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POBLADO Y TESORO DE ÉBORA EMILIO ANGULO ARRANZ 3º Curso: HISTORIA DEL ARTE ESPAÑOL Área de Conocimiento: Humanidades

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POBLADO Y TESORO DE ÉBORA

EMILIO ANGULO ARRANZ

3º Curso: HISTORIA DEL ARTE ESPAÑOL

Área de Conocimiento: Humanidades

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1. INTRODUCCIÓN.

El descubrimiento casual de unas cuantas piececitas de oro, en terrenos recientemente

arados de un cortijo en el término municipal de Sanlúcar de Barrameda, Cádiz, fue el

desencadenante de un interesante trabajo de investigación, de gran valor científico al

permitir poner en evidencia la presencia, en esta zona de la Baja Andalucía, de un

asentamiento indígena prerromano, posiblemente desde época neolítica.

El trabajo puso al descubierto un elevado número de fragmentos cerámicos, piececitas

metálicas (oro, hierro y bronce), y restos de habitáculos, todos ellos de gran interés, que

sirvieron de base para el trabajo de investigación.

El análisis realizado de las similitudes y discrepancias entre este hallazgo y el de otras

investigaciones supuso una valiosa aportación al estudio de la cultura tartesia.

2.- DESCUBRIMIENTO DEL TESORO DE ÉBORA.

El conjunto de 93 piececitas de oro y 43 de cornalina (ágata de color sangre), que

conocemos con el nombre de Tesoro de Ébora, que se exhibe en el Museo Arqueológico

de Sevilla, es el resultado de la reagrupación de piezas obtenidas en tres momentos, y

por tres métodos diferentes, aunque todas en el mismo lugar, en las proximidades de la

casa-cortijo de Ébora, en el término municipal de Sanlúcar de Barrameda.

El descubrimiento, totalmente fortuito, de las primeras 43 piezas de oro, así como su

preservación estuvo rodeado de una serie de sucesos casi

novelescos.

El aumento del valor de los cereales, y la mecanización de

las labores agrarias, llevó a los propietarios del Cortijo de

Ébora a tomar la decisión de roturar y sembrar unos “ruedos”

del cortijo destinados hasta ese momento al descanso del

ganado. La operación se llevó a cabo con un tractor y un

arado de discos, esto hace suponer que, sin percibirlo el

tractorista, uno de los discos rompería una vasija llena de

Figura 1.- Foto del niño Francisco

Bejarano, “Paquito”, que encontró

las primeras piezas

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piezas de oro que quedarían esparcidas en el terreno. Al día siguiente, domingo 23 de

noviembre, por la tarde, después de que hubiera estado lloviendo toda la mañana, el

vaquero mayor de la finca, Francisco Bejarano Ramos, ordenó a su hijo “Paquito” (fig.

1), pequeño porquero de ocho años, que sacara a pasear a unos cerdos por el terreno

roturado en la víspera. Durante esa faena el niño va a localizar unas cuantas piezas de

oro que recoge y entrega a su padre, éste las enseña al tractorista y, entre ambos,

acuerdan venderlas a un joyero conocido que las adquiere por 2.565 pesetas. La

intervención de la Guardia Civil, advertida desde el cortijo (no se tiene certeza de quien

dio el aviso), evitó la pérdida de las piezas que iban a ser fundidas por el joyero con la

intención de eliminar cualquier rastro sobre el origen del oro así obtenido.

A este primer lote de piezas se sumará un segundo, formado por 20 piezas de oro y 5 de

cornalina, ágata de color sangre, obtenido en el registro efectuado en el cortijo (fig. 2)

que rescataría las piezas de un

escondite enterrado en el suelo

del garaje de la casa-cortijo.

Esta circunstancia hace

sospechar, si bien no ha podido

demostrarse, el descubrimiento

anterior de más restos de oro

que pudieran haber acabado en

la fundición del citado joyero.

La reagrupación de estos dos lotes propiciará, finalmente, el inicio de la investigación

científica de la zona. El comienzo de los trabajos de excavación arqueológica no pudo

realizarse en la fecha prevista y tuvo que retrasarse a causa de las copiosas y

persistentes lluvias registradas en el invierno de 1958-1959. La sistemática intervención

arqueológica, efectuada desde el 23 de julio al 23 de agosto de 1959, en las

inmediaciones de la casa-cortijo reportaría, además de fragmentos cerámicos y otras

piezas metálicas de gran interés, un tercer lote formado por 30 piececitas de oro y 29 de

cornalina.

Figura 2.- Fotografía aérea del cortijo de Ébora, en el que se

hallaron escondidas algunas piezas. Detrás la Marisma.

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El conjunto de obtenidas y su estado de conservación Permite clasificar al Tesoro Ébora

como el más copioso de la orfebrería prehistórica española, y justifica la opinión de

Schulten: “La investigación

arqueológica del reino de Tartesos, que

ha sido la región más rica y más culta

de la España antigua, constituye la

misión más importante de la

arqueología española”

3. LA EXCAVACIÓN Y

ALREDEDORES.

La excavación, que se realizó a escasos

metros del cortijo (fig. 3), tuvo dos

partes diferenciadas. Una primera se

comenzó abriendo, a escasos metros

del cortijo, una zanja exploratoria de un metro de anchura por diez metros de longitud, y

unos treinta centímetros de profundidad (Nivel A), que posteriormente se profundizó

hasta sesenta centímetros (Nivel B), que se identificaría como “Zanja I a”, y se

completaría con zanjas adosadas e identificadas como: “Zanja I b”, “Zanja I c”,

“Zanja I d”, “Zanja I e”, “Zanja I f”. “Sector A” y “Sector B”.

Figura 3.- Topografía del poblado de Ébora, con el cortijo, los

pozos, los silos y la zona excavada

SILOS

EXCAVACIÓN

POZOS

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La segunda parte, adjunta a la primera, consistió en

la excavación de las zanjas: “Zanja II”, “Zanja III”,

“Zanja IV” y “Sector C” (fig. 4).

La primera parte de la excavación permitió obtener,

además de las 30 piezas de oro y las 29 de cornalina,

un importante número de fragmentos cerámicos, de

diferente tamaño y textura, numerosas piezas

metálicas de cobre, hierro y bronce, piedras

escuadradas testimonio de muros, restos de muros

cortados e incluso posibles pavimentos. Entre los

restos cerámicos se encontraron fragmentos con

colores muy vivos de marcado aire ibérico,

fragmentos de cerámica sigilata romana, restos de

ladrillos y de tégulas, y un interesante fragmento,

pequeño y triangular de un fino vaso esférico

“griego” decorado al parecer de un lekito aribalisco.

Con estos hallazgos quedó agotada la investigación

del reducido espacio donde apareció el tesoro.

Se decidió entonces ampliar el área de investigación,

iniciando una segunda excavación, adosada a la

primera, hasta ocupar una superficie de,

aproximadamente, 190 metros cuadrados (10m x

19,2 m), con forma rectangular.

La segunda parte de la intervención arqueológica

estuvo orientada, principalmente, a investigar el

asentamiento humano en el que se había realizado la

aparición del tesoro. Este estudio, en apariencia

secundario, resultaría una actividad de un valioso interés científico, basta para

comprender su importancia el hecho de que hasta esa fecha no se conocía ningún

asentamiento indígena prerromano en la Baja Andalucía y, por tanto, no se había

realizado una investigación como la que se llevó a cabo en Ébora.

Figura 4.- Esquema de la zona

excavada

Figura 5.- Esquema de disposición de

restos de muro y pavimento

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Esta parte de la excavación puso de evidencia el extremo deterioro de los primitivos

habitáculos de la zona, Si bien la zona excavada en Ébora, resultaba insuficiente para

que se pudiera haber descubrir la planta completa de un edificio, pudo comprobarse que,

como quiera que hubiera sido, en cualquier tiempo anterior, las construcciones de Ébora

habían tan destruidas que sólo resultaría posible encontrar, en una excavación completa,

algo más que zapatas de cimientos, algún pequeño resto de muro con piedras irregulares

apenas recibidas con barro o con morteros pobres en cal y pequeños fragmentos de

pavimentación. (fig. 5 y 6). A pesar del deplorable estado en que se encontraron estos

restos de posibles edificaciones, el número y forma, permiten interpretar la presencia de

algún núcleo de población.

¿Fueron procesos de erosión los que

acabaron con estos muros? ¿Sufrió el

asentamiento algún tipo de invasión

que lo arrasara? ¿Se destruyeron para

aprovechamiento del material en otras

construcciones? Son otras de las

incógnitas para las que aún no tenemos respuesta

Esta segunda parte de la excavación sacó a la luz una gran cantidad de fragmentos

cerámicos turdetanos de entre los que destacaron dos fragmentos de gran interés, uno de

ellos perteneciente a una gran olla de borde vuelto y color amarillo, con unos trazos

gruesos, de color rojo, con apariencia de grandes SS, dispuestas diagonalmente por toda

la superficie exterior del vaso, el segundo trozo, un pequeño fragmento pintado de color

rojo, el primero hasta el momento con la conocida decoración de semicírculos

concéntricos, típicos de la cerámica ibera de la Alta Andalucía. También van a

descubrirse cerámica lisa y gruesa, restos romanos incluidos fragmentos de tégulas, un

gran fragmento triangular con el borde troncocónico de un vaso de barro gris, con una

interesante semejanza a la cerámica pulimentada del Carambolo, una curiosa pieza

tallada de hueso, probablemente la torre de un juego de ajedrez árabe del siglo XI, así

como numerosos fragmentos de cerámica vidriada datada entre los siglos XVI al XVIII.

Además de la excavación propiamente dicha, se realizó una somera investigación de los

alrededores, así la prospección en un lugar conocido como La Mazmorrilla facilitó un

Figura 6.- Foto de restos de muro

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trozo de un ladrillo molduraro, restos de tégulas y de cerámicas pintadas tipo ibérico, un

trozo de sigilata y dos microlitos de sílex.

En la vaguada que arranca delante del cortijo, en dirección Sur, sobre una vaguada

natural del terreno se localizaron abundantes restos de cerámica pintada así como la

presencia de muros cortados y de posibles pavimentos, en una segunda prospección

superficial se hallaron un molinillo de mano, barquiforme, un sillar plano de piedra

jabalunada y un sillarejo, de los que en la zona se conocen con el nombre de “piedra de

cal”

En el cerro frontero al cortijo, que recibe el nombre de Los Barrios, se realizó una cata

en la que se obtuvieron fragmentos de cerámica así como una gran cantidad de piedras,

incluso dos grandes sillares bien escuadrados que no estaban en línea.

Menos productiva resulto la exploración de una zona próxima de silos de la que sólo se

obtuvieron algunos fragmentos de tégulas y escasa cerámica pintada, romana.

En el cercano cortijo del Agostado se descubriría el dolmen de Hidalgo

La importancia de estos hallazgos radica en que, gracias a su descubrimiento, se dispone

de argumentación suficiente para poder afirmar que la zona habitada debió tener una

importante extensión y, también, la presencia de diferentes culturas.

4. Tesoro de Ébora. Descripción de las piezas.

Como ya se ha adelantado, el elevado número de piezas que forman el tesoro de Ébora

admite diferentes posibilidades de engarce dando lugar a variados tipos de joyas de

aspecto distinto. Cuando aun

no se había completado la

excavación, se procedió a

realizar un montaje

provisional del que resultó

un conjunto formado por un

collar y una pulsera, uno de

Figura 7.- Montaje provisional formando una pulsera y un collar

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los varios engarces posibles, que finalmente sería descartado (fig. 7).

Al concluir las etapas de excavación e identificación de las piezas halladas, formando

parte del análisis del tesoro, se reinició el estudio de las diferentes posibles

composiciones de joyas a las que se podía llegar. La comparación con otras joyas, tales

como la gran diadema de Jávea, y la más pequeña de Alcisa (fig. 8), facilitaron el

montaje definitivo de las piezas en forma de una gran diadema.

A gran diadema de Ébora, según este análisis comparativo, con las de Jávea y Alcisa, se

le atribuye una longitud aproximada de 350 mm, debido a que en las anteriores se

mantiene constante la proporción entre ancho y largo. Esta longitud estimada, casi el

doble de la actual, permite estimar el número de piezas desaparecidas.

En cuanto a la estructura y configuración de la joya, también por comparación con las

ya citadas, se llegó al acuerdo de efectuar el montaje con el que puede observarse en el

Museo Arqueológico de Sevilla.

La diadema se estructura en grupos de cuatro piezas ensambladas unas con otras

mediante canutillos terminales,

que encajan entre sí, por los que

discurren hilos de suspensión

amarrados en canutillos soldados

al dorso de los triángulos

terminales, que confiere al

conjunto la flexibilidad necesaria

para el uso al que se destina la

joya.

En cuanto a su composición,

aparece formada por cinco tipos

de piezas: 9 cuadradas con dobles articulaciones de un canutillo (en el montaje realizado

se optó por dejar 2 sin montar), 7 rectangulares de bordes ondulados y dobles

articulaciones de dos canutillos, 6 estuches con caras humanas, con articulaciones de un

canutillo en un solo lado, 5 con un doble canutillo en un lado y el otro terminado en

doble arco, 2 triángulos rectángulos (fig. 9).

Figura 8.- Las diademas de Ébora (superior), Jávea (central), y

Aliseda (inferior).

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Todas las piezas de cada una de las cuatro series que

forman la diadema parecen idénticas, como si fueran el

resultado de prensar láminas de oro utilizando un

mismo molde, pero observadas detenidamente

presentan algunas diferencias.

Las piezas más pequeñas, estuches de doble chapa y

aspecto cuadrado, disponen de dos canutillos de enlace,

situados de uno en uno en lados opuestos, y son las

más diferenciadas, hasta el punto de poder considerar

dos sub-series, repartidas en igual cantidad, una con

orejetas redondas en los lados que no tienen canutillo, y

otra si ellas. Estas orejetas rellenan y disimulan la

separación transversal que se presenta entre pieza y pieza al tener estas los lados

ligeramente redondeados en lugar de rectos. La parte central de una de las caras de las

piezas aparece decorada mediante un granulado, formando una

especie de emparrillado, con ligeras diferencias en la

decoración, básicamente, diferente número de decoraciones

granuladas en forma de triángulo (fig. 10).

Las piezas rectangulares con laterales ondulados, también

estuches de doble chapa, forman otro grupo. Son las más

similares entre sí, tienen una intensa decoración granulada por

Figura 11.- Pieza rectangular

Figura 9.- La gran diadema de Ébora

Figura 10.- Pieza sin orejetas y con

ellas

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una de las caras y dobles canutillos de enlace en los extremos menores (fig. 11).

Otro grupo de piezas estuche de doble chapa muestra una forma rectangular, con doble

canutillo en uno de los extremos y acabado en doble arco en el otro. En relación a la

decoración de estas piezas, mediante gránulos como en las otras, los dibujos formados:

un aspa asimétrica en la parte inferior y una especie de dípticos en la superior, han dado

pie a diferentes interpretaciones, entre otras que se tratara de una representación

esquemática de unas tablas de ley sobre un pedestal. La realidad, hasta el momento

actual es que no se dispone de ningún argumento científico que permita inclinarse por

ninguna de las interpretaciones sugeridas por lo que el sentido del dibujo, si es que lo

tiene, sigue siendo un enigma. (fig. 12).

El enigma más inquietante, sin duda, es la serie de piezas estuche con representación de

caras humanas. Como en el caso de las pequeñas piezas cuadradas se puede hablar de

dos sub-series, en una los ojos tienen grandes pupilas (cuatro piezas) mientras que la

otra carece de éstas. Al comprobarse que las piezas sin pupilas habían sido fabricadas

así, es decir, que la ausencia de pupilas no era debida a un deterioro o pérdida, se añadió

una incógnita más al significado de estas piezas. Otro tema de debate se refería al sexo

de las figuras. Frente a los investigadores defensores de que se trata de una cara

femenina, argumentando las ondas cuadradas bajo la cara representan los pechos de una

mujer, otros investigadores afirman que se trata de una cara masculina señalando que las

dos líneas granuladas desde los ojos a la barbilla representaban, esquemáticamente, una

barba. En cuanto al dibujo de la parte inferior su posible significado continúa resultando

inexplicable. (fig. 13).

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Completa el juego de piezas, asociado a esta diadema, dos magníficas cajas estuche

triangulares, que formarían los extremos finales de joya. Estas piezas presentan una

decoración simétrica, dibujos de pares de eses opuestas, parejas de animales,

posiblemente ovejas, y una pequeña venera central, todo ello en planchuelas de oro

superpuestas a la única lámina base, y contorneado de líneas de glóbulos. Dado que

tanto en la cultura tartesia, como entre otras, se establece una relación entre las veneras

y el sexo femenino, (suelo del vestíbulo de la cripta de Astarté en el Santuario

Carambolo está recubierto de conchas), la presencia en la joya de este pequeño adorno

se convierte en un argumento adicional de encontrarnos ante una joya propia de una

mujer, es decir, se confirma la interpretación y composición de la joya como una

diadema. Las piezas estuche presentan, en sus extremos en ángulo recto, sendas asas de

hilo de oro idénticas a las de la diadema de Jávea. (fig. 14)

Figura 12.- Pieza rectangular con

acabado en doble arco

Figura 13.- Pieza con cara humana

con pupila

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Otras piezas interesantes del tesoro son dos cadenas con colgante. Las cadenas, que

guardan una gran semejanza con la del collar del Carambolo, constan de dos tramos,

que se enlazan mediante asas terminales, enlazadas entre sí por un “nudo de Hércules”

(ampliamente documentado en el mundo oriental y en el arte griego). Una de las ramas

se inserta en un pequeño cilindro, a bandas, que finaliza en una doble anilla. La otra

rama se introduce, a su vez, en otro cilindro que es la armadura central del colgante. En

el asa del “nudo de Hércules” y en el tramo recto de la cadena se encuentran rosetas

troqueladas, cóncavas, e iguales entre sí, con abundantes pétalos que arrancan de un

botón central.

Los colgantes, idénticos entre sí, son piezas de una

elevada complejidad y singularidad. A un tubo

central, en uno de cuyos extremos se inserta la

cadena, terminando el otro en una anilla simple,

vienen a soldarse, lateralmente, dos caras humanas

y dos lunas en cuarto creciente, repetidos por cada

frente. Sobre uno de los lados del tubo central,

cubriendo también la parte inferior de las caras de

ese lado, y una parte de las lunas crecientes, se

disponen unos casquetes semiesféricos rodeados

Figura 14.- Pieza estuche de los extremos de la diadema

Figura 15.- Cadena y colgante

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de cordón, y debajo, dos cuadrados limitados por finos tabaquitos en los que podría

haberse insertado a pasta vítrea o alguna piedra. (fig. 15)

Sorprendentes resultan también dos barrilitos, por

tratarse de objetos completamente nuevos e

inéditos. Se trata de dos cilindros cerrados, cada

uno de los cuales está cubierto de filigrana, con

dobles asas en cada una de las dos tapas y asas

laterales, dos en un ejemplar y una en el otro

(perdido el segundo asa). La superficie cilíndrica

está repartida en fajas lisas y resaltadas y otras con

espirales planas de hilos menudos, soldados,

separados entre sí por otros hilos sogueados. Un

falso cierre sogueado une por un lugar las dos

tapas. (fig. 16).

Al disponer del grupo de piezas descritas hasta

ahora, resultó inevitable establecer un paralelismo

con los aderezos que adornan el busto de la Dama de Elche, famosa urna funeraria

ibérica, así como a la deslumbradora, Dama de Ebusus.

La comparación llevó a establecer una posible composición en la cual, cadena, colgante

y barrilete, fueran complementos de la diadema formando una composición más rica y

compleja, además, por disponer los barriletes de anillas de enlace en ambas caras, que

se incluyeran, colgando de los barriletes, unos pequeños estuches en forma de flor (fig.

17). Todo el conjunto podría, a su vez, completarse con varios juegos de collares

componiendo el rico aderezo de una notable mujer.

Figura 16.- Barrilete

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También forma parte del tesoro de Ébora una pareja de arracadas (arete con adorno

colgante) o zarcillos de cuerpo amorcillado, hueco, formado por dos láminas casi

circulares y abombadas,

unidas por sus contornos de

las que cuelgan seis rodeles,

cubriendo las uniones

interiores y exteriores en

posición radial se disponen

series de pequeños

cilindritos soldados sobre

cintas. Por el lado que aparece decorado, la arracada que conserva una anilla muestra

un hilo plegado formando estrechos y cerrados meandros (fig. 18). En cuanto a la otra

arracada, que no conserva ninguna anilla, el lado decorado presenta una fila de eses,

opuestas por sus extremos, con gránulos en los senos. Ambas piezas tienen los rodeles

de la cara delantera (se considera así a la decorada), cubiertos por un alojamiento en

forma triangular, soldado sobre los mismos, en el que podría insertarse una piedra, o

alguna pasta vítrea, para enriquecimiento de la pieza.

Figura 18. Arracada con anilla (caras delantera y posterior)

Figura 17.- Posible composición aderezo

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Otro grupo, también interesante, de piezas del tesoro lo constituyen las cuentas de collar

de oro y cornalina. Entre las cuentas de collar de

oro vamos a encontrar dos tipos. Uno de ellos

formado por las piezas mayores, de forma bicónica,

de aproximadamente un centímetro un centímetro

de diámetro y rica decoración. Cada cono está

dividido en espacios trapeciales recuadrados por

filas de granulado (fig. 19). El otro tipo de cuentas

de collar en oro, hasta completar el número de

treinta y nueve, tienen una estructura distinta. En

lugar de la estructura bicónica sólida, las piezas, en este caso, son de una estructura

flexible ahuecada de laminillas en forma de jaula o farol, con o sin anillo de ecuador.

Debido a esta frágil estructura las piezas halladas se encuentran bastante deterioradas.

En número mayor que el de las cuentas de collar de oro, cuarenta y tres frente a treinta y

nueve, se hallaron cuentas de cornalina, muy frecuentes en la orfebrería del área de

Cádiz. A excepción de dos cilíndricas, de distinto tamaño, una ancha y la otra estrecha,

todas las demás son esféricas de distinto calibre.

Las piezas de menor importancia del tesoro son cinco pares de zarcillos amorcillados,

carentes de decoración, y una pareja de anillos, de chatón plano circular y de tosco

acabado.

5. OTRAS PIEZAS DE INTERÉS.

Además de las piezas del tesoro y la abundante cerámica encontrada, la excavación

proporcionó otras piezas de interés, de entre ellas, y dada su singularidad, se tiene que

mencionar un delfín de bronce, y una pieza en hueso de época medieval, posiblemente

una torre de un juego de ajedrez.

La figurita de bronce fundido de un delfín (fig.

20), fue encontrada en los primeros días de la

excavación. La pieza, de ejecución simple y

Figura 19.- Cuenta bicónica de oro

Figura 20.- Bronce griego con forma de

delfín

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primitiva, muestra al animal marino en el que se adivinan, además del hocico ganchudo,

unos pequeños ojos y las escamas caudales. El delfín, con el cuerpo violentamente

contorsionado, aparece saltando sobre la cresta de una ola sobre la que se apoya. La ola

brota de un escudete acorazonado, con la punta aguda hacia abajo, un arco mayor por

arriba, y tres cóncavos más pequeños a cada lado. Este escudete presenta por el lado

opuesto al delfín una superficie cóncava, esférica, en la que aparecen rastros de la

soldadura con la que la pieza se uniría a otra mayor.

La interpretación más plausible sobre esta pieza la identifica como un asa, o un adorno

lateral, de un gran caldero, de tipo "lebss", muy conocidos en el arcaicismo griego del

siglo VII antes de Cristo.

La importancia de una pieza, tan identificada y fechable como esta, se incrementa al

considerar que se trata del primer bronce griego encontrado en España en una

excavación regular.

Por otra parte, de la reducida muestra de restos en hueso y marfil encontrado en la

excavación, se destaca por su importancia, una pieza en hueso, probablemente de época

medieval.

Se trata de una torre de ajedrez hispano-musulmana. La pieza tornada y muy

pulimentada presenta tres secciones, diferentes, separadas por dobles filetes angulares

de mucho relieve, rellenando espacios libres entre los filetes rehundidos, o canales, hay

cuatro filas de círculos profundamente grabados y con el centro marcado; dos de

círculos mayores separados, y otros dos de círculos menores, tangentes o secantes. La

sección más corta es troncocónica y un poco abocinada, la central es redondeada, y la

última y más larga ligeramente troncocónica termina, en el borde, con un resalte plano.

6. PARALELISMO Y CRONOLOGÍA.

En relación al paralelismo entre los tesoros del Carambolo y Ébora, que existe de forma

intrínseca, Juan de la Mata, no obstante, describe las diferencias que separan las piezas

de ambos tesoros: “Por lo pronto, con su tamaño mucho menor, su trabajo más

primoroso, con las novedades técnicas que culminan en el uso intensivo del granulado,

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que en el Carambolo apenas aparece. Luego, la circunstancia de que casi todas aquellas

piezas de oro están construidas para insertarlas en conjuntos articulados mediante

canutillos que encajan entre sí, por los que pasarían hilos metálicos, o mediante orificios

de suspensión”

No obstante lo anterior, resulta indudable el alto número de semejanzas que podemos

establecer entre el tesoro de Ébora y otros.

La diadema, como ya se ha dicho, tiene como paralelos más inmediatos a las diademas

de Jávea y La Aliseda. La organización estructural es la misma, mantienen idéntico

sistema de proporciones, repitiendo incluso motivos decorativos.

Nuestras diademas confirma el gusto por las joyas

semejantes que acredita la escultura levantina y de

influencia griega que llamamos ibérica, que ha

producido aderezos extremadamente complicados

como el referente que encontramos en la Dama de

Elche (fig. 21).

El nudo de Hércules de las cadenas con colgante

se encuentra en numerosas joyas, tanto del

Mediterráneo como del mundo fenicio.

Para los barriletes, encontramos, como para tantas otras piezas de orfebrería tartésica,

referentes en Etruria y Chipre.

No obstante, de todas las joyas del tesoro de Ébora, las que cuentan con un panorama

más amplio de paralelismo son las magníficas arracadas. Además de su semejanza con

las arracadas del Castro de Barrueco, y la soberbia pareja de arracadas de Santiago de la

Espada, el paralelo más próximo, tanto en el espacio como en el tiempo, el es pendiente

encontrado en el término de Utrera en 1952, ahora en el Museo Arqueológico de

Sevilla. No puede omitirse la semejanza con de nuestras arracadas con los pendientes de

Curium (Chipre) depositados en el Museo Metropolitano de Nueva York.

En cuanto a la cronología encontramos dos opiniones. La señora Concepción Blanco

afirma: “tenemos una fecha tope para nuestras joyas, el siglo V, pues no es aceptable,

Figura 21.- La Dama de Elche

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en época de plena supremacía de Gadir sobre Tartessos, la existencia de dos focos

artísticos tan próximos y dispares”.

Por su parte, Maluquer opina: “las joyas no constituyen, en modo alguno un conjunto

homogéneo. Son todas de oro puro, pero pertenecen a corrientes distintas, unas

claramente orientalizantes, otras sin la menor duda célticas peninsulares”. Tras

establecer comparaciones con el tesoro del Carambolo concluye que las piezas de este

tesoro son menos antiguas que las del de Ébora, a las que sitúa anteriores al siglo VII

antes de Cristo.

7. EL POBLADO DE ÉBORA.

El Cortijo de Ébora se ubica en el término municipal de Sanlúcar de Barrameda, siete

kilómetros al este de la ciudad, entre la carretera que conduce a Trebujena y la marisma

del Guadalquivir. En su interior se abren unos pozos que han constituido, desde tiempo

inmemorial, el principal punto de agua de la región (fig. 22).

Esta abundancia de agua y

su proximidad al mar, en el

estuario de un rio

navegable, llevó a

presuponer la existencia, en

este entorno, desde tiempos

remotos, de algún tipo de

concentración humana, que

formaría el poblado de

Ébora. El fortuito hallazgo

del conocido como tesoro

de Ébora, y la investigación

llevada a cabo en su entorno, va a dar contexto a la veracidad de esta suposición.

Antes del hallazgo del tesoro ya se suponía la existencia en la zona de un posible

asentamiento en base al nombre antiguo de este lugar, Ebura, que para algunos

investigadores está, posiblemente relacionado con el pueblo de los eburones, y que

Figura 22.- Emplazamiento aproximado de la casa-cortijo de Ébora

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aparece mencionado por Tolomeo y Estrabón. Este último en la descripción de las

costas de la península dice: “remontando el Baitis está la ciudad de Eboura y el

santuario de Phosphóres, llamado también Lux Divina” (traducción de García Bellido),

o bien, “allí empieza la subida del Betis y se encuentra la ciudad de Ebura y el templo

del Lucero, al cual llaman Lux Duvinae” (traducción de Schulten).

En base al estudio realizado con las muestras encontradas en la excavación se puede

afirmar que la historia de la ocupación humana en los terrenos del cortijo de Ébora

empieza, por lo menos, en los tiempos del Neo-eneolítico lo que se argumenta por el

análisis de los silos descubiertos. La existencia de agua dulce, así como la proximidad a

la costa, son argumentos que justifican, aun más, la instalación neolítica.

A pesar de la escasa superficie excavada se puede afirmar que el poblado de Ébora fue

una población indígena y no un asentamiento comercial de cartaginés o fenicio. Esta

afirmación se sustenta en los ajuares domésticos localizados, no se tiene ningún vestigio

contra de suponer que Ébora fuese un pueblo turdetano de nombre céltico.

Los restos de muros hallados hacen suponer que las edificaciones fueron muy livianas,

similares a las encontradas en el pueblo bajo del Carambolo: cimientos de piedra

tomados con mortero pobre en cal, muros de adobe y techos de barro.

Todos los indicios señalan la presencia de un mundo indígena de carácter agrícola y

ganadero, actividades que se complementarían con la minería y el comercio.

8. CONCLUSIONES.

1.- La documentación facilitada por el profesor Juan Mata Carriazo, sobre el

descubrimiento e investigación llevados a cabo en el cortijo de Ébora, resulta tan

detallada y prolija que permite adquirir una muy interesante y completa información

sobre la característica, magnitud e importancia tanto de la intervención arqueológica

realizada como del tesoro recuperado.

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2.- Los paralelismos establecidos, principalmente con el Tesoro del Carambolo,

refuerzan la argumentación sobre la existencia, ya adelantada en escritos antiguos, de

una gran civilización en la Baja Andalucía, al tiempo que consolida la teoría de la

existencia del pueblo de Tartessos.

3.- A la vista de los objetos encontrados, además del propio Tesoro, y dada la

pertenencia de los mismo a diferentes civilizaciones, se puede considerar como, a lo

largo del tiempo, la gran mayoría de civilizaciones han mantenido similares criterios de

selección respecto a las características de los lugares en los que realizar sus

asentamientos: proximidad de agua potable, cercanía a líneas de comunicación

marítimas y terrestres, condiciones geográficas que facilitan la defensa del

asentamiento, etc…

9. BIBLIOGRAFÍA:

- Tartesos y el Carambolo. Investigaciones arqueológicas sobre la Protohistoria

de la Baja Andalucía. Juan de la Mata Carriazo.

- Museo Arqueológico de Sevilla. Guía Oficial.