encuentro de pedro r. garcía barreno y alfredo urdaci, a propósito de .... entrevistas/entrevista....

9
Encuentro de Pedro R. García Barreno y Alfredo Urdaci, a propósito de los «Coloquios FIDE» Alfredo Urdaci es CEO de Ludiana Strategies The Way to Win, conductor del diálogo. Pedro R. García Barreno, Doctor en Medicina y Cirugía, es Profesor emérito de la Universidad Complutense y Delegado del Rector (Universidad Carlos III) para Ingeniería Biomédica. Realizó su formación en el Hospital Provincial de Madrid y en los hospitales de las Universidades de Cardiff, en el Reino Unido, y de Michigan (Wayne) y Texas (Houston), en Estados Unidos. Es diplomado en Defensa Nacional por el CESEDEN, en Informática Médica por el Instituto de Informática y máster en Administración de Ampresas (MBA) por el Instituto de Empresa. Ha sido jefe de departamento y consultor senior del Hospital General Universitario Gregorio Marañón, del que fue director médico, subdirector de investigación y jefe clínico de cirugía. Pedro García Barreno es actualmente Secretario general del Instituto de España y pertenece a la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, a la Academia Europea de Ciencias y Artes y a la RAE (silla “a”). Es prepuntual. Llega antes de la hora, cargado de preguntas. Le gusta la palabra renovación ─«No considere nada inmutable. Cambie y esté dispuesto a volver a cambiar. No acepte ninguna verdad eterna. Experimente»─ y cree que las portadas de la prensa están repletas de ejemplos de que no tenemos sociedad civil, de que no hay diálogo, de que las conversaciones en España están castradas por la autocensura en demasiados casos. La ciencia y justicia, parece que siempre han vivido alejadas, con ritmos diferentes. Desde la década de los años setenta, cuando se desarrollaron las herramientas que permiten trocear, insertar y empalmar el genoma ─ADN recombinante─ se viene produciendo una serie de choques entre la ciencia, que por primera vez abre la posibilidad de incidir en nuestro elenco genético, y la visión desde fuera de lo que pasa en el laboratorio. En aquel momento fueron los propios científicos quienes pactaron una moratoria, un tiempo de reflexión para sopesar el significado de ese hacer sobre el genoma. Hubo tensiones, se resolvieron y prosiguió el trabajo en los laboratorios donde se perfeccionaron diferentes técnicas, entre otras la fertilización in vitro. A finales de aquella misma década nace Louise Brown, primera niña probeta. De nuevo, tensiones entre ciencia y sociedad. Y vienen de lejos; en los años sesenta, años antes del ADN recombinante citado, ¡que decir! de la «píldora». Y seguirían otras: clonación a finales de los noventa, células troncales embrionarias pocos años después, y así sucesivamente. El progreso de la ciencia es tan rápido que crea un conflicto entre el poder que pone en manos del hombre y las condiciones sociales en que ese poder es ejercido. La ciencia avanza a trompicones Trompicones intrínsecos y a la vez extrínsecos porque tienen una enorme incidencia legal. Quienes dominan el corpus jurídico ¿podrían desarrollar uno básico que se anticipe a los cada vez más frecuentes adelantos científicos que, por definición, son transgresores, rompedores? Aquí habría que insistir en los adelantos científicos que nos acechan. Son desarrollos provocadores que

Upload: vuminh

Post on 27-Sep-2018

213 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

Encuentro de Pedro R. García Barreno y Alfredo Urdaci,

a propósito de los «Coloquios FIDE»

Alfredo Urdaci es CEO de Ludiana Strategies – The Way to Win, conductor del diálogo.

Pedro R. García Barreno, Doctor en Medicina y Cirugía, es Profesor emérito de la

Universidad Complutense y Delegado del Rector (Universidad Carlos III) para Ingeniería

Biomédica. Realizó su formación en el Hospital Provincial de Madrid y en los hospitales de las

Universidades de Cardiff, en el Reino Unido, y de Michigan (Wayne) y Texas (Houston), en

Estados Unidos. Es diplomado en Defensa Nacional por el CESEDEN, en Informática Médica por

el Instituto de Informática y máster en Administración de Ampresas (MBA) por el Instituto de

Empresa. Ha sido jefe de departamento y consultor senior del Hospital General Universitario

Gregorio Marañón, del que fue director médico, subdirector de investigación y jefe clínico de

cirugía. Pedro García Barreno es actualmente Secretario general del Instituto de España y pertenece

a la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, a la Academia Europea de Ciencias y

Artes y a la RAE (silla “a”).

Es prepuntual. Llega antes de la hora, cargado de preguntas. Le gusta la palabra renovación

─«No considere nada inmutable. Cambie y esté dispuesto a volver a cambiar. No acepte ninguna

verdad eterna. Experimente»─ y cree que las portadas de la prensa están repletas de ejemplos de

que no tenemos sociedad civil, de que no hay diálogo, de que las conversaciones en España están

castradas por la autocensura en demasiados casos.

La ciencia y justicia, parece que siempre han vivido alejadas, con ritmos diferentes.

Desde la década de los años setenta, cuando se desarrollaron las herramientas que permiten

trocear, insertar y empalmar el genoma ─ADN recombinante─ se viene produciendo una serie de

choques entre la ciencia, que por primera vez abre la posibilidad de incidir en nuestro elenco

genético, y la visión desde fuera de lo que pasa en el laboratorio. En aquel momento fueron los

propios científicos quienes pactaron una moratoria, un tiempo de reflexión para sopesar el

significado de ese hacer sobre el genoma. Hubo tensiones, se resolvieron y prosiguió el trabajo en

los laboratorios donde se perfeccionaron diferentes técnicas, entre otras la fertilización in vitro. A

finales de aquella misma década nace Louise Brown, primera niña probeta. De nuevo, tensiones

entre ciencia y sociedad. Y vienen de lejos; en los años sesenta, años antes del ADN recombinante

citado, ¡que decir! de la «píldora». Y seguirían otras: clonación a finales de los noventa, células

troncales embrionarias pocos años después, y así sucesivamente. El progreso de la ciencia es tan

rápido que crea un conflicto entre el poder que pone en manos del hombre y las condiciones

sociales en que ese poder es ejercido.

La ciencia avanza a trompicones

Trompicones intrínsecos y a la vez extrínsecos porque tienen una enorme incidencia legal.

Quienes dominan el corpus jurídico ¿podrían desarrollar uno básico que se anticipe a los cada vez

más frecuentes adelantos científicos que, por definición, son transgresores, rompedores? Aquí

habría que insistir en los adelantos científicos que nos acechan. Son desarrollos provocadores que

son rechazados, en principio, tanto por profesionales de la ciencia como por legos; ello sobre la

base de atentar contra el conocimiento generalmente aceptado, la tecnología existente y, muy

importante, contra la legislación establecida o las normas éticas, morales o religiosas. Porque

asistiremos, sin duda, a nuevos acontecimientos que repetirán ese conflicto que todo lo nuevo

provoca. La técnica va muy por delante de la moral o la ética. Hay van unas cuantas: ¿Qué es ser

humano?; ¿qué es ser uno mismo?; ¿hasta «cuanto» yo? Si se asume el derecho a la longevidad,

¿existe el deber de morir? Cómo se implementará la animación suspendida o metabolismo celular

controlado o como resucitar a una persona clínicamente muerta. Cuáles serán las consecuencias de

un equivalente informatizado plano de uno mismo. En qué dirección camina la nanotecnología.

¿Habrá una nueva especie humana en el exoespacio? Ya se elige un embrión con propósito

terapéutico y hasta ahora la manipulación genética se dirige exclusivamente a la línea somática

(actuaciones que tienen incidencia sobre el propio individuo pero no en una posible futura

descendencia), ¿llegará a manipularse el linaje germinal? Está sobre la mesa la subrogación

alogénica (entre individuos de la misma especie) del embarazo, ¿y la subrogación xenogénica (entre

individuos de especie diferente) o en dispositivos artificiales? Y, de nuevo, la pregunta es: cómo se

puede legislar antes de que esto pase. Los retos a los que nos enfrentamos y enfrentaremos,

imposibles de controlar, no tienen límites científicos ni técnicos; los límites serán éticos y legales.

¿Hay desconfianza en el científico?

El buen científico es, por naturaleza, responsable. En modo alguno es un «loco». En el 99

por ciento de los casos, los investigadores son conscientes de lo que hacen y eluden cualquier

conflicto si no están seguros de que su ttrabajo cumple las normas. Pero repitiendo lo que antes

comenté, los avances reales, los realmente innovadores, los que hacen progresar ciencia y

tecnología son, por definición, transgresores; tienen, por ello, una incidencia social importante, y

van acompañados de un gran alboroto en los medios de comunicación que lo vierten al público. De

ahí el inevitable y ya redundante planteamiento: la necesidad de un corpus jurídico básico aplicable

cada vez que sucede uno de esos grandes acontecimientos.

¿Y usted tiene un formato que permita resolver esta contradicción?

No, en absoluto. Mucho pedir y poco aportar. Solo comentar, desde la ignorancia, que

cuando uno acude a algún despacho la presencia del «Aranzadi» impone. Da la sensación que todo

tiene que estar regulado y que hay poco margen de maniobra ante hechos aún sin pensar. Eso es el

futuro, lo que todavía no pensado; lo desconocido. Lo que todavía no sabemos preguntar. Tal vez el

derecho anglosajón sea más flexible. Ignoro como abordar el problema. De momento apelamos al

sentido común, a la responsabilidad. Cuando insisto tanto en esa especie de mandamientos de la ley

de la ciencia y tecnología, pienso en aquella frase que, más o menos, dice: para todo problema

complejo existe una solución sencilla que siempre es errónea. La ciencia y el derecho son

actividades complejas realizadas por el cerebro humano más complejo aún.

¿La ética no sirve?

¿Qué es la ética? Lo que nos hace actuar respetuosamente. Cada uno tenemos nuestro

código ético o moral, civil o religioso. Pero cuando cita el juez, ética o moral aparte, hay que ir con

el Aranzadi. Hoy por hoy, la distancia entre los códigos y el laboratorio es inmensa. Ciencia y

tecnología y Derecho utilizan relojes y lenguajes muy dispares. Y no solo el lenguaje técnico,

somos incapaces de charlar delante de un café sobre temas que a todos nos ocupan y preocupan.

Hay dos grandes terrenos de conflicto: el origen de la vida, y su final…

Y los jueces necesitan en esto asesoramiento; también en otras situaciones intermedias. El

gobierno americano está tratando de establecer un criterio único para la elección de los técnicos, de

expertos, asesores de ambas partes en los tribunales. Pasando al tema de la pregunta. Un tema

interesante plantea la dualidad entre diseño inteligente y diseño racional. Creo que esto se aparta

del terreno del derecho tal como lo estamos planteando. Pero tiene su interés. El diseño inteligente

es un problema que afecta a creencias: diseño versus evolución. El diseño admite un propósito de

partida en la «creación»; la evolución ─desde la gran explosión hasta hoy y lo que pueda suceder

mañana─ lo deja al azar. El derecho entra a la hora de decidir que se enseña en las escuelas. Existe

todavía un agrio debate en determinados estados de EE UU donde determinados grupos religiosos

exigen sustituir en los currículos la teoría evolutiva, admitida unánimemente desde el punto de

vista de la ciencia, por una creación desde el punto de vista religioso. Por otro lado, el diseño

racional tiene que ver con la fabricación de un organismo vivo en el laboratorio mediante técnicas

químicas; es crear vida con un propósito, y eso está ahí encima de la mesa. Ya se ha conseguido

el primer microorganismo biosintetizado en el laboratorio con el propósito de conseguir la

descontaminación de hidrocarburos en el océano. La vida artificial está ahí. No hay que darle

más vueltas. ¿Hay que regularlo? ¿Cómo lo regulamos?

Y al otro lado está el terreno del final…

El final de la vida es lo más complicado. Tenemos el derecho a vivir ¿y el deber de

morirnos? Alargamos cada vez más la permanencia en el planeta pero ¿a cambio de que? Hay

más enfermedades degenerativas. Vivir cien años siendo autosuficiente es digno de aplauso, pero

vivir cien años siendo completamente dependiente… aquí la sociedad debe decidir. A los

términos ético-religioso-jurídicos eutanasia activa, eutanasia pasiva, abstención terapéutica,

suspensión terapéutica, eutanasia indirecta, suicidio asistido, benemortasia, ortotanasia, distanasia…

hay que añadir los de manipulación telomérica o telomerásica, cronorreprogramación celular… ¿Lo

contemplan los textos legales? También está el tema, cada vez con más fuerza, de la autonomía del

paciente y su derecho a decidir. Por otro lado, fruto de la «nueva medicina» surgen nuevas

situaciones. Los prepacientes, aquellos asintomáticos pero que seguramente padecerán alguna

enfermedad, surgen de la medicina predictiva ¿hay que tratarlos? Creo que me estoy yendo por las

ramas, pero todavía hay que mencionar el error médico, la medicina defensiva, la salud como

enfermedad…

En fases previas no hay diálogo

Prácticamente ninguno. Y para mi, FIDE lo bueno que tiene es eso. Que conozca, por vez

primera en nuestro entorno se ponen en contacto intereses profesionales distintos y distantes.

Todo lo que es biomedicina y todo lo que son decisiones de un juez son dos oficios que inciden

directamente en la vida de una persona y que, en un momento dado, la pueden condicionar. Y

están muy lejanas esas áreas.

¿En qué fase de desarrollo está la clonación?

La clonación desde el punto de vista científico-técnico y desde el mío personal no plantean

problema alguno ético, puede ser que lo tenga legal, pero eso es otra cuestión. Se han clonado

animales de diversas especies, desde los experimentos iniciales con anfibios hasta mamíferos,

pasando por la célebre Dolly. El clonaje está ahí. Aplicarlo a lo humano ¿tiene algún sentido

práctico? Desde el punto de vista de la medicina ya se hacen embriones a la carta para que un

neonato cure a un hermano en casos de enfermedades raras, y eso ya está asumido por la

sociedad. Pocas diferencias, en términos generales, pueden plantearse entre ese embrión a la carta

y una clonación. Podemos clonar el genoma de un ser humano pero no la persona de ese ser. Por

supuesto que los genes tienen un papel determinante, pero la persona es sus genes más las

incidencias epigenéticas de su entorno cultural y medioambiental.

¿Existe algún modelo donde se produce cercanía entre el mundo jurídico y el científico?

Empiezan a romperse moldes. Comienzan a emerger instituciones transversales: Dana

Foundation – The Dana Alliance for Brain Initiatives (The Gruter Institute for Law and Behavioural

Research); Law and Neuroscience Project / The MacArthur Foundation; Baylor College of

Medicine’s Initiative on Neuroscience and the Law (NeuLaw), o The University of Pennsylvania.

Center for Neuroscience & Society, 2009.

Si lo permite, un golpe de timón al pairo de la transversalidad. La Universidad en la

encrucijada; la institución decana con siglos y neuronas incontables a sus espaldas en la

encrucijada. Al principio me quedé con la renovación, aquí se necesita un paso más, una a modo de

revolución intelectual más que cultural que evoca otra cosa. La que hay no me gusta. Quisiera una

Universidad sin facultades, incluso sin los clásicos departamentos. La formación debería ser abierta

y transversal; los problemas hay que atacarlos desde muchos puntos de vista, la mayoría de las

veces trasciendes más de una disciplina. . Tiene que haber especialistas pero con una mente

abierta, lo suficientemente amplia como para plantear preguntas ambiciosas y arriesgadas. Debe

potenciarse la convivencia entre los estudiosos del derecho, de la cinematografía, de la física o de la

bioquímica. Por ahí ya van abriendo camino; ya no se levantan campus universitarios con

facultades, se hacen cosas como la Granja Janelia, el no va más en ciencias de la vida, o el campus

Cowan para pensar en complejidad. Es la manera de resolver problemas. Porque en esas nuevas

iniciativas la pregunta es el eje rector, y para hacer una buena pregunta hay que ser ambicioso.

Las iniciativas sobre «neurociencias y ley» pretenden que un leguleyo, un boticario y un

matasanos compartan horas de convivencia en la mesa del comedor y del despacho. Hay que

estar dispuesto a cambiar y cambiar; el estribillo del comienzo de nuestra charla.

Eso implica cambiar muchas estructuras sólidamente enquistadas…

Tiene que haber un replanteamiento básico de la formación. Debe hacerse un cambio

radical ─¿revolución?─ en la enseñanza primaria y secundaria. Lo urgente es la formación entre

los 5 y 16 años… Hay que diseñar otro tipo de currículo que de una manera integrada, secuencial y

a lo largo de los años, se desarrolle gradualmente, desde el big bang hasta la historia de las

civilizaciones y las ideas, pasando por la física o la química; un continuo que llamamos

omniscópica. También, leguaje hablado y escrito; comprensión de textos complejos, lenguas, Y

como tercer ingrediente y no por ser el tercero el menos importante sino tal vez el más destacado,

una gran formación en ciencia, tecnología y matemáticas. En modo alguno plantearse más

contenido sino qué contenido. Aprender haciendo; aprender preguntando; aprender conceptos;

aprender a interrelacionar. Luego, además de la Universidad existe o debería existir una magnífica

formación profesional que ha sido despreciada; carecemos de profesionales que dominen los

«oficios». Tan solemne, tan respetable, tan necesario es un buen encofrador, tornero, montador…

que un buen abogado, médico o escultor. La Universidad actual no encuentra acomodo. Siempre

hay que hacer una aclaración: por supuesto que existen magníficos profesionales, magníficos

departamentos... en muchos sitios; esto no está en cuestión. Lo que está en entredicho es la

proliferación indiscriminada de centros repetitivos, la ausencia de especialización, de masa crítica,

la carencia de transversalidad, y qué más le voy a contar…

Supongo que el diálogo ha empezado por la neurociencia y la ley porque es el terreno más

delicado, con mayores implicaciones legales.

Cada vez sabemos más y desconocemos casi todo sobre el cerebro. Nuestro cerebro, un

universo de más o menos mil cuatrocientos gramos, tiene áreas específicas con funciones

determinadas aunque operan su conjunto. La inteligencia y las emociones, meras operaciones,

emergentes las primeras, que obedecen a la estructura, a las conexiones y a las moléculas químicas

que soportan su función. Ello no debe ser ajeno a los expertos en Derecho; los legisladores lo

tienen que conocer…. Los comportamientos están condicionados por factores internos y externos.

¿Qué es el libre albedrío? Existe un amplio consenso sobre la existencia de un área específica

que lo condiciona. Cómo se controla el cerebro y como su estructura físico-química incide en su

libre albedrío y en su comportamiento. La complejidad se compleja con el lenguaje que el propio

cerebro utiliza. ¿Nuestro comportamiento? Será el comportamiento del cerebro; el resto del

organismo ─sentidos, apéndices, órganos─ son meros accesorios para su supervivencia y

reproducción. Aquí otro tema para discutir: gen egoísta frente a cerebro egoísta. Todo ello no le

puede ser ajeno al abogado, al fiscal o al juez.

Al final un juez será un robot

Ya hay sistema de diagnóstico automático; tampoco habría que ponerle mucho reparo si es

lo suficientemente complejo y lo suficientemente plástico. Aprenderá de su experiencia... ¿Cuál

será el margen de error? ¿Menor que el de un juez humano? Viene a cuento recordar la película

WarGames, ¡qué horror! A pesar de todo somos humanos; cometemos errores y aprendemos de

ellos. Igual que el robot, ¿no? Si no hubiera caos no habría habido evolución. Sería horrible ser

perfectos. El error es necesario para que haya innovación, desarrollo, progreso. Aunque qué es

progreso. Y sobre todo, tal vez en contradicción con lo anteriormente expresado, tenemos ética,

aunque tampoco es algo que todo el mundo respete.

Hay algunos campos de trabajo científico que son especialmente sensibles para el derecho…

Vuelvo a repetirme. El campo más sensible para el derecho es todo lo que tiene que ver

con la inteligencia y las emociones. Es de esperar que los avances en ese terreno cambien de

forma radical el código penal. Cuando conozcamos cómo funciona el cerebro… ya no estaré por

estos lares. Hay dos grandes proyectos en marcha que intentan comprenderlo. Del lado europeo el

«Human Brain Project», del norteamericano, la «Brain Initiative: Brain Research Through

Advancing Innovative Neurotecnologies». Destacan el conectoma, el mapa de conexiones entre

las diferentes zonas funcionales de nuestro cerebro, y el sinaptoma, el conjunto de interconexiones

que establecen las neuronas a nivel sináptico. Con esos dos mapas, más el neurotransmisoma ─el

mundo molecular que garantiza la transmisión sináptica─ se podrá predecir bastante bien nuestra

función cerebral, que es un sistema complejo de gran plasticidad pero finito y, por tanto, limitado

y comprensible. El resto de la investigación va destinada a mantenernos vivos (cáncer,

enfermedades raras…). Cuando entramos en los procesos mentales estamos en otras facetas;

facetas que no son sino propiedades emergentes de esa universo extraordinario.

La fantasía ya lo descubrió. Philip K Dick imaginó la policía del precrimen.

Los límites entre fantasía y realidad están cada vez más difusos. Es una frontera borrosa.

La ciencia hace verosímil todo esto. Es necesario que los que conocen las leyes de la naturaleza

estén más próximos a los que dictan las leyes de los hombres. Y eso hace falta en nuestro país.

Hace falta diálogo, que desaparezca la desconfianza. Eso a nivel general. Y en el terreno que nos

ha reunido en tan agradable lugar, y ya centrándome en mi oficio, los jueces deberían conocer de

primera mano el trabajo de los médicos y estos como trabaja un tribunal de justicia. Ello redundaría,

no en una ausencia de control que es necesario siempre que sea justo, sino en una mejora de la

calidad; evitaríamos la denominada medicina defensiva en beneficio de los pacientes y de la

economía del sistema. También en establecimiento de protocolos médicos refrendados tanto por la

autoridad profesional sanitaria como por la judicial. Hay una especie de enemistad que traspasa

los límites de lo normal y condiciona el acto médico. Hay que romper barreras, y nos cuesta

mucho romperlas. Insistiendo: son oficios que inciden en el ciudadano, y pueden condicionan la

vida de las personas. Falta diálogo. Nos falta diálogo en todo. No somos capaces de hablar y de

discutir acaloradamente. Hay que discutir a veces agarrándose las solapas. Y no hemos conseguido

el umbral de hacerlo sin que trascienda a problemas personales. Nos falta civilización, y eso hay

que corregirlo desde párvulos.

PINTAR LA JUSTICIA

@fideFUNDACiÓN PARA LA INVESTIGACiÓNSOBRE EL DERECHO Y LA EMPRESA

I

~r~/~~(La Uli Ct

C

~.Q.....-.~ (

~ ~~ ~ ~I

(

\.

IIli

I6

-