en las casas de marÍa - domus mariae · el sufrimiento. el mismo cristo pidió que pasase de Él...
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Número 289
Mayo 2019
EN LAS CASAS
DE MARÍA
“La Madre dijo a los servidores: Haced lo que Él os diga…
Jesús les dijo: Llenad las tinajas de agua”. (Jn 2,5.7)
DOMUS MARIAE
C/ Andrés Mellado, 84 – 5º. I, escalera B
28015 Madrid
PASCUA: TIEMPO DE ANUNCIO VALIENTE.
En lo que llevamos del Tiempo de Pascua hemos escuchado varias veces que los discípulos estaban “con la puertas cerradas por miedo a los judíos” (Jn 20, 19), hemos visto su incredulidad ante las palabras de los testigos que se habían encontrado con Jesús resucitado; pero hemos visto, también, cómo, a pesar de todo esto y de su historia anterior de infidelidad en el momento de la prueba, Jesús cuenta con ellos para la gran misión de continuar su obra: “Como me envió mi Padre, así os envío yo” (Jn 20, 20b).
Nosotros, en este mes de mayo, podemos estar en una situación parecida a los discípulos: amedrentados por la sociedad adversa que nos rodea, por la increencia que se envalentona, por nuestra propia indigencia y, sin embargo, como aquél primer día de la semana, Jesús se presenta en medio de nosotros y, viéndonos atemorizados, nos tranquiliza: “Paz a vosotros” y nos muestra, en su cuerpo resucitado, las marcas de la pasión que ahora ya son sólo testimonio que grita su triunfo sobre el maligno, el dolor y la muerte; así, reforzando nuestra fe, recobramos la alegría y volvemos a escuchar su voz tranquilizadora: “¡Paz a vosotros!” y la misión que nos encomienda: “Como me envió mi Padre os envío yo”. Sí, no os quedéis encerrados -nos dice Jesús en esta hora-, cuanto más adverso sea el entorno mayor responsabilidad tenéis de llevar la Buena Noticia del Amor del Padre, del hecho certero de que yo, “El que soy”, soy el único salvador y que, precisamente, esa realidad es la raíz de toda persecución, por parte de los salvadores de turno. Sí, no temáis: sois una pequeña semilla que tiene como vocación llegar a ser gran árbol acogedor; sois luz que tiene que brillar en medio de las tinieblas del descreimiento, de la soberbia, del egoísmo, de la mentira…; sois levadura que tiene que transformar la masa amorfa del hedonismo y del relativismo. Sí, superad vuestros miedos, porque “yo -el Emmanuel- estoy con vosotros todo los días, hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 20b). Y no olvidéis: vuestra arma es el Amor, que llega hasta dar la vida. Nuestra Madre, también presente, nos susurra: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2, 5).
PEREGRINACIÓN AL CERRO DE LOS ÁNGELES – Lunes, 20 de MAYO
Retiro Preparación Ingreso-Compromiso En el aniversario del Fallecimiento de D. Feliciano Gil de las Heras
Dirigido por D. Juan Bautista Granada Marín
Lunes, 3 de Junio de 2019 18:30 h. Eucaristía – Rezo de Vísperas – Meditación. (Capilla de la 3ª Pta.) 19:15 h. Testimonio de los miembros que hagan su ingreso o formulen su compromiso (Salón de actos)
Templo Eucarístico San Martín. C/ Desengaño, 26.
Resumen Retiro Mensual de Marzo. D. Juan Bautista Granada
Tomando pie de una conversación en el hospital en que hablaban de cómo siendo el mismo en lo físico, soy distinto cuando estoy lleno del Espíritu de Dios, explicaba como en
ese sentido podemos hablar de nacer de nuevo. Cuando tenemos ese Espíritu, los problemas no nos derrumban, se sale adelante con fuerza renovada. Pero si estoy tibio es
R e c u e r d a : w w w . d o m u s m a r i a e . e s
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cuando me derrumbo. Cuando nos abrimos al Espíritu, nos dejamos iluminar y salimos adelante. Nicodemo reconoce a Jesús como Dios porque hace los signos de Dios. También nosotros, a pesar de nuestras debilidades, pecados y oscuridad podemos hacer esos signos, haciendo el bien, teniendo una palabra de aliento. Lo vemos en los discípulos que no tenían fuerza, tenían miedo y la fuerza se la da el Espíritu de Jesús resucitado. Qué fuerza grande es esa del Señor que ya no temen ni persecución, ni naufragios, ni muerte. Pero a nosotros a veces nos pasa lo que a los de Emaús, que lo ven y no lo reconocen, incluso cuando dicen que las mujeres habían traído la noticia, porque no han comprendido las enseñanzas del Maestro, como tampoco Pedro. Tienen que recorrer un doble camino de ida y vuelta. Han dejado a la Comunidad y caminan tristes y desilusionados porque el plan que ellos tenían no se ha cumplido, es más, ha sido un fracaso. El ideal ha quedado sepultado en la tumba junto con el Maestro. Tiene que presentarse Jesús y ellos en sus palabras y en la fracción del pan lo descubren y llenos de vida vuelven a Jerusalén y, de nuevo, en la comunidad se llenan de fuerza y salen. Que nosotros nunca abandonemos la comunidad. Porque podemos ir apartándonos de esa comunidad y es en medio de ella donde Jesús se hace presente en los Sacramentos. A Pedro, Jesús le dijo que lo comprendería más tarde y a Él, como a los de Emaús, les abre el entendimiento. El victimismo nos lleva a la depresión y a la muerte. Cómo esto no tiene solución, yo me voy y, si me quedo, vivo al margen porque esto ya no tiene solución. Quedarnos en el lamento no sirve para nada. Por mal que lo veamos, lo difícil
que nos parezcan las situaciones, peor lo tuvo el Señor. Es en Él en quien tenemos la fuerza. Por la cruz a la luz. Esto es un periodo transitorio en el que tenemos que comprender y celebrar con la fuerza que viene de Dios. La Comunidad es que Jesucristo está en medio de nosotros. Es el Señor el que une, porque es el que te dice que ames, que perdones… La Palabra de Dios es la que nos ilumina y a la que nos tenemos que adherir. Y es la fe la que nos hace vislumbrar una vida mejor. Lo que tenemos que anhelar es la vida en Cristo. Vemos cómo los discípulos eran tercos y no comprendían. Pero como ellos, cuando vislumbramos, comprendemos y aceptamos, vemos la luz. Muchas veces pensamos que llegamos al Cielo no se sabe cómo, pero al Cielo se llega por la cruz. En varias ocasiones Jesús les había anunciado su pasión y resurrección y así se lo recuerda: “era necesario que padeciera eso y entrara así en la gloria”, pero su idea era otra: “Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel”. Hay dos realidades, la de aceptar la voluntad de Dios y la de vivir al margen. La Cruz en la Resurrección no desaparece sino que es el gran signo de la victoria: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos: trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente” (Jn 20, 27). Yo estoy llamado a ir al Cielo. Creer en la Resurrección es creer que voy a donde Cristo está. Tenemos que comprender y vivir esa esperanza: Dichosos los que crean sin haber visto. Y aunque esto fuera una mentira yo soy más feliz que tú, me ayuda a vivir como persona. La vida eterna se ve ya aquí. El Señor te la da a saborear en esa creación buena que ha hecho para nosotros. Pedimos al Señor que nos haga vivir como hijos de la luz.
Ejercicios Espirituales. Resúmenes de las charlas Continuamos la publicación de los resúmenes de las charlas de los Ejercicios Espirituales.
6ª Charla. LA VIDA PÚBLICA DE JESÚS
San Ignacio propone la meditación de las dos banderas en el
corazón de los Ejercicios. Esas dos banderas son Cristo y
Lucifer. Nuestra vida espiritual es un combate, para ese
combate S. Ignacio recomienda: pedir conocimiento interno
para detectar los engaños del demonio. En ese combate se nos
pide que nos situemos. San Lucas (9,55) dice: “No sabéis de
qué Espíritu sois”.
En el primer domingo de Cuaresma se nos proponía el
evangelio de las tentaciones. La primera tentación hace referencia a la avaricia, aquella del pueblo que caminaba por
el desierto y pide pan. El maná será la respuesta de Dios.
Jesucristo, cuando multiplica los panes y los peces, también
dirá: “Me buscáis no por mí, sino porque comisteis pan hasta
saciaros”. Es la tentación del éxito fácil, de que la gente
quede contenta, se le resuelvan sus problemas. Y ante eso el
Señor nos dice que hay que desear el único pan: “No sólo de
pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca
de Dios”.
La segunda es la vanidad, la impaciencia, el no soportar la
espera, el deseo de controlarlo todo, la inmediatez. Y ante
eso, el Señor nos dice que Dios tiene sus tiempos, que no son los nuestros. Por eso en las situaciones como la pérdida de fe
de los hijos, hay que ponerlo en manos de Dios con fe,
porque quizá sus tiempos no sean los que nosotros deseamos.
La tercera tentación es la de la idolatría. Le quieren hacer rey
para que satisfaga sus aspiraciones. Es el cristianismo de baja
intensidad, el de la Iglesia que pretende ser aceptada y dice
un mensaje que no suscite muchas críticas, para que la
sociedad no se sienta molesta. Pero el Señor, cuando quieren
aclamarlo rey, se retira. Ya llegará el momento que será la
Cruz. ¿Qué sería un Dios que viniera a satisfacer todas
nuestras necesidades? Un Jesucristo que en todo nos
satisface. No se trata de ir a la iglesia para satisfacernos,
incluso en la espiritualidad. Hay que dar un paso más y cargar con la bandera de Cristo.
También son idolatrías tener un dios perfeccionista, tirano,
exigente; un dios látigo que nos causa angustia, porque un
cristianismo que me cause angustia no es verdadero, no es
válido: Cristo nos trae paz. O tener un dios sádico que
necesita sacrificio y sufrimiento. El sufrimiento llega y
entonces tendremos que acogerlo desde Cristo. No queremos
el sufrimiento. El mismo Cristo pidió que pasase de Él aquel
cáliz. Tampoco es el Dios verdadero un dios comerciante, al
que le doy algo a cambio, ni un dios personalista que yo me
hago a mi medida, o un dios facilón, abuelo, que todo lo
tolera. Nosotros queremos el Dios de las bienaventuranzas, de la
gratuidad, del amor incondicional, de la libertad, porque
“para ser libres nos ha liberado el Señor”. Si Dios me ha
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hecho libre, que no me deje esclavizar por personas o
instituciones. El Dios pascual, que se entierra como el grano
de trigo para dar fruto. El Dios del consuelo: “Venid a mí
cuando estéis cansados y agobiados y yo os aliviare”.
Damos un paso y nos situamos en el Jordán, cuando Jesús se
pone a la cola como un pecador más. Y se abre el cielo: “Este
es mi Hijo amado”.
La duda de Juan nos recuerda a la de Pedro en el lavatorio de
los pies. Hay una resistencia. Jesús no necesita purificarse
pero quiere hacerse en todo semejante al hombre, excepto en el pecado.
Jesús va recorriendo su vida al ritmo del Espíritu y esta es
una manifestación más, después de los 30 años de vida
oculta. Y esto nos enseña también que la vida no está hecha
sólo de acontecimientos extraordinarios sino también en la
cotidianeidad. Ahora regresamos a nuestra vida cotidiana y
esos 30 años de vida oculta de Jesús nos dan muchas
lecciones: santificar la familia, el trabajo, todo lo cotidiano.
Elige a los Doce y les da una misión (Mc 3,13-19), los llamó
porque quiso, para estar con Él y enviarles y para expulsar
demonios. A nosotros nos llama también a esto. Cómo hoy nosotros estamos aquí, en todas las casas de espiritualidad
hay grupos que también están haciendo unos Ejercicios. Si
toda esta gente que hacemos Ejercicios Espirituales nos
lanzáramos con verdadero espíritu de fe, de alegría, algo
cambiaría en nuestro mundo cotidiano. Todos estamos
llamados a consolar, a alentar, a estar ahí, como discípulos
del Señor. A expulsar demonios del egoísmo, de la injusticia,
la indiferencia, la mentira, la hipocresía..., que nos
acompañan o acompañan a los que queremos.
Jesús a todos trataba bien, incluso al que le abofetea, o a
Judas, el traidor, también cuando le entrega con un beso. Hasta a Herodes y Pilato. Por supuesto a sus discípulos, cada
uno con su circunstancia. El corazón de Cristo con los
pobres, los enfermos…
Aprendamos de ese corazón de Cristo que derrama lágrimas
ante el sufrimiento. La bondad y el amor de Dios con los
humildes, los sencillos. Aprendamos a ser amigos de sus
amigos, la bondad, sus miradas… A rezar. El modo nuestro
debería ser el modo de Cristo.
El sermón de la Montaña. Es el centro de todo el mensaje
de Jesucristo y por tanto del cristianismo. En él nos deja el
Señor lo que quiere de nosotros. Las Bienaventuranzas son
como el autorretrato del Señor. Cuando dice: Bienaventurados los pobres, Él, siendo rico se hizo pobre, el
Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza. Los que
sufren: Él es el siervo de Dios sufriente. Los mansos: Venid a
mí los que estáis cansados… yo soy manso y humilde de
corazón. Los que tienen hambre y sed: Yo soy el pan de la
vida, el agua viva. Los misericordiosos: Se compadeció de
ellos porque iban como ovejas sin pastor. Los limpios de
corazón: es el cordero sin mancha, el que no conoció pecado.
Los pacíficos: Mi paz os dejo, la paz os doy. Los
perseguidos: El discípulo no puede ser más que el maestro.
En medio de ese sermón, parábolas como las de la sal y la luz. Es una nueva forma de hablar, nadie ha dicho nunca
palabras como aquellas: “Habéis oído que se dijo, yo en
cambio os digo…” Hay un cambio en todo, de mentalidad, de
decir, de plantear una Ley nueva: Amad a vuestros enemigos,
rezad por los que os hacen daño, sed perfectos como vuestro
Padre celestial es perfecto, presentad la otra mejilla... Ahí
está la cumbre moral de todo el cristianismo.
Dichosos es una palabra que aparece en toda la Sagrada
Escritura.
Las Bienaventuranzas son como la Carta Magna del
cristianismo y también un anticipo de lo que luego ocurrió.
Hay quien ha dicho que cuando Jesús las pronunció estaba
dictando su sentencia de muerte. Es muy difícil que alguien
acoja esto, es el mundo al revés, pero hablan de la santidad de
Cristo y constituyen lo más precioso del cristianismo. A la
luz de las Bienaventuranzas deberíamos revisar nuestra escala
de valores, dónde tengo puesta mi bienaventuranza. Ahí se
pone en juego nuestra identificación con Cristo.
Todos pedimos a la vida ser felices, pero ¿cómo? Las diversas corrientes de pensamiento han dado distintas
respuestas. Pero Santo Tomás decía que la felicidad última
está en poseer a Dios.
Solamente quien hace vida las Bienaventuranzas puede
entender lo que significan.
Bienaventurados los pobres. Se ha escrito sobre si se refiere a
los pobres materiales o también a la pobreza interior,
espiritual. Bernardette, que no tenía una gran capacidad
intelectual, recibe el mensaje de la Virgen, porque es pobre
de espíritu, se considera pobre a pesar de haber recibido ese
inmenso regalo. La pobreza de espíritu es una virtud que seduce, cuando uno la ve en los demás siente su atracción. A
Sta. Teresita de Lisieux, doctora de la Iglesia, otra monja le
dijo que no sabrían qué poner en su tumba cuando muriera,
porque no había hecho nada. Eso es la pobreza de espíritu,
estar escondido, no ser significado. Está ligada a la infancia
espiritual. Es la opción por los pobres que habría que referirla
a esto, a los que sólo se fían del Señor y están abiertos a su
Palabra, los que no necesitan grandes cosas y viven fiados de
Dios.
Dichosos los que lloran, porque serán consolados. La alegría
aparente, la diversión aparente y después viene la tristeza de tantos jóvenes que no encuentran el sentido de su vida. El
mundo prefiere tomarse unas copas e incluso drogas en vez
de afrontar los problemas, pero el cristiano tiene que estar
cerca del dolor, es una señal de identidad. Lágrimas que nos
limpien los ojos, no que nos hagan volvernos a nosotros de
una manera autocomplaciente.
Bienaventurados los mansos. Hay cosas que no nos gustan
pero que tenemos que aceptarlas. Los mansos son los
creadores de paz, que empieza por estar en paz con uno
mismo. Si no estamos en paz con nosotros, con nuestra vida,
no podemos llevar paz. Personas de paz, no de violencia.
(Colos 3,12-15). Mansedumbre que a veces exige sacar el látigo, el Señor también lo sacó, porque cuando se pasa cierto
límite, uno tiene que ser firme.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia.
Cuánta gente sufriendo en el mundo, cuánto sufrimiento por
las injusticias, por los tiranos del mundo; cuántos que
banquetean cuando otros mueren de hambre. No hay derecho
que por las estructuras de injusticia haya quien muere de
hambre mientras otros banquetean.
Bienaventurados los limpios de corazón. La limpieza de
alma, de corazón, la pureza de los que tienen un corazón
transparente, indiviso. Pero también la pureza de la carne, cuando términos como pureza, pudor… han desaparecido.
Cuando no se educa en una sana sexualidad ¿qué se puede
esperar? Cuando se desembrida la sociedad todo es posible.
Se trata de una relación normal en la que no se ve al otro
como un objeto de satisfacción personal.
Bienaventurados los que trabajan por la paz. Podemos romper
la paz con un juicio, con un comentario, crear divisiones…
Alejémonos de aquellos que siempre están criticando.
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Bienaventurados los perseguidos por ser justos. Tantos, como
Oscar Romero, hace poco canonizado, perseguidos por
defender la justicia. “Si a mí me han perseguido, también os
perseguirán a vosotros”. Es una señal identificativa del
cristiano.
El Padre nuestro. Tanto en la liturgia oriental como en la
nuestra decimos: “nos atrevemos a decir”. ¿Cómo decimos el
Padre nuestro? Muchas veces con la rutina de una lección
escolar e irresponsabilidad, sin experimentar emoción alguna,
cuando habría motivo para en ese momento morir de alegría o de orgullo e incluso de vergüenza.
Para Tertuliano, el Padre nuestro es el resumen de todo el
Evangelio.
En los Evangelios se recogen dos versiones, la de Mateo y la
de Lucas. En Mateo después de consejos sobre cómo se debe
orar, no como los hipócritas, que se imagina que por hablar
mucho serán escuchados. En Lucas, cuando después de estar
orando, uno de los discípulos le pide que les enseñe a orar. El
Padre nuestro es un don, no surge de un esfuerzo nuestro.
La oración debe ser confiada: “Todo lo que pidáis al Padre en
mi nombre os lo concederá”; el Señor escucha, no está ajeno a nuestras necesidades (Salmo 90). Deber ser recta: pedir al
Señor que sea lo que nos convenga. Ordenada: Que las cosas
no importantes no sean lo primero. ¿Pedimos la santidad, la
salvación? Devota: Adorar con devoción, que sea con detalle,
con delicadeza. Humilde: El Señor escucha la oración de los
humildes, la oración del que lo sabe todo y siempre lleva la
razón es infecunda. Una oración que esté marcada por la fe,
la esperanza y la caridad.
Padre. Es una osadía que nosotros podamos dirigirnos a Dios
como Padre, sin adjetivos, porque los adjetivos vendrían a
romper la grandeza de esa palabra. En ella hay más que lo que significa cualquier adjetivo, que sería como ponerle
límites.
Si Él es Padre, nosotros somos hijos, aunque en realidad Hijo
solo es uno, Jesucristo. Por eso Él dice mi Padre y nosotros
decimos nuestro Padre. Somos hijos de Dios por el Bautismo,
el Bautismo es el que nos hace hijos de Dios, aunque no hijos
como Jesucristo, sino hijos por adopción. Cuando un padre
adopta un hijo, le da todo, pero no puede darle su código
genético, sin embargo Dios sí nos da su misma naturaleza
divina, somos hijos en el Hijo, coherederos con Cristo.
Sobrecoge dirigirse a Dios con la palabra de los niños: abba.
Por el Bautismo somos hijos, templos del Espíritu Santo. Recordar la grandeza de la filiación divina, la dignidad que
nos ha dado, nos hará confiar en el Padre y nos dará paz.
Esto exige de nosotros una llamada a la conversión. En el
Bautismo hemos recibido muchos dones, los dones del
Espíritu Santo: sabiduría, para comprender, saborear, el
misterio de Dios; inteligencia, leer en lo adentro de las cosas,
entender lo que me sucede; don de consejo, para dar la
palabra oportuna y saber recibirlo de quien puede darlo; de
fortaleza, en medio de las humillaciones, las dificultades. Y
todos los demás dones.
No estoy huérfano, tengo Padre. Dios nos prometió: no os dejaré huérfanos, estaré con vosotros hasta el final.
Benedicto XVI decía que en está sola palabra está contenida
toda la historia de la Redención. Y Juan Pablo I habló en una
audiencia de Dios como madre, lo que puede entenderse
como esas entrañas de misericordia: “Aunque una madre se
olvidara del hijo de sus entrañas, yo no te olvidaré”.
Dios como Padre es aquel que da certeza, seguridad…
Nuestro. Nuestro ser es el de Dios y por eso le debemos
adoración que, según Santo Tomás es el acto principal de la
virtud de la religión. Es maravillosa la capacidad de poder
adorar. Que busquemos el tiempo para hacerlo: estar con el
Señor nos da la vida. En ese estar con el Señor descubrimos
muchas cosas, Dios nos resitúa, descubrimos el sentido de
nuestra vida, encontramos fuerzas renovadas para hacer el
bien a los demás. Ahí el Señor nos va hablando. Es una de las
dimensiones más importantes de nuestra vida.
7ª Charla. LA EUCARISTÍA
Nos situamos en el Cenáculo. Allí Jesús pronuncia las palabras que condesan su Misterio: “Sabiendo que había
llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo
amado a los suyos que estaban en este mundo, los amó hasta
el extremo”. Nos cuesta entender ese amor llevado hasta el
extremo. Resume toda la vida de Jesús. Ama desde el
nacimiento hasta la Cruz donde dice: “Todo está colmado”,
está colmado de amor.
En ese clima de intimidad, las palabras del Señor, “a vosotros
no os llamo siervos, os llamo amigos” y “todo lo que me ha
revelado mi Padre os lo he dado a conocer”, es el momento
del conocimiento de los misterios de Dios. El Señor no ha querido guardarse nada, lo da todo e instituye la Eucaristía.
Comienza: “Ardientemente he deseado comer esta pascua
con vosotros”.
Ese “cuerpo que se entrega por vosotros”, que se entrega en
vuestro lugar, lo que tendríais que sufrir vosotros lo sufro yo.
Y que se entrega en vuestro beneficio.
“Haced esto en memoria mía”. Una memoria agradecida que
nos lleva a celebrar la Eucaristía.
Cuerpo entregado y Sangre derramada en Alianza
sacramental, que anticipa la muerte y resurrección del Señor.
Y en ese ambiente de intimidad hace otro gesto, que no entendieron y que también anunciaba su muerte, el lavatorio
de los pies. El Señor se ciñe y les lava los pies más allá de las
resistencias de algunos. Es un acto de servicio, realiza una
tarea propia de esclavos. El Señor asume esa tarea
enseñándoles que ahora el servicio será lo prioritario para sus
seguidores. También se puede ver en Él un signo bautismal:
entrar en el agua es entrar en el Espíritu, ser lavados por Él.
Orígenes refiere este gesto a las palabras proféticas de Isaías
(52,7): “Qué hermosos sobre los montes los pies del
mensajero que anuncia la paz”. En este sentido tiene una
dimensión de misión, tener los pies preparados para la
misión. Después, en el sermón de la Cena, el Señor da consignas de
alta teología y espiritualidad. “Amaos como yo os he amado”.
“El pan que partimos es la comunión en el Cuerpo de Cristo”,
dice la Carta a los Corintios (1 Cor 10,16). El Señor invita a
que en la Eucaristía no haya incoherencias, a que haya
comunidad de amor, sin divisiones.
Otro elemento importante de aquella noche es el don del
sacerdocio. Nos regala en esa tarde sus dones más preciosos:
el de la caridad, el amor al hermano, el don del sacerdocio y
el don de la Eucaristía.
En el acto de la Ordenación se le dice al sacerdote: “Considera lo que realizas, imita lo que conmemoras y
configura tu vida con el misterio de la cruz del Señor”.
Cada Misa debería celebrarse como si fuera la primera, la
única y la última. Sintiendo que a través de su pobreza Dios
viene a ser pan partido para sus hermanos, y sus palabras son
capaces de traer al Hijo de Dios.
Si celebrásemos de esa manera nuestras Misas, cambiaría la
forma de cómo lo hacemos, porque en la Eucaristía lo que
hacemos es memoria de la pasión de amor entregado de Dios
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por nosotros, el amor salvador de Dios que se nos entrega. El
amor pide estar con la persona a la que amamos. El amor de
la Eucaristía permite desarrollar nuestras mejores
virtualidades: ser más caritativos, más capaces para el
perdón, vivir la unidad, la comunión fraterna.
La Eucaristía como anticipo de la gloría (1 Cor 11,23-26), de
lo que Dios nos tiene preparado. Lo más parecido en la tierra
a lo que es el Cielo es la santa Misa: El pan del cielo que
contiene en sí todo deleite. Es el don más preciado que tiene
la Iglesia. La Iglesia vive de la Eucaristía, sin la Eucaristía no podemos vivir.
Que hagamos nuestra la Eucaristía, como algo realmente
necesario y que nos duela ver que nuestras Misas estén
vacías. El Señor entregándonos su Cuerpo y su Sangre, y
mucha gente pasa de largo. Tenemos que ser apóstoles de la
Eucaristía, animar y pedir al Señor.
La Eucaristía es el Misterio de nuestra fe. En ella se condensa
toda nuestra fe. Ante la Eucaristía, como dice el himno de
Santo Tomas, la vista, el gusto, el tacto, fallan: no dejamos de
ver y gustar un trocito de pan, pero detrás de ello se encuentra
ver, gustar y tocar a Cristo. San Francisco de Asís, cuando veía un campanario a lo lejos,
se ponía de rodillas y hacía su comunión espiritual.
Tengamos esa sensibilidad cuando pasamos delante de una
Iglesia.
Tenemos que decir lo que los apóstoles: Creo pero aumenta
mi fe, porque muchas veces nuestra fe es vacilante.
Como cristianos nos reflejamos y delatamos en el modo que
celebramos y vivimos la Eucaristía. Tanto el sacerdote como
todos nosotros.
Creceremos en Gracia si crecemos en la Eucaristía. Y la
Eucaristía es prenda de eternidad. Nosotros esperamos el cielo y lo pregustamos en la Eucaristía que celebramos.
¿Cómo vivimos nosotros la Eucaristía? Tenemos tanta
facilidad, aunque todavía nos quejamos; pero cuantos
hermanos nuestros para participar en la Eucaristía tienen que
recorrer kilómetros, o pasar largas temporadas sin poder
celebrarla. Varias horas de Misa no se les hace larga porque
van a encontrarse con Dios y con los hermanos. Sin embargo
nosotros estamos pendientes del tiempo.
La Eucaristía es la fuente de la vitalidad apostólica de la
Iglesia, de tu familia y de tu persona. No cifremos en otra
cosa esa fuerza.
El Señor se ha quedado en el pan, en el alimento de los pobres, no en otras exquisiteces. Y se ha hecho cordero,
cordero degollado, víctima por nuestros pecados.
Cuando decimos “esta Misa me gusta”, “esta sí que es
bonita”, es que no entendemos nada. El Señor es el único
protagonista, no depende de la música que haya o de lo que
nosotros hagamos, no hay Misas de primera o segunda.
Porque nosotros no añadimos nada a la celebración de la
Eucaristía. Si buscamos otra cosa, quizá nos estemos
buscando a nosotros mismos.
¿Es mi vida Eucarística? ¿Concuerda con el estilo de vida
eucarístico? ¿Caemos en el aburrimiento de ir a Misa? Es un misterio de comunión que no admite rivalidades ni
divisiones. Una Iglesia fragmentada es un escándalo. La
Eucaristía ha de llevarnos a la coherencia.
Arrodillarse es una profesión de libertad, decía Benedicto
XVI. El culto de latría que sólo Dios se merece. Arrodillarse
ante el Señor es el remedio válido contra todas las idolatrías,
porque quien se inclina ante Jesús ya no se puede inclinar
ante ningún poder de la tierra.
La Eucaristía es el don de los dones. El Señor que se entrega
todo y se queda con nosotros. Y si no comemos la carne del
Hijo del hombre y no bebemos su sangre no tendremos vida
en nosotros.
Juan Pablo II decía que hemos perdido el estupor eucarístico,
asistimos a la Eucaristía sin que nada cambie en nosotros.
Pidámosle al Señor que nos dé esta riqueza.
María es la mujer eucarística, la que llevó en su seno a Cristo,
templo y sagrario del Señor. Que Ella nos enseñe a
comprender la Eucaristía como caudal de gracia y prenda de la vida eterna.
8ª Charla. LA PASIÓN DEL SEÑOR
San Ignacio pide “sentir con dolor, sufrimiento y compasión,
porque por mis pecados va el Señor a la pasión”.
En esas últimas horas del Señor se decide la suerte de nuestra
Historia. Con la pasión del Señor se pone al descubierto lo
que hay en el corazón de cada uno. Aquellos momentos en
que quedó oculta la divinidad del Señor. Hay que pedir que el
corazón se nos dilate en agradecimiento y morir con Cristo
para resucitar con Él. Comenzamos contemplando al Señor en el Huerto, el lugar
donde se muestra el amor que Dios ha tenido al hombre hasta
hacerse pecado. Su tristeza hasta experimentar en su cuerpo
fenómenos que muestran su sufrimiento extremo, que llega a
manifestarse en el sudor de sangre. El Señor experimenta lo
que nosotros podemos experimentar ante la muerte: miedo,
lágrimas, confusión…
Estamos ante una de las escenas más desconcertantes del
Evangelio: “Triste está mi alma hasta la muerte”. Es difícil
saber qué experimentó el Señor: “Aun siendo hijo, aprendió
sufriendo a obedecer…” (Hb 5,7-10). El Señor mendiga compañía. Los judíos rezaban erguidos,
sólo en momentos excepcionales de dolor extremo lo hacen
tumbados. Es la hora de las tinieblas y del maligno.
Jesús buscaba momentos de soledad para orar, pero en esta
ocasión busca compañía: “Quedaos aquí y velad conmigo”.
Aunque los discípulos no son capaces de velar y
acompañarlo, de lo que el Señor se lamenta.
Probablemente pasaron por su pensamiento y su corazón todo
el sufrimiento de la humanidad, no solo el abandono y la
traición de sus discípulos, sino todos los males de la
humanidad se acumulan en su corazón. Toda la carga de la
humanidad pecadora pasa por el Señor. Es la angustia máxima y su humanidad cae por tierra. Quiso ponerse en el
lugar que nos correspondía a nosotros. Es la noche oscura de
los místicos, que conocen tantos santos. La búsqueda del que
ama, que desea a Dios y no lo encuentra. “Triste está mi alma
hasta la muerte”. Hay una pasión física, pero también
espiritual. Bebe las amargas aguas del pecado existencial del
hombre.
Es lógica la súplica de Jesús: “Aparta de mí este cáliz, pero
que no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres”. (Mt
26,39.42)
Su entrega es una entrega libre (Jn 10,18) junto a ese profundo dolor: “Si para esto he venido al mundo, Padre,
glorifica tu nombre” (Jn 12,27). Es la aceptación en libertad
de la voluntad de Dios.
Algunos personajes: JUDAS. Podemos pensar si Judas en
alguna manera estuvo predeterminado para entregar al Señor.
El Señor sabía todo porque tenía visión beatífica, sabía,
cuando lo eligió, que lo iba a entregar. Pero que Dios sepa
todo no quita la libertad. ¿Qué ocurrió en Judas desde que el
Señor lo eligió y se entusiasma y quiere seguirle como los
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demás? Hubo en él una transformación, un ponerse en contra,
un buscar sus propios intereses y sentir poco a poco que no se
encontraba en sintonía, lo que le lleva a la rabia y a estar en
contra de todo lo que Jesús hace y dice. En realidad no vende
a Jesús por dinero. Su afán por el dinero es un síntoma de
algo más profundo, de que su corazón no estaba con Jesús,
había una desconexión.
También hay en Judas un cierto arrepentimiento, pero no va
acompañado de conversión. Entonces no va a las personas
idóneas sino a los enemigos de Jesús. En Judas también podemos vernos reflejados, cuántas veces
podemos traicionar al Señor. ¿Cómo es posible que llegue a
traicionar a quien ha visto hacer milagros? El pecado puede
llevarnos a ello, hasta lo más bajo.
PEDRO. Quizá su historia no sea demasiado diferente de la
de Judas. Dice el Evangelio que seguía a Jesús de lejos (Mt
26,38), con distancia, sin identificarse con Él. Pedro no era
cobarde, era aguerrido, pero cae en el desconcierto, sobre
todo cuando ve que Jesús se entrega a los que vienen por Él.
El Sumo Sacerdote pregunta a Jesús con las mismas palabras
con que Pedro le responde en Cesarea de Filipo: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios.
Las negaciones de Pedro crecen en intensidad. Pero por
gracia de Dios y porque Jesús le prometió que rezaría por él
para que no desfalleciera, no baja el último escalón, que bajó
Judas, que es el de la desesperanza y la traición. Como reza
también por el Papa que, precisamente por esta promesa,
tiene una asistencia especial del Espíritu Santo.
“Yo daré mi vida por ti”, le había dicho Pedro, y ya vemos
cómo la dio. Pero el Señor, volviéndose le echó una mirada a
Pedro (Lc 22,60), fue una mirada preventiva que hizo que
derramara lágrimas de arrepentimiento y aquel canto del gallo en la noche fue la luz que salvó a Pedro.
Cuántas veces seguimos al Señor de lejos, nos avergonzamos
de Él, no soy capaz de sacar la cara por Él… Pero sobre todo
no dar el paso último que es la desesperación, sino llorar con
lágrimas de arrepentimiento y volvernos hacia el Señor.
EL SANEDRÍN. Que representa lo peor, el cambalache de lo
políticamente correcto: Conviene que un hombre muera
antes que el pueblo. Era una muerte de conveniencia. Pero al
pueblo se le manipula como se quiere, cambia de decir una
cosa a la contraria, porque es una masa manipulable.
A Jesús lo condenan en un proceso inicuo, injusto y a partir
de ese momento el Señor empezará a recibir empujones, escupitajos, bofetones, juegan con Él a la gallinita ciega, se
burlan… Hay que ser malas personas, hacer daño por el daño,
es la banalización del mal.
Jesús acepta todo con paciencia (Is 53). Cuando le pregunta si
es Rey, responde: Tú lo dices, soy Rey, ese “Yo soy” que nos
evoca el Éxodo. Llevado ante Herodes, guarda silencio
porque es banal, sin escrúpulos.
PILATO. El politeísta, alambicado en sus propios intereses,
incapaz de mover un dedo por nadie, porque lo único que le
interesa es su carrera. Se lava las manos. En el fondo, a Pilato
Jesús le parece un pobre hombre loco e intenta salvarle. Le condena al flagelo romano, un castigo terrible que en muchos
casos suponía la muerte del reo. Pero Plato ha perdido toda
referencia a la verdad y sin verdad queda el poder revestido
de arbitrariedad, de inconsistencia. Jesús nos dice que la
verdad nos hace libres y que sin esa referencia a la verdad
todo queda al capricho de lo arbitrario.
“He aquí el hombre”, les dice Pilato. Sin darse cuenta, está
hablando de la verdad de Jesús, verdadero Dios y verdadero
hombre.
“Pueblo mío, qué te he hecho, en que te he ofendido,
respóndeme”. Las voces del Domingo de Ramos que le
proclaman rey, poco después van a tornarse en gritos de
“crucifícale”. Pueblo que, tras la crucifixión, vuelve dándose
golpes de pecho, reconociendo la realeza del Señor. El mismo
pueblo que ante las palabras de Pedro, del anuncio del
kerigma se convierte multitudinariamente (Hch 2,36).
Pensemos cómo el Señor se entrega a la muerte por mí.
El Señor tiene que consumarlo todo, para que se cumpla la
Escritura. EL CIRINEO. Aquel hombre que probablemente venía de su
trabajo. La VERÓNICA, aquella mujer que le limpia el rostro
y le queda impreso. Las MUJERES DE JERUSALÉN: “No
lloréis por mí, llorad por vosotras y vuestros hijos”.
Finalmente Jesucristo muere en la cruz, por asfixia, tras tres
horas de agonía. Y desde allí esas siete palabras, que son
como su testamento.
“PADRE, PERDÓNALOS PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN”.
Claro que lo sabían, habían utilizado todos los resortes del
poder, pero Jesús los excusa, como cura la oreja de aquel
soldado, o consuela a las mujeres, perdona al ladrón y le asegura el paraíso. Es la palabra que habla de su divinidad y
que sólo puede decir Cristo o aquel que es de Cristo.
“HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO”. El buen ladrón
que en el último momento de su vida se encuentra con la
mirada del Señor y lo rescata.
“MUJER AHÍ TIENES A TU HIJO… AHÍ TIENES A TU MADRE”.
La maternidad divina de la Virgen. Es la corredentora, la
nueva Eva. En Ella y en Juan estamos todos representados.
Ella es figura de la Iglesia, que nace del costado de Cristo.
“DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?”.
Que no es un reproche, es el abandono en la voluntad de Dios (Salmo 22).
“TENGO SED”. Él que había dicho: “El que tenga sed que
venga a mí y beba”, “De mi corazón saldrán ríos de agua
viva”. Él que dijo a la samaritana: “Quien beba de mi agua
nunca más tendrá sed”. Sed de almas.
“TODO ESTÁ CONSUMADO”. Ha llevado su obra hasta el
final: “Si el grano de trigo no muere…”
“PADRE, A TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPÍRITU”.
Entregando su espíritu lo está recibiendo.
Y tras la muerte, para algunos la vergüenza, la confusión, la
frustración. La divinidad se oculta cuando el Señor queda
pendido en la cruz. El Señor no muere ni siquiera como algunos mártires que en su martirio han sido admirados,
Muere despreciado, como un hereje, un embaucador, un
blasfemo.
Entremos en este misterio que algún día también nos llegará.
Ojalá que en ese momento lo hagamos de la mano del Señor,
que es lo único que puede dar paz, morir en Cristo.
Aceptar la Cruz desde Cristo como fuente de espiritualidad
cristiana. La cruz, necedad para los griegos y escándalo para
los judíos, para nosotros es fuerza y misericordia de Dios.
Esa es nuestra gran fuerza. Y mirando a la cruz de Cristo no
podemos sentirnos distantes y ajenos a los que en esta vida pasan por sus cruces. Que cuando las pasemos lo hagamos de
la mano del Señor.
En ningún lugar Dios es tan Dios como cuando está en la
cruz. Esa cruz que no es el símbolo de la victoria, ni es
adorno de los tronos, ni una condecoración, sino que es
escándalo, es contradicción, rechazo y muerte. En ella se
revela el sentido de tantas cruces. Cruz que no es un muro,
sino el umbral que atravesado nos da la Vida eterna en
plenitud.
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La cruz ha traído tantas cosas a la civilización: el perdón, es
símbolo de perdón; la dignidad del que sufre, la que da
sentido al sufrimiento; esperanza ante la muerte.
“Te alabamos, oh Cristo, y te bendecimos, porque por tu
Santa Cruz redimiste al mundo”.
9ª Charla. LAS APARICIONES DEL RESUCITADO
La resurrección es el quicio de toda la Historia. Es la verdad
más concluyente de nuestra fe. Vana sería nuestra fe -dice
San Pablo- si Cristo no ha resucitado. Perseguiríamos quimeras y nuestra vida estaría fundada en el vacío. La
resurrección no es una bella idea sino un hecho, un
acontecimiento que sucedió en la Historia. Ese sepulcro
vacío, esa losa corrida, el sudario y las vendas son la prueba
evidente de un acontecimiento y es que Cristo ha resucitado.
Y si ha resucitado Cristo –dice San Pablo– buscad las cosas
de arriba donde está Cristo sentado a la derecha del Padre.
Lo que había supuesto para los discípulos ver a Cristo
colgado en la cruz, el escándalo, el martirio, el escarnio, la
soledad de la Cruz, la decepción de aquellos hombres que lo
habían dejado todo para seguir a Cristo, y que de pronto ven que aquél a quien seguían ha acabado en la Cruz, es un
fracaso absoluto. Y la muerte, que les hace permanecer en el
silencio. Sin embargo, la muerte no es el final. Este es el gran
anuncio que corre y se propaga la mañana de la Pascua:
Cristo vive, ha resucitado. Aquella losa fría, no ha sido el fin
donde han quedado sepultados todos los sueños, los
proyectos, sino que ha dado paso al anuncio gozoso de la
mañana de la Pascua, de la Resurrección de Cristo.
Son los testigos de la resurrección los que nos dan la prueba
de que Cristo está vivo, está presente y se aparece no a un
grupito pequeño sino a un grupo numeroso de personas que tienen esta experiencia de la resurrección del Señor. La
resurrección es el triunfo de la vida sobre la muerte. “Muerte
¿Dónde está tu victoria? Muerte ¿Dónde está tu aguijón?
Gracias sean dadas a nuestro Señor Jesucristo vencedor de la
muerte”.
La resurrección es el hecho que colma y da plenitud a la
esperanza. Es el sí del Padre ante el aparente triunfo de la
Cruz. Esa pregunta que se lanza desde la Cruz halla su
respuesta en la Resurrección del Hijo por el Padre. Es el
núcleo primario, el núcleo central de la fe.
Es curioso que los discípulos, después de la Resurrección,
cuando hablan de Jesucristo, no hablan de los milagros, ni apoyan apologéticamente en ellos su predicación, ni en las
palabras que dijo, en las obras maravillosas. No, lo que
convierte a la fe no es contar los hechos de Cristo sino
anunciar el kerigma, y el kerigma es que Aquel que vosotros
crucificasteis en el madero, el Señor, el Padre, lo ha elevado
y lo ha glorificado. El anuncio kerigmático de la muerte y
resurrección del Señor, supone la conversión y la adhesión de
muchos a la fe. Esto es importante. Las apariciones son y van
a acabar casi todas con un envío. Y esto es a lo que es
enviada toda la Iglesia. Cristo ha roto esa piedra
impenetrable, la losa de la muerte, y ha desembocado en la luminosidad gloriosa de la Resurrección. Y si Cristo ha
resucitado –dirá Pablo– nosotros resucitaremos también.
La aparición a María Magdalena (Jn 20, 1-8). La fe de
todos, los proyectos, las ilusiones habían quedado sepultadas
en aquel sepulcro. Los enemigos estaban satisfechos porque
había terminado todo. Solo esperan la madre de Jesús, María
Santísima, que se mantuvo firme hasta el final, y la otra
María, María Magdalena, que el primer día de la semana se
acercó al sepulcro al amanecer. Aquella mujer que había sido
liberada por el Señor, que pertenecía al grupo de mujeres que
habían acompañado al Señor hasta el final. Y los hombres
¿Dónde estaban? Sin embargo, las mujeres estaban allí. Junto
a la Cruz sólo quedaba Juan como hombre. Las mujeres son
mucho más protagonistas en las últimas horas de Jesús que
los hombres. Jesús hace una llamada también a los que, como
María, en un momento dado se han visto alejados. La vida de
los alejados también puede cambiar y puede ser una vida más
testimonial que la de los que llevamos desde la primera hora
trabajando en la viña del Señor. María hizo cosas que no hicieron los más cercanos, los que estaban conviviendo con
Jesús. Cuántas veces las personas conversas, alejadas, nos
dan unos enormes ejemplos a los que llevamos ahí desde
siempre. Ella iba cargada de aromas, iba llorando
probablemente. Tras el descanso sabático, era el último
detalle que quería tener como mujer con su Señor. La mujer
tiene siempre una especial delicadeza en temas como el
nacer, el morir y el sufrimiento. Es curioso que los hombres,
cuando surgen este tipo de situaciones, se bloquean. Sin
embargo, la madre, la mujer, la esposa está siempre ahí. La
mujer tiene una especial sensibilidad, porque da a luz, para el nacer y para el morir. Qué sería de la Iglesia, de la sociedad,
del mundo, sin las mujeres, que sois una maravilla en ese
sentido de una bendición para el hombre. Sin embargo, se
quiere promover un feminismo rancio, que nada tiene que ver
con el verdadero feminismo, que es el que da todo el
protagonismo a la feminidad. Hay una carta preciosa: “La
dignidad de la mujer”, de Juan Pablo II. Qué sería la vida de
la Iglesia sin tantas religiosas, sin tantas consagradas sin
tantas madres de familia, sin tantas colaboradoras…. Yo
pienso en mi parroquia y estaría perdido, pues son las que
más colaboran, las que más trabajan, las que mejor lo hacen y no solo para limpiar el polvo y barrer, que es lo de menos,
sino en todo, en la catequesis, en Cáritas, en todo, porque la
sensibilidad femenina está como mucho más inclinada a la
espiritualidad que la masculina, lo cual no quiere significar
que los hombres no puedan hacer las mismas cosas. Pero
miremos a María, delicada, que quiere prestarle el último
servicio a su Señor: esa sangre que había quedado pegada,
limpiarle bien el rostro y estar ahí detenidamente y
pausadamente a su lado contemplándole, porque fue
posiblemente la única persona que la miró de otra manera,
que la comprendió, que la hizo cambiar.
Eran los primeros rayos de la mañana camino del sepulcro. Dice San Juan que estaba todo oscuro, San Juan, que hila
muy fino. No significaba solo que no había amanecido, sino
la situación en la que María se encuentra, es una situación de
falta de fe, aún no se había clarificado. Siempre el camino
hacia el sepulcro es así apesadumbrado, triste, con lágrimas.
Cuántas veces nuestras búsquedas pueden teñirse así. “¿Por
qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí ha
resucitado”. Búsquedas confusas, imperfectas. Sucede algo
singular: el sepulcro está vació, las vendas en el suelo… Y el
inmediato pensamiento de María es que no sólo esta mala
gente ha dado muerte a mi Señor sino que ahora van a profanar su cuerpo ¿qué habrán hecho con él? Y piensa que
se lo han llevado. Inmediatamente va a decírselo a Juan y
Pedro. Juan y Pedro, representan a la Iglesia. Pedro es la
cabeza, es la piedra, tal vez, un poco trémula, pues en los
momentos difíciles su respuesta no ha sido quizá la esperada.
Pero no deja de ser la piedra. Y Juan también. Y va a
decírselo: no sabemos dónde lo han puesto. María está aún
muy lejos de la resurrección, ni siquiera la intuye vagamente,
todo era oscuridad en su corazón. María queda fuera llorando
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y unos ángeles que le preguntan ¿Por qué lloras? Creo que
ésta era una de las preguntas que hacíamos al principio ¿Qué
buscas? ¿Qué esperas? ¿Por qué lloras? ¿Cuáles son tus
cuitas? Nuestros tormentos, aquellas cosas que nos hacen
sufrir. Tal vez en estos Ejercicios el Señor nos dice ¿Por qué
lloras? ¿Qué es lo que te preocupa? Déjamelo aquí a mí. Ella
responde: “es que se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo
han puesto”. Cristo está a su lado y ella llorando. “Si tú sabes
dónde lo han puesto, dímelo para que vaya a buscarlo”.
También nosotros buscamos, en ocasiones, a Dios entre los muertos. No soy digno de que entres en mi casa, basta una
palabra y mi alma quedará sana. Tan sólo una palabra. Esta es
la palabra que María necesitaba oír: “María”. Y María
responde: “Raboní”. María ha creído por la palabra.
Vosotros, Domus Mariae, que tenéis ese contacto con la
Palabra, justo tenéis que reconocer al Señor ahí, en la
Palabra. En la Palabra Dios nos habla. La Palabra verbal, la
Palabra escrita, pronunciada, predicada. Encontrarnos en ella
con el Señor.
Ella es la elegida para testimoniar al mundo la gran noticia.
Eran necesarias al menos dos o tres mujeres para que su palabra tuviera el mismo valor que la de un varón. Si esto no
fuera históricamente cierto y fuera un mero cuentecillo,
nunca se hubiera pensado poner en boca de una mujer la
verdad más nuclear del cristianismo y sin embargo es así.
Una mujer es la encargada de anunciar lo visto y lo oído. Es
la transmisora de esta verdad fundamental. Y volvemos de
nuevo a la mujer, también vosotras mujeres, madres estáis
llamadas a ser transmisoras de la verdad a vuestros hijos, a
vuestros nietos, de irradiar valores sobrenaturales a vuestro
alrededor. Cuánto depende la fe de una familia de una mujer.
Educar a una mujer es educar a tres generaciones por lo menos. Y esto es importante pues es el futuro, también de la
Iglesia, que requiere de nuestra colaboración personal. Dios
que te creo sin ti no te salvará sin ti. Existe una respuesta al
don recibido. La mujer transmite tantas cosas. No solo la
vida, con ella actitudes, valores, capacidad de sufrimiento,
tantas y tantas cosas buenas. La familia, la vida religiosa, la
vida pública. Como os decía ayer, cuando Juan XXIII
hablaba de la madre y de la mujer, decía “sol de la familia,
maestra de fe”.
Salen corriendo Pedro y Juan. Juan que era más joven llega
antes pero no pasa. Dice que permanece fuera hasta que
llegue Pedro. Esa primacía de Pedro que respetan los apóstoles. Juan era el discípulo amado, el que recostó su
cabeza en el pecho del maestro, el que estuvo hasta el final en
la Cruz. Probablemente el que más esperaba que Cristo
resucitara. Se nos dice escuetamente en el Evangelio: “Vio y
creyó”. Bonita lección la que nos da Juan. La de tener prisas
para el encuentro con el resucitado. Y luego el creer sin más
preguntas: “Vio y creyó”, actitud distinta a la del incrédulo
Tomás. Qué importante que demos testimonio de lo que
hemos experimentado. La resurrección habla de testimonio.
Qué hubiera sido de la resurrección si aquella mujer hubiera
guardado silencio o aquel grupo incipiente de los creyentes se hubiera encorsetado, no se hubiera abierto. No habría llegado
a nosotros la buena noticia de la salvación del Señor. El Papa
habla de comunidades estufas que se dan mucho calorcito a sí
mismas, que empiezan y acaban en sí mismas, que no tienen
ardor apostólico. Dios será en nuestra sociedad lo que
nosotros estemos dispuestos a que Él sea. Eso se hará con
nuestro testimonio.
Desde aquél momento de la Magdalena y de los apóstoles, se
ha iniciado una carrera que no se acabará. Hay noticias que
son efímeras, que pasan cuando vienen otras de una mayor
importancia o de mayor actualidad. Sin embargo, la noticia
de la resurrección es una noticia que se mantiene fresca:
Jesucristo ha resucitado. San Pablo –cuando escribe han
pasado veinticinco años– se refiere a personas concretas:
Pedro, los Doce, quinientos hermanos, por último, concluye
el apóstol, “como a un aborto, se me apareció también a mí”.
Y quien habla de esto es un testigo. Pues quítale a la Iglesia
la resurrección, y el testimonio del resucitado y todo se
apagará. “Si confiesas con tu boca que Jesús resucitó y crees en tu
corazón que realmente resucitó de entre los muertos, serás
salvo”. Aquí está la esencia y el sentido último. El Señor ha
venido a tirar las barreras de la muerte. El gran enigma al que
se enfrenta el hombre, dice el Concilio Vaticano II, es la
muerte. “Ya no habrá ni llanto ni dolor, porque el primer
mundo ha pasado y el mar ya no existe”. Esto nos salva, lo
que da sentido y credibilidad a nuestra fe es la resurrección:
la muerte ha sido destruida. “Dónde está muerte tu victoria,
dónde está muerte tu aguijón. Gracias sean dadas al Padre por
nuestro Señor Jesucristo, vencedor del pecado y de la muerte”. El ansia de vivir siempre, el deseo insatisfecho de
eternidad, esta es la verdad culminante de nuestra fe.
La aparición a Tomas, el mellizo (Jn 20, 29). "Al atardecer
de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas las
puertas por miedo a los judíos”, esta era realmente como se
encontraba anímica y experiencialmente aquella primera
comunidad. Una especie de endogamia miedosa eclesial
donde se consuelan mutuamente, pero nadie tiene valentía tan
siquiera para abrir las ventanas, temerosos, hundidos. Y se
pone Jesucristo en medio de ellos y les dice: “paz con
vosotros”, la paz como una de las experiencias pascuales, uno de los dones del espíritu. “Se llenaron de alegría”, otro de los
dones del resucitado, el gozo la alegría. “Exhalo su aliento y
les dijo: recibid el Espíritu Santo”. En el libro del Génesis
vemos como el Creador sopla sobre el hombre y le da vida.
La resurrección renueva la vida en una nueva creación. El
Espíritu es el don de la Pascua, es el don del resucitado y un
don que no se les da a ellos para una tranquilidad personal,
sino que es un don que está orientado y está ordenado a la
misión. Este Espíritu les hará testigos, les hará apóstoles.
“Daban testimonio de la resurrección con valor” y al regresar
comunicaban: “hemos visto al Señor”.
Tomás no está presente en aquella comunidad de hermanos y aquel anuncio para él era insuficiente. Cómo borrar de su
mente las escenas que había visto, quizá en la lejanía, las
escenas crueles de la pasión, el desconcierto. Tomás era un
hombre incrédulo y él había sido decidido. Tenemos algún
pasaje en el que se nos cuenta que había animado a sus
compañeros a subir a Judea y morir allí. Pero ahora se niega a
creerles. Vemos a un Tomás que no está en la comunidad. Y
aquí hay también una idea importante, rescatar la importancia
de la comunidad. Qué importante la existencia de grupos
como el que tenéis. Poder encontraros, poder reconoceros,
vivir una fraternidad. Esto es un gozo, poder vivir en un grupo, en una asociación, en un movimiento, en una
espiritualidad. Hoy vivir el cristianismo en solitario es muy
peligroso, no sé si hasta casi imposible. Es verdad que las
parroquias ofrecemos posibilidades para integrarse, pero
también dentro de la parroquia que se susciten este tipo de
comunidades en las que uno se siente más acompañado, más
acogido, donde se crea un grupo de hermanos es
fundamental. Tomás estaba aislado de la Comunidad y así le
fue. Cuando regresa viene con su arrogancia, y hasta cierto
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punto es lógico. ¿Cómo resucitar? Y exige tocar, palpar.
Tomás es el representante extraordinario de lo que es nuestro
mundo que toca, que sólo cree lo que ve, que se deja llevar
por el pragmatismo por el materialismo, ese agnosticismo
arrogante que Jesús lo llama incredulidad. Y además Tomás
actúa hasta de un modo caprichoso: “Si no meto los dedos…
si no meto la mano… no lo creo”. Cuando pasada una
semana se manifiesta, el Señor complace los deseos de
Tomás y Tomás avergonzado cae de rodillas y pronuncia
aquella frase: “Señor mío y Dios mío”, que es una profesión de fe. Frase que repetimos cuando elevamos al Señor en la
Consagración. Hacemos el acto de fe que Tomás hizo
después que vio y tocó. Tomás cae rendido por la evidencia y
lleno de humildad confiesa que Jesucristo es Dios y es el
Señor.
Tomás es el modelo de nuestras dudas. “¿Dudar es
peligroso?”. Pues no, hay que dudar. No es malo dudar, no es
una duda ilegítima o escandalosa. Hay gente que no tiene
ninguna duda, pero a veces detrás de ninguna duda puede
haber cierta arrogancia, pues el misterio es misterio y hay
gente con la que te encuentras que parece que acaba de venir de despachar con el Señor y tomarse un café con Él. Pues
mira, la fe viene envuelta en misterio y las cosas a veces son
complejas de discernir. Claro que lo normal era no creer. El
pobre Tomás ha quedado en la historia como el incrédulo
impenitente. No nos asustemos de que surjan dudas, de que
otros nos planteen dudas. Cuántas veces esas dudas nos
salvan de una fe superficial, irracional. Es bueno tener dudas,
siempre que sean dudas abiertas a la fe. Hay gente que duda
con la respuesta ya dada, inalterable. Pero una duda abierta al
Magisterio y a Dios, me parece estupendo. Que no hagamos
blindajes religiosos, que no nos desposeamos de nuestra capacidad de raciocinio. Yo entiendo que hay personas con la
fe del carbonero, la fe de la gente sencilla, es una Gracia.
Tenemos que tener personas que nos cuestionen, que se
cuestionen. La fe no es simplemente un asentimiento o una
herencia. Puedo creer que Dios es omnipotente pero estar
engañando a mi mujer o rechazando al emigrante. Puedo
tener una fe monolítica y fantástica, pero si eso no tiene
traducción en la vida hay algo que no funciona demasiado
bien. Por tanto, hay que dar coherencia a la fe. Hay que creer
y hay que intentar vivir conforme a esa fe. Ahí se enmarca en
Tomás el diálogo con los no creyentes, desde el respeto,
desde la acogida. Del Papa Juan Pablo II en Cuatro Vientos todos recordamos lo que nos dijo: “la fe no se impone sino
que se propone”. La fe siempre respeta.
La aparición a los de Emaús (Lc 24, 13-34). Es una
aparición bellísima. Probablemente la más bella del
resucitado. Tiene muchas lecturas, procuraremos ver algunas.
Aquellos hombres pesimistas, desanimados, caminan hacia
Emaús. El estado anímico es de tristeza, con el corazón roto,
desesperanzados, todo había sido un fracaso. Probablemente
iban intercambiando sus sueños frustrados: “Nosotros
esperábamos”. ¿Qué esperamos cuando viene una
enfermedad? Algunos dan un portazo. Cuando no se confirman nuestras esperas ¿Qué ocurre? Vuelven a la vida
de antes, regresan a la vida que dejaron cuando siguieron a
Cristo. Las cosas nos siempre salen –pensarían– como uno
desea.
Ese Emaús, yo creo que no solo representa una aldea que está
localizado a unos kilómetros de Jerusalén, sino que es un
viaje a ninguna parte. Metafóricamente, ¿cuántas veces
estamos nosotros en ese viaje a ninguna parte? ¿Qué hacer
ahora? ¿Qué no hacer? Aquellos hombres hacen también lo
que Tomás, huyen de la comunidad primera, ya han roto con
ella. Como discípulos tampoco eran una gran cosa. De
repente alguien se acerca a ellos y se pone a andar a su lado,
pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. El cuerpo de
Jesús era un cuerpo glorioso, que llevaba las marcas de la
Cruz pero al mismo tiempo era un cuerpo transfigurado. Y
comienza la peregrinación de la fe. Sus ojos estaban velados.
¿Qué es lo que os preocupa? Les pregunta aquel acompañante
inesperado: ¿Qué conversación traíais por el camino? Ellos
empiezan a recelar y ante la pregunta responden con otra pregunta ¿Eres tú el único que desconoce lo que ha ocurrido,
lo de ese tal Jesús a quien el pueblo tenía por profeta? Es una
respuesta en la que se distancian: “ese tal Jesús”, con el que
habían compartido, habían comido, al que habían escuchado.
Es una respuesta totalmente ambigua, tangencial, sin
identificarse con la pregunta que se les había hecho. Llegan a
decir que algunas mujeres les sobresaltaron, pero como
diciendo, cosas de mujeres, tampoco hay que darle mucha
importancia.
Sin embargo, el Señor entra en el entramado de su vida, de su
historia, incluso les increpa “qué necios y torpes sois”. También el Señor podría decir esto de nosotros muchas
veces: con todo lo que has recibido de mí, con todo lo que te
he dado en tu vida.... y sigues así, sin avanzar. En la medida
que el Señor les explica las Escrituras empiezan a sentirse
bien, a desconfiar menos… aquella voz que va caldeando sus
corazones. Y le invitan a quedarse con ellos. Si no le invitan
no hubieran reconocido al Señor en la fracción del pan.
Señor, quédate en nuestra casa, en la enfermedad, en este
problema… No te vayas, quédate con nosotros. Invitémoslo.
Él se va a quedar y se va a revelar. Se les abrieron los ojos y
le reconocieron en la fracción del pan. Cuántas veces el Señor camina con nosotros y no lo reconocemos.
¿Dónde podemos reconocer al Señor? Según este texto, en
primer lugar, en la comunidad, aunque sea una comunidad
reducida, porque Él ha prometido su presencia. La
comunidad es el sacramento visible donde se encarna el
Señor. Cuando no hay pertenencia a la comunidad eclesial, la
fe se diluye, se apaga. Qué hermoso es pertenecer a la Iglesia,
esta madre nuestra, al mismo tiempo santa y compuesta por
pecadores. Segundo, encontrarlo en el prójimo: si quieres
encontrarte con Dios elige el camino del hombre. El amor es
servicial, nos dice la Carta a los Corintios. Tercero, está en la
Palabra, esa Palabra que es luz en nuestros corazones, que abre nuestros ojos. Cuántos se han encontrado con el Señor a
través de la contemplación de la Palabra de Dios. Por último:
en la Eucaristía. “Le reconocieron al partir el pan”. Quitemos
la rutina. Sin la Eucaristía la fe declina. Cuántas veces
sacamos una hora para la televisión o para otra cosa y sin
embargo nos parece mucho media hora para la Eucaristía
cada día, que a lo mejor la tenemos al cruzar la calle. Que
hagamos también ese pequeño esfuerzo. No abandonar, por
supuesto, la Misa dominical y si es posible, también la diaria.
La aparición en Tiberiades. Aquellas tres preguntas que
Jesús le hace a Pedro. Que se queda un poco “mosca” y dice: “Tú sabes todo, tú sabes que te amo”. Benedicto XVI habla
del significado de los verbos: cómo Jesús le pregunta con un
verbo y Pedro responde con otro. Y la tercera vez, el mismo
Dios, se abaja y le pregunta con el mismo verbo que Pedro le
ha respondido. El Señor le llama a un amor pleno, totalizante.
Pedro le viene a responder que no le ama con el amor que Él
le pide, sino con su amor pequeño. Te amo con lo que yo
puedo y soy.
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Vamos a pedirle al Señor que también nosotros, como los
discípulos podamos dar testimonio de la resurrección del
Señor
San Ignacio termina esta semana con una meditación que le
llama Contemplación para dar amor, en la que pide
“conocimiento interno de tanto bien recibido para que yo
enteramente pueda amar y servir a su Majestad”. Esa
meditación termina con el “Tomad, Señor y recibid, toda mi
libertad…” Es una meditación que nos debe llevar a pensar
los favores que hemos recibido de Dios, a ordenar nuestra vida desde el amor. A ver los beneficios que Dios nos ha
dado. Ver todas las cosas desde Dios. Dios en todo y todo en
Dios.
Vamos a pedirle al Señor que estos Ejercicios no se queden
sólo en escuchar sino en poner en práctica la Palabra, que es
nuestra tarea. Démosle gracias a Dios. Y que Él nos siga
bendiciendo y dando su gracia para seguir adelante y ser
testigos de la resurrección del Señor.
Homilía Eucaristía final. LA TRANSFIGURACIÓN.
Caminamos en nuestro camino cuaresmal hacia la Pascua y el Señor, en medio de la penitencia cuaresmal, en medio de ese
anuncio que había tenido con sus discípulos de su pasión y de
su muerte, que provocaría en ellos desconcierto, y teniendo
en cuenta lo que estaba por venir, a aquellos tres elegidos les
hace participar de su gloria. Cuando se ha tenido la suerte de
ir a Tierra Santa y subir al Tabor, se comprende la razón que
tenía Pedro al decir qué bien se estaba allí. El Señor tiene un
gesto de delicadeza con aquellos discípulos, como lo tiene
con nosotros constantemente en la vida, gestos providentes
que hace falta tener los ojos muy tapados para no ver que el
Señor está detrás. En medio de las dificultades y las luchas de la vida siempre se hace el encontradizo con el hombre para
decir: no temas. En nuestra vida no puede ser todo mal, pero
sería una ilusión pensar que tiene que ser todo bueno. Por eso
cuando estamos en un momento de bienestar también
tenemos la tentación de hacer la propuesta de Pedro, de decir
¿para qué la cruz? Nadie quiere la cruz, nos da pánico tan
solo hablar de ella. Pero Dios nos da las gracias fundantes
para que cuando vengan los momentos no tan positivos como
han sido, por ejemplo, los que hemos vivido estos días de
retiro, podamos ser conscientes de estos y traerlos a la
memoria. El Señor es así, no tengamos miedo, Él camina a nuestro lado. Es una tentación el resistirnos a bajar a la lucha
diaria, de verlo con un poco de miedo. Donde el Señor quiere
que demos nuestro testimonio es en ese campo diario.
Aquellos discípulos tienen una experiencia mística. Podemos
no creer en ellas, pero existen. Si dejamos paso a Dios en
nuestra vida, puede transformárnosla de arriba abajo, pero
hay que fiarse. Darle gracias porque conmigo también ha
tenido momentos de Tabor en los que le he visto
resplandeciente, luminoso. No hay que pedir experiencias
místicas, porque la experiencia más real es la que tenemos
cada día, vivir las obras de misericordia. También Dios está en lo que hacemos cada día.
Que hagamos acopio de las gracias que el Señor ha querido
transmitirnos en estos Ejercicios. Incluso anotándolo. Para
que cuando pasemos momentos de oscuridad podamos volver
a ello.
Demos gracias por todo ello, por estos días, en los que
anticipa la gloria de la Resurrección. Nos preparamos para la
Pascua, vivámoslo en nuestras comunidades, en este grupo de
Domus Mariae que es un regalo que Dios ha hecho a la
Iglesia y hace a cada uno de vosotros, comprometiéndoos en
él y dando una respuesta generosa al Señor.
Como decía D. Feliciano… La presencia de la Virgen en las Casas de María. Nos explicó D. Feliciano, en aquella charla del Retiro-convivencia de 1995 que la presencia de María en nosotros, tiene también fundamentos teológicos, continuamos exponiéndolos.
III.- La experiencia Mariana de los cristianos, a través de los siglos, habla de una presencia mariana de
orden personal que supera la presencia de causalidad física o intencional.
IV.- Las apariciones numerosas de la Virgen en la historia de la Iglesia son también un argumento en
favor de la presencia de María en nosotros de un modo que supera lo afectivo, lo intencional, de
causalidad física, etc.
Hortensia Cosmen
Agenda:
LUNES 20 DE MAYO, Peregrinación al CERRO DE LOS ÁNGELES. Salida en Autocar del Paseo de Moret,
a las 16:45 h., pasando por Ciudad de los Ángeles a recoger al grupo que parte de allí, a las 17:15 h. Visita Guiada a
las 18:00 h. Eucaristía a las 19:30 h. Es necesario apuntarse porque hay que entregar una lista de los visitantes.
LUNES, 3 DE JUNIO DE 2019. Aniversario del Fallecimiento de D. Feliciano Gil de las Heras RETIRO
Preparación Ingreso-Compromiso. Dirigido por D. Juan Bautista Granada Marín. 18:30 h. Eucaristía – Rezo de
Vísperas – Meditación. (Capilla de la 3ª Pta.). 19:15 h. Testimonio de los miembros que hagan su ingreso o formulen su compromiso (Salón de actos). Templo Eucarístico San Martín. C/ Desengaño, 26.
FIESTA DE INGRESO Y COMPROMISO DOMUS MARIAE EN MADRID. Solemnidad de la Santísima
Trinidad. Domingo 16 de junio. Preside: D. Juan Bautista Granada. Hora: 18:30. Lugar: Siervas de Jesús de la
Caridad. C/ Guzmán el Bueno, 107.