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EL UTILITARISMO EN LA ETICA EMPRESARIAL JOAN FONTRODONA C U A D E R N O S EMPRESA Y HUMANISMO I N S T I T U T O 12

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EL UTILITARISMOEN LA ETICA EMPRESARIAL

JOANFONTRODONA

C U A D E R N O S

EMPRESA Y HUMANISMOI N S T I T U T O

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INDICE

I. Introducción.

II. El utilitarismo en la economía y enla empresa.

1. Justificación utilitarista de laeconomía de mercado.

2. La superación de la teoría clásica dela economía de mercado.

III. Principios utilitaristas en lasdecisiones empresariales.

1. La premoralidad del bien y del mal.2. La razón como fuente de

moralidad.3. La responsabilidad en la elección

de fines. 4. El método de valoración. BIBLIOGRAFIANOTA BIOGRAFICA

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I. Introducción.

Business of business is business. Esto es algomás que una frase de estilo literario. Durantemucho tiempo éste ha sido el argumento uti-lizado por quienes desarrollan su actividad enel mundo de los negocios para justificar suactuación. Según éstos, el fin propio de laempresa es la obtención de beneficios y, paraello la empresa no debe verse constreñida porninguna regla moral. La ética no debe inter-venir en un ámbito del actuar humano en elque los fines están ya tan claramente estable-cidos.

De algún modo no andan del todo desenca-minados quienes piensan así, puesto que si enalgo se diferencian las empresas de otras insti-tuciones sociales es en su carácter económicobasado en la producción y distribución debienes y servicios. Pero que el fin primero de laempresa sea éste, no significa que sea el úniconi el más importante.

Como acertadamente ha señalado PeterKoslowski, la escisión entre ética y economíanace de la separación entre el dominio de lanecesidad y el de la autodeterminación moraly la autonomía de la voluntad:

“El hecho de que la reflexión ética se separeen gran medida de la economía, el que la ética

individual se limite a problemas de la nor-mativa y justificación y que la microempresa seautolimite a la consideración de las conse-cuencias y la ponderación de bienes según elcriterio de costos y beneficios, es una secueladel dualismo de la libertad o moralidad y lanecesidad”1.

Las ciencias económicas se encuadran entrelas ciencias exactas y la razón práctica se limita,exclusivamente, al ámbito interno de la mora-lidad. Los aspectos éticos de la actuación eco-nómica quedan excluidos en gran medida.

Pues bien, ante este marco conceptual loshombres de negocios han adoptado un modode actuación al que Richard De George se hareferido como el “mito de la empresa amoral”.El principio de acción de este mito sería que“los negocios y la ética no se mezclan”. En losnegocios la gente no está constreñida por lamoralidad, puesto que, por otra parte, lomoral queda restringido al ámbito de loprivado de cada individuo y los negocios serigen por las leyes físicas propias del ordennatural. El triunfo de esa visión mecanicista delmundo y de su aplicación a la economía havalido tanto para la economía clásica comopara la economía de carácter marxista.

El propio De George cita algunos hechos decarácter sociológico que reflejan la dificultad

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de esa postura y la falsedad del mito: los escán-dalos y la reacción del público ante ciertoscomportamientos de las empresas, la apariciónde movimientos ecologistas y de consumi-dores, y la preocupación de la empresa haciacódigos de conducta ética2.

En los últimos años se ha dado un crecienteinterés por la ética empresarial, y ha proli-ferado la bibliografía sobre estas cuestiones.Koslowski cita tres razones que han supuestoel despertar del interés por la ética económica:el aumento de los efectos secundarios nodeseados de nuestras acciones, el redescubri-miento del hombre por parte de las ciencias, yla creciente diferenciación de las sociedadesmodernas en las que la empresa ha llegado aocupar un papel relevante del que hasta ahorahabía carecido3.

Respecto a los efectos de la actuaciónempresarial, la teoría clásica de un mercado delibre competencia perfecto, tal y como pos-tulara, entre otros, Adam Smith, en el que laobtención de¡ beneficio asegurara para losmiembros de la sociedad el mayor beneficiosocial, se ha desvelado como irrealizable. A suvez, el aumento de] poder del hombre sobre lanaturaleza, favorecido por la revolución tecno-lógica a la que estamos asistiendo en losúltimos años, ha propiciado el aumento de sus

posibilidades de actuación así como de las con-secuencias que de ellas se derivan. Desde estepunto de vista, es insuficiente esgrimir lalealtad hacia la firma o la mera obediencia a laley como argumentos que permitan soslayarun juicio ético del comportamiento empre-sarial.

La segunda de las razones, el redescubri-miento del hombre, está íntimamente ligado alo anterior. La “mano invisible” smithiana, queconduciría de manera automática e incons-ciente a un mejor orden moral, se ha traducidoen la literatura actual en el descubrimiento porparte de la práctica económica de una “manoinvisible”, de un conjunto de managerscapaces de organizar la economía y la pro-ducción mejor que lo que pueda hacer elmercado4.

La economía no solamente está regida porleyes económicas, sino que está determinadapor hombres en cuya voluntad y elección obrasiempre un conjunto de expectativas que, enconsecuencia, exigen de un marco ético parasu realización,

Finalmente, respecto al papel relevante dela empresa en la sociedad actual, bien puedeafirmarse que las instituciones más significa-tivas de la sociedad contemporánea son pro-bablemente las instituciones económicas. Si

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entendemos la sociedad como un conjunto depersonas que tienen unos fines comunes ycuyas actividades están organizadas medianteun sistema de instituciones encaminadas aobtener esos fines, habrá que distinguir dis-tintas instituciones que cubran las distintasdimensiones sociales, culturales, legales, reli-giosas y también económicas de la vida social,así como un marco general en el que todasestas dimensiones se interrelacionen yadquieran sentido. Este carácter ordenador esel que corresponde a la ética, cuyo objetivo espenetrar todos los ámbitos de la sociedad convalores y normas comunes. Las organizacioneseconómicas, por tanto, como parte de un“sistema social” más amplio no pueden existiral margen de unas normas morales que ase-guren la estabilidad de la sociedad y la rectaordenación a sus fines5.

La ética, como el Ave Fénix, resurge de suspropias cenizas y vuelve a entrar en la cuentade resultados de las empresas. Hoy en día,prácticamente nadie pone en duda que losmotivos por los que una empresa debe actuarvan más allá de los meramente económicos.Por tanto, la discusión que debe entablarseahora no es acerca de la necesidad o no deunos principios éticos que funden moralmente

la acción empresarial, sino sobre cuáles debenser esos principios.

A grandes rasgos las respuestas a esta inte-rrogante se han orientado en dos líneas princi-pales: aquéllos que han visto la ética como unconjunto de obligaciones que deben ser uni-versalmente cumplidas, y aquellos otros quehan fundado la ética en las consecuencias de laacción. Para los primeros, el empresario se rigepor la Regla de Oro que proporciona el impe-rativo categórico kantiano: “Haz por los demáslo mismo que quisieras que ellos hicieran porti”. Los segundos, en cambio, tomarían comobase de un juicio moral el principio de utilidadde crear mayor felicidad para un mayornúmero de personas.

Traducido a términos económicos, el utilita-rismo afirma que la acción de una empresa esmoral si logra el mayor beneficio posible. Lapregunta que surge inmediatamente es ésta:¿qué diferencia habría entre considerar que loúnico que a la empresa le interesa es el bene-ficio y fundar en éste la moralidad de laempresa?. Parece, a primera vista, como si losutilitaristas pretendiesen justificar moralmentesus acciones, partiendo de aquello que precisa-mente exige justificación. Es como si dijeran:“obtener beneficios es moralmente correcto

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porque la rectitud moral viene dada por laobtención de beneficios”.

II. El utilitarismo en la economía y en laempresa.

El utilitarismo ha adquirido una notableinfluencia en algunas teorías económicas quehan encontrado en su criterio de moralidad, asaber, la maximización de la utilidad social, elfundamento teórico sobre el que apoyar sustesis6. De esta forma el comportamiento eco-nómico de los individuos se explica desde elsupuesto de que los hombres intentan siempremaximizar su utilidad, la cual puede sermedida por el precio que están dispuestos apagar por la obtención de determinadascomodidades.

Los principios utilitaristas aplicados a lateoría económica representan, entonces, unaserie de ventajas. En primer lugar, ponen demanifiesto cómo un sistema de competenciaperfecta es la mejor alternativa para asegurarun equilibrio de precios y un correcto uso delos recursos que haga posible la maximizaciónde la utilidad de los consumidores.

En segundo lugar, el utilitarismo es la basedel análisis de coste-beneficio. Aunque propia-

mente este método de análisis se utiliza paradeterminar la viabilidad de proyectos deinversión pública, en relación a las líneasmacroeconómicas de una sociedad en con-junto7, se ha usado también, para hacer refe-rencia a una teoría de la decisión de carácterutilitarista en la empresa. Este método propor-cionaría el mejor modo de evaluar el carácterético de una decisión al determinar quéactuación proporciona el mayor beneficio parala sociedad o impone el menor daño.

Por último, el utilitarismo estaría relacionadocon una palabra muy apreciada en el mundoeconómico y empresarial: eficiencia. Una accióneficiente es aquélla que con menos recursosobtiene mayores resultados, o, dicho en tér-minos utilitaristas, que obtiene mayores bene-ficios con menos costos. Por tanto, la acción máseficiente es, para el utilitarismo, la accióncorrecta. La eficiencia, ayudada por el progresotecnológico, permite a la empresa aumentar sucapacidad de producción, y recibir un mayorbeneficio por el coste invertido.

1. Justificación utilitarista de laeconomía de mercado

El liberalismo económico ha encontrado enlos principios del utilitarismo una base teórica

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para justificar sus argumentos. El iniciador deesta corriente es Adam Smith, a quiensiguieron, entre otros, Friedrich A. Hayek,Ludwig von Mises, y, más recientemente,Milton Friedrnan.

Según Adam Smith, en un texto que se hahecho ya clásico, cuando los individuos pri-vados se ven libres para buscar sus propiosintereses, llevan inevitablemente al bienestarpúblico mediante la acción de una “mano invi-sible”:

“Como cualquier individuo pone todo suempeño en emplear su capital en sostener laindustria doméstica, y dirigirla a la consecucióndel producto que rinda más valor, resulta quecada uno de ellos colabora de una maneranecesaria en la obtención del ingreso anualmáximo para la sociedad. Ninguno se propone,por lo general, promover el interés público, nisabe hasta qué punto lo promueve(...) sólopiensa en su “ganancia propia”; pero en éstecomo en otros muchos casos, es conducido poruna “mano invisible” a promover un fin queno entraba en sus intenciones. Mas no implicamal alguno para la sociedad que tal fin noentre a formar parte de sus propósitos, pues alperseguir su “propio interés”, promueve el de

la sociedad de una manera más efectiva que siesto entrara en sus designio”8.

La influencia del utilitarismo en los plantea-mientos del liberalismo económico quedan demanifiesto en este texto, donde, con distintonombre, aparecen las tres notas que caracte-rizan el principio de utilidad clásico9:

- La utilidad como principio político ope-rativo que determina los fines colectivos, deacuerdo con la propiedad de cualquier objetode producir beneficio, placer o felicidad, oevitar el mal o la infelicidad de aquella partecuyo interés se está considerando.

- La felicidad como principio del individua-lismo, que obliga al gobernante a tener encuenta los sentimientos de los individuos, yque se resuelve en un doble criterio de propor-cionar una mayor felicidad a un mayor númerode personas, y

- El placer como fin espontáneo de todo actohumano, siendo así que la felicidad se resuelveen una suma de placeres, y la moral se reduceal cálculo matemático que establece la bondadde una acción según el balance de placeres ypenas.

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a) La mano invisible como principio ope-rativo.

Así como para Bentham, considerado elprimer autor utilitarista, el principio de uti-lidad era el criterio formal de moralidad de lasacciones, puesto que determinaba el mayorgrado de felicidad posible para los individuosde la comunidad, del mismo modo, para AdamSmith, la mano invisible es la que hace posibleque la utilidad económica de los miembros dela sociedad se maximice. La mano invisible es,para Adam Smith, el mercado de libre compe-tencia.

La libertad de mercado, unida a la pro-piedad privada, asegura que la economíaproduce lo que los consumidores necesitan,que los precios están en el nivel más bajoposible, y que los recursos se usan de modo efi-ciente.

El propio mercado genera un ciclo regularinterno, según la oferta y la demanda de losbienes, que permite que se mantenga unpunto de equilibrio económico. Así, cuando laoferta de un determinado bien no es suficientepara cubrir las necesidades de la demanda, losprecios tienden a crecer por encima del “precionatural” -aquel precio que cubre los gastos deproducción más el beneficio- lo que suponeque los productores de ese bien obtengan un

mayor beneficio que los de otros. Esto, a suvez, origina que los productores de esos otrosbienes cambien su producto por aquél queproduce mayor ganancia. Como resultado, elprecio tiende a bajar hasta situarse en el“precio natural”10.

Inversamente, cuando la oferta es mayor, losprecios tienden a bajar, lo que lleva a los pro-ductores a buscar otro bien que permitaobtener mayores beneficios, disminuyendo, enconsecuencia, la producción de ese bien, y vol-viendo a la situación de equilibrio.

Hayek y Von Mises completaron, a principiosde este siglo, el argumento de Adam Smith. Ensu opinión, una economía planificada exigiríaconocer día a día qué cosas desean los consu-midores, qué materiales son necesarios paraproducir esos bienes, y cómo repartir losrecursos entre los distintos productores parasatisfacer la demanda. Esto obligaría a unacantidad de información y de cálculos tangrande que sobrepasaría la capacidad de cual-quier individuo. En cambio, el mecanismo deprecios consigue todo esto de una formamucho más sencilla y eficiente. El mercadocumple, entonces, un papel parecido al quecumple el sentido común en el utilitarismo.

Así pues, del mismo modo que el sentidocomún permite salvar la posible dificultad de

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un cálculo exhaustivo de indefinidas alterna-tivas, para el liberalismo clásico la propiadinámica del mercado hace innecesaria unaplanificación rigurosa de todo el proceso eco-nómico. En consecuencia, según estos autores,es imposible que el gobierno o cualquiergrupo humano pueda conseguir la distribuciónde los bienes de una forma tan eficiente comolo logra el mercado. De este modo, cualquierintervención del gobierno sólo servirá parainterrumpir el mecanismo de autocontrol yreducir las consecuencias beneficiosas quedicho mecanismo comporta.

Un punto central de este pensamiento esque el gobierno no debe introducirse en losnegocios. La mejor política que según AdamSmith puede poner en práctica un gobiernoque busca el bienestar de la sociedad es la deno hacer nada, la de dejar que cada individuopersiga su propio interés en libertadnatural.11 Con respecto al mundo de losnegocios la idea dominante es el principioestablecido por los fisiócratas franceses:laissez-faire, laissez-passer 12. Como mucho, elgobierno tendrá la función de reforzar lasreglas de juego de la actividad económica 13.

b) El propio interés como principio del indi-vidualismo

En otro famoso pasaje de La riqueza de lasnaciones, Adam Smith señala que el motivoque lleva al. individuo a servir a la sociedad essu propio interés:

“No es la benevolencia del carnicero, delcervecero o del panadero la que nos procura elalimento, sino la consideración de su propiointerés. No invocamos sus sentimientos huma-nitarios sino su egoísmo; ni les hablamos denuestras necesidades, sino de sus ventajas” 14.

El propio interés aparece como correlato dela noción utilitarista de felicidad. Así comopara el utilitarismo la comunidad es un cuerpoficticio, compuesto de personas individuales,de modo que los únicos intereses que consti-tuyen motivos adecuados para actuar son losdel propio individuo, para Adam Smith, elhombre no puede esperar que la ayuda de sussemejantes le venga dada por su benevolencia,sino apelando a su egoísmo. En este mismosentido, John Stuart Mill afirma que lainmensa mayoría de las acciones buenas no serealizan en provecho del mundo, sino de losindividuos, de cuyo bien depende el delmundo 15.

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No deja de ser irónico que un aparenteegoísmo individualista lleve a la obtención delprincipio utilitarista del mayor bien para elmayor número de personas. Los sujetos econó-micos persiguen en el mercado sus propiosintereses, buscan su beneficio y son llevadospor la mano invisible de la competencia a pro-ducir eficiencia como efecto secundariopositivo.

Estas mismas ideas aparecen en la conocidaparadoja de Mandeville, según la cual los viciosprivados son ventajas públicas. Entonces,motivos inmorales, vicios, se transforman enbienes, en efectos secundarios positivos,mediante la mano invisible del mercado. Uncomportamiento no ético se convierte en com-portamiento socialmente ventajoso a espaldasde los que actúan, puesto que los practicantesde tales vicios no piensan en el beneficiopúblico, sino en su propia satisfacción. De estemodo no parece necesario pretender hacer elbien. La ética no tiene razón de ser, puesto quela persecución del mal lleva consigo efectossecundarios buenos. El bien surge siemprecomo efecto secundario de un motivo egoísta16.

No puede decirse, propiamente, que el utili-tarismo y el liberalismo económico sean pos-turas egoístas. Una ética egoísta sostiene que

toda persona debe actuar siempre con vistas aobtener la mayor cantidad posible de bienpara sí mismo. Desde una perspectiva egoísta,ese acto contrario al propio interés será unacto inmoral. En cambio, el utilitarismo seinteresa por todas aquéllas que son afectadaspor la acción, y no sólo por el agente. Por suparte en el liberalismo económico se obtieneun bien público, aunque sea como efectosecundario.

La ética egoísta se apoya en un presupuestopsicológico según el cual todos los hombresactúan solamente con el fin de obtener supropio interés, siendo así que cuando pareceque actúan para conseguir el beneficio deotros, en realidad buscan su propia satis-facción. Si el presupuesto psicológico es ciertose hace superflua ya cualquier decisión ética:se hace innecesario decirle qué debe hacer,puesto que sabemos que siempre actuarámovido por su propio interés.

Milton Friedrnan, en este sentido, es másradical que Adam Smith. Friedrnan contemplalos actos altruístas en los negocios como unaviolación de la función y de las obligaciones delas empresas que son las de aumentar susbeneficios. Esto no significa que se prohibaejecutar acciones para beneficiar a otros, sinoque ese tipo de acciones, como por ejemplo

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mejorar las condiciones de trabajo de losempleados, se realizan en vistas al propiobeneficio, en este caso del empresario, porquesuponen, entre otras buenas consecuencias, unaumento de la productividad y una mejora dela eficiencia a largo plazo, que hacenaumentar los beneficios 17. Smith cree que elbien público surge de un choque debidamentelimitado de intereses individuales en compe-tencia. Dado que cada uno persigue su propiointerés, el proceso interactivo es guiado poruna “mano invisible” hasta obtener el interéspúblico. Así, la existencia de la mano invisiblees, según Smith, un modo más eficiente deconseguir el bien público que el estado autori-tario de Hobbes. La libertad individual debeser protegida de una posible intervención delgobierno. Smith reconoce, no obstante, que serequiere de un estado mínimo que asegure elcumplimiento de las reglas de juego de la librecompetencia.

Esta visión de un mundo que se mueve porel propio interés es la que muy a menudo hantomado los hombres de negocios para justi-ficar su comportamiento en un sistema delibertad de mercado. Evidentemente no sejuzgan a sí mismos como egoístas, sino quereconocen que hay que tener en cuenta elinterés de los demás y que es preciso un

mínimo de cooperación. Sin embargo, nodudan en afirmar que cuando sus interesesentran en conflicto con los intereses de losdemás, deben perseguir su propio interés,siempre que lo hagan dentro de las reglas dejuego establecidas.

Se trata, por tanto, de un egoísmo res-tringido, al que se ha dado también el nombrede “egoísmo ilustrado” (enlightened self-interest). Es egoísta, porque, al fin y al cabo,persigue su propio interés; pero, es restringidopor cuanto se atiene a las reglas de la librecompetencia. La empresa cae en la cuenta deque en la sociedad actual hay un aumento dela preocupación por los problemas sociales, demodo que ignorar esta disposición del públicopuede ocasionar que se desate la cólera de lasociedad, lo cual puede ser perjudicial para losintereses de la empresa. Este egoísmo ilustradoha supuesto también un aumento de la regu-lación gubernamental para asegurar el cumpli-miento de las reglas que ordenan la actividadeconómica 18.

c) El beneficio como único fin de la empresa.

Volviendo al paralelismo entre los principiosdel utilitarismo y los del liberalismo eco-nómico, nos encontramos ahora con que delmismo modo que para el utilitarismo el placeres el fin natural espontáneo de todo acto

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humano, resolviéndose, entonces, la felicidaden una suma de placeres, así para el libera-lismo económico el beneficio es el único finque la economía, siguiendo su propio interés,debe perseguir. En Capitalismo y Libertad,Milton Friedman afirma que:

“En una economía así (de libertad demercado), existe una y sólo una responsabi-lidad de la empresa: utilizar sus recursos ydedicarse a actividades destinadas a incre-mentar sus beneficios con tal que se mantengadentro de las reglas de juego, es decir, que par-ticipe en una competencia abierta y libre, sinengaño o fraude” 19.

Para Friedman entablar una discusión sobrela “responsabilidad social de la empresa”, que-riendo ir más allá de los resultados, significaseguir el juego a aquellas fuerzas intelectualesque pretenden socavar las bases de unasociedad libre. La doctrina de la “responsabi-lidad social” envuelve la aceptación del puntode vista socialista según el cual son los meca-nismos políticos, y no los del mercado, los quedeter-minan el modo apropiado para repartirlos recursos entre las distintas alternativas.

Un ejecutivo que se preocupase por obje-tivos “sociales” se convertiría en un funcio-nario público y no en un empleado de los pro-pietarios de la empresa, y debería ser elegido

por un sistema de elección. En efecto, en unsistema de propiedad privada, el ejecutivotiene una responsabilidad directa haciaquienes le contratan, de modo que debedirigir la empresa de acuerdo con los deseos desus propietarios, que, generalmente, serán losde obtener cuanto más dinero mejor, deacuerdo con las reglas básicas de la sociedad.

Si este ejecutivo se dedicara a gastar dineroen asuntos de interés social estaría gastandoun dinero que pertenece a los accionistas,puesto que recibirían menos dividendos; a losclientes, que pagarían más por sus productos;o a los empleados, puesto que el dinero queestá gastando podría servir para aumentar sussueldos. Actuando así el ejecutivo se conviertesimultáneamente en legislador, ejecutor y juez20.

Para Friedman, una persona, cuando actúapor ella misma, puede tener una “responsabi-lidad social” respecto a su familia, o a suciudad, o a su país, puesto que entonces gastasu dinero y su tiempo; pero, en cuanto actúacomo agente de una empresa, la “responsabi-lidad social” significa actuar en contra de losintereses de quienes le han contratado.

Unos años antes de la publicación deCapitalismo y Libertad, Theodore Levitt mani-festaba también su preocupación por el con-

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cepto de responsabilidad social y afirmaba queel único objetivo dominante tanto en lapráctica como en la teoría debía ser la maximi-zación de los beneficios a largo plazo 21. .Asícomo para Friedman el principal peligro era elexceso de control estatal, Levitt temía que laempresa acabara entrando en terrenos que nole eran propios, en un intento de asegurar susupervivencia. Para Levitt los cuatro gruposprincipales de la actividad económica -gobierno, empresa, sindicatos, agricultura-deben permanecer claramente diferenciados.

Al fin, para todos estos autores, la salud delsistema capitalista depende de que sus líderessean capaces de desempeñar su función básicade conseguir beneficios con la menor intro-misión posible por parte de cualquier gobiernoo grupo de interés teniendo muy en cuentaque mirar más allá de los resultados significa,en última instancia, la pérdida de la libertad.

2. La superación de la teoría clásica dela economía de mercado.

Para quienes sostienen la teoría clásica de laeconomía de mercado, la ética y el comporta-miento ético sobrarían en la actividad eco-nómica, puesto que la propia dinámica delmercado crearía las situaciones de máximo bie-

nestar que ningún otro sistema, y en especialun sistema de economía planificada, podríaconseguir.

Sin embargo, parece claro que la mano invi-sible hace surgir las consecuencias óptimas dela motivación completamente egoísta sólo encircunstancias muy concretas. En este sentidoVelásquez señala siete características que debereunir un sistema de mercado perfecto 22:

1) Hay numerosos compradores y vende-dores, ninguno de los cuáles tiene una partesustancial del mercado,

2) Todos los compradores y vendedorespueden libre e inmediatamente entrar o salirdel mercado,

3) Cada uno de los compradores y vende-dores tiene perfecto conocimiento de lo queestán haciendo los otros, incluido el precio,cantidad y calidad de todos los bienes queestán siendo comprados y vendidos,

4) Los bienes que son vendidos en elmercado son tan similares entre sí que nadie sepreocupa de a quién compra o vende,

5) Los costes y beneficios de producir o uti-lizar los bienes que están siendo intercam-biados van a parar enteramente a aquéllos que

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los compran o venden y no a ningún otro ele-mento externo,

6) Todos los compradores y vendedores sonmaximizadores de utilidad: cada uno intentaconseguir cuanto más posible por cuantomenos posible, y

7) Ningún elemento externo (el gobierno,por ejemplo) regula el precio, cantidad ocalidad de ninguno de los bienes que secompran o se venden en el mercado.

Dadas estas condiciones se aseguraría lamoralidad del sistema de mercado, haciendo,por tanto, superflua cualquier mención anormas éticas. Se aseguraría, por una parte, unclima de justicia perfecta, dado que todos losindividuos convergerían hacia su punto deequilibrio en el cual tanto los compradorescomo los vendedores recibirían el valor exactopor su participación en el mercado. Además semaximizaría la utilidad en la forma de efi-ciencia, puesto que se dispondría de los bienescon el mayor nivel posible de satisfacción.Finalmente, se aseguraría el derecho de losvendedores y compradores a entrar o no en elmercado y a participar libremente en el inter-cambio de bienes.

Ocurre, sin embargo, que, en la realidad, nose da este tipo de mercado perfecto, sino otras

formas de competencia imperfecta, mono-polios u oligopolios, que exigen un marcomoral que impida los procesos deshonestos enlos que puedan incurrir las empresas 23.

Se habla de mercado de monopolio cuandoel mercado es dominado por una sola empresa,que dispone de un completo control sobre elprecio, la cantidad y calidad de los productos,y que impide la entrada en el mercado deposibles competidores. En una situación así, laempresa puede fijar precios elevados paraobtener más beneficios, en vez de tender alequilibrio; puede prescindir de la eficiencia yfomentar el derroche o el mal uso de losrecursos; puede crear una desigualdad depoder que permita a la empresa dictar los tér-minos del negocio con el cliente 24.

La situación más normal es, sin embargo,una situación intermedia entre el mercadoperfecto y el mercado de monopolio, que sepuede denominar “oligopolio”. En estasituación unas pocas empresas controlan unelevado porcentaje de un determinado bien.Se pueden dar en este tipo de mercadodiversas prácticas comerciales que puedenidentificarse como inmorales: acuerdos parafijar precios más elevados o para reducir la pro-ducción de modo que aumente el precio, con-

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tratos en exclusiva, fijar los precios de venta alos minoristas, espionajes, sobornos…

Una de las principales críticas a la teoríaclásica de Smith ha sido la de John MaynardKeynes. Smith sostenía que la propia dinámicadel mercado, sin ningún tipo de ayuda guber-namental, aseguraba el pleno empleo detodos los recursos económicos, incluida lamano de obra. Para esta teoría el desempleoes un fenómeno cíclico, temporal, íntima-mente relacionado con las fluctuaciones de laeconomía. Dicha teoría se remitía a las leyesnaturales del mercado para el restableci-miento del pleno empleo.

El monetarismo, heredero de esa cienciasiniestra, dismal science -así denominaban a lateoría clásica sus propios autores-, llegó aaceptar el desempleo como un resultado inevi-table del saneamiento de la economía. Así,aunque la necesidad de bienes de todaempresa sea muy grande y aunque no faltenmanos dispuestas al trabajo, el liberalismo eco-nómico lleva, por motivos endógenos, a con-tinuas crisis de coyuntura. Se crea en el senodel liberalismo un círculo vicioso, puesto que,si bien a corto plazo, y con el fin de incre-mentar la productividad, puede ser precisoreducir el personal, a medio plazo, y desde unaperspectiva global, el paro acarrea la subpro-

ductividad, la cual deteriora la competitividad,que, a su vez, propicia nuevo desempleo.

Frente a esa teoría, Keynes sostuvo la nece-sidad de una intervención del gobierno en laeconomía para maximizar la utilidad de lasociedad, y asegurar el empleo 25. Así comopara los monetaristas el puesto de trabajo noes más que un resultado, para los keynesianoses un objetivo en sí mismo, que debe ser perse-guido mediante una política fiscal y de gastopúblico por parte del gobierno. Mientras elliberalismo aboga por una política discipli-naria, basada en el miedo de las empresas a laquiebra y el miedo de los trabajadores al paro,el keynesianismo, en un argumento que traetambién claras resonancias utilitaristas, pro-pugna la satisfacción de los deseos, el incre-mento de los salarios, el aumento de losdéficits presupuestarios como fuerzas genera-doras del crecimiento.

Como se ha puesto de relieve recientemente26 tanto unos como otros confían exclusiva-mente en mecanismos. Los keynesianos, ennombre de la razón de Estado que corrige elfuncionamiento natural de los procesos econó-micos; los monetaristas, en virtud de las leyesde mercado. Unos y otros razonan como si susteorías pudiesen ser aplicadas independiente-mente de las situaciones sociológicas con-

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cretas, como si no se precisara en forma algunala adhesión de los individuos para aplicar susdoctrinas. La misma aplicación práctica de losmodelos económicos de ambas teorías hademostrado la incapacidad de una y otra paradar respuesta a los problemas económicos delmundo actual.

Varios autores, entre ellos, y por citarlos másconocidos, George Gilder 27 y Peter Drucker28, han señalado en los últimos años el errorfundamental de estas teorías al sobrestimar,drásticamente, la importancia de la funciónfísica del capital y otras medidas cuantitativasde la actividad económica, desplazando almismo tiempo y también de forma conside-rable la importancia tan decisiva de la creati-vidad empresarial. Así George Gilder señala:

“El problema de todas estas teorías del capi-talismo es su ineptitud científica. inclusoaunque no les pidamos a los economistas queactúen como filósofos moralizantes, les debe-ríamos exigir, al menos, que observaran decerca el mundo. Observando el mundo, uno noalcanza a ver más que escasos signos que con-firman la opinión predominante de la acti-vidad empresarial. El capitalista no dependesimplemente del trabajo, la tierra y el capital;él define y crea el capital, le concede valor a latierra y ofrece su propio trabajo al tiempo que

hace efectivo el trabajo más bien amorfo delos otros. El capitalista no es fundamental-mente una herramienta más del mercado, sinoel propio creador de mercados; no es un descu-bridor de oportunidades, sino un revelador dela oportunidad; no es un explotador derecursos, sino un inventor de ellos; no es la res-puesta a la demanda existente, sino un inno-vador que hace evocar la demanda; no es unconsumidor de tecnología, sino un productorde la misma” 29.

El papel primordial de los empresarios no es,por tanto, el de cubrir los huecos que se pro-duzcan en su mercado real o teórico, expli-cando el mercado y realizando transaccionesque maximicen sus propios intereses, sinogenerar y fomentar nuevos mercados o teoríasaprovechando el proceso de destrucción cre-ativa que impulsa todo proceso económico.

En este sentido se ha dado un paso de la ide-ología del laissez-faire a una ideología quepodríamos denominar managerial, queenfatiza la responsabilidad social de laempresa, acentuando aspectos que aquéllaconsideraba extraños al mercado tales como lacooperación entre empresa y gobierno, losderechos de los trabajadores o la importanciadel factor humano en la empresa 30.

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Esto ha llevado consigo una redefinición dela función de la empresa en los siguientes tér-minos: buscar maximizar los beneficios demodo consistente con las normas morales dejusticia y con el respeto a los derechos indivi-duales. Ha sido la referencia a los derechos yala justicia la que ha permitido involucrar algobierno en el conjunto del sistema eco-nómico 31.Es éste uno de los principalesaspectos en los que el sistema actual de libreempresa ha modificado la versión del sistemaclásico de Adam Smith.

Esta intervención del gobierno en el sistemaeconómico ha desatado numerosas polémicasentre los economistas, como, por ejemplo, laque se originó a raíz de la solicitud de Chryslerde un crédito del gobierno norteamericanopor valor de 1,2 billones de dólares. Conocidoseconomistas terciaron en la polémica. AsíMilton Friedman señaló que la pérdida dedinero es un riesgo que la empresa debe correral intentar obtener beneficios, y que estesistema era el que había hecho nacer la eco-nomía norteamericana en los dos últimossiglos 32.

En cualquier caso es una opinión común-mente aceptada hoy que el gobierno debejugar un papel a la hora de corregir los excesosdel capitalismo, siempre que se limite a fijar los

objetivos generales a alcanzar, para que seanlos empresarios quienes lo realicen. Entre lasfunciones que el gobierno tendría dentro deun sistema de mercado estarían: asegurar lascondiciones mínimas de bienestar paraaquellos individuos que el sistema económicono tiene en cuenta (incapacitados, ancianos,niños...) por no ser parte activa de la dinámicadel sistema 33;la provisión de bienes públicos,por ejemplo, la educación pública, los efectosexternos de la empresa sobre el medioambiente o las obras públicas; la corrección delas tendencias injustas del sistema, mediantelegislaciones, anti-trust, control sobre ali-mentos, productos farmacéuticos e industriasde servicios públicos,...; control de los cicloseconómicos, medidas para frenar la inflación ycontra el desempleo; política fiscal,...

En la medida en que la empresa se muevedentro de un sistema social y de los valores deese sistema, adquiere una serie de obliga-ciones, tales como no impedir la libertad de laactividad económica, ser equitativo en sustransacciones o respetar los contratos. Sontodos ellos límites de carácter moral quevienen a señalar cómo la responsabilidad de laempresa abarca más allá de sus propios inte-reses.

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Tradicionalmente el empresario ha sido vistocomo un ser de corta estatura moral, sin másinterés que maximizar sus intereses y sinasumir más riesgos que aquéllos que exigen lascircunstancias. Recientemente, sin embargo,los directivos de empresa se han visto en lanecesidad de ampliar sus objetivos hacia inte-reses sociales, políticos y morales 34. Si bien,antes la responsabilidad del empresario erapercibida frente a los propietarios, stock-holders, hoy el círculo de obligaciones asu-midas por la empresa se ha aplicado haciaotros grupos, stakeholders, algunos de loscuáles pueden no tener una conexión directacon las actividades o propiedad de la empresa35. Tad Tuleja cita seis “depositarios” de la res-ponsabilidad de la empresa: propietarios,empleados, consumidores, comunidadeslocales, sociedad en general y empresas com-petidoras 36.

Por tanto, el self-interest se presenta comoinsuficiente ante la realidad de la economía demercado, en la que se da una red de interac-ciones de individuos que actúan y se comu-nican, y donde aparece necesariamente laética:

“Hay una regla ética natural, general, asimi-lable fácilmente por cualquier hombre debien, por cualquier persona bien nacida, que

(...) nos dice que ninguna acción individual sejustifica en la sociedad si se atiene al sólointerés del individuo que la realiza. Todas lasacciones humanas, directa o indirectamente,aparente o implícitamente, tienen unadimensión social, y todo hombre debe tenerlaen cuenta, directa o indirectamente” 37.

A esta misma idea se refiere Iacocca cuandoaconseja: “pensad siempre desde la óptica delos intereses de vuestro interlocutor” 38; oGilder cuando señala que “debido a que losempresarios deben necesariamente trabajarpara el resto de la población y producir paraotros, tienden a ser menos egoístas que otraspersonas creativas, que a menu-do exaltan lafelicidad y la autoexpresión como sus princi-pales objetivos” 39. Todas estas ideas vienen aconfirmar, en contra de la visión utilitarista dela economía, que la máxima cantidad debienes no se obtiene solamente mediante lacompetencia, sino que es preciso un ciertoequilibrio entre la competencia y la coope-ración. No es correcto afirmar que la compe-tencia por sí misma es la forma más eficientede entender el mundo de los negocios.

Queda, por último, revisar la noción debeneficio de la teoría clásica. No se trata denegar el valor que el beneficio tiene como ins-trumento de regulación de la economía, como

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fondo propio de la empresa y como fuente dedividendos, sino de poner de relieve un pro-blema que una actividad económica centradaexclusivamente en el beneficio que puedetraer consigo.

El logro del beneficio no es simplementeuna característica del capitalismo, sino unanecesidad para la economía de mercado, pueses el instrumento que los empresarios tienenpara participar en el desarrollo económico desu país. Sin la suficiente libertad económica yel libre acceso al capital, difícilmente podrándesempeñar su papel a la hora de financiar ylanzar una empresa 40. Por ello, nada hay quecriticara la utilidad obtenida por la prepa-ración, la destreza, el espíritu creativo, lasinnovaciones técnicas y científicas, el esfuerzoo la eficiencia; y, en cambio debe ser justa-mente censurada aquella utilidad que seobtiene sacando provecho de la ignorancia delprójimo, con medios ilícitos 41.

Para la teoría económica clásica, en unmercado competitivo el poder de negociacióndel consumidor es igual al del vendedor: elvendedor ofrece un bien igual o mejor que elque el comprador pueda obtener de otro, altiempo que el comprador tiene el poder deamenazar con hacer el negocio con otro ven-dedor. Este argumento se conoce como la doc-

trina del caveat emptor: “¡Cuide el compradorde sí mismo!” 42.

De hecho, sin embargo, comprador y ven-dedor no están en relación de igualdad, sinoque frecuentemente, dado el elevado númerode bienes entre los que se puede elegir, el com-prador queda a expensas de la informaciónque pueda darle el vendedor.

En consecuencia, si a la finalidad de laempresa polarizada en el beneficio le unimosla vulnerabilidad del consumidor, podemosencontrarnos con un tipo de consumismo ile-gítimo en el que se suscitan demandas no yainnecesarias, sino incluso perjudiciales para elconsumidor. De esta forma, mientras en laesfera de la producción se exige una severaética de trabajo, disciplina y renuncia a la satis-facción inmediata de necesidades, en la esferadel consumo la estrategia se basa en el hedo-nismo y la permanente expansión de lademanda de consumo. El hombre seencuentra, entonces, escindido entre ser unproductor disciplinado y un consumidor hedo-nista 43.

Algunos autores, como John KennethGalbraith 44 han visto en este punto unacrítica al sistema capitalista. En su opinión lamayoría de los empresarios, más que res-ponder a las preferencias del consumidor,

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crean falsas necesidades. Así, la pretendidasoberanía del consumidor se convierte en unmito 45. Mediante la presión de una campañade publicidad y de otras formas de técnicas deventas los empresarios crean un producto delque no había necesidad y convencen al consu-midor de que necesita ese producto.

Respecto a la publicidad, Jules Henryadvirtió hace ya unos años cómo ésta era unaprueba de la irracionalidad del sistema 46. Enun sistema perfecto la publicidad debería serestrictamente de carácter informativo. Sinembargo para asegurar su supervivencia, elsistema requiere de la publicidad, como de unauténtico método de pensamiento -pecuniaryphilosophy- que cree y fomente el consumo.

En la más reciente literatura sobre mana-gement se ha puesto de relieve, por otra parte,cómo los beneficios de la empresa no puedenreducirse a beneficios económicos. Sería caeren una falacia materialista pensar que lariqueza es algo material, finito, capaz de sermedido e inventariado. Se ha hablado, porello, de otro tipo de beneficio además del eco-nómico que podríamos llamar “epistemo-lógico” o “de información”, y que se funda enla capacidad de inteligencia, iniciativa y deautoorganización del mundo del trabajo 47.

En última instancia, opina Iacocca, el con-junto de actividades empresariales puedereducirse a tres palabras: personal, productos ybeneficios. La prioridad corresponde a la plan-tilla de colaboradores. A menos que se dis-ponga de un equipo eficiente, de poco sirvenlos dos elementos restantes 48. Y en la mismalínea, Archier y Serieyx señalan que sólosaldrán vencedores aquéllos que sepan movi-lizar su único recurso determinante, loshombres:

“Es preciso movilizar, cada día, a las mujeresy hombres de la empresa, su inteligencia, suimaginación, su corazón, su espíritu crítico, suafición al juego, a la fantasía, a la calidad, sutalento de creación, de comunicación, deobservación; en pocas palabras, su fecundidady su diversidad; únicamente esta movilizaciónpuede asegurar la victoria en una lucha indus-trial, en lo sucesivo cada vez más árdua “ 49.

Dicho de otro modo, la empresa taylorianaha pasado a mejor vida 50, y el managementtecnocrático y carente de alma que llevabaaparejado debe ser desechado rápidamente.

Del análisis del sistema capitalista se puedeextraer como conclusión que si las decisionesempresariales buscan tan sólo incrementar losresultados en el plano económico, el dina-mismo. que se genera tiende a destruir tanto a

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los individuos como a la organización 51. Taldestrucción ha sido vaticinada por diversosautores, entre los que cabe señalar a Marx: ySchumpeter. Sin entrar ahora en la crítica mar-xista del capitalismo y centrándonos en el pen-samiento de Schumpeter, éste da cuatrorazones que, a su entender, presagian el ocasodel modelo capitalista en los Estados Unidos yel advenimiento de una sociedad de cortesocialista 52:

1) Burocratización. El modo en que loshombres de negocios han desarrollado lasfuerzas productivas de los Estados Unidos y,por ello, el modo en que han creado nuevasformas de existencia para todas las clasessociales han minado, paradójicamente, suposición social y política, dado que la funcióneconómica tiende a abrir paso a la burocrati-zación.

2) Racionalidad. Siendo sencillamente“racional”, la actividad capitalista tiende apropagar los hábitos racionales, y a destruir lalealtad y los hábitos de subordinación que sonesenciales a la gestión de las empresas: ningúnsistema social puede funcionar si está fundadoexclusivamente sobre una serie de libres con-tratos cerrados entre partes contratanteslegalmente iguales, guiadas, cada una de ellas,

nada más que por sus propios fines utilitarios acorto plazo.

3) Aislamiento. La atención casi exclusivaque los hombres de negocios han prestado asus tareas productivas y administrativas hacontribuido enormemente a crear, porausencia, un sistema político y una clase inte-lectual que han desarrollado una actitud deindependencia y, después, de hostilidad hacialos intereses de las grandes empresas.

4) Anquilosamiento. Como consecuencia delas tres razones anteriores, el baremo devalores de la sociedad capitalista ha perdido suempuje no solamente ante el público, sinoincluso sobre la propia clase empresarial, queha preferido refugiarse en la seguridad, en laigualdad y en la reglamentación.

Casi cincuenta años después, la capacidad deinnovación de las empresas, la flexibilidad delo organizativo frente a la rigidez de lo fun-cional, la preocupación por su responsabilidadsocial, y, como consecuencia de todo ello, lacapacidad de emprender de los hombres denegocios, han supuesto, una vez más, que lasteorías económicas se hayan visto superadaspor la realidad.

Sin embargo, lo que la crítica de Schumpeterha puesto de manifiesto es que para asegurar

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su supervivencia la economía de mercado haexigido de un cambio en sus planteamientos.Si el capitalismo quiere sobrevivir, la perse-cución del beneficio debe verse regulada porun marco moral, o, lo que es lo mismo, los prin-cipios utilitaristas, tal como hasta aquí han sidoesbozados, se revelan insuficientes como fun-damentación moral del sistema económico.

III. Principios utilitaristas en lasdecisiones empresariales.

El utilitarismo supone una revisión de todoslos grandes conceptos que intervienen en laformulación de una teoría ética. De este modo,el utilitarismo plantea una modificación delobjeto mismo de la moral, de la razón o normade la moralidad y del fin.

1. La premoralidad del bien y del mal.

En el utilitarismo la calidad moral de laacción se da en el juicio que establece larelación adecuada de los medios al fin.Cualquier tipo de acción es moralmenteneutra, y su calidad moral sólo se da en con-creto, en la praxis53. De este modo se eliminael criterio de la exclusión de un tipo de acciónintrínsecamente mala y se entiende la mora-

lidad de una acción como función del enjuicia-miento ponderativo de la totalidad de sus con-secuencias previsibles, como función de unaponderación universal de bienes.

Un juicio ponderativo tal como el descrito,necesita de la consideración de la realidadtotal. La consideración de las acciones nopuede hacerse al margen de las situaciones enlas que ocurren. Las ideas, las creencias o loshechos individuales no tienen una verdad o unvalor moral en sí mismos, sino que la acciónforma una totalidad concreta donde todos loselementos, no sólo el objeto, sino también lascircunstancias, el fin y las consecuencias, con-curren a la moralidad. La bondad o maldadmoral viene determinada por la ponderaciónuniversal de todos los elementos que inter-vienen en la acción en cuanto son proporcio-nados al fin que se persigue. El fin juega en elcálculo proporcionalista un papel de coordi-nación, que es el que da valor moral a todoslos elementos.

La relación de la teoría utilitarista con laeconomía en este punto concreto, la ha puestode manifiesto Thayer al señalar cómo en laactividad económica ese valor es identificadocon el precio de mercado, y, por ello, el valorde cualquier cosa se concibe como una funcióncomercial54. Dado que el objetivo de una

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empresa es ganar dinero, aquellas accionesque tienden a ganar dinero son consideradasbuenas, y aquellas que tienden a perderlo sonconsideradas malas.

En un mercado de competencia perfecta elprecio se contempla sólo como resultado,como el punto de equilibrio entre la oferta y lademanda. En un mercado así no existe ningúngrado de libertad frente al precio, por lo queéste no resulta relevante éticamentehablando. Sin embargo, en la mayoría de losmercados de competencia no perfecta noexiste un precio general y fijo, sino que esmodifi-cable según las circunstancias. El precioes, entonces, una magnitud que debe ser cali-ficada por las partes que inter-vienen en elintercambio mediante una ponderación queno reviste solamente aspectos económicos,sino también éticos55.

Por otra parte, siendo el mercado el marcoen el que se inscribe la ponderación de losmedios con respecto de] fin, el empresarioquedará a expensas de los intereses que encada momento persiga el público:

“Si los lideres de la opinión pública -señala aeste respecto George Gilder- establecen que elobjetivo fundamental en la vida es la conse-cución de los mayores placeres individuales -pregonando en su literatura y en sus actos un

ideal fundamentalmente hedonista-, los capi-talistas, sin pérdida de tiempo, se esforzaránen facilitar ese logro, originando los signosexternos que ello comporta. Pero si la opiniónpública cambia de parecer, como ocurrieradurante los años setenta, en los que se volcóindebidamente sobre los problemas del medioambiente, los empresarios, a su vez se esfor-zarán en cumplir ese nuevo mandato, en satis-facer el mercado que se abre ante sus ojos”56.

Para el utilitarismo -como en general paracualquier teoría consecuencialista- hay un tipode normas de carácter general y abstracto, queson normas formales, y como tales incluyen lacalificación moral dentro de su propia formu-lación. Pero estas normas, por su caráctergeneral y abstracto no sirven para hacersecargo de la realidad. Para ello es preciso con-cretarlas, materializarlas.

Existen, entonces, tipos de acción quequedan absolutamente prohibidos, pero sóloson aquéllos que encuentran su expresión enjuicios tautológicos. Por tanto la cuestión noestá en si a veces es permitido asesinar -”matarinmoralmente a un inocente”-, puesto que,siendo ésta una proposición tautológica, secontesta por sí misma de forma negativa, sinosi “matar intencionadamente a un inocente” -distinto de asesinar- puede ser en ocasiones

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permitido. A esto hay que contestar que sí (porejemplo, para salvar la vida de dos). De estaforma, si empleamos una terminología que noperjudique de antemano la inmoralidad deuna acción, llegamos a proposiciones auténti-camente informativas, que son o no contin-gentes en su valor de verdad -”matar a un ino-cente a veces es bueno, a veces es malo”- ofalsas -”matar a un inocente es siempremalo”57. Los conceptos quedan vacíos demoralidad para evitar caer en tautologías. Suvalor moral debe venir dado por el recurso a laexperiencia.

Para establecer una norma universal con-creta se requiere tener en cuenta no tan sóloel objeto, el fin y todas las circunstancias, sinoincluso todos los casos posibles que se puedandar. Esto evidentemente hace imposiblefundar teóricamente la existencia de unanorma que prohiba sin excepción los actos con-cretos. Las leyes morales que se refieren a actosconcretos no se pueden decir universales en unsentido absoluto, sino tan sólo en un sentidorelativo, puesto que pueden darse siempreexcepciones, si el juicio proporcionado de larazón así lo estima oportuno y la voluntadasiente a ello.

En relación a la posibilidad de una normageneral, los teóricos del utilitarismo han distin-

guido entre utilitarismo de la acción (act utili-tarianism o extrem utilitarianism) y utilita-rismo de la norma (rule utilitarianism o res-tricted utilitarianism)58.

El utilitarismo de la acción sostiene que escada acción individual la que debe someterseal principio utilitarista de] mayor bien para elmayor número de personas. esta posturaparece coherente con los principios del utilita-rismo, puesto que, si busca maximizar el valorde la acción, no hay mejor modo de hacerloque determinar dicho valor en cada acciónconcreta.

Esto no significa que no deba tenerse encuenta ningún tipo de orientación de caráctergeneral. El utilitarismo de la acción acepta queel individuo adquiere cierto aprendizaje de susacciones pasadas, pero este aprendizaje llega,como mucho, a proporcionar meras reglas defuncionamiento (rules of thumb), que enningún caso tienen una validez general.

Estas reglas son requeridas, en primer lugar,por cuestión de tiempo, puesto que la decisiónse haría interminable si en cada caso se tuvieraque proceder a un examen de todas las conse-cuencias de todas las posibles acciones. Ensegundo lugar, son necesarias, porque elpropio interés del sujeto puede hacer que la

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valoración de las consecuencias de su acción sedesvíe hacia su propio interés59.

Para evitar estas dos dificultades, el utilita-rismo extremo acude a regias de sentidocomún60 del tipo “no se debe mentir”, “sedebe decir la verdad”, “se deben mantener laspromesas”. Ahora bien, quién así actúa nodudará en romper tales reglas si haciéndoloconsigue en esa acción concreta maximizar elresultado de una acción. Cualquier reglapuede ser violada siempre que con ello seconsiga un mayor bien.

La rectitud, por ejemplo, de guardar unapromesa depende, en una ocasión deter-minada, sólo de la bondad o no de las conse-cuencias de guardar o romper la promesa ental ocasión. Una de estas consecuencias -yademás una consecuencia importante- será lade mantener la fe en la regla que obliga amantener las promesas. Por tanto, si la bondadde las consecuencias de romper la regla esmayor en su conjunto que la bondad de lasconsecuencias de mantenerla, entonces debe-remos romper la regla, independientementede que las consecuencias de obedecer la reglasean para todos, en general, mejor que las deromperla. Las reglas, en definitiva, noimportan sino per accidens como reglas defuncionamiento y como instituciones sociales

de facto con las que se debe contar a la horade valorar las consecuencias61.

A diferencia del utilitarismo de la acción, elutilitarismo de la norma sostiene que el cri-terio utilitarista debe aplicarse no a lasacciones individuales sino más bien a las reglasgenerales básicas que gobiernan dichasacciones. Así, una acción moralmente correctaes aquélla que se adecúa a la correcta reglamoral aplicable a esa clase de situación, enten-diéndose por regla moral correcta aquélla quemaximiza la utilidad social si es seguida portodo el mundo en situaciones de ese tipo. Deacuerdo con esta teoría, que una acciónmaximice la utilidad en una determinadaocasión no significa que sea correcta desde unpunto de vista ético.

El utilitarismo de la norma parte del presu-puesto de que todos los individuos siguen lamisma regla moral. La razón de ello es que elinterés de la mayoría de los miembros de lasociedad (the public interest) está mejor pro-tegido por el respeto de un grupo de reglasmorales básicas que gobiernan la conducta decada uno. Las reglas morales son algo más quemeras reglas de funcionamiento; tienen unaposición central en la moral que no puedecomprometerse por las exigencias de una

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situación particular que ponga en peligro laefectividad de esa regla.

Por tanto, cuando se intenta, de acuerdocon el utilitarismo de la norma, determinar larectitud moral de una acción particular no sepregunta si esa acción producirá la mayor can-tidad posible de bien, sino que se trata de dilu-cidar si tal acción es requerida por la reglamoral que todo el mundo debe seguir.Entonces, las consecuencias de la acción no sonrelevantes para decidir sobre un caso parti-cular, sino tan sólo para decidir qué reglas sonbuenas razones para actuar de determinadamanera.

El utilitarismo de la norma no está, sinembargo, exento de dificultades. Por unaparte, si las reglas no están sujetas a ningúnposible cambio que las circunstancias concretase individuales exijan, el utilitarismo de lanorma se convertiría en un tipo de ética deon-tológica, que exige la observancia de la normaaun cuando en el caso concreto sea dañino.Además no se ve cómo se pueden resolver losproblemas que surgen cuando varias reglasentran en conflicto.

Desde el punto de vista del utilitarismo de laacción, los utilitaristas de la norma podrían seracusados de tener poca fe en el principio demáxima felicidad, puesto que hay muchos

casos en que atenerse a la regla no suponeobtener más beneficios, incluso a largo plazo.Entre obedecer siempre la norma y no obede-cerla nunca hay una situación intermedia: obe-decerla algunas veces.

Por otra parte, si el utilitarismo de la normasostiene que puede haber excepciones a laregla siempre y cuando éstas no afecten a suvalidez y a su estabilidad, no se ve entoncesdiferencia substancial con el utilitarismo de laacción.

Las reglas que permiten excepciones produ-cirían más utilidad que aquéllas que no las per-mitiesen. Por ejemplo, una regla que diga que“nadie puede ser condenado a muerte sin unproceso justo excepto cuando haciéndolo asíse obtenga más utilidad que no haciéndolo”será más útil que aquélla que simplementediga que “nadie puede ser condenado amuerte sin un proceso justo”, puesto que laprimera regla maximizará la utilidad siempre,mientras que la segunda sólo la mayor partede las veces. Dado que el utilitarismo de lanorma sostiene que una regla moral correctaes aquella que produce mayor utilidad,debería sostener que la regla moral correcta esaquélla que admite excepciones. Pero una vezque la cláusula de excepción forma parte de laregla, entonces la aplicación de esa regla dará

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los mismos resultados que la aplicación directadel criterio de utilidad del utilitarismo de laacción62.

Muchos comportamientos empresarialesencuentran una justificación utilitarista preci-samente en este punto. Dos de los que con másfrecuencia aparecen en los libros de éticaempresarial, serían, por ejemplo, los sobornosy los problemas respecto a la verdad.

Uno de los casos más estudiados en éticaempresarial es el de los pagos de la compañíaLockheed a políticos de distintos países paraasegurar la venta de sus aviones. El presidentede la compañía, al justificar estos pagos, señalóque los pagos a los llamados “altos funcio-narios del gobierno japonés” fueron solici-tados por Okubo (miembro de la compañíajaponesa que actuaba como representante dela Lockheed) y no partieron de mí. Cuando élme dijo que “hacían falta quinientos millonesde yenes para tales ventas”, desde un punto devista puramente ético y moral yo hubiesedeclinado tal petición. Sin embargo, en esecaso, desde luego, hubiese sacrificado el éxitocomercial”63. Es decir, como norma general elsoborno es éticamente reprobable, pero en lasituación concreta -la Lockheed había recibidoun crédito gubernamental apoyado en unasprevisiones de ventas de aviones que no se

ajustaban a la realidad- no hacerlo hubiesesupuesto el cierre de la compañía por parte delgobierno norteamericano.

Con respecto a los problemas acerca deposibles formas de engaño en la actividadempresarial, el problema se desató a raíz delartículo de Albert Carr, “Is business BluffingEthical?”, publicado en 1968 en la HarvardBusiness Review. Allí Carr afirmaba:

“Muchos ejecutivos de vez en cuando se venprácticamente obligados en interés de suscompañías y en el suyo propio a practicaralgunas formas de engaño cuando negociancon los clientes, los comerciantes, los sindi-catos, los funcionarios públicos o incluso losdepartamentos de sus compañías. Medianteafirmaciones conscientemente falsas, oculta-miento de hechos relevantes, o exageraciones-en resumen, mediante “faroles”- intentanpersuadir a los otros para que estén deacuerdoc on ellos... Una buena parte deltiempo el ejecutivo intenta hacer a los otros loque él espera que los otros no le hagan a él...Un hombre que intente ser un ganador en eljuego de los negocios tiene que adoptar laactitud de un jugador”64.

Para Carr estas formas de mentira no seríanéticamente rechazables. el mundo de losnegocios se asemeja al juego de póker, y del

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mismo modo que en el póker está permitidohacer “faroles”, sin que nadie por ello con-sidere que tal actitud es moralmente mala, asíen el mundo de los negocios está también per-mitida esta práctica como medio para obtenerel fin perseguido. Sin embargo, en opinión deBowie tales prácticas, aún siendo pública-mente conocidas y aceptadas, socavan las insti-tuciones sociales, de modo que para asegurarla estabilidad que la empresa requiere espreciso que los hombres de negocios tenganunas reglas de comportamiento más elevadasque las del póker65.

Es cierto, a pesar de todo, que se ha pre-tendido dar un argumento desde el propio uti-litarismo en contra de estas prácticas. Bastaría,se dice, con llevar el cálculo de las conse-cuencias lo suficientemente lejos para tomaren consideración los efectos sociales y elpeligro potencial causado a la confianza delpúblico. Así, entonces, un análisis sensato decostes y beneficios del soborno ilustra quecuando el soborno sea una manera aceptadade hacer negocios, la gente ya no obtendrá lomejor de su dinero. Aunque este argumentopueda parecer convincente sigue basándoseen los mismos principios utilitaristas, puestoque no fundamenta su argumentación en elvalor intrínseco del “soborno”, que sigue

siendo moralmente neutro, sino en la ponde-ración de bienes.

La clave de la teoría utilitarista es su empeñoen rechazar lo que denomina “falacia natura-lista”, el paso de los hechos (is) al orden moralde los valores (ought), que en su opinión estáplenamente injustificado.

La ética utilitarista ha supuesto una doblereducción respecto de los planteamientos de laética clásica; por una parte, la reducción de lamoralidad de la acción a sus efectos; y, porotra, la reducción de los efectos a los efectosexternos. Ello ha supuesto, también, el olvidode dos nociones importantes para una ade-cuada teoría ética: el concepto de naturaleza yel concepto de virtud.

Recordemos una vez más que el utilitarismoparte de la ponderación de los medios res-pecto del fin. Y que esta ponderación tiene unexclusivo carácter técnico, como ponderaciónde bienes y males en el orden óntico. De estaforma se hace abstracción de la naturalezamisma de la realidad, puesto que las realidadesno se ven desde otro punto de vista que comomedios para un fin, sin otra consideración quesu cualidad de útiles.

En la ética clásica la finalidad moral estádeterminada por la naturaleza misma de la

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realidad, de modo que habrá ciertas realidadesque por su naturaleza jamás podrán sertomadas como medios. Este es el caso de lapersona humana, por ejemplo. Así, RobertSpaemann señala:

“No existe ninguna meta respecto a la cualpodamos interpretar funcionalmente las reglaselementales de la moral, es decir, respecto a lacual podamos reducir todos los demás efectosa efectos secundarios. No es lícito servirse de la“humanidad” en la persona de cada uno comomedio, sino que hay que emplearla siemprecomo fin; no existe absolutamente nada quepodamos o nos sea lícito usar únicamentecomo medio”66.

Los bienes propios de la persona no seobtendrán si no se buscan por sí mismos, comofines, y si no se acepta renunciar por ellos a unplacer inmediatamente utilitarista.

Se han dado, por ejemplo, argumentos utili-taristas en contra de la discriminación laboral,pero estos argumentos no se basan en elpropio carácter moral de la persona humana,sino en meros cálculos eficientes. En orden aasegurar, se dice, que el trabajo sea máxima-mente productivo, los puestos de trabajo sedeben asignar conforme a la habilidad y a lapersonalidad de cada individuo. Cualquier otraforma de adjudicación del puesto de trabajo

llevará necesariamente a un descenso de laproductividad.

Sin embargo, una adecuada crítica de laspolíticas de discriminación debe venir dada porla consideración del trabajador no simple-mente como un funcionario de la empresa,sino también como una persona, con una seriede derechos que deben ser respetados. Entreéstos se encontrarían, por ejemplo, el derechoa ser tratado por igual, sin discriminaciónalguna por criterios de raza, sexo...; el derechoa no realizar una acción que vaya en contra dela ley o de alguna norma moral; el derecho adenunciar un comportamiento inmoral de laempresa, en la medida en que quede a salvo laconfidencialidad y la lealtad del trabajadorhacia la misma.

El utilitarismo deja a un lado la naturalezamisma de la realidad concreta, que adquiereun carácter moral en cuanto que se la con-sidera en relación a la persona. Tomemos, porejemplo, la salud. No puede decirse que lasalud sea simplemente un bien biológico, quedeviene un bien moral cuando la voluntaddecide hacer una acción que devuelva la saluda alguien. La salud tiene ella misma un caráctermoral en cuanto que es la salud de un hombre.

Para asegurar la objetividad del juicio moral,el utilitarismo rechaza poner la acción en

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relación con el hombre que la realiza. El sujetode la acción moral aparece como un elementomás del cálculo ponderativo. Pero de estaforma el juicio moral no se distingue en modoalguno del análisis que puede hacer cualquierciencia. Por el contrario, en la consideración delos bienes no se puede hacer abstracción de lapersona, puesto que la naturaleza moral de losbienes se crea por la relación a ella.

Por otra parte, al reducir los efectos de laacción a los efectos externos, olvida el carácteríntimamente propio de la acción humana y, enconsecuencia, se olvidan también los efectosque tal acción ejerce sobre el propio sujeto quela realiza. Para el utilitarismo, las virtudes sesituarían en el ámbito de las normas generales,y, por tanto, no tienen ninguna relevancia a lahora de elaborar el juicio moral. Frente a estaopinión, la propia experiencia enseña cómo nohay nada más real ni más concreto que lavirtud, que se refiere a una realidad y a unascualidades personales que tienen su origen enla acción, se mantienen gracias a ella, y sepierden si no se ponen en práctica. Así, lavirtud se demuestra inseparable del obrar con-creto.

Negada la relevancia de la virtud en el obrarhumano, la moral deviene una moral de obli-gaciones y de leyes. Con el desvanecimiento

del concepto de naturaleza, el concepto dedeber o de principio pierde su primitiva fuerza:

“La desconexión entre los deberes o prin-cipios de acción, de conducta, y la naturalezade donde esos principios arrancan es precisa-mente lo que da a tales principios y deberes elsentido de imposición, y al hombre que loscumple la postura de sometimiento (...) El des-conocimiento del verdadero sentido del deber,de su fundamentación natural humana,inclinará a todo hombre a mirar hacia ade-lante, hacia las consecuencias, si es que nopuede fiarse con seguridad de los funda-mentos naturales del deber. Es aquí dondeseda la más grave equivocación del hombre;porque si bien es cierto que su limitada inteli-gencia le impide llegar al fondo de la funda-mentación de la ley moral, la misma limitaciónle impide por igual llegar a las últimas conse-cuencias de sus actos “67.

La acción, entonces, es una acción que seabre al futuro, a la valoración de posibles alter-nativas y a la elección de aquélla que tan sólofácticamente realice el fin perseguido.

2. La razón como fuente de moralidad.

Para el utilitarismo, como para toda formade consecuencialismo, la razón deja de ser una

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razón que se abre ala realidad, y se convierteen razón constituyente y preservante de lacalidad moral de las acciones. Al negar elcarácter moral intrínseco de las accioneshumanas, se hace inviable la apertura radical yprimaria de la voluntad que se abre al bien ydel intelecto que se abre a la verdad. La mora-lidad aparece gracias a la intervención de lavoluntad que delibera y elige. La razón seconstituye así, en fuente de moralidad.

La primacía de la razón ha llevado en elterreno económico a un exceso de raciona-lidad económica que ha supuesto para laempresa colocarse en una situación de máximarigidez no sólo directiva sino incluso funcional.La empresa clásica pone un especial énfasishacia la cuestión del cómo deben hacerse lascosas, centrándose más sobre los procedi-mientos, sistemas o modos de hacerse lascosas, que en la cosa que hay que hacer68.

La mayor parte de la literatura actual sobremanagement ha puesto de relieve el papel dela creatividad humana como superadora de lapura racionalidad económica. Así, GeorgeGilder advierte:

“El milagro industrial, un regalo inesperado,ha pasado a ser la gran sorpresa providencialdel capitalismo. El empresario, por definición,no consigue triunfar basándose en los “incre-

mentos marginales”, sino que lo hace con-fiando a ciegas, en sus corazonadas, en susesperanzas de que el tesoro, oculto durantelargo tiempo, se encuentre bajo sus pies en unmomento dado”69.

Siendo la razón fuente de la moralidad, esimpensable que pueda equivocarse. El utilita-rismo, como, en general, toda filosofía ilus-trada, tiene plena confianza en la razónhumana para alcanzar soluciones simples a losproblemas que aquejan al hombre, y que enparte se deben al desconocimiento de las leyesque rigen el universo. Concebir una elecciónequivocada es una sinrazón, cuya irraciona-lidad no viene por el hecho de que el hombresea capaz de perseguir arbitrariamente -ycontra toda razón- ciertos bienes, sino porquees la razón la que determina la moralidad70según el principio de utilidad. Como no hayregla moral objetiva -sería un principio tauto-lógico carente de valor moral- el sujeto que“actúa en consecuencia”, según la ponde-ración de las consecuencias, queda excusadode cualquier equivocación, que no se deberá aninguna falta moral, sino, en todo caso, a unafalta de talento. No es un problema moral,sino un problema de lógica. Un mal moral sereduce a un problema de error lógico.

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La dificultad de realizar en cada momentoun análisis exhaustivo de todas las posibili-dades y de todos los elementos que inter-vienen en la acción, hace -así lo hemos vistoanteriormente- que habitualmente el utilita-rista acuda al sentido común como regla paravalorar la calidad moral de una acción. Smart,en esta línea, propone una distinción entreuna acción moralmente racional y una acciónmoralmente correcta. Aquélla sería una acciónque se regiría según los principios básicos delsentido común, mientras que la segundasupondría tener un conocimiento completo delos hechos. La acción correcta sería la acciónmás racional. Entonces, una acción racionalpuede no ser la correcta, pero nadie puede serculpado por ello71.

Aparece con relativa frecuencia en los librossobre dirección empresarial la idea de que elbuen directivo no es aquél que tiene siemprela solución apropiada, sino aquél que es capazde plantear el problema adecuado. Una vezplanteado el problema y decidida la solución,si ésta se demuestra en la práctica como“correcta” se habrá ganado prestigio y dinero;si, en cambio, se demuestra equivocada lomejor será cambiarla cuanto antes, paraintentar perder el menor dinero posible. Desdeun punto de vista utilitario nadie puede exi-

girle responsabilidades al directivo que actúeasí. La réplica, sin embargo, parece evidente:nadie podrá exigirle responsabilidades... ¡amenos que se demuestre más útil hacerlo!.

El utilitarismo guarda relación, en estepunto, con la ética de la intención kantiana ysu noción de la “autonomía de la voluntad”.En efecto, para el utilitarismo, la voluntad estambién autónoma, como lo es para Kant. Sinembargo, si la relación es notoria, también loes la diferencia que las separa. Para Kant larazón es independiente de los efectos o conse-cuencias de la acción; en cambio, en el conse-cuencialismo nos encontramos ante una razónque calcula las consecuencias de la acción. Laintención se pone al servicio de las conse-cuencias, y la razón práctica se transforma enrazón técnica, que usa de los diversos bienes ymales -puramente físicos-, disponiendo deellos en orden a la obtención del fin que lavoluntad quiere.

Lo que el utilitarismo hace, al fin y al cabo,es convertir la teoría del doble efecto, que enla casuística tradicional tenía un uso limitado ala solución de ciertos casos difíciles, en unacategoría moral universal, interpretándola nodesde el principio de no hacer algo malo en sípara obtener un bien -primera de las cuatrocondiciones enumeradas por la teoría clásica-,

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sino a partir de la existencia de un motivo pro-porcionado, que sirve de ahora en adelantepara determinar lo que es bueno o malo.

En definitiva, el juicio moral consiste, en elutilitarismo, en la estimación de las buenas ymalas consecuencias desde la perspectiva de larazón proporcionada en vistas del fin. Con ello,la moral ha sufrido una profunda transfor-mación: se ha pasado de una moral centradasobre la relación del acto a su objeto, a unamoral centrada sobre la finalidad del sujetoque adquiere el carácter de constructiva delpropio objeto, por medio de la razón propor-cionada.

3. La responsabilidad en la elección defines.

La razón práctica se convierte en el utilita-rismo en razón técnica, y la acción se pone alservicio de la obtención del fin que la voluntadelija. En consecuencia, la acción es, desde elpunto de vista moral, algo externo, neutro,que pertenece al ámbito de lo natural. De estaforma, se pierde el verdadero sentido de lanoción clásica de praxis. La praxis, en el sentidoque se le da en la ética aristotélica, es accióninmanente, es decir, acción que revierte en elpropio sujeto que la realiza, de modo que el

sujeto es el primer beneficiario de la acción. Enel utilitarismo, en cambio, la acción revierte enel resultado, y no tiene ninguna relevanciamoral para el sujeto.

Para la filosofía clásica, la acción empieza ytermina en el hombre, y, por tanto, lo perfec-ciona. En el utilitarismo la acción pierde esecarácter inmanente -porque se pierde, comohemos visto, la noción de virtud- y se reduce ala efectividad. Lo moral, en el utilitarismo, sonlos efectos, las cosas hechas (facta), no laacción misma (faciendum).

Por otra parte, al no haber ningún con-tenido previo que anticipe el valor moral de laacción que se va a realizar, el primer principiodel obrar humano: “hacer el bien y evitar elmal”, queda vacío de contenido, y la praxis sequeda sin ninguna directriz que oriente suactuar. La moralidad de la acción, o, si sequiere, la objetividad de la moral se obtienetan sólo en el resultado. Precisamente por ellola moralidad se reduce a eficacia técnica.

En efecto, el utilitarismo rechaza la especifi-cidad moral del acto exterior y reduce la mora-lidad a la finalidad intencional del sujeto, quedeviene una finalidad de tipo técnico consis-tente en la valoración en el orden personal delos medios respecto al fin. El trabajo del mora-lista se centra en el nivel de los actos exte-

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riores, siendo el orden de las virtudes y de losvalores personales un orden separado cuyarelación con el orden moral no será más queaccidental72.

En la ética clásica la rectitud de las accionestrasciende las acciones mismas, y más aún laintención del propio sujeto. Los fines rectos leestán ya dados al hombre por la naturaleza delas cosas y del hombre mismo y no están, portanto, bajo la elección del sujeto. Lo que elsujeto hace es elegir los medios para laobtención de ese fin. Los medios se eligen, losmedios se alcanzan. Para el utilitarismo, encambio, los fines son objeto de elección. Losmedios se utilizan, los fines se eligen. La pru-dencia, entendida por los clásicos comoelección de medios, pasa a ser ahora prudenciade fines, que lleva a medir en cada caso lamoralidad de mis actos según mi intención.

La prudencia se opone, en el utilitarismo, ala moralidad, en cuanto se dice que una acciónse realiza desde un punto de vista prudencia]si se tienen en cuenta sólo los intereses delindividuo. En cambio, una acción será moral sise va más allá del propio interés.

Para poner de relieve la inconsistencia deuna ética fundada en el propio interés se hapresentado el llamado dilema del pri-sionero73, ilustración de un juego no coope-

rativo y de no suma cero, para dos jugadores,en el que se presenta a dos prisioneros quehan sido conducidos ante el juez y que soninterrogados por separado. Los dos saben quesi ninguno confiesa recibirán una condena deun año de prisión; si uno confiesa puede sal-varse, recibiendo el otro una condena de diezaños; si los dos confiesan recibirán cinco añoscada uno.

En el siguiente gráfico se expresan las dis-tintas posibilidades que se presentan. Losnúmeros a la izquierda de la coma indican lapena posible para el prisionero A; y los de laderecha, la pena para el prisionero B:

A/B confiesa no confiesa

confiesa 5 , 5 0, 10

no confiesa 10 ,0 1 , 1

Coloquémonos en la posición del jugador A.¿Cuál es la acción que más le conviene a supropio interés?. Si el jugador B opta por con-fesar, la solución más ventajosa para A es con-fesar; si el jugador B no confiesa, nuevamenteA obtiene una mayor ventaja si confiesa.Luego, si A quiere protegerse a sí mismo, bus-cando su propio interés, tiene motivo sufi-ciente para confesar, sea lo que sea lo quehaga el otro.

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El dilema surge cuando se cae en la cuentade que B puede pensar del mismo modo queA. Es más, no hay motivos para pensar que Bvaya a actuar de modo distinto a como actúaA. Entonces, resulta que en el caso de que A yB confiesen obtienen una mayor condena quesi no confiesan, cuando, según hemos visto, loracional es confesar.

Si cada uno elige la opción en la que puedeobtener un mayor beneficio -opción egoísta-,acaba por obtener un resultado peor que siopta por la elección que supone un mayorbeneficio para el otro -opción altruista-.

El dilema que presenta este juego es preci-samente éste: si cada uno hace lo que seríamejor para sí mismo, acaba siendo peor paratodos.

Este dilema es difícil que se dé en el caso dedos personas. Sin embargo, es aplicabletambién, y de hecho se da con más frecuencia,en una relación entre varias personas. En elcaso de varios jugadores, cada uno de ellospuede analizar si su acción beneficiosa hacialos demás puede verse contestada por unaacción asimismo beneficiosa de los demáshacia él mismo.

En este caso la posibilidad de recibir unbeneficio por parte de los otros variará según

el número de jugadores, y, en consecuencia,variará también la preferencia por una opciónegoísta o una opción altruista. Así, enpequeñas comunidades, si yo realizo unaacción que ayude a los demás es muy probableque esto me suponga ser ayudado después. Encambio, en comunidades mayores la posibi-lidad de ser ayudado disminuye. Aquí puedeser mejor para cada uno no ayudar nunca, yaque si no ayuda es probable que sea ayudado,mientras que si se decide por ayudar es difícilque en cada ocasión se vea correspondido porla ayuda de los otros.

Esto se ve más claramente cuando se tratade bienes públicos, es decir, de aquellos bienesde los que cada uno se beneficiará aunque nocontribuya a su producción. Se podría llamar eldilema del contribuyente. Surge entonces latentación para cada persona de evitar cumplirsu parte, ya que el hecho de que uno cumpla ono su parte no afecta mucho al resultado pro-ducido. Si cada uno contribuye, aumentará lasuma de beneficios, pero en tan poca cantidadque uno obtiene la mayor ventaja si nocolabora en la obtención del beneficio; sinesfuerzo obtiene un beneficio prácticamenteigual que el que obtendría si invirtiese algúnesfuerzo en colaborar. Y, sin embargo, si sólounos pocos colaboran el beneficio será menor;

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y si no colabora nadie -porque todos optan porla misma opción- el beneficio será nulo.

Supóngase un caso en el que ¡os trabaja-dores obtienen un salario según una partici-pación en el beneficio de la empresa, siendo suprincipal preocupación su propio bienestar.Tienen dos posibilidades, trabajar mucho (Ia) ono trabajar mucho (Ib), mientras que los demástienen también las mismas posibilidades (Ra) y(Rb). Cuando un individuo trabaja mucho,añade muy poco a su propia renta, así quepuede preferir no trabajar mucho. De estaforma, todos pueden preferir no trabajarmucho al tiempo que prefieren que todo elmundo trabaje, ya que si no puede ser unasituación desastrosa para todos. En estasituación, guiados por un cálculo racional ter-minarán todos por no trabajar, aunque cadauno hubiese preferido que todos trabajaranmás. De esta forma, los cálculos racionalesparecen conducir a todos al desastre74.

Vienen muy bien aquí aquellas lamenta-ciones de Don Mendo refiriéndose a otrojuego, el de las siete y media:

“Y un juego vil/ que no hay que jugarle aciegas,/ pues juegas cien veces, mil .. / y de lasmil, ves febril/ que o te pasas o no llegas./ Y elno llegar da dolor,/ pues indica que mal tasas/

y eres del otro deudor/ Mas ¡ay de ti si tepasas!/ ¡Si te pasas es peor!”.

Se da el caso de que en una sociedad depura competencia donde cada uno busca supropio beneficio el resultado que se obtieneno es el mejor. Supongamos dos empresas side-rúrgicas que se plantean la posibilidad dededicar parte de su presupuesto a investigaruna solución al problema de la contaminacióndel medio ambiente75. La matriz -los númerosindican las ganancias o pérdidas para cadacompañía- quedaría así:

A/B invest. (I) no invest. (II)

invest. (I) 7 , 7 -3 , 10

no invest. (II) 10 ,-3 4 , 4

El mejor resultado es que ambas compañíasestablezcan un plan de investigación (I,I). Sinembargo, en un mercado competitivo dondecada uno actúe independientemente, seráimposible obtener el resultado deseado, yaque a cada una de ellas le interesa más elegirno investigar (II). De este manera, el argu-mento en favor de la libertad de mercadocomo el mejor sistema para obtener el mejorresultado parece ponerse en entredicho.

El dilema del prisionero advierte de modoejemplificado cómo el propio interés hace

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imposible la obtención del mejor resultadopara la sociedad. Esta paradoja no significaque sea una postura que se destruya a símisma. El propio interés es una teoría de racio-nalidad individual, y, por tanto, mante-niéndose a nivel individual puede ser consi-derada una teoría universal, esto es, aplicablea todo el mundo: todo el mundo puede optarpor actuar buscando su propio interés.

El problema surge al intentar establecer elpropio interés como una teoría colectiva, estoes, como una teoría válida a nivel colectivo.Ahí es donde el dilema del prisionero señala alinterés individual como una teoría autodes-tructiva a nivel de la colectividad: la colecti-vidad no obtiene el mejor resultado si cadauno opta por actuar egoístamente.

Si, como parece indicar el dilema del pri-sionero, el mejor resultado para la comunidadse obtiene mediante la opción altruista, lo queconvendrá, entonces, será arbitrar algunasolución que permita a cada uno de los indi-viduos ver dicha opción como la mejor paracada uno de ellos. Las soluciones que seaporten modificarán bien las condiciones exte-riores en las que se inscribe la situación dada,bien las propias condiciones del sujeto quedecide. En un caso o en otro los cambios quese produzcan deben hacer posible que la

solución altruista sea vista por cada uno de losindividuos como la mejor para cada uno deellos.

Las soluciones respecto a las condicionesexteriores pueden considerarse como solu-ciones políticas. Desde este punto de vista losconflictos que plantea el dilema son vistoscomo meros problemas de coordinación76 demodo que lo que amenaza la obtención delbien de la colectividad no es el propósito indi-vidual del propio beneficio sino la falta deinformación necesaria para la coordinación.

Si se da una falta de información respecto almodo de actuar de los otros, cada individuocalculará la posibilidad de actuación de losotros, y actuará según el grado de cooperacióncon el que prevea que los otros actúen. Así, sila posibilidad de actuación de los otros es muybaja lo más racional será adoptar una posturaegoísta. Si todos llegan a la misma conclusión,será imposible obtener el mejor resultado parala colectividad.

Puede servir como ilustración un caso deldilema del prisionero con unas claras reso-nancias de actualidad. Llamémosle el dilemadel desarme. Supongamos que dos países A yB, firman un pacto público de desarme de suarsenal nuclear, y, a la vez, cada uno de ellostiene la posibilidad de romper secretamente el

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pacto. Entonces A, si no tiene posibilidad deconocer si B respeta o no el pacto preferiráviolar el pacto ante la posibilidad de que B lohaga. La matriz -los números indican el ordende preferencia para cada país- quedaría así:

De este modo, los parámetros de actuacióndel dilema del prisionero, donde la únicavariable es mi propia actuación, son sustituidospor un análisis estratégico en el que todos loselementos actúan como variables y, en conse-cuencia, todos están pendientes de la acciónde los otros.

Desde un punto de vista empresarial hay dosmecanismos fundamentales que permitenestablecer soluciones de carácter político: loscódigos de ética y la regulación guberna-mental.

Los códigos de ética que las corporaciones sedan a sí mismas, tienen, entre otras ventajas, lade servir de ayuda a la responsabilidad socialde la propia organización. Tales códigos,cuando están realmente fundados, esto es,cuando se entienden en términos de principiosmorales y no como simples ideales que nuncaserán alcanzados, son interiorizados por losmiembros de la corporación -o de la profesión,si se trata de códigos de ética profesionales- demodo que son aplicables a situaciones conflic-

tivas y permiten asegurar que todo aquel quelos suscribe actuará moralmente.

Los códigos de ética no van en contra de lacompetitividad de las empresas, antes al con-trario van claramente en interés de la propiaempresa, puesto que allí donde las prácticasempresariales no sean reguladas por loscódigos éticos que las empresas establezcan,aumentará la regulación gubernamental, conpeligro para el propio sistema.

La regulación gubernamental no es consi-derada, por tanto, como la solución óptima,aunque se hará imprescindible en aquellasmaterias a las que no lleguen las empresas,como por ejemplo, la legislación antitrust enEstados Unidos, o la legislación sobre la pro-tección del medio ambiente y demás bienescolectivos. En cualquier caso, la intervencióndel Estado no es imprescindible para obtenerestos bienes, y una política de sanciones puedeser fácilmente sustituida si se transforma, denuevo, en problemas de coordinación.

Pero, con todo, las soluciones políticas nosuponen un cambio sustancial en el plantea-miento del dilema. Son soluciones que, másque solucionarlo, lo modifican. Lo que se buscacon estas soluciones es una alteración de lascondiciones de decisión que permitan hacer dela opción altruista aquélla que suponga un

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mayor beneficio. En definitiva, seguimosmoviéndonos en el ámbito del propio interés,y cada individuo actúa movido por laobtención del mayor beneficio individual.

Queda, todavía, una pregunta por resolver:¿qué ocurre si, a pesar de todo, la opciónaltruista sigue apareciendo como mala?¿Cómo justificar la elección de la opciónaltruista aun cuando queda claro que es lapeor solución para cada individuo? Para con-testara estos interrogantes no es suficiente conproponer soluciones políticas, hay que acudir asoluciones morales.

Elegir según prudencia -en el sentido de laética utilitarista- es elegir la opción del propiointerés, mientras que elegir según moralidades elegir la opción altruista. El dilema del pri-sionero viene a señalar que si para los pru-dentes el objetivo es siempre el efecto -elmejor resultado-, éste se obtiene, paradójica-mente, eligiendo la opción altruista:

Aunque cada uno actúa erróneamente entérminos prudenciales, la irracionalidad decada uno es compensada por la ganancia quese obtiene de la irracionalidad de los otros. Así,aunque cada uno hace lo peor, en conjuntohacen lo mejor.

La prudencia crea conflicto, haciendo quecada uno vaya en contra de otros. De estemodo, la prudencia universal puede ser malapara todos. Donde la prudencia divide, lamoralidad une. Aun desde el punto de vistadel propio interés, la moralidad vence. Eldilema del prisionero pone de manifiesto que,si cambiamos la prudencia por la moralidad,actuaremos mejor incluso en términos pruden-ciales.

Desde una concepción aristotélica, la pru-dencia se refiere a los medios, a todo aquelloque hay que hacer para llevara cabo laelección. De este modo, en el obrar humano sedan inseparablemente la prudencia y la virtudmoral, porque la virtud hace recto el fin pro-puesto; y la prudencia, los medios que a él con-ducen77. La teoría de la finalidad de la éticaclásica permite superar el prudencialismo utili-tarista, que deja la moralidad de los actos enmanos de la elección del sujeto.

El hombre adquiere con el planteamientoutilitarista una dimensión que desborda todassus capacidades. El hombre se hace respon-sable no sólo de sus acciones, sino también desus fines y de la moralidad de sus elecciones,de modo que la responsabilidad individual delhombre se diluye en una responsabilidad uni-versal y omniabarcante, que debe dar cuenta

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de la totalidad de posibilidades de una acción -e incluso de las omisiones que tal acción llevaconsigo-.

Al transformarse la responsabilidad concretaen una función meramente instrumentaldentro de una estrategia complexiva de opti-mización de la realidad, la iniciativa individualqueda reducida a pura subjetividad, dejandoque sea un factor externo -el mercado, en elliberalismo- el que desempeñe la función deoptimizar el bien común. La realidad quedavacía de toda cualidad ética y el momentoético se transforma exclusivamente en laintención de un individuo para tomar la propiaresponsablidad en el ámbito de un programade optimización. La responsabilidad individualse asienta, en el utilitarismo, en unos principiossubjetivos y autónomos y no, como la teoríaclásica señala, en la realidad objetiva78. Lajerarquía de valores objetivos se sustituye poruna responsabilidad universal según una estra-tegia de optimización del universo.

Pero, en rigor, la responsabilidad resultasiempre de una situación concreta, de unasrelaciones éticas determinadas, y no se puedepretender que todo el mundo tenga el mismogrado de responsabilidad. La limitación de laresponsabilidad no puede venir por la inten-cionalidad subjetiva del individuo que actúa,

sino por la realidad objetiva en la que seencuentra la acción79. De ahí se siguen unaserie de consecuencias:

1) el hombre es responsable en mayormedida de aquellas situaciones que le son máscercanas. No puede evadir su responsabilidadasumiendo otras responsabilidades que le sonajenas80;

2) la responsabilidad aumenta con el podero con la influencia que se tenga en la sociedad;

3) hay ámbitos de la realidad en los que elindividuo tiene una responsabilidad negativa,por la que debe privarse de ciertas acciones:

a) respecto del futuro, el hombre tiene laresponsabilidad de conservar el medioambiente para las generaciones futuras: lasmedidas de control de la polución y de conser-vación de los recursos naturales se enmarcanen este contexto;

b) respecto a la dignidad de la personahumana, hay acciones que suponen tomar alindividuo como mero instrumento de laacción, haciéndole perder su condición desujeto capaz de fines propios; la integridad dela persona humana no puede ser sacrificadapor un funcionalismo consecuencialista;

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4) nadie debe ser tenido por responsable delas consecuencias que se deriven de la omisiónde un acto que no es 1ícito cumplir. No sepuede hacer el mal para que se siga un bien,como pretende el proporcionalismo;

5) hay que asumir como propios los efectossecundarios y aún los no pretendidos y quizáno inmediatos, de la propia acción. Aquí hayque tener en cuenta el principio de proporcio-nalidad, en su sentido clásico, que afirma quesi se hace el bien ha de procurarse que el malque le siga sea proporcionado.

En el ámbito de la acción empresarial se hallevado a cabo en los últimos años una revisióndel concepto de responsabilidad de laempresa, tanto en el ámbito interno de lapropia organización empresarial como con res-pecto al exterior de la empresa.

Así, se ha superado el modelo taylorista degestión empresarial en el que toda la actividadquedaba reducida a la unilateralidad de ladirección de la empresa, y se han propuestodiversos modelos de descentralización quefomenten la aptitud de los trabajadores paraparticipar en los objetivos de la empresa. Los“círculos de calidad”, los programas de for-mación del personal, las líneas de comuni-cación interna de la propia empresa, etc., han

venido a demostrarse más efectivos que laimposición de las tareas por vías coactivas81.

Esta nueva concepción de “responsabilidadcompartida” no debe hacer olvidar, sinembargo, que cada individuo tiene unapeculiar responsabilidad, unida a las obliga-ciones que conlleva lo que se viene a deno-minar su “deber de estado”. Así, el conceptode responsabilidad está vinculado al de oficioo, en una terminología más sociológica, rol.Para usar un ejemplo aristotélico, ante unatempestad no se exige la misma responsabi-lidad al capitán de la nave que al cocinero.Aquí es donde adquiere su importancia elpapel del liderazgo del dirigente empresarial:

“El dirigente no puede olvidar que losefectos no intencionados de su modo personalde ser son siempre más profundos y de mayorpeso que los frutos intencionados de su acciónpública: porque la persona tiene más peso porlo que es que por lo que hace”82.

Respecto al exterior, la responsabilidadsocial de la empresa abarcaría temas como lapolítica de medio ambiente, la calidad de losproductos o el fomento de la cultura. Términoscomo “cultura de la empresa”, “balancesocial” o “códigos de ética” ponen de mani-fiesto cómo la empresa se ha sentido preo-

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cupada por aspectos de la realidad social quevan más allá del simple beneficio.

4. El método de valoración.

Tanto el principio utilitarista de maximizarel bien como el principio proporcionalista deestimación de las consecuencias con vistas alfin elegido por la voluntad exigen, a modo decorrelato, un modelo técnico de valoración. Elmétodo de decisión de la ética adquiere, en elutilitarismo, un carácter matemático al res-ponder a una función estratégica de optimi-zación universal que, previa valoración detodas las posibles alternativas, se encarga deindicar al individuo cuál es el comportamientoque debe escoger.

Este método ha sido también frecuente-mente utilizado para evaluar el carácter moralde las decisiones empresariales. Se le ha deno-minado análisis de costos y beneficios -cost-benefit-analysis-. Una acción socialmente res-ponsable, se dice, es aquélla que produce elmayor número de beneficios para la sociedad,o supone el menor número de costos. De estemodo la tarea propia del ejecutivo aparececomo la de un burócrata que utiliza unosmedios completamente impersonales para rea-lizar unos fines en cuya determinación no par-

ticipa en absoluto. Su única ocupación es cal-cular la forma más eficiente para usar losrecursos existentes de modo que se obtenganlos mayores beneficios al menor coste83.

La actividad empresarial reduce el bien adinero y calcula los costes y beneficios en tér-minos monetarios. Dado que el fin de laempresa es, desde estos planteamientos, ganardinero, aquellas acciones que tiendan a ganardinero serán buenas, y las que tiendan a per-derlo serán malas. Una compañía que actúedesde la racionalidad económica utilitaristaintentará maximizar los bienes y minimizar losmales, de modo que el resultado final sea unbeneficio. El único interés para la empresa esque la cuenta de resultados tenga un saldopositivo.

El método de valoración del utilitarismotiene dos requisitos previos: presupone que sepueden conocer todas las alternativas de unadeterminada acción, así como sus conse-cuencias, y que existe una escala numéricacomún que permite establecer una graduaciónunívoca de las alternativas. de este modo, laética utilitarista relega la decisión a un cálculodecisorio y sustituye la valoración ética por unproblema de cálculo de análisis, reduciendo ladecisión a la selección de aquella alternativaque el cálculo probabilístico alcanza como la

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de mayor beneficio. Para ello, habrá queseguir tres pasos: 1) determinar las alternativasque se dan para una determinada acción; 2)para cada una de ellas determinar los bene-ficios y los costes que la acción producirá sobretodas las personas afectadas; y 3) elegir comola acción éticamente correcta aquélla que pro-duzca la mayor suma total de utilidad.

a) La determinación de las alternativas.

Es un dato evidente que para cualquieracción el número de posibles alternativas esindeterminado. Por ello, el utilitarismo haceinviable por hipertrofia cualquier decisiónética, puesto que es imposible pensar en unaespecie de comprensión universal inmediatade cualquier individuo para cualquier cosa.Sostener lo contrario supondría prescindir dedos aspectos muy importantes para la formu-lación de una teoría de la acción humana.

En primer lugar, la libertad humana. Elcarácter de ser racional y libre del hombreintroduce en cualquier decisión un grado deincertidumbre y de creatividad que hace impo-sible establecer a priori su comportamiento,más aún si ese carácter se interconexiona conla libertad y la racionalidad de los demáshombres.

En segundo lugar, los efectos secundarios dela acción. En la acción no sólo entran conse-cuencias intencionadas y consecuencias pre-vistas y toleradas; hay, además, consecuenciasimprevistas, no queridas, que pueden serbuenas o malas, y que pueden, por tanto,hacer variar la previsión inicial. No pareceadmisible que el individuo pueda prever, y, enconsecuencia, hacerse responsable de todos losefectos secundarios de su acción.

Ahora bien; si el número de alternativas sealarga hasta el infinito, toda posible decisiónse revela como inviable. Se cae entonces en laparadoja de que “el que lo quiere tener todoen cuenta, jamás podrá realizar acción alguna”84.

Para hacer posible el cálculo, se requiere dealgún principio restrictivo de las alternativas.Pero este principio no puede ser utilitarista,con lo que el proceso se alargaría hasta elinfinito. Así se entiende cómo algunos autoreshan recurrido al sentido común para fundar ladecisión moral.

Una actuación auténticamente “maximi-zante” exigiría una información exhaustivaacerca de todos los condicionamientos antece-dentes y acerca de la actuación de los demás.Al no ser posible, se advierte, entonces, cómoa pesar de su pretendida racionalidad, todas

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las teorías de orientación empírica -como elconsecuencialismo o el utilitarismo- no soncapaces de fundamentar las decisiones conseguridad, sino sólo afirmaciones probablesacerca de las consecuencias de la decisión. Así,convierten en criterio de actuación el haberalcanzado el máximo aumento de una mag-nitud empírica, pero son incapaces de propor-cionar un criterio general, porque ni las condi-ciones constituyentes ni las estrategias de losdemás individuos pueden ser controladas poruna sola persona85.

Un empresario que asuma el análisis decostes y beneficios como método de decisiónde su actividad empresarial se ve abocado aconsiderar el mundo desde el punto de vista delo predecible y lo calculable, ignorando todolo que puede significar arbitrariedad. De estemodo se encuentra envuelto en una doblepresión: debe reducir sus operaciones a lo quees predecible y calculable -preferirá entoncesel corto plazo al largo plazo-, al tiempo queintenta presentarlo todo como predecible ycalculable. Además, con el progreso tecno-lógico, la cantidad de información de la quedispone es cada vez mayor86.

La superación del empresario “burócrata”por el “emprendedor” queda reflejada en lassiguientes frases:

“(...) no se pide a los dirigentes que seanpitonisas, sino que sepan aprovechar lainmensa posibilidad que brinda la incerti-dumbre: puesto que no se sabe lo que va asuceder, todo es posible. En este inciertofuturo, los más optimistas, los más imagina-tivos, los más tenaces sabrán descubrir oportu-nidades allí donde los timoratos no verán másque amenazas y los ciegos nada enabsoluto”78.

Frente a la rigidez del análisis utilitarista, elprincipio que debe regir la vida de todoempresario es el de no basarse en reglas fijas yestablecidas de antemano. La capacidad deresolución, la superación de las dificultades, losprocesos de innovación son, entre otrosmuchos, aspectos que el frío cálculo racionalno puede tener en cuenta. Por ello, frente alanálisis exhaustivo e impersonal de las alterna-tivas, el empresario debe regirse por un prin-cipio menos riguroso, aunque a la larga másefectivo: el sentido de la oportunidad, eltiming correcto88.

b) La determinación de costes y beneficios.

Una vez determinadas las alternativas espreciso establecer un ránking entre todas ellas.El método exige, entonces, que haya unamedida común, de modo que todos los fac-

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tores que entran como elementos del análisispuedan tener su equivalencia.

Esta idea de la posibilidad de medir y com-parar bienes distintos ha tenido una granaceptación entre los economistas. Para quienespiensan que la felicidad de la sociedad semaximiza si se maximiza la producción debienes y servicios, el análisis utilitarista propor-ciona el medio adecuado de valoración. Laidea que subsiste detrás del cálculo de costos ybeneficios es que éstos pueden ser medidosnuméricamente, identificando, al mismotiempo, las incertidumbres y los posibles resul-tados, de modo que se proporciona unainfluencia relevante que sirva de base para latoma de decisiones. Aunque tal análisis debenormalmente medir diferentes unidades, lapretensión final es que todas ellas se expresenen una unidad común de medida, la unidadmonetaria. Así, reemplazando el cálculo hedo-nista de Bentham por el “precio”, se haafirmado que una economía asentada sobrelos postulados del libre mercado maximiza lautilidad. Esta reducción final que hace el aná-lisis de costes y beneficios, es la que otorga almétodo su poder, pero es también la queentraña sus principales problemas.

En primer lugar, no todo el mundo reducelos bienes a bienes de un sólo tipo como hace

el utilitarismo hedonista. Este problema lo havisto muy claramente John Finnis. Para Finnis,la conmensurabilidad es posible para el utilita-rismo hedonista de Bentham, ya que para éstetodos los bienes humanos tienen un factorcomún homogéneo, el placer, entendido comosensación cuantificable. Sin embargo, para lasformulaciones utilitaristas posteriores aBentham, al ampliar el espectro de bieneshumanos que el utilitarismo hedonista habíareducido al placer, la conmensurabilidad sepresenta como un sinsentido, puesto que pre-tende comparar bienes que son, en sí mismos,inconmensurables89.

Se podría decir que esta dificultad desa-parece en el análisis económico de costes ybeneficios, ya que aquí el dinero se presentacomo el único bien. Sin embargo, la objeciónsigue en pie si caemos en la cuenta de que haybienes que parecen difíciles de reducir a suvalor económico. A este respecto Koslowskiadvierte:

“Lo absoluto, la dignidad de la persona y elvalor de la vida (...)se sitúan fuera de toda pon-deración de bienes puesto que constituyenbienes para un yo consciente y son ellos losque hacen posible la valoración de bienes delas personas. El hombre (...) es la condición del

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valor y del precio, y por ello no puede ser pon-derado como un valor mercantil“ 90.

¿Cómo se pueden medir, por ejemplo, elvalor de la salud o de la vida, la amistad o elaire puro? Supóngase una empresa queestudie la posibilidad de instalar un com-plicado sistema que elimine las partículas can-cerígenas que los empleados inhalan duranteel trabajo, y que permitirá alargar su vidaalgunos años. ¿Cómo cuantificar el valor deesos años de vida como contrapartida del costede instalación de tal sistema?

Es cierto que en las transacciones comer-ciales se otorga un valor económico a bienesque, en principio, no encuentran su equiva-lencia en una medida económica. Así, porejemplo, es difícil valorar el aire puro, peroestá más valorada una casa que se encuentreen un paisaje puro que otra cercana a un com-plejo industrial; la seguridad no se sabe cuántovale, pero uno asegura su vida en una deter-minada cantidad, y los trabajos que encierranun mayor riesgo para la integridad física estánmejor remunerados.

Pero también es cierto que el hombreotorga un valor añadido a aquellos bienes nocomerciales con el deseo de preservarlos comofuente de valor no sujeta a transacciones,siendo así que, cuando se les pone un precio,

reducen su valor. Esto se ve claro en el caso dealgo que pueda obtenerse tanto por víacomercial como por vía no comercial: se le damás valor por el segundo modo que por elprimero. Cuando se dice de algo que “no estáen venta” o “no tiene precio” se está resal-tando precisamente que a ese bien se le otorgaun valor en sí mismo y se le preserva delcarácter instrumental que el dinero llevaconsigo.

Los intentos de equivalencias llevados a suextremo pueden deparar acciones moralmentedeplorables. Quizás, a este respecto, elejemplo más notorio lo encontraríamos en ladecisión de la Ford de mantener la venta de sumodelo “Ford Pinto” a pesar de la inseguridadque ese modelo presentaba y de la cantidad deaccidentes que se producían. El Ford Pinto eraun modelo de coche de tipo mediano que sediseñó con la idea de competir contra losmodelos japoneses que estaban acaparando elmercado de ese tipo de coches. Los ingenierosde la Ford descubrieron en las pruebas previasa la producción del modelo que las colisionesen la parte posterior del coche podían rompercon gran facilidad el depósito de gasolina delcoche, produciendo el incendio del vehículo.Como la maquinaria ya estaba muy adelantadacuando se encontró este defecto, los directivos

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de la Ford decidieron producir el coche a pesarde todo. Los accidentes que se originaroncomo consecuencia de las colisiones fuerontantos que la Ford se planteó retirar el cochedel mercado, después de haber hecho diversasmodificaciones. Sin embargo un análisis eco-nómico de las alternativas demostró que laretirada de los coches del mercado supondríauna pérdida de 137 millones de dólares,mientras que los costes de primas por muertostan sólo ocasionarían una pérdida de 49millones. En consecuencia la Ford decidióseguir comercializando el coche91.

Hay que afirmar que los bienes no soniguales ni reductibles. Los bienes tienen encomún ser bienes, pero son de medidas dis-tintas. No hay una medida común que permitaestablecer una equivalencia entre todos ellos.Son, por tanto, inconmensurables, primero,entre ellos y, después, con respecto a unamedida común: el placer no lo mide todo; eldinero tampoco.

La inconmensurabilidad de los bienes exigeque la relación entre ellos se dé jerárquica-mente. El utilitarismo sustituye esta jerarquíapor una especie de valoración universal inme-diata de todas las consecuencias. La orde-nación jerárquica de los bienes se mantiene através de las distintas acciones del individuo;

en cambio, la valoración universal utilitaristasupone que el ránking entre máximo bien ymáximo mal varía en cada situación concreta.Esto supone, en definitiva, negar el valorintrínseco de los bienes.

Poner un precio a valores no comerciales essiempre una medida poco objetiva, puesto quehay que contar con las preferencias y los inte-reses de las personas. Una información no uti-litarista acerca de la motivación de las per-sonas y del carácter “personal” de su elección,así como de la interdependencia de la propiaacción con las acciones de los demás puede serrelevante a la hora de tomar una determinadadecisión.

La teoría de la decisión utilitarista parte delsupuesto de que el hombre tiene preferenciasinmutables, pero en realidad no es así. Porejemplo, no todo el mundo tiene que ser utili-tarista; puede haber en la sociedad personasque pongan su criterio moral en otro distintoque la utilidad, como, por ejemplo, la libertadde la elección personal, que permite una alter-nativa determinada aunque no sea la quesupone mayor beneficio, e incluso dentro delpropio utilitarismo, diversos modos de atendera la ordenación de las preferencias puedellevar a distintas actuaciones.

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Por otra parte, existe la posibilidad de quela valoración no se haga de modo correcto, yque se tomen por bienes cosas que no loson92. Para evitar ese error algunos utilita-ristas han hablado de real-preference, prefe-rencias que son racionalmente buenas para elindividuo, y que éste debería tener si poseyeratoda la información necesaria y procedieselógicamente en su razonamiento.

Otro de los supuestos que el análisis decostes y beneficios requiere es el de presentarla realidad compleja, donde los individuos pre-sentan notables diferencias entre sí, a travésde un modelo formal en el que se da la iso-morfía de todos los individuos. El utilitarismofunda la objetividad del juicio moral en unaconsideración imparcial del sujeto de la acción.El individuo, antes de la decisión, entra en laponderación del juicio moral como un ele-mento más, y considera sus deseos, en cuantoes una parte afectada, en iguales términos quelos de las otras partes93.

Para la ética utilitarista, todos los miembrosde la comunidad tienen una misma moral, porlo que la totalidad de individuos puede servista como uno solo, y la utilidad de lasociedad consiste en la suma de las utilidadesde los distintos individuos. Desde un punto de

vista metodológico, éste sería el plantea-miento de Bentham.

Algunos autores, sin salir del utilitarismo,han aceptado el dato evidente de que notodos los individuos tienen las mismas prefe-rencias, y han propuesto un método en el queaparece la comparación interpersonal de lasdistintas utilidades. Entonces, la utilidad socialno se determinaría por la simple suma, sinomás bien por una media entre las utilidadesindividuales94.

Sin embargo, se han levantado algunas crí-ticas hacia este igualitarismo utilitarista, sobretodo, respecto a las desigualdades que puedecrear en la distribución de la riqueza. Una delas más relevantes es la de Sen95, que pone elacento en las desigualdades sociales. Para Sen,la maximización de la suma de las utilidadesindividuales no está de ningún modo rela-cionada con la distribución interpersonal deesa suma, lo cual hace del utilitarismo unmétodo moderado para medir la desigualdad.El utilitarismo puede ser óptimo en condi-ciones de ignorancia de las necesidades rela-tivas a los individuos, pero cuando se trata demedir la desigualdad es preciso introducir lascomparaciones interpersonales de bienestar.

En su opinión, la distribución de bienestarno sólo depende de la distribución de la renta,

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sino de la desigualdad entre los niveles de bie-nestar de los diferentes individuos. Por ello,una justa distribución de la renta recomendaráque una mayor porción de la renta total pase ala persona con una función de bienestar uni-formemente menor, es decir, a la persona conmayores necesidades. La distribución no sehace según los merecimientos -según lafunción de utilidad-, como en el liberalismoeconómico, sino en función de las necesidades.

Hemos visto hasta aquí los problemas que elanálisis de costes y beneficios encierran res-pecto a la consideración de los bienes y a lafunción que el sujeto desempeña en la valo-ración de las alternativas. Queda por últimoreferirnos a los problemas que surgen respectoa las consecuencias,

Por una parte existen determinadas accionesque por su propia naturaleza hacen completa-mente impredecibles sus consecuencias, y que,por tanto, difícilmente se sujetan a un análisisde costes y beneficios. Así, por ejemplo, unaempresa que se plantee invertir su dinero enun programa de investigación, ¿cómo puededecidir desde un simple punto de vista utilita-rista llevar a cabo o no tal inversión? Sinembargo, la raíz de los problemas respecto alas consecuencias se sitúa en la propia iden-tidad de la empresa. A la pregunta acerca de

qué debe ser tomado como consecuencia demi acción, el utilitarismo responde que todoslos efectos predecibles de mi acción. Peroentonces, la siguiente pregunta que se puedeformular es qué parámetro de predicción debetomarse.

Esta pregunta remite a dos cuestiones fun-damentales: una, acerca de la responsabilidadde la empresa; otra, sobre el factor tiempo quedebe tomarse en cuenta.

Según la teoría de la responsabilidad que seadopte, los efectos de la acción de los que elsujeto se hace responsable variarán. El mundoen que se mueve la ética utilitarista es unmundo de variables discretas, en el que se daun alto grado de predecibilidad; un mundo enel que las cuestiones acerca del valor sereducen a cuestiones sobre hechos; un mundodonde el éxito de una acción radica en elaumento de poder, en el que la acciónadquiere un predominio sobre la natu-raleza96; un mundo, en consecuencia, dondela responsabilidad del individuo quedareducida a una mera función técnica.

En el ámbito de la acción empresarial, estosignifica que siendo la finalidad del empre-sario satisfacer las necesidades del mercado,las consecuencias de su acción terminan unavez que la demanda del consumidor ha sido

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satisfecha. Sin embargo, en la práctica seobserva que esa función de la empresa llevaconsigo consecuencias no previstas ni dese-ables. El deterioro del medio ambiente, la faltade seguridad en el trabajo o la mala calidaddel producto, así como el aumento de la publi-cidad o los efectos que puede ejercer laempresa sobre la personalidad de los indi-viduos o sus relaciones sociales y familiares,son ejemplos de estas consecuencias. El hechode que la empresa se sienta o no responsablede estas consecuencias no depende de un aná-lisis de costes y beneficios, sino de una decisiónprevia acerca del concepto de responsabilidady acerca de la propia identidad empresarial.

En segundo lugar la previsión de conse-cuencias variará según la escala de tiempo quese adopte. Las decisiones a largo plazo suelenestar más sujetas a error que las que se tomana corto plazo; pero, por el contrario, quedarseen una valoración a corto plazo puede hacerque se tome una decisión que a largo plazo sedemostraría como inmoral. Cuanto más serequiere de resultados cuantitativos, en mayormedida hay que atenerse al corto plazo, yaque este marco de tiempo es más previsible ycalculable. Sin embargo, muchos problemassociales requieren análisis a largo plazo.

De este modo, si ciertas formas de actuaciónéticamente injustificables han sido aceptadasdesde planteamientos utilitaristas (soborno,fraude, discriminación, etc.), también han sidorechazadas desde planteamientos utilitaristasadvirtiendo que el cálculo se había inte-rrumpido antes de que entraran en juegotodos los efectos de esa acción.

Así, por ejemplo, aunque el soborno puedejustificarse desde un análisis de costes y bene-ficios, si el cálculo se prolonga hasta considerarlas consecuencias nocivas que puede tenerpara la sociedad, se deducirá que dicha formade actuación es moralmente mala.

El análisis de costes y beneficios pretende,en definitiva, dar una solución matemática asituaciones cuya naturaleza es imposible detrasladar a términos cuantificables. Así lo haseñalado Koslowski:

“Las ciencias de la decisión (...) pretendenproporcionar un dominio exacto de los pro-cesos de la evaluación subjetiva, de la situaciónde las posibilidades y de la inseguridad acercadel futuro, es decir, de fenómenos que por sunaturaleza no se pueden dominar matemáti-camente o cientificamente”97.

La selección de las alternativas no se refierea una selección entre cursos de mundo y

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sucesos reales, sino entre ideas de cursos delmundo. No es una selección entre acciones -perfectamente determinables y valorables-sinoentre imaginaciones e ideas de acciones. Deesta forma se imagina ex ante una serie demundos posibles cuya realización ex post juz-garán el sujeto mismo y los demás según eléxito, los motivos y valores que informan a laactuación98.

Frente a la supuesta internalización de todaslas consecuencias que exige el cálculo probabi-lístico utilitarista, el resultado de la acción nosiempre coincide con el esperado. La realidadsupera continuamente los conocimientos dedecisión. Por ello, paradójicamente, unadecisión selectiva es eficiente si no sabemosqué efecto tendrá en último término. Ladecisión no puede fundarse, entones, en unaprobabilidad externa, de análisis y valoraciónde las supuestas consecuencias externas, sinotambién en una probabilidad interna, en unaespecie de certidumbre provisional o certitudomoralis, en la libertad interna de decisión99.

c) Valor moral de la mejor alternativa.

El principio utilitarista señala que para queuna acción sea correcta, debe producir elmayor bien para el mayor número de personasafectadas por ella. De esta forma, una apli-cación estricta del utilitarismo llevará a la con-

clusión de que sólo es moral aquella acciónque produce la mayor cantidad de bienes.

McCloskey ha advertido cómo este best pos-sible no sólo es difícil de alcanzar en lapráctica, sino que incluso es difícil de serconocido100. Es, efectivamente, un exceso derigor pretender realizar siempre la soluciónóptima. El error del utilitarismo está en pensarque el bien se identifica con el mejor posible.Esto no ocurre ni siquiera en el caso de Dios:no podemos pensar que Dios haya creado elmejor de los mundos posibles. Dios no estásujeto a la idea de optimización; el hombretampoco.

No puede decirse que para un problemamoral haya una única solución, tal y como sededuce del análisis utilitarista. El juicio morales distinto del juicio en el que sólo existe laposibilidad de declarar al acusado culpable oinocente.

Para un análisis de coste/beneficio sólo seríacorrecta aquella alternativa que supusiese unmayor beneficio. Los resultados se establecenpor simple aritmética. Sin lugar alguno para unjuicio deliberativo. Por el contrario, lasituación de incertidumbre que provoca el des-conocimiento acerca del futuro es la que impo-sibilita el aumento máximo de los beneficios,tal como postula el utilitarismo. La actuación

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incierta no permite la identificación o antici-pación del resultado óptimo de una actuaciónpara maximizar las ganancias o la utilidad, sinosólo la anticipación del reparto de probabili-dades de posibles resultados.

Desde el mismo utilitarismo se ha vistotambién la dificultad de alcanzar la soluciónóptima. Por ello, una interpretación menosestricta del principio de utilidad requiere sólo,para que una acción sea moral, que tienda aproducir mayor cantidad de bien que de mal.

También en economía se ha buscado unasolución en la misma línea. En las condicionesde competencia imperfecta el second best aveces será una solución más eficiente que lasolución óptima que se daría en unas condi-ciones ideales de competencia perfecta. Así haquedado puesto de relieve también en el aná-lisis del dilema del prisionero. Las empresasoptarán siempre por una acción que reportemenos utilidad, a menos que tengan seguridaddel modo en que actuará el resto. Así, la éticautilitarista deviene, al fin y al cabo, una éticade mínimos, una ética de deberes y no unaética de virtudes.

En conclusión el utilitarista, parafraseando aSpaemann101, aparece, en un primermomento, como aquel que es capaz de todo,pero, al fin, resulta ser un individuo que no

está dispuesto a mucho. Por el contrario sóloactuará éticamente aquél que esté dispuesto amucho, que esté dispuesto a hacer del modomás eficiente aquello que aparece comobueno, pero no sea capaz de todo, porque seaconsciente de que no todo está permitido.

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NOTA BIOGRAFICA

Joan Fontrodona Felip es licenciado enFilosofía y profesor-ayudante en la Facultad deFilosofía y Letras de la Universidad de Navarra.También es miembro del Departamento de

Investigación del Seminario Permanente“Empresa y Humanismo”.

En el presente cuaderno se recoge untrabajo de investigación desarrollado en aquelDepartamento.

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1. Koslowski (1988), p. 66.

2. De George (1986), p. 4.

3. Koslowski (1988), pp. 8-16.

4. Tuleja (1987), p, 21

5. Velásquez (1988), p. 22

6. Harsanyi (1982), p. 40; Mirrless (1982), pp,63-84.

7. Mishan (1988), (1980), pp. 35-56;Velásquez(1988), pp. 66-69; MacIntyre ( 1977).

8. Smith (1776), p. 402.

9. Bentham (1789); Mill (1863); Negro Pavón(1978).

10. Smith (1776), pp. 54-57.

11. Smith (1776), P. 612.

12. Galbraith (1987), pp. 50-51; Bowie(1982), p. 62.

13. Friedman (1970); Nozick (1974).

14. Smith (1776), P. 17.

15. Mill (1863), p, 220

16. Koslowski (1988), pp. 20-21

17. Hoffman y Moore (1984), p. 6; Friedman(1970).

18. Bowie (1982), p. 167.

19. Friedman (1962), p. 133.

20. Friedman (1970).

21. Levitt (1958).

22. Velásquez (1988), pp. 181-2.

23. De George (1986), pp. 266-7,

24. Velásquez (1988), pp, 191-195. 1Koslowski (1988), p, 66.

25. Keynes (1936); (1937).

26. Albert ( 1984), p. 145

27. Gilder (1986).

28. Drucker(1986).

29. Gilder (1986), p. 15.

30. Powers (1979), p. 45; Velásquez (1988).

31. Bowie (1982), p. 34; De George (1986),pp. 117-119.

32. Friedman (1979); Velásquez (1988), pp.168-175; Iacocca (1985).

33. De George (1986), p. 127.

34. Malkiel (1979), pp. 391-2; Gilder (1986),pp. 14-15.

35. De Sendagorta (1987), p. 6; Tuleja(1987). pp. 58-9.

36. Tuleja (1987).

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38. Iacocca (1985), p. 268.

39. Gilder (1986), p. 16.

40. Gilder (1986), p. 345.

41. Aeppli (1982), p. 71.

42. Velásquez (1988), p. 212.

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46. Henry (1979), p. 469, Tuleja (1987), p.120.

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50. McGregor (1960).

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58. Smart (1956); Urmson (1953), pp. 33-40;McCIoskey (1957),

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60. Sidgwick (1962), libro IV, cap, 3-5.

61. Smart (1956), P. 344.

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68. Llano (1982), p. 24.

69. Gilder (1986), pp. 64-66.

70. Finnis (1983), pp. 89-90.

71. Smart (1978), cap. III passim.

72. Pinckaers (1982), pp. 200-2, 204-207.

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73. Rawls (1979), p. 306; Luce (1957), cap. V;Gauthier (1976), Parfit (1979), Bowie (1982),pp. 93-95.

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75. Bowie (1982), pp. 93-95.

76. Hampton (1987), pp. 245- 273.

77. Aristóteles, Eth. Nic., 1144 a 6-8, 1145 a4-5.

78. Llano y Fonseca (1983), p. 4; DeSendagorta (1987), pp. 8-9.

79. Llano (1982), p. 175.

80. Llano y Fonseca (1983), p. 6.

81. Archier y Serieyx (1985); Pérez López(1982), pp. 7-21.

82. Llano y Fonseca (1983), p. 14.

83. McIntyre (1977), p. 267.

84. Llano y Fonseca (1983). p. 37.

85. Koslowski (1983), p. 83.

87. Gilder (1986), p. 105. Archier y Sefleyx(1985), p, 36.

88. Iacocca (1985), p. 78.

89. Finnis (1983), pp. 86-94 passim.

90. Koslowski (1988), p. 74.

91. Donaldson (1984), pp, 148-157;Velásquez (1988), pp. 105-113; Davidson(1984).

92. Mirrless (1982), p. 64.

93. Cfr. Hare (1982), pp. 29-9.

94. Harsany (1982), p. 46.

95. Sen (1979).

96. McIntyre (1977), p. 270.

97. Koslowski (1988), p. 82.

98. Koslowski (1988), p. 70; Hahn (1982), pp.197-198.

99. Koslowski (1988), pp, 89-90.

100. McCloskey (1957), p. 136.

101. Spaemann (1983), p. 25.

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