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EN LOS DÍAS CLAROS NÉSTOR HERNÁNDEZ ALONSO

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EN LOS DÍAS CLAROS

NÉSTOR HERNÁNDEZ ALONSO

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I. Prólogo

3

CUESTA ENTENDER LA VIDA

Un árbol de manzanas es la vida:

finas, afiladas, gruesas, redondas;

en el suelo, despojos de un aire hostil,

de una enfermedad reciente, negras las entrañas;

brillantes en las ramas, pregonan riquezas al sol

del mediodía y a la luna de medianoche.

Todas, de piel tersa o arrugada, ofrecen su cuerpo

al surco de la tierra y a la mano certera.

En la infancia las robamos -fruto prohibido-,

sin importarnos el sulfato, esas gotas blanquecinas

pegadas como sellos al calor de la tarde,

porque no las vamos a comer;

dañan los dientes, los labios sucios, la lengua…

De niño observas con paciencia,

pero no disparas: reservas munición.

Siendo joven, buscas la última,

aquella que cada día despierta la mañana

y encierra la noche desde su torre vigía.

Probablemente consigas alcanzarla,

e incluso pruebas un trozo seleccionado,

que premie los rasguños habidos,

el dolor de piernas y brazos.

4

Luego, en tu habitación, delante del papel de examen,

valoras si ha merecido la pena.

Mayor, cumplidos los cuarenta, solo escoges

las fáciles, al alcance de la cesta, sobre el tapial,

o en la pradera, entre las hierbas secas,

sin mirar su aspecto, el roce áspero, su olor.

Te sientas en el banco del paseo

y disfrutas del sabor, de la frescura de esa carne sabrosa.

Ya en casa el espejo dicta sentencia,

y tú la cumplirás sin falta.

¡Cuánto cuesta entender la vida!

Niño, deseas febrilmente ser mayor,

pensar como ellos y obrar de igual manera;

en la juventud no hay relojes, no mides el tiempo,

que se ha detenido a los veintinueve años y once meses;

en la edad madura ves ya la meta, arriba,

bien señalada, para que no detengas el paso.

Y es que la vida es una manzana, verde

o madura, apetitosa siempre,

a la cual debemos conseguir, aunque quemaduras

profundas suframos en el proceso.

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II.

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DIBUJOS Y VERSOS

Me hablas siempre de un amor

tan antiguo como el puente

donde apoyábamos nuestros pasos,

doloridos de perseguir el sosiego de la tarde.

De ese huésped que un día llamó a tu puerta

para quedarse, pero que no lo hizo

porque necesitaba presencias -me dices-

y el verano solo trae lejanías.

No sé mucho de quereres, Carmen;

sin embargo, uno conocí muy de cerca

y fue valiente, decidido, te lo aseguro,

capaz de abandonar un país de nieve,

de tirar un trabajo por la borda de un avión

lejano, por alguien

de quien desconocía hasta el nombre.

No precisa el amor paseos escondidos,

ni jardines solitarios, ni atardeceres mudos

o noches ciegas, sin caminos de vuelta;

tampoco se nutre de una mirada,

por insistente que sea, ni de esa mano

que, impelida, busca los secretos más ocultos;

el amor del que te hablo ni palabras

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utiliza, en ocasiones tan dulces.

¡Qué fácil resultaría así! Y qué perecedero también.

Allí, en la caja donde escondes tu infancia

hay un cuaderno de pastas verdes,

algo gastadas, con dibujos y versos,

ábrela y lee con atención.

Hallarás eso buscado con tanto anhelo,

pero que hoy, después de muchos intentos,

todavía, ya de regreso, no has encontrado:

“Sobre una nube la letra A”.

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EL ESCRITOR

Como ermitaño, que con el amanecer,

allí, en el valle, donde habita

su preocupación, busca entre hierbas y retamas

aquellas escogidas para sustento

de almas y cuerpos ofrecidos,

así selecciona el escritor las palabras

más bellas, vivas, enteras…

Por ello sale al campo, al encuentro

de las flores, refugio permanente de la belleza,

o se sienta en la roca caliente del mar

para observar su fuerza, la lucha persistente

de las olas, la furia blanca,

ejemplos de vida intensa,

o en silla de paja, contempla el ciclo

de la higuera: brotes hinchados, frutos

dulces, hojas muertas que pronto las aguas

del invierno pudrirán

según está escrito en el libro primero.

Sin embargo, en este horno cuecen mal

las palabras, siempre huidizas, indómitas,

incluso, aunque uses el viejo diccionario,

como recomiendan los poetas cultos.

Jamás, una expresión, tal vez acertada,

acogerá dentro de ella toda

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la hermosura de la flor más monótona,

ni la eterna movilidad del mar,

ni los pasos certeros de la naturaleza.

Vana misión es por tanto traerlos a los textos

convencidos de haber robado su esencia;

resultan modelos inimitables,

la lengua no posee ese poder.

Si consigues que por ti lleguen a ellos,

habrás cumplido tu misión con creces.

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CON VIENTO DE CARA

Alguna vez habrás caminado con el viento

de cara: sentir el dolor de los árboles

en el paseo, rotas las hileras;

soportar el filo de las piedras, minúsculas

balas golpeando tu rostro de combate;

la ropa entre las piernas tirando

de tu cuerpo con cuerdas invisibles,

el cabello erizado, las manos descompuestas…

Y sin embargo, has de acudir a ese examen

del que depende un puesto de trabajo;

ir a esa cita, en tantas ocasiones buscada

y, por fin, hoy conseguida;

visitar a ese familiar, a quien

has de llevar una camisa limpia.

¡Cuántas veces lo hice!

Por ejemplo, cuando, niño, alguien

escondió la inocencia en una carcajada,

y conociste entonces la crudeza de la verdad;

cuando aquella tarde, el amor anunciado

no salió al encuentro,

y supiste lo poco que valen las palabras

en boca de predicador;

cuando llamaron a tu puerta

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con un sobre de bordes negros,

y pensaste en las oportunidades perdidas.

En la vida del hombre el viento con frecuencia

sopla de cara, por eso sentimos tanto placer,

asomados a la ventana, contemplando la lucha

de las farolas por mantenerse erguidas

en día de tormenta,

o el esfuerzo de la mujer por abrir su paraguas

ante la lluvia asesina.

Valerosas victorias que te obligan

a seguir luchando en esta contienda,

tan dura y persistente,

de la cual somos soldados de relevo.

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DESDE LA ORILLA

Como deudor

que espera el día para saldar la deuda,

entrega el río su tributo.

No se detiene,

ni arquea su espalda ante

el rostro fiero de la mar dueña.

Mira de frente,

templa el brazo,

y clava certera fecha en el grávido vientre.

Atrás quedan los árboles, sus gestos sonoros,

las burlas veloces de las golondrinas,

y la mirada, aquella mirada compasiva

que limpió las heridas de tu cuerpo

cuando, de noche, quisieron

manchar tu sangre, limpia sangre de río.

No teme el río a la muerte.

Al atardecer, una mujer robará su alma

y unos senos, dulces, la amamantarán.

Si quieres comprobar su presencia,

escucha al silencio,

y acércate paso a paso.

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Verás en cama oscura

despertar de la muerte la vida.

Pronto el río, una vez más, vencerá.

Prepara la lanza, brama,

-toro al que el acero ha cortado su aire-

rompe las barreras que torpemente

cierran su caminar de espumas,

y por fin, la roca, última roca,

cae derrotada por la pendiente.

Salta río, avanza, corre tenaz.

El sol te persigue desde su centro

y los prados y los niños acarician

de nuevo tu gloriosa espalda.

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TU REGRESO

Llamaba el viento en mi ventana

cuando distingo tu figura entre las acacias.

Cada paso suena en mi corazón

como toque de campana funeraria.

Apenas unos días de alejamiento,

y nos miramos inseguros, temerosos,

como miran las hojas al viento, al sol,

verdugos de su leve existencia.

Comprendí entonces cuánto te necesito,

hasta qué punto tu aire es mi aire,

hasta qué punto tu voz guía mis pasos,

árbol robusto, en cuya sombra crecen

finas hierbas cada primavera.

Yo, niño eterno, recordé al instante

la mano caliente en las mañanas frías,

las brasas risueñas en las noches tranquilas,

el sudor amargo de los días sin gloria...

Por eso, hoy, antes que el reloj aleje

tus ojos de mis ojos ciegos,

llévame contigo

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a donde tú vayas. Los dos formaremos

un mismo corazón y una única alma,

una sola primavera verde

y un solo otoño amarillo.

16

CUMPLEAÑOS

Dios mío,

hoy quiero abrazarte

y pedirte perdón desde este banco

de madera, solitario, frío.

Estás ahí, oigo tu respirar

fatigado, siento tus ojos

clavados en los míos, cobardes.

Dame la mano, Dios mío,

y acércame a ti,

ponme sobre tus piernas,

niño asustado a quien persigue la vida.

Quiero ver tu sonrisa,

recostarme en tu pecho, con tu ropa

taparme, porque me consume el miedo

amarillo de la muerte inútil.

Que llevas tiempo esperándome,

que muchas veces he pasado cerca

y he vuelto la espalda,

que has sacado muchas espinas

de mis pies descalzos, sin darte

las gracias siquiera, y he preferido

seguir andando solo, pisando

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sobre las duras piedras de este ya largo camino.

Alguna vez mirarías el reloj

y moverías, enfadado, la cabeza,

al comprobar mi tardanza

día tras día, año tras año.

Pero Tú sabes que ningún padre

se retira sin besar el sueño del hijo,

aunque éste duerma lejos.

Hoy quiero abrazarte,

Dios mío,

y decirte, cara a cara,

como hablan los hombres:

cuenta conmigo,

clavaré tu estandarte en la montaña más alta,

para que el viento muestre tu nombre

y el eco repita tu mensaje.

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TIEMPOS MODERNOS

Habita el hombre una casa de mil

puertas, todas cerradas.

Cada tiempo -certero siglo veintiuno-

golpea insistentemente las suyas.

“Me llamo Violencia y soy dueña

del mundo. Domino las calles, en especial

las noches festivas; visito los colegios,

las casas, y hasta la tele en cualquier programa,

incluso de color. He conseguido ser tan grande

que solo con una mirada enciendo todos los rincones”.

“Yo soy Virtudes, una mujer feliz,

siempre vestida de largo –terciopelo púrpura-.

Ayer vendí un millón de acciones y

compré un chalé –quinientos metros- en la costa

donde trabajan seis emigrantes por trescientos euros al mes.

Mañana dejaré una limosna en mi parroquia,

y la ropa usada, con etiquetas visibles”.

“A mí dicen Soledad, y resido en pisos

de ancianos sobre todo. Ocupo la silla

del hijo, del nieto. Protesto cuando enferman

o les sangran las grietas del corazón.

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También frecuento los cines, las discotecas, los bares

de copas; allí, entre risas y humo, vivo yo también”.

A veces, por sorpresa, acude la ternura,

pero no habla ni participa en la conversación;

avergonzada, en el suelo los ojos, se sienta lejos

y espera. Alguna vez alguien la saluda

o roza sus hombros, nada más.

Ella conoce bien que su papel es secundario;

otros ejercen de protagonistas.

En el teatro actual, sobrado de actores,

la ternura, como la delicadeza, no suben al escenario;

en un palco, tras viejas cortinas, añoran épocas pasadas,

que, en esto, si fueron mejores.

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LA MUERTE ME HIZO UN REGALO

Cuarenta y tres años muerto.

Pasando hojas en el libro de los días

sin enterarme apenas, sin detenerme

en los dibujos siquiera, muchos tan bellos

en sus trazos, en sus colores, rojos, verdes;

mirando por la ventana de un piso quinto,

desde donde todo se ve: las torres góticas

de la catedral más esbelta, el temblor de la

calle, la angustia perenne de los tiestos,

los pasos acelerados de un hombre anónimo,

un trozo minúsculo de retrovisor…,

y no apreciar nada, chopos vulgares

de carretera a ciento veinte kilómetros por hora;

andando caminos de primavera y otoño,

con amaneceres muertos y viejos atardeceres,

de paseo por el río que proclama sus frutos

o sentado en el brocal de un pozo sediento.

Caminar y caminar, como lo hace el sol,

la lluvia, por rutina, por obligación.

Hasta que la muerte me hizo un regalo

y todo se mudó de inmediato.

¡Qué saciada satisfacción vivir viviendo!

Saber que cada día surge una oportunidad

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irrepetible de disfrutar conscientemente,

y aprovecharla: rojo, verde, mezclan bien;

conocer que en tu ventana se pinta

los labios el mundo, y tú también;

contemplar cómo la flor más pequeña

encierra toda la belleza del paisaje,

del cual formas parte selecta.

Con frecuencia la muerte avisa del error,

sobre todo siendo joven e inconsciente, con viento

a favor en medio de la llanura.

Tienes que oír el eco de la tormenta

o el escozor del granizo en el valle

parra limpiar tu mente y retirar la cortina

de tus ojos vacíos; solo así

entenderás el sentido de la vida y te agarrarás a su brazo.

Y es que, a veces, la muerte nos hace un regalo:

despertar de un sueño mudo e iniciar la travesía

en camarote exterior, contemplando las olas de cerca.

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OTRA VEZ

Esta tarde he visto a la enfermedad muy cerca.

Entró sin llamar, como hace siempre,

y se sentó en silla de madera;

después en sofá de muelles;

y acabó en la cama, bien tapada.

¡Qué dama tan severa.

Anda todos los caminos sin saludar a nadie;

sabe bien su papel!

Hace años la encontré

en un hospital de ladrillo rojo:

cara seria, cabellos muy blancos,

brazos enormes, flacos,

sobre la colcha, libro caído.

Era joven, casi un niño,

y desconocía su poder.

Por eso, cuando abandoné la sala,

le dije hasta luego.

No tardó en volver;

apenas unos meses, según recuerdo.

Esta vez mostraba un rostro alegre

-se reía en los chistes-,

manos ágiles persiguiendo minutos,

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horas, en el reloj implacable de la vida.

Conocía ya su fuerza,

y la miré con rabia, la maldije:

“Jamás a mi lado. Márchate”.

Durante algún tiempo no supe de ella.

Habrá ido lejos, a otro país,

a otro pueblo, a otra ciudad...,

me habría olvidado, no soy importante.

Pero no, los buenos jugadores nunca dejan

solo el tapete, ni las cartas marcadas,

aunque, a veces, así lo parezca.

Regresó, y se colocó a mi lado,

en esta tarde gris, tímida,

de primavera reciente, en un lugar

donde únicamente crece el otoño.

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VIAJE A CANTABRIA

Llega un tiempo en que las espigas

miran al sol con piedad

y las almas se agrietan en sus bordes,

entonces, muy de mañana, (la luna

muestra las quejas de la noche)

te preparas e inicias el viaje

buscando el sosiego del mar.

Ves despertar al sol, acostarse a las estrellas;

sorprendes las primeras pinceladas en el horizonte,

las últimas lágrimas blancas sobre las piedras;

las casas, calientes madrigueras de adobe,

dibujan, a lo lejos, toscas siluetas;

huyen los árboles

de la hambrienta velocidad asesina.

Solo la carretera, impasible, en líneas

rectas interminables persiguiendo el cielo.

Ni pájaros, asustados, ni viento, humillado;

frenos (velocidad), bocinas (velocidad).

Un largo viaje para escuchar los lamentos

de olas ahogadas en aceite y suciedad;

modernas sombrillas ocultando

soledades bajo olorosas cremas;

bancos comidos por el salitre

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reposando dolores de corazones enfermos;

y bares, muchos bares, espaciosas cafeterías

oliendo a plato combinado...

De regreso, los gritos en la maleta,

escoges parada y entras en el edificio

cual soldado, en los límites del esfuerzo.

En cada peldaño de la fría escalera,

de otras épocas y otros deseos,

está escrito este lema:

“No abandones; sigue.”

Por la abertura de una ventana sin cristal

ves al cielo lavarse, el vestido verde

de los montes; oyes al viento susurrar

en los árboles, al pájaro pregonar su canto

festivo sobre el tapial,

palabras de hombre en la lejanía...

Comprendes ahora por qué las sendas

nunca mueren; por qué alguien

contempla el mundo desde la dulce

rendija de un monasterio donde

se ha refugiado la belleza para perpetuar su esencia.

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INFANCIA

Para Tasio y María, su hija

Acudes una tarde de julio,

como cada año, allí, donde

has enterrado tu infancia para siempre,

y, de pronto, un río de cristales

va cortando tu cuerpo, sientes el escozor

de sus puntas, las heridas:

han derribado el nogal del patio,

ni resto de su sombra materna.

En un instante, pasas de joven a anciano,

cambias el aro por la cómoda butaca.

La juventud, la madurez, una vez se viven,

pasadas, mueren, y no regresan nunca;

la infancia no marcha, está ahí,

esperándote: con agua para tu sed,

con alimentos para tu hambre.

¡Buen guardián en alerta!

Ningún hombre sin infancia,

leemos en los libros de la vida:

domina el juego, el presente;

ríe la alegría, ahuyenta la pena;

triunfan los sueños, las promesas;

no hay sitio para el dolor y la pesadumbre.

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Por eso, sin infancia, en verdad, no existe

vida; solo búsqueda de la muerte.

¡Cuántas veces durmió la mía bajo

el nogal! Su sombra, amplia,

me cobijaba, me defendía de los enemigos,

crueles ogros al acecho.

Tirado en el suelo, veía caminar

a las nubes y marchaba con ellas:

a París con Pedro Delgado, a Nápoles

con Maradona, a Asia con Julio Verne...

No regresaba cansado: había dormido

en lujosos hoteles; había viajado en buen coche.

Entended por ello que me sienta

tan frustrado. Me habéis robado la memoria

y ya no sé volver.

Me habéis quitado el caramelo que

aminoraba con su dulzura mis pesares,

habéis cegado la senda de regreso,

me habéis dejado sin fechas, sin calendario.

Ah, se me olvidaba: en su lugar

han edificado un chalé. Precioso, me dicen.

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PUEBLO ABANDONADO

¿Habéis visto un pueblo abandonado?

¿Sus bombillas encendidas a las doce

de la mañana?,¿casas derruidas

dejando contemplar los secretos

mejor guardados?, ¿el cementerio, sin puerta

ni cipreses, cubierto de arbustos,

rebeldes, ante la ausencia de pasos?

Permanece la fuente fiel, sí,

con el amanecer o la noche.

Nadie la puede robar. Lo hubieran hecho,

pero el agua no olvida sus manantiales.

Yo lo vi en Palencia, al sur,

en la comarca donde el sol vigila

y el viento observa, orgullosos de su dominio.

Ante imágenes tan nítidas de paredes

rotas, de tejados sin cubierta,

recientes esqueletos sin enterrar,

sentí rabia, la rabia del impotente

en guerra perdida, y miré a los lados

buscando sorprender a alguien

a quien el remordimiento hubiera citado.

No encontré a nadie:

ni pájaros en el alero ni cigüeñas en la torre.

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Sólo el llanto sucio de una muñeca entre

las ruinas y la tenue queja de una esquila a lo lejos.

Nada más.

Silencio, soledad, desconfianza, temor,

caminos burlados, calles andadas por montones

de tapial, de adobe, amasados por la lluvia...

Al regresar, huyendo de los ladrones

de tumbas, recordé mi propia historia:

¿puede ser la tierra tan ingrata que expulse

a sus hijos?, ¿tan mala madre

que les niegue alimento?, ¿tan austera

que no deje brotar la sonrisa, el amor?

No, no conozco madres tan crueles.

A veces te castigan, te niegan

el pan, hielan el vino, mas nunca se agotan

sus ubres ni venden en subasta su dulzura.

Por eso lamento esta ingratitud,

este olvido de hombres sin infancia, sin memoria,

que ni siquiera en verano

limpian el polvo de sus raíces.

¡Pocas cosas verás en el mundo más tristes

que un pueblo asesinado en la llanura!

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PASEO DEL RÍO

No queda cerca el paseo del río,

más bien al contrario, bastante lejos:

una senda cobarde, entre olmos y zarzales,

te conduce; bancos de madera

invitan a sentarse o a mirar el agua,

siempre vestida de sorpresa.

Allí pasea la soledad con capa negra,

labios pintados, un libro en la mano;

el joven intrépido, rebosante de luz,

en la mente una maleta de viaje;

allí suda el parado su mala suerte

por el estrecho sendero de la esperanza;

allí reposa la duda el anciano

temiendo de la noche sus huellas;

la mujer, madura, llena de años

y de misterios, apoyada en la espera;

o el señor con traje, gritos y dinero, esconde

su codicia bajo la sombra muerta de la acacia;

o el amor vestido de gala sobre la barandilla,

prestando sus ojos a la corriente…

A todos consuela el río, padre bueno:

“Conmigo corre el cielo

más azul, la tarde

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más roja; yo arrastro el perfume

de la rosa más tierna, del jilguero

su canto, el arrullo de las hojas,

las palabras en forma de botella

y los sueños en carro rizado.

Ven hasta aquí.

Encontrarás para tu herida el bálsamo,

el alimento de tu promesa. Ven.”

Y el río se aleja burlón,

tirando de la carga, orgulloso

de que mañana alguien se acerque hasta su cauce

y deposite sobre él su cesta.

Otra vez habrá cumplido su misión de escape

para vidas en carrera, sin vallas en la pista.

32

CALZADA

Sé de la sequedad de tus tierras,

de tus páramos, de tus antiguas cañadas,

pero así te quiero;

sé de tus fuentes, escasas, de tus valles,

de tus viejas encinas y de tus robles miradores,

pero así te quiero;

sé de tu carácter, esquivo, de envidias,

de luchas y derrotas diarias,

pero así te quiero.

Sí, así te quiero, con mi alma,

que es la tuya, con tu alma,

que es la mía, la de todos.

Naces con un sabor en la boca;

pronto reconoces el aire que respiras,

el olor del negrillo y de la palera;

distinguen tus oídos la música

de jotas, carros, máquinas labradoras;

el adobe acostumbra a tus ojos,

y las oscuras tejas y el tapial solidario.

Conjuntamente tiran de una cuerda,

que tú no ves, pero existe;

siempre empujando en la misma dirección.

33

Vinieron tiempos de trigos muertos,

y comiste pan negro, de orgulloso centeno;

a veces las viñas también cedían

ante enemigas tormentas y frías heladas,

y bebiste el agua dulce de tu fuente;

una noche oíste el grito de la ciudad, llamándote,

y acudiste, sin olvidar el camino de vuelta.

Como emigrante de país lejano, sin casa

(sólo una en la vida), regresa

en vacaciones, con muebles, con hijos,

por carreteras difíciles, por olas amigas,

obedeciendo a esa cuerda invisible que tira de ellos,

así tú, cada verano o navidad,

sientes el tirón y vuelves confiado

a regar la raíz plantada en tu suelo.

Calzada, pueblo mío,

que permitiste a los romanos darte nombre

y a los monjes apellido,

muchas sendas se anduvieron con tu pan

y con tu vino; con tus bueyes,

con tus rebaños, con tus molinos,

cuánta hambre huyó lejos.

Viste batallas, juicios, pestes,

soportaste una cárcel en tu edifico más glorioso,

permitiste caminar por tus calles

34

a hombres rubios, en peregrinación santa,

les diste aposento y ermitas donde rezar.

Repartiste tierras, suertes,

cuando cedió el yugo que te oprimía

y creciste, junto a la libertad y los sueños.

Fueron años favorables, jóvenes,

volvieron tus fiestas, tus bailes;

se llenaron los barrios de chiquillos,

el viento acercó silbidos de trenes nuevos;

llamó la carretera, y la abriste;

y la radio, y el teleclub con chimenea francesa…

Te duelen los años, lo sé.

La historia pesa tanto que muchos hombres

no soportan esa carga,

y se doblan cual cañas verdes.

Limpiaremos tus heridas, las curaremos

con pomadas de ternura, con hierbas olorosas.

¡Qué hijo no atiende al padre enfermo!

Encontrarás otra vez la juventud.

Los pueblos no mueren, si no lo hacen sus gentes;

se debilitan, sufren de olvidos, de rencores,

mas, en última instancia, queda la cuerda,

que tira, tira de ti, y de mí;

por eso volvemos, como la primavera, en marzo.

35

PARADOJA

¡Qué difícil ser libre

sin saber para qué sirve la libertad!

Poder andar las calles, visitar

ese museo señalado en los libros,

detenerse ante los escaparates, los palacios,

y no hacerlo porque no te lo exige tu espíritu

tanto tiempo inerte;

abandonar la ciudad, a la que temes,

y encontrar una nueva, con distinto aire,

donde nadie te conozca o descubra tu pasado,

y no atreverse: la estación de autobuses

queda lejos para alguien sin dinero;

penetrar en las plazas, en el jardín de la fuente,

ocupar un banco y hablar de la lluvia

o del paro , que destacan los periódicos,

pero no conseguirlo: los presos nos sentamos

en bancos solitarios, sucios o rotos.

Mañana regresaré a la cárcel, mi casa,

allí he vivido los últimos veinte años,

y pediré que me permitan continuar

como un preso sin condena, en vida muerto.

¡Qué paradoja: por la libertad mueren

algunos y a otros nos mata!

36

LA ACTRIZ

Entraría en tus ojos

para ver lo que tú ves,

mujer anciana, actriz,

a quien hoy he conocido.

Sabría entonces por qué

esa tristeza -fiel compañera

de habitación- te acompaña

en cada acto, como si fuera

tu vestido, tu agua y tu pan;

el porqué del silencio,

hielo encendido, que quema la casa

donde fotografías varias

alumbran paredes cremas, oscuras;

por qué el cabello blanco,

que comunica al viento tu edad,

no se rebela contra el olvido,

ni lucha contra la desesperanza.

Sabría, de verdad, qué planta crece

en tu corazón, si algún día

tendrá flores, verde musgo

en invierno, mujer, actriz sin escena.

He leído tu historial:

películas, grandiosas películas, en pantalla

37

grande mostrando tu figura esbelta;

célebres obras de teatro

ante viejas butacas de terciopelo;

televisión, radio, programas

de chicos y mayores, día y noche,

alargando las horas para que nunca acabasen…

Aunque no puedo entrar

en tus ojos, comprendo la derrota,

el hastío de los días con espejo.

Sin embargo, te diré que la añoranza,

los recuerdos no cansan más

que el anonimato, la rutina de los trabajos

mudos, sin brillo.

Morir, sí; sin huellas, no.

Busca siempre la eternidad.

38

DIÁLOGOS BREVES

“Háblame del amor”.

Pedía una joven a un viejo

lector de novelas.

“Háblame”.

No lo busques en fiestas de oro,

de luces nerviosas, de músicas

desesperadas, furiosas.

No lo encontrarás.

El amor viste harapos, carece

de nombre, de voz.

Si lo buscas en la principal calle,

por donde pasean los amores

sus mentiras, viejas y nuevas,

noble balcón de furtivas miradas.

No lo encontrarás. No calza zapatos

de sonoras suelas; zapatillas

calladas que apenas oirás.

Tampoco descansa en el jardín

de lunas redondas en noche

cálida, oyendo los rezos del agua

sobre las ásperas piedras.

39

No lo busques ahí. No lo encontrarás.

Ni en el valle, ni en la rosa

reciente de la mañana, muy hermosa sí.

No está en el rostro joven, ni en los ojos

grandes, ni en los labios que inician

sonrisas de convocatoria,

ni en tu figura, elegante mujer de vestido rojo…

En verdad, no sé dónde se esconde,

por eso no te envío a buscarlo.

Lo reconozco por el dolor que provoca,

intenso, constante despertador

de sueños, de todas

las promesas no cumplidas

que escarban nuestra memoria.

40

RÍE ASÍ

Me gustas cuando ríes:

porque te brillan los ojos más que nunca,

porque aparece un oyito en tu barbilla,

porque tus labios se despegan

cual alas de mariposa;

porque enseñas tus dientes, pequeños, brillantes,

por el penetrante sonido de tus carcajadas

cuyo eco invita a compartir;

por el ligero movimiento de tus manos

queriendo apresar esa dicha momentánea,

porque se ensancha tu pecho

y se mueve, rítmicamente, tu cintura.

Ríe, ríe, Carmen.

Bebe agua de alondra,

come pan blanco de ángel,

y tu risa no cesará;

crecerá, crecerá sin detenerse,

agua de mar, arena de desierto.

Sé que el día tiene veinticuatro horas:

a veces cosidas con resistentes hilos de bramante;

otras rotas, pisados trozos de papel.

41

No obstante, las derrotas nunca engendran derrotas,

sino victorias, orgullosas victorias.

Ríe, ríe entonces, Carmen.

42

CERCANA VEJEZ

“No soy viejo”.

Lo proclaman tus ojos -vigilantes

como la aurora en primavera-;

me lo dicen tus manos -siempre hablando-;

tus piernas, la delgadez de tu cuerpo;

pero, sobre todo, tu pretensión de aprovechar

cada jugada en la ruleta diaria.

No es fácil mirar para adelante:

la meta está en la nube blanca;

abandonar los caminos angostos:

detrás de la montaña, la carretera;

olvidarse de las heridas, clavos de acero:

allá, en aquel valle, crece la fortuna.

No es fácil estrenar vida nueva

después de haber gastado tantas vidas.

Conozco hombres nacidos dentro de un pozo

cuyas aguas precisan extraer.

De esa agua bebe la sonrisa;

con ella se lava las manos la esperanza;

humedece los corazones más agrietados

para que en ellos crezca el trigo;

en su cama de plumas duerme

43

el cansancio del caminante;

y aún queda agua que la lenta

noria del dolor no consigue secar,

porque este pozo no es profundo, ni artesano,

pero sí tiene manantial.

No obstante, a los setenta debes

preparar el equipaje, comprobar

las cuentas, limpiar los zapatos -dicen.

La muerte no avisa:

un segundo, ladrón insaciable, basta.

Le ofrecerás tu agua, tu juventud,

mas la muerte se baña en otras lagunas

putrefactas donde solo crecen zarzales.

No eres viejo, en verdad;

sin embargo, has cumplido setenta años

y ha sonado la campana, la última,

aunque tú, jovenzuelo, no la oigas.

44

DE LA MANO

Choqué contra la Poesía una tarde (17 horas),

en clase, mientras don Antonio

recitaba La vida es sueño.

Una voz grave, eco del tabaco,

retumbaba en aquel lugar de techos altísimos

como toque muerto de campana.

Los comentarios, los ruidos constantes, la impaciencia

habían sido reemplazados por el silencio solidario, la quietud,

por el placer de lo inesperado, de lo especial.

Aún oigo en mi cerebro aquellos

versos trágicos masticados por el hombre de ojos ocultos.

Desde aquel día -afortunado día-,

no he dejado de conocerte, de visitar tus santuarios,

de amarte un poco más, joven inocente

que ha encontrado el amor verdadero.

Poesía, egoísta Poesía, tuyo ya.

Laberinto sin reglas, del que no se consigue

salir; droga dura que te domina

al instante; embrujo, magia, alcohol,

fe, rezo, Dios…,

todo, junto y separado, Poesía.

45

Sin embargo, a veces quisiera

abandonar esa cárcel opresora, que no conoce

días festivos ni descansos, porque

pides –más bien exiges- tributos

con frecuencia no pagados.

No resulta fácil presentarte en sociedad,

ni vestirte con las ropas adecuadas.

Temo que digas algo inoportuno,

ruborizante, que despiertes

viejos secretos dormidos.

A pesar de ello, te perdono:

he olvidado tu crudeza, tu atrevimiento,

la sinceridad de la palabra caliente

y el hielo del dolor frío;

tus salidas nocturnas, tus fiestas,

tus viajes de luna llena

y tus visitas de noche negra;

he justificado tus infidelidades –tienes

que atender a muchos-; tus resistencias,

los olvidos en largas temporadas

y tu permanencia agobiante en otras.

Poesía, arma dulce en guerra permanente,

continúa luchando, haz de cada hombre

46

un soldado consciente, y de esa manera

el mundo sentirá tu presencia,

el valor indeleble de tu firma.

Poesía, fiel compañera de moradas solitarias,

de la mano siempre.

47

HOGUERA DE SAN ROQUE

15 de agosto, son las doce,

en el lugar acostumbrado, junto al puente,

vigía cercano de aguas dormidas,

una hoguera, la hoguera, enciende

la noche, rompe el silencio de los juncos.

En filas desiguales, ejércitos de manos,

jóvenes, viejas, egoístas, solidarias,

arrastran temblores de encina

camino de la muerte preparada.

Mientras, el aire se nutre de lamentos

verdes y los ojos expectantes, en círculo

oscuro, observan cómo, en un instante, enmudecen

intensos silbos, lenta caída.

Pronto el humo cubre el riachuelo,

apenas resaltan ya las lucecitas

del tiovivo, la orquesta, -callada-,

la esbelta sombra de la torre…

El humo todo lo llena, transportando

en su mochila los ruegos, las preces

de corazones humildes que anhelan

amparar su buena suerte;

o cambiarla, si hubiera sido esquiva.

48

Y así, año tras año, cual el primero,

esta gente reproduce confiada

la misma imagen, el mismo deseo:

que en el próximo San Roque nos veamos

para unir nuestros ojos, nuestras peticiones

en este fuego que ahora nos quema,

aunque todos sepan que al año venidero

alguno faltará, como de costumbre.

A la mañana siguiente, la hoguera,

fiel, continúa quemando restos.

Nadie retirará esos alimentos hasta

que no haya quemado la tierra, profundamente.

Sólo así los quintos del noventa sabrán

dónde la colocaron los del ochenta y nueve.

Y una vez más el pueblo, alma unida,

en 15 de agosto, a las doce en punto,

llevará ojos y deseos al lugar acostumbrado.

49

HOJAS EN EL JARDÍN

A través de la ventana, espejo limpio

donde se pinta el jardín sus labios,

unos ojos jóvenes contemplan

persecuciones, huidas, torpes luchas

que el viento organiza, impasible,

entre los huéspedes más débiles del otoño.

Una hoja, ya seca, peregrina sin

santuario, inicia el camino:

atrás queda la juventud, verde,

la carne fresca, la brillantez de su cuerpo…

Del sol, vestido de fiesta, descanso para la luna;

sobre ella deposita la aurora su primer beso

celosa del último abrazo de las estrellas…

Sin embargo, hoy, todo se muda y el ciclo

de la vida se cumple de nuevo.

Golpea la lluvia sobre el cemento

como látigo de mil cabezas, arrastrando

en cruel carrera los despojos del tiempo;

reproduce el aire su canción guerrera,

a cuyo ritmo bailan todas las muertes.

Nada puede el sol, enfermo de nube,

ni la luna, temerosa en su cueva,

50

ni siquiera las estrellas, cobardes,

bajo la capa negra de la noche.

Mañana, después de la derrota, cual

soldado sin armas ni fronteras,

esa hoja solitaria abandonará su madriguera

en busca de la estación término,

en cuya sala de espera comprará el billete

para el tren rápido del fuego.

Pensaba el hombre de ojos jóvenes,

apoyada su frente en la cristalera

de una gris ventana de hospital.

51

ESTATUA EN LA PLAZA

Plaza de todos, ahí, entre pasos

ligeros, como despojo de la noche,

muere una estatua desde años.

Su cuerpo enorme, atleta en reposo,

no se levanta sobre soporte alguno,

la fría acera de cemento sufre

pacientemente su peso de gigante.

Observa sus ojos, cántaros vacíos,

sus cabellos, las barbas rizadas

de personaje mitológico o dios romano,

los músculos vigorosos de piernas y manos

en postura inquieta, violento escorzo,

simulando dolor, deseos

de marcha, de segura huida.

Cuando pases por este lugar,

colócate a su sombra y vigila:

para que sobre ella no orine el perro

caprichoso de la señora de labios rojos;

ni el señor de traje gris apague

sobre su pecho el molesto cigarro;

que los niños no coman el bocadillo

en su cintura, luego vendrán las palomas

y le harán cosquillas con sus picos;

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ni los jóvenes se hagan fotografías abrazados

a su cuello, burlas de colegiales haciendo novillos;

que los coches no la manchen con sus humos,

hace unos días hubo que cambiar su vestido;

en fin, trátala con respeto, con delicadeza,

como a imagen selecta de museo.

Ella todavía no habita los libros, las bibliotecas,

pero sí es arte -callejero-, pero arte,

por tanto no está muerta, vive.

posee sentimientos, alma,

el alma y los sentimientos de la belleza,

que, según opinan los entendidos, son eternos,

y ya sabes qué hacer con la eternidad.

53

LLUEVE SOBRE LEÓN

Hasta ayer, octubre, ajustador

de cuentas con la vida, paseaba perezoso

por sendas de sus dominios,

comprobando cómo las vides muestran maduros

sus frutos, cómo los árboles se despiden, pausadamente,

de las hojas, ya amarillas.

Hoy, sin avisar -negros espejos

en el horizonte-, la cólera acostumbrada ha vuelto,

escapándose de la cárcel los ríos,

presos, sin alimento, desde hace meses.

Ahora comprendes el dolor de las ramas,

agitándose, por la pérdida de sus hijos,

el silencio del jardín, verde caja fúnebre,

sentado en bancos de madera, en el carrusel;

sólo la tierra ríe -escucha su risa-

llenando el vientre de primavera,

y el recuerdo, transporte preferido de la lluvia,

llevándote donde ésta posee su reino.

Allí, en una estrecha calle, hambrienta de luz,

vive la mujer a quien tus sueños escriben.

Jueves, han terminado las clases en la Facultad.

Otro día ella no puede; trabaja muchas horas

para pagar el piso, su ropa, la comida…

54

Bajo el paraguas amigo caminamos;

llueve y el banco estará mojado.

No hay cine gratis en la Alianza.

Inauguran una exposición en Filosofía

de pergaminos, libros antiguos…

Llueve, en la ciudad de la lluvia, siempre llueve.

Los paraguas negros esconden penas o

cobijan amores. Aunque se mojen los zapatos,

el pantalón y algunas gotas repasen tu chaqueta,

nunca se humedecen las manos, entrelazadas,

más firmes con la lluvia; ni los ojos, buscándose,

ajenos a otros ojos; ni el beso, deseado,

furtivo entre pasos y prisas.

No, en el Norte el amor también florece,

aunque carezca de flores su altar,

de naranjos en flor, de azul de cielo,

de respetado paseo en la plaza…

Con la lluvia crece todo, recuerda la sabiduría

popular, y el amor no va a ser distinto,

sobre todo bajo un paraguas negro,

siendo el primero.

55

ME HUBIERA GUSTADO ESCRIBIR ESOS VERSOS

Ahora que no estás

y que no puedes conocerme -aprendiz

al encuentro de destino- te diré

que me hubiera gustado escribir esos versos.

Aquí, en esta tierra, los árboles mueren

de hastío, de soledad; les han robado

el valle, cuna verde, kilómetros y kilómetros

de cultivos sin pan, inútiles.

No hay alondras en las fuentes,

ni cantares en los caminos;

las alondras vuelan alto, y no se detienen,

los caminos, avergonzados de su monotonía, callan.

No habitan niños en mi tierra,

ni el amor crece en las esquinas más ocultas;

han huido, un tren largísimo los llevó,

y no han regresado todavía…

¿Comprendes por qué me hubiera

gustado escribir tus versos?

Oiría el murmullo solidario

de los álamos, en la alameda, comentando

las risas del viento o las burlas de la luna;

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me escondería entre los juncos para sorprender

el baño de la alondra, su limpio canto;

no dormiría por escuchar el trote

de los niños jugando al escondite;

compraría semillas, en la ermita bendecidas,

para sembrar de amoríos las calles…

¡Cómo me hubiera gustado escribir esos versos!,

y colocar mi infancia ante un espejo

para que se pintara los labios, rojos,

y se abrochara el vestido, negro,

antes de participar, mañana, en la fiesta.

57

MUJER DE MANOS DE AGUA

La mujer que yo conozco tiene

manos de agua: limpia o turbia,

fría, caliente, en movimiento o reposo.

Niña, mientras su madre despierta el sueño

de la mies madura, ella debe

saciar la sed de la tarde

con el agua fría de la fuente de agosto.

En el cantarillo de barro cocido

escribirá, al atardecer, un primer relato.

Sabe que no cumple años en la escuela,

sino cociendo ilusiones en pucheros de lata

o lavando penas en baldes de cobre.

Joven, tiende promesas al sol en campo

verde, después de frotar deseos

en la madera y prestar los ojos a la corriente

para que corra al encuentro del hombre.

Cada fiesta permite al agua, móvil

espejo donde peinarse, reflejar

su cuerpo, aún adorno escondido.

Luego regresa, envolviendo sombras

con el lazo blanco de la dulce esperanza.

58

Ya mayor, con agua templada, en caldero gris,

-antes ha vendido su rostro-

repasa los pies, deformes, con grietas profundas,

las manos, gruesas, ásperas,

y ve manar agua entre los dedos.

Se seca, pero no consigue taponarla.

Emplea otras toallas, lienzos de hilo, sábanas;

mas, al cabo del tiempo, comprende

que, con la edad, todas las mujeres heredan

manos de agua: fecundada hacia el mar.

Compañera, la historia de la mujer

se escribe con agua. Ahí la han colocado

siglos y hombres, y aunque

ha luchado con tesón, como

lo haría un nadador de largas distancias,

aún la corriente baja muy rápida,

imposible de superar a nado.

59

PRESENTE

De todos los amores que he vivido

guardo especial recuerdo

de uno no cumplido:

aquel que siendo tan profundo

siempre estuvo lejos,

pero jamás se consumió

y por eso hoy aún lo siento.

Nació de pie,

sobre el quicial verde de una puerta

de pesadas hojas.

Delante de ella pasabas

a diario, con tu carta abierta:

no sé por qué me miras,

ni por qué ahí me esperas,

cuando yo no reconozco tu existencia

ni tu expectante sonrisa.

Huyó el verano,

sus olores de fiesta y sueños.

No volví a verte:

alguien cerró mi garita de seguimiento,

tú, con seguridad, mudaste el recorrido.

Sin embargo, no he olvidado tus labios

60

gruesos, exigiendo gruesos labios,

ni tu cabello negro, en rizos

burlándose del vientecillo de la tarde.

Ahora, cuando hago recuento

de larga vida, tú apareces de nuevo,

con la misma intensidad de ayer.

Aunque nunca hablé contigo,

el amor que yo te presté, joven,

sigue vivo, alimentándose del dulce tiempo,

a diferencia de otros, viejos, gastados,

cerillas de cera, húmedas, en el bolsillo.

Si quieres que tu amor dure más que tu vida,

no lo uses, ni siquiera lo toques,

guárdalo en la cartera y de vez en cuando te dará un beso.

61

MARGA

Cada mañana, cuando preparo la cartera,

en seguida acude Marga

con su abrigo nuevo de cuadros

y su bufanda roja de lana.

Me coge de la mano e iniciamos el recorrido.

Escucho cantos de marcha,

saltos sobre charcos,

saludos brazo en alto,

hasta detenernos frente a la escuela.

Conoce bien el encerado: allí muchas

veces ha sumado quebrados;

los dibujos del libro: todos están

cuidadosamente pintados;

el cuaderno de pastas azules,

este curso más grueso que el pasado…

Por la tarde, en forma de taba,

corta el aire, verde, marrón, amarillo;

juega al jueves, moviendo la piedra

sin rozar las líneas ni el arco;

lanza al corro una moneda pesada

que ha de sacar la pequeña moneda…

62

Ya de noche, regresa a casa,

hace los deberes, cena

y se acuesta muy cansada,

después de un día a lomos de caballo.

Marga se llama el duende de mi infancia

que vive en mi piso.

Yo la alimento con migas

de recuerdos y frutas de añoranza.

Ella fabrica lo demás,

por eso no cumple años,

siempre tiene ocho.

Al lado de cada hombre camina

la sombra del niño que fue.

Vayas donde vayas te acompañan

juegos, burlas, risas…,

solo tienes que mirar para atrás

y observar las pisadas recientes.

63

VUELVES

El hombre nunca marcha del todo;

siempre vuelves.

La vida es un lento regreso,

vayas donde vayas.

Por ello nacimiento y muerte se unen;

la misma tierra nos crea y nos asimila.

Nacemos presos de una sola naturaleza

cuyos colores amamantan los años.

Así, con ese olor en el alma,

los ojos llenos, caminas,

vives, rechazando imágenes ajenas,

campos floridos, el mar,

objeto de tantos inolvidables poemas.

¿Qué tendrá la tierra para convertirse

en alimento tan necesario?

No consigue explicarlo tu mente,

es más, si se lo propone, podría

demostrar lo contrario.

Viste la luz en un lugar seco, sin soldados en el frente,

donde cada octubre enseña la encina

su suerte en forma de bellota;

ahí la palera, el joven negrillo

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juegan al corro en los valles

mientras los chopos del plantío,

las vides de la llanura, risueños,

muestran su galas al cierzo de la tarde.

Siguiendo antiguos consejos, buscaste

otros lugares, húmedos, variados,

en los que la mirada se detenga

y la nariz reviente de dicha.

En efecto, altivos álamos rompen

tu paso, alegres palmeras al sol,

todas las flores, en surco, visten

ropajes verdes, amarillos, rojos…

en la vieja mañana de cariñosa mano.

Sin embargo, de vuelta, el coche

persiguiendo asustado el aliento de la carretera,

comprendes que con frecuencia lo bello,

lo saludable, lo distinto, no lo son

en sí mismo.

La infancia nos dice cuál;

únicamente ella dicta sentencia,

y ya sabes que esa resolución permanece

hasta el último segundo del día último.

Hacia allí te diriges,

aunque largo tiempo haya callado su dominio.

65

EN LA CALLE NORTE

En un lugar que bien conozco,

solo una calle permanece,

columna, espejo, arteria, donde

vidas y muertes se suceden

sin pausa, al descubierto.

Si a alguien quieres ver,

si algo buscas, si disparar al tiempo

prefieres, allí deberás ir,

a la Calle Norte, de insistente memoria.

Por ella corre la niñez,

en pantalón corto y vestido de volantes;

yo he sorprendido sus saltos, la permanencia

de sus juegos, las carcajadas de los globos de colores.

A veces, ya de noche, acude el joven

dolido, temiendo que el dedo acusador

de las farolas descubra secretos nuevos;

desde la mesa de mármol blanco y

pies negros, yo he perseguido muchos pasos.

También ahí el hombre de traje azul,

la mujer de abrigo claro ocultan

penas, amarguras, miedos inconfesables;

en mi cuaderno de láminas, yo

he dibujado rostros airados, la pequeñez

66

de unos ojos que contemplan de soslayo.

Eso hace la poesía, me dicen:

señalar, como el cronista de guerra,

o el fotógrafo de hambrunas.

Quejas y aplausos, el dolor desnudo, la alegría,

el silencio y la música, las dudas, las promesas,

los olvidos… Todo pasea

por la Calle Norte. Observa y apunta.

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III. EPÍLOGO

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EN LOS DÍAS CLAROS

En los días claros,

y más en los oscuros, la vida

no se queda en casa.

Yo la he visto en el prado

tender el dolor más húmedo,

esperar a que bien seque,

la tarde ya vencida,

y guardarlo en cesta de mimbre.

Yo la he visto en la alameda redonda

colgar la alegría reciente en las ramas de los árboles,

llamar al viento y exigirle que extienda

sus gritos, el júbilo de la conquista,

para luego, la noche en la puerta,

esconderla en bolso de cuero.

En los días claros,

y más en los oscuros, la vida

no se queda en casa.

Tú también la has visto ¿verdad?

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ÍNDICE

I. Prólogo

Cuesta Entender la vida

II.

Dibujos y versos

El escritor

Con viento de cara

Desde la orilla

Tu regreso

Cumpleaños

La muerte me hizo un regalo

Tiempos modernos

Otra vez

Viaje a Cantabria

Infancia

Pueblo abandonado

Paseo del río

Calzada

Paradoja

La actriz

Diálogos breves

Ríe así

Cercana vejez

De la mano

Hoguera de san Roque

70

Hojas en el jardín

Estatua en la plaza

Llueve sobre León

Me hubiera gustado escribir esos versos

Mujer de manos de agua

Presente

Marga

Vuelves

Calle Norte

III. Epílogo

En los días claros.