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EL PROYECTO NATURALISTA: ENFOQUES

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EL PROYECTO NATURALISTA: ENFOQUES

NATURALIZACIÓN DE LA MENTE Y AUTONOMÍA TEÓRICA DE LA EXPLICACIÓN

MENTALISTA*

Jean-Michel Rov

NATURALIZACIÓN Y SEQUEDAD DE LA MENTE

La cuestkin que deseo examinar puede formularse, en una primera aproximación, de la siguiente manera: ¿es o no necesario, y en qué medida lo sería, conocer cl cerebro para construir una teoría menta-lista de la cognickin —es decir, una teoría que recurre a propiedades mentales— cjue sea al mismo tiempo naturalista?

A primera vista, esta cuestkin parece incongruente: ¿cómo podría el conocimiento del cerebro ser inesencial para una naturalización de la explicack'm mentalista de la cognición? En su nivel más general y sencillo, una naturalizackin es la transformackin de una cosa no-natu­ral en una cosa natural. Desde un punto de vista teórico, tal transfor­mación consiste cn hacer, de unas propiedades aparentemente no na­turales, unas propiedades naturales. A su vez, esto exige dar una prueba de que estas propiedades no naturales pertenecen proprio sensu a una entidad que posee propiedades que se consideran naturales, cualquiera

Este estudio se origina en una ponencia ("The Search for Neural Basis and the Autonomy of Phvsiological Kxplanation") leída en el Simposio The Impact of \eurosciences on the Philosophy oJ Action, organizado por la Fondarion Hugot du College de trance y la Academia Europea en París, bajo la dirección de los profesores A. Berthoz y )T. Petit. Quisiera agradecer a los profesores A. Rosas y J. Ramos por ofrecerme la oportunidad de precisar y modificar ciertos aspectos de mis análisis originales. Agradezco también al profesor j . }. Botero por su invaluable ayuda en el uso del idioma castellano.

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que sea el fundamento de esta considerackin. Parece entonces indis­pensable conocer cuales son estas propiedades naturales, dado ejue el objetivo mismo dc la naturalización es vincularlas con las propieda­des aparentemente no naturales, de tal manera que desaparezca todo sentimiento de heterogeneidad entre ambos tipos de atributos. Aho­ra, en el caso específico de las propiedades mentales que considera­mos, es bien claro que el cerebro representa la cosa natural con más derechos al título dc sujeto de ellas, aunque tal vez no sea la única {cf. sobre todo el debate entre cl internalismo y el externalismo). Más derechos, en todo caso, que la rodilla o el dedo gordo del pie.

Resultaría, pues, paradójico —en apariencia por lo menos— que una teoría mentalista de la cognición pretendiera inscribirse en una perspectiva naturalista y al mismo tiempo considerara la necesidad de un conocimiento del cerebro como algo secundario para su pro­pósito, o que incluso lo rechazara como inútil. Parece, sin embargo, que esto es precisamente lo que pretende una parte de la ciencias cognitivas contemporáneas, y en particular este sector de la psicolo­gía cognitiva que desde la mitad de los años 60 ha adoptado lo cjue se llama el enfoque informacional de la cognickin. En efecto, el desafío más esencial con el cual se enfrentó la psicología informacional fue el de rechazar la reducción de las propiedades mentales a propieda­des neurobiológicas y sin embargo mantener al mismo tiempo un naturalismo de tipo esencialmente neurobiokigico que considera las propiedades mentales como propiedades (ante todo) del cerebro, tra­tando así de preservar la autonomía teeirica de la psicología, con res­pecto a la neurobiología, dentro de un marco naturalista. Tal reivin­dicación autonomista plantea naturalmente dos [preguntas: ¿En qué medida implica realmente que la investigackin psicológica sea consi­derada como independiente de la investigación del cerebro, inclusi­ve hasta el punto de poder pasarla por alto? Y si de verdad lo impli­ca, ¿qué legitimidad tiene esta posickin?

Estas dos preguntas están precisamente en el centro dc la crítica que, en un libro bastante famoso titulado IVet Mind, the New Cogni-tive Neuroscience (1992), hicieron de la psicología informacional S. Kosslyn v O. Koenig. A la primera responden de manera afirmati­va: en su opinkin, la psicología cognitiva informacional defiende esencialmente la idea de que "los eventos mentales pueden ser exa­minados independientemente del cerebro".' Por el contrario, a la segunda pregunta dan una respuesta negativa. Al autonomizar com­pletamente la investigackin de la mente con respecto a la investiga-

1 Op.rit., p. 4.

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ción del cerebro, la psicología informacional desemboca cn una con­cepción de lo que se puede llamar la mente cognitiva —es decir, de la dimensión cognitiva de la mente— desprovista de plausibilidad neurobiokigica, y por consiguiente no naturalista, por lo que no nos permite entender étimo esta mente podría ser una propiedad del ce­rebro. A este enfoque de la cognición, que llaman "seco" a causa de su presupuesta indiferencia por el encéfalo, Kosslyn y Koenig opo­nen un enfoque que llaman "húmedo", y cuya característica funda­mental es considerar que la explorackin del cerebro es indispensable para la elaboración de una teoría naturalista de la mente cognitiva .

El debate entre la mente seca y la mente húmeda, que stricto sensu es un debate entre un enfoque seco {dty mind approach) y un enfoque húmedo (wet mind approach) de la mente cognitiva, concierne enton­ces, sin duda, al problema teórico fundamental de la independencia de la investigación mentalista de la cognición con respecto a la investiga­ción neurobiológica dentro de un marco naturalista.

Fiste problema teórico también es dc los más actuales, pues se refiere directamente a la cuestióm de la interpretación del peso cre­ciente de las neurociencias en el conjunto de las ciencias cogmtivas, lo cual se confirma con cada coloquio interdisciplinario. Algunos lo consideran, en efecto, como la prueba de una prioridad teórica fun­damental del estudio del sistema nervioso en la investigación de los fencimenos cognitivos, y por consiguiente como la manifestación de un cambio paradigmático respecto a lo cjue algunos llamaron la 'Re­volución Cognitiva' de los años 50.

Propongo, entonces, aclarar esta cuestión general de la posibilidad de conciliar la naturalización de la explicación mentalista con su auto­nomía con respecto a la explicación neurobiokigica, por medio de un examen crítico del debate entre la mente seca y la mente húmeda. Segu­ramente, este debate no representa más que una manera particular de plantear la cuestión, pero una manera que debe privilegiarse a causa de su actualidad, y por consiguiente de sus implicaciones para la investiga­ción cognitiva contemporánea. Este examen crítico está destinado, por una parte, a establecer si el debate entre la mente seca y la mente húme­da constituye un planteamiento adecuado del problema de la autono­mía de la explicackin mentalista en un marco naturalista, y por otra parte, según la respuesta obtenida, cuáles son exactamente las dificulta­des que tienen que ser superadas para resolverlo, o, al contrario, ccimo debe ser reformulado para que se pueda resolver.

Fimpezaré con un análisis del enfoque seco basándome primero en la manera como lo definió) originalmente la psicología informacional. Argumentaré luego que esta definición sufre de dos defectos, y que la definición filosófica del enfoque cognitivo elaborada por Fodor, que

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puede verse como el paradigma de las tentativas para conciliar el menta­lismo con un materialismo no-reduccionista incluso si está vinculada con un punto de vista cspecificamente realista, permite remediarlos. Analizaré después la definickin de la wet mind propuesta por Kosslyn y Koenig, que también puede legítimamente considerarse como el arquetipo del enfoque húmedo, y finalmente la confrontaré con la definickin fodoriana de la dry mind.

PRELIMINARES

Fis necesario precisar primero ciertos presupuestos que apovarán este examen crítico. Ninguno de estos ¡presupuestos me parece particu­larmente controvertible, aunque siempre podrán ser criticados; y, en tal caso, también los análisis que siguen.

Definición general de las ciencias cognitivas

En [primer lugar supondré que, consideradas a su nivel más general, las ciencias cognitivas son ciencias del comportamiento, y que tie­nen por consiguiente como objetivo explicar un tipo específico — llamado cognitivo— de datos comportamentales, los cuales, natural­mente, sólo son producidos, dentro del conjunto de los sistemas físicos, por la clase de los sistemas biológicos, o hasta tal vez por una subclase de los sistemas biológicos. En segundo lugar, aceptaré la idea de que las ciencias cognitivas no son, sin embargo, comporta-mentalistas, o conductistas, porque tienen como característica esen­cial explicar estas manifestaciones comportamentales por medio de hipóitesis sobre lo que se produce dentro del sistema, en vez de con­tentarse con establecer correlaciones nómicas entre ellas y unos parámetros del entorno.

Para lograr este objetivo, las ciencias cognitivas del hombre cuen­tan con dos tipos de datos sobre lo que sucede dentro del sistema cognitivo. Los primeros, que se llaman datos en tercera persona, son biológicos, y especialmente neurobiokigicos. Los segundos, que se lla­man datos en primera persona, son fenomcnológicos: es decir que son datos para, o desde el punto de vista del sistema mismo; tradicional­mente se dividen, por una parte, en internos (reflexivos) y externos, y por otra, en conscientes e inconscientes.

La noción de dependencia teórica

Resulta también necesario precisar la nockin de dependencia teóri­ca de una disciplina con respecto a otra. Esta noción forma, en

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efecto, parte de una red de conceptos que es importante desplegar con cuidado.

En primer lugar, dos disciplinas pueden estar en una relación de dependencia cjue jjucde ser u ontológica o epistemológica.

La noción dc dependencia ontológica se refiere a una relación en el orden de lo cjue es; es decir, entre las propiedades estudiadas por cada una de las disciplinas; la noción de dependencia epistemokigica se refiere a una relackin en el orden del conoci­miento de estas propiedades. Además, es necesario distinguir cn el seno de la noción de dependencia ontológica especies (dependen­cia en cuanto a la existencia de las propiedades, dependencia en cuanto a su naturaleza) y grados.

La dependencia epistemokigica, a su vez, tiene cjue ver con cada uno de los aspectos principales de una teoría científica; su forma (es decir, el conjunto de sus principios fundamentales acerca de la natu­raleza del conocimiento), su metodología, su problemática (el con­junto de cuestiones cjue plantea a propósito de su objeto), y final­mente su teoría o doctrina (es decir, el conjunto de las respuestas que da a las cuestiones que plantea).

Dentrt) de la dependencia tecirica es preciso distinguir entre una forma fuerte o kigica, y una forma que se puede llamar débil o heurística. Esta distinckin corresponde a la distinción tradicional entre lo que pertenece al ordo demostrandi y lo cjue pertenece al ordo inveniendi o investigando Lina teoría es lógicamente depen­diente de otra si su verdad está condicionada por la verdad de la otra, listo, sin embargo, no implica que no pueda ser descubierta de manera independiente de esta otra teoría. Lina teoría está en una relación de dependencia heurística precisamente cuando no puede ser descubierta sin la posesión previa de esta otra teoría.

Esta serie de precisiones permite proponer una definición más rigurosa del problema central del debate entre la dry mind y la ivet mind. Se trata muv precisamente de la cuestkin de la posibilidad de la independencia epistemokigica, y ante todo teórica, dc una expli-cackin mentalista con respecto a una explicación neurobiológica, puesto que es un debate entre dos enfoques naturalistas que aceptan la idea de que las propiedades psicológicas son una especie de propie­dades del cerebro. De tal modo cjue la dificultad general que propon­go discutir por medio de su examen crítico puede reformularse fi­nalmente de la siguiente manera: el contenido teórico de una explicación mentalista y naturalista de la cognición, ¿depende o no del contenido teórico de una explicackin neurobiokigica? Y si sí de­pende, ¿en qué medida lo hace, v cuales son las formas exactas de esta dependencia? ¿Se trata de una dependencia heurística o lógica?

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EL ENFOQUE DE LA DRY MIND-. LO QUE DICEN LOS PSICÓLOGOS

¿Qué tipo y qué grado exactos de autonomía otorga cl enfoque seco al nivel mentalista de explicación de la cognición con respecto al nivel neurobiológico, y cómo los justifica?

Para contestar estas preguntas, es preferible examinar previamente la versión que le dieron originalmente los psicólogos norteamerica­nos a principios de los años 50, la cual constituye el blanco privile­giado de las criticas del enfoque húmedo. Obras clásicas como los artículos princeps dc Simón y Newell, "Plans and Behavior"(1961) de Miller, "Cognitive Psychology" (1967) de Neisser, "Cognitive Psvchology and Human Information Processing" (1979) de Lachman, "Cognitive Psvchology and its Implications" (1980) de Anderson, "Cognition" (1986) de A.L.Glass y K.J. Holyoak, ofre­cen los mejores ejemplos de esta versión que llamaré "psicológica" por oposición a la que fue elaborada después por algunos filósofos.

La reinvidicación de la independencia teórica

Más allá de las diferencias que las separan, se puede poner dc mani­fiesto, en estas caracterizaciones individuales de la psicología cognitiva informacional, una posiciójn autonomista común basada sobre un esquema argumentativo que puede descomponerse en los siguientes elementos:

1. Tesis del mentalismo: El psicólogo empieza adoptando la idea según la cual el comportamiento cognitivo puede y debe explicarse por medio de procesos internos de tipo mental, y asimila más parti­cularmente estos procesos mentales a unos procesos dc procesamiento de información.

2. Tesis del materialismo neurobiolcigico: Añade, en segundo lugar, que acepta, no obstante, la idea fundamental dc que estos pro­cesos mentales de procesamiento dc información son procesos neurobiológicos. Después de definir un proceso cognitivo como un proceso representacional y la nockin misma de representación como un medio de almacenar informackin, Glass {ei al) escribe así; "Des­pués de todo, los psicólogos sostienen que toda información está representada finalmente por actividad eléctrica y química en el siste­ma nervioso". Del mismo modo, Neisser afirma: "Por mi parte, no dudo que la conducta y la conciencia humanas dependen enteramente dc la actividad del cerebro, en interaeckin con otros sistemas".

5. El rechazo del reduccionismo: El psicólogo argumenta luego que es, sin embargo, imposible reducir la dimenstón mental

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informacional del proceso cognitivo a su dimensión neurobiológica. Esta imposibilidad la justifica en particular por el hecho de que su sola caracterizacicin neurobiológica no permite conocer lo que sus propiedades mentales informacionales revelan (argumento de la in­suficiencia), y, por otra parte, que estas propiedades mentales informacionales se sitúan en un nivel de generalidad superior al dc las propiedades ncurobiokigicas, en la medida en que éstas (las pro­piedades neurobiokigicas) pueden variar, o hasta ser reemplazadas por propiedades físicas no biológicas, sin que aquéllas (las propieda­des mentales) varíen. Bajo el nombre de argumento de la realización (material) múltiple de lo mental, esta segunda justificackin recibió formulaciones filosóficas importantes, especialmente por parte de H. Putnam.

4. El carácter abstracto de las propiedades naturales: El psicólo­go supera la oposición entre la adopción del materialismo neuro-biológico y el rechazo del reduccionismo por medio de la introduc­ción de la idea de que las propiedades mentales informacionales son propiedades de las propiedades neurobiokigicas; es decir, propieda­des que el sistema nervioso posee por poseer las propiedades neurobiokigicas que posee. Más precisamente, el psicólogo propone considerarlas como propiedades funcionales de las propiedades neurobiológicas; es decir, como propiedades que especifican lo que hace la entidad que posee tales propiedades neurobiokigicas. Pero lo importante es que las propiedades sean tratadas como propiedades abstractas con respecto a las propiedades neurobiológicas. Llamo abstracta a una propiedad de orden superior al orden 1, que es el de las propiedades sustanciales fundamentales. Y por la expresión "pro­piedad sustancial fundamental", designo una propiedad que especifi­ca, en su nivel más elemental, de qué está constituida una entidad. Resulta, entonces, que la explicación mental es transformada en una explicackin abstracta del funcionamiento del cerebro, cn el sentido dc una explicackin que sólo recurre a propiedades abstractas y, por consiguiente, no dice nada de la composición última de los procesos cognitivos.

5. Admisión dc una forma moderada o débil de dependencia ontológica entre propiedades neurobiokigicas y propiedades mentales: Este pronunciamiento en favor del carácter a la vez materialista y abs­tracto de la explicación mentalista es equivalente al reconocimiento de la existencia de una forma moderada o débil de dependencia ontokigica entre propiedades neurobiokigicas y propiedades mentales. El psicólo­go admite, en efecto, que las propiedades informacionales no podrían existir sin propiedades neurobiológicas, puesto que, considerado a cier­to nivel, un proceso cognitivo es un proceso neurobiokigico. Pero ad-

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mite igualmente cjue la naturaleza (el contenido) de las propiedades informacionales es independiente de la naturaleza de las propiedades neurobiokigicas, puesto que acepta que propiedades neurobiológicas diferentes, c incluso propiedades puramente físicas, pueden determinar la existencia de propiedades informacionales idénticas.

6. Afirmación de la independencia tecirica de la explicación mentalista: De la admisión de esta dependencia ontológica limita­da, cl psicólogo infiere inmediatamente la independencia teórica dc su disciplina con respecto a la neurobiología. Glass {et al.) afir­ma lo siguiente: "...los psicólogos cognitivos afirman cjue es posi­ble [...] estudiar las representaciones mentales sin investigar direc­tamente el sistema nervioso. Los científicos cognitivos son capaces de estudiar estos códigos, aunque actualmente saben poco acerca de ccimo están ellos realizados en cl medio de las interconexiones neurales". Así mismo, declara Neisser que "ia verdad o falsedad" de un hiptitesis sobre "la base física" de la memoria no es más que "marginalmente pertinente para las cuestiones psicokigicas [acerca de la memoria, JMR]", y que la psicología no es "algo que se ha de hacer sólo cuando llegue el bioquímico". Y esta independencia es a la vez lógica y heurística. La primera tiene como fundamento la independencia ontológica de la naturaleza de las propiedades men­tales con respecto a la naturaleza de las propiedades neurobiológicas; la segunda es consecuencia del hecho de que la postulación dc pro­piedades mentales tiene un criterio de justificackin independiente, a saber, la adecuación a los datos comportamentales.

7. Limitactón de la independencia tetirica: El psicólogo, sin embargo, modera esta declarackin de independencia teórica ad­mitiendo, en general in fine y sin dar muchos detalles, que ella no es total. Glass (et al.), tal vez el más claro de los autores mencio­nados al respecto, añade, por ejemplo: "No pretendemos impli­car, no obstante, que los psicólogos cognitivos pueden simple­mente ignorar las bases neurales de la cognición [...] Si queremos saber acerca de la cognición humana, cl cerebro humano debe ser estudiado en algún momento".

8. Admisión de una dependencia parcial de la naturaleza de las propiedades mentales con respecto a la naturaleza de las propieda­des neurobiológicas: Fista limitación de la independencia teórica está cn realidad fundada sobre una limitackin de la independencia de la naturaleza de las propiedades mentales con respecto a la naturaleza dc las propiedades neurobiológicas, y es directamente proporcional a ésta. Neisser lo reconoce así: "El hardware del computador puede tener efectos indirectos sobre la programación, v del mismo modo cl sustrato físico puede imponer limitaciones sobre la organización

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de los exentos mentales [...] N o obstante, ellos son, como suele de­cirse, solo de interés periférico", lis impor tante subrayar que esta afirmackin no es la consecuencia directa de su adhesión a la 'metáfo­ra del computador ' . En realidad, Neisser manifiesta muchas reser­vas hacia esta metáfora. Fin su opinión, la psicología cognitiva, en­tendida como teoría dc los procesos informacionales responsables del compor tamien to cognitivo del hombre , no es ni más ni menos abstracta que ciertas partes de la economía o que la genérica clásica.

D e p e n d e n c i a teór ica parc ia l y p l aus ib i l i dad n e u r o b i o l ó g i c a

Al contrario, pues, de lo que afirma la crítica del wet mind approach, el dry mind approach no cons idera la explicación mental is ta c o m o comple tamente independiente de ia explicación neurobiokigica, va que, desde su perspectiva, stilo son dos niveles dc explicación de una misma realidad natural, a saber, el cerebro. Por consiguiente, para entender bien el verdadero contenido del enfoque seco, es preciso que se determinen con más exactitud los límites de esta dependencia ontológica parcial dc la naturaleza de las propiedades mentales que ella reconoce, así como las consecuencias que ello tiene desde el jiun-to dc vista teórico.

til carácter parcial de esta dependencia debe primero interpretarse como el hecho de cjue ella stilo tiene que ver con algunas propieda­des bien determinadas . En efecto, las declaraciones del psicólogo, como las de Neisser va mencionadas, stilo hablan explícitamente cic­la dependencia dc un número limitado de propiedades mentales par-ticulares con resjiecto a un número también limitado tic propieda­des neurobiológicas , igualmente particulares.

Desarrollando un cast) evocado por Neisser mismo, es fácil, por ejemplo, entender cjue, aunque las prt(piedades de los flujos de capita­les estudiados por la economía no dependan en general dc las propie­dades químicas del material utilizado como moneda, las segundas a veces tienen una influencia determinante sobre las primeras. Así, se puede muv naturalmente sujioner cjue la velocidad es una propiedad econeimica de estos flujos, y más aún una de sus propiedades esencia­les, puesto que si alcanza un nivel suficientemente alto, hace posibles operaciones tan cruciales como la inversión cn un tiempo cortísimo de una masa monetaria cn un mercado muv lejano, con todas las con­secuencias ejue tal traslado financien) pueda tener, especialmente con un volumen importante dc dinero. Pero el economista so lo puede introducir cn sus hipcitesis la propiedad de un alto grado dc velocidad de los capitales si existe una entidad física que los pueda tener, v si además esta realidad física se utiliza como moneda. To d o s sabemos

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que éste es el caso con la moneda electrónica. La situación del psicólo­go es muy parecida a la del economista. Los ejemplos que se podrían mencionar son numerosos.

Ahora bien: esto significa que las propiedades mentales postula­das por la explicación mentalista están sometidas a una exigencia de plausibilidad con respecto a las propiedades neurobiológicas. Dado que son propiedades de propiedades neurobiológicas, deben ser pro­piedades que las propiedades neurobiológicas puedan poseer. Fin otros términos, deben ser neurobiológicamente realizables, o plausibles.

Pero esta exigencia de plausibilidad se aplica, en realidad, no so­lamente a algunas, sino a todas las propiedades mentales postuladas por el psicólogo. Fin efecto, cada una de ellas depende, en cuanto a su existencia, de propiedades neurobiológicas, y debe, por consiguien­te, ser un atributo posible de éstas. Sin embargo, esta exigencia sigue siendo parcial, aunque en un sentido diferente: ya no concierne al contenido particular de tal o cual propiedad mental, sino a lo que se puede llamar la forma de todas ellas. Es, además, compatible con la idea de realización múltiple, pues sólo indica el límite de esta multi­plicidad de realizaciones posibles: cada propiedad mental tiene que ser el atributo posible de una propiedad neurobiológica, e incluso de varias propiedades neurobiológicas diferentes.

De este doble tipo de dependencia ontológica parcial de la natu­raleza de las propiedades mentales con respecto a la naturaleza de las propiedades neurobiológicas, resulta necesariamente que el conoci­miento de la naturaleza de las propiedades mentales depende en par­te lógicamente, a su vez, del conocimiento de la naturaleza de las propiedades neurobiológicas. Si ocurre que las neurociencias mues­tran que éstas son incompatibles con las hipótesis mentales elabora­das para dar cuenta de los datos comportamentales, estas hipótesis se encuentran ipso facto falseadas. La verdad de la explicación menta-lista es parcialmente dependiente de la verdad de la explicación neuro­biológica.

INSUFICIENCIAS DE LA VERSIÓN PSICOLÓGICA

Si bien este examen crítico de la versión psicológica del enfoque seco permite restituir su y^erdadera cara, también nos revela que ella pre­senta dos insuficiencias importantes.

Presupuestos o fundamentos neurobiológicos

La primera insuficiencia es una falta de precisión en cuanto a las consecuencias de los límites que esta versión reconoce, con una cla-

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ridad seguramente muy discutible, a la autonomía lógica de la expli­cación mentalista con respecto a la explicackin neurobiológica.

En efecto, la exigencia de plausibilidad neurobiokigica responsa­ble de esta dependencia lógica implica que la explicación mentalista contiene unas hipótesis, implícitas o explícitas, sobre la naturaleza de las propiedades neurobiológicas. Cuando el psicólogo afirma que cier­tos datos comportamentales le autorizan a atribuir tales y tales pro­piedades mentales al cerebro, necesariamente presupone que estas pro­piedades mentales pueden ser poseídas por algunas propiedades neurobiokigicas, y que, por consiguiente, éstas satisfacen cierto nú­mero de condiciones. De este modo el enfoque seco también admite necesariamente que la explicación neurobiológica desempeña un pa­pel de confirmación con respecto a la explicación mentalista. No bas­ta, entonces, que ésta sea confirmada por su adecuación con los datos comportamentales; también es necesario que lo sea por la explicación neurobiológica, en el sentido de que lo que ella supone a proptisito de las propiedades neurobiokigicas tiene que ser corroborado por ésta.

Pero en realidad este papel de confirmación de la explicación neurobiokigica puede ser reemplazado por un papel dc funda-mentación. Fin tal cascj, la explicación mentalista ya no estará basa­da en presupuestos neurobiológicos, sino que estará basada en re­sultados obtenidos independent iemente por la explicackin neurobiokigica. La relación de dependencia lógica queda igual en ambos casos. Pero mientras que en el segundo la explicación mentalista también es heurísticamente dependiente con respecto a la explicación neurobiológica, en el primer caso no lo es. Ahora, el enfoque seco no especifica su posición con respecto a esta alterna­tiva, aunque sea muv probable que prefiriera el papel de presu­puesto, además implícito, al papel dc fundamento (cuestión 1).

Además, el grado posible de especificidad de los principios neurobiológicos vinculados con la explicación mentalista, va sea que los considere como puros presupuestos (más o menos explícitos), o como fundamentos tomados de la investigación neurobiokigica, es muy va­riable. En efecto, el psicólogo puede contentarse con considerar las pro­piedades del sistema nervioso a un nivel sumamente general, o en uno bastante específico. Fin el primer caso, las propiedades mentales son abstractas en un doble sentido: lo son no solamente en el sentido va mencionado de ser propiedades de propiedades neurobiológicas, sino también en el sentido de cjue sus condiciones de realización neurobiológicas se determinan a un nivel muv alto de abstracción.

Es muy importante subrayar que con cada una de estas dos posi­bilidades adicionales la investigackin neurobiológica desempeña el mismo papel de arbitro: cualquiera que sea el grado de especificidad

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de sus principios neurobiológicos, la explicación mentalista debe con­formarse a lo que ella revela sobre la naturaleza del sistema nervio­so. Sin embargo, la dependencia lógica dc la explicackin mentalista con respecto a la explicación neurobiokigica no tiene en cada caso la misma fuerza. Y aquí el enfoque seco tampoco tiene una posición clara, aunque nuevamente todo haga pensar que escoge el grado mí­nimo de dependencia lógica (cuestión 2).

El problema de la dependencia teórica inversa

La segunda insuficiencia es menos una falta de preciskin que una inadecuación. La versión psicológica del enfoque seco parece, en efec­to, presuponer que la explicacicin neurobiokigica misma es ajena a todo tipo de explicación mentalista. La explicación neurobiológica se ve reducida dc esta manera a una explicacicin puramente fisiológi­ca, en el sentido dc una explicackin conducida estrictamente en tér­minos de neuronas, de redes de neuronas, de conducción eléctrica, de transmisión química....

Esta concepekin, sin embargo, cuadra difícilmente con la forma que toma hoy en día lo que se llama las neurociencias, fuera de toda referencia a la teoría dc Kosslyn y Koenig, En efecto, la investiga­ción neurobiokigica se presenta en el campo de la cognición más y más frecuentemente ahora bajo la forma de una investigación de las bases neurales de comportamientos interpretados en términos men­tales —es decir, cn realidad asociados con una explicación mentalista en el sentido que estamos discutiendo—, o incluso de las bases de estados y procesos puramente mentales.

Esta asociación de la explicación neurobiokigica con una carac­terización mentalista plantea tres problemas mayores:

1. ¿En qué medida resulta necesaria? ¿Representa una propiedad accidental o esencial de la explicación neurobiológica? (cuestión 3).

2. ¿Qué tipo de estatuto debe otorgársele a esta caracterizackin mentalista? ¿Es una caracterización producida por las neurocien­cias mismas? Si lo es, ¿cómo es elaborada, y cómo se vincula con la explicación mentalista suministrada por la psicología? ¿O se con­funde más bien con ésta? La situación parece bastante confusa, y en muchos casos uno puede preguntarse si el neurobiólogo no hace más que recurrir a la psicología del sentido común (cuestkin 4).

3. ¿Implica o no que existe una dependencia teórica de la expHca-ckin neurobiológica misma con respecto a una explicación mentalista del comportamiento? ¿Y de qué tipo: kigica o heurística? (cuestión 5).

Un análisis de la autonomía de la explicación mentalista con res­pecto a la explicacicin neurobiológica dentro de un marco naturalis-

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ta no puede pasar por alto estas tres cuestiones adicionales sin correr el riesgo de pasar por alto la verdadera naturaleza de la explicación neurobiológica, y por consiguiente de las relaciones entre los dos tipos de investigación.

En resumen, parece entonces que una versión satisfactoria del enfoque seco debe dar una solución a cinco preguntas en gran medi­da dejadas de lado por la verskin psicológica.

LAS VERSIONES FILOSÓFICAS: POR LOS CAMINOS DE FODOR

Ciertas versiones filosóficas del enfoque seco dc la mente cognitiva presentan el interés mayor de remediar las insuficiencias que afectan a la versión psicológica. Y más particularmente la filosofía de Fodor, cuyo objetivo central, si no único, es construir una teoría materialis­ta v no reduccionista dc la explicación mentalista de los fenómenos cognitiyros que a la vez explicite y complete la concepción articulada por la psicología de los años 60. Un breve estudio de la manera como analiza las relaciones entre los dos niveles de explicackin permitirá entonces alcanzar una definickin más precisa de la posición del enfo­que seco en cuanto a la autonomía teórica de la psicología con res­pecto a la neurobiología.

En el capítulo III de Psychological Explanation (1968),2 donde se enfrenta con la cuestkin del "materialismo y de la relación entre la psicología y la neurología", Fodor distingue en la investigación cognitiva psiccilogica dos etapas que considera como lógicamente, aunque no siempre cronológicamente, sucesivas. La primera es el trabajo del psicólogo propiamente dicho: consiste en elaborar "una caracterización funcional de los mecanismos responsables de la con­ducta".1 Estas caracterizaciones no hacen más que especificar las pro­piedades causales de las entidades cjue intervienen en estos mecanis­mos sin decir nada de sus propiedades neurobiokigicas, basándose, por consiguiente, enteramente en datos comportamentales. La se­gunda etapa es un trabajo para lo que Fodor llama el "psicólogo fisiológico", que también en realidad es un "fisiólogo psicológico". Describe lo que llama también la "tarea fisiológica" del psiccilogo de la siguiente manera:

2 Catamos de J. Fodor, _a explicación psicológica, trad. de José E. García Albea. Madrid, Cátedra, 1980. La primera referencia es a la edición inglesa; la segunda, entre corchetes, a la edición castellana.

3 Op.cit, p. 1(17 [144],

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En la segunda fase de la explicación psicológica, se t ra ta de especificar los s is temas bioquímicos que exhiben, de hecho, las característ icas funcionales descri tas por las teorías de la primera. La imagen que utilizan muchos psicólogos, en este caso, es la de abrir u n a "caja negra". Tras haber llegado a una teoria de primera fase acerca de las operaciones que tienen que efectuar los mecanismos para producir la conducta, se t ra ta entonces de mirar dentro para ver si el sistema nervioso con­tiene, de hecho, par tes que sean capaces de realizar las su­pues t a s funciones (...] Si el materialismo es verdadero, toda explicación completa de la conducta hab rá de contener enun­ciados que a t r ibuyan a ciertos mecanismos neurológicos las funciones que se especifican mediante las teorías de primera fase, sirviendo algunos de esos enunciados para caracterizar a cada uno de los constructos psicológicos.4

De esta división del trabajo resulta obviamente, en primer lugar, que la explicación mentalista está en una relación de dependencia kigica con respecto a la explicación ncurofisiológica en virtud dc los pr incipios neurobiológicos que tiene que admitir para respetar la exigencia de plausibilidad neurobiológica: "Está claro que una teoría psicológica que hable de estados o procesos, para cuya realizackin el organismo no disponga de los mecanismos fisiokigicos adecuados, es incorrecta ipso facto". '

Fin segundo lugar, estos principios neurobiológicos no son más que presupuestos hipotéticos y otorgan de esta manera a la explica­ción mentalista una independencia heurística completa con respec­to a la explicación neurobiokigica (cuestkin 1).

En tercer lugar, como lo manifestará más claramente el desarro­llo de la reflexión fodoriana posterior al 68, el funcionalismo causal hace de la explicackin mentalista algo dob lemen te abstracto en el sentido mencionado previamente (cuestkin 2), E n efecto, su identi­ficación de la propiedad mental con una propiedad funcional causal de una propiedad neurobiológica no presupone más que unas carac­terísticas generales de ésta. En último caso se contenta con suponer que es una propiedad física, y esto en el sentido menos técnico de la palabra. La definición de la propiedad de intencionalidad como rela-ckin causal entre dos objetos es un buen ejemplo de esta abstracción. La dimenskin computacional del funcionalismo fodoriano impone seguramente condiciones de realización un poco más estrictas, aun-

4 Op. cit., p. 109 [146, 148], 5 Op. a t , p. 109 [147],

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que es difícil especificar con precisión su contenido: ¿qué es, en efec­to, lo cjue requiere un proceso físico para que pueda ser un proceso computacional?

Resulta también, cn cuarto lugar, que la problemática de la expli­cackin neurofisiológica necesariamente toma la forma de una inves­tigación de las bases neurales dc procesos mentales, o de comporta­mientos caracterizados en términos mentales (cuestión 3). Desde tal perspectiva, forma intrínsecamente parte del trabajo del neurobiólogo averiguar la realidad, y por ende la plausibilidad, de las hipcitesis mentalistas del psicólogo. Esto no significa, sin embar­go, que el neurobiólogo se contente con establecer correlaciones entre una hipótesis mental y resultados neurobiológicos ya establecidos. Más bien, su tarea es descubrir en el sistema nervioso elementos y procesos que posean las funciones postuladas en la hipótesis mental, de la misma manera como una persona que ignorara todo de mecá­nica intentaría localizar bajo el capó de su carro ICJS elementos que corresponden a un dibujo del funcionamiento del motor de explo­sión. La explicación neurobiokigica no se reduce, sin embargo, a este trabajo de verificación. Fodor no afirma nada de este tipo, sino que se contenta con decir que la teoría mentalista del comporta­miento cognitivo contiene una fase verificadora que implica que la explicación neurobiokigica se apoya necesariamente en parte sobre una hipótesis mentalista.

En quinto lugar, la caracterización mentalista con la cual está así asociada la explicackin neurobiokigica no se diferencia en nada de la explicación mentalista suministrada por la psicología. Las dos son una misma cosa (cuestión 4).

Finalmente, a esta asociación le subyace una relación de depen­dencia teórica de la explicacicin neurobiológica con respecto a la explicación mentalista (cuestión 5). La razón es que si la hipótesis mentalista resulta falsa, la afirmación dc que tal o tal elemento del sistema nentioso desempeña el papel de tales o tales elementos fun­cionales también lo es, ipso facto. Así, Fodor escribe: "Así pues, se puede ver que las dos fases de la explicación psicológica se condi­cionan la una a la otra [...] Decir que los objetivos de la psicología fisiolcigica consisten en hallar los mecanismos cjue corresponden a ciertas funciones, equivale a decir que la teoría psicológica que es­pecifica estas funciones es la que determina la forma de individua­lizar esos mecanismos neurokigicos [...] Se trata, pues, de un pro­blema de adecuación y ajuste mutuos...".6

5 Op.di., p. l i l i [147],

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Me parece, sin embargo, necesario matizar la conclusión de Fodor sobre este punto. En efecto, el trabajo del fisiólogo que bus­ca las bases neurales de una hipótesis mentalista contiene dos as­pectos: descubrir elementos neurales y vincularlos con las caracte­rizaciones funcionales postuladas en esta hipótesis. Ahora bien: si la hipótesis resulta falsa, sólo el segundo aspecto se encuentra fal­seado. La existencia de los elementos neurales no está amenazada, porque está basada sobre datos propiamente fisiológicos y anató­micos: scilo su interpretación funcional está en cuestión y debe ser reemplazada por otra. Dc tal modo que es preferible concluir, de manera más precisa, que solamente la dimensión interpretativa del trabajo de investigackin de las bases neurales está en una relación de dependencia lógica con respecto a la explicacicin mentalista. Sin embargo, la otra dimensión no puede considerarse como perfecta­mente independiente: el descubrimiento de las bases neurales se efectúa bajo la guía de la hipcitesis mentalista. Por consiguiente, está con ella en una relación de dependencia teórica de tipo heurís­tico.

Fil punto de vista fodoriano puede entonces resumirse con el es­quema siguiente:

PSICOLOGÍA

NEUROBIOLOGIA

Etapa 1: Hipótesis mentalista

Etapa 2: Hipótesis psicofisiológíca: dimensión interpretativa dimensión neurofisiológica

Otra

= Dependencia heurística = Dependencia lógica

El wet mind approach: Por los caminos de Kosslyn y Koenig

Consideremos ahora el wet mind approach de Kosslyn y Koenig, Su ambición es introducir en las ciencias cognitivas una nueva disci­plina, que llaman la neurociencia cognitiva, la cual se puede ilustrar con el esquema siguiente, parcialmente tomado de su libro.

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COMPORTAMIENTO

Ana. Comp.

\ .

Neuroana Neurofis

Teoría de !a Construcción

Teoría deí Funcionamiento o Neurociencio Cogni t iva

= Dependencia heurístico - Dependencia lógica

Esta disciplina puede caracterizarse por medio de ocho tesis fun­damentales:7

1. Ciencia del comportamiento cognitivo: En conformidad con la definición general de las ciencias de la cognición presentada previa­mente, se define en primer lugar como una teoría de cierto tipo de comportamiento. Ellos comentan su esquema en los términos si­guientes: "El comportamiento está al comienzo de todo, pues nues­tra meta es explicar habilidades específicas, que se manifiestan final­mente en el comportamiento".

2. Ciencia mentalista del comportamiento: A pesar de su nom­bre, esta teoría del comportamiento es de tipo mentalista, en el sen­tido de que admite que el comportamiento cognitivo es el producto de procesos internos mentales y se asigna como objetivo primordial y central el explicarlos. Así, Kosslyn y Koenig reconocen de manera explícita que la neurociencia cognitiva "comparte el propósito" de la psicología.

3. Ciencia mentalista materialista del comportamiento cognitivo: Suscribe, sin embargo, totalmente el materialismo, y, por consiguien­te, la idea de que estos procesos y facultades son propiedades del sistema nervioso. En esta misma medida, también es una teoría del sistema nervioso. De aquí su título de neurociencia.

4. Ciencia mentalista materialista no-reduccionista del comporta­miento cognitivo: Rechaza, sin embargo, el reduccionismo, y acepta la tesis suplementaria de que las propiedades mentales del sistema

Todas las citas que siguen están tomadas del primer capítulo del libro, Op.cit.

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nervioso no pueden reducirse a las propiedades reveladas por la neurofisiología. "La meta no es reemplazar una descripekin de even­tos mentales por una descripción de actividad cerebral".

5. Ciencia materialista no reduccionista de tipo funcionalista del comportamiento cognitivo: Su materialismo no reduccionista es, además, de tipo funcionalista: caracterizar la dimensión mental del sistema nervioso es determinar lo que hace, las funciones que cum­ple: "Este enfoque se sirve de la idea de que la mente es lo que hace el cerebro". Entonces es, en realidad, una teoría del funcionamiento del sistema nervioso.

6. Ciencia mentalista materialista no reduccionista de tipo funcionalista informacional del comportamiento cognitivo: Más aún, considera que este funcionamiento es de tipo informacional y computacional: "El cerebro hace algo muy distinto a los demás ór­ganos: procesa información".

7. Ciencia mentalista materialista no reduccionista de tipo funcionalista informacional conexionista del comportamiento cognitivo: Esta actividad computacional es, además, de naturaleza conexionista.

8. Indisociabilidad de una teoría de la construcción del cerebro: Así definida, parece que la neurociencia cognitiva no sea nada más que una psicología de la cognición tal como la concibe el enfoque seco, con la única diferencia de que suscribe el conexionismo. Sin embargo, presenta con ella, en realidad, una diferencia mayor. La teoría del funcionamiento del sistema nervioso que resumen las ocho tesis precedentes es, en efecto, indisociable de lo que Kosslyn y Koenig llaman "una teoría de la construcción del sistema nervioso", y que claramente se confunde con la conjunción de la neuroanatomía y la neurofisiología: "...una descripcicin de eventos mentales es una des­cripción de funciones cerebrales, y se requieren hechos sobre el cere­bro para caracterizar a estos eventos". Y esto es lo que consideran precisamente como su singularidad con respecto a las otras teorías del comportamiento cognitivo que, como ella, son materialistas no-reduccionistas, funcionalistas, computacionales e inclusive conexio­nistas. La neurociencia cognitiva se presenta como una teoría de tipo mentalista e informacional que incluye a la neuroanatomía y la neuro­fisiología.

¿Cuáles son, entonces, las impkcaciones de esta ¡ndisociabüidad para el problema de la dependencia o de la independencia teóricas de la expkca-ción mentalista con respecto a la explicación neurobiológica, y, al revés, para el problema de la dependencia de la explicación neurobiológica con respecto a la explicación mentalista, puesto que se vio que no se podía analizar correctamente lo primero sin analizar también lo segundo?

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Se puede notar, primero, que son bastante claras las respuestas que la neurociencia cognitiva de Kosslyn y Koenig brindan a las cuestiones relativas a la necesidad de una problemática de las bases neuronales de los procesos mentales (cuestkin 3) y al estatuto dc esta explicacicin mentalista con respecto a la psicología (cuestión 4).

En primer lugar, en efecto, es evidente que la explicación neurocientífica está necesariamente vinculada con la investigación de las bases neurales de los procesos mentales, puesto que tiene como objetivo mismo el proponer hipótesis que caractericen en términos mentales el funcionamiento de partes específicas del sistema nervioso; es decir, el postular procesos mentales fisiológicamente realizados. Por lo tanto, la forma fundamental de su problemática no puede formu­larse, comí) en el caso de la psicología fisiológica de Fodor, con la pregunta: ¿qué procesos fisiológicos tienen como base estos procesos mentales? Más bien debe expresarse en los siguientes términos: ¿qué procesos mentales, fisiológicamente realizados, sirven como base a tal comportamiento (caracterizado desde el punto de vista puramente comportamental)? En segundo término, la explicación mentalista su­ministrada por la neurociencia cognitiva no puede ser confundida con la de la psicología. En efecto, aparentemente Koenig y Kosslyn: 1) no niegan la existencia de una psicología mentalista distinta de la neurociencia, y 2) tampoco niegan que esta psicología mentalista re­presente un enfoque seco de la mente cognitiva. Esta concesión al dry mind no es clara, y plantea obviamente dificultades importantes.

En cuanto al problema central de la dependencia teórica, éste se convierte primero en un problema interno de la neurociencia cognitiva entre el todo que conforma y una dc sus partes, a saber, lo que Kosslyn v Koenig llaman la teoría de la construcción del cerebro.

Además, Kosslyn y Koenig declaran expresamente que la primera depende teóricamente de la segunda. Un examen de la manera como analizan el curso de la neurociencia cognitiva, apoyándose en el traba­jo de Marr sobre la visión, el cual, según ellos, "sirve como modelo de cómo se hace neurociencia cognitiva", permitirá precisar los diversos aspectos de esta dependencia y e\raluar su fuerza.

La primera etapa de la neurociencia cognitiva empieza con un análisis computacional, el cual definen como el "análisis lógico del procesamiento de la información que se requiere para producir un comportamiento específico".8 Consiste en descubrir una funcitin que pueda vincular un input a un output. Es así como Marr, por ejemplo, intenta establecer la existencia de un proceso computacional

Op. cit., p. 33.

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capaz dc producir la viskin de las formas de objetos a partir de la detecckin de rupturas de intensidad en la imagen de la retina, más precisamente a partir de puntos de ^ero-crossing. En el curso de este análisis, Kosslyn y Koenig otorgan un papel al conocimiento de la construcción del sistema nervioso: "Estos análisis pueden ser efec­tuados conjuntamente con un examen dc las propiedades del cere­bro...".'' Fin su opinión, es dc esta manera como Marr alcanza a resol­ver un problema de ambigüedad planteado por las rujituras de intensidad que están efectivamente asociadas a la vez con los contor­nos de los objetos y con cambios de su textura, o también con pe­queñas deformaciones dc su superficie. Basándose directamente en las propiedades ncurofisiokigicas dc las neuronas del área VI, Marr formula la hipótesis de que los contornos son rupturas de intensidad que se pueden detectar a diferentes niveles de resolución en esta área cortical, porque son detectables por neuronas que poseen campos de recepción de tamaños diferentes y que están únicamente localiza­das en esta parte del cerebro. El análisis computacional así apoyado joor consideraciones neurobiokigicas desemboca, según Kosslyn y Koenig, en una teoría de un subsistema de procesamiento dc la in­formación; es decir, en la hipótesis de que "existe un subsistema par­ticular de procesamiento en el cerebro".1" Este subsistema no está, pues, definido de manera puramente funcional: está inmediatamen­te vinculado a una estructura del cerebro dotada con características anatómicas y fisiológicas. En la hipótesis general sobre el funciona­miento del sistema visual presentada en el capítulo segundo del li­bro, y que afirma la necesidad de distinguirs seis subgrupos dc subsistemas dentro de éste, la oposición entre un mójdulo dc codifi­cación de las propiedades espaciales y uno de codificación dc las pro­piedades de objetos es así directamente vinculada a la distinción en­tre la vía ventral y la vía dorsal. Kosslyn y Koenig afirman más generalmente: "En este libro concebimos los subsistemas de proce­samiento en correspondencia con redes neurales individuales o con conjuntos de redes que operan juntas"."

La dependencia teórica de la teoría del funcionamiento del sistema nervioso con respecto a la teoría de la construcción del cerebro es, entonces, a la vez kigica y heurística. Es de tipo heurístico porque las propiedades mentales sólo pueden ser descubiertas recurriendo a cier­tas propiedades neurobiológicas. Consecuentemente, la explicación

9 Op.cit, p. 34. 1(1 Op.cit., p. 34. 11 Op.cit., p. 33.

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mentalista no se apoya sobre hipótesis imph'citas de un alto nivel de abstracckin neurobiológica, sino que utiliza como fundamentos ex­plícitos resultados muv específicos tomados de la teoría de la cons­trucción del cerebro (cuestión 1 y cuestión 2). En segundo lugar, y por la misma razójn, la dependencia introducida también es lógica, puesto que la explicación mentalista stilo es \rerdadera si estos resulta­dos neurobiológicos no están errados.

Esta dependencia lógica está reforzada por el hecho de que la confirmacicin de la hipótesis de funcionamiento así obtenida, y que corresponde a la segunda etapa mayor del curso de investigación de la neurociencia cognitiva, depende en gran parte de una investiga­ción del cerebro. Según Kosslyn y Koenig, este trabajo verificador consiste, en efecto, por una parte, en construir "modelos compu-tacionales de información biológica" y, por otra, en "examinar el cerebro cn acción". En realidad, la dependencia dc la hipótesis con respecto a la anatomía y la fisiología sólo garantiza su plausibilidad neurobiológica. Aún será preciso averiguar de algún modo si las es­tructuras del cerebro realizan el procesamiento de la información previsto cuandej ocurre el comportamiento asociado con él. Este tra­bajo de verificación no se confunde con el trabajo de la neuroanatomía y sobre todo de la neurofisiología: por dependiente que sea de una exploración neurobiológica, la verificación de una hipótesis informacional sobre el funcionamiento del cerebro no pertenece a la teoría de la construcción del cerebro.

En qué medida puede considerarse como recíproca esta depen­dencia a la vez lógica y heurística de la teoría del funcionamiento con respecto a la teoría de la construcción? (cuestión 5).

Distinguiéndose de Fodor, Kosslyn y Koenig no afirman explí­citamente la existencia de una dependencia de este tipo. Sin embar­go, la posibilidad de que exista una dependencia heurística no plan­tea ningún problema: una hipótesis sobre el funcionamiento mental del sistema nervioso puede claramente, en ocasiones, conducir a for­mular la hipóitesis de la existencia de un nuevo mecanismo neurofisiológico, o inclusive de un nue\ro elemento anatómico. Pero la verdad de tal hipótesis depende enteramente de la investigación neurofisiológica y neuroanatómica: por consiguiente, no existe nin­guna dependencia lógica de la teoría de la construcción del cerebro con respecto a la teoría de su funcionamiento, como en Fodor.

CONFRONTACIÓN

¿Qué diferencias exactas separan finalmente el enfoque seco de Fodor y el enfoque húmedo de Kosslyn y Koenig en cuanto a la indepen-

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dencia de la explicación mentalista con respecto a la explicación neurobiológica?

Las diferencias

A primera vista, el hecho de cjue cada uno de estos dos enfoques organice de manera diferente el estudio de la cognición crea un obs­táculo para obtener una respuesta, porque impide establecer una co­rrelación entre sus elementos respectivos y comparar después las relaciones de dependencia que unen estos elementos. Pero al reflexio­nar, aparece cjue este obstáculo se puede superar fácilmente.

lis cierto, primero, que existen diferencias sustanciales entre los dos análisis del estudio de la cognicitin. El mayor punto de divergen­cia viene de los diversos sentidos que confieren a la noción de expli­cacicin mentalista. Seguramente ambas explicaciones mentalistas son explicaciones informacionales del sistema nervioso. Pero la explica­ción mentalista fodoriana es puramente informacional, en el senti­do de que no se refiere a ninguna parte específica del cerebro. Lo que sin duda mejor le corresponde en la teoría de Kosslyn y Koenig es el análisis computacional. Pero el análisis computacional no es para ellos un elemento verdaderamente aislable del estudio de la cogni­ción. Y éste es precisamente el punto esencial que separa los dos enfoques. Mientras que Fodor admite cjue existe un nivel de investi­gación puramente informacional del cerebro, Kosslyn y Koenig lo niegan: para ellos el proceso informacional no puede estudiarse sino, digamos, bajo una forma implementada, porque su implementación desempeña un papel crucial en el descubrimiento de algunas de sus propiedades, así como lo ilustra el ejemplo de Marr. En el primer enfoque, la hipótesis mentalista toma la siguiente forma general; cuando tal entidad, solamente caracterizada por el hecho de realizar tal procesamiento, es activada, tal otra entidad, que también está caracterizada por el hecho de realizar tal otro procesamiento de in­formación, también es activada. Al contrario, en el caso del enfoque húmedo debe formularse de la siguiente manera: cuando tal parte particular del sistema nervioso, que se caracteriza por el hecho de efectuar tal operación de procesamiento de información, es activa­da, entonces tal otra parte determinada del cerebro, que se caracteri­za por el hecho de efectuar tal otra operación de procesamiento de informacicin, también lo es... Mientras que la primera formulación no atribuye las propiedades informacionales que menciona a nin­gún elemento neurobiológico, dejando el asunto a la psicología fi­siológica, la segunda les confiere inmediatamente una atribución neurobiológica, y más aún; no puede concebirlas fuera dc una atri-

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bución neurobiokigica. Por pequeña que pueda parecer, esta dife­rencia es, sin embargo, esencial. Se refleja con bastante claridad en la división entre etapas que adopta cada enfoque: el punto terminal de la etapa 1 en Kosslyn —es decir, la formulación de una hipótesis en cuanto a lo que realiza tal o tal parte del cerebro desde el punto de vista informacional—, corresponde aproximadamente a la etapa 2 de Fodor, o sea al momento en que el psicólogo fisiológico examina si tal o tal parte del cerebro puede funcionar como lo anticipa la hipótesis informacional. (ion la siguiente diferencia, sin embargo: para Kosslyn, la hipótesis debe ser verificada, mientras que los moti­vos que hacen posible su implementación también son motivos de confirmación para Fodor.

Ahora bien: a pesar de la asimetría de sus análisis del estudio de la cognición, esta diferencia entre ambos enfoques se puede en reali­dad presentar, precisamente, como una divergencia respecto a la autonomía de la explicacicin mentalista, si se toma la expresión "ex­plicación mentalista" en uno u otro de los dos sentidos diferentes que recibe en el debate. Se puede así, sin dificultad ninguna, afirmar, por ejemplo, que la explicación mentalista de Koenig y Kosslyn co­rresponde a una explicación mentalista, en el sentido fodoriano de la palabra, cjue hubiera perdido su independencia heurística con res­pecto a la explicacicin neurobiológica (cuestión 1), y, consecuente­mente, abandonado el estatuto de presupuesto hipotético de sus prin­cipios neurobiológicos, así como el alto nivel de abstracción de estos principios con respecto a la naturaleza de las propiedades neurobiológicas (cuestión 2). Fin otros términos, mientras que la explicación mentalista en el sentido fodoriano de la palabra es, en Fodor mismo, heurísticamente independiente de la explicación neurobiológica y tiene, por consiguiente, un grado débil de depen­dencia lógica con respecto a ella, en Kosslyn y Koenig es, al contra­rio, heurísticamente dependiente de la explicación neurobiológica y posee, por esta misma razón, un grado fuerte de dependencia lógica.

L¿?.r similitudes

Fista manera de formular en términos fodorianos la diferencia que separa los dos enfoques, pone muv claramente de manifiesto que cada uno admite una dependencia teórica de tipo lógico de la expli­cación mentalista con respecto a la explicación neurobiológica, aun­que esta diferencia tenga en cada caso una fuerza diferente. Si, desde el punto de vista de la neurociencia cognitiva, una hipótesis mentalista sólo puede tratar de procesos mentales neurobiológicamente implementados, Fodor también reconoce que no se la puede aceptar

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sin que el neurobiólogo le haya encontrado un fundamento neurobiológico. Es cierto que ambos tipos de hipótesis tienen un grado de abstracción muy diferente con respecto a la realidad neuro­biológica, y también que los dos enfoques tienen mucha diferencia en sus maneras de definir el papel heurístico de la exj^licacicin neurobiológica; no obstante, ambos están perfectamente de acuerdo en cuanto a la necesidad de una confirmación por la investigación neurobiológica. Desde este punto de vista, el dry mind approach no es menos húmedo que el wet mind approach. lista similitud funda­mental es complementada por otras dos dc menor importancia.

Por una parte, ambos enfoques admiten que la investigación neuro­biológica es indisociable dc una búsqueda de las bases neurales de los procesos mentales (cuestión 3), aunque esta problemática no tome en cada caso la misma forma, y que estos procesos no sean diferentes de los que postula la psicología para el uno, mientras que para el otro sí lo son (cuestión 4). Por otra parte, la independencia lógica de la teoría de la construcción del cerebro con respecto a la teoría del funcionamien­to en Kosslyn y Koenig corresponde estrictamente a la independencia lógica, en Fodor, de la psicología fisiológica con respecto a la dimen­sión neurobiológica (y al resto dc la neurobiología); al revés, la depen­dencia lógica con respecto a la hipótesis mentalista que Fodor otorga a la dimensión interpretativa de la psicología fisiokigica está presente, aunque de modo más discreto, en la neurociencia cognitiva. Corres­ponde esencialmente al hecho de que una hipcitesis mentalista, en el sentido que confiere a esta expresión —es decir, una hipótesis relativa al trabajo informacional cumplido por un proceso neurobiológico de­terminado—, es necesaria y lógicamente dependiente dc un análisis computacional determinado.

No se puede, entonces, aceptar la crítica según la cual el enfoque seco admite que "the mental events can be examined without regard for the brain", a menos que se interprete como una crítica de su alto grado de abstracción y de su independencia heurística con respecto a la explicación neurobiokigica, y no de una supuesta independencia lógica con respecto a ella. La fórmula empleada por Kosslyn y Koenig es, en realidad, ambigua. Pintonees, en el peor de los casos, su crítica de ellos está equkvocada; y en el mejor, está mal formulada.

¿Dos investigaciones complementarias?

El problema se plantea, pues, en saber si los dos enfoques no debe­rían en realidad ser considerados como dos tipos de investigación complementarios, más que antagonistas. De hecho, uno puede lógi­camente preguntarse si la neurociencia cognitiva de Kosslyn y Koenig

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no es en el fondo nada más que una forma conexionista de la psico­logía fisiológica fodoriana.

Sin embargo, ya se manifiesto que la neurociencia cognitiva re­chaza precisamente la posibilidad de formular hipótesis mentalistas informacionales del tipo doblemente abstracto recomendado por el enfoque seco, incluso si parece —de manera contradictoria, en mi opinión— admitir la legitimidad de la existencia de una psicología mentalista en el sentido fodoriano, fuera de la neurociencia cognitiva.

Esta divergencia es el síntoma dc una diferencia de problemática entre ambos enfoques que impide integrar la neurociencia cognitiva en el esquema fodoriano del estudio de la cognición y ver en ella sólo una versión conexionista de la psicología fisiológica que este estudio considera necesaria. Esta diferencia de problemática se pue­de formular de la siguiente manera. La cuestión fundamental de la neurociencia cognitiva es saber ccimo el cerebro puede ser una men­te cognitiva, mientras que la cuestión fundamental del enfoque seco es saber cómo la mente cognitiva puede ser un cerebro. Y esto es lo que hace de la primera una neurociencia cogninVa, y de la segunda una psicología naturalista; es decir, en realidad, neurocientífica. Pero esta diferencia de problemática se origina en una diferencia de fondo en cuanto al grado de independencia ontológica que posee la natura­leza de las propiedades mentales con respecto a la naturaleza de las propiedades neurobiológicas. La especificidad del enfoque húmedo se justifica únicamente si la mente cognitiva es algo que sólo el cere­bro puede ser, mientras que la especificidad del enfoque seco sólo es legítima si algo diferente del cerebro puede ser una mente cognitiva. Aquí está, a mi parecer, la razón última para que el enfoque seco no pueda caracterizar la dimensión mental de los procesos cognitivos sino en un nivel abstracto, y por esto mismo aparezca como erróneo a los ojos del enfoque húmedo. Y, en sentido contrario, también es la razón para que el enfoque húmedo esté condenado, a los ojos del enfoque seco, a determinar los procesos mentales únicamente sub specie neurobiológica, y, por consiguiente, de manera incorrecta, al localizarlos en un nivel de generalidad insuficiente. Estas críticas mutuas tienen su raíz en una conydcción fundamental diferente en cuanto al grado de especificidad neurobiológica de la mente cognitiva; es decir, en cuanto al grado de multiplicidad con el cual ésta se puede realizar en una cosa natural. Cuando Kosslyn y Koenig dicen que "la mente es lo que el cerebro hace", parece que tenemos que enten­der: "La mente es lo que el cerebro, y sólo el cerebro, puede hacer". Al contrario, el fodorismo lo entiende en otro sentido: "La mente es lo que el cerebro, así como probablemente muchos otros sistemas muy distintos dc él en cuanto a su composición, hacen".

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Si este análisis resulta correcto, el problema de los valores respec­tivos de los enfoques depende en última instancia del problema de saber cuál de estas dos hipcitesis fundamentales respecto a la especifi­cidad cerebral de la mente cognitiva es la más razonable. Lo que está verdaderamente en juego en el debate entre la dry mind y la wet mind no es la realidad de la dependencia lógica de la teoría mentalista con respecto a la imrestigación neurobiológica, sino su grado; y esto porque lo que está verdaderamente en juego es cl problema de saber en qué medida la mente se debe considerar como algo que pertenece en propiedad al cerebro, lista cuestión no se puede, en mi opinión, considerar hoy como resuelta. En particular no estoy seguro, dadas las dificultades encontradas por el materialismo no-reduccionista en sus esfuerzos por naturalizar la explicacicin mentalista —a pesar de las esperanzas que había hecho—, que la crítica del reduccionismo, en la cual se origina, sea totalmente legítima, y que la oposición en­tre ellos sea tan radical como se pretende usualmente.

B I B L I O G R A F Í A

FODOR, J. (1968), Psjchological Explanarían, New York: Random House. Trad. de José E. García-Albea (1980), Ea explicación psi­cológica, Madrid: Cátedra.

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NEISSER, L. (1967), Cognitive Psychology, Engelwood Cliffs: Prentice Hall. Trad. de Serafín Mercado (1979), Psicología cognoscitiva, México: Trillas.

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E L P R O B L E M A D E LA R E P R E S E N T A C I Ó N

Juan José Botero

El problema básico dc la Representación lo interpreto como el pro­blema de establecer un punto de vista naturalista para las explicacio­nes causales de los comportamientos humanos en términos de los contenidos de estados mentales como creencias y deseos, principal­mente. Según estas explicaciones, lo que una representación interna representa puede considerarse como la causa de su producción. Así, mi deseo de tomarme una cerveza puede considerarse parte de la explicación de mi comportamiento de dirigirme al refrigerador por­que lo que representa mi deseo es precisamente una cerveza. Esta explicación deberá completarse con el papel que desempeñan otras representaciones mentales de otros tipos, por ejemplo mi creencia de que en el refrigerador hay al menos una cerveza, representaciones que entran en la explicación causal precisamente por su contenido.

Ena noción muv simple de representación es la de covarianza entre un determinado estado interno de un sistema y ciertos estados del entorno. Pero esta covarianza, si tiene un carácter sistemático y nómiccj, no deja lugar a la posibilidad de que hava representaciones falsas, y por consiguiente no alcanza a capturar la noción de repre-sentacicin que utilizamos cuando hablamos de estados mentales, o cognitivos. Según la primitiva versión de la teoría representacionalista de Dretske, una condición para que un estado de un sistema sea una representación de, digamos, una propiedad de un objeto o estado de cosas, es que ese estado porte la información de que el estado de cosas tiene esa propiedad. Y esto quiere decir: que se dé una correla­ción, en cierto modo ntimica (Dretske habla de probabilidad = 1),

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entre las condiciones de la fuente y las propiedades del estado-señal. Se dice cjue el estado es representacional si tiene la capacidad de indi­car esa situackin: un estado, digamos E, es una representación de, digamos, que s es F, si porta la información de que s es F. Ahora bien: no todo el contenido informacional portado por Ii. es decisivo para ser la representación cjue es. La parte crucial es stilo aquella cjue des­empeña algún papel en la producción de E. El contenido semántico de E es, pues, la parte de la informackin recibida por E cjue es res­ponsable de que E se dé. Pero ¿cómo sabemos esto? ¿Cómo pode­mos determinar con precisión cuál es la parte responsable? Y lo más importante: ¿cómo sabemos cjue dos estados se encuentran covariando dc tal modo que el uno es una representación del otro? ¿Acaso toda covarianza significa representación? ¿Esta covarianza debe ser tan sistemática que cuando no se dé entonces no hav repre­sentación?

Pensemos en el caso de una barra de metal que nos indica la tem­peratura de un ambiente porque su longitud covaría con ella. La barra, pues, porta informackin sobre la temperatura. ¿Diremos que representa la temperatura? Ahora jocnsemos en un tenmimetro. ¿Diremos que el termeimetro contiene una representación de la tem­peratura? ¿Cuál es la diferencia entre ICJS dos? Aquí se apela normal­mente a la teleología mediante la introduccicin de la idea de que cl sistema, o el estado, considerado, porta información porque tiene la función de hacerlo. Es esta noción la que introduce también el ele­mento normativo que hace interesante la idea de representación para las ciencias cognitivas. El termómetro representa la temperatura porque ésa es su fundón. Es para eso para lo que ha sido diseñado. Y como tiene esa funcitin, puede ocurrir que no la cumpla, por la ra-zein que sea. Puede decirnos, por ejemplo, que la temperatura es 22° cuando en realidad es 13° porque su funckin es indicar la temperatu­ra, y por consiguiente puede no indicar, o indicar deformadamente, aquello que tiene la funckin de indicar. En cambio la barra de metal, aunque porta información sobre la temperatura ambiente, no con­tiene una representación de la temperatura. No ha sido diseñada para que cumpla esa funcitin. Y por consiguiente, tampoco puede darnos una representación falsa de ella.

En las páginas siguientes voy a examinar diferentes maneras de enfrentar esta faceta del problema de la Representación: ccimo se pueden explicar las representaciones mentales (RAÍ en adelante) cn términos naturalistas, de tal modo que:

a) Se pueda mantener una explicación representacionalista de la mente, i.e., una explicación que no elimine o intente reducir com­pletamente las representaciones (R), por ejemplo, a estados físicos;

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en otras palabras, partir de un punto de vista realista con respecto a las RM v no resolver cl problema planteado diciendo que no existen las RM; y

b) Se pueda hablar de su papel en las expkcaciones del compor­tamiento, en particular si este papel debe entenderse en un sentido estrictamente causal o no.

Fixaminaré principalmente las propuestas de Fred Dretske y de Ruth Millikan. Lista última, según entiendo, es muv cercana a la propuesta del profesor Papineau, pero como él mismo expondrá su teoría más adelante, stilo me referiré a su propuesta muy tangencialmente. Al hacerlo también me referiré a otros filósofos que han comentado o criticado estos puntos de vista y al final me atreveré a formular mi propia sugerencia. Fista consistirá en lo esen­cial en aceptar una visión naturalista teleosemántica, o biosemántica, afín a las de Millikan y Papineau, aunque introduciendo una modifi­cación importante que la transformará en una \dsicin que espero sin­ceramente pueda merecer ser explorada como alternativa.

TEORÍA REPRESENTACIONAL DE FA MENTE

Lina forma muy directa de expresar la Tesis Representacionalista (TR) en filosofía de la mente es la de Fred Dretske (1995a, p. 1): "Todos ICJS hechos mentales son hechos representacionales". Se dice que un sistema, S, representa una propiedad, F, si y sólo si S tiene la función de indicar (proporcionar información acerca de) la F de un determinado dominio dc objetos. La manera como S desempeña su función (cuando la desempeña) es ocupando diferentes estados s s7, ... s que corresponden a diferentes valores f f, ... f , de F (Dretske, 1995a, pp. 1-2).

Dretske habla aquí sólo dc sistemas, pero los estados también tienen funciones indicativas. Tomemos el ejemplo de un velocíme­tro: el hecho de que el velocímetro tenga una función de indicar la velocidad, es un hecho representacional acerca de este instrumento; y el hecho de que apuntar a "60" signifique 60 km/h es también un hecho representacional acerca de este estado de este instrumento: para hacer esto fue para lo que tal instrumento fue diseñado. Puede ocu­rrir que en un caso dado el instrumento falle y no dé información sobre la velocidad; o que indique "60" cuando en realidad la veloci­dad es 80 km/h. En este caso se tendrá una representación falsa. Por otro lado, el hecho de que el velocímetro esté conectado al eje por medio de un cable cjue transmite informackin acerca de la velocidad, no es un hecho representacional acerca de este instrumento, sino un hecho acerca del sistema representacional (SR). Ln termómetro, por

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ejemplo, contiene mercurio, un metal cuyo volumen sirve para in­dicar la temperatura; y aunque el termómetro no podría hacer su trabajo sin este hecho, éste no es un hecho representacional, sino un hecho acerca del dispositivo representacional. En general, un hecho representacional acerca de S es un hecho acerca de fo que S está dise­ñado para hacer, un hecho acerca de la informacicin que debe {is supposed íó) portar {ibid., p. 3)

En la teoría de Dretske, esta diferencia entre hechos represen-tacionales y hechos acerca de las representaciones es la diferencia entre meníe y cerebro. Pintonees, de acuerdo con la TR, un conoci­miento de hechos mentales es un conocimiento de hechos representacionales, no sólo de hechos acerca de las representaciones mentales. El saber que un termómetro está lleno de mercurio no nos da una mejor comprensión de la vida representativa de ese siste­ma. Lno no sabe si un sistema representa algo, o qué representa, si se nos dice solamente que, por ejemplo, da información acerca de la velocidad. Pues lo que importa no es si da este tipo de información, sino si debe darla; es decir, si está diseñado para darla; en otras pala­bras, si íiene la junción de hacerlo. Éste es el punto clay^c aquí. Ln requisito esencial de una TR es que permita explicar los casos en que se da una representación falsa; y un sistema S no puede representar falsamente R' a menos que su función por diseño sea representar R y no R', como se ha ydsto claramente en el caso de la barra metálica y el termómetro.

Nótese que este elemento normativo es esencial para que el con­cepto de R sea de alguna utiHdad para las ciencias cognitivas. Y que para capturarlo no basta con una noción de R basada únicamente en la noción de información, como ocurría en la primera teoría de Dretske (Dretske, 1981). El velocímetro tiene la función de indicar, por ejemplo, que se va a 60 km/h incluso cuando falla y no da la información que debería darnos. En resumen, dentro de este marco puede haber información sin funciones, pero no puede haber Repre-seníación sin funciones. No todo lo que nos da información tiene la función de darnos esa información, como ocurre cuando vemos una columna de humo que nos indica la dirección y tal vez también la velocidad del viento. Por eso no diremos en ese caso que el humo representa la velocidad y dirección del viento. No puede represen­tarlas porque no es su función hacerlo. Y por eso mismo tampoco nos puede engañar dándonos una representación falsa, aunque noso­tros podamos engañarnos al tomarla como si indicara algo que en realidad no ocurre, u ocurre de manera diferente.

Ahora bien: ¿qué tipo dc R son las RAÍ? Si, por ejemplo, nues­tros sentidos producen R acerca del mundo no sólo porque nos dan

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información acerca de él sino porque ésa es su. función, ¿de dcinde les viene esta función? ¿Y cuál es la información que deberían darnos?

En general, la función de un sistema es aquello para lo cjue ha sido diseñado. Dretske distingue diversas fuentes de este diseño, y en consecuencia también diversos tipos de funciones. La distinción esencial es entre aquellos sistemas cuvos elementos tienen un poder v una función de indicackin como algo intrínseco, y aquellos que no. Es decir, entre sistemas cuyos elementos tienen la funcitin de indicar y la capacidad para desempeñar esta función como algo in­trínseco a ellos, y aquellos que las tienen como algo derivado que depende de quien los utiliza y que es quien les asigna esta función (símbolos convencionales, principalmente). Los sistemas interesan­tes son aquellos que explotan los poderes intrínsecos de indicación que poseen sus propios elementos. Que un elemento tenga un poder de indicación intrínseco significa que sus propiedades covarían con ciertos tipos de estados del entorno. Son, en la terminología de Dretske, signos naiurales.

Ahora bien: si distinguimos entre lo que un elemento de un sis­tema tiene el poder de indicar y lo que este elemento tiene por fun­dón indicar dentro de este sistema, entonces es posible que se dé una diferencia entre lo que un signo indica naturalmente en virtud de su poder de indicación natural, y aquello que indica porque nosotros le hemos asignado como función el indicarlo. Por ejemplo, el medidor de gasolina de un auto tiene pot fundón indicar la cantidad de gaso­lina que hay en el tanque. Esa es la funcitin que le hemos asignado (o que le ha asignado el constructor). A lo mejor también tiene el poder de indicar otras cosas, como, por ejemplo, la presión que el peso de la gasolina ejerce sobre tal sector del chasis. Pero la función asignada es indicar la cantidad de gasolina. Si el tanque contiene en realidad agua, y uno confía en el medidor, tendremos una representación falsa. En cambio, si el tanque ha sido fijado de manera que no haga presión sobre el chasis, entonces el medidor va no indicará la pre­sión que el peso de la gasolina ejerce sobre el chasis, pero no habrá una representación falsa. La única posibilidad de que un elemento de un sistema produzca una representación falsa es que no indique aquello que iiene por función indicar. Y, como en cl caso de los arte­factos que estamos considerando, aquello que éstos tienen por fun­citin indicar se lo asignamos nosotros, entonces en última instancia la falsa representación scilo le será imputable, no al productor de la representackin, sino a su utili^ador.

Cuando no sólo la capacidad, o el poder de indicackin, sino tam­bién la función que determina lo que los elementos del sistema re­presentan, es natural e independiente de factores externos, tenemos

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un sistema naiural de represeníación propiamente dicho. Se trata de un sistema que posee, como se dice, intencionalidad intrínseca. La función de indicación dc un sistema natural de representación, se­gún Dretske, proviene de la historia del desarrollo dc los indicadores y del uso que ha hecho de ellos el sistema para la realización de una necesidad biológica.

Dretske sostiene, pues, que hav funciones adcjuiridas naturalmen­te, y que en este sentido hay R Naturales. En este punto concuerda con autores como K. Neander, R. Millikan, y el profesor Papineau, al suponer que mecanismos y órganos dc nuestro cuerpo tienen un diseño para realizar ciertas tareas, y por consiguiente la fundón de realizarlas, sin que alguien los haya diseñado para ello. Los sistemas adquieren sus funciones mediante procesos como la selección natu­ral, mientras que los estados las adquieren principalmente mediante procesos de aprendizaje. Nuestros sentidos, por ejemplo, tienen fun­ciones de proporcionar información, funciones biológicas que deri­van de su historia evolutiva. Como resultado, los sistemas percep-tuales producen Rs de las condiciones acerca de las cuales tienen por función informar. Las Rs que producen al llevar a cabo sus funcio­nes informacionales tienen un contenido, algo que ellos significan, y cjue les es intrínseco. Por ello también se dice que los sentidos, o mejor: los estados internos que los sentidos producen al desempeñar sus funciones, tienen intencionalidad intrínseca.

Fil problema que se presenta en esta teoría es determinar cuál es precisamente la función que le corresponde a determinado estado de un organismo. En otras palabras, el problema de la representación es el problema de la fijación del contenido de la representación. Dretske lo plantea mediante la exposición de un caso especial: se trata de ciertas bacterias que poseen unos imanes internos, llamados magnetosomas, que funcionan como agujas de una brújula alineán­dose, y con ello akneando a la bacteria, en forma paralela al campo magnético de la tierra. Como tales líneas están inclinadas hacia aba­jo, hacia el norte geomagnético en el hemisferio norte (hacia arriba en el hemisferio sur), las bacterias situadas en el hemisferio norte se dirigen hacia el norte geomagnético orientadas por sus magnetoso­mas. Este mecanismo hace que la bacteria, que es un organismo anaeróbico, evite las aguas cercanas a la superficie, que son más ricas cn oxígeno, y se dirija más bien hacia los sedimentos del fondo, prác­ticamente desprovistos de oxígeno. Se puede pensar que éste es el valor de supervh/encia del mecanismo. Las bacterias semejantes que viven en el hemisferio sur tienen los magnetosomas invertidos, lo cual les permite lograr el mismo efecto en términos de superviven­cia. Si transportamos una bacteria del hemisferio norte al sur, ella

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misma se destruirá, pues se dirigirá hacia el sur magnético, que son las aguas cercanas a la superficie, ricas en oxigeno y, por consiguien­te, tóxicas para ella. Los magnetosomas son mecanismos que tienen por función indicar algo que es útil para la supervivencia de la bacte­ria. En este sentido producen Representaciones. Ahora bien: ¿cuál es el contenido de estas representaciones? Fiste depende de lo que los magnetosomas tengan como funcitin indicar. ¿Cómo podemos es­pecificar esta función? Es posible hacerlo de diversas maneras, y ése es el principal problema. Podemos decir que la funcitin de los magnetosomas es indicar la dirección de las aguas más desprovistas de oxígeno, claro, pues este contenido tiene un valor de superviven­cia drástico. Pero también podría decirse que los magnetosomas tie­nen por funcitin indicar la direcckin del campo magnético del me­dio circundante. ¿Hay algún modo de decidir entre estas interpretaciones rivales? Según Dretske, parece que no lo hay. Y en este sentido el contenido de la representación no puede precisarse; permanece indeterminado.

El problema puede verse de este modo: podemos decir que un sistema produce representaciones "R" de is porque ha sido diseñado para reaccionar ante n, produciendo "R"s. Ahora bien: como señala Ruth Millikan (Millikan, 1989), la dificultad es que de este modo se producen demasiadas representaciones. Todo estado, o todo sistema funcional, tiene causas normales, cosas a las que responde porque ha sido diseñado de ese modo. Por ejemplo, la dilatación de los vasos capilares de mi piel, que hace que me ponga rojo, tiene como causa próxima ciertas substancias en la sangre; pero también otras causas más distantes, como el haber realizado un esfuerzo muscular impor­tante, el haber padecido quemaduras solares, o el haber estado en un entorno sobrecalentado, etc. A cada una de estas causas el sistema vascular responde según su diseño, pero la respuesta —por ejemplo, la cara roja—, aunque pueda ser un signo natural de quemadura solar o de exposición a un sobrecalentamiento, no es, ciertamente, una represenladón de estas causas. Si no todo estado de un sistema repré­senla sus causas normales, ¿cuáles son los estados que sí lo hacen? (Millikan, 1989-1995, p. 254).

Según Dretske, lo que hace que una respuesta a una causa sea una representación de ella es que su función es precisamente "indicar", o representar su causa. Y esta función es asimilada a ser un signo naíu-ral de lo representado cuando el sistema funciona en condiciones normales. Pero esto no parece suficiente. Aluchos sistemas produ­cen signos naturales, no porque ésa sea precisamente su función, sino como efecto secundario, por decirlo así. Mi respiración agitada puede indicar que estuve haciendo mucho ejercicio, o que he estado

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fumando demasiado, o que simplemente estoy asustado. Y no pode­mos decir que una función dc un sistema es producir tal o cual efec­to secundario, por definición {ibid., p. 255). Millikan señala, ade­más, otra debilidad de este punto de vista: simplemente no es verdad que las representaciones tengan que portar información natural, en el sentido dretskiano. Por ejemplo, algunos animales hacen ciertos ruidos para indicar peligro, y en muchas ocasiones, por decirlo así, se les va la mano y hacen las señales cuando en realidad no hay tal peligro.

Las teorías causalistas, como la de Dretske, presentan esta clase de problemas que dejan en cierta indeterminación a los contenidos de las representaciones. El haber apelado a la teleología, no obstan­te, parece ser la tendencia generalizada. Y quien con mayor rigor y disciplina lo ha hecho es quizá Ruth Millikan, Vale la pena exami­nar su propuesta. Pero antes voy a dar un rodeo por los predios de Jerry Fodor.

LA PSICOSEMÁNTICA

Antes de examinar la propuesta de Ruth Millikan, puede ser útil men­cionar la forma como Jerry Fodor, especialmente en Psychosemaniics y en A Theory of Contení, aprecia este tipo de teorías. El problema siempre es determinar el contenido de las representaciones mentales. ¿De dónde viene? ¿Cuál es su fuente? Lo ideal sería, dice Fodor en Psychosemaniics, que las ocurrencias de representaciones mentales en la llamada "caja de creencias" realmente co-variaran con aquello que ellas representan. Si éste fuera el caso, el contenido de nuestras creen­cias lo determinaría esta simple covarianza. Pero, por supuesto, este ideal no es real. En nuestra "caja de creencias" hay numerosísimas representaciones que de hecho no corresponden al mundo simple­mente porque son falsas. Y, por supuesto, de las infinitas ocurrencias de estados de cosas en el mundo, nuestros sistemas de representacio­nes internas sólo pueden representar una ínfima parte (la mayoría de las verdades no las sabremos jamás).

Fin la que él llama "Teoría causal tosca" se explica del modo si­guiente la existencia de representaciones falsas: Si "A" es una caso de percepción de A, entonces a veces casos de "Aes" representan Aes, es decir, representan sus causas, y por consiguiente son y-erdaderas. Pero hay veces en las que casos de "A" han sido causados, no por A, sino por Bs. Como los casos de "A" representan la propiedad A, entonces los casos de "A" que han sido causados por Bs representan en realidad las Bs como si fueran Aes y, por consiguiente, no son verdaderos, es decir, son representaciones falsas de sus causas. El

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problema con esta explicación es cjue ella conduce al "problema de la disyunción": si las Aes son suficientes para causar las "Aes", pero también lo son las Bs, entonces lo que expresa la representación "A" no es la propiedad A, sino la propiedad disyuntiva de ser "A o B". Y esto quiere decir que los casos en los que "A" es causada por "B" no será una representación falsa de A, sino una representación verdade­ra de AvE>.

Hay posiblemente una solución, dentro de este mismo enfoque: encontrar los casos de covarianza necesaria entre creencias y mun­do, para definir de esta forma el contenido. Es decir: determinar en qué condiciones se da de hecho tal coyrarianza, y definir el contenido de las representaciones con referencia a esos hechos y no al ideal normativo. El paradigma para abordar de esta manera el problema es el de los juicios de percepción, en particular aquellos que involucran la indexicalidad ("esto es un caballo"). ¿Cómo es posible excluir los casos de juicios de percepción falsos; es decir, de juicios de percep­ción producidos "por causas erróneas"?

Antes de Psychosemaniics, Fodor mantenía una posición que ape­laba en cierto modo a la teleología, suponiendo que había unas "cir­cunstancias óptimas" en las que los juicios de percepción son inva­riablemente verdaderos, y estas "circunstancias ópt imas" se especificaban en términos de normas biológicas. Pero ahora este enfoque no le parece satisfactorio. Si lo aceptamos, entonces dire­mos que las "Aes" causadas por Aes y las causadas por Bs difieren en cuanto a las propiedades contrafácticas de la causación, del siguiente modo: aunque tanto Aes como Bs causan "Aes", quizás en circuns­tancias óptimas solamente las Aes causarían "Aes". Ahora bien: de aquí se seguiría que cuando los mecanismos de fijación de creencias están operando de manera apropiada, entonces las creencias así fija­das son y^erdaderas. Pero —se pregunta Fodor— ¿cómo sabemos, o por qué deberíamos creer, que los mecanismos de fijación de creen­cias están siempre diseñados para producir verdades? Es posible que algunos de estos mecanismos hayan sido diseñados precisamente para lo contrario, para reprimir verdades, en casos en los que creencias falsas tengan mayor valor de supervivencia que creencias \rerdade-ras, como Freud y la tradición psicoanalítica testimonian abundan­temente. Las "circunstancias tiptimas" no podrían fijarse de acuerdo con estos mecanismos, pues la propiedad semántica fundamental de las representaciones, sus condiciones de verdad, se define como aque­llas circunstancias en las que un símbolo se produce en circunstan­cias óptimas. Los mecanismos de represión no podrían erradicarse de esta definición de circunstancias óptimas, a menos que podamos identificarlos como mecanismos diseñados específicamente para pro-

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ducir creencias falsas (Fodor, 1987, p. 105). La visión teleológica in­tenta reconstruir la noción de verdad en términos de la noción de optimalidad, pero nada garantiza que las circunstancias óptimas que encuentra la teleología tengan mucho que ver con las circunstancias óptimas que requiere la noción de verdad. Pues cuando los mecanis­mos de represión funcionan óptimamente lo que nos dan es, precisa­mente, no-verdades, falsedades. En general, las circunstancias ópti­mas para producir un determinado tipo de representación acerca de algo pueden ser muy diferentes de las condiciones óptimas para fijar ese tipo determinado de representación acerca de otra cosa. Por con­siguiente, no podríamos determinar las condiciones óptimas para fijar una representación sin saber ejué contenido tiene esa represen­tación, de donde se sigue que como expkcación dc la determinación del contenido esta doctrina teleológica es claramente circular.

La solución al problema de la disyunción en esta obra apela a otro tipo dc anáksis, más formal, según el cual existe una dependen­cia asimétrica de los casos incorrectos de un tipo dc creencia de per­cepción con respecto a los procesos causales que llevan a los casos correctos. Fodor recuerda la observación, que él le atribuye a Platón, según la cual las falsedades dependen ontológicamente de las yrerda-des de un modo diferente a como las verdades dependen de las false­dades. Solamente se pueden tener creencias falsas de aquello de lo cual se pueden tener creencias verdaderas, mientras que creencias verdaderas se pueden tener de todo aquello acerca de lo cual uno pueda en general tener una creencia. Supongamos cl siguiente juicio de percepción: yo veo una vaca, y la tomo por un caballo. La vaca causa en mí ef símbolo en mentales "caballo". En esta situación se resume todo el problema de la disyunckin: queremos que el símbolo "caballo" ("A") signifique caballo (A) en virtud del lazo causal perceptivo entre muestras de "caballo" y caballos, y no queremos que "caballo" signifique vaca en virtud del lazo perceptivo causal entre muestras de "caballo" y vacas (B). Pero si los lazos causales son los mismos, y si la causación es lo que constituye la representackin, entonces ¿cómo no van a ser también las mismas las conexiones semánticas, es decir, representacionales? La solución está en consi­derar que las propiedades contrafácticas de las relaciones causales no son las mismas: cuando yo identifico erróneamente una vaca con un caballo, esto no me lleyraría a decir "caballo" a menos que se diera una relación semántica independiente entre muestras de "caballo" y caba­llos. Si no es porque la palabra "caballo" significa caballo, no utiliza­ré precisamente esta palabra cuando perciba erróneamente una vaca como un caballo. Por el contrario, dado que "caballo" sí significa caballo, no necesito que hava una relación semántica especial entre

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caballos y vacas para que los caballos causen mi representacicin "ca­ballo" (Fodor, 1987, pp. 106-107). Dicho de forma esquemática, si las "Aes" representan Aes pero a yreces también Bs, entonces lo que ocurre es que:

1. Las Aes causan "Aes". 2. Bs no causan "Aes" en mundos próximos en los que Aes no causen "Aes". 3. Las Aes causan "Aes" en mundos próximos en los que Bs no causan "Aes" (Fodor, 1987, pp. 108-109).

También se puede decir lo mismo del siguiente modo: si las "Aes" significan A y no A-o-B, esto es porque el hecho de que las Bs causen "Aes" depende del hecho de que las Aes causen "Aes", pero no a la inversa.

Le veo un problema a esta "solución": ¿cómo podemos determi­nar que la relación causal que lleva a que Aes y Bs puedan producir "Aes" es precisamente la relación causal de Aes con "Aes", y no una relacicin causal de A-o-B con "Aes"? Fina posibilidad sería que la rela-cicin causal de Aes y "Aes" tuviera una base histórica más sóüda que la relación de "Aes" y Bs. Pero Fodor excluye una consideración tempo­ral de la dependencia entre estas dos relaciones causales. La única otra posibiHdad que se me ocurre es que haya algún-tipo de legalidad que regule la primera y que la segunda sea una excepción a esta legalidad. Ahora bien: esto introduce un elemento normativo en la explicación que nos llevaría a considerar que la causacitin que lleva de vacas a "caballo" es posible solamente como una excepción de una vía causal que Y2. de caballos a "caballo" y no al contrario. En este sentido, la dependencia que hav entre la primera relackin causal y la segunda, es una dependencia dc la cual sólo se podría dar cuenta en términos teleológicos, del siguiente modo: el cjue vacas causen la representación "caballo" es posible como una excepción a un estándar perceptivo, a una "norma" del aparato perceptual que debe conducir causalmente de caballos a "caballo". Ahora bien, esta es una explicación teleológica muy similar a la dc Millikan, pues dicho estándar tendría que determi­narse, si se quiere permanecer dentro de un marco naturaksta, en tér­minos de propcisito biológico, es decir, de función.

LA BIOSEMÁNTICA

Millikan parte de un razonamiento bastante sensato: estamos dc acuerdo en que lo que hace que una cosa sea una representación

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interna es que su función sea representar, como bien lo anota Dretske. Pero si realmente es función de una representación interna el "indi­car" a su representado, entonces la R no puede ser solamente un signo natural, un signo cuyo contenido pueda ser interpretado por cualquiera. Debe ser ante todo un signo natural para el propio siste­ma. Y esto implica un cambio en nuestra mirada. Pues, si esto es así, a lo que hay que poner atención en primer lugar no es a la produc­ción de la representackin, sino a su consumo. Pues lo que determina que algo sea una representación es el dispositivo que usan las repre­sentaciones. Entonces se plantea la pregunta: ¿en qué consiste para un sistema el utilizar una representación como representación?

Lino dc los mayores aportes de Millikan se encuentra en la ma­nera rigurosa y muy precisa como define y utiliza el concepto de función. Este concepto, como ya vimos, es claramente normativo: decimos que el corazón debe bombear sangre, que un destornilla­dor debe permitir atornillar y desatornillar tornillos, y cosas así. Cuando el coraztin no bombea sangre, no decimos cjue ya no tiene su función, decimos más bien que no la está cumpliendo, cjue fun­ciona o funcionó mal. Ln enunciado causal, por el contrario, esta­blece correlaciones entre hechos, de manera determinista o esta­dística. Lo cjue caracteriza a una estructura funcional, según Millikan, es cjue ella puede recibir una explicación Normal (EN) del desempeño de la funcitin: una EN explica cl desempeño de una función particular diciendo cómo ha sido desempeñada histórica­mente (típicamente) en aquellas ocasiones (que pueden ser muy raras) en las que ha sido desempeñada con propiedad. Esta explica­ción hace resaltar el factor responsable del hecho de cjue la función haya sido seleccionada. Por ejemplo, cuando el corazón funciona normalmente, ejecuta movimientos de contraccicin que son los que hacen que bombee sangre. Pero esto no es lo que determina su función. Lo que la determina es la norma dc esta Normalidad, la cual está constituida por la historia del papel que ha cumplido la estructura en la reproducción de este tipo de estructuras. Es esta historia de éxitos reproductivos la que da la Normath/idad funcio­nal. Así, lo que Millikan llama la 'fundón propia" de un sistema, o de un elemento de un sistema, se determina por la historia del ele­mento que la posee. Su definición del concepto de funckin, en efec­to, subraya la importancia del factor histórico:

Ln elemento X tiene la "funcitin propia" F, si y scilo si:

1. A' es el producto de la reproducción de un elemento anterior Y. 2. Y ha. efectuado F en el pasado gracias a las propiedades (/...»)

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reproducidas en X (puede ser en virtud de una ley natural, o de una ley que "opera in situ"), 3. X existe porque ("porque" es causal histórico) Y ha efectua­do F (Millikan, 1993, p. 13).

De aquí se sigue, contra la teoría de Dretske, que un elemento X puede tener la función de hacer F incluso si en el momento presente ya no tiene la capacidad de hacer F. Luego no es su naturaleza disposicional, su capacidad para hacer F, lo que le confiere una fun­ción a un elemento como X. Y esto expkca por qué puede fallar en cl desempeño. El punto 3 explícita un rasgo notable, el de la norma-üVidad: Y hacía F porque tenía las propiedades (£..«); pero Y pudo sobrevivir y reproducirse en X, que tiene a su vez las propiedades (/...«), porque hacía F. Estas propiedades, que han permitido históri­camente que los ancestros de X cumplan sus funciones de hacer F, son seleccionadas reproductivamente precisamente por esa razein.

Con estos elementos es posible responder a la pregunta anterior: ¿en qué consiste para un sistema el utilizar una representación como representación?

Hay algunas condiciones que deben darse para que un sistema use un ítem interno como una representación. En particular, la R debe con­cordar de un modo determinado, en virtud de una regla de correspon­dencia, con su representado. De no ser así, el consumidor no podrá cumplir cabalmente todas las funciones propias que debería cumplir con su respuesta a la R La expkcación Normal de esta respuesta adapta­da al contexto hablará de esta concordancia (mapping). No se trata de que el contenido de la R descanse en algo que hagan ella o el consumidor, sino de que se dé una condición normal -pícea, el desempeño de las funcio­nes del consumidor, a saber: que haya una determinada corresponden­cia entre el signo y el mundo. También es necesario que la parte del sistema que consume representaciones entienda las representaciones que se le profieren. Tiene que poder, cn otras palabras, "identificar" el refe­rente de la concordancia (o "mapeo"). Debe haber en el consumidor algo que para él constituya el tomar a los signtJS como, por ejemplo, p, q, r, y no como s, t, u. Por ejemplo, la danza que ejecuta la abeja para dirigir a otras abejas hacia el néctar supone que la forma de esta danza corres­ponde a la posición relativa del néctar con respecto a la abeja que danza. Pero la danza no es una representación de la dirección relativa del néctar, pues las abejas no la "identifican" como tal. Cuando esta identificación se da, es posible decir que el dispositivo, o el sistema, representa el mundo, y no solamente el estado de sus receptores sensoriales. Es cn estos casos en los que se puede hablar de verdade­ras representaciones; es decir, de intencionalidad. Estas condiciones, a

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su vez, pueden variar, cn concordancia con las leyes de corresponden­cia (las cuales especifican la semántica para el sistema), con lo cual la R misma admite transformaciones en concordancia con transformacio­nes de sus correspondientes representados.

Millikan no solamente cambia el foco de atención de los produc­tores a los consumidores de representaciones. También lo cambia al pasar de enfocar las fundones de los consumidores a centrarse sobre las condiciones normales para una operación apropiada. Esto signifi­ca nej fijarse en lo que las R deban hacer que haga el consumidor, sino en las condiciones normales para la operación propia de éste. Fin otras palabras, lo que la R representa no es lo que debe hacer el consumidor {what it's supposed to do), es decir, cuál es su función, sino las condiciones normales para que desempeñe lo cjue Millikan llama su fundón propia. Si tuviera que atenderse a lo que el usuario debe hacer para determinar el contenido de la representación, enton­ces habría que identificar, por ejemplo, cuál deberá ser la "respuesta normal" a cada percepekin. De modo que cl contenido represen­tacional descansa, no cñ que la función del consumidor sea unívoca y bien definida, sino en la mismidad de las condiciones normales para desempeñar esas funciones. Así, por ejemplo, el mismo percepto del mundo se puede utilizar para guiar una cualquiera de muchas y muv diversas acciones, tanto teóricas como prácticas. Lo que se exige en todos los casos es que se cumplan las condiciones para desempeñar esas funciones; en este caso, que el percepto corresponda a configu­raciones del entorno de acuerdo con las mismas reglas de correspon­dencia para cada una de esas actividades. Para poner otro ejemplo, mi creencia de que Bogotá es una ciudad grande puede ser utilizada para formar otras creencias y algunos deseos; lo que se requiere para que todos esos usos puedan ser exitosos es que efectivamente Bogotá sea una ciudad grande.

El hecho de que Millikan haya elegido esta doble estrategia pue­de entenderse del siguiente modo: en un sistema, el productor dc R las produce solamente porejue éstas tendrán alguna utilidad para la supervAencia y proliferación del sistema; es decir, porque serán "con­sumidas"; de modo cjue, cualquiera que sea el contenido de lo que produce el productor, lo que importa es que sea "comprendido" por el consumidor. O sea que en última instancia quien "capta", por decirlo así, lo representado, quien determina el contenido representacional, es el consumidor. La regla de correspondencia por medio de la cual la R concuerda con el mundo la determina entera­mente el consumidor de la representación [ibid., 1993), no el pro­ductor. Lo que importa para la supervivencia y la prolifcracicin, pues, no es si el productor representa bien al representado, sino que el con-

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sumidor establezca la concordancia de modo que desempeñe en for­ma Normal su función.

Veamos, por ejemplo, el caso de la bacteria marina mencionada por Dretske. El problema era determinar el contenido de la repre-sentactón dc los magnetosomas; ¿representan ellos el centro geomagnético? ¿O un ambiente de aguas sin oxigeno? En cl enfoque de Millikan, el magnetosoma representa lo que los consumidores de sus representaciones requieren para poder cumplir con sus funcio­nes. Más precisamente, la R del magnetosoma representa sólo aque­llo a lo que ella debe corresponder para que los consumidores pue­dan desempeñar sus tareas. Se puede ignorar por completo córneo se producen las R normalmente (toda la historia causal) y cuáles son sus contenidos informacionales. Sólo importa cómo trabajan los sis­temas que reaccionan a la R, qué es lo que éstos necesitan para hacer su trabajo. Y lo que necesitan es aguas desprovistas de oxígeno. El contenido representacional de los magnetosomas es, pues, aguas des­provistas de oxígeno, pues esto es la única cosa que le corresponde, la única cuya ausencia importaría realmente.

Además de las bacterias dretskianas, otro caso sobre el que se ha discutido bastante en este contexto es el célebre de lo que el ojo de la rana le dice al cerebro de la rana. Los ojos de este animal tienen unos detectores que aparentemente disparan la lengua de la rana cuando detectan una mosca. Pero en reakdad lo que detectan es ciertos cuer­pos de ciertas dimensiones y con determinados movimientos en am­biente negruzco. Luego no sólo detectan moscas, sino también cua­lesquiera otros elementos parecidos que se comporten de modo similar. ¿Qué le dice el ojo al cerebro? ¿Cuál es el contenido de la representación visual en el ojo de la rana? ¿Cuál sería, en términos de Millikan, su función? Fil caso es similar al de la bacteria en la medida cn que plantea el problema de la disyunción de que habla Fodor; es decir, el problema de la indeterminación del contenido. Millikan aplica una solución similar a la de la bacteria, enfocándose en el consumidor, no en el productor de la representación. A los sistemas que utilizan, o que responden a, las señales del detector de moscas de la rana, no les interesa el que las señales correspondan o no a algo como una piedrecita en un ambiente negruzco, sino sola­mente si corresponden a alimento de rana. En particular, no impor­ta de qué modo la señal hizo que el disparo de los detectores corres­pondiera a alimento de rana. ETnos electrodos apropiadamente ubicados y activados en el momento justo hubiera sido algo perfec­tamente aceptable para ellos, siempre y cuando se hubiera dado la coincidencia con el akmento. Por consiguiente, el disparo de los de­tectores significa comida para ranas.

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Aquí se me ocurre que se encuentra un problema mayor de este enfoque. Porque uno tiene derecho a preguntarse: ¿Por ejué? Por su valor para la reproducción y la supervivencia, se supone. Pero Fodor observa que una manera posible de describir los mecanismos que uti­lizan las señales de los detectores de moscas de la rana es teniendo en cuenta precisamente el que las señales correspondan a algo como una piedrecita en un ambiente negruzco, es decir, que son mecanismos diseñados para desempeñar ciertos procesos químicos, en este caso digestivos, sobre cosas que son como piedrecitas en un ambiente ne­gruzco en un mundo en el cjue casi todas las cosas que son como piedrecitas en un ambiente negruzco son alimento. Lo que se requeri­ría aquí es un criterio para decidir por qué hemos de describir a estos mecanismos a la manera de Milkkan y no de esta última forma.

Quizá no sea difícil cjue esta observación específica de Fodor pueda ser respondida apropiadamente en la línea dc Millikan. Pero imagino cjue cualquier respuesta apclará# necesariamente al valor de supervivencia y reproducción, porque en última instancia todas las llamadas "condiciones normales" para el funcionamiento pro­pio se reducen a él. Y para mí esto constituye una dificultad mayor de esta teoría, hasta el punto de que, si no puede dársele un trata­miento adecuado, simplemente puede plantear serias dudas acerca de su plausibilidad. La dificultad mayor consiste en hacer descan­sar todp el peso explicativo sobre algo tan frágil y sospechoso como un valor, así se trate del valor de supervivencia. Al tratar de especi­ficar esta idea voy a proponer algunas variantes que quizá signifi­quen proponer una alternativa.

¿PARA QUÉ QUEREMOS REPRESENTACIONES?

Ante todo, me parece que debe aclararse el sentido del término re­presentación entendido como 'función biológica' (Papineau). Pense­mos para ello en las creencias y deseos humanos. Según la biosemán-tica, o simplemente las teorías teleosemánticas, la fijación y consumo de creencias humanas serían actividades biokigicas propias, en el sen­tido de que habría explicaciones normales para el desempeño apro­piado de las creencias humanas. Lo primero que se le ocurre a cual­quiera es preguntar cómo puede haber algo normal o anormal, en el sentido biológico, acerca de los detalles del uso de creencias como, por ejemplo, cjue el equipo de fútbol de la ciudad estuvo mal dirigi­do el domingo pasado. ¿Cuál es cl valor de supervivencia de esta creencia? Millikan, por supuesto, tiene una buena respuesta: un or­ganismo, dice, puede hacer cosas nuevas e inesperadas de acuerdo con su diseño eyrolutivo, pues los organismos de gran complejidad

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han sido "diseñados" para aprender. A diferencia de la adaptación evolutiva, el aprendizaje no se realiza por procedimientos aleatorios de generación y prueba, sino que se basa cn principios de discrimi-nackin, generalizackin, y otros principios según los cuales se deter­mina cuáles respuestas se someten a prueba, principios que se en­cuentran incorporados al sistema por la selección natural. Del desempeño apropiado de estos principios sí hay una explicación nor­mal, explicación del desempeño de los mecanismos de aprendizaje y de los estados del sistema nervioso que éste produce.

Ahora bien, continúa Millikan, el "mainframé" humano (es stilo una metáfora) toma estímulos de los nervios aferentes como inputs, tanto para programarlo como para correrlo. Y responde, en parte, desarrollando conceptos, adquiriendo creencias y deseos en concor­dancia con estos conceptos, entrando en inferencias prácticas que conducen cn última instancia a la acción. Todo esto puede implicar tipos determinados de aprendizaje por ensayo y error. Y todo esto ayuda a la supervivencia y a la proliferacitin de la especie, en concor­dancia con una explicación históricamente normal, explicación que será muy general, claro, cuando las condiciones sean tiptimas. Y cuan­do no lo son, entonces, siempre según Millikan, pueden producir, entre otras cosas, conceptos vacíos o confusos, creencias falsas y de­seos biokigicamentc inútiles (como que el DIM gane el campeonato de fútbol). Ahora bien: incluso cuando los deseos son biológicamente inútiles (pero no cuando los conceptos son vacíos o confusos) aún hav maneras biológicamente normales de cumpürlos. La más obvia de estas maneras requiere basarse en creencias yrerdaderas.

La manera biológicamente normal para cumplir un deseo, dice Millikan, cn efecto, es tener o adquirir creencias verdaderas acerca de cómo cumplirlo y actuar en concordancia con ellas. En este sen­tido Fodor preguntaba a Millikan cuáles serían las condiciones nor­males para que su deseo de que mañana lloviera desempeñara su fun­ción propia de hacer llover. Las condiciones biolcigicamente normales para el cumplimiento dc este deseo —responde, impasible, Millikan— incluyen, según lo dicho, la condición de que se tengan creencias verídicas acerca de como hacer llover. Este sería claramente, pues, un caso en cl cjue la norma biológica no concuerda con la norma estadística. La mayoría de nuestros deseos sobre el estado del tiempo se cumplen, si es que se cumplen, por puro accidente biológico.

Esta clase de explicaciones le hacen a uno pensar que Dennett tiene raztin al considerar que las explicaciones ideológicas de los contenidos dc las representaciones son el equivalente de las expli­caciones que resultan de asumir la "actitud intencional" frente a los sistemas cognitivos. Es decir, en todo caso se está haciendo una

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especie de "préstamo" sobre la racionalidad del sistema, préstamo que habrá que reembolsar tarde o temprano haciendo desaparecer tanto la intencionalidad como la teleología. Pero entonces Millikan no tendría razón al afirmar el carácter intrínseco de la intencionalidad de esta clase dc sistemas. Lno se pregunta por qué la condición normal para el cumplimiento de un deseco tiene que ser el tener o adquirir creencias verídicas acerca de cómo cumplir­lo y actuar en consecuencia con ellas. Ninguna "historia darwiniana", para emplear la expresión de Fodor, neos ofrece un criterio para tener que elegir este tipo de descripción que no haga uso de conceptualización intencional (y la terminología del "va­lor" es intencional).

Alillikan sugiere que podría ser cjue las leyes dc la naturaleza, acopladas con mi situackin, me prohibieran tener cualquier creencia verdadera acerca de córneo hacer llover. Pero nuevamente, ¿por qué? LJn análisis de otro estilo nos llevaría a la conclusión dc que los de­seos imposibles de cumpkr, como el deseo de hacer lloy^er, son preci­samente deseos cuyo cumplimiento neo depende crucialmente de acciones que realice la persona que tiene el deseo. Pues yo puedo tener creencias verídicas acerca de lo que habría que hacer para que mi deseo se cumpla, y actuar de acuerdo con estas creencias, y eso no garantiza que se cumplirá si el cumplimiento depende crucialmente de factores independientes de estas acciones mías. Yo sé que para ganarme la lotería tengo que comprar el billete, y sé que me la gano si el número que poseo corresponde al número ganador, y efectúo las acciones requeridas de mi parte, en particular comprar el billete. Pero esto no hará que necesariamente mi deseo de ganármela se cum­pla. La explicackin, me parece, no tiene cjue ser que "Mother Nature", como dice Dennett, me prohibe tener las creencias verdaderas que me hacen falta acerca de cómo ganarme la lotería. ¿Por qué tendría que prohibírmelo?

Millikan cuenta a este respecto la siguiente historia: Es razona­ble pensar que las estructuras cognitivas de que está dotado cl ser humano fueron la solución original que la naturaleza encontró para resolver algunas exigencias muy simples planteadas por el nicho evolutivo humano. Y aconteció que Pacha Mama encontró una solución extremadamente elegante, general y poderosa que llegó a la raíz misma de la estructura ontológica del mundo. ¡Supongo que no hay manera más directa de justificar sus propias categoriza-ciones que ésta! ¡Nuestras categorizaciones ontológicas son la solu­ción que la naturaleza encontró para garantizar la supervivencia, prosperidad y proliferación de nuestra especie humana! ¡Categoriza­ciones diferentes simplemente nos condenarían a la extinción!

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La verdad es que si la idea subyacente a todo esto se expresa di­recta y claramente puede parecer bastante arbitraria. Esta idea sería que la existencia natural humana se enfrenta (¿Cuándo? ¿Siempre? ¿Permanentemente? ¿En momentos cruciales? ¿Cuáles?) a proble­mas de supervivencia y reproducción para los cuales "Mother Nature" produce (¿"inventa"?) una solucitin de diseño consistente en todos los castjs en desarrollar estructuras funckjnales adaptadas a la tarea básica. Esto hace pensar que el uso que hace Dennett de la expresión "Mother Nature" es más que un recurso cómico. Pues indudablemen­te ha habido otras especies con las cuales MN ha sido menos, o nada solícita. Especies que se extinguen sin haber desarrollado funciones adaptativas apropiadas para garantizar su supervivencia y prolifera­ción. Y, especialmente, no hay nada que obligue a pensar que la "solución" encontrada por MN en el case) humano haya sido, como se piensa, la solución "eiptima". ¿Por qué tal o cual solución y nej otra cejn igual "valor" para la supentivencia y la reproducción pero diferente radicalmente de la "elegida"? ¿No hubiera sidto más "eco­nómico", por ejempk), ahorrarnejs las creencias falsas y los deseos imposibles de cumplir, o por lo menos los deseos de tan patente inutilidad bioleigica come) el deseo de ir a Disneyworld? ¿Disponer de la capacidad de aprendizaje, cn lugar de una programación previa más o menos flexible, sí es una idea tan buena come) se dice? ¿Y cuál capacidad de aprendizaje?

Ncitese que no quiero asumir una posición antidarwiniana, antievolucionista, ni contraria a la selecciein natural. Pero creo, como diré más adelante, que hay maneras de entender todo esto. Creo que Millikan tiene razón cuando afirma que si nuestro cerebro y nues­tras capacidades cognitivas ne>s permiten formar cconceptos, y con ellos creencias y deseos, y dado cjue prácticamente todo comporta­miento humane) se precisa en acciones intencionales, entonces ne) sería nada razonable pensar que es una pura y feliz coincidencia el cjue dispóngameos de una estructura que precisamente vincula de­seos, creencias e intenciones a acciones. Este esquema, se concluye de ahí, tiene que ser pertinente para la supervivencia y la prokfera-ción, y por elle) ha tenido un efecto estabilizador en el "estanque genético". Pero también se puede pensar cn lo siguiente: nuestras capacidades cognitivas son tales que pensamos y razonamos de un meode), dicho ce)n mucha generalidad, "racional", ajustando mutua­mente medios y fines dc un mode) econeimico. Así, peor lo menos, nos parece. Luego es apenas natural que terminemos atribuyéndole la misma "forma" de enfrentar los problemas a MN, sólo que deján­dole a Ella la iniciativa y otorgándole lo que nos falta a nosotros: la sabiduría abse)luta.

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Antes de sugerir una visión modificada de este enfoque biológi­co, quisiera decir algo sobre el empleo misme) del término función. El uso de descripciones funcionales es la cosa más común y normal del mundo. Lino utiliza todo el tiempo términos como casa, auto, silla, sala, zapato, etc., términe>s que involucran criterios normati­vos de evaluación que pertenecen a leos objetos y fencimenos así des­critos, pero que no les serían apropiados si diéramos dc ellos una descripcicin ajustada a su ceondición de objetos simplemente materia­les. Lo mismo puede suceder cuando hablamos de fenómene)s natu­rales, pues podemt)s considerarlos como si cumplieran una determi­nada función. Por ejemplo, cuando un río cumple la función de ser el límite entre dos países. En estos casos es muy claro que la función no es algo intrínseco al fentimeno, sino algo asignadeo por nosotros mismos. La pregunta es si esto es válido en general siempre que ha-blameos de funciones; es decir, si las funciones son siempre asignadas por nosotros, o si hay funciones que son intrínsecas a algunos obje­tos o fenómenos, en especial a los fenómenos biológicos.

Aquí cabe una observación de John Searle, que quiereo resumir del siguiente modo: el corazein, decimos, bombea sangre. Pero qui­zás el corazón seilo bombea sangre si lo consideramos en cierto ceon-texto. El corazein tiene ciertos movimientos y, dados su conforma­ción interna y el entorno en el que sucede esto, la sangre circula con determinada regularidad. A esto lo llamamos nosotros "bombear sangre". Quizá, si nuestras experiencias hubieran sido un pocco dife­rentes, no aplicaríamos un concepto como 'bombear', sino otro di­ferente, tal vez 'corazonear', entendiendo por esto la acción dc ajus-tar sus movimientos a la dinámica de otros órganos, e) algo así. Pero aceptemos que cl bombear sangre sea algo intrínseco a la naturaleza misma del corazein. En esc caso, cuando decimos que el ce>razeón bombea sangre estamos registrando un hecho de la naturaleza. ¿Qué hecho nuevo registramos cuando decimos "el ctorazein tiene Xa. fun­dón de bombear sangre"? Según el enfoque teleológico, esto nt)S permite registrar los casos dc mal funcionamiento. Pero esto es así siempre y cuando refiramos el simple proceseo causal que ocurre con el corazein a una teleología, la cual, a su vez, puede introducirse siem­pre y cuando situemos leos hechos relativos al corazein cn referencia a un conjunto dc valores, en este caso al valor de la supervivencia. Esto querría decir que Searle tiene razón al afirmar que las funciones son siempre algto relative.) a un observador y no alge) intrínseco a la naturaleza (Searle, 1995, p. 15),

Pienso que Searle argumenta bastante bien la idea de que cl con­cepto de funcicin es relativo a un observador. El descubrimiento de una funcitin en la naturaleza solamente es posible dentro de un con-

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junto de asignaciones previas de valores como, por ejemplo, la super­vivencia. Si ne) aceptáramos como un "valor" a la supervivencia y la reproducción, por ejemplo, no veríamos el hecho de que el corazón bombee sangre come) una funckin, en el sentido de Millikan. Si nues­tro valor supremo fuera, comeo dice Searle, glorificar a Dios por me­dio de sonidos sordos producidos en el interior de la caja torácica, entonces quizá la función del corazein sería producir esos sonidos. O si yraloráramos la extincitin dc la especie humana por sobre todas las cosas, entonces diríamt)s que el cáncer y el sida tienen la función de acelerar este proceso.

No quiero dar la impresión de estar sosteniendo que toda forma de expresarse en términos de funciones esté errada. Scilo quiero des­tacar que se trata de una forma que es relativa a valoraciones de nues­tra parte y que, en ceonsccuencia, atribuirle a la naturaleza funciones intrínsecas podría ser incluso una interpretacitón peoco feliz y hasta cierto punto injusta de los resultados de Darwin. Si algo hay impor­tante para nuestra cultura en la obra de Darwin es precisamente el haber excluido toda teleología, teodo propcisito, de la explicación acerca del origen de ias especies. Cuando recurrime)s a la atribución de funciones a los procesos bioleógicos porque los ceonsideramos rela­tivamente a la supervivencia de los organismos, no estamos descu­briendo "hechos" nuevos de la naturaleza, en particular ningún "he­cho" del orden de la teleología.

Definiciones del término función como la de Alillikan se aceptan en la medida en que con ellas se introduce un nuevo término técnico y no constituyen un análisis propiamente dicho del sentido ordina­rio de este término. El nuevo sentido se define en términos dc causación y de reproducción, sin cjue aparentemente tengamos que reprocharle nada. Pero entonces de ningún modo alcanza a capturar el sentido ordinario. En particular, se deja en la obscuridad más com­pleta el ceompeonente normativo, dando la posibilidad de interpreta­ciones arbitrarias, o de lecturas como la mía, que le atribuye cierto grado de arbitrariedad a ia teoría. Yo no veo por qué tenga que ex­cluirse una lectura como ésta cuando se insiste en que la función es intrínseca a la naturaleza y se desconoce así el hecho de cjue tal con­cepto es relativo a un observador.

Aunque, comeo dije, me parece cjue la crítica de Searle, sin ser destructiva, tiene aspectos positivos y aceptables, creo que se queda corta al no considerar todas las implicaciones del hecho dc que la asignacicin de funciones a organisme)s sea algo relativo a un f)bserva-dor. Pues lo que este) significa en el caso de las funciones biológicas es que la asignación de la funckin implica la consideración previa de que la supervivencia y la reprodueckin son "valores" que se introdu-

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cen de manera previa y extrínseca como presupuesto de la descrip­ción. Y esto, por más obvieo que parezca, podría no ser así.

Neo se trata de cjue puedan considerarse como valores también las circunstancias opuestas; es decir, la muerte y la extinción. Se trata más bien de que pueda considerarse que la supervivencia no sea un "valor". Si la persistencia como ser vivo y la reproducción nej son "valores" extrínsecos sine) rasgos definitorios dc todo siste­ma biolcigice) cn cuanto ser viviente, entonces toda la perspectAa podría cambiar.

Al considerar las regularidades biológicas que se observan como el resultado de una adecuación óptima a un medio externo, y a esta adecuación como el resultado de una solución encontrada joor "la naturaleza" a un problema planteadeo por un entorno independien­te, parece como si en lugar de estar proporcionando una versión naturalizada de la representación se estuviera ofreciendo una ver­sión representacionalista del proceso evolutivo. En realidad, ambas perspectivas coinciden al basarse en la idea de una correspondencia entre organismo y entorno efectuada bajo la presión de exigencias de supervivencia y proliferación en condiciones óptimas. Según este enfoque, la selección natural tiene un sentido ideológico dc acrecen­tamiento y mejoramiento de las condiciones de supervivencia y pro­liferación, ceomo un proceso que guía la tarea de lograr cada vez mayor aptitud; la selección natural, en cierto modo, prescribe lo que debe hacerse para pe)der ser seleccionado como mejeor adaptado. Esto ex­plica el que se piense que las estructuras actuales están allí porque han sido seleccionadas como soluciemes óptimas por MN.

Yo creo que es pe)sible mirar las cosas de otra manera, no con un enfoque prescriptivo sino con un enfoque proscriptivo A'arela, 1991, p. 195). Desde esta perspectiva, la selecckin opera de manera diferen­te, ne> prescribiendeo una solución óptima, sino proscribiendo la cjue no es ct)tnpatible con la supervivencia y la reproducción. En cierto modo, es una versión de la máxima de cjue "lo que no está prohibido está permitido". Loda la variedad biolcigica cabe, pues la selecckin natural no está para escoger a los mejores y salvarles de la extinción, sino scilo para garantizar que lo que persista satisfaga las dos exigen­cias básicas de la supervivencia y la reproducción {ibid). En este sentido, lo que ha persistido no lo ha hecho por haber alcanzado un nivel de optimalidad cualquiera, sineo porque ha garantizado en un grado suficiente su supervivencia y reproducción.

Supervivencia y reproducción, pues, no son "valores" que expli­quen la utilización de una conceptualización en términos de "fun­ciones". Son características definitonas de los seres vivientes, pues lo que define a un ser viviente es precisamente su persistencia en la

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vida. Esto significa un debilitamiento fuerte de la perspectiva nor­mativa. No es posible calificar el resultado de un proceso evolutivo como una solución óptima a un preoblema porque ne) hay estándar externo prefijado contra el cual operar semejante evaluackin. Lo que hace la seleccicin no es seleccionar los más adaptados sino filtrar con estándares simplemente de supervivencia, admitiendo toda estruc­tura que posea la integridad suficiente para persistir y dejando libre el camino para que siga un curso cualquiera con la única restriccicin de que deba mantenerse viva. Las estructuras, pues, no persisten ptjrque se acome)den a un "diseño", sino simplemente porejue sem viables {ibid., p. 196).

Lna consecuencia importante de este punte) de vista que no voy a tener tiempo de tratar, pero que creo es perfectamente coherente con él, es la posiEilidad de preguntarse acerca de la necesidad de con­tar con las representaciones mentales como elemento explicativo, en un enfoque explícitamente naturalista, de las actividades cog­nitivas. Pues si el concepto naturalizado de representación, a la Millikan, Papineau, y en general en los términos en que lo plantea la "biosemántica", está basado en una visión (me parece) erreinea (la visión prescriptiva en términos de optimización) del sentido del des­cubrimiento darwiniano de la ey^olución de las especies por selec­ción natural; y si, en consecuencia, no hay un concepto de 'función', en cuanto rasgej intrínseco natural, en el cual pueda apoyarse, enton­ces no parece que sea necesario seguir insistiendo en un enfoque representacionalista de los procesos cognitivos y, a fortiori, cn en­contrar una versicin naturalizada del concepto mismt) dc 'represen-tacicón' mental.

En estas condiciejnes, el programa que se presenta es el de buscar un enfoque ne> representacionalista, y sí plenamente naturalista, de aquello que el enfoque representacionaksta pretench'a explicar. Y creo que una excelente yda exploratoria está sugerida por la versión proscriptiva —que apenas he mencionado, es cierto—, y no pres­criptiva, de la selecckin natural.

B I B L I O G R A F Í A

DRETSKE, Fred (1981), Knowledge and the Flow of Information, Cambridge (Mass.): MIT Press.

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COMO EVITAR MATAR AL HOMBRE DEL PANTANO'

David Pap ineau

INTRODUCCIÓN

El experimento mental del hombre del pantane) ha persuadido a mu­chas personas a oponerse a la teoría teleosemántica de la representación mental. En este ensayo examinaré este experimento mental y algunos asuntos relacionados con él. Esto deberá conducir a un entendimien­to más claro del estatus y de la fuerza del enfoque teleosemántico. (Versiones de la teoría teleosemántica pueden verse en Dennett [1969, 1987]; Millikan [1984, 1993]; Papineau [1984, 1987, 1993],

LA TEORÍA TELEOSEMÁNTICA

La explicación teleosemántica estándar de la representación mental se puede anakzar en tres ideas:

1. Teleología. Hay representación mental cuando un estado cognitivo tiene el propósito de co-variar ceon algún estado de cosas (está diseñado para co-variar de ese modto, debe co-variar...). 2, Biología. Propósito (diseño, debe,...) que debe ser entendido en sentido biológico.

"How not to Kill Swampman", traducido dei inglés por Alejandro Rosas, Departamento de Filosofía, Universidad Nacional de Colombia.

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3. Etiología. El rasgo R tiene el propósito biológico P si y seilo si R está presente ahora porque algún mecanisme) de selección pasado favoreció a R en virtud de que hacía P.

Permítaseme explicar la tct>ría teleosemántica exponiendo suce­sivamente estas tres ideas.

1. Teleología. Fil problema de la representación mental se llama a veces el problema de "ser acerca de". ¿Ceimo puede una cosa repre­sentar, o ser acerca de, otra cosa?

Este problema es simplemente la transposicicin al ámbito mental del problema más familiar de la representación lingüistica. ¿Ceimo pueden las palabras, que tan sólo son patrones de somdt), o marcas cn el papel, representar cosas distintas de ellas mismas? I a respuesta natural a este problema lingüístico es que las palabras tienen signifi­cados porque las personas las toman como teniéndolos. La palabra banano representa bananos porque eso es lo que las perstinas pien­san. Pero esto neos conduce inmediatamente al problema de la repre­sentación mental. ¿Cómo puede un pensamiento ser acerca de bananos (y acerca de la palabra bananof

Ln primer intento de responder esta cuesttón podría consis­tir en una teoría causal simple de la representacicin. ¿Por qué no decir que el contenide) representacional de una creencia es la cir­cunstancia que típicamente la causa'? En esta explicación, mi creen­cia es acerca de bananos porque ella es típicamente causada por bananos. De manera similar, podemos decir que el cemtenido de un deseo es la circunstancia que resulta típicamente de él. Ali de­seo es deseo de bananos porque obtener bananos es el resultado típico del mismo.

Sin embargo, esta respuesta sufre fatalmente de la enfermedad conocida como "disyuntivitis" {cf. Fodor, 1990, pp. 63 ss.). La creen­cia de que hay un bananej frente a usted puede ser causada, nto sólo por un banano real, sine) también por un banano plástico, o por un holograma, etc. Así, según este intento de explicación, la creencia en cuestión debería representar un-banano-real-to-uno-de-plástico-o-cual-quier-cosa-que-se-tome-erróneamente-por-tal. Pero, obviamente, la creencia no representa esto.

Leo mismo sucede ctjn los deseos. Leos resultados que siguen a un deseo determinadt) no sólo incluyen al objeto real del deseo, sino también consecuencias inesperadas. La respuesta en cuestión implica que el objetto de cualquier deseo es la disyunción de su objeto real cejn todas las consecuencias inesperadas. Y, obviamen­te, ése no es su objeto.

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En este pun to se introduce la teleología. Podemt)s decir que el contenido de una creencia, la circunstancia que realmente represen­ta, no es s implemente aquella que la causa, sino aquella que debe causarla, aquella con la que la creencia debe, por raztmes de diseño, covariar. Ya que podemos supemer que mi creencia de que hay un banano frente a mí debe presentarse scilo cuande) allí hay un banano real, esta explicación cemduce a la concluskin deseada de que mi creen­cia es acerca del banano. Y de manera semejante, el objeto real dc un deseo puede ser explicado ce)me> el resultado que el deseo debe pro­ducir, en contraptosicicin a tode)s los demás resultados que preoduce tan sólo dc hecho.

2. Biología. Puede parecer que la sugerencia que acabo de hacer scilo intercambia una obscuridad pe)r otra. Acabe) dc sugerir que pode­m o s explicar la representación en funcitin de propósito. Pe ro , ¿qué hav de propósito come) tal (o, equ iva len temente , de deber causar t) estar diseñado para causar)? ¿No es esta noción tan obscura ceome) la noción de representacitin?

Natura lmente , hay una ne)dein familiar de propós i to , de acuer­de) con la cual un agente consciente diseña deliberadamente un plan e¡ un artefacto con la intención dc alcanzar un fin determinado, no­ción que podemos llamar "propeisito de un agente". Pero ella ne) se aplica aquí. Presumiende) que el creacionismo es falso, ningún agen­te consciente ha diseñado dekberadamente los mecanismos ccognitivos de los seres humane)s. En este sentido, estos mecanismos no tienen más propósitos que las piedras o las estrellas. (En cualquier cáseo, no sentiría aquí explicar los propósitos en cuanto intenciones conscien­tes, pues las intenciones dependen de los contenidos de las creencias y los de seos , y es p r e c i s a m e n t e la pos ib i l idad de es tos estadejs representacionales lo que quiero explicar aquí).

En este punto las teorías teleosemánticas recurren a la biología. El propósito del pelaje b lanco del oso pedar es camuflar al animal ante sus presas. La función de las glándulas mamarias es proveer de comida a las crías. Tenemt)s plaquetas en nuestra sangre con el fin de facilitar la coagulaciein.

E s t a s a f i r m a c t ó n e s n o s r e c u e r d a n q u e el u s o de neociemes i d e o l ó g i c a s es muv e x t e n d i d o en las c iencias b io lógicas . Tales neociones se invocan siempre que los biólogos analizan rasgos bio­lógicos desde el punte) de vista de sus funciones, de los efectos que deben produc i r . Aquí no hace falta recurrir a un d iseñador cons­ciente. Hube) un t i empo, hace algunos siglos, en cjue los cstudio-se)s de la historia natural eran, cn su mayoría, creaciejnistas. Aho­ra quedan muy p o c o s creac ionis tas , y, sin embargt ) , el d i scurso

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sobre funciones y propósiteos sigue siendo tan común come) leo ha sido siempre.

Los defensores de la teleosemántica proponen simplemente que aprendamos de los biólogos. Cuando decimos cjue cl propósito de las creencias es covariar con estados dc cosas específicos, o que los de­seos deben joroducir resultados específicos, estos giros han de enten­derse simplemente en el mismo sentido en cjue un biólogo habla de la función de un rasgo bioleógico.

3. Etiología. Pereo, ¿cuál es esc sentido? Puede que los biólogos gus­ten de usar palabras como propósito y fundón. Pereo su significado ne) es enteramente claro, ni tampoco lo es su respetabilidad filosófi­ca. Al fin al cabo, hav en verdad algo muy sospechoso en esta termi­nología aparentemente teleológica. Parece explicar rasgos actuales (pelaje blanco, por ejemplo) en términos de efectos futuros (invisible a las presas). Este tipo de explicacicin apunta a la dirección equivoca­da en el tiempo. Normalmente explicamos hechos presentes en fun­ckin de causas joasadas y no de efectos futuros. Si el discurso biológi­co sobre funciones y propeisitos nos ceompromete con explicaciones desde el futuro, entonces bien puede ser un cáliz envenenado, que el defensor de la teleosemántica haría bien cn rechazar.

Naturalmente, una manera de dar sentide) a tales explicaciones aparentemente invertidas, es interpretándolas cejme) apelando im­plícitamente a las intenciones previas de un agente o diseñador ceons-ciente. En ese caso, la explicación apunta otra \rez en la direccitin correcta, pe)rque las intenciones del agente preceden al objeto de la expkcación (aun si el efecto deseado ocurre de hecho posteriormen­te). Pero hemos dado por sentado que no hay diseñador consciente en el ámbito de lo biológico. De modo que esta manera de legitimar las nociones ideológicas no está disponible.

La salida estándar aquí es el recurso a historias de selección natural. En general, el uso de terminología teleológica en biología puede interpretarse como una referencia impk'cita a procesos pasados de selec­ción. Así, cuando se dice que el rasgo R (pelaje blanceo) tiene la función F (camuflaje), lo que queremos decir es simplemente que R está presen­te ahora porque al hacer F ayudei a individuos en el pasado a sobreytivir y reproducirse. De este modo, la explicación apunta en la dirección temporal correcta. Buscamos explicar el rasgo actualmente presente en términos de los procesos de seleccicin ocurridos en el pasado.

La -cazón de usar términos teleolcigicos en este contexto es presumiblemente cjue la selecckin natural trabaja dc manera seme­jante a un diseñador consciente. Su 'meta' es diseñar organismos que puedan sobrevivir y reproducirse, y escoge cualesquiera medios que

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ella 'crea' (ce>me> resultado del ensaye) y error) que son efectivos para lograrle). Esto no es, naturalmente, una analogía perfecta. Pero eso ne) importa, siempre y cuando recordemos que el discurst) sobre preopeisitos en biología debe traducirse finalmente en una referencia a procesos pasados de selección natural. Siempre y cuando tengamos clare) lo cjue queremos decir, sin importar mucho qué palabras em­pleamos para decirle).

Como pasa con la biología en general, eso mismo sucede con la teoría teleosemántica de la representactón. Defenscjres de la teleosemántica pretenden que su discurso acerca de los propósitos o fun­dones de las creencias y deseos se entienda también como una referencia implícita a procesos pasados de seleccieón natural. Decir, come) hice yo antes, que una creencia o deseo tiene el propósito de covariar con una circunstancia dada, debe interpretarse como atirmandt) que la creencia o desee) está ahora presente debido a los resdtados selectivamente ven­tajosos que produjo siempre que covarió así en el pasado.

liste) completa la explicacicin de los componentes 1- 3 en la teoría teleosemántica. Fin el enfoque teleosemántico, el recurso a nt)ciones como 'proposite)', 'deber' y 'diseñeo' se legitiman por referencia a historias pasadas de selección natural, como también se las legitinoa, ce>n buenos argumentos, en la biología en general.

Permítaseme mencionar un punto adicional antes de abordar cl problema planteado por el he>mbre del pantano. La teoría teleosemántica nt) necesariamente implica que toda representación mental es biológicamente innata. Quizá algunas creencias, ce)tne) las ocasionadas por serpientes o arañas cercanas, dependen de genes que han sido seleccionados para este fin. Pero la mavt)ría de creencias, como las referentes a automotores y tácticas de fútbol, no son innatas de ese mt)do. El defensor de la teleosemántica puede argüir que no toda selección natural es selección intergeneracional de genes. Tam­bién hay selecckin natural en el transcurseo del desarrollo individual (darwinismo neural), tjue ocurre cuando el cerciore) adquiere disposi­ciones a responder apropiadamente a estímulos específicos. En pa­trón determinado de cognición puede ser reforzado por la aprobación paterna u otras contingencias, precisamente cuando produce un com­portamiento apropiade) frente a la presencia de tal y cual circunstan­cia. Ce)tnt) resultado, la teoría teleosemántica considerará que dicho patrón representa esa circunstancia.

EL PROBLEMA DEL HOMBRE DEL PANTANO

Ahora explicaré quién es "el hombre dd pantano", y por qué plan­tea un problema para la teoría tclee)semántica de la representación.

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Imagínese que una descarga eléctrica golpea un trozo de árbol cn un pantane) de agua cenage>sa. Pf)r un se>rprendentc azar de la natura­leza, causa que algunas de las moléculas del pantane) se agrupen para formar un dupkcado físico perfecto dc David Papineau. Liste "hom­bre del pantano" es exactamente igual a mí en los detalles físicos. Desde la cabeza a los pies, lo componen exactamente las mismas moléculas, e>cupando todas los misme>s lugares relativos.

El problema para la teoría teleosemántica es obvie). Si el hom­bre del pantano es mi duplicado físico, la intuición indica cjue tam­bién será un duplicado mental. Presumiblemente compartirá mi entusiasmo peor el cricket, o mi creencia de que el sol tiene nueve planetas. Ne) obstante, su pe>sesie')n dc esos estados mentales repre-sentacionales es inconsistente con la teem'a teleosemántica. Pues la teoría teleosemántica considera que la representacicin se deriva de historias pasadas de selección natural, y el hombre del pantane) ne) tiene tal historia. Ningune) dc sus rasgos, y cn particular toingunt) de sus estados cognitivos, han sido seleccionados por las ventajas que ocasionaron en el pasack). El es, enteramente, una crcacitin del azar. Así, la teoría teleosemántica implica, contradiciendo a la in­tuición, que el hejmbre del pantane) no tiene estados representa-cionales.

Vale la pena tener claro exactamente le) que la teoría telee)semántica implica o ne> implica acerca del hombre del pantano. No impkca nece­sariamente que él no sea consciente. Ea teoría teleosemántica de la repre­sentacicin puede permitir que el aspecto cualitativo de la vida mental, el 'cómo es' de la vida mental, dependa enteramente del estado físico ac­tual y no dc la historia pasada. En la misma medida, puede permitir que el hombre del pantano comparta mis sentimientos, todos mis qualia. Pero no puede permitir que tenga estadt)s represcntacionales, estados que son acerca de algex La teoría teleosemántica debe negar que él com­parta mis deseos por la música y mis creencias acerca dc la astronomía, pues ella sostiene que estos estados requieren del tipo de historia de la que el hombre del pantano carece.1

Algunos filósofos contemporáneos, como Fred Dretske (1995), combinan la teoría teleosemántica de la representación con una teoría representacional de la conciencia. De modo ejue terminan por negar incluso cjue el hombre del pantano sea consciente. Encuentro difícil sostener seriamente que los estados cualitativos dependan de hechos externos a la cabeza. Aun así, no es obvio cuáles sean los argumentos contra esta posición, aparte de intuiciones en bruto, de modo que quizá debo reconsiderar el asunto. Afortunadamente, no tenemos necesidad de ahondar en este punto, pues nada de lo que aquí defiendo depende de una tesis acerca de la conciencia cualitativa.

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Hav una respuesta estándar a este problema. Defensores de la teoría teleosemántica responden que ella ne) pretende ser un ejem­plo de anáksis conceptual, sino que es más bien una reducción teóri­ca, semejante a la identificación científica de agua con H , 0 , o de temperatura con energía cinética promedio. Piste) debici estar claro desde un principio. Mientras que el común de la gente usa la nocicin cotidiana de reprcsentacicin para entender las creencias y los deseos como siendo acerca de otras cosas, esta nockin ejbviamente no exige que ellos piensen ceon ella en procesos pasados dc selecckin natural, pues pocas personas piensan en tales procesos, y aun menos los ase>-cian con la representación. De modo que la teoría teleosemántica sólo puede pretender ser una adición al pensamiento cotidiano, el tipo de adición que ne)s da la ciencia cuando identifica la naturaleza subyacente (H ,0 , energía cinética promedio) de un fencimene) al que el pensamiento cotidiano se refiere en términos más familiares (agua, temperatura).

Lna vez que vemos la tet)ría teleosemántica a la luz de esto, cl problema del hombre del pantano recibe una respuesta natural. Ya que la teoría teleosemántica no pretende capturar la estructura de la noción cotidiana de representación, no es un argumento contra esta teoría el que no esté de acuerdo con todas las intuiciones que resul­ten de esa noción. Las identificaciones teóricas usualmente refinan y mejoran las distinciones que pueden hacerse con las nt>ciones coti­dianas. FJna vez que sabemos que agua = H,(), e) que temperatura = energía cinética promedio, estamos en posición de corregir algune¡s de nuestros juicios preteciricos, pues ahora disponemos de una ma­nera nueva de determinar si líquidos incoloros e inodoros son real­mente agua, o si algo es realmente la temperatura que parece ser.2

Los defensores de la teoría teleosemántica arguyen cjue eso mis­mo pasa con la nt)ción de representación. Quizá la intuicicin cotidia­na nos dice que el hombre del pantano tiene estados represen-tacionales. Pero la teoría teleosemántica considera que estas son intuiciones cotidianas erradas, y que son mostradas come) tales por nuestra comprensión teórica mejorada. El he)mbre d d pantano es en esto análoge) a un líquido que a primera vista parece ser agua,

Naturalmente, si los juicios teóricamente apoyados varían demasiado respecto de los judos cotidianos, se vuelve cuestionable que la explicación teórica deba ser vista como una reducción del concepto cotidiano, en lugar de ser más bien una eliminación, al modo como, por ejemplo, la medicina moderna ha eliminado nociones como 'colérico' y 'sanguíneo7. Pero es obvio que en principio hay espacio para que ana reducción teórica efectúe una corrección de juicios cotidianos, sin tener que convertirse en una eliminación.

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pero que resulta ser, después dc un anáksis químice) cuidadoso, otra sustancia distinta. Así como la teem'a química nos puede mostrar que algo que parece ser agua ne> lo es cn realidad, así también la teoría teleosemántica nos puede mostrar que seres que aparentemente representan, come) cl hombre del pantane), en realidad ne) lo hacen.

Así es come) ve> mismo he respondido en el pasado. Pero re­cientemente he cambiado de parecer. Durante algún tiempo los estudiantes dc mi Departamento de Filosofía del King's College London me han estado presionando acerca del hombre del panta­no. Yo he resistido, pere) recientemente uno de ellos, Eilert Sundt-Ohlsen, planteó una dificultad que no supe responder. "¿Qué hay del niño del pantano? —preguntó—. ¿Qué diría usted de los niños dd pantane)?". Pensé inicialmente que estaba preguntando si la teoría teleosemántica permitiría que jóvenes del pantane) adqui­riesen estados reprcsentacionales como resultado de selección neural ontogénica durante su desarrollo individual, y comencé a darle vueltas al asunto.

Pere) Eilert tenía en mente un asunte) más simple. "¿Qué hay-de matar a un niñe) dd pantano? ¿No tendría usted que decir que esto estaría bien? Su teoría parece implicar que, por inocente que sea la je>ven criatura, tendríamos derecht) a matarla con el fin de obtener carne".

Inicialmente pensé que había una sakda e>bvia, derivada de lo que se dijo anteriormente acerca dc la conciencia cualitativa. "Mire, ¡a teoría teleológica ne) niega que el niño del pantano pueda tener con­ciencia, aunque le niegue estados representacionales. Es por ese) que nto es correcto matarlo".

Pert) Eilert me llevaba la delantera. "Quizá usted podría argu­mentar así si fuese vegetariano. Pert) la mayoría no acepta cjue la conciencia cualitativa sea una raze'm suficiente para no matar a un animal. Sin duda, las vacas y los cerdos tienen algún tipo de concien­cia sentiente. Pero la mayoría piensa que esto no significa que sea incorrecto matarlos, siempre y cuando lo hagamos rápidamente y sin producirles dolor. Le) que hace que matar a determinadas criatu­ras sea incorrecto, es su sentido dc sí mismas, sus planes y proyectos para el futuro, el hecho de tener ese tipo de vida que se disfruta cuando ellas alcanzan sus metas. Vacas y cerdos presumiblemente carecen de todo esto, razein por la cual la me>rakdad ortodoxa permi­te que se los mate. Pero según su teoría, las gentes del pantane) tam­bién carecerían de todo este), pues no tienen estados representacionales con qué hacer planes. Así, su teem'a debe clasifi­car a las gentes del pantane) junto con las vacas, come) seres semientes, pero sin idea del futuro, y permitir que se les mate".

Esta objeción me sacci de curso. Argumentar en abstracto que a una buena teoría de la representacitin se le debe conceder primacía sobre las intuiciones cotidianas acerca de las capacidades mentales del hombre del pantane) es una cosa. Pero si se ne)s obüga a tener en cuenta las consecuencias éticas, come) lo hace la pregunta de Eilert, parece que el argumente) ne>s lleva a una conclusión equivocada.

Si nos topáramos con un niño del pantano, sería e)bviamente incorrecto matarlo. Este es el punto básico de la pregunta de Eilert y concedo que su moralidad es incuestionable. Aun cuando sea co­rrecto, por ejemplo, matar cejrderos, ne) sería correcto matar niños del pantano.

Fin este casto, la tet)ría teleosemántica estaría en graves proble­mas. Pues ella está obligada a considerar a k)s niñe>s del pantano come) a seres semejantes a las vacas, más que a los seres humanos. Aunque puedan ser semientes, carecen, de acuerdo con la teleosemántica, del tipo de estados representacionales que harían que fuese indebideo matarlos.

En la seccicin final de este ensayo defenderé la versión de la teleosemántica con la que comencé, que incorpora las tres tesis (1-3), y por tanto permeneceré firme en la conclusicin de que las gentes del pantano carecen de estados representacionales. Sin embargo, sosten­dré que de ello no se infiere que esté permitido matar gentes del pantano. Esto es posible si logramos mayor claridad en cuanto a que la teleosemántica es la reducción teórica más adecuada de nuestro concepto cotidiano de representacitin

No obstante, será útil abordar este asunto cxpLrando antes una respuesta diferente al reto dc Sundt-Ohlscn. lista consiste en aban­donar la premisa etiológica 3, y buscar una versión de la teleosemántica en la que la posesiein de funciones en general, y de representación en particular, nt) dependa de una historia de selec­ción natural. Ne) cree) que este) en realidad funcione. Pero será de gran ayuda ver por qué.

FUNCIONES PROSPECTIVAS

La primera sugerencia es, entonces, abandonar la idea de que las fun­ciones biológicas dependen de una historia selectiva como lo requie­re la premisa 3. Si podeme)s mcjstrar que la funcitin de un rasgo de­pende de lo que éste hará en el futuro, más bien que de lo que hizo en el pasadeo, el problema planteado por el hombre del pantane) des­aparece. Pues este, presumiblemente, se compe)rtará come) ye) en el futuro, y así, según este nuevo enfoque, compartirá todas mis fun­ciones biológicas, incluyendo mis funciones de representacitin.

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Pista salida no sería tampoco ad hoc. Muchos autores han defen­dido estas funciones 'hacia adelante', o prospectivas, como una ex­plicación general de las funciones biológicas, sin tener presentes asun­tos relativos a la teleosemántica o al hombre del pantane).

De acuerdo ce>n estas teorías prospectivas, el rasgo R tiene la fun­ción F, si v sólo si R será seleccionado en el futuro en virtud de hacer F. (Compárese esto con el análisis eüAlógico 'hacia atrás', según el cual R ha sido seleccionado en el pasado cn virtud de hacer F).

El atractivo de esta expkcaciein prospectiva es precisamente que per­mite atribuir funciones a rasge>s que carecen de una historia selectiva. Defensores de la teoría prospectiva sostienen cjue hay muchos ejemplos de rasgos que no surgen de ptocesos pasade>s de selecckin, pero que aun así cumplen una función. Pe)r ejemplo, considérese al primer e>rganis-mo en adquirir un rasgo útil pe>r mutación, come) la primera cebra en tener un gen mulante para piel rayada. Al surgir inicialmente por muta-ciein, este rasgo ne) tiene una historia selectiva. ¿Pero acaso queremos negar que tenga una función? ¿Queremos acaso negar que las primeras rayas tienen la funcitin dc camuflar a la cebra cjue las tiene?

Considérese también algún rasgo cjue deviene útil pe>r un cam­bie) súbito en el entorno. Imagínese cjue el clima se calienta repenti­namente y que de ahí en adelante las grandes orejas de los elefantes sirven para la termorregulacicin, aunque ne> habían sido selecciona­das con esc fin. ¿Ne) tcndríame)s que decir, a partir del momento en que cambia el entorno climático, que las e)rejas grandes tienen la función de refrigerar a los elefantes, aun cuando no hayan sido selec­cionadas para este efecto beneficioso?

Como dije, explicaciones prospectivas han sido defendidas inde­pendientemente dc una preocupación por la teleosemántica. Y no obstante, para aquellos interesados en ella, ofrecen una soluciein in­mediata al problema planteado por el hombre del pantane). Si las funciones biológicas dependen dd futuro y no del pasado, entonces podemos preservar la tesis 1: que la representackin es cuesticin de propósito, y también la tesis 2: que propósito se debe entender como se entiende función biológica, y simplemente tenemos que abando­nar la idea 3: que las funciones biológicas dependen de procesos dc selección en el pasado. Y una vez que hemos abandonado la idea 3, ya no hay razón para concluir que el he>mbre del pantano carecerá de la capacidad de representar que vo poseo.

Desafortunadamente, hay argumentos fuertes contra la idea dc que las funciones biológicas sean prospectivas. (Quizá ésta es la ra­zón por la cual ningún defensor de la teleosemántica, hasta donde ye) sé, ha recurrido a esta idea para resolver el problema del hombre del pantane)). Mencionaré aquí los dos argumentos más destacados.

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1. Fn primer lugar, las funciones prospectivas no explican los rasgos cjue las ejemplifican. Recuérdese que la virtud fundamental de la explicación etiológica dc las funciones es que resuelve el apa­rente misterio dc cómo un rasgo (por ejemplo, el pelaje blanco del cose) polar) puede ser explicado peor algo que al parecer ocurre poste­riormente (camufla al oso). Como expliqué antes, la teoría etiológica es retrospectiva. Considera que esta apariencia de causacitin inverti­da es una ilusión, y arguye que las explicaciones funcionales deben, en cambio, ser entendidas comeo refiriéndose 'hacia atrás' a procesos pasados de selección natural, que dan origen a rasgos presentes me­diante procesos normales de causación.

Las teorías prospectivas de la función no comparten esta virtud. En la medida en cjue entienden las atribuciones de funcitin como afirmaciones acerca de io que sucederá en el futuro, abandonan la pretensitin de mostrar córneo dichas atribucicones pueden explicar leos rasgos que realizan esas funciones. Este punto es ocasionalmente obscurecido cem la observación de que las funciones prospectivas tie­nen en realidad alguna fuerza explicativa: expkcan dc hecheo por ejué ciertos rasgos prevalecerán en el futuro, señalando los efectos que les darán una ventaja selectAa. Pero aunque esto es cierto, nt) es lo mis­mo que explicar por qué esos rasge>s va están presentes, sino que tan sólo es la prediccicin de que prevalecerán.

Los ejemplos usados para defender la teefoa prospectiva de las funciones aclaran este punto. Ttimese el ejempk) dc la primera cebra ceon rayas. Podemos predecir que las rayas se difundirán entre las cebras sobre la base de la afirmación prospectiva de que las rayas camuflan a las cebras. Pert) esta afirmación no explica peor qué la primera cebra tiene rayas. Tiene ravas no porque éstas tengan un efecto de camuflaje. Por hiptitesis, tiene rayas debidt) a una muta­ción afortunada, que ocurrieó independientemente de cualquier efec­to de camuflaje ulterior.

Lo mismo vale para el caso del elefante. En el mtmientt) dc presentarse el cambie) climático, simplemente no es cierto que los elefantes tuviesen orejas grandes con el fin de ayudar a su termorre-gulaciein. Eos hechos acerca de esta termorregulación futura nos permiten predecir que las orejas grandes prevalecerán entre los ele­fantes. Pero nuevamente, por hiptitesis, las orejas grandes están presentes ahora nt) peor esta razón, sino por algún proceso pasado de selección.

Supongo que un defensor de la teem'a prospectiva de las funcio­nes puede resptjndcr que la atribución de funciones a rasgos específi­cos no es necesariamente explicativa de la presencia de esos rasgos. Puede sostener que una cosa es explicar funcitmalmente un rasgo R,

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diciendo que está presente porque realiza una funcitin F. Otra cosa, en cambio, es meramente atribuirle una funcitin, diciende) que T, de hecho, funciona para producir el efecto F. Esta defensa de la teoría propectiva concedería que las explicaciones en términos de efectos nos exigen retroceder a historias pasadas de selecciein natural, insis­tiendo, en cambio, cjue las meras atribuciones de funcitin no se refie­ren a tales historias, sino tan scilo a efectos futuros.

El asunto en disputa es, entonces, si la consecuencia explicativa es intrínseca a las atribuciones de íunciein, como mantendrán los defensores de las funcieones retrospectivas, ej si la explicacicin es ex­trínseca a la atribución de función, dc acuerde) ce>n la teejría pros­pectiva. No creto que haya un argumento contundente para decidir esta cuestkin. Pero yrale la pena ne)tar que la consecuencia explicativa es leo que hace que el concepto de funcitin sea filosóficamente intere­sante. Fis precisamente porque podemos, en apariencia, expkcar algu­nas causas joe)r sus efectos funcionales, que los filósofos se han intere­sado tanto en cl concepto de funcitin. Y es precisamente la capacidad del análisis rctrospectiyfo de aclarar este curioso fenómeno, lo que ha persuadidt) a tantos filósofos a favorecer la teoría retrospectiva. Aun así, hay campo para sostener que la consecuencia explicativa no es parte d d concepto biológico de función, sino sólo algo que lo acompaña, especialmente en esos casos en los que sucede que la fun­ción prospectiva ha sido importante en la historia de selecciein natu­ral de algún rasgo.

Si valen de algo mis intuiciones, ellas me dicen que el concepto biológico estándar de función nos compromete, en efecto, con una tesis explicatiy^a, y que las primeras rayas dc la cebra ne) tienen la función dc camuflarla, así como tampe)ce) las orejas del elefante tie­nen la funcitin de termtjrregulaciein antes de haber sido selecciona­das para ese efecto.

2. Volvamos ahora a la segunda objeción a la teoría prospectiva dc la funcitin. Supeingase que preguntamos: ¿Exactamente en qué entorne) es necesario que el rasgo R produzca el efecto F, para que F valga ctomo la función de R? Según la teoría prospectiva, la 'respuesta es, presumiblemente, el entorno futuro, aquel entorno que el rasgo habitará de ahora en adelante. Sin embargo, si entendemos esto lite­ralmente, como significando el entorne) futuro actual, es fácil pensar cn contraejemplos a la teoría prospectiva.

Tómese el caso extremo cn el que un cometa impactará en la Tierra dentro de untos minutos, destruyendo toda forma de vida. Se sigue entonces que ningún rasgeo de ningún organismo tiene una fun­ción, pues ninguno tiene efectos que sean útiles en el entorno futuro actual. Pero esto es ciertamente falso. Pues el pelaje del oso polar

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sigue teniendo la función de camuflarlo de su presa, aun en el caso de que la Tierra haya de ser destruida en cinco minutos.

La teoría prospectiva podría apelar a varias salidas. Podría decir que el rasgo R tiene la función F si ha de ser seleccionado por produ­cir F en aquellos entornen futuros (posiblemente no actuales) donde F sea de utikdad. Pero esto hace que la funcionalidad sea muv fácil, pues termina afirmando de casi cualquier efecto F que es una fun­ción de R. Alternativamente, la teoría prospectiva podría intentar identificar un rango natural de entornos, y afirmar cjue el rasgo R tiene la funcitin F si puede ser seleccionade) pejr producir F en entornos naturales futuros (posiblemente nt) actuales). Sm embargo, si natural se refiere al entorno históricamente típico de la especie, esta sugerencia simplemente termina identificándose con la teoría etiológica retrospectiva.

Si la teoría prospectiva de la función ha de evitar volverse yracía, manteniéndose, empero, distinta de la teoría etiológica, la única sali­da seria es kgar las funciones a los entornos futuros actuales. Pero el costeo es la ceonsecuencia altamente contraintuittva, de que ningún rasgo natural tendrá ninguna función en el caso de que la Tierra haya de desaparecer en un futuro próximo.

PROSPECCIÓN Y EXPLICACIÓN DE LA ACCIÓN

Quizá la teoría prospectiva de la función neo sea un buen análisis dd concepto biológico de funciein por las dos razones que acabo de dar. Pero aun así, proporciona una noción perfectamente clara cn sí mis­ma. No hay nada obscuro en la noción de un efeetto F pe)r razeón del cual un rasgo R será seleccionado en el entorno futuro actual. Quizá estas 'funciones' no siempre expliquen kos rasgeos que las tienen, y quizá no habrá tales 'funciones' justo antes del fin del mundo. En esta medida, estas 'funciones' se diferencian de sus homólogos bio­lógicos. Pero aun así, están perfectamente bien definidas.

Siendo esto así, ¿por qué no procede la teleosemántica simple­mente a emplear este concepto prospectivo? Después de todo, la teleosemántica nt) es un anáksis conceptual de algún aspecto del pen­samiento cotidiano. Pretende más bien ser una identificación teóri­ca de la naturaleza subyacente de la representación. Tiene, entonces, derecho a emplear cualquier noción que necesite para hacer esta iden­tificación, como por ejemplo el concepto no-estándar de funciein definido peor la teoría prospectiva.

Como soporte inicial de esta medida, nótese que las 'funciones' prospectivas, aun cuando no son funciones en el sentido cotidiano, proporcionan una solución al problema del hombre del pantane).

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Una teoría teleosemántica que incorpore 'funciones' prospectivas tendrá la ventaja de implicar que las gentes del pantane) reprcsciotan exactamente del mismo modo comeo leo hacen las personas comunes v ce>rrientes.

Adicionalmente, parece haber una segunda razein independiente de la anterior para ligar la representacitin a las funciones prospectAas más bien que a las retrospectivas. Después de todo, la razón dc atri­buir estade>s cton contenidos representacionales a los seres inteligen­tes es, presutniblementc, la de permitirnos predecir y explicar las acciones actuales que realizan como resultado de encontrarse en tales estados, listo hace que parezca natural que los contenidos de los es­tados representacionales dependan dc los efectos que produzcan en el futurt) —es decir, de sus funciones prospectivas— y nt), en cam­bio, dc hechos retrospectivos acerca de los efectos cjue condujeron a su selección en el pasado.

Aclaremos esta segunda línea de argumentaciein, pues ella será importante en lo que sigue. Empieza con la idea de que los estados representacionales son pertinentes porque dan origen a las acciones. Ésa es la razón de que ne>s interesen tanto los estados representacio­nales. Nos permiten anticipar y entender lo que los agentes hacen. Debido a esto —sigue el argumento— es de esperarse que los estados representactónales se clasifiquen cn función de sus efectos futuros. Si nuestro principal propósito al postular estados representacionales es anticipar lo que se seguirá de ellos, ¿neo es natural que los quera­mos clasificar por sus resultados futuros, más bien que por los pasa­dos?

Fin la sección siguiente quiero mostrar que esta línea de argu­mentación es demasiado apresurada. No negaré que el propósito central de atribuir estados representacionales a los e>rganismos es el de predecir y explicar sus acck)nes posteriores. Pert) aún así, negaré que este) implique que la representación se entiende mejor en térmi­nos de funciones prospectivas. Al contrario, la prediccitin y explica­ción de la aeckin estará mucho meje>r manejada por una ne)cicin de representación basada en el análisis telcosemántico retrospectivt) original. Dicho brevemente, representaciones retrospectivas son mejores que representaciones prospectivas a la hora de entender cl comportamiento futuro. Fisto puede parecer paradójico, pero con­fío cn que no lo parecerá tanto después de la sección siguiente.

Dado que defenderé entonces la versión etiológica original de la teleosemántica, me veré enfrentado una vez más al problema del hombre del pantano. Sin embargo, en la sección final estaré en capa­cidad de mostrar cómo una línea de respuesta altcrnatiyra puede re­solver este problema.

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DISEÑO, BENEFICIO Y ACCIÓN

La conexión entre los estados con contenido representacional y las acciones subsiguientes se mencrona a menudo, pero neo siempre se la enriende correctamente. Creo que la siguiente es la mejor manera de verla. La atribución de creencias y deseos a un agente racional nos dice dos cosas.

E n p r imer lugar, nos indica los recursos de comportamiento cjue serán adoptados por un agente. Si suponemos que los agentes tienen uto rango de compor t amien tos bajo su cont ro l , cosas que pueden hacer a voluntad, entonces el conocimiento de sus creencias y de­seos ne)s dirá cuáles de estos comportamientos serán realizados por ellos. Por ejemplo, si usted desea helado y cree que hay helado en el refrigerador, usted caminará hacia cl refrigerador.

En segundo lugar, el ceontenido dc las creencias y deseos nos dice también los resultados finales que logrará un agente, si todo sucede de acuerdo con lo planeado. E n particular, cl contenido del deseo especifica los resultados ulteriores de la aeckin en los casos en los que las creencias per t inentes son verdaderas . D e m o d o que en el ejemplo dado anter iormente, si usted está en lo cierto al creer que hay helado en el refrigerador, no scilo sabemos que usted caminará hacia el refrigerador, sino también que obtendrá helado al llegar allí.

Si atendemos a los hechos sobre nuestro sistema de toma de decisio­nes, encontraremos buenas razones para preferir una versión retrospec­tiva de la teleosemántica a una versión prospectiva. E n principio, la teleosemántica sería viable con un análisis prospectivo del concepto de función, clasificando nuestro funcionamiento psicológicto en fun­ción de los efectos futuros que nos beneficiarían en nuestros entornos futuros actuales. Pero creo que se puede mostrar que una teoría de esa naturaleza nos daría un manejo muy pobre de nuestras actividades actuales comparado con el que nos da la teleosemántica retrospectiva, cjue clasifica nuestro funcionamiento en función de los efectos que he­mos sido diseñados para producir por procesos de selección pasados.

La razón de esto es que la toma de decisiones humana es un meca­nismo intrincado. E n primer lugar, se supone que creencias y deseos se combinan internamente para generar la elección de medios. Luego, suponiendo que las creencias funcionan como se debe —es decir, que están presentes en las circunstancias que las hacen verdaderas—, esta elección de medios producirá el resultado que cl deseo debe producir. Sería asombroso que los seres humanos funcionaran de hecho sigmen-do este modelo si neo hubiesen sido diseñados para ello. Sería como encontrarse con algo que funcionara exactamente como una bicicleta sin haber sido diseñado para ese fin. Por eso pienso que no es una

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buena idea desarrollar la teletosemántica con el concepto prospectivo de función. Estaríamos considerando a los humanos como encarnan­do una estructura para la que no fueron diseñados. Sería semejante a querer ver una rueda hiladora como si fuera una bicicleta, esperando con ello entender su funcionamiento.

Para apreciar bien este punte), conviene notar que ni siquiera una teleosemántica retrospectiva nos da un manejo petfecto de las activi­dades humanas. Sucede comúnmente que cl sistema humano de toma de decisiones ne) funcieona de acuerdo con su diseño. Fin particular, los humanos a menudo tienen deseos que ya no producen efectos beneficiosos en el mundo moderno. Trabajos recientes en psicolo­gía evolucionista se han encargado dc destacar este) (Barkow, Cosmides y Tocoby, 1992), Los psicólogos evolucionistas enfatizan cjue nuestros mecanismos dc gcncraciein de ceomportamiento y pro­cesos de formación de creencias fueron diseñados para funcionar en entornos específicos propios de nuestra historia evolutiva, y por ello a menudo nos descaminan cn cl ct)mplejeo mundo moderno.

Pero aunque la psicología humana no siempre logra los resulta­dos para los que fue diseñada, no se sigue de ahí que obtendremos mayor éxito predictiyrt) y explicativo de nuestras actividades viéndo­nos ce)tne) mecanismos que operan con miras a lo que traerá benefi­cios en nuestro entorno futuro actual. Aun si la rueda hiladora que intentamos entender está mal diseñada, no la entenderemos mejor si imaginamos que es una bicicleta.

Imaginemos cómo sería una teleosemántica prospectiva. Presumi­blemente, atribuiríamos contenidos a los deseos identificandeo los re­sultados beneficiosos a los que actualmente dan origen. Así, atribui­ríamos contenido a las creencias identificando las circunstancias en las cuales la aceitones originadas en ellos producen esos resultados benefi­ciosos. Imaginemos ahora que esto conduce a una atribución de con­tenido que difiere de la teleosemántica retrospectiva. Por ejemplo, en la teleosemántica prospectiva el 'contenido' nutritivo se atribuye al deseo que en el pasado fue seleccionado porque incorporaba cosas dulces a nuestra dieta, debido a que en cl entorno moderno, en demde los dulces no-nutritivos son muy comunes, este deseto sólo tiene efec­tos beneficiosos cuando el alimento ingerido es realmente nutritivo, y no simplemente dulce, como en el entorno pasado. Así también, las creencias diseñadas para rastrear lo dulce serían reinterpretadas como representando nutritivo. Tendríamos entonces un nuevo sentido de cómo debe funcionar esta porción de nuestros mecanismos psicoltógi-cos. Nuestras creencias deben corresponder a lo nutritivo, y combi­narse así con nuestro deseo de algo nutritivo con el fin de hacernos ingerir aumentos sólo en los casos en que ston realmente nutritivos.

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En efecto, podríamos vernejs de este mt)do, y esto neis permitiría en ocasiones 'explicar' nuestro éxito en obtener nutrientes, como resulta­do dc nuestro deseo de lo 'nutritivo' y de creencias 'verdaderas' acerca dc lo 'nutritivo'. Pero esta perspectiva prospectiva en teleosemántica tendría que interpretar los casos frecuentes en los que este deseo y las creencias concomitantes conducen a cosas dulces no-nutritivas como una especie de ruido, que indica un mal funcionamiento que no puede1

ser interpretado dentro de la perspectiva teleosemántica. Aquí el punto de vista prospectivo es claramente inferior al retrospectivo, pues los seres humanos tienen más éxito obteniendo cosas ddees que obtenien­do cosas realmente nutritivas, razein por la cual la teoría prospectiva 'expkca' mucho menos que la retrospectiva. En general, nuestros meca­nismos psicológicos, a pesar de sus imperfecciones innegables, son me-je>res obteniendo resultados para los que fueron diseñadt)s, cjue resulta­dos para los que no fueron diseñados. Regresando a nuestra analogía, puede haber circunstancias en las que una rueda hiladora mal diseñada puede ser beneficiosamente usada como bicicleta. Pero esto neo significa de mngún modo que se la entenderá mejor si se le atribuve esta función, más bien que la función para la que fue diseñada.

EL HOMBRE DEL PANTANO RESLELTO

En la sección anterior sostuve que una teleosemántica retrospectiva proporciona una herramienta más apropiada para entender la ac­ción humana que una teleosemántica prospectiva. Si el propósito de las nociones representacionales es permitirnos entender el compor­tamiento humano, el análisis de la representacitin en función de di­seño pasadt) cumple mejor con esta exigencia que un análisis en fun­ción dc beneficio futuro.

El presupuesto subyacente de este argumento es que los sistemas naturales reales, incluyendo los seres humanos, nt) despliegan un com­portamiento complejo orientado a su bienestar a no ser que hayan sido diseñados para ello por procesos pasados de selección natural. Podremos identificar actividades ce)tnplejas de esa índole atendiendo a tales procesos pasados de selección. Además, este enfoque retrospec­tivo nos pondrá en capacidad de ubicar aquellas actividades que co­rresponden al diseño por selecckin natural, pert) que ya no contribu­yen al bienestar. De este modo, cl enfoque retrospectivo abarcará todos los casos cubiertos por el enfoque prospectivo, además de muchos que éste último no puede cubrir, y por eso es claramente preferible.

Notemos ahora cómo este argumento depende de que las gentes del pantano nt) son habitantes normales del mundo actual. Si las gentes del pantano fuesen comunes, esto falsearía el presupuesto de la sección an-

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terior, a saber, que el ctimportatniento complejo de autoconservación es siempre el resultado de procesos pasadejs dc selecciein. Pe)r hipeitesis, las gentes del pantane) se compt)rtarán ce>mo el resto de nosotros, aun­que ne) hayan sido diseñadas por la selecciein natural. De modo que si las gentes del pantano fueran la ne)rma, y quisiésemos un análisis de la re­presentación que nos permitiese capturar su comportamiento, tendría­mos que adoptar una versión prospectiva de la teleosemándea, o dc lo contrario no podríamos ver su comportamiento come) generado por creencias y desee)S con contenido representacional.

Pere) las gentes del pantane) no son actuales. No hay gentes del pantane) en el mundo actual. Puede haber mundos posibles en donde seres complejos aparecen frecuentemente por azar. En realidad, ni siquiera estoy seguro dc esto. Serían mundos muy extraños, ce>n una estructura causal misterk)sa, que bien puede no ser posible en abso­luto. Pereo no ne>s detcngame)s aquí, pues la afirmaciein impértante es que las gentes del pantane) nt) son actuales. Siendt) esto así, una teoría de la representacitin cn el mundo actual puede pasarLs por alto. Como dije, si las gentes del pantano fuesen comunes, necesita­ríamos una teoría diferente dc la representacitin. Pert) come) están las cosas, una teoría teleosemántica retrospectiva nos da la mejor explicación de la representación en cl mundo real.

Cuando abordé, al comienzo de este ensayo, el problema del hom­bre del pantane), dije que ias intuiciones problemáticas st)bre las gen­tes del pantane) pueden ser invalidadas, dade) que la teoría teleo­semántica pretende ser una reducción teórica más que un case) dc análisis conceptual. Pero ahora podemos ver que incluso esta posi­ción concede demasiado al hombre del pantane). Dadej que las gentes del pantano no son de este mundo, las intuiciones acerca de ellos no son simplemente refutables, sino incluso no pertinentes.

Imagínese a alguien que intenta argumentar contra la teoría de que el agua es H ,0 , señalando que hay mundt>s posibles no-actuales en los cuales liquídeos inedoros, incoloros e insípidos ne) son H ,0 . Si él dijese que el munck) actual contiene un líquido ine)de)ro, incoloro e insípido que no es H O , tendría un argumento, aunque la teoría del H / 3 lo respondería diciendo que, ya cjue gran paite de la subs­tancia acuosa es H , 0 , es mejor ver a esta otra sustancia come) un líquido distintt) al agua. Es decir, la teoría del H , 0 ptdría sostener que la intuicitin según la cual este otro líquido es agua debe ser invalidada en interés dc la simplicidad teórica. Pero si el argumento es simplemente que la substancia acuosa que no es H 7 0 es posible aunque no actual, entonces la teoría del H , 0 no necesita invalidar ninguna intuición. Puesto que seilo pretende ser una teoría de nues­tra agua, por así decir, y no dc toda substancia acuosa, substancias

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acuosas que no son F1,0 en otros mundos pt)sibles sem simplemente improcedentes para la teoría.

Esto es lo que yo debí decir originalmente sejbre el hombre del pan­tane). Puesto que la teoría telce)semántica pretende ser una explicación de nuestra representacitin, y no de todos los estados representacionales posibles, el ht)mbre del pantano es simplemente improcedentes. No se trata de un caso extraño que necesite ser invaHdado en interés de la simplicidad teórica. Siendo scilo un ser peosible y no actual, ne> puede tener ninguna influencia sobre el npe) de representacitin que tenemos en este mundo. Podcme)s decir que en un munde) pt)blade> por gentes del pantano, habría un tiptj distinto dc representacitin, un tipo que nt) dependería del diseño pasado peor la selección natural.

Ahora, finalmente, estamos en condiciones de responder a la ob­jeción de Sundt-Ohlsen acerca de dar muerte a los inocentes niños del pantano. En este mundo, supongamos, tenemt)S un principio moral simple a este respecte): scilo se puede matar a seres que carez­can de estados representacionales (si se hace rápidamente y sin cau­sar dolor). Pere) no es correcto aplicar este principie), restringido a nuestro tipo de representacitin, si estuviésemos en un mundo posi­ble habitado por seres con otro tipo de estados representacitmales.

Pongámoslo de este modo. En el mundo actual, pedemos tranqui­lamente dividir los seres en dos tipos: los que tienen representaciones como las concibe la teleosemántica retrospectiva, y los que nt) tienen representaciones. Y nos basta el principie) me>ral de que está permiti­do matar a los segundos, pere) no a los primeros. Pero si hemos de clasificar a los seres incluyende) los cjue pertenecen a mundos posibles no actuales, esta dicotomía simple no ne>s va a servir para formular un principio moral que los abarque también a ellos. Tendríamos que re­conocer la posibilidad de seres del pantane) que tienen estados representacionales que se analizan mejor en funcitin de una teleosemán­tica prospectiva; es decir, tendríamos que rcconexxr seres posibles con un tipt) de representacitin que difiere dc la nuestra. Lna vez que haya­mos adoptado esta dasificackin más ce>mpleja, pe)dremt>s sostener que tampt)co está permitidt) matar seres cem este tipo diferente de repre­sentacitin. St)n come) ne)sotros para propósitos morales, y difieren de los que no tienen representacitmes de ningún tipo. Así pues, como siempre sostuve, es claro que si ne>s encontramos con un niño del pantane) (aunque no sucederá), sería incorrecto darle muerte.

El principie) moral subyacente nt) es, pues, que ne) debemos matar seres ct)n nuestro tipt) de representacitin (aunque este principie) nos bastará en el mundo actual), sino más bien cjue nt) debeme)s matar seres ce>n estados representacionales, sean del tipt) que sean. La noción específica de representacitin que obtenemos dc la teoría teleosemántica

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resulta nt) ser una noción útil para pensar el problema moral. LTna noción más general de estático representacional, el tipo dc estado que compartimos con las gentes del pantano, es más adecuada para formu­lar principios metales que han de valer en todos los mundos posiLles.

Este» es consecuente ce>n el argumente) dado en la secciein anterior para preferir una reducción teleosemántica retrospectiva de las nocio­nes representacfonales. Pues esc argumento no dependía de considera­ciones iooe)rales transmundanas, sino de la cuestión de qué es lo más apropiado para permitirnos entender el comportamiento humane) en el mundo actual. Sigue, pues, siendo vákde) que, en un mundei en don­de k>s seres complejos son producto de la selecciein natural, pedremos explicar y predecir mejor su comportamiento usando nociones teleeosemánticas que los clasifican de acuerdo con su diseño evolutivo,

B I B L I O G R A F Í A

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E X P L I C A C I Ó N Y J U S T I F I C A C I Ó N :

H A C I A E L N A T U R A L I S M O

E N LA F I L O S O F Í A M O R A L

Alejandro Reosas

La ciencia cognitiva es el esfuerzo interdisciplinario de diversas cien­cias naturales y sociales por explicar el fencimeno de la cognición. Su presupuesto, atractivo para muchos filósofos contemporáneos, es que la mente es un fenómenco natural, y en última instancia físico. Este presupuesto se opone a la intuición dualista que dominó gran parte de la filosofía antigua y moderna, según la cual cualquier in­tento de explicación naturalista de la mente es, a priori, una empresa mal concebida. La intuición dualista ha perdido fuerza en algunos frentes, pero no se puede afirmar que haya desaparecido por com­pleto. Fin la filoseofía moral, peor ejemplo, su presencia es aún signifi­cativa. ¿Puede hablarse de morakdad, o simplemente de libertad, en el marco de una concepción naturaMsta de la mente y dc lo humano? Fuertes e influyentes tradiciones filosóficas leo niegan. LJna posición extrema es la de Immanuel Kant, para quien la existencia de Dios, la libertad trascendental y la inmortalidad del alma son presupuestos necesarios de la objetividad de las normas morales. Pocos filósofos defenderían heoy esta postura en lo que se refiere a Dios y la inmor­talidad del alma, pero un buen número sostendría que nuestras in­tuiciones conceptuales están a favor de la libertad trascendental. Dado que la idea de kbertad trascendental es la idea de una causakdad com­pletamente distinta de la que rige el mundo natural, este es un casto en el que una intuicitin conceptual de tipo dualista sirve de objeción al proyecto naturalista.

Es típico dc las filosofías que se oponen a priori al naturalismo recurrir a este tipo de intuiciones. Lna intuición relacionada con

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la anterior, que aún goza de fuerza contra el naturalismo, es la contrapcosición entre justificar y explicar, o entre razones y causas. A diferencia del casto de la intuición sobre la libertad, ella no parece apoyarse en ningún tipo de dualismo. Su fuerza contra el proyecto naturalista radica en que parece obvio que ningún pro­yecto explicativo, como el de la ciencia cognitiva, por ejemplo, puede contribuir en nada al problema de la justificación, ya sea que se trate de la justificación de las creencias o del comporta­miento. Peno aunque su trasfondo dualista nt) es aparente, quiero mostrar que la contraposición intuitiva entre explicar y justificar, en lo que respecta al comportamiento, es, por sí sola, inofensiva contra el naturalismo. Su fuerza contra el naturalismo depende de que se la interprete de antemano dentro de un marco ontológico dualista o cuasidualista, come) cl que anima al pensamiento de Kant.1

La distinción cjue contrapone justificar a explicar ha reapareci­do recientemente, como eobjeckin contra el naturalismo, a preopeó-sito del entusiasmo despertado en algunos autores peor el potencial de la ciencia cognitiva para transformar la filosofía moral.2 Contra este entusiasmo y contra el proyecte) dc naturalización implícito en la ciencia cognitiva, Virginia Hdd ha planteado una crítica ba­sada precisamente cn esa distinción. La crítica tiene dos aspectos. Su primer aspecto consiste en señalar que las explicaciones que pue­da proporcionarnos la ciencia cognitiva sobre el origen y las trans­formaciones de nuestras creencias y prácticas morales, cn nada pueden ayudar a resolver el verdadero problema de la filosofía moral, que es el de la justificación de las mismas. Las teorías de la ciencia cognitkva nto pueden aportar nada al problema de cuáles creencias o prácticas morales pueden considerarse justificadas y cuáles no. Lna cosa es explicar el origen y la transformación de las creencias,

Si bien Kant no fue un dualista en sentido estricto, compartía con el dualismo la idea de que ni el pensamiento ni la acción humana pueden explicarse en el marco dc una ontologia materialista. Pensaba más bien que el mundo material es una realidad secundaria y Fenoménica, cuyas leyes constitutivas no podrían nunca dar origen a la realidad del pensamiento. Al contrario, el mundo materia] y sus leyes tienen su origen y explicación cn una realidad más fundamental: la mente humana y sus formas de representación. Sobre este tema cf Alejandro Rosas, Kants idealistische Keduktion. Das Mentale und das Ylateriefle un trans^endentalen Idealismus, Würzburg: Kónigshausen und Neumann, 1996, Cfe Muid and Aloráis. Essajs on Ethics and Cognitive Science. L.Mav, M.Friedman, A. Clark (eds.), Cambridge (Mass); MIT Press, 1996.

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y ot ra d is t in ta es recomendarlas y justificar su leg i t imidad. H d d dice a este respecto lo siguiente:

Si la psicología moral es la psicología sobre cómo hacemos Jui­cios morales y desarrollamos acti tudes morales, entonces bus ­ca dar explicaciones acerca de cómo sucede esto. Ella deja sin abordar las cuestiones normativas acerca de si las posiciones alcanzadas son moralmente Justificables (701.

Refir iéndose luego a posibles apor tes concre tos de la ciencia cognitiva, H d d sostiene que puede arrojar luz sobre el papel de la empatia y de las emociones en el comportamiento y evaluación moral. N o s puede dar luces sobre los límites y alcances de dichos senti­mientos , sobre el carácter restringido y local, o extensivo y univer­sal de la benevolencia. Pero "la ciencia cognitiva puede hacer poco en cuanto a guiarnos al decidir cuan universalista debería ser nuestra teoría mora l " (80). De l mismo m o d o , aunque la ciencia cognitiva neos puede explicar cómo llegamos a tener la creencia de que debe­mos cumpkr los acuerdos pactados, "el conocimiento acerca de cómo hemos llegado a tener las creencias que tenemos puede ser útil, pero no puede po r sí m i smo responder preguntas mora les" (83). Y en cuanto a las explicaciones que la ciencia cognitiva puede ofrecer de los cambios de opinión en el ámbito de lo moral, Held insiste tam­bién en la diferencia entre explicar y justificar, ctomo se observa en su crítica de la propuesta dc Paul Churchland:

Churchland se refiere a la susti tución de u n prototipo por otro [...] Podemos hacer el intento de explicar cómo h a n acontecido es tas transiciones [...] Pero tales explicaciones no nos dicen si la sust i tución de u n paradigma moral por otro [...] tiene o po­dría tener justificación moral.

El segundo aspecto de la crítica de Held tiene que ver con la diferencia entre la explicación y la justificación de acciones, en cuan­to stometídas a evaluación moral. Alk' es aún más evidente, recordan­do la ant inomia kantiana, que una explicación naturalista deja pe>r fuera la kbertad, elemento indispensable en nuestra conciencia de la acción moral. Ella dice a este respecto:

La experiencia moral [...] exige que a s u m a m o s que podemos escoger entre alternativas de u n modo que no se puede subsumlr a priori bajo explicaciones científicas. [...] comparto el punto de vista [de Kant] según el cual la experiencia moral requiere de presupues tos que no pueden reconciliarse con la explicación

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causal en el sentido usual , y que esto no debería conducimos a abandonar la distinción entre las recomendaciones que pode­mos aceptar o rechazar y las explicaciones de lo que efectiva­mente hacemos. 3

Esta doble crítica de Held plantea retos bien definidos. N o pue­de negarse que, cn el caso de las acciones y creencias morales particu­lares, es distinto expkcar su existencia o su transformación, que jus­tificar su legitimidad. Hay casos de acciones o creencias morales particulares que no se pueden justificar, pero cuya ocurrencia o vi­gencia en un m o m e n t o dado tiene necesar iamente alguna explica-cieón. Precisamente cuando pensamos que alguna acción o creencia es injustificada —comeo nos sucede, pe>r ejemplo, con el nazismo—, intentamos darle una expkcación histórica o sociológica. Y es obvio que c o n elle) n o p r e t e n d e m o s dar u n a just i f icacicin. P e r o el natural ismo no tiene que negar esta distinción. E n lo que atañe a aceitones y creencias particulares, es perfectamente posible, dentro de u n - m a r c o naturalista, distinguir entre la explicacicin de su exis­tencia y la justificación de su morakdad. Fin defensa del naturaksmo, seguiré aquí la siguiente estrategia: mostraré primero que la contun­dencia de la objeción basada en esa distinción es ilusoria, y en reak-dad sólo válida si se presupone un contexto ontológico dualista para interpretar tanto la acción moral particular c o m o el contenido del imperativo moral básico. Para ilustrar esto, recurriré a la filosofía de Kant , especialmente a su filosofía moral, que me parece el ejemplo paradigmático del use) de la distinckin entre justificar y expkcar con­tra el naturalismo (sección I). L n a vez que eliminamos el contexto dua l i s t a y n o s s i t u a m o s en un m a r c o n a t u r a l i s t a , p o d e m o s reinterpretar en un sentido bien definido la distinción entre expkcar y justificar acciones joarticulares. Lo mismo puede decirse de la dis­tinción entre justificar y explicar creencias morales particulares (sec­ción II). Respecto a la justificación de las creencias morales básicas o del punto de vista moral en cuanto tal, el reto planteado por la obje­ción consiste en mos t ra r córneo el p royec to explicativo puede ser procedente . Es típico del naturalismo sostener que una explicación naturaksta de las creencias o actitudes morales básicas es toda la jus-

3 Esta cita y las antenotes remiten a Virginia Held, "Whose Agenda? Ethics vs. Cognitive Science", en May/Friedman/Clark, 1996, pp. 69-87. Con respecto a las teorías de Johnson dice Held: "La ciencia cognitiva no puede tecomendar una elección entre metáforas, aunque nos pueda ayudar a explicar por qué las elecciones que se hicieron fueron aceptadas..." (82).

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tiñcación que puede darse de las mismas.4 Aquí mi estrategia radica

en el intento de mostrar que toda justificación — n o sólo la naturalis­

ta—- toma en última instancia la forma de una explicación, y que una

justif icación especí f icamente naturalista es plausible si las reglas

morales se entienden como imperativos hipotéticos (sección III).

I

Kant es quizá el paradigma tradicional del uso de la distinción entre

just if icar y expl icar c o n t r a el n a t u r a l i s m o , t a n t o en el t e r r e n o

epistemológico como en eí de la filosofía moral. Contra el auge ac­

tual de la ciencia cognitiva y la decadencia de la epistemología tradi­

cional, Kant habría argumentado, como lo hizo contra Locke, que

la explicación causal y la descr ipción genética de los p rocesos que

sustentan el conocimiento no puede sustituir la tarea p rop iamente

epistemológica de justificar o dar ra^ón de la validez de un juicio. Las

investigaciones de Locke sobre el en tendimiento h u m a n o se ocu­

pan, según Kant, del quid facti^ del origen causal, y no de la validez o

Sin embargo, puede haber teorías explicativas naturalistas que se ocupan del conocimiento moral y que no logran mostrar la pertinencia de la explicación para la justiñcación. Me parece que en el caso de algunos de los autores que Held critica, como Paul Churchland y Mark Johnson, se trata precisamente de teorías con esta deficiencia (Paul Churchland, "The Neural Representation of the Social World", en May/Friedman/Clark, 1996, pp. 91-108, esp. 107; Mark Johnson, "How Moral Psychology Changes Moral Theory", ídem, pp. 54-68.) Su contribución al proyecto naturalista es mínima. Churchland y Johnson piensan que las ciencias cognitivas pueden contribuir a la filosofía moral con

'una investigación empírica y científica dc la naturaleza y la estructura de los conceptos morales básicos y del modo como razonamos con ellos. Ellos se limitan, en realidad, a aplicar al terreno moral investigaciones de psicólogos y lingüistas que cuestionan la idea tradicional de que los conceptos se definen por condiciones necesarias y suficientes (sobre todo Rosch, 1973, y Smith and Medin, 1981), lo que conduciría a desplazar la concepción metaétíca tradicional, que representa al conocimiento moral como un sistema de reglas, en favor de los prototipos o las metáforas. Sin embargo, no sólo no es obvio que la concepción metafórica o prototípica del pensamiento moral sea incompatible con la concepción tradicional de la moral como sistema de regias (Sterba, en May/ Friedman/CSark, 1996, pp. 248-249; 251-252), sino que tampoco parece que cl pretendido desplazamiento contribuya significativamente a la naturalización del concepto de valor o propiedad moral. Cabe aquí recordar un elemento clave de la metaedea naturalista en la tradición inaugurada por Hume, que la "metaédea cognitivista" de Churchland y Johnson no logra recoger. La epistemología moral de Hume se basa en su psicología de la acción, según la cual la razón, por sí sola, no puede ser causa de ninguna acción sin intervención de los deseos o intereses del agente. Este papel clave de la psicología de la acción está ausente en el modo como Churchland y Johnson aplican la ciencia cognitiva a la filosofía moral.

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legitimidad del conocimiento —quid juris—, mereciendo por ello el título de psicológicas o fisiológicas.'' En la actualidad, este argumen­to ha perdido fuerza. Después de la sugerencia de Quine de que la epistemología debe ser absorbida por la psicología, y de los análisis y/o las teorías causales y confiabjlistas del conocimiento y la justifi­cación,6 muchos epistemólogos reconocen va que la naturaleza de los procesos causales que intervienen cn la adquisición de creencias es pertinente para determinar su grado de justificación. Kant mismo apoyó, quizá inadvertidamente, esta línea de pensamiento, joues es sabido que su deducción trascendental contiene argumentos que in­tentan explicar la validez de los conceptos a joriori, postulando un origen de los mismos distinto al de la experiencia, a saber, en una ley intrínseca a los procesos mentales.' Dichos procesos son estudiados hov por la ciencia cognitiva. Y dado que no hay otro modo dc deter­minar la confiabilidad de un proceso cognitivo,que por el éxito ob­servado en la historia de su ejercicio, esto lleva al predominio del pragmatismo en epistemología. Así, aunque la epistemología natu­ralizada no se reduzca a una tarca puramente descriptiva y explicati­va, como lo es la tarea de la psicología, su componente normativo es pragmático; depende de prácticas epistémicas cuyo éxito esté debi­damente comprobado.

Un situación semejante en la filosofía moral sería bienvenida por un naturalista. Las normas morales podrían también fundamentarse en las prácticas morales fácticamente existentes, seleccionando las que sean más exitosas como medio para conseguir el propósito de la moral. La justificación de las normas morales dependería entonces de una explicación del fenómeno moral como subordinado a una función o un propósito; por ejemplo, la función de evitar o resolver conflictos en un mundo de agentes egoístas y recursos escasos. Una concepción de la moral que siga esta línea es plausible, pero es Kant —de nuevo— quien ha expresado con mayor énfasis una concepción de la filosofía moral opuesta a este pragmatismo. La filosofía moral debe exponer el principio moral en toda su pureza, resistiéndose

I. Kant, Kritik der reinen Vemunjt, § 13, en Werke in %ehn Bdnden, W. Weischedel (ed.), Darmstadt, 1983, Bd. 111 y IV. En adelante las referencias se dan en el cuerpo del texto con la paginación original de la segunda edición [KrY-B). W.v.O. Quine, "Epistemology Naturalized", en Ontological Relatipity and Other Essays, N.York/ London: Columbia University Press, 1969, pp. 69-90; Alvin I.Goídman , "What is Justifíed Belief", cn Liasons. Philosophy Meets the Cognitive and Social Sciences, Cambridge (Mass.): MIT Press, 1992, pp. 105-126, Patricia Kitcher ha desarrollado los aspectos explicativos del argumento kantiano en la deducción en Kant's Transcendental Psychology, Oxford, 1990.

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enérgicamente al espíritu pragmático de acomodar los principios mo­rales a la naturaleza humana y a las circunstancias empíricas de su actuar. Kant se opuso a este espíritu pragmático presente en diversas filosofías morales populares en su época, y veía en él la semilla de una irremediable corrupción de las costumbres.8

Las intuiciones dualistas o cuasidualistas que dominaron el pen­samiento de Kant se expresan especialmente en su defensa de la li­bertad trascendental. La idea de libertad trascendental implica que la acción humana nt) está determinada por causas naturales: requiere de una forma de causalidad de la razón que es distinta de la causalidad natural en cuanto es absolutamente espontánea. Kant entiende que la idea de una causalidad no-natural de la razón debe asumirse como presupuesto necesario de nuestra comprensión de las actitudes y los sentimientos morales. La imputación de responsabilidad, el repro­che y el arrepentimiento, sólo tienen sentido si se presupone cjue el agente, en el momento de su acción, pudo haber actuado de otro modo; es decir, que no estaba determinado a actuar como lo hizo. Esto es lo que se conoce como el análisis incompatibilista de la liber­tad y la responsabilidad, un análisis que declara la incompatibilidad entre la libertad de acción y el determinismo de la naturaleza. Es cierto que se pueden citar casos de comprensión cotidiana que con­tradicen este análisis: Cuando una persona se niega a un acto inmo­ral gracias a su sólido carácter, entendemos que su carácter la deter­mina y no le permite actuar de otro modo; y aun así, consideramos que su aceitón es libre y responsable. Pero este ejemplo no puede hacerse valer contra Kant. Su tesis de cjue la razón es una forma de causalidad, análoga aunque distinta a la de la naturaleza, le permite interpretar esos ejemplos como expresión del determinismo de la razón, que coincide con la responsabilidad y la libertad.

En efecto, el análisis incompatibilista que lleva a Kant a la idea de que la razón es una forma de causalidad no-natural, no se centra en los actos conformes a la moral, sino en los actos contrarios a la misma. A Kant le interesa mostrar que, aun concediendo la posibilidad de expli­car una aceitón inmoral por causas naturales, esta explicación no puede ser usada ni como excusa ni como justificación. En efecto, Kant conce­de que las acciones humanas pueden ser vistas siempre desde una pers­pectiva naturalista, como teniendo su origen en causas determinantes naturales. Debido a la disponibilidad de la explicación naturalista, es

I. Kant, Gmndlegung der Metaphyslk der Sitien, BA VIII-XI (cd. W. Weischedel, Bd. VI, Darmstadt, 1983, pp. 13-14)

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legítimo sostener que ninguna aceitón de ningún agente pudo haber sido de otro modo. Esto abriría una puerta para excusar o justificar cual­quier aceitón apelandt) a su carácter de inevitable. Pero si fuese lícito utilizar la explicación naturalista como excusa o justificación, entonces, en opinión dc Kant, habría que renunciar a las prácticas y sentimientos morales expresados en la imputacitón de responsabilidad, el reproche y el arrepentimiento. Kant señala que a menudo intentamos, cn efecto, usar la explicacicin naturalista como excusa; pero no obstante estos in­tentos, la conciencia moral nos sigue acusando {Krpl '-A 175-177).'' Esta situación sólo puede explicarse, según Kant, recurriendo al análisis incompatibilista. Si la lev moral dice que una acción no debió cometerse, es necesario presuponer que el agente pudo haber obrado de otro modo y que el determinismo supuesto por la explicación naturalista nt) expre­sa toda la verdad; de lo contrario, no podríamos encontrarle ningún sentido a actitudes usuales como el reproche y el arrepentimiento {KrpV-A, 171). El reproche y el arrepentimiento presuponen que, a pesar dé­los determinantes causales, la acción inmoral pudo haberse evitado. Kant dice: "Este reproche se basa en una ley de la Razón, en la medida cn que la Razón es vista como una causa que pudo v además debió haber deter­minado el comportamiento del agente de otro modo, a pesar y por encima de cualquier condicionamiento empírico" {Kr\r-B 583/A 555). Así es como llega a la idea de que las acciones humanas pueden verse también desde una perspectiva distinta de la naturalista, como teniendo su causa en la razón en cuanto causalidad no-natural.

Los compatibilistas tienen también una explicación satisfactoria del reproche y el arrepentimiento, y diré algo sobre esto más adelante. Me interesa ahora destacar el dualismo ontológico y explicativo con el que Kant da sentido a la distinción entre justificar y explicar. La conciencia moral que me induce al arrepentimiento o al reproche frente a acciones inmorales propias o ajenas, me eleva como agente por encima de la trama de causas naturales y me hace partícipe de un mundo suprasensible, inteligible y noumenal."1 Es cierto que cuando actúo por razones mora­les y puedt) justificar mi acción, podría según Kant también explicar mi

9 I. Kant, Ktltik der reinen praktischen \rernunjt. en Wieschedel, 1983, Bd. 6. Las referencias son a la paginación del texto de la primera edición (Kfp] fel).

10 Kant cree tener una explicación de cómo es posible que el ser humano sea libre y esté sometido al determinismo de la naturaleza, sin tener que aceptat la solu­ción compatibilista y naturalista. La solución compatibilista que sostiene que la acción es libre cuando está gobernada por una necesidad interna es, según Kant, una "salida miserable" {KrpV-A 172). Kant afirma que la así llamada "libertad psicológica1' no es libertad trascendental, pues es una libertad o causalidad que se da en el tiempo; la libertad trascendental es distinta a ésta v debe pensarse como "independencia de todo lo empírico y por tanto de toda naturaleza en

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acción por esas razones, pues la razón es para Kant también una causa. Pero esta explicación por la razón no es una explicación naturalista de la aceitón. La teoría kantiana afirma simultáneamente dos explicaciones de la acción, la una por causas naturales y la otra que recurre a la razón como causa libre y nouménica. Pero sólo la segunda explicacitón puede ser al mismo tiempo una justificación. La contraposición entre justifica­ción v explicacitón es stólo, y precisamente, válida con respecto a la expli­cación naturalista. La justificación apela a razones que no pueden en­contrarse en el ámbito natural. Sólo con respecto a esc otro ámbito inteligible es posible hablar dc libertad, responsabilidad y justificación. De esta manera, la justificación se opone por principio a la explicacitón naturalista, la cual no puede, a su vez, dar lugar al discurso de las justifi­caciones o las excusas.

Im cl contexto ontológico dualista con el que Kant interpreta la contraposición entre justificar y explicar, las razones de la aceitón no se encuentran en cl ámbito natural. Esto concuerda, por otro lado, con la interpretación kantiana de la obligación moral como impera­tivo categórico. La obligación moral expresada en este imperativo apela a razones no condicionadas por los fines, intereses o deseos particulares derivados de la constitución contingente de un sujeto y sus circunstancias. Se trata de razones asentadas en una razón pura, libre de cualquier condicionamiento sensible. Este es el punto de desacuerdo con Hume y con su psicología y su teoría de la acción, que concibe las razones para actuar como una conjuncitón de creen­cias y deseos. Hume limita el papel de la razón a administrar y orde­nar la satisfaccitón de los deseos. Según su conocido dicho, la razón es la esclava de las pasiones." Kant, en cambio, piensa que la razón puede dar, por sí misma e independientemente de nuestra naturale­za sensible, un fin a la voluntad. En este sentido, la justificación de la acción está siempre, en última instancia, sujeta a una obligacitón, un deber v una norma moral racional, desde la cual los fines e intereses naturalmente dados son vistos como contingentes e incapaces de proporcionar justificación.

Kant es, pues, quien le ha dado a la distinción entre explicación y justificación el marco dualista que le permite servir como objeción

general..."; sin libertad trascendental en este sentido "no es posible ninguna ley moral v ninguna imputación de responsabilidad moral" {Krp\'r-A 173). Su solución contrapone libertad trascendental y determinismo natura], pero no es dualista, pues hace de la tealidad natural una realidad secundaria, derivada de la realidad suprasensible y noumenal de la libertad trascendental. Por razones de simplicidad en la exposición voy a hablar en lo sucesivo de dualismo en Kant. David Hume, A 'treatise of Human Nature, 2da. ed., P. Nidditch (ed.), Oxford: O.U.P., 1978, p. 415.

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a! naturalismo. El carácter antinaturalista de la filosofía moral kantiana no suele ser puesto de relieve por los interpretes. Por esa razón considero meritorio que |ohn Mackie lo haya expresado con claridad. En su libro Ethics. Inventing Right and Wrong,'2 Mackie señala que la manera kantiana de entender la obligación moral como imperativo categórico y la metafísica incompatibilista de la aceitón humana se complementan mutuamente. El "deber ser" expresado cn el imperativo categórico requiere un sujeto capaz de elevarse por encima de la causalidad natural, entendida en términos de la conjun­ción de creencias y deseos. Kant articula así una interpretación del imperativo moral con una ontologia irreductible al naturalismo. Y ello nos da una pista del camino que ha dc seguirse para elaborar una ética naturalista. Esto tendría que hacerse rechazando el imperativo categórico y basando la moral sobre imperativos hipotéticos. Con base en ellos se pueden construir conceptos naturalistas de deber, obligación y justificacitón.

II

Este breve recuento de algunos moiooentos destacados de la filosofía moral kantiana nos permite entender mejor la objeción al proyecto naturalista basada en la contraposición general entre justificar v expli­car. Kant la elabora en un contexto dualista, en el que la evaluación de las acciones, y por tanto su justificacitón, queda necesariamente por fuera del ámbito de lo natural. Esto genera la ilusión de que una filoso­fía que sólo admita explicaciones naturalistas de la acción no puede, por principio, dejar ningún espacio para la justificación, Pero si recha­zamos cl dualismo y admitimos, por hipótesis, cjue la razón puede ser una causa natural, esta ilusión —que condena a priori al naturalismo— se desvanece. En todos los casos en los que las razones morales dc una aceitón sean también sus causas naturales, la explicacitón coincidirá con la justificación. Quedaría, entonces, sólo el reto de mostrar que el naturalismt) es capaz de hacer la distinción entre explicar y justificar precisamente en aquellos casos cotidianos de acciones contra la mo­ral, que pueden ser explicadas pero nt) justificadas. En este punto puede ser útil imitar el método kantiano y examinar la distinción entre explicación y justificación cn cl caso de acciones contrarias a la moral, a través del análisis de la responsabilidad, el reproche y el arrepentimiento. Pert) cn lugar de la solución kantiana, nos referire­mos ahora a la solución contraria —compatibilista— de cómo puede

12 |. Mackie, Ethics. Inventing RJght and lí rong. London; Penguin, 1977, p.224.

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alguien sentirse responsable por, y arrepentido dc, un acto cometido, y al mismt) tiempo pensar que no pudo actuar de otro modo. En otras palabras, pregúntemenos cómo es posible pensar que una acción se siga necesariamente de causas naturales, como, por ejemplo, de un uso instrumental de la razón en conjunción con el egoísmo natural; y aun así pensar, al mismo tiempo, que dicha aceitón nt) sea justificable ni excusable. ¿Cómo puede mi aceitón ser, al mismo tiempo, inevitable e inexcusable? Esto es concebible, si logramos librarnos dc la ilusión de que el arrepentimiento se refiere a la acción particular ubicada en el pasado. El arrepentimiento no se refiere a esa acción particular, sino al tipo de acción, que puede repetirse. También se refiere al rasgo del carácter que nos llevó inevitablemente a cometer esa acción y nos determina a cometer otras similares en el futuro. El sentido del arre­pentimiento es el deset) de librarse de ese rasgo del carácter. Tanto el arrepentimiento, como el sentirse responsable, forman parte de la ca­dena de causas que pueden librarnos de ese rasgo indeseable, de modo semejante a como la sanción externa es una causa que nos disuade de un curso de aceitón socialmente perjudicial. Lo esencial de la interpre-tacicón compatibilista del arrepentimiento y el reproche moral es refe­rirlos al mejoramiento del carácter. De este modo, puedo vo, al mis­mo tiempo, creer que mi acción tiene una explicacitón causal (sucedió inevitablemente) y, sin embargo, abstenerme de usar esa explicación como excusa o justificación por no haber podido actuar de otro modo. Lo que me interesa al sentirme responsable y arrepentido es que pue­do actuar de otro modo cn situaciones similares futuras.13 Es enton­ces posible, en un marco naturalista, admitir que una acción, aun te­niendo una explicación causal natural, no está justificada ni es excusable. Para conceder la distinción entre justificar y explicar acciones, no es necesario salirse del marco naturalista ni recurrir, como Kant, a la doble tesis de que la acción estuvo determinada naturalmente y fue, al mismo tiempo, libre en sentido transnatural. El mismo razonamien­to se puede aplicar a las creencias morales particulares.

ill

Pasemos entonces al otro aspecto de la objeción, en donde la contra­posición intuitiva entre justificar y explicar no se refiere a las accio­nes particulares o a las creencias y prácticas morales particulares,

13 A propósito de esta interpretación compatibilista de la responsabilidad y el arrepentimiento se puede consultar Daniel Dennett, E/how Koow. The l rarielles of Cree Will Worlh Wanting, Cambridge (Mass.); MIT Press, 1984, caps. 6 y 7.

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sino a los principios morales básicos o a la actitud moral como tal. Se dice, por ejemplo, que cuando el naturalismo da una explicación de la moralidad, da sólo la causa o causas que explican que los seres humanos adoptamos de hecho un punto de vista moral o hagamos juicios morales. Esto es simplemente explicar un hecho —quid facti, diría Kant— que deja sin abordar cl problema central dc la filosofía moral: el de la justificación. A la filosofía moral no le interesa descu­brir las causas que explican por qué hacemos juicios morales, sino descubrir las razones cjue los legitiman y los justifican. Cuando pedi­mos una justificación de la moral, entendemos por justificación la deducción o demostración (por razones) de su validez objetiva para todo agente racional. Si el naturalismo no responde esta pregunta, no tie­ne pertinencia para la filosofía moral.

Hay algo en este razonamiento que parece convincente, pero, visto de cerca, se revela también inofensivo contra cl provecto na­turalista, id problema de este razonamiento es que se basa en una contraposición entre justificar o deducir, por un lado, y explicar, por otro, que sólo existe cuando nos movemos en niveles no últi­mos, sino intermedios, de justificación. Podemos, por ejemplo, deducir juicios morales particulares de otros más generales y fun­damentales. Pero cn el camino regresivo de la fundamentación no podemos ir al infinito, sino que debemos llegar a un principio o una pluralidad de principios básicos, principios que no pueden ser, a su vez, deducidos de otros principios (de lo contrario no serían básicos). ¿En qué consiste entonces la justificación última de estos principios?

Lo decisivo aquí es reparar en que, aun en el caso de una justi­ficación última no-naturalista —y algunos dirían que ésta es la única justificación que puede darse—, esta justificación va a in­cluir un elementt) ineliminable de explicación, o mejor aún, va a adoptar la forma de una explicación dc la moral. Asumo cn pri­mer lugar, como presupuesto no sujeto a controversia, que una posición no-naturalista es aquella que atribuye una realidad irreductible a las propiedades morales. Esto significa que las pro­piedades morales no se pueden definir, derivar o explicar en tér­minos de propiedades no-morales (es la posicicón, por ejemplo, de G.E.Moore, con su idea de que "bueno" es el nombre de una pro­piedad simple v no-natural; y también la de Kant, con su idea de los fines irreductibles de la razón pura práctica). La posición no-naturalista implica, entonces, que no se puede demostrar la exis­tencia de propiedades morales partiendo de otras propiedades no-morales. Por lo tanto, su existencia sólo se puede postular como la explicación más plausible y económica de la existencia de los

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juicios v actitudes morales. La justificación última de los princi­pios morales adopta entonces la forma de una explicación de la existencia dc esos principios mediante la hiptótesis que postula la existencia de propiedades morales irreductibles. Esto mismo mues­tra que es infundado oponer justificación a explicación. No tiene sentidt) objetar al naturalista que quiera dar una explicación de por que tenemos los principios morales que tenemos, pues un no-naturalista tiene que hacer lo mismo cuando procede a dar su justificación última. El naturalista queda así a salvo de la obje­ción de que su proyecto es improcedente. No obstante esta re-flexitón, la fuerza persuasiva de la objeción contra el naturalismo no desaparece por completo, y esto nos obliga a una indagacitón ulterior sobre su proveniencia y legitimidad.

La persistente apariencia de contundencia de esta objecitón se explica, nuevamente, por el dualismo kantiano. Aun aceptando que su justificacitón de la moral es también una explicación de la misma, el no-naturalista dispone de propiedades morales irreductibles a los deseos e intereses del agente. Esto le permite decir, reinterpretando argumentos kantianos, que una explicacitón naturalista, en términos de deseos e intereses, nunca podría pro­porcionar justificación. Ésta sólo se alcanza recurriendo a propie­dades morales irreductibles. Pero al adoptar esta estrategia, el no-naturalista tiene que presuponer la verdad dc su dualismo, incluso para la dimensión explicativa. En otras palabras, sólo puede cues­tionar el carácter justificatorio del naturalismo, cuestionando al mismo tiempo la pertinencia de la explicación naturalista de la moral. Y esto es, obviamente, distinto a decir que la explicación naturalista no puede proporcionar justificación, por el mero he­cho de ser una explicación. El punto decisivo es, pues, la plausibi­lidad de la explicación naturalista precisamente en cuanto explica-' ción. Me parece obvio que las explicaciones naturalistas han sido y son suficientemente plausibles, a nt) ser que insistamos en proyec­tar —en espíritu dualista— a la razón fuera del ámbito de lo natu­ral. El naturalista no cree en la existencia de propiedades morales irreductibles, c independientes, por ejemplo, de los deseos, intere­ses o fines propios de la constitución contingente de los agentes y de sus circunstancias. En otras palabras, el naturalismo cree que las propiedades morales son reductibles a, o se pueden construir a par­tir de, propiedades naturales. Lna manera plausible de hacer esto, es explicar el punto de vista moral y la práctica de realizar juicios y evaluaciones morales como una actitud derivada de la particular constitución mental y psicológica de los seres humanos y las cir­cunstancias particulares de su actuar, como fueron, por ejemplo,

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descritas por Hume {Treatise Bk.III, Pt.Il sec.ii),14 y a las que se refiere también Rawls como las circunstancias de la justicia.1"' Esta explicacitón de la moral se puede formular, de manera muy conci­sa, así: la moral es un medio con el propósito específico de hacer posible la cooperación social entre agentes que primordialmente buscan la satisfacción de sus propios intereses en un mundo de recursos moderadamente escasos. Esto explica la existencia de las actitudes y juicios morales sin apelar a la existencia de propiedades morales irreductibles. Sería inconsistente insistir en que la explica­ción naturalista no justifica, por el simple hecho de ser, precisa­mente, una explicacitón, sobre todo si la justificacitón no-naturalis­ta también es, a fin dc cuentas, una explicación de la moral, que se diferencia de la naturalista por apelar a propiedades morales irreduc­tibles. Lo apropiado es decir que la justificacitón no-naturalista ex­plica y justifica apelandt) a propiedades morales irreductibles, mien­tras que la justificación naturalista explica y justifica sin apelar a esas propiedades.

Sin embargt), un crítico atento podría insistir cn que la fórmula propuesta de la explicacitón naturalista no habla inequívocamente en favor del naturalismo. En esa fórmula se menciona que todos los agentes morales, además de buscar la satisfaccicón de sus propios in­tereses, están movidos por un propósito común: el de entrar a parti­cipar en una sociedad de cooperación. Si este propósito es un dato irreductible, entonces puede tratarse precisamente de esa propiedad irreductible que constituye la moralidad en cuanto tal. Según esta lectura, el propósito de entrar, como miembro, en una sociedad de cooperación, podría entenderse como una prescripción moral abso­luta. Así pues, la interpretación del propósito de cooperar social­mente es fundamental para decidir entre naturalismo y no-naturalismo.

Las teorías naturalistas no interpretan el propósito dc entrar en una sociedad de cooperación como un propósito irreductible. Ellas lo subordinan al otro propósito que se menciona en la fórmula: el pro-

14 David Hume, Op.cit.., pp. 484ss. Hume dice, por ejemplo; "Ya he observado que la justicia se origina cn convenciones humanas; y que éstas se proponen como remedio a las inconveniencias que proceden de la concurrencia de ciertas cualidades de la mente humana con la situación de los objetos externos. Las cualidades de la mente son el egoísmo y la generosidad limitada: V la situación de los objetos externos es su fácil transferencia, aunada a su escasa^ en comparación con los intereses v deseos dc los seres humanos" (p. 494).

15 John Rawls, A Theory ofjustice, Cambridge (Mass.): Harvard Lniversitv Press, 1971, p. 127.

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pósito de satisfacer los propios intereses. La concepción naturalista explica la conformación de la sociedad de cooperación como el medio más eficiente para satisfacer los intereses de cada agente individual, en el contexto dc circunstancias psicológicas y externas contingentemente dadas. Si el proptósito dc conformar la sociedad es un medio, también lo será la adopcitón del punto de vista moral, que es uno con ese propó­sito. Por otra parte, si la moral es un medio, su validez y justificación son hipotéticas y pueden expresarse cn un imperativo hipotético como éste: "Si quieres satisfacer tus intereses entre agentes primariamente egoístas que se disputan cl acceso a recursos moderadamente escasos, debes entrar en una sociedad de cooperación". Esto está plasmado claramente en las teorías contractualistas clásicas, las cuales dan a la constitución del punto de vista moral el carácter dc una invencitón consciente, en la medida en que la sociedad se funda cn un contrato. Pero el contractualismo adolece de un defecto que ha sido señalado con insistencia: es obvio que, como tesis empírica, la idea de que la sociedad se origina en un contrato es falsa, pues no parece existir un estado humano previo a la constitución de la sociedad, ni tampoco evidencia que la sociedad se hava fundado en un contrato, cn especial con las características ideales que las teorías contractualistas le atribu­yen. Si es implausible suponer que la sociedad de cooperación haya surgido en un acuerdo consciente e históricamente datable, It) mismo debe entonces decirse de la moralidad.

Esta dificultad de la teoría contractualista pone al naturalismo en un aprieto. Si cl naturalismo está obligado a postular la morali­dad como un medio conscientemente inventado, se convierte en una teoría empírica tan implausible como el mismo contractualismo. Esto presta plausibilidad a la posicitón contraria. Kant es aquí otra vez un paradigma. Afirma que el contrato no puede considerarse un hecho históricamente sucedido. Sostiene más bien que el propósito de ser miembro de una sociedad de cooperacitón —él la llameó cl rei­no de los fines"'— es un proptósito necesario a todo agente racional, precisamente cl fin intrínseco e incondicionado que constituye a la razón pura práctica como tal.1 En lugar de derivar el propósito de

16 Fl teino de los fines es pata Kant un concepto directamente derivado de la tercera formulación del imperativo categórico. Cf. 1. Kant, Grundlegung der Wetaphy.uk der Sitien, BA 7(1, 74 (ed. W. Weischedel, Bd. VI, Darmstadt, 1983, pp. 63, 66).

17 I. Kant, "Über den Gemeinspruch: Das mag in der Théorie richtig sein, taugt aber nicht für die Praxis", en W. Weischedel (ed.), 1983, Bd. IX, p. 153; "Sólo que este conltato, ¡,..| como coalición por medio de la cual cada voluntad parti­cular v privada de un pueblo se convierte en una voluntad común y pública, de

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la cooperación a partir de la racionalidad dirigida a la satisfacción de los propios intereses en circunstancias específicas y contingentes, como lo expresa el imperativo hipotético, Kant sostuvo que el pro­pósito cooperativo es un fin irreductible que constituye a la razón pura práctica como tal.

Si la eleccitón es, entonces, entre un naturalismo que nt) logra superar la idea implausible de que la moral es un artificio conscien­temente inventado por individuos preocupados primeramente por sí mismos en un mundo de recursos moderadamente escasos, por un lado; y la posición kantiana del reino de los fines como propósito irreductible de la razón práctica, por otro, la elección no podrá re­caer fácilmente sobre el naturalismo. Ante esta alternativa, se ofrece al naturalismo, a mi modo de ver, una salida interesante cn las pro­puestas relativamente recientes de la sociobiología, entendida ésta como una teoría cjue explica la existencia del altruismo y las actitu­des cooperativas en el reino animal apelando a los principios de la biología evolucionista.18 La explicacitón sociobiológica del altruis­mo lo subordina a la lógica de la teoría de la evolución, que es la lógica del éxito reproductivo de los organismos individuales, o al menos dc los genes o equipos de genes que los producen. Hay algo de kantiano en esta solución, en la medida en que el altruismo o la actitud cooperativa sería, no un artificio consciente, sino algo in­trínseco al diseño mismo de los organismos que lo ostentan, Pero la evolución permite explicar este rasgo de diseño a partir de propieda­des elementales, manifiestamente naturales.

No quiero ahondar ahora en esta salida que se ofrece al naturalismo. Ello pertenece a la preocupación de darle al naturalismo

ningún modo tiene que presuponerse como un hecho [Faktum] (no es incluso posible como tal);... Es sólo una mera Idea de la Razón, pero que tiene su realidad (práctica) incuestionable...".

18 El texto clásico de la sociobiología es Eduard O Wilson, Sociobiofogy: The Neir Synthesis, Cambridge (Mass.): Llarvard University Press, 1975. Pero pueden tam­bién considerarse clásicos los siguientes artículos, que han jalonado el desarro­llo de la nueva disciplina: William Hamilton, "The genetical evolution of so­cial behaviour I & II", joumal of theoretical Biology 7 (1964), 1-52. Robert Trivers, "The evolution of reciprocal altruism", Quarterly Review of Biology! 46 (1972), 35-57. R. Axelrod, "The emergence of cooperation among egoists", American Political Science Review, 75 (1981), 306-318. Es interesante que Philip Kitcher, quien criticara fuertemente a la sociobiología en su {/aufting Amhition. Sociobiology and the Que st for Human Nature, Cambridge (Mass.): MIT Press, 1984, ha reconocido recientemente la importancia de las especulaciones evolucio­nistas pata una concepción naturalista de la ética; cf. Philip Kitcher, "Psycholo-gical Altruism, Evolutionary Origins, and Moral Rules", Philosophical Studies 89 (1998), 283-316,

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una forma empíricamente plausible. Lo que me propuse aquí fue primariamente la defensa de su plausibilidad conceptual. Para ello era necesario mostrar que la justificación última de la moral, tanto en la tradición kantiana —apelando a la existencia de propiedades morales irreductibles—, como en el naturalismo —construyendo és­tas a partir de propiedades naturales—, es inseparable de una teoría explicativa. Desde este punto de vista, la objeción de que el naturalismo sólo explica y no justifica, o es inadecuada, o proviene de haberse ubicado ya previamente en un contexto dualista a la ma­nera de Kant. No es, pues, exclusivo del proyecto naturalista vincu­lar la justificación a la explicación de la moralidad. Cualquier filoso­fía moral hace lo mismo. Lo que parecía ser una intuición conceptual genuina, la oposición entre una filosofía que tiene una justificación de la moral y una que tiene sólo una explicacitón sin justificación, no es sino una pura manera dc hablar, que no está respaldada por una comprensión clara de los conceptos implicados.

B I B L I O G R A F Í A

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