envoltorios de la extimidad. graciela brodsky. dic-02-2010
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Los envoltorios de la Extimidad
Graciela Brodsky
Puesto que me toca hablar en primer lugar, diré algunas
generalidades.
Se suele escuchar que para leer a Lacan hay que leer a Miller, porque
de otra manera se entiende poco. Más allá de lo que pueda tener de
cierta o falsa esta afirmación -que elogia la elucidación por parte de
Miller de la enseñanza de Lacan- quisiera traer a colación para este
coloquio la perspectiva contraria: es muy difícil leer a Miller sin leer a
Lacan. Esto, que tal vez pasa desapercibido cuando se leen sus
intervenciones y sus conferencias, se hace muy patente cuando se
leen sus cursos. Recién ahí, y quienes vivimos en América solo
podemos conocer el desarrollo de sus cursos leyéndolos
(probablemente es lo que explica la política diferente de publicación
de su curso aquí y allá), recién ahí se perciben las lecturas que
acompañan su elucidación, los problemas que la obra monumental
del Lacan deja sin resolver, las respuestas que Miller procura darle a
esos cabos sueltos que fue dejando la enseñanza de Lacan a lo largo
de su desarrollo.
Cuando Miller viaja, lleva los resultados a los que fue llegando en su
curso, pero cuando los resultados se repiten sin conocer el problema
que está tratando, la enseñanza se esteriliza, se dogmatiza.
Extimidad, su curso de los años 1985 y 1986, mal puede leerse si no
se parte del hecho de que es un comentario de dos seminarios de
Lacan; el Seminario 7, que acababa de salir publicado en 1986 (hay
que imaginar que Miller dicta Extimidad a medida que establece La
ética) y el Seminario 16, que en ese momento no estaba establecido
y que acompaña, como una referencia entre líneas, todo el desarrollo
de Extimidad. Esto pudo ser percibido con claridad cuando el
Seminario 16 salió a la luz, y por eso, cuando tomamos la decisión de
traducir Extimidad fue, precisamente, para acompañar la lectura del
seminario De un Otro al otro, que acababa de publicarse. Si se miran
los gráficos de este Seminario se verá rápidamente que los capítulos
más complejos del Seminario 16 son recorridos minuciosamente por
el comentario de Miller.
Entonces, ¿cuál es el problema que el neologismo “extimidad”
acarrea y que Miller trata de resolver? Seguramente, el de la
heterogeneidad entre el goce y el significante, pero, más
especialmente, la intersección del goce y el significante, la paradoja
que implica la inclusión de lo real en lo simbólico, paradoja que obliga
a considerar que el sistema simbólico pueda albergar no solo una
falta sino inconsistencias que son colonizadas por el goce. Y más allá
todavía, la cuestión de si además de incluir el goce en lo más intimo
de sí, el sistema simbólico no es en realidad segundo respecto de ese
goce al que intenta cubrir, envolver como la sustancia que produce la
ostra para recubrir el molesto grano de arena que la ocupa, sin ser
parte de ella.
El Seminario 16 y Extimidad están repletos de gráficos que intentan
logificar, formalizar ese objeto extraño, la vacuola de goce que habita
en ese Otro que es el sujeto para sí mismo desde el momento que
habla, y que, eventualmente, puede localizarse afuera como su
partenaire. En la tapa del Seminario 16 intentamos traer algo de esa
ostra, de ese mejillón que carga con algo que no encaja, con eso que
si está afuera falta y que si esta adentro sobra, como en la paradoja
de Russell que Miller trabaja en Extimidad. La tapa de Extimidad
recoge el mismo tema, las dos veces gracias al Bosco.
El problema de la extimidad entre el goce y el Otro es lo que Lacan
trata en las dos oportunidades en las que utiliza ese término
inventado que es “extimidad”.
En ambas, se trata de la poesía y de la mujer, cuya inexistencia el
amor cortés redobla al presentar al objeto femenino como
inaccesible, separado por una barrera que lo aísla y lo rodea
despojando a la mujer de toda sustancia real.
En el Seminario 7, el amor es presentado como lo que envuelve,
rodea, confina una zona prohibida, y finalmente consigue preservar la
distancia entre un hombre y una mujer mediante un envoltorio
palabrero que mantiene el goce a raya para distraer la pulsión, para
obligarla a dar rodeos alrededor del objeto sin ponerle jamás la mano
encima, ya sea porque no es el bueno, porque es de otro, porque es
imposible.
La función eminente del amor como envoltorio del goce que haría
falta… pero que no hay será explorada largamente este fin de
semana durante las XIX Jornadas anuales de la EOL “El amor y los
tiempos del goce”. ¿El acceso fácil al goce en los tiempos que corren
hace acaso más accesible a la mujer? Sospecho que no, pero no es
seguro que sea el discurso amoroso el que sirva hoy para tirer
l’epingle du jeu, (zafar) como dijo alguna vez Lacan hablando de los
surrealistas.
El hiato de la identidad y los envoltorios que lo recubren ocupa buena
parte del capítulo 2 del curso de Miller.
Al envoltorio amoroso del Seminario 7 y del 16 le suma otros: el
envoltorio político, que disimula la servidumbre voluntaria bajo el
manto del Otro que me domina (la Boetie); el envoltorio religioso, que
hace de Dios lo que recubre ese punto de extimidad y permite
amarlo; el envoltorio psicológico, que ubica al yo malo en el lugar de
lo éxtimo y aspira a educarlo; y también el envoltorio psicoanalítico,
que coloca en el lugar de la extimidad al yo y sus representaciones,
al superyó y sus mandatos, al ello y sus pulsiones, al narcisismo y
sus imágenes, al Otro y su discurso , al objeto a y sus goces.
Pero la topología misma del término extimidad permite que, sin
solución de continuidad, se pueda pasar de los diferentes rostros del
Otro que cubren lo más íntimo del sujeto, al hiato que anida en el
Otro y que lo hace inconsistente: del sujeto tachado al significante de
la falta en el Otro.
A partir de allí el telón de fondo del curso ya no será la presencia del
Otro – o de lo Otro- en el sujeto sino la paradoja de la inclusión del
objeto en el Otro, lo que abre el paso a muchas cosas que pueden
retener nuestra atención en estos días. El affaire Wikileaks, por
ejemplo, pone bien al descubierto la inconsistencia del Otro, en
particular cuando se lee que Bradley Manning, de 22 años,
homosexual de infancia amarga (según el NYT), novio de un travesti,
chico raro que prefería hackear los juegos de las computadores en
lugar de jugar con ellos, aislado durante mucho tiempo, terminó
convertido en un analista de sistemas del ejército de los EEUU en Irán
que entraba a la sala de informática con un CD regrabable de música
de Lady Gaga, y que, una vez adentro de ese gran Otro, borraba la
música y grababa un archivo comprimido con información secreta.
Parece que lo hizo durante 14 horas al día los 7 días de la semana por
un período de 8 meses, y robó 250.000 archivos secretos que entregó
a Wikileaks al tiempo que comentaba on line a su amigo Lamo (quien
finalmente lo denunció al Pentágono): “servidores débiles, débil
ingreso al sistema, seguridad física débil, contrainteligencia débil,
desatento análisis de señal: una tormenta perfecta”. No sé qué diría
la nueva Ley de Salud Mental sobre el buen soldado Bradley, pero
para hablar de la inconsistencia del Otro, no veo mejor ejemplo al día
de hoy.
De todos modos, de lo que trata el curso de Miller en lo que concierne
al significante del Otro barrado, es de la transferencia. “La definición
operatoria de la transferencia a partir del sujeto supuesto saber —que
se volvió popular— tuvo como consecuencia --dice Miller- velar,
dificultar el acceso a la función del objeto en ella. Sin embargo, fue la
consideración de la transferencia lo que condujo a Lacan a elaborar
un estatuto del objeto inédito hasta entonces que hoy manipulamos
con familiaridad como el objeto a.”
Extimidad, el curso de Miller, es en el fondo un curso sobre la
transferencia, sobre su resorte, sobre los recursos que inventa un
sujeto para arreglárselas con ese objeto a que una vez extraído de su
cuerpo puebla su mundo, alimenta sus fantasmas, su síntomas, sus
sublimaciones, ese objeto que se mantiene a raya en la inhibición,
que irrumpe en la angustia, pero, mas radicalmente, que le permite
olvidar que el Otro no existe, ya que con el objeto lo alimenta, lo ama,
sufre por él, se enlaza con él. En síntesis, lo hace existir.
La inclusión del objeto en el campo del Otro permite entender no solo
el apego transferencial, del que hemos hablado últimamente, sino el
desapego del final del análisis, y el efecto de júbilo, o de satisfacción,
o de manía, o de alucinación, que conlleva el goce cuando es
recuperado por el sujeto. Y también da cuenta del duelo por ese Otro
que eventualmente puede ser el analista, pero que, más
radicalmente, es el inconsciente en su faz transferencial y que sin ese
objeto que lo inflama, se desvanece, como se desvanece la Georgiana
del cuento de Nathaniel Hawthornei una vez que se extirpa de su
mejilla la mancha carmesí, la famosa mancha de nacimiento… del
Otro, que tenía asida el secreto de la vida.
i Nathaniel Hawthorne, “La mancha de nacimiento”, en Cinco mujeres locas, Barcelona, Lumen, 2001.