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Capítulo IV EL DON DEL EspíRITU y LA FILIACIÓN DIVINA Per le sciamus da Patrem noscamus atque Filium le utriusque Spiritus credamus omni lempore (Himno Veni Creator Spiritus) Sumario 1. La filiación divina en la Sagrada Escritura: «hijos en el Hijo» 2. La identificación con Cristo según los Padres de la Iglesia 3. Identificación con Cristo y filiación divina: liturgia y espiritualidad Introducción La Sagrada Escritura revela que el designio de salvación de Dios con- siste en convertir al hombre en hijo de Dios (cfr. In 1, 11-12; Ga 4, 4-7), por la acción del Espíritu Santo. El Espíritu Santo incorpora a cada cristiano a Cristo y lo convierte realmente en hijo en el Hijo; además de ponerlo en comunión con la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, como ya hemos visto. Estas relaciones manifiestan el carácter personal de la gracia. Dice san Basilio: «Por medio del Espíritu Santo tenemos (... ) la vuelta a la adopción filial, la confiada libertad de llamar Padre nuestro a Dios, de participar en la gracia de Cristo, de ser llamado hijo de la luz, de tener parte en la gloria eterna» (De Spir. XV, 35-36; cfr. XVI, 38). Dídimo el Ciego: «Precisamente en vir- tud de este Espíritu de adopción claman los que han recibido a Dios como Padre (...); en efecto, el mismo Espíritu que nos adopta como hijos da testimonio de nuestra participación en él, a saber, que él es poseído por nuestro espíritu, por- que somos hijos de Dios» (De S. Sancto, 42, 196; cfr. Rm 8, 15). Juan Pablo II: «Es un don del Espíritu Santo que nos asemeja al Hijo y nos pone en relación fi-

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Capítulo IV

EL DON DEL EspíRITU y LA FILIACIÓN DIVINA

Per le sciamus da Patremnoscamus atque Filium

le utriusque Spirituscredamus omni lempore

(Himno Veni Creator Spiritus)

Sumario

1. La filiación divina en la Sagrada Escritura: «hijos en el Hijo»2. La identificación con Cristo según los Padres de la Iglesia3. Identificación con Cristo y filiación divina: liturgia y espiritualidad

Introducción

La Sagrada Escritura revela que el designio de salvación de Dios con-siste en convertir al hombre en hijo de Dios (cfr. In 1, 11-12; Ga 4, 4-7), porla acción del Espíritu Santo. El Espíritu Santo incorpora a cada cristianoa Cristo y lo convierte realmente en hijo en el Hijo; además de ponerlo encomunión con la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, como ya hemos visto.Estas relaciones manifiestan el carácter personal de la gracia.

Dice san Basilio: «Por medio del Espíritu Santo tenemos (... ) la vuelta a laadopción filial, la confiada libertad de llamar Padre nuestro a Dios, de participaren la gracia de Cristo, de ser llamado hijo de la luz, de tener parte en la gloriaeterna» (De Spir. XV, 35-36; cfr. XVI, 38). Dídimo el Ciego: «Precisamente en vir-tud de este Espíritu de adopción claman los que han recibido a Dios como Padre(... ); en efecto, el mismo Espíritu que nos adopta como hijos da testimonio denuestra participación en él, a saber, que él es poseído por nuestro espíritu, por-que somos hijos de Dios» (De S. Sancto, 42, 196; cfr. Rm 8, 15). Juan Pablo II:«Es un don del Espíritu Santo que nos asemeja al Hijo y nos pone en relación fi-

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lial con el Padre: en el único Espíritu, por Cristo, tenemos acceso al Padre (cfr.Ef2,18)>> (Au.G., 22-VII-1998, 2).

Por voluntad de Dios, el fin del hombre consiste en «ser hijo en elHijo». Esta es una revelación formidable sobre la condición humana y dala verdadera dimensión de la gracia de Dios. El fin del hombre se revela enCristo y se realiza por la identificación con Cristo que causa el EspírituSanto. Dice san Agustín: «Por tanto, felicitémonos y demos gracias, por-que no solo nos ha hecho cristianos, sino Cristo: ¿Entendéis, hermanos,la gracia de Dios sobre nuestras cabezas? Asombraos, alegraos, porquehemos sido hechos Cristo. Si él es la cabeza, nosotros, sus miembros; elhombre entero, él y nosotros» (In Joh., 21, 8). «Es nuestro hermano yesto se manifiesta cuando decimos a Dios, Padre nuestro. El que llama aDios Padre nuestro, le llama a Cristo, hermano» (En. in Ps. 48, s. 1, 8).

Por eso, la gracia no se puede entender solo en relación al pecado, sino en re-lación a la identificación con Cristo por el Espíritu Santo. Para entender bien loque es la gracia, hay que entender bien lo que es la salvación. Una soteriologíapobre produce reducciones en el tratado de la gracia. El designio de Dios va mu-cho más allá del pecado y sus consecuencias: «Hay un doble aspecto en el miste-rio pascual: por su muerte nos libera del pecado, por su Resurrección nos abre elacceso a una nueva vida. Esta es, en primer lugar, la justificación que nos de-vuelve a la gracia de Dios (... ). Consiste en la victoria sobre el pecado y en lanueva participación en la gracia. Realiza la adopción filial porque los hombres seconvierten en hermanos de Cristo (...) no por naturaleza, sino por don de la gra-cia, porque esta filiación adoptiva confiere una participación real en la vida delHijo único» (CEC 654).

1. LAFILIACIÓNDIVINAEN LASAGRADAESCRITURA:«HIJOSEN EL HIJO»

«Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos deDios, pues lo somos» (J Jn 3, 1). Todo el misterio de la salvación se or-dena a convertimos en hijos de Dios. Así resumen el misterio san Pablo(Ga 4,4-7) Ysan Juan (Jn 1, 12). Este designio de Dios se revela en la Sa-grada Escritura en dos pasos, que desarrollaremos en este capítulo:

a) Que Dios es Padre. Jesucristo ha revelado la paternidad de Dios:primero, mostrándonos que Dios es su Padre y que Él es el Hijo uni-génito y eterno.

b) Que nos identificamos con Jesucristo. San Pablo argumenta que so-mos hijos de Dios porque hemos recibido el Espíritu que el Hijo tiene enplenitud. Al recibir el Espíritu del Hijo, nos identificamos con Cristo ynos hacemos no solo hermanos, sino parte del mismo Cristo. En esamisma medida, somos hechos hijos de Dios y tenemos una participaciónen la vida divina.

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A) La revelación de que Dios es Padre

La revelación de que Dios es Padre es central en el mensaje de Jesu-cristo. Se puede considerar como el resumen del Evangelio y el contenidode la Buena Nueva.

Hasta la revelación de Jesucristo, el rostro de Dios ha estado oculto tras elvelode la naturaleza, que es ambigua: «ADios, nadie le ha visto nunca. El uni-génito que está en el seno del Padre, él nos lo ha revelado» (In 1, 18). En el Anti-guo Testamento, Dios se presenta como Padre de Israel (Ex 4, 22-23; Dt 14, 1-2;1,31; Ir 31,9; Is 1,2; Os 11, 1) Yotras veces, la Biblia le llama así (Is 63, 16; Ir 3,4.14.19; MI 2, 10). También llama «hijos de Dios» a personas muy escogidas: (2 S7,14; Sal 2, 8); Sal 89 (88), 27; 1 era 22, 10); y a los ángeles (lb 1,6; 38, 7; Sal 29(28), 1; 82 (81), 6; 89 (88), 7). Pero se trata de un uso muy comedido. La Ley in-fundía al judío piadoso un enorme respeto: «No tomarás el Nombre de Dios envano».La expresión puesta en boca de David «Él me invocará: ¿Tú, mi Padre, miDiosy roca de mi salvación» (Sal 89 (88), 27) resulta del todo excepcional en laBibliay se refiere al Mesías. Lo mismo que el Salmo 2.

Dios es Padre, ante todo, de nuestro Señor Jesucristo, que le llamabaasí con una familiaridad que llenaba de asombro a los que le oían. LosEvangelios sinópticos testimonian que empleaba el término «Abba» (Mc14,36). En todas las oraciones, Jesucristo emplea la palabra «Padre» (Mt11,25-27; 26, 42; Le 10,21; 22, 42; 23, 34; 23, 46). Y el Evangelio de sanJuan recoge abrumadoramente el testimonio de la íntima relación delHijo con el Padre. La plena revelación de Cristo como Hijo da una di-mensión totalmente nueva a la palabra «Padre» aplicada a Dios.

Cuando le piden el tributo del templo, declara que «los hijos no pagan» (Mt17,24-27). Y revela su intimidad cuando exulta: «Yote bendigo, Padre, Señor delcieloy de la tierra porque has ocultado estas cosas a sabios y prudentes y se lashas revelado a los pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo meha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni alPadrele conoce bien nadie sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera reve-lar» (Mt 11, 25-27; Le 10, 21-22). San Juan habla mucho de la intimidad del Hijoconel Padre: en varios importantes discursos (5, 18-47; 6, 32-46; 7, 16-30; 8, 18-30;8, 38-59; 10,25-38; 12,44-46; 12,49-50); en otras referencias ocasionales (In 3,16-17;4, 34; 5, 17; 6, 65; 8, 42; 9,4; 10, 17; 11,4; 11,41-42; 20, 17); y en el discursodela última cena (14,8-31; 15,8-10.15.16; 15,23-27; 16, 10.23-30; 17); además delprólogo(1, 1-2) y el significativo testimonio de Juan el Bautista (3,31-36).

Jesucristo enseñó también a sus discípulos a llamar a Dios, Padre, yasentirlo así. Los discípulos de Cristo deben tratar al Padre con la con-fianza que han visto en Cristo; aunque la relación de Jesús es única. Jesu-cristo distingue significativamente entre «mi Padre» y «vuestro Padre»(Mt 5, 45; 25, 34; Le 24, 49; In 20, 17).

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En el Sermón de la Montaña, Jesucristo resume la conducta cristiana en vi-vir como hijos de Dios: «sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto»(Mt 5, 43-48; cfr. 5, 16; Le 6, 36); les invita a vivir confiando francamente en«vuestro» Padre (Mt 6, 4; 6, 6; 6, 18; 6, 26.32); les enseña a rezar el «Padrenues-tro» (Mt 6, 9-13; Le 11,2-4); les muestra la infinita misericordia del Padre en laparábola del hijo pródigo (Le 15,20-32). «No temas, pequeño rebaño, porque avuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino» (Le 12, 32; cfr. Me10,30; Mt 19,17-29).

El prólogo del IV Evangelio resume así la misión de Cristo: «Vino alos suyos y lo suyos no le recibieron, pero a cuantos le recibieron les dioel poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre» (1, 11-12). La misión del Hijo consiste en convertir a los hombres en hijos deDios.

La misma idea se encuentra en la Primera Carta: «Mirad qué amor nos ha te-nido el Padre para llamamos hijos de Dios, pues lo somos (... ). Somos hijos deDios y aún no se ha manifestado lo que seremos» (J In 3, 1-2). En la PrimeraCarta, la condición de «hijo de Dios» y del amor de caridad le sirve a san Juanpara definir la conducta cristiana (J In 3, 9-10; cfr. 4, 3-8).

B) La identificación con Cristo

Lo mismo que san Juan, san Pablo enseña que toda la acción salva-dora de Jesucristo tiene como fin hacemos hijos de Dios, pero destacaque esto se consigue por la identificación con Cristo, y lo explica con granprofundidad.

«Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer;nacido bajo la ley, para redimir a los que estaban bajo la ley, para que recibiése-mos la adopción. Por ser hijos, envió Dios a nuestros corazones el Espíritu de suHijo, que grita 'Abbá, Padre'. De manera que ya no eres siervo, sino hijo, y si hijo,heredero por la gracia de Dios» (Ga 4, 4-7); «A los que de antemano eligió tam-bién predestinó para que lleguen a ser conformes a la imagen de su Hijo, a fin deque él sea primogénito entre muchos hermanos» (Rm 8, 29); «Por él, unos yotros (judíos y gentiles) tenemos acceso al Padre en un mismo Espíritu. Así pues,ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiaresde Dios» (Ef2, 18-19). Considera que así se han cumplido las promesas de la Es-critura: «Yo seré para vosotros un padre y vosotros seréis para mí hijos e hijas»(2 ea 6, 16; cfr. Is 43, 6; Ir 31,9; 2 S 7, 14).

Al recibir de Cristo el Espíritu Santo, se produce un renacimiento es-piritual. Por el bautismo, de un modo místico, se reproduce la muerte y re-surrección de Cristo: el cristiano muere al hombre viejo y renace a una

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vida nueva, que es la vida del Espíritu de Cristo. El cristiano se identificaasí con Cristo.

Hay un cierto intercambio místico: «Fuimos sepultados juntamente con Élmediante el bautismo para unimos a su muerte, para que, así como Cristo fue re-sucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros cami-nemos con una vida nueva; si hemos sido injertados en él con una muerte como lasuya también lo seremos con una resurrección como la suya (... ); Ysi hemosmuerto con Cristo, creemos que también viviremos con él (. ..) vosotros os debéisconsiderar muertos al pecado pero vivos para Dios en Cristo Jesús» (Rm 6, 4-5.11); «Sois todos hijos de Dios por la fe en Jesucristo; al ser bautizados en Cristo,habéis sido revestidos de Cristo, ya no hay ni judío, ni griego, ni esclavo ni libre,ni hombre ni mujer, porque todos sois uno en Cristo» (Ga 3, 26-28); «Cristo hamuerto por todos a fin de que los que viven no vivan ya para ellos mismos, sinopara el que murió y resucitó por ellos (... ); el que está en Cristo es una nueva cria-tura» (2 Co 5, 15.17); «Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muerepara sí mismo; si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para elSeñor; ya vivamos, ya muramos, del Señor somos; porque Cristo murió y resucitópara eso, para ser Señor de los muertos y de los vivos» (Rm 14,7-9).

San Pablo tiene presente lo que significa la palabra «espíritu» en la tra-dición biblica (ruah). El Espíritu que hemos recibido de Cristo, a seme-janza de la creación, renueva nuestro ser, nos identifica con Cristo y nosimpulsa a tratar a Dios como «Abba, Padre» (Ga 4,6; Rm 8, 15). El argu-mento está muy bellamente desarrollado en el capítulo 8 de la Carta a losRomanos.

Este texto merece una cuidadosa lectura. «Los que son guiados por el Espí-ritu de Dios, estos son hijos de Dios. Porque no recibisteis un espíritu de esclavi-tud para estar de nuevo bajo el temor, sino que recibisteis un Espíritu de hijos deadopción, en el que clamamos 'Abbá, Padre'. Pues el Espíritu da testimonio juntocon nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, también here-deros, coherederos de Cristo; con tal que padezcamos con Él, para ser con Él glo-rificados» (Rm 8, 14-23).

El vivir cristiano se convierte así en un vivir «en Cristo». Esta expre-sión es importantísima en san Pablo (Rm 6, 11; 8, 10; 1 Co 3, 23; 2 Co 5,17;Ga 2, 20; 3, 28; Ef2, 6.13; 3,17; Flp 1,20-21; 3,14; 4,1; Col 3, 1-3; 1Ts 1, 1; 3, 8; 2 Ts 1, 1.12). Expresa la identificación que debe crecer, hastala plenitud que tendrá lugar con la resurrección y la gloria.

San Pablo llama al Espíritu Santo también Espíritu del Señor o Espíritu deCristo (2 Co 3, 17; Flp 1, 19), porque Él lo tiene en plenitud y nosotros lo recibi-mos de Él: «El que no tiene el Espíritu de Cristo no le pertenece, más si Cristoestá en vosotros » (Rm 8, 9-10); «¿No sabéis que vuestros cuerpos son miem-bros de Cristo? ( ); quien se adhiere al Señor, se hace un solo Espíritu con Él»(J Co 6, 15-19). «Afin de vivir para Dios, con Cristo estoy crucificado y ya no vivo

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yo, sino que Cristo vive en mí» (Ga 2, 19-20); "nos vivificó con la vida de Cristo(... ) y con él nos resucitó (. ..); somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para[hacer] obras buenas (... ). Hubo un tiempo en que vosotros, los gentiles, estabaisdesconectados de Cristo (... ); ahora vosotros en Cristo Jesús (. .. ) sois conciu-dadanos de los santos y miembros de la familia de Dios» (Ef2, 5-19). Hay que re-vestirse "del Hombre nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de laverdad» (Ef 4, 24); "Hasta que Cristo sea formado en vosotros» (Ga 4, 19);"Hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno delHijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud deCristo» (Ef 4, 13). Esta transformación está ampliamente descrita en 1 ea 15,42-57.

2. LAIDENTIFICACIÓ CO CRISTO, SEGÚ LOS PADRES DE LAIGLESIA

San Juan destaca bellamente la identificación y profunda unidad queel discípulo adquiere con el Padre en el Hijo (cfr. In 17). La identidad conel Hijo se expresa en la parábola de la vid (cfr. In 15) y se realiza en la Eu-caristía (cfr. In 6, 12-66). El vínculo que une al discípulo con el Hijo y conel Padre es el amor.

"Yo les he dado la gloria que Tú me diste, para que sean uno como nosotrossomos uno. Yo en ellos y Tú en mí, para que sean consumados en la unidad y co-nozca el mundo que Tú me has enviado y los has amado como me amaste a mí(... ). Les he dado a conocer tu Nombre y lo daré a conocer, para que el amor conque Tú me amaste esté en ellos y yo en ellos» (Jn 17, 22-26). "Permaneced en mícomo yo en vosotros (. ..); el que permanece en mí y yo en él. ese da mucho fruto»(Jn 15,4-5); "Permaneced en mi amor» (In 15,9); "El que come mi carne y bebemi sangre permanece en mí y yo en él (. .. ) el que me coma vivirá por mí» (In 6,56-57).

Nuestra filiación es verdadera, pero no plena y eterna como la delHijo Unigénito. La de Jesucristo es por naturaleza, desde toda la eterni-dad, la nuestra es por don del Espíritu Santo, en el tiempo. Por eso, sanPablo la llama «adopción» en Cristo tuiothesia, Ga 4, 5; Ef 1, 5; Rm 8,15.23), introduciendo el término en el vocabulario cristiano.

En Cristo, somos hijos de Dios. En su predicación, los Padres comen-tan todos los pasajes importantes de la Sagrada Escritura y todo el miste-rio de renovación en Cristo que se expresa en la Liturgia. Es imposiblerecoger y sistematizar la riqueza de su doctrina. Pero hay dos felices ex-presiones de san Ireneo que resumen la economía de la salvación: el «ad-mirable intercambio» y la «recapitulación en Cristo». El «admirable in-tercambio» expresa, sobre todo, el sentido de la Encarnación. Y la«recapitulación en Cristo» es una forma de expresar la transformacióndel hombre que se significa y se produce en el Misterio Pascual, Además,

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veremos algunos textos de los Padres sobre la identificación con Cristoen los sacramentos del Bautismo y la Eucaristía e ,

a) El «admirable intercambio»

La patrística resume la economía de la salvación, y especialmente elsentido de la Encarnación, en este principio: el Hijo de Dios se ha hechohombre para que el hombre pueda participar en los dones divinos. La en-contramos primero en san Ireneo: «El Verbo de Dios se ha hecho hombre,y el Hijo de Dios, hijo de hombre, para que el hombre entre en comunióncon el Verbo de Dios y que, recibiendo la adopción, llegue a ser hijo deDios» (Adv. haer. lII, 19, 1; cfr. lII, 18, 1 Y7; IV, 20, 4; IV, 16,2-3); donde seve que el «admirable intercambio» encierra la filiación divina: «En todosnosotros está el Espíritu que grita 'Abbá' (Padre)» (Dem. ap. 3.5).

«Siel hombre no se hubiera unido a Dios, no habría podido recibir la partici-pación en la incorruptibilidad (Adv. haer., lII, 18, 7); «El único maestro seguro yverídico,el Verbo de Dios, Jesucristo nuestro Señor que, por su inmenso amor, seha hecho lo que nosotros somos para hacer de nosotros lo que es Él» (Adv. haer.V. Prefatium). San Ireneo lo entiende en sentido sumamente realista: «Nuestronacimiento (...) nos concede renacer a Dios Padre por medio de su Hijo en el Es-píritu Santo. Porque los portadores de Dios son conducidos al Verbo, esto es, alHijo,que es quien los acoge y los presenta al Padre, y el Padre les regala la inco-rruptibilidad» (Dem. ap. 7). El tema es ampliamente recogido en el Catecismo(CEC460).

Después, la idea es retornada por san Atanasio: El Verbo «se hacehombre para que lleguemos a ser Dios» (De inc., 54). Y explica de quémanera el Espíritu nos hace hijos.

Es la idea central del De Incarnatione Verbi: «Se hace hombre para que lle-guemos a ser Dios; se ha hecho visible en su cuerpo, para que nos hagamos unaidea del Padre invisible; ha soportado los ultrajes de los hombres, a fin de queheredemos la incorruptibilidad» (De inc., 54); «El Verbo ha asumido la carnepara que nosotros pudiéramos recibir el Espíritu Santo; Dios se ha hecho porta-dor de la carne para que el hombre pueda ser portador del Espíritu» (De inc., 8).En su discurso contra los arrianos: «Estos son los que, habiendo recibido elVerbo,han recibido también la potestad de ser hijos de Dios. (...) Y no puedenser hechos hijos de otro modo que recibiendo el Espíritu de Aquel que es el hijonatural y verdadero» (Adv. Arian. IV,2, 59; cfr. IV,3, 24).

Más tarde, la afirmación es recogida por todos los Padres Griegos ymuchos latinos, impregna el misterio de la liturgia cristiana y se pro-longa en la teología ortodoxa.

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Por ejemplo, san Gregario Nacianceno (Poema dogm. 10, 5-9; PG 37, 465) Ysan Gregario de Nisa: «Se mezcló con lo nuestro para que lo nuestro, al mez-clarse con lo divino, se hiciera divino» (Or. catech. 25, 2); san Juan Crisóstomo:«(El Lagos) se hizo hombre, permaneciendo verdadero Hijo de Dios, a fin de ha-cer de los hijos del hombre, hijos de Dios» (In Johan. 11, 1). También san Agus-tín: «Él descendió para que nosotros ascendiéramos, y conservando su natura-leza se hizo partícipe de la nuestra, para que nosotros, conservando nuestranaturaleza, nos hiciéramos partícipes de la suya» (Ep. 140, 10; PL 33,542); «Poruna admirable condescendencia, su único Hijo, según la naturaleza, se ha hechohijo del Hombre, para que nosotros, que somos hijos de hombre por naturaleza,nos hagamos hijos de Dios por gracia» (De civ. 21, 15). Destacan los hermosossermones de san León Magno para Navidad y Pascua: «Del mismo modo queNuestro Señor se ha hecho de nuestra carne naciendo, así nosotros nos hacemossu cuerpo renaciendo; somos nada menos que miembros de Cristo y templos delEspíritu Santo» (In Nativ. Dom., Sermo 3, 5); «Cualquiera de los creyentes, encualquier parte del mundo, que sea regenerado en Cristo, destruida su vieja con-dición original. renace y pasa a ser un hombre nuevo; y ya no está en la estirpedel padre camal, sino en el germen del Salvador, que se ha hecho hijo del hom-bre, para que nosotros podamos ser hijos de Dios. Y si no hubiera descendidohasta nuestra vileza, ninguno hubiera llegado a él por sus méritos» (In Nativ.Dom., Sermo 6, 2-3).

b) La «recapitulación en Cristo»

También fue san Ireneo quien introdujo la idea-imagen de la recapitula-ción en Cristo. Resume la lógica de la Pascua. La expresión procede de sanPablo: Dios quiere salvar el mundo «recapitulando en Cristo todas las co-sas de los cielos y de la tierra» (Ef 1, 10; cfr. Rm 13, 9-10; Col ), 16-20). ElSeñor, al encarnarse, ha sentado un nuevo principio para la raza humana;y con su resurrección, ha iniciado la plenitud final en la gloria. Por eso,toda la vida cristiana consiste en ser recapitulado en Cristo, pasando de laestirpe del hombre viejo al hombre nuevo, hasta la gloria final.

Dice san Ireneo: «Cuando se encarnó y se hizo hombre, recapituló en símismo la larga serie de los hombres, dándonos la salvación como en resumen(en su carne), a fin de que pudiésemos recuperar en Jesucristo lo que habíamosperdido en Adán; a saber, la imagen y semejanza de Dios» (Adv. haer. 3, 18, 1; cfr.3, 16, 6; 4, 6, 2; 4, 38, 1; 4, 40, 3; S, 1, 2; S, 20, 2); «era conveniente y justo queAdán fuese recapitulado en Cristo a fin de que fuera hundido y sumergido lo quees mortal en la inmortalidad» (Dem. ap. 33); «Manifestó la resurrección hacién-dose él en persona primogénito de los muertos, levantó en su persona al hombrecaído por tierra, al ser elevado él a las alturas del cielo» (Dem. ap. 37).

Los primeros grandes teólogos alejandrinos (Clemente, Orígenes) in-sisten en que el cristiano se asimila a Cristo por el Espíritu Santo; por

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eso, se hace hijo de Dios. El Espíritu Santo es Espíritu de filiación que nosimpulsa a clamar «Abbá, Padre» (Rm 8,15; Ga 4,6; cfr. Me 14,36).

Según Clemente de Alejandria: «Tras ser bautizados, hemos sido iluminados;al ser iluminados, hemos sido adoptados como hijos; al ser adoptados, somosperfeccionados; al ser hechos perfectos, hemos adquirido la inmortalidad»(Poed. 1, 26.1; cfr. 1, 21, 1); «Nuestro fin es la semejanza lo más perfecta posible ala verdadera Palabra de Dios, y llegar a la perfecta filiación mediante la 'apoka-tástasis' del Hijo, alabando siempre al Padre por medio del Sumo Sacerdote quenos ha hecho dignos de llamamos 'hermanos' y 'coherederos'» (Strom. II 134, 2;cfr. Hb 2, 11; Rm 8, 17; Ga 4, 7); Origenes pone en boca de Cristo: «Ved, pues,cuán excelente es el don que habéis recibido de mi Padre en el momento en quehabéis obtenido el Espíritu de filiación a través de la regeneración en mí, paraque vinierais a ser 'hijos' de Dios y 'hermanos' míos» (De oro 15, 4); «Siendo lossantos una imagen de la imagen (que es el Hijo), expresan la filiación al habersido hechos conforme no solo al cuerpo glorioso de Cristo, sino a la persona queestá en ese cuerpo» (De orat. 22, 4); «La plenitud de los tiempos llegó con la ve-nida de Nuestro Señor Jesucristo, cuando puede recibirse libremente la adop-ción» (De orat. 22, 1); y sigue hilando tres importantes textos que expresan elsentido de la filiación divina: Ga 4, 1; Rm 8, 15 YIn 1, 12. En otro lugar añade:«Opino, pues, que nadie seria capaz de decide (en verdad) a Dios 'Padre', sin es-tar realmente lleno del Espíritu de filiación» (In. Le. fragm. 174).

San Atanasio y san Cirilo de Alejandría desarrollan la idea de la reca-pitulación. San Atanasio dice que, al encarnarse el Verbo, se ha unido atoda la naturaleza humana. Por el Espíritu, cada cristiano puede unirse alapersona del Verbo, y así se verbifica y se convierte en hijo. San Cirilo de-sarrolla la idea y dice que nos hacemos cristiformes, adquirimos la«[orma» de Cristo (In Is. 66, 18-19). Esto nos permite participar de losbienes de Cristo. Es un tema muy importante en su teología.

Para san Atanasio, gracias a que el Verbo ha tomado un cuerpo, nuestracarne será «verbifícada». Él ha tomado nuestra semejanza física para que noso-tros pudiéramos asimilamos a su filiación por el Espíritu Santo que en nosotroses Espíritu de filiación (cfr. Oro c. arian. 1, 9, 16, 34, 45-46, 49; II, 59, 61, 70, 74,272b-273c, 276c-277c, 296, 304a-305a; III, 10, 19-20,22-23,33, 341a-344a, 361b-365c, 368c-372, 393-396a. PG 26). San Cirilo de Alejandria: «Como, al hacersehombre, el Hijo asumió en sí toda la naturaleza humana, ha recibido el Espíritupara renovar completamente al hombre y devolved o a su primitiva grandeza»(In Johan., V, 2); «Somos configurados con Cristo por la participación del Espí-ritu Santo, conforme a la belleza ejemplar originaria de Cristo. Cristo se formaen nosotros de ese modo, porque el Espíritu Santo nos hace partícipes de un pro-ceso divino de configuración mediante la santificación y la vida recta» (In Is. 4,2; PG 70, 936 BC); «Si llevamos siempre una vida creyente, Cristo se formará ennosotros y hará brillar espiritualmente en nuestro interior sus propios rasgos»

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(De dogm. sol. 3; cfr. In Johan., II, 1; YDiálogo 7 en De Trin.); muy amplia y her-mosamente tratado en su comentario al Ev. de san Juan, caps. 9, 11 y 12.

La idea de la recapitulación se basa en el significado del misterio Pas-cual y resume el pensamiento de san Pablo: somos renovados en Cristo, ypasados de la muerte a la vida, del hombre viejo al hombre nuevo. Estaidea central, de una manera u otra, se expresa constantemente en la teo-logía de los Padres.

Dice san León Magno: «Queridísimos. demos gracias a Dios Padre, por suHijo, en el Espíritu Santo, porque por la mucha misericordia con que nos haamado, se apiadó de nosotros; y cuando estábamos muertos por los pecados, nosconvivificó en Cristo, para que seamos en él una criatura nueva, una nueva obrade sus manos (cfr. Gn 2, 7; Rm 9, 20): Por tanto, dejemos al hombre viejo con susobras; y habiendo participado de la generación de Cristo, renunciemos a lasobras de la carne. Date cuenta, cristiano, de cuál es tu dignidad y, ya que te hanhecho partícipe de la naturaleza divina, no vuelvas a caer, por tu conducta, en laanterior vileza. Acuérdate a qué cabeza y a qué cuerpo perteneces. Y ten presenteque, arrancado del poder de las tinieblas, has sido trasplantado a la luz y al reinode Dios» (In Nativ. Dom., Sermo 1, 3). Se encarnó el Verbo «Para que tú, que na-ciste de una carne corruptible, renazcas del Espíritu Santo; y obtengas por gra-cia lo que no tenías por naturaleza, y si eres reconocido hijo de Dios por el Espí-ritu de adopción, te atrevas a llamar a Dios, Padre» (In Nativ. Dom., Sermo 2, 5).

e) El nacimiento en Cristo por el Bautismo y la incorporaciónpor la Eucaristia

Siguiendo a san Pablo (Rm 6, 1-14), muchos Padres de la Iglesia seña-lan que el Bautismo es el sacramento donde morimos con Cristo y resuci-tamos con él, por el Espíritu Santo. El tema está amplísimamente tra-tado en las catequesis bautismales y muchos Padres glosan la idea de queel cristiano «renace en Cristo» (Jn 3, 3-8), «se reviste de Cristo» (Ga 3,27); y que la nueva vida consiste en «vivir en Cristo» (Ga 2,19-20).

San Ireneo: «El bautismo es el sello de la vida eterna, el nuevo nacimiento enDios, de tal modo que ya no somos hijos de los hombres mortales, sino del Dioseterno e indefectible (Dem. ap. 38); san Hilario: «después del bautismo, el Espí-ritu vuela hacia nosotros desde los cielos y quedamos bañados en la unción de lagloria celeste y nos convertimos en hijos de Dios por la adopción de la voz del Pa-dre» (In Mat., 2, 6); san Metodio (ea. 311): «Aquellos que son iluminados, reciben(... ) la forma del Verbo, que según semejanza les es impresa (... ) así que en cadauno espiritualmente nace Cristo, es engendrado por la Iglesia» (Conv. dec. virg. 8,8); también Dionisio Areopagita (ea. 500), que llama al bautismo «nacimiento di-vino» (De eccl. hieroII, 1; PG 3, 392B). Tiene un particular interés el testimonio desan Cirilo de Jesuralén: «Bautizados en Cristo y revestidos de Cristo, habéis sido

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hechos conformes con él; Dios, que os predestinó a la adopción de hijos, os hahecho conformes al cuerpo glorioso de Cristo. Siendo, pues, partícipes de Cristo,con razón sois llamados cristos» (Cathech. myst. 3, 1); muy ampliamente en sanJuan Crisóstomo (In II Cor, Hom. XI, PG 61.475-476); Y también en san LeónMagno: «Aunque todos los hijos de la Iglesia hayan sido llamados cada uno endías distintos, con todo, la totalidad de los fieles, nacida en la fuente bautismal,ha nacido con Cristo en su nacimiento, del mismo modo que ha sido crucificadacon Cristo en su pasión, ha sido resucitad a en su resurrección y ha sido colocadaa la derecha del Padre en su ascensión (In Nativ. Dom., sermo 6). Hermosamentetratado en Nicolás Cabasilas: «El bautismo nos da el ser y el subsistir en Cristo,tomando consigo a los seres sumergidos en corrupción y muerte los introduce enla vida» (Vida en Cristo,Y, 1, p. 29); «Ser bautizados no es otra cosa que nacer enCristo» (Vida en Cristo, II, 2, 51). Muchos más testimonios en G. Bray - M. Me-rino (ed. castellana), La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia, VI, Roma-nos, Ciudad Nueva, Madrid 1999, comentario aRm 6,1-14, pp. 226-245.

Los Padres comentan que, en la Eucaristía, se expresa el intercambioen Cristo. Al comer su cuerpo y beber su sangre, el cristiano se hace«concorpóreo» con Cristo (cfr. In 6, 56-57). Al unirnos a su humanidad,participamos de su divinidad o vida divina por el Espíritu Santo que nosda. El tema está ampliamente tratado en las catequesis sobre la liturgiacristiana.

Dice Orígenes: «Quien da firmeza a su corazón participando del pan substan-cial, se hace hijo de Dios» (De orat. 27, 12); san Cirilo de Jerusalén: «Para quecuando tomes el cuerpo y la sangre de Cristo te hagas concorpóreo y consanguíneosuyo; así nos hacemos portadores de Cristo (cristájoros}, al distribuirse en nuestrosmiembros su cuerpo y su sangre; de esta manera, como dice san Pedro, nos hace-mos partícipes de la naturaleza divina» (Catech. myst. IV, 3). El sentido de la identi-ficación sacramental está ampliamente reflejado en los comentarios a los sacra-mentos (De mysteriis), entre los que destaca las Catequesis mystagógicas, de sanCirilo de Jerusalén; el De Ecclesiastica Hierarchia, del Ps. Dionisio; el comentario(Escolios) que le hace san Máximo confesor y su Mystagogia; y, en la misma línea,dentro ya de la tradición bizantina, Nicolás Cabasilas, Explicación de la divina li-turgia y, sobre todo, La vida en Cristo: «En este sacramento no recibimos algo suyo,sino a Él mismo (... ); de manera que le habitamos y somos habitados y llegamos aser con Él un solo y único Espíritu» (Vula en Cristo, :rv, 1, p. 120).

3. IDENTIFICACIÓN CON CRISTO Y FILIACIÓN DIVINA:LITURGIAy ESPIRITUALIDAD

Algunos testimonios litúrgicos

Se pueden multiplicar los testimonios donde la liturgia (Lex orandi)expresa la identificación con Cristo, pero nos vamos a limitar a tres: el

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«en Cristo» de la oración cristiana; la celebración de los sacramentos delBautismo y la Eucaristía; y el sentido de los tiempos de Navidad y Pascua.

Como testimonio litúrgico particularmente importante de la identifi-cación con Cristo hay que destacar que, por el Espíritu Santo que ha re-cibido, el cristiano ora siempre «en Cristo», en el nombre del Hijo (Jn 16,26), identificado con el Hijo. El «en Cristo» es un elemento esencial de laplegaria cristiana. El Espíritu Santo lo inserta en Cristo y lo conduce atratar a Dios como «Padre» (Abbá) (Rm 8, 15; Ga 4,6).

Por estar en el Hijo, podemos llamar a Dios, Padre. Al introducir el Padre-nuestro, la liturgia romana se asombra de poder llamar a Dios «Padre»: «Fieles ala recomendación del Salvador y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos adecir. .. », «Dios todopoderoso y eterno, a quien podemos llamar Padre, aumentaen nuestros corazones el espíritu filial, para que merezcamos alcanzar la heren-cia prometida» (Orac. colecta, lunes sem. II Pascua; MR 1983, 312). El tema estáhermosamente tratado en el Catecismo (2780-2783). La doxología final de lasPlegarias eucarísticas de la liturgia romana declara solemnemente: «Por Cristo,con Él y en Él a ti Dios Padre todopoderoso, en la unidad del Espíritu Santo,todo honor y toda gloria».

La liturgia expresa explícitamente que el misterio que celebra es elMisterio Pascual. Por eso, toda la celebración litúrgica está impregnada deese sentido de identificación con Cristo. En medio de esto, la liturgia bau-tismal expresa directamente el nacimiento y renovación en Cristo. Ade-más, la comunión eucarística es un gesto de incorporación y de intercam-bio místico con Cristo: por eso, la idea es frecuentemente mencionada enlas oraciones después de la comunión (pos comunión), en la celebraciónlitúrgica del Corpus Christi y en las Misas votivas de la Eucaristía.

En la Misa del Bautismo: «Concédenos que, fortalecidos por el Espíritu de laadopción filial, caminemos siempre en novedad de vida» (Orac. colecta, A; MR1983,771); «configurados a Cristo, tu Hijo por el bautismo» (Orac. s. ofr., A; MRMadrid 1983, 772). En la Confirmación: «Recibe, Señor, las ofrendas de estos hi-jos tuyos, configurados hoy más perfectamente con Cristo, que con su muertenos mereció el don del Espíritu» (Orac. s. ofr., A; MR 1983, 775). En el día delBautismo del Señor: «concédenos poder transformamos interiormente a imagende Aquel que hemos conocido semejante a nosotros en su humanidad» (Orac. co-lecta segunda). «Imploramos de tu misericordia que, transformados en la tierraa su imagen, merezcamos participar de su gloria en el cielo» (Orac. post comoDom XX t.o.; MR 1983, 380).

Por su parte, el año litúrgico recuerda explícitamente el admirable in-tercambio en el tiempo de Navidad, como se puede ver en muchas oracio-nes y prefacios; y también en el tiempo de Pascua. Lo propio del tiempopascual es celebrar el paso de la muerte a la vida, del hombre viejo alhombre nuevo; y por tanto, se alude frecuentemente a la recapitulación o

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renovación en Cristo. Esto se aprecia tanto en las oraciones litúrgicascomo en los textos de la Liturgia de las Horas.

En el día de Navidad: «Oh Dios, que de modo admirable has creado al hom-bre a tu imagen y semejanza, y de un modo más admirable todavía restablecistesu dignidad por Jesucristo, concédenos compartir la vida divina de Aquel quehoy se ha dignado compartir con el hombre la condición humana» (Orac. Co-lecta); en la Misa de medianoche: «Por este intercambio de dones en el que nosmuestras tu divina largueza, haznos partícipes de la divinidad de tu Hijo que, alasumir la naturaleza humana, nos ha unido a la tuya de modo admirable» (Orac.sobre las Ofrendas); en el Prefacio III de Navidad: «Hoy resplandece ante elmundo el maravilloso intercambio que nos salva, pues al revestirse tu Hijo denuestra frágil condición no solo confiere dignidad eterna a la naturaleza hu-mana, sino que por esta unión admirable nos hace a nosotros eternos» (MR1983,425); y en el de Epifanía: «Al manifestarse Cristo en nuestra carne mortal,nos hiciste partícipes de la gloria de su inmortalidad» (Prefacio de Epifanía; MR1983,426). En tiempo Pascual se repite esta oración: «Oh Dios, que por el admi-rable trueque de este sacrificio nos haces partícipes de tu divinidad, concédenosque nuestra vida sea manifestación y testimonio de esta verdad que conocemos»(Orac colecta, V Dom. de Pascua; MR Madrid 1983, 332).

La experiencia de la mística y de la santidad cristianas

Lo que la tradición afirma y la liturgia celebra se muestra espontánea-mente en la vida cristiana. Muchos santos y hombres de Dios han deseadoy se han sentido identificados con Cristo, especialmente, en la tribula-ción. La antigüedad cristiana vio una especial identificación en los márti-res. Escogemos solo algunos testimonios.

La tradición monástica entiende que Cristo es el modelo e intenta re-petir sus sentimientos y virtudes, a veces estableciendo un itinerario muyestudiado. Quienes rodearon a san Francisco de Asís, alcanzaron la im-presión de que vivía fuertemente identificado con Cristo, lo que se mani-festaba incluso con señales externas (los estigmas). De aquí surge unadoctrina y una rica tradición sobre la conformación con Cristo. El temade la identificación está presente también en algunos teólogos medieva-les occidentales (Ruperto de Deutz, santo Tomás de Aquino) y bizantinos(Cabasilas).

Señala santo Tomás de Aquino: «El que quiera vivir con perfección no tieneque hacer más que rechazar lo que Cristo en la Cruz rechazó y desear lo queCristo deseó» (Collatio 6 super Credo). Nicolás Cabasilas: «Viven más unidos aCristo que a su misma cabeza, y viven más realmente de Él que de la unión quelos liga a su cabeza (... ). Cada una de las almas santas es una e idéntica a sí

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misma y, no obstante, está más unida al Salvador que a sí misma, porque le amamás que a sí misma» (Vida en Cristo, 24).

La piedad nueva, que se expande en el Renacimiento desde el centrode Europa, quiere ser una Imitación de Cristo (Kempis). A partir de los si-glos XVI y XVII, se desarrolla una piedad de identificación con la pasión deCristo (san Pablo de la Cruz, fundador de los pasionistas). Más reciente-mente, se pone empeño en imitar los sentimientos del corazón de Cristo(san Juan Eudes, santa Margarita Alacoque, san Alfonso María de Ligo-rio). Entre los autores espirituales de los últimos siglos destaca la obradel beato Columba Marmión (1858-1923), que describe la identificacióncon Cristo y la propone como camino de espiritualidad.

La Imitación de Cristo se convierte en un ideal espiritual, especialmente, enel desarrollo de las virtudes cristianas. La piedad cristiana, a partir del XVI, se fijaen la unión con Cristo en la Cruz y desarrolla la doctrina de la conformidad conla voluntad divina (ehágase tu voluntad»), En el siglo XIX, surge la devoción al co-razón de Cristo, y el deseo de tener sus mismos sentimientos. A finales del sigloXIX, las obras espirituales del beato Columba Marmión explican, con funda-mento teológico, el «plan divino de nuestra predestinación adoptiva en Jesu-cristo» (Jesucristo, vida del alma 1, 1); «No entenderemos nada de lo que es laperfección y santidad, y ni siquiera en qué consiste el simple cristianismo, mien-tras no estemos convencidos de que lo fundamental de él consiste en ser 'hijos deDios' y que esa cualidad o estado nos lo presta la gracia santificante, por la cualparticipamos de la filiación eterna del Verbo encarnado» (Jesucristo en sus miste-rios, 1, VI); «La gracia nos engendra divinamente en un sentido muy real y verda-dero, y aun podemos decir con el Verbo: 'Padre, yo soy vuestro hijo; he salido devos' ( ... ); en ambos casos se trata de una verdadera filiación: nosotros somos porgracia hijos de Dios» tIbidem, I, III).

Aunque la filiación divina está siempre presente en la tradición cris-tiana, que diariamente recita el Padrenuestro, recibe una vivencia másprofunda con santa Teresita del Niño Jesús. Abrió un camino espiritualpropio (un «caminito» le llamó ella), que después se llamaria de «infan-cia espiritual», sabiéndose hija pequeña de Dios, tratándole y sabiéndosetratada con la ternura de un niño.

Santa Teresita encuentra consuelo en las palabras de Cristo: «Si no os hacéiscomo niños no entraréis en el Reino de los Cielos» (Mt 18, 3). Entiende que el Se-ñor le revela «caminito muy recto, muy corto y totalmente nuevo» (m autob C2\1"; cfr. m autob A 831""; Cta 196). Lo cuenta así: «Quisiera encontrar un ascensorpara elevarme hasta Jesús, pues soy demasiado pequeña para subir la dura esca-lera de la perfección. Entonces busqué en los Libros Sagrados algún indicio delascensor, objeto de mi deseo, y leí estas palabras salidas de la boca de Sabiduríaeterna: 'El que sea pequeñito, que venga a mí. Y entonces fui, adivinando que ha-bía encontrado lo que buscaba (... ); no necesito crecer; al contrario, tengo que

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seguir siendo pequeña, tengo que empequeñecerme más y más» (m autob B 3r").Consagra sus últimas fuerzas a difundir ese «caminito» de infancia (Cta 226).

San Josemaria Escrivá (1928-1975), que se alimentó de la doctrina desanta Teresita y tuvo una experiencia viva de saberse hijo de Dios, difundeuna espiritualidad de la identificación con Cristo y de la filiación divina.El cristiano debe vivir con la conciencia de ser «otro Cristo, el mismoCristo».

En una carta (9-1-1959),recuerda una experiencia del otoño de 1931, cuandotenía 29 años: «Sentí la acción del Señor que hacía germinar en mi corazón y enmis labios, con la fuerza de algo imperiosamente necesario, esa tierna invoca-ción: '¡Abbá, Paterl'». «Cuando el Señor me daba aquellos golpes, por el añotreinta y uno, yo no lo entendía. Y de pronto, en medio de aquella amargura tangrande, esas palabras: Tú eres mi hijo (Sal 2, 7). y yo solo sabía repetir: 'Abbá, Pa-ter!, Abbá, Pater!, Abbál, Abbá, Abbá! Y ahora lo veo con una luz nueva (...): te-ner la Cruz es identificarse con Cristo, es ser Cristo, y, por eso, ser hijo de Dios»(Meditación del 28-1-1963;RHF 20787; cit. por A. de Fuenmayory otros, El itine-rario [uridico, p. 31). «En la vida espiritual no hay una nueva época a la que lle-gar. Ya está todo dado en Cristo (...); cada cristiano es no alter Christus, sino ipseChristus, ¡el mismo Cristo!» (Es Cristo que pasa, 104); «No lo olvidéis: el que nose sabe hijo de Dios, desconoce su verdad más íntima» (Amigos de Dios, 26).

Conclusión

Hemos visto las relaciones que causa la presencia del Espíritu Santo enel alma. El Espíritu Santo identifica con Cristo, y de esta forma, nos con-vierte en hijos de Dios y nos incorpora su Cuerpo, que es la Iglesia.

La filiación divina no es un tema más, sino el fin al que se dirige todala salvación obrada por Jesucristo. Nos lo recuerda san Pablo: «Dios en-vió a su Hijo (. .. ) para que recibiéramos la filiación adoptiva; la pruebade que sois hijos es que Dios ha enviado a vuestros corazones el Espíritude su Hijo que clama ¡Abbá, Padre!» (Ga 4, 4-5). Y también el Evangeliode san Juan nos dice que quienes aceptan a Jesucristo «llegan a ser hijosde Dios» (In 1, 12).

Lo propio de la revelación cristiana no es solo creer que Dios existe.Es creer que Dios es Padre, que somos sus hijos por el Espíritu, y que elEspíritu nos identifica con el Hijo, convirtiéndonos en «hijos en el Hijo».y la vida cristiana no es otra cosa que vivir como hijos de Dios, partici-pando de su caridad.

Siguiendo a san Pablo, los Padres de la Iglesia se fijan en la capacidadque tiene el bautismo de regenerar al ser humano y de convertido enCristo. Se le aplica así toda la fuerza del Misterio Pascual y pasa de la

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muerte a la vida. Además, desde san Ireneo, usan la doctrina del «admi-rable intercambio» y de la «recapitulación en Cristo». Estas expresiones,inspiradas en las Escrituras, tienen también un amplio desarrollo litúr-gico, pues son muy aptas para mostrar el misterio que se realiza en lossacramentos.

Estas verdades tan fundamentales de la fe cristiana son vividas demanera consciente por muchos grandes santos. Expresan con su vida laimportancia de identificarse con Cristo (san Francisco de Asís), imitarleen la vida (Kempis) o vivir con la conciencia de ser hijo de Dios (Sta. Te-resita, san Josemaría).

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