentemente caóticas, caras y muy fáciles de perder. “Incluso los afganos estánconfusos con Afganistán”, dice. Pero si finalmente consigue triunfar, después de añosde lucha descarnada con chicos afganos que no suponen ninguna amenaza para elterritorio americano, la guerra dejará indemne a Al Quaeda, que ha desviado susactividades a Pakistán. Desplegar 150.000 tropas para construir escuelas carreteras,mezquitas e instalaciones para la depuración del agua en el entorno de Kandahar escomo tratar de parar la guerra de la droga en México ocupando Arkansas yconstruyendo iglesias baptistas en Little Rock.“Es todo muy cínico, políticamente hablando”, dice Marc Sageman, un antiguo oficialde la CIA que tiene amplia experiencia en la zona. “Afganistán no es nuestro interésvital; no hay nada para nosotros allí”.A mediados de mayo, dos semanas después de visitar a las tropas en Kandahar,McChrystal viaja a la Casa Blanca para una visita de alto nivel con Hamid Karzai. Es unmomento triunfal para el general: uno de esos en los que puede demostrar cuánto poderostenta tanto en Kabul como en Washington. En la Sala Este, que está llena deperiodistas y dignatarios, el Presidente Obama alaba las excelencias de Karzai. Los doslíderes hablan de las buenísimas relaciones que mantienen y de lo mucho que lesentristecen las muertes de civiles. Mencionan la palabra “progreso” dieciséis veces en elespacio de una hora. Pero no hay una sola mención a la palabra “victoria”. La sesiónrepresenta el compromiso total que Obama mantiene con la estrategia de McChrystaldesde hace meses. “No se puede negar el progreso que los afganos han hecho en losúltimos años: en educación, en sanidad y en desarrollo económico”, dice elpresidente.”Las luces que vi por todo Kabul cuando aterricé allí no habrían sido visibleshace sólo unos pocos años”. Un observación desconcertante, teniendo en cuenta quedurante los peores años de Irak, cuando la Administración Bush no tenía ningúnprogreso real que destacar, usaba exactamente el mismo dato como prueba su éxito.

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“Una de nuestras primera impresiones fue que muchas luces brillaban intensamente”,dijo en 1996 un representante republicano después de aterrizar en Bagdad durante laspeores fases de violencia sectaria. Así que la Administración Obama –hablando deprogreso, de luces en las ciudades, de indicadores como el sistema sanitario y laeducación- ha adoptado un lenguaje del que sólo hace unos años se habría burlado.“Están intentando manipular las percepciones porque no hay una definición de victoria.La victoria ni siquiera se puede identificar o reconocer”, dice Celeste Ward, una analistasenior de defensa de la RAND Corporation, que trabajó como asesora política para losmandos militares norteamericanos en el Irak de 2006. “Ese es el juego en el que nosencontramos ahora mismo. Lo que necesitamos, por motivos estratégicos, es hacer verque no hicimos no nos fuimos a la espantada, a pesar de que los datos sobre el terrenono son buenos y en el futuro no van a ser mucho mejores”.Pero los hechos sobre el terreno, como la historia ha probado, no son disuasorios paramilicias con la determinación de permanecer en el campo de batalla. Incluso los máscercanos a McChrystal saben que el creciente sentimiento anti-guerra que ha aflorado encasa no refleja hasta que punto las cosas son conflictivas en Afganistán. “Si losamericanos se detuvieran un momento y empezasen a prestar atención a esta guerra,sería aún menos popular”, dice un consejero senior de McChrystal. Semejante dosis derealismo no consigue impedir que los defensores de la contrainsurgencia sigan teniendograndes planes: en lugar de retirar las tropas el año que viene, tal y como Obamaprometió, el estamento militar espera prolongar la campaña de intrainsurgencia inclusomás. “Existe la posibilidad de que pidamos otro contingente el próximo verano siobservamos algún progreso aquí”, me dice un oficial senior en Kabul.Volvemos a Afganistán. Ha pasado menos de un mes desde la reunión en la CasaBlanca con Karzai y toda esa charla sobre el “progreso”. McChyrstal recibe un grangolpe a su visión de la contrainsurgencia. Desde el año pasado el Pentágono ha estadoplaneando lanzar una operación militar en Kandahar, la segunda ciudad más grande delpaís y la base primigenia de los talibanes. Supuestamente, éste iba a ser un punto deinflexión decisivo en la guerra: la razón principal para el contingente que McChrystalhabía pedido a Obama a finales del año pasado. Pero el 10 de junio, admitiendo que lasmilicias aún tienen mucho trabajo que hacer sobre el terreno, el general anuncia quepospone la ofensiva hasta el otoño. En lugar de grandes batallas, como las de Fallujah orRamadi, las tropas norteamericanas se dedicarán a lo que McChrystal llama “crear unapleamar de seguridad”.La policía y el ejército afgano entrarán en Kandahar para intentar hacerse con el controlde los barrios a la vez que los Estados Unidos aporta 90 millones de dólares en ayudapara la población civil de la ciudad.

Incluso los partidarios de la contrainsurgencia sufren fuertes presiones para explicar elnuevo plan. “Esta no es una operación clásica”, dice un oficial del ejércitoestadounidense. “Esto no va a ser Black Hawk Derribado. No va a haber patadas en laspuertas”. Otros oficiales de los Estados Unidos insisten en que sí que habrá patadas enlas puertas, pero que se tratará de una ofensiva más amable y suave que la del desastrede Marja.“Los talibanes tienen la ciudad bajo su bota”, dice un oficial de la armada. “Tenemoseliminarlos, pero tenemos que hacerlo de una forma que no enfurezca a la población”.Fuentes de la Casa Blanca cuentan que cuando el vicepresidente Biden fue informadosobre el nuevo plan en el Despacho Oval estaba sorprendido de hasta qué puntoreflejaba el plan de contraterrorismo más gradual que él mismo había propuesto elpasado otoño.

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.Sea cual sea la naturaleza del nuevo plan, el retraso subraya los fallos fundamentales dela contrainsurgencia. Después de nueve años de guerra, los talibanes siguen demasiadocompactos y enteros como para el ejército estadounidense les ataque abiertamente. Lamisma gente que la estrategia COIN trata de ganarse –los afganos- no quiere a losnorteamericanos allí. El supuesto aliado de Estados Unidos, el presidente Karzai, hausado su influencia para restrasar la ofensiva y el enorme flujo de ayuda capitaneadopor McChrystal probablemnte sólo empeorará las cosas. “Echar dinero al problema sóloempeora el problema”, dice Andre Wilder, un experto de la Universidad deTufts que haestudiado el efecto de la ayuda humanitaria en el sur de Afganistán.“El tsunami de dinero da alas a la corrupción, deslegitimiza al gobierno y crea unambiente el que se escoje a dedo a los triunfadores y a los perdedores”. Un proceso queincentiva el resentimiento y la hostilidad entre la población civil. Hasta ahora, lacontrainsurgencia en lo único que ha triunfado es en crear una demanda infinita delproducto esencial suministrado por el ejército: guerra perpetua. Hay una razón por laque el Presidente Obama evita usar la palabra “victoria” cuando habla de Afganistán.Ganar, según parece, no es posible en realidad. Ni siquiera con Stanley McChrystal alfrente