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El río y el mar JOSÉ MARÍA ARGUEDAS CORRESPONDENCIA (1939-1969) EMILIO ADOLFO WESTPHALEN

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El río y el mar

JOSÉ MARÍA ARGUEDAS

CORRESpOnDEnCiA

(1939-1969)

EMILIO ADOLFO WESTPHALEN

Arguedas, José María y Emilio Adolfo Westphalen El río y el mar. Correspondencia José María Arguedas / Emilio Adolfo Westphalen (1939-1969) / José María Arguedas, Adolfo Westphalen ; comp. de Inés Westphalen ; pról. de Ina Salazar. – Lima : FCE, 2011 292 p.; 21cm x 14 cm ISBN: 978-9972-663-67-3

1. Arguedas, José María – Correspondencia 2. Westphalen, Adolfo – Correspondencia 3. Litera-tura peruana – Escritores – Siglo XX I. Westphalen, Inés, (comp.) II. Salazar, Ina, (pról.) I. Ser. II. t.

LC PQ8497 Dewey Pe866r

Primera edición, 2011

El río y el mar. Correspondencia José María Arguedas/Emilio Adolfo Westphalen (1939-1969)Autor, José María Arguedas y Emilio Adolfo Westphalen

© Derechos de autor reservados:© 2011, Inés Westphalen© 2011, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho - Ajusco, 227, C.P. 14200 México D.F.© 2011, Fondo de Cultura Económica del Perú S.A. Berlín, 238; Miraflores, Lima 18. www.fondodeculturaeconomica.com www.fceperu.com.pe

Primera edición, 2011Tiraje, 1 000 ejemplares

Impreso por: Editorial Supergráfica E.I.R.L.Jr. Ica 344 – 346 Cercado de Lima – Lima.

ISBN 978 – 9972 – 663 – 67 – 3

Registro del Proyecto Editorial Nº 31501221101260

Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú Nº 2011 - 14997

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra –incluido el diseño tipográfico y de portada– sea cual fuere el medio, electrónico o mecánico, sin el consentimiento por escrito del editor.

Lima, Perú, 2011

JOSÉ MARÍA ARGUEDAS

Compilación, transcripción y notas de INÉS WESTPHALEN ORTIZ

EL RíO y EL MARCORRESpOnDEnCiA

Fondo de Cultura Económica

México - Argentina - Brasil - Chile - Colombia - EspañaEstados Unidos de América - Guatemala - Perú - Venezuela

(1939-1969)

EMILIO ADOLFO WESTPHALEN

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PRÓLOGO

José María Arguedas y Emilio Adolfo Westphalen: una amistad fundacional

ina Salazar*

Cuando se mencionan estos dos grandes nombres de las le-tras y la cultura del Perú del siglo xx, poco o nada parece em-parentarlos: la fama de José María Arguedas es la del narrador indigenista —o más bien neoindigenista— y la del etnólogo, folklorista, que a través de sus cuentos y novelas (Agua, Yawar Fiesta, Los ríos profundos, Todas las sangres), de su labor cultural y docente, obró como pocos por el reconocimiento y la valoración del mundo andino en el contexto de una nación desarticulada. Las diversas vertientes de su quehacer están animadas por un solo propósito que no varía a lo largo de su vida: recrear de manera fiel el mundo quechua, asumir hasta el final lo que él definió como el compromiso con la “gran nación cercada”: ser “vínculo vivo, fuerte” entre ésta y la “parte generosa, humana de los opresores.”1

* Ina Salazar (Lima 1959) Poeta, Catedrática de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Caen, vive y trabaja en Francia desde 1978.

1 “No soy un aculturado…”, Palabras de José María Arguedas en el acto de entre-ga del premio Inca Garcilaso de la Vega, Lima, Octubre de 1968, aparecido como pró-logo de El zorro de arriba y el zorro de abajo, José María Arguedas, Obras completas, Tomo V, Ed. Horizonte, Lima, 1983, p. 13.

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Emilio Adolfo Westphalen parecería situarse en la vera opuesta. Es un poeta cuya obra está estrechamente vincula-da con los movimientos de vanguardia y, más precisamente, con el surrealismo. Es autor de dos libros deslumbrantes y de difícil acceso, Las ínsulas extrañas (1933) y Abolición de la muerte (1935), que afirman el vigor y la singularidad de una palabra poética, de un arte definitivamente innovadores den-tro del contexto occidental moderno. Tiene una trayectoria como autor y como actor cultural —fue también ensayista y sobre todo dirigió dos de las revistas culturales más rigurosas de América Latina en el siglo xx: Las Moradas (1947-1949) y Amaru (1962 a 1971), caracterizadas por una apertura cosmo-polita y una modernidad excepcional.

A partir de este sintético esbozo de sus rasgos más recono-cibles nada parece acercarlos. Pero las apariencias engañan, pues lo que fueron no habría podido existir sin la amistad, la complicidad, el diálogo constante que hubo entre ellos. En esta edición se presenta la correspondencia que mantuvieron a lo largo de tres décadas como elocuente testimonio de ese fructífero intercambio en el marco de la compleja realidad sociocultural del país. La amistad nació del encuentro de los dos jóvenes estudiantes en los patios de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en 1932: Emilio Adolfo ter-minaba sus estudios de Letras, José María los iniciaba, pues había ingresado a San Marcos el año anterior. Procedían de dos medios alejados e incluso opuestos, el joven Westphalen, de familia alemana por parte de su padre e italiana del lado de su madre, había crecido en Lima en un hogar de clase media y estudiado en el colegio alemán, donde coincidió con Estuardo Núñez y con Rafael de la Fuente Benavides, quien se convertiría en el gran Martín Adán. Más que en la casa, fue

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en el colegio (con profesores como el gramático Emilio Hui-dobro o, en literatura, Alberto Ureta y Luis Alberto Sánchez), donde nació y se cultivó su amor por los libros, la literatura y sobre todo por la poesía. El camino que llevó a José María Arguedas a las Letras y a San Marcos fue radicalmente dife-rente: una infancia en la sierra, durante la cual vive en carne propia la dualidad de la sociedad peruana, como “misti” (hijo de un juez y abogado blanco de ojos azules) pero relegado por su madrastra, rica dueña de haciendas, a vivir y dormir con la servidumbre india que lo acoge y le brinda amor y pro-tección. Luego, de muchacho, los viajes de pueblo en pueblo con su padre por el trabajo que este ejerce y una escolaridad a merced de una vida errante no exenta, sin embargo, de ex-periencias enriquecedoras: en ella crece y se afianza el íntimo lazo con el paisaje andino y se ahonda su conocimiento de los hombres, como testigo de la explotación y la enajenación de los indios colonos de las haciendas en contraste con la vida simple y plena de los comuneros. De estos aprende el inestimable valor de la tierra y de la música. Son los cantos quechuas y las narraciones orales escuchados, gozados du-rante la infancia lo que conduce a José María Arguedas a las letras y a la literatura (“contagiado para siempre de los cantos y mitos, llevado por la fortuna hasta la Universidad de San Marcos, hablando por vida el quechua...”).2

La literatura y la poesía, a las que llegan por caminos tan distintos, hacen posible el encuentro de los dos hombres en ese 1932. Desde entonces hasta el 2 de diciembre de 1969, fecha de la muerte de Arguedas, los lazos de amistad, de complicidad intelectual, de entendimiento artístico fueron

2 ibid.

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poderosos. Nunca dejaron de serlo, como lo atestigua la co-rrespondencia y algunos signos públicamente plasmados por uno y otro en sus obras: Westphalen escribe para José María el breve libro de poemas El niño y el río, en 1983,3 con la significativa dedicatoria: “A José María Arguedas, homenaje pobre al poeta y amigo”. Arguedas le dedica a Emilio Adolfo su última novela, inconclusa, El zorro de Arriba y el zorro de abajo, con estas palabras: “A Emilio Adolfo Westphalen y al violinista Máximo Damián Huamani de San Diego de Ishua, les dedico, temeroso, este lisiado y desigual relato”. Curiosa-mente, como se ve en estas dedicatorias, los dos hombres se encuentran en un mismo sentimiento de insuficiencia, “ho-menaje pobre”, “relato lisiado” que trasluce, en primer lugar, el valor otorgado a la amistad; pero estas palabras reflejan también y sobre todo el altísimo lugar en que ambos colo-caban la literatura y el arte en general. Nunca olvidaron que “el lugar que corresponde al arte dentro de la sociedad no es distracción de la vida, sino vida más plena, no embeleco para ocultar al hombre, sino nuevo instrumento para que el hombre llegue a serlo”,4 como lo dijo y repitió Westphalen y lo practicaron ambos, si pensamos en la manera —dolo-rosa, trágica— con que Arguedas vivió “la literatura como contribución y responsabilidad”.5 Compartieron plenamente esa convicción y ese sentimiento de insuficiencia, lejos de la autosatisfacción y de la vanidad, lo que en cada uno se expre-

3 Que forma parte del conjunto titulado nueva serie, publicado por primera vez en Lisboa, en 1984 y luego integrado en el libro Amago de poema – de lampo – de nada.

4 En “Poesía quechua y pintura abstracta”, poesía completa y ensayos escogidos, Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima, 2004, p. 111.

5 En el “Encuentro de narradores peruanos”, 14-17 de junio de 1965, Arequipa; citado por Alberto Escobar en El imaginario nacional, Moro-Westphalen-Arguedas, una formación literaria, IEP, Lima, 1989, p. 100.

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só de diversa manera: podemos citar el pudor, la discreción extrema de Westphalen con respecto a su propia obra (nunca publicó ni fueron mencionadas cosas suyas en las revistas que dirigió), o interpretar en ese sentido la suspensión de su labor creativa durante más de treinta años. José María Arguedas lo mostró en la permanente, hasta enfermiza autocrítica con respecto a su quehacer de escritor, condicionada en mucho por la amenaza de fracaso y la incapacidad para cumplir con la misión que él mismo se asignaba, es decir, mantener vivo el lazo entre arte y vida, transmitir “el jugo de la tierra”6 en un momento en que, por un lado, la literatura hispanoame-ricana exhibía con orgullo y sin complejos sus poderes y su autonomía7 y, por el otro, las ciencias sociales se mostraban ineludibles y todopoderosas en el conocimiento de las reali-dades humanas.8

El sentimiento de insuficiencia que caracteriza a los dos hombres con respecto a la altísima función del arte en la socie-dad, cobra particular importancia y sentido en el Perú que les toca vivir, un país en que la cultura es considerada superflua, decorativa, de divertimento y, sobre todo, en el cual el arte y la

6 En el “Primer diario” , El zorro de arriba y el zorro de abajo, op. cit, p. 21.7 La posición periférica de José María Arguedas con respecto al boom latino-

americano así como la polémica con Julio Cortázar se explican en parte por esta estricta y necesaria interdependencia que Arguedas establece entre arte y vida y la manera como la literatura, para él, no puede situarse por encima o independiente-mente de ésta. Más que anacrónica, la postura arguediana aparece como descentrada con respecto a las prácticas que le son contemporáneas, ya que no se trata simple-mente de una adhesión al viejo y manido realismo sino de una empresa más com-pleja (imposible) que ignora, liquida las fronteras narratológicas y genéricas como lo demuestra su última novela en que se entrelazan ficción y autobiografía, diario y novela.

8 Al respecto es elocuente el conocido episodio de la discusión organizada por el IEP en torno a Todas las sangres que dio lugar luego al texto de Arguedas, “¿He vivido en vano?”, en Mesa redonda sobre Todas las Sangres, IEP, Lima, 1985.

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literatura son un “quehacer de minorías y para minorías que se cumple sobre fondo de una gran comunidad iletrada.”9 Desde esa conciencia trabajan. Pero ese sentimiento de insuficiencia es inversamente proporcional a lo que efectivamente aporta-ron Arguedas y Westphalen, tanto a través de su creación como del quehacer cultural desplegado. No hay nada menos pobre, menos lisiado que la literatura que nos dejaron: con Las ínsu-las extrañas y Abolición de la muerte Westphalen emprendió una exploración que le permitió a la poesía peruana, y a la poe-sía de habla hispana en general, conquistar nuevos territorios, una apropiación singular de las armas surrealistas a través de una palabra arraigada en una imaginación todopoderosa. La novela Los ríos profundos, o el cuento La agonía de Rasu-Ñiti, de Arguedas, para no citar sino dos ejemplos, son expresiones de una lengua narrativa profundamente renovada, que mar-ca la salida definitiva del indigenismo tradicional, con nuevas modalidades que amplían el espectro de lo que se llamó (para mal y para bien) el realismo mágico como expresión de esa “misión histórica” de la literatura latinoamericana de dilucidar al “otro”, es decir al no-europeo.10

9 Augusto Salazar Bondy en La encrucijada del perú, varios autores, Col. Hora de Latinoamérica, Arca, Montevideo, 1963, p. 26. Algo semejante dice Mario Vargas Llosa en los sesenta: “( ... ) escribir significa poco menos que la muerte civil poco más que llevar la imprecisa, deprimente vida del paria. ¿Cómo podría ser de otro modo? En una sociedad en la que la literatura no cumple función alguna porque la mayoría de sus miembros no saben o no están en condiciones de leer y la minoría que sabe y puede leer no lo hace nunca, el escritor resulta un ser anómalo, sin ubi-cación precisa, un individuo pintoresco y excéntrico, una especie de loco benigno al que se deja en libertad porque después de todo su demencia no es contagiosa.” En el prólogo de las Obras de Sebastián Salazar Bondy, Tomo 1, Comedias y juguetes, Moncloa Editores, S. A., Lima, 1967.

10 Siguiendo a Tatiana Bubnova, retomada por Gonzalo Portocarrero, en Rostros criollos del mal, Red para el desarrollo de las Ciencias Sociales en el Perú, Lima, 2004, p.239.

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Los frutos que dejaron estas dos personalidades excepcio-nales no son sólo literarios, aunque eso ya es mucho porque los libros nos forman como miembros de una colectividad. Westphalen y Arguedas son portadores de un legado cultural más amplio, tienen en común el no haberse contentado con ser sólo escritores. Ambos fueron, ya se ha dicho, activísimos agentes culturales, haciendo aún más estrecho el lazo entre arte y vida, más abarcador y al mismo tiempo más proble-mático. Es patente, a la luz de la correspondencia, lo difícil y desgarrador que fue para Arguedas llevar a bien la creación y la investigación, la entrega a ambas y al mismo tiempo la con-ciencia de su necesidad.11 Esta paradójica realidad de comple-mentariedad e incompatibilidad, en el caso de Westphalen, se tradujo quizá en el hecho de que las décadas de silencio creativo fueran sus más productivas como actor cultural (en tanto que director de revistas y ensayista).

Los alcances del legado de Arguedas y Westphalen no sólo se miden individualmente, son parte del intercambio constante que tuvieron. De éste nacieron tomas de posición, experiencias y acciones culturales que marcaron de manera

11 Como se ve en la carta del 10 de marzo de 1958, escrita en Madrid, durante su estadía en Europa gracias a una beca de la Unesco para efectuar una investigación etnológica: “he trabajado intensamente y he hecho, al parecer, descubrimientos for-midables que si son suficientemente confirmados me permitirán escribir un trabajo que bien puede constituir una revelación y me servirán para la tesis de doctorado. [...]Lo único que siento es que me veo cada vez más lejos de mi verdadero camino. Había alentado la ilusión de escribir una novela sobre Lima. La empecé cuando me quedé solo y completamente enflaquecido. Ahora no puedo saber cuánto tiempo de-beré esperar para continuarla[...]” O en esta otra carta del 19 de marzo de 1959: “si no no podré librarme del trabajo sobre las Comunidades de Castilla y el Perú, que he empezado, que será lo último que haga en etnología, a Dios gracias. Estos proyectos me cautivan pero me martiriza escribirlos, por mi falta de orden y buena formación profesional. Mientras que los relatos cuando están ya concebidos salen tranquila-mente. ¿Para qué sufrir con los otros ya más?”

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profunda al medio artístico e intelectual y enriquecieron el imaginario nacional (como lo identificó Alberto Escobar),12 desde la provocación o la conciencia crítica, desde una aper-tura al mundo y a la modernidad estética, desde el recono-cimiento de los propios tesoros ignorados y soterrados y la aceptación de una cultura hecha de “todas las sangres”.

Westphalen lo hace aquejado, como él mismo dice, “de esa no sé si virtud o enfermedad que en su jerga literaria de-nominó José Carlos Mariátegui, cosmopolitismo” que para él significó “el reconocimiento de aperturas y posibilidades —de la libertad de discrepancia— del recelo ante supersti-ciones y fanatismos (estas antesalas de la barbarie conforme señaló Diderot)”,13 es decir, la gestación de una cultura en una compenetración auténtica, intensa, con las expresiones artísticas e intelectuales más modernas de Occidente. Es desde la vera de una vanguardia subversiva y cuestionado-ra que intenta sacar al Perú de su letargo, de su localismo conservador y su servilismo imitativo, combatiendo, como él dice, la “obra de la acción gástrica corrosiva de la ciudad natal”.14 Lo llevó a cabo, por supuesto, con su poesía, pero también, de manera activa y casi militante, a través la di-rección de la sulfurosa “hoja de poesía y polémica” que fue el número único de El uso de la palabra, aparecido en 1939 y, sobre todo, de Las Moradas y Amaru. Con ellas, los jóve-nes creadores e intelectuales peruanos no sólo gozaron de otra visión del paisaje cultural del país y del mundo, de una

12 El imaginario nacional, Moro-Westphalen-Arguedas, una formación literaria, Lima, IEP, 1989.

13 En “Nacido en una aldea grande” (1984), recogido en La poesía los poemas los poetas, Artes de México, Universidad Iberoamericana, México, 1995, p. 63.

14 ibid.

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visión iconoclasta que cuestionaba los dictados de la Lima criolla de raigambre colonial, sino que dispusieron de un espacio esencial de vida intelectual y artística, constituido por unas pocas buenas revistas en esos tiempos de preca-riedad cultural.15 Esas revistas —en particular Las Moradas y Amaru— no sólo tuvieron el mérito de existir, sino que inyectaron una energía nueva, estimularon el medio, am-pliaron los campos de interés e instauraron una actitud al mismo tiempo exigente, rigurosa y de apertura. Demostra-ron que eran posibles las publicaciones interesadas por la cultura y la producción propias, capaces al mismo tiempo de franquear las fronteras localistas y conservadoras; pu-blicaciones que nada tenían que envidiar a los productos culturales de los países desarrollados y que dieron las pau-tas de una actitud responsable, imaginativa, consciente del papel que debían tener artistas, escritores e intelectuales en el seno de la sociedad. Para decirlo con Luis Loayza: “lejos de proponer a sus lectores el ejercicio intelectual entendido como juego o evasión Las Moradas y Amaru los enfrentó a su responsabilidad, los enriqueció y sigue enriqueciendo”.16

15 De esa importancia de las revistas tanto Arguedas como Westphalen fueron conscientes, como se trasluce en la correspondencia: “en algunas reuniones casuales, especialmente durante la exposición de pintura de Sologuren, hablamos aquí sobre la necesidad de editar una revista. Javier ha traído una pequeña Minerva de Suecia y tenía ilusión de emplearla en ediciones de poesía. Pero estamos desperdigados y más divididos que antes.” (Carta de Westphalen del 19 de marzo de 1959). “…estoy muy fastidiado con las malas noticias de la revista. Me había hecho la ilusión de colaborar contigo y tenía la evidencia de que se podía hacer un buen trabajo. Aquí también en eso vamos bastante mal. No hay nada. Se acabaron las revistas que habían. y Lite-ratura, que hacían Vargas Llosa y Oquendo no ha vuelto a salir.” (Carta de Arguedas del 11 de junio de 1959.)

16 En “Regreso a Las Moradas”, El sol de Lima, Mosca Azul Editores, Lima, 1974, p. 215.

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Arguedas ataca desde la otra vera las bases de la sociedad criolla, identificando responsabilidades con respecto a la reali-dad interior negada [ese] “gran pueblo oprimido por el despre-cio social, la dominación política y la explotación económica,”17 pero también y sobre todo con una labor paciente, profunda, de difusión y valoración de las culturas andinas, un esfuerzo sostenido por abrir el cerco entre el mundo criollo costeño y el serrano, relativizar la validez de los cánones occidentales y criollos omnipotentes y absolutos. Se ignora en general que Arguedas le dedicó más páginas a la cultura peruana que a su creación novelística y su acción como agente cultural fue obra de toda una vida: como maestro en Sicuani, como funcionario en el Ministerio de Educación encargado del folklore nacional (cuando Valcárcel fue ministro de Educación), como Director de investigaciones etnológicas en el Museo de la Cultura Pe-ruana, como director de la Casa de la cultura, como profesor en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en la Escuela Normal, en la Universidad Nacional Agraria. Arguedas fue de-finitivamente uno de los actores mayores de esa creciente toma de conciencia en el Perú, a través de su presencia e influencia en los sectores cultivados de los años 40, del problema nacio-nal de la coexistencia de mundos en compartimentos estancos, de los “muros aislantes y opresores” que separaban al mundo criollo costeño de todo el resto del país, mundo ignorado, am-pliamente mayoritario en los departamentos de la sierra pero también de la selva, prácticamente monolingües y analfabetos y de cultura puramente oral.

La manera en que esos itinerarios individuales dejaron huella profunda no puede comprenderse cabalmente fuera

17 En “No soy un aculturado... “ op. cit. p. 13.

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del marco del diálogo entre Westphalen y Arguedas. En las diferentes empresas culturales importantes de las décadas de 1930, 1940, 1950 y 1960 se entrelazan constantemente los dos nombres: Arguedas colaboró intensamente en Las Moradas y Amaru, Westphalen dirigió la Revista peruana de Cultura (de los números 2 al 8) a pedido de Arguedas cuando este era director de la Casa de Cultura, entre 1964 y 1966. El papel de Arguedas y Westphalen en la formación de un sector pensante y artístico que desea superar la desarti-culación de la sociedad peruana y asumir una modernidad liberadora es sustancial. Su correspondencia da cuenta del poderoso lazo que ambos tejen con la generación de artis-tas, escritores e intelectuales inmediatamente posterior (Ja-vier Sologuren, Jorge Eduardo Eielson, Sebastián y Augusto Salazar Bondy, Fernando de Szyszlo, José Matos Mar, Blanca Varela...). Para estos, Westphalen y Arguedas constituyen en el diálogo entablado, en la complementariedad que for-man a través del intercambio, una referencia modélica, e incluso tutelar, determinante en la creación de condiciones propicias para la efervescencia intelectual y creativa.18 “La existencia de Las moradas,” según testimonio de Fernando de Szyszlo, y “todo lo que se escribió en esa época transfor-mó mucho el ambiente y despertó una inquietud real en muchos grupos más jóvenes que nosotros”.19 Esa “inquietud real,” que cuajó como una efervescencia colectiva, también lo fue gracias a la existencia de lugares de encuentro como la

18 Luis Rebaza Soraluz en su ensayo La construcción de un artista peruano con-temporáneo, Fondo Editorial, Lima, 2000, analiza esta relación y transmisión, si-guiendo y profundizando los postulados previos de Alberto Escobar en El imaginario nacional.

19 En indagación y collage, Mosca Azul editores, Lima, 1975, p. 83.

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peña Pancho Fierro,20 centro de reunión de artistas creado y promovido por la pintora Alicia Bustamante (discípula de José Sabogal y cercana a la corriente indigenista) y su her-mana, la maestra Celia Bustamante, casada con Arguedas. Los tres son figuras esenciales de ese lugar de encuentro en el que desde 1936 hasta finales de los sesenta (la Peña se acaba a la muerte de Alicia, el 27 de diciembre de 1969) casi a diario se reunían poetas, escritores, artistas plásticos, críticos y pensadores de diferentes generaciones y tenden-cias. Entre los primeros están Westphalen, por supuesto, y también César Moro, Xavier Abril, Martín Adán, Enrique Peña Barrenechea, Estuardo Núñez, Alberto Tauro. Asimis-mo, por ella pasan personalidades extranjeras artísticas e intelectuales que se encuentran de visita en Lima, hacien-do de la Peña un espacio de contacto y de encuentro con el mundo exterior: estuvieron allí Jean-Louis Barrault, Jean Villar, Pablo Neruda y, tras la conmoción de la guerra civil española, Pedro Salinas, Dámaso Alonso, Margarita Xirgu y su compañía teatral,21 así como el escritor y periodista Cor-pus Vargas, quien terminó instalándose en Lima. Algunos de los visitantes dejaron un vivo testimonio de este lugar de encuentro, como, por ejemplo, el escritor anglo-americano Christopher Isherwood,22 o la autora puertorriqueña Con-

20 Situada en un primer momento en una casona cerca del Congreso de la Plaza de la Inquisición, la peña Pancho Fierro se muda en 1938 a una casita que la Bene-ficencia Pública alquila a las hermanas en la plazuela de San Agustín. Finalmente, funciona en un local en la calle Washington, cerca de la avenida Alfonso Ugarte, al lado de la casa donde viven las Bustamante.

21 Dos de sus miembros, Santiago Ontañón y Edmundo Agüero se quedaron en Lima para crear el Teatro Nacional.

22 Isherwood deja un testimonio interesante de la Peña y del contexto peruano de finales de los 40: en su libro titulado The Condor and the Cows (1949), consultado en su versión francesa, Le condor, Ed. Rivages, Paris 1990, p. 220-222.

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cha Meléndez, quien escribió una suerte de diario de viaje sobre su estancia en el Perú, titulado Entrada en el perú, con un capítulo dedicado a la Peña y que retrata bastante bien el ambiente en el contexto de los 30:

Con los Núñez hice mi primera visita a la peña literaria Pancho Fierro, sitio de reunión de las gentes de letras y arte en Lima. Pancho Fierro fue un acuarelista limeño que vivió de 1806 a 1879 pintando las costumbres y los tipos de la Lima ochocentista […]. En aquella primera visita, me presentaron también a Xavier Abril, Emilio Adolfo Westphalen, Enrique Peña Barrenechea y José Hernández, todos poetas jóvenes de calidad. Xavier Abril había publicado en esos días su libro Descubrimiento del Alba. La lectura de sus poemas, la frecuencia con que lo traté durante mi estada en Lima, me ha hecho fácil la composición de mi en-sayo “Albas de Xavier Abril” donde intento un estudio de la obra total de este lírico de la modemidad acusadísima. Westphalen es alto, de grandes ojos de asombro y de muy escasas palabras. Vive un mundo poético sobrerrealista parte del cual nos ha mostrado en sus libros Las ínsulas extrañas y Abolición de la muerte. En-rique Peña Barrenechea habla en un bajo tono cálido; se mueve en una atmósfera de cortesía discreta. […] Volví dos veces más a Pancho Fierro, una de ellas con Alberto Tauro, crítico con dotes de scholar, inapreciables en nuestra América donde tanto se improvisa todavía en el quehacer de juzgar; fino artista también de la fantasía. […] Tauro me presentó esa noche a José María Arguedas, el cuentista de Agua. Conversé largamente con Mar-tín Adán, prosista de matices jamesianos en su novela La casa de cartón. Adán [...] posee el arte de ironizar con elegancia. Su conversación es deleitable como la de un cortesano renacentis-ta. […] Mi última visita fue con Westphalen y César Moro, gran conversador éste, y quizás por eso buen amigo de Westphalen que lo sabe escuchar. César Moro, pintor y poeta, ha vivido en París largas temporadas, adquiriendo exigencias en el gusto que

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lo hacen mordaz, desdeñoso y desarraigado en Lima. Preparaba entonces un viaje a México. Pequeño, delgado, es un haz de nervios rebeldes. Tenía consigo aquella noche, repasándola, la nadja de André Breton. Al salir de Pancho Fierro preferí caminar hasta el hotel. Pasamos frente a la Catedral desdibujada en la sombra. La escultura ecuestre de Pizarro, situada en el atrio du-rante las fiestas del cuarto centenario de la fundación de Lima, parecía pronta a correr a través de la Plaza Mayor buscando su casa solariega hoy desparecida. Tuve una sensación de peligro, de que íbamos a ser arrollados por las patas del caballo en fuga. Westphalen y Moro rieron cuando les comuniqué mi aprensión. Les gusta la ironía. Son autores de una invectiva satírica, tre-menda, titulada Vicente Huidobro o el obispo embotellado.23

La peña Pancho Fierro no era un lugar abierto al público, estaba reservada a los amigos de las Bustamante. Financiada enteramente por las hermanas, acogía a sus invitados a par-tir de las seis, siete. Se servían empanadas, té, café, pisco, y a menudo las reuniones terminaban tarde por la noche en alguno de los chifas de la calle Capón. Ese lugar, a primera vista elitista y cerrado, en que se encuentran los miembros de la Lima ilustrada y progresista constituye al mismo tiempo un espacio de iniciación e intercambio para este sector que puede descubrir, gracias a las hermanas Bustamante24 y a Ar-

23 Concha Meléndez, Obras Completas. Tomo 1, San Juan de Puerto Rico, Insti-tuto de Cultura Puertorriqueña, 1970, p. 505-508.

24 Las hermanas Bustamante, de una familia de renombre, son vistas en las es-feras de la burguesía y la oligarquía limeñas como ovejas descarriadas, no sólo por la difusión que hacen de la cultura andina y ese constante contacto con el mundo serrano (considerado como “cosa de cholos, de indios” por el medio capitalino), sino también porque manifiestan un compromiso político y un trabajo de apoyo en las cárceles con los presos políticos. Vale la pena recordar lo que Arguedas dice de ellas en el epílogo de El zorro de arriba y el zorro de abajo: “Ella (Celia), su hermana Alicia y los amigos comunes me abrieron las puertas de la ciudad (Lima) o hicieron más

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guedas, esa cultura andina ignorada, negada, menospreciada hasta entonces por la capital. En los locales de la Peña, Alicia expone su colección de arte popular que ha ido conformando en sus viajes por el interior del país y organiza muestras pun-tuales de artesanos mientras que José María transmite a los limeños cultivados su amor por la música andina, invitando a la peña a músicos serranos o interpretando él mismo con la guitarra canciones y melodías o, como lo refiere Blanca Varela, llevándose a los asiduos de la plaza San Agustín en sus frecuentes excursiones a los coliseos donde se presenta-ban los grupos musicales y de danza venidos de diferentes regiones de la sierra y que en los años 40 constituían lugares privilegiados de los migrantes serranos.25

La Peña es el espacio en que jóvenes de los 40 y 50 como Eielson, Salazar Bondy, Varela, Sologuren, Szsyszlo se forman al contacto con los mayores, aprovechando en particular la contemporaneidad y amistad entre Emilio Adolfo Westpha-len y José María Arguedas. El diálogo de estos dos hombres, según Luis Rebaza Soraluz,26 es el punto de partida para ima-ginar la figura del artista peruano contemporáneo:

el grupo de artistas más jóvenes ve, en el Arguedas que domina el quechua y el español, un modelo de artista que «había ido

fácil mi no tan profundo ingreso a ella y, con mi padre y los libros, el mejor entendi-miento del castellano, la mitad del mundo. y también con Celia y Alicia empezamos a quebrantar la muralla que cerraba Lima y la costa – la mente de los criollos todopo-derosos, colonos de una mezcla bastante indefinible de España, Francia y los Estados Unidos y de los colonos de estos colonos – quebrantar la muralla que cerraba Lima y la costa a la música en milenios creada y perfeccionada por quechuas, aymaras y mestizos.” (Op. cit. p. 203)

25 Eve-Marie Fell, “Propositions et résistances culturelles au Pérou (1945-1970)”, Cahiers du criccal N° 5.

26 Op. cit. p. 14-15.

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del mundo campesino [andino] al mundo occidental» (Flores Galindo 1992: 13). y ve otro modelo de articulación cultural en el Westphalen que domina el español y otras lenguas europeas: el de un artista que del mundo occidental va hacia el andino merced al estudio artístico y académico. De esta manera, ambos escritores configurarían movimientos cuyos orígenes y destinos son inversos: [andino occidental] y [occidental andino]. La reunión de ambos movimientos constituirá un tercer mode-lo a construir con características dinámicas circulares. Primero para «apropiarse culturalmente del mundo andino y luego para dejar de lado la distinción «ontológica» de dos culturas anta-gónica.

El modelo que constituyen se forma en los años 30, años de definición y afirmación combativa y virulenta para ambos, como se constata en las cartas intercambiadas entre 1939 y 1941, que corresponden a la estadía de Arguedas en Sicuani, donde trabaja como profesor de castellano. Son años en que se forja una ética común a partir de la denuncia de los que ellos consideran falsos valores estético-literarios y sociocul-turales, impuestos por el establishment limeño. Basta cons-tatar en sus escritos y en esta correspondencia cómo ambos se distancian, critican justamente las prácticas y etiquetas de “indigenista” y “vanguardista” y cómo ponen en tela de juicio furiosamente la legitimidad de las autoridades críticas literarias en la definición del canon literario y de la consti-tución de una tradición. Ello es evidente en los diversos co-mentarios sulfurosos y opiniones extremas que intercambian con respecto a la actualidad literaria y cultural limeña. Su consonancia es perfecta asimismo en la denuncia de la doxa, como se puede ver en las cartas intercambiadas en torno al artículo de Westphalen aparecido en el único número de El

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Uso de la palabra, titulado “De la poesía y los críticos”, en el que el autor de Abolición de la muerte, además de invalidar el juicio de Estuardo Núñez, ataca a uno de los mayores re-presentantes de la crítica literaria, Luis Alberto Sánchez, a raíz de la publicación de su Índice de la poesía peruana con-temporánea, arremetiendo asimismo contra una actividad crítica definida como “práctica de mal agüero”, “uso carente de resonancias fecundas de cualquier especie”, “estafa desver-gonzada” e identificándola sobre todo como instrumento de regulación social y de preservación de los valores imperantes. La complicidad de Westphalen y Arguedas en esta empresa de demolición a través de un “uso de la palabra” corrosivo y combativo que se instala en el campo polémico, se verifi-ca en las palabras con que Arguedas comenta el artículo de Westphalen al recibir en Sicuani el citado número de El Uso de la palabra:

Tu artículo sobre los críticos es lo que esperaba desde hace mu-cho tiempo, al leerlo he sentido expresarse toda mi indignación contra los críticos del Perú, que no han hecho sino forjarse pres-tigio de sabios entre la canalla, mancillando y echando sombras sobre la poca verdadera poesía que se ha escrito en nuestro país; y tratando de levantar, contra la única poesía que se ha hecho en el Perú, la falsa figura de (ilegible) de imbéciles, a quienes por bajos intereses (ilegible) quieren …consagrar como los me-jores.27

Esta postura compartida de oposición y resistencia cons-

truye una ética que quiere deliberadamente proferirse en los márgenes y adquirir legitimidad desde estos. Arguedas y

27 Carta de José María Arguedas, sin fecha.

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Westphalen se encontraron, se reconocieron en una vivencia y posición ante la sociedad peruana que ya Escobar había identificado como marginación. El autor de Las ínsulas ex-trañas lo enuncia claramente en su ensayo “Poetas en la Lima de los años treinta” al referirse a su relación con su ciudad natal:

Durante mucho tiempo mis límites de desplazamiento no pa-saron de Ancón, Chosica y Lurín, y no por preferencia propia sino por imposibilidad material para viajes de turismo o estu-dio. Considero sin embargo que ese hecho no me excluía de la problemática del Perú entero. Mi situación social me ponía, en verdad, al margen de la Lima que concentraba el poder econó-mico y político. Por mi condición de descendiente reciente de familias de inmigrantes (de mis cuatro abuelos sólo mi abuela paterna había nacido en el Perú), me sentía como en cuaren-tena permanente, reo de no estar integrado y no compartir las tradiciones, mejor dicho, los prejuicios e intereses de las clases dominantes. La hostilidad que al parecer se me oponía podría quizás equipararse a aquella de la cual se quejó José María Arguedas dentro de un plano muy enconado de rivalidad entre serranos y costeños. En mi caso, las manifestaciones las sentí más solapadamente. Los obstáculos podrían a veces interpre-tarse como las rémoras burocráticas usuales. La situación se resumía en una expresión corriente: «No tiene vara».28

Westphalen se encuentra con Arguedas en un fuerte sen-timiento de exclusión (“en cuarentena”, “reo”) con respecto a los estratos y círculos sociales que dictan la norma y que son los de la Lima criolla burguesa y oligárquica. Esta situación “marginal,” determinada por su extranjería y pertenencia a

28 En Otra imagen deleznable, Emilio Adolfo Westphalen, Fondo de Cultura Eco-nómica, México, 1984, p. 103.

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la clase media, es decir, sin peso económico ni poder de in-fluencia, le permite, como él dice, entender “la problemática del perú entero” o sea la problemática de la no integración, de la hostilidad, de la negación de lo otro, del otro, de lo que no es limeño/criollo). Arguedas, además de revelar en tanto que novelista (y estudioso), y por consiguiente, en tanto que testigo y observador, la hostilidad y rechazo de los limeños-costeños hacia los serranos y la relegación de estos, se ve per-sonalmente afectado por su propia condición de intelectual y escritor provinciano, rural, serrano y hasta su muerte se sentirá al margen del mundo urbano capitalino y sus códigos, como se hace manifiesto, por ejemplo, a lo largo de los diarios de El zorro de arriba y el zorro de abajo.

En ambos, en la dinámica del intercambio que se estable-ce, el sentimiento de desclasamiento que, en un principio, es instrumento de menoscabo de una realización social plena, es convertido en herramienta de cuestionamiento y permi-te la propuesta y defensa de valores alternativos. La margi-nación cambia de signo, es transformada, recuperada como valor, el “no compartir las tradiciones” es sinónimo de “no compartir los prejuicios e intereses de las clases do minantes”. Arguedas y Westphalen van a llenar de sentido esa posición marginal, como un bastión, un espacio preservado, garante de ciertos valores éticos que van a encarnar en figuras como la de José María Eguren. El autor de Simbólicas constituye una presencia referencial tanto para Westphalen (lo que es más lógico y conocido) como para Arguedas (lo que podría sorprender, pues a primera vista es difícil ver puntos de con-vergencia entre la palabra simbolista, hermética, oscura de Eguren y las exigencias “veristas” del Arguedas escritor). Ade-más de aparecer como “ángel tutelar” según Westphalen, por

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ser “el primero que escribió poesía en el Perú y del cual deri-vamos todos desde Vallejo hasta los siguientes”29, defenderán a Eguren porque escapa a los dictados del establishment y es relegado a los márgenes , son elocuentes al respecto el no reconocimiento por parte de Luis Alberto Sánchez de la importancia poética de Eguren y la poca pertinencia in-terpretativa de Estuardo Núñez ante la obra del autor Su valor de contrafigura se entiende asimismo y se completa con respecto a la de José Santos Chocano, representante paradig-mático de las letras peruanas, vate coronado en noviembre de 1922 como poeta de América, modernista estridente, de gran popularidad, aficionado a los grandes temas históricos y geográficos del continente y del país, cuya vida vio confun-dirse y cruzarse trabajo poético y carrera política, diplomacia y aventura. Con respecto a Chocano, Eguren es un contramo-delo, como lo dicen estas palabras de César Moro:

Por entonces en el Perú, el poeta era el cantor oficial de efe-mérides patrióticas o el bohemio que prostituía su inspiración, llamémosla así, enteramente banal y de almanaque, al alcance de los pilares de cantina, en una cualquiera de las numerosas y sórdidas trastiendas de pulpería. Eguren fue el Poeta, en su acepción de ser perdido en las nubes, de no tener nada que decir, ni hacer, ni ver fuera de la Poesía. Cosa insólita entonces y ahora: Jamás bregó en la política.30

29 Palabras de una intervención radiofónica de Emilio Adolfo Westphalen duran-te su estadía en Royaumont, el texto de la entrevista para rfi, de abril de 1988 me lo proporcionó el autor. Aquí Westphalen retoma lo que afirma en el artículo “La poesía y los críticos” citado previamente de El Uso de la palabra: “Podemos declarar concluyentemente que con Eguren, por primera vez en la historia literaria peruana aparece la Poesía.”

30 En “Peregrín Cazador de Figuras”, Los anteojos de azufre, Boletín Bibliográfico de la Universidad nacional Mayor de San Marcos, año xxx, Lima diciembre de 1957, p. 110.

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Al igual que Moro, Westphalen y Arguedas se reconocen en esta figura de marginalidad positiva. Hallan en él al celoso defensor del territorio de lo poético así como el de su ejercicio exclusivo. Fue pues modelo por “su extraordinaria incorrupti-bilidad poética y vital,” afirmándose como esa otra figura del poeta portador de un doble valor, al separar quehacer poético y función social.

Su ética común cuestiona, rechaza los valores de la Lima criolla tradicional y conservadora, resiste a los dictados, a las polaridades y encasillamientos. Westphalen y Arguedas muestran, en su complementariedad, en la combatividad e inconformismo que los caracteriza, el camino para forjar una posible identidad cultural integradora. Sin embargo, lo que fueron, lo que hicieron también mostró la enorme dificultad que implicaba lograrlo. De las profundas asimetrías y des-equilibrios nacionales no pudieron librarse enteramente. Ese “sentirse al margen” en el que se encuentran los dos hombres y que es una fuerza de resistencia, se traduce en Arguedas desde su condición de intelectual y escritor rural, serrano, en un sentimiento de no pertenencia al mundo capitalino-occi-dentalizado y sus códigos que lo acompaña toda la vida y que afecta aun sus relaciones con el círculo de sus más cercanos cómplices y amigos,31 como Szyszlo o el propio Westphalen.32

31 Lo que quizá explica la acidez y sorna con que trata a algunos de los actores del medio intelectual y artístico progresista y moderno del que forma parte. Véanse en la correspondencia, en particular, sus comentarios sobre Sebastián Salazar Bondy.

32 Es lo que se siente en estas palabras que evocan el trato particularmente afec-tuoso que le brindaba el escritor Guimaraes Rosa: “ningún amigo citadino me ha tratado tan de igual a igual, tan íntimamente como en aquellos momentos este Gui-maraes; me refiero a escritores y artistas; ni Gody Szyszlo; ni E. A. Westphalen, ni Javier Sologuren, menos aún los extranjeros notables. En “Primer diario”, 13 de mayo de 1968, El zorro de arriba y el zorro de abajo, José María Arguedas, Obras Comple-tas, tomo V, Editorial Horizonte, Lima, 1983, p. 23.

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Ello evidencia una inscripción problemática que trasluce la imposibilidad de interiorizar otra cosa que una diferencia regida por la asimetría, recordando que inevitablemente “el intercambio cultural tiene lugar dentro de un régimen de dominación.”33 El intelectual o artista limeño es percibido en una posición de superioridad por su procedencia capitalina, por su dominio y posesión de la alta cultura, por su inscrip-ción “natural” en ella.34 Es poseedor de lo que Arguedas sien-te (y le hacen sentir) dolorosamente como una carencia, una insuficiencia que jamás podrá ser colmada o con respecto a la cual tiene que justificarse, como lo atestiguan las palabras dirigidas a Westphalen, al amigo y también (detrás, inevita-blemente) al artista e intelectual capitalino: “tú sabes mejor que nadie que soy un narrador sin ilustración. Me defienden la vida y el indestructible amor que siento por el ser humano y por todos los seres vivos”.35

Pero la estrechísima amistad entre los dos hombres no se ve regida ni determinada por esta diferencia sociocultural. En la gran admiración que Arguedas siente por Westphalen, la pose-

33 En Mito e ideología en la obra de José María Arguedas, William Rowe, Lima, Cuaderno del Instituto Nacional de Cultural, 1979, p. 101.

34 Las siguientes palabras lo reflejan: “...lo intocado por la vanidad y el lucro está, como el sol, en algunas fiestas de los pueblos andinos del Perú. y no es que lo diga como que fuera un sectario indigenista. Lo vieron y sintieron igual que yo, gente que vi llegar de París, de los ee.uu., de Italia y gente criada en Lima, de algunos de esos que han crecido en “sociedades” bien cuajadas” o descuajándose. No es cierto Gody, E. A. Westphalen, Jacqueline Weller?” ibid, p. 22

35 Carta del 12 de julio de 1961. Algo similar dice en el Tercer Diario de El Zo-rro de arriba y el zorro de abajo: “ ...Quizá me falta más mundo de ciudad que, en cierta forma, significa decir erudición”, palabras que se desprenden de la conocida polémica con Julio Cortázar que se da en 1968 que, además de ser un intercambio sumamente instructivo sobre posiciones y visiones en torno a la literatura y más precisamente en torno a la literatura y la vida, exacerba este sentimiento.

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sión del saber, el dominio de la alta cultura, de la cultura occi-dental deja de ser exclusivo signo distintivo de una pertenencia capitalina-costeña, deja de ser expresión de dominación en la medida que es un saber, una cultura respaldada por una éti-ca. Las palabras con las que Arguedas se refiere a Westphalen antes de quitarse la vida son elocuentes: “Emilio Adolfo es mi amigo desde 1933; no ha hecho concesiones interesadas nun-ca y creo que es el poeta y ensayista que más profundamente conocía y conoce la literatura occidental y quien muy severa y jubilosamente apreció y difundió la literatura peruana oral y escrita desde las revistas que ha dirigido y dirige”. La poderosa amistad reivindicada por el autor de El Zorro de arriba y el zorro de abajo nace curiosamente poco tiempo después de la muerte de su padre, presencia referencial mayor que deja un gran vacío. Los términos en que se expresa Arguedas del amigo en ciertos momentos lo coloca en una postura casi paterna como se puede ver en esta carta de 1956:

La noticia de tu vuelta, aunque improbable, nos hizo reaccionar; Gody y yo, usamos palabras casi idénticas, al mismo tiempo, para expresar nuestros sentimientos; yo utilicé “proteger” y él “amparar”. Es que vemos en ti a una especie de hermano mayor, muy fuerte, a pesar de todo. Porque has hecho frente a riesgos grandes y tenemos conciencia de la amplitud, tan superior, de tu cultura.36

36 Carta del 21 de febrero de 1956 escrita en Lima. y esta otra carta, escrita años más tarde, ratifica dicha impresión: “vente querido Emilio; económicamente no vi-virás tan seguro, pero puedes encontrar cómo hacerlo con un nivel decente, y en cambio auxiliarnos a nosotros. Hacer algo juntos, con amor, con ilusión. y eso acaso te falta. El Perú es cada vez más fascinante y hermoso. Anoche oía música del Cusco y de Coracora, la más hermosa y profunda. y eso es vivir, Emilio. Estamos aquí mu-chos que te queremos tanto y te necesitamos. Eso es también la vida.” (Carta del 11 de enero de 1963).

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La correspondencia entre los dos hombres permite re-construir el camino recorrido y comprobar que ese fuerte lazo, y más precisamente, la experiencia, el saber, los gustos y principios estéticos de Westphalen imprimen una huella certera en la formación de José María Arguedas, en sus pre-ferencias poéticas y artísticas, llevándolo paradójicamente a sentirse más cerca de los llamados “puristas” que de los “so-ciales,”37 fragilizando así, deslegitimando los encasillamien-tos. Westphalen es para Arguedas una suerte de garante, un sostén antes que nada ético con respecto a un arte que no admite concesiones ni compromisos, un arte que es necesa-riamente “sustancia de la vida” pero que antes que nada se presenta como valor universal y absoluto, por encima, más allá de distinciones, consideraciones de orden social o cultu-ral o político, en una concepción, por consiguiente, en la que pueden (o quisieran) disolverse las oposiciones entre cultura nativa y cultura foránea, reducirse las distancias entre cultura dominante y dominada.38 El arte exaltado, el arte como valor

37 Ello es evidente en estos dos extractos de su correspondencia con Westphalen. Comentando la actualidad cultural limeña: “pero el ‘hombre del día’ es Juan Ríos. Te envié algunos recortes que te darán algún pasatiempo. El ‘poeta’ del canto a Sta-lingrado y al Ejército Rojo se ha convertido en el hombre de moda. Acaba de estre-nar la más abominable muestra de falsa poesía, de indignante calumnia al hombre americano y europeo que sea posible concebir. ¡La tragedia!!! ‘medea’ que me dicen que fue muy aplaudida en la primera función, al extremo que don Juan Ríos salió al escenario a recibir el homenaje en público...” (Carta de jma del 23 de noviembre de 1951.) y años más tarde, comentando la conferencia que diera André Coyné en la anea en 1956: “André dio una conferencia excelente sobre Vallejo. Fustigó como un ángel indignado a los ‘turiferarios’ de Vallejo; a esos ‘poetas’ que han tomado algunas fórmulas vallejianas para conformar poemas confianzudos y oportunistas. Porque ja-más se ha escrito más versos ni se ha recitado más en ninguna parte del mundo; han superado el record de los ‘poetas del pueblo’...” (Carta de fines de 1956, sin fecha.)

38 Esa convicción, esa concepción (que podríamos considerar que peca de idea-lista) la hallamos en estado bruto en la praxis de Arguedas como profesor de caste-

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se encarna especialmente para ambos en la poesía y ello no es fortuito.

Arguedas y Westphalen se encuentran en la poesía no sólo en esos años 30 sulfurosos y esperanzados sino a lo largo de las décadas (de lucha, de resistencia constante ante el me-dio criollo, las mentalidades, las instancias políticas, ante los “monstruos” que según Arguedas “se van endureciendo”). Se encuentran en ese territorio que por su marginalidad con-sustancial (en el siglo xx) es a su vez un espacio preservado y quintaesenciado (si pensamos en la trayectoria que va del romanticismo alemán, Baudelaire y los poetas malditos a las vanguardias, y que hace de la poesía, palabra de cuestiona-miento y de descentramiento frente a la tradición, a lo insti-tuido, a la oficialidad). Ellos entienden, como lo dice bella y apropiadamente Alberto Escobar, que “en la patria universal de la poesía caben todas las lenguas”;39 ellos entienden que ese territorio marginal ante los ojos de la sociedad pero on-

llano en Sicuani: “y ahora viene lo serio: tu duda de que no comprendan tus versos. Claro que esos animales de críticos comenzando por el asno de Núñez y terminando en el lego de Jime... y toda esa carroña escogida de pequeños literatos, tienen inca-pacidad mental para entender nada de lo que verdaderamente es arte. Mientras yo, aquí leo Eguren, leo Abolición, leo García Lorca, con mis alumnos. y ellos entienden y repiten los poemas cuatro y cinco veces. Si vieras cuántos ratos de hermosura he pasado con ellos leyendo tus versos y los de Eguren. y no sólo en clase: hay como siete u ocho que vienen a mi casa y se van a la chacra con tus libros, con el de Enma-nuel o Eguren. Después regresan como a la hora o más y conversamos en mi cuarto hasta bien entrada la noche. Pero ninguno todavía ha aprendido a pronunciar bien tu apellido. (Carta del 16 de julio de 1939, escrita en Sicuani.) Si bien podemos son-reír o experimentar escepticismo ante la supuesta facilidad de trasmisión a jóvenes quechuahablantes de obras poéticas como las de Eguren o Westphalen que aun para un lector hispanohablante son de difícil acceso, aquí es admirable sobre todo la fe que anima al joven profesor, la convicción incuestionable de que el arte (el verda-dero) reúne, permite una comunión más allá de las barreras lingüísticas y culturales (que por lo demás el detalle del apellido recuerdan).

39 Op. cit. p.19

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tológicamente fundamental para el hombre es el que man-tiene viva la médula de las culturas, es decir, la lengua. Ellos tuvieron conciencia también de que es desde la lengua, en la lengua donde se puede, se debe mover las fronteras, disolver los encasillamientos, cuestionar, corroer la autoridad de una cultura sobre otra.

Es significativo al respecto que en los años 30 y 40 un tema central en el diálogo que los dos creadores mantienen sea el de las capacidades poéticas de las diferentes lenguas, y sobre todo del castellano, considerado por Westphalen como deficiente o limitado en comparación con otras lenguas in-doeuropeas como el francés o el inglés.40 Lo es también para Arguedas, quien lo equipara al quechua, definido este último como más poderoso en la expresión de algunos sentimientos, los más característicos, según él, “del corazón indígena: la ternura, el cariño, el amor a la naturaleza”, más poderoso “en la expresión de muchos trances del espíritu y sobre todo del ánimo”. Podrá sorprender y ser percibida como ingenua (y poco científica o rigurosa) esta manera de evaluar las lenguas en términos de superioridad o inferioridad; refleja simple-mente una voluntad de cuestionamiento de la autoridad del castellano, en la conciencia de que en la lengua está, se juega el ser de la cultura.

En ese sentido, en ellos el trabajo en profundidad con la lengua fue una convicción y una obsesión: basta ver la inten-

40 “Algunos idiomas son más maleables, más flexibles a la expresión poética. Pero esto no depende sino del mayor o menor número de voces que en el transcurso del tiempo se han dejado oír por su intermedio. Así el castellano tiene la desventa-ja de haber servido muy escasamente como medio de poesía. No hay por ejemplo ningún poeta comparable a Nerval, Baudelaire, Lautréamont, Rimbaud, Jarry, para referirme a la poesía francesa del siglo pasado.” (Carta de Emilio Adolfo Westphalen del 22 de agosto de 1939.)

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sidad y angustia con que Arguedas se cuestionó a raíz de su experiencia docente sobre el porvenir del quechua y la nece-sidad de castellanización y luego la tenacidad con que hizo de la literatura el espacio (privilegiado) de una “problematiza-ción de la lengua natural,”41 no sólo en la lucha constante que sentía llevar con el castellano,42 sino también y sobre todo en la búsqueda en sus novelas de una lengua literaria capaz de recrear los poderes del quechua como idioma y cosmovisión (Yahuar Fiesta, Los ríos profundos) o en el intento de plasmar los hervores de la migración en la lengua hablada de El zorro de arriba y el zorro de abajo, sin olvidar la extrema impor-tancia que le otorgó a la traducción de poesía, canciones, mitos quechuas al castellano. En Westphalen, quizá de modo menos obvio, esa labor de apertura, de desterritorialización se hizo en su poesía, comenzando por el extrañamiento inau-gural que implicó el poema “Magic World”, de 1930, escrito en inglés, y de manera más sistemática y profunda en el trabajo efectuado tanto en Las ínsulas extrañas como en Abolición de la muerte, en las entrañas mismas del castellano, violentan-do nuestras representaciones, abriendo nuestro imaginario. Pero no solo ahí, ya que Las moradas y Amaru fueron una permanente invitación a abandonar el estrecho, reducido te-rritorio de lo criollo-hispánico, a vencer los ancestrales com-portamientos de exclusión. El homenaje rendido al amigo muerto en el número 11 de Amaru es prueba palpable de ello:

41 Alberto Escobar, op. cit. p.122.42 Comentando Los ríos profundos: “ya parecía que el trabajo no acabaría jamás.

y ha concluido. Solo tengo conciencia hasta este momento de un solo defecto que no he podido superar y me ha vencido. No es mentira que de veras el castellano me resulta a veces sumamente difícil de dominar; lucho con el uso de las preposiciones y en muchas ocasiones me falta vocabulario.” (Carta de José María Arguedas del 19 de marzo de 1957.)

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43 Amaru, N° 11, dic. 1969, p. 3.44 ibid.

Envidiable destino: poseer un doble instrumento de captación de la vida y el universo, expresarse libre y gozosamente en dos idiomas de tan diversas estructuras y posibilidades de uso, apro-vechar de todo el rico acervo de dos tradiciones culturales anti-quísimas y en muchos aspectos disímiles y contradictorias, pero ambas válidas como sistemas para la comprensión del hombre y la exploración del cosmos. jma tuvo la fortuna de no tener que repudiar parte alguna del doble legado.43

De ese doble legado que Arguedas poseía, Westphalen supo también sacar valiosas lecciones. Pudo gracias a él vis-lumbrar los poderes, los alcances de la lengua quechua en la relación del hombre con el mundo, es decir, ese sentir “el mundo como parte de uno mismo y no como algo objetivo”, “[esa] especie de comunión universal, de inmersión poética en que se anulan objeto y sujeto [y que] es para muchos de nosotros todavía una cima inaccesible aunque intuida, en-soñada o, simplemente, deseada”.44 Para Westphalen el poe-ta (nutrido sobre todo por la tradición poética europea) se dio, quizá, en ese descubrimiento, “las palabras del quechua contienen con una densidad y vida incomparables la materia del hombre y de la naturaleza y el vínculo intenso que por fortuna existe entre lo uno y lo otro”, la posibilidad no sólo de exaltar las cualidades del idioma negado y relegado, sino también y sobre todo de hacer del quechua otro centro, pode-roso, en el cual se regenera el sueño que persigue toda poesía y en particular la poesía occidental desde una modernidad huérfana, es decir, el deseo de abolir la distancia entre las palabras y las cosas, entre el lenguaje y el mundo. De más

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está decir que esta empresa, como todas aquellas que apun-taron a subvertir las demarcaciones y jerarquías impuestas, no habría podido existir, por supuesto, sin la fuerza creadora de José María Arguedas.