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Miguel del Rey EL LIBRO DEL SOLDADO NAPOLEÓNICO Ilustraciones de Ángel García Pinto y Antonio Gil

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Miguel del Rey

EL LIBRODEL

SOLDADONAPOLEÓNICO

Ilustraciones de Ángel García Pinto y Antonio Gil

ÍNDICE

Introducción ........................................................................................... 9

1. HIJOS DE UN MISMO DIOS ............................................... 17

Años de gloria .................................................................................. 23

2. LOS ENGRANAJES DEL IMPERIO ........................................ 37

La infantería ..................................................................................... 44Las reformas ..................................................................................... 54Uniformes y equipo .......................................................................... 59Armas de fuego ................................................................................. 73Otras unidades de infantería ........................................................... 79La caballería pesada o de línea ......................................................... 83Carabineros ...................................................................................... 90Coraceros ......................................................................................... 93Dragones .......................................................................................... 101La caballería ligera. Los húsares ...................................................... 107Los cazadores ................................................................................... 112Los lanceros ligeros ........................................................................ 116Los caballos ...................................................................................... 121La artillería y los servicios comunes ............................................... 125

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El libro del soldado napoleónico

Los ingenieros .................................................................................. 133La sanidad ......................................................................................... 137Formaciones y tácticas ..................................................................... 141

3. LOS HOMBRES DE LA GUARDIA ......................................... 151

La Vieja Guardia ................................................................................ 155La Guardia Media y la Joven Guardia ............................................... 160La caballería del emperador ............................................................. 163Los mamelucos .................................................................................. 168Los lanceros ..................................................................................... 172La Gendarmería de Élite .................................................................... 177Los guías y los Guardias de Honor .................................................. 182Los Dragones de la Emperatriz ......................................................... 183 La artillería a caballo y a pie y los ingenieros ................................. 185El Batallón de Marinos .................................................................... 187

4. LAS AMARGAS JORNADAS DE FONTAINEBLEAU ................... 193

Los Cien Días ..................................................................................... 198Un remoto lugar llamado Waterloo ................................................ 204

Epílogo. La representación del Imperio. Águilas y banderas ............ 211

Bibliografía ........................................................................................ 221

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INTRODUCCIÓN

EN un mundo que comenzaba a convulsionarse con las revoluciones políticas, pero que todavía relacionaba el poder con los triunfos en el campo de batalla, las tácticas militares desarrolladas por Napo-

león, un huraño y taciturno corso1 de buena familia, que había comenzado su carrera en el ejército en 1786 como primer teniente de artillería, supusie-ron una gigantesca innovación con respecto a las empleadas en el siglo xviii. Esa idea, una de las claves para explicar cómo pudo forjar un imperio tan inmenso en tan poco tiempo, es la que se desarrollará en las páginas siguien- tes.

En primer lugar, a diferencia de las teorías de sus predecesores, Bonaparte consideró que, a la hora de entablar combate, era de una importancia capital la concentración de fuerzas en un punto. Eso evitaba la costumbre de mantener extensos frentes alargados que pudieran debilitar al ejército. En segundo lugar, exigió a sus tropas velocidad. Las unidades debían moverse rápidamente día y noche, lo que permitió con mucha frecuencia que sorprendieran a sus enemi-gos sin que estuvieran completamente preparados. Por último, fue decisiva la funcional división teórica del ejército en tres tipos de soldados: los «activos», que llevaban la iniciativa en el ataque; los «pasivos», que se encargaban de

1 Napoleone di Buonaparte nació el 15 de agosto de 1769, apenas un año después de que Francia compra-ra la isla de Córcega a la República de Génova. Por entonces los corsos hablaban italiano, eran considerados ciudadanos de segunda y estaban divididos entre los que luchaban por lograr la independencia y los que se mostraban encantados de depender de una prestigiosa potencia. La familia Buonaparte pertenecía a esta categoría.

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resistir, y «la reserva», que apoyaba a cualquiera de los dos grupos anteriores cuando era necesario.

También desde el punto de vista estratégico utilizó dos tipos de maniobras muy originales. La primera, la de líneas envolventes: el «ejército pasivo» se colocaba en un lugar fácil de defender y el «activo» ganaba durante la noche la espalda del enemigo para rodearlo. Eso ocurrió en Ulm, ante los austriacos, del 16 al 19 de octubre de 1805. La segunda, la de líneas interiores: hasta finales del siglo xviii se decía que era preferible un ejército que rodea que uno rodea-do; Napoleón demostró que eso no tenía por qué ser cierto. Al rodear se alar-gan las posiciones en más puntos y se disminuye la resistencia de las unidades; luego el rodeado puede concentrar a su ejército en un solo punto, romper el cerco y, con rapidez, dividir al enemigo en dos. Así aplastó a los ejércitos ruso y austriaco, tras nueve duras horas de difícil combarte, en la batalla de Auster-litz, el 2 de diciembre de 1805.

Durante el tiempo que Napoleón se mantuvo en el poder, sirvieron en el ejército más de 1.600.000 franceses. Vestirlos, o conseguir abastecerlos de ar-mas, víveres y zapatos no fue una tarea sencilla.

Los costosos uniformes que lucían los regimientos tenían dos funciones, además de vestir a los hombres: permitir a los soldados reconocer al enemigo y hacerles creer que eran más grandes y fuertes de lo que eran en realidad. Los altos cascos y gorros de piel aumentaban esa impresión de mayor tamaño, y las charreteras ensanchaban la espalda. Todo era magnífico en los desfiles, cuando los estados mayores aparecían refulgentes de plumas, acero y oro, pero las co-sas se volvían muy diferentes sobre el campo de batalla.2 Mojada por la lluvia,

2 Dado el elevado coste de los uniformes, se podría pensar que era suficiente con que cada soldado dispusiera de tres tipos distintos: uno para gala, otro para campaña y un tercero para cuando no estuviera de servicio, pero no era así. La caballería de la guardia, por ejemplo, tenía diez uniformes diferentes que además variaban según la estación: de campaña (tenue de campagne), de marcha (tenue de ruta), de ins-trucción (tenue dʼinstruction), de servicio (tenue de service), de cuartel (tenue de quartier), de establos (tenue dʼécurie), de actos sociales (tenue de societé), de paseo (tenue de ville), de gala (petite tenue), y de gran gala (grande tenue).

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la ropa no se secaba nunca y resultaba pesada, se llenaba de barro y, a medida que se sucedían los combates, resultaba prácticamente imposible limpiarla de la sangre de los compañeros o de los enemigos.

Esos problemas de vestuario se acrecentaban cuando faltaba comida. Bo-naparte siempre aplicó el principio de que las tropas debían alimentarse con lo que encontraran sobre el terreno, pero era algo muy difícil de llevar a cabo en muchos lugares de Europa. Lo sabía, y por eso ordenó instalar en las prin-cipales rutas molinos para obtener harina y hornos en que cocer pan que han llegado hasta nuestros días; o hizo que acompañaran al ejército carniceros con rebaños de ganado y carros en los que transportar a los animales ya sacrifica-dos. Aunque casi nunca lograran seguir el ritmo de la infantería.

Quizá ahí, en los suministros, el ejército napoleónico tuvo su «talón de Aquiles». De hecho, el salario y los abastecimientos siempre llegaron de ma-nera muy irregular en países como España y Portugal, donde la guerrilla podía interferir con relativa facilidad las comunicaciones. Esa escasez llevó a mu-chos soldados a desertar y obligó a otros tantos al robo de ganado y al saqueo de granjas, cuando era posible.

Porque no siempre resultó factible abastecerse gracias a la población; máxi-me en lugares arrasados por los combates o por el continuo paso de ejércitos de uno u otro bando. Por ejemplo, durante la marcha a través de Polonia y Rusia, en 1812, los soldados, hambrientos y desnutridos, tuvieron que alimen-tarse de carne casi podrida que llevaba en salazón varios años y beber de los sucios charcos que encontraban en el camino, muchas veces ya contaminados de orina de caballo. Solo la intendencia del mariscal Louis Nicolás Davout, que mantuvo entre sus tropas una constante y estricta disciplina, logró siempre proveer de forma mínimamente correcta a los hombres a su cargo.

Muy distinto era el caso de los pertrechos militares. Todos los soldados de infantería recibían fusil, bayoneta, cartera de munición, mochila, cantimplora, manta o abrigo, pero detestaban cargar con cualquier cosa que pudiera moles-

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tarlos o interferir sus movimientos durante los salvajes enfrentamientos que se producían en los combates, de modo que, la víspera de la batalla, el suelo del lugar donde habían estado acampados aparecía sembrado de diversos objetos, como si hubiera pasado un tornado. Tantos, que era muy sencillo reequipar después a los victoriosos supervivientes con los efectos de los muertos.

Napoleón exigió tales sacrificios a sus soldados que es fácil preguntarse cómo podían soportarlo, o las razones de que le rindieran culto. La respuesta es muy sencilla y puede leerse en cualquier documento oficial de la época, o en las decenas de cartas que se conservan enviadas a casa desde los campos de bata-lla: el emperador dio dignidad a unos hombres, en su mayoría gente común, a los que el Antiguo Régimen siempre había tratado como a siervos.3

Sin ir más lejos, en el ejército francés de la época se prohibió el castigo corporal, que seguía vigente en otros ejércitos europeos. Para los delitos más graves solo se consideró digna la pena de muerte mediante fusilamiento. El futuro general Jean Baptiste Marbot, enviado una vez cuando era ayudante de campo del mariscal Pierre Augereau al campamento prusiano durante la cam-paña de 1806, para parlamentar con su estado mayor, vio como un prisionero francés que había intentado escapar era golpeado con bastones, tal y como Pru-sia castigaba a sus soldados desde finales del siglo xvii. Aseguró a los oficiales con que se entrevistaba que si llegaba a oídos del emperador que se le había infligido a uno de sus soldados ese tipo de castigo cualquier compromiso sería imposible.

3 El Código Civil napoleónico, que tendría mucha influencia en todos los países europeos, compaginaba las ideas del derecho romano con las más moderadas de la revolución: libertad, igualdad y abolición del feudalismo. El sujeto de derecho ya no era el pueblo —el colectivo—, sino la persona —el individuo—, lo que le daba una gran modernidad. Su único defecto era que sometía a la mujer al hombre, y no reconocía la igualdad entre los cónyuges. Era demasiado pronto.

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El emperador Napoleón en su estudio del palacio de las Tullerías. Obra de Jacques Louis David realizada en 1812.

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Bonaparte, dotado de una memoria prodigiosa, conocía los nombres de sus veteranos, aludía entre sus filas a lugares en los que habían combatido juntos, los tiraba cariñosamente de la oreja al saludarlos, se quitaba su Legión de Ho-nor para condecorar personalmente a un valiente, o enviaba bebidas calientes a los que se encontraban de guardia. A cambio, no admitía ninguna familiaridad por parte de sus mariscales, y mucho menos de los generales o del resto de oficiales superiores. Solo Jean Lannes, ascendido a mariscal desde soldado voluntario, que lo había salvado de la muerte durante la batalla en el puente de Arcole, el 15 de noviembre de 1796, se dirigía a él en tono coloquial.4 Esos detalles, que hoy pueden parecer intrascendentes, convertían a la mayoría de sus soldados en devotos seguidores. Aunque fuera un espejismo un tanto ale-jado de la realidad, era lo más próximo que podían estar de las consignas de «libertad, igualdad y fraternidad», con que se suponía les habían emancipado.

Lo cierto es que, en Santa Elena, cuando todo ya era historia y Napoleón evocaba en sus memorias el camino recorrido, le gustaba sobre todo recordar las gloriosas victorias que habían jalonado su vida y, junto a sus soldados, proporcionado los laureles de la gloria. Todas, Tolón, Lodi, Rivoli, Austerlitz, Jena, Wagram o Eylau, en esos momentos en que su vida se extinguía, le pa-recían tan brillantes como una mañana radiante, bañada de sol. Todas le traían a su memoria el recuerdo de aquellos días felices en que, rodeado de hombres que lo idolatraban, lo impulsaban las alas de la victoria y el porvenir parecía sonreírle.

Con su muerte, y al tiempo que se olvidaban los peores tintes de su autori-tarismo, la figura de Napoleón al frente de sus ejércitos entró poco a poco en la leyenda. Su rápido encumbramiento y su trágico final en el exilio, abandonado por todos, lo convirtieron en arquetipo de personaje romántico. «El hijo de la revolución», como gustaba denominarse, aunque repudió con sus actuaciones

4 Lannes fue herido de gravedad el 22 de mayo de 1809, durante la batalla de Aspern-Essling. Falleció por gangrena el día 31. Napoleón acudió a visitarle todos los días que duró su agonía.

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los principios de la misma, acabó por extender a toda Europa sus bases ideo-lógicas. Solo le faltaba volver a esa Francia que había hecho renacer. Con el retorno de sus cenizas en 1840 a la monumental tumba que le construyeron en los Inválidos, rodeada de los símbolos bélicos recuerdo de su grandeza, su figura recibió el definitivo apoyo popular y una consagración histórica que ya nunca le abandonaría.

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Soldado de la 30a. media brigada de infantería de línea. Campaña de Italia, 1796.