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1. INTRODUCCIÓN U NA FRASE muy ame- ricana resume el pro- blema: “los negocios son los negocios”. Parece muy trivial, pero, evidentemente, no lo es. Tal y como solía decir uno de mis viejos y hastiados profesores de filosofía, se trata de una excusa para engañar a la gente. Pero también simbo- liza una manera de entender los negocios; y de entenderlos, no sólo como una actividad in- dependiente, sino como una actividad aislada, como algo al margen de otras actividades humanas y, en concreto, como algo diferenciado y separado de la moralidad, de la ética y de la religión. Hace algunas décadas, Alfred Carr escribió un ensayo muy polémico en el que argumentaba que los ne- gocios se parecen mucho al co- EL PAPEL ESENCIAL DE LAS VIRTUDES EN LA EMPRESA ROBERT C. SOLOMON* En este artículo el autor defiende que la confianza no es algo que ocurra por casua- lidad. Es algo que nosotros creamos a través de nuestras relaciones, incluyendo, en espe- cial, nuestras relaciones en los negocios. Como tal, es la virtud empresarial esencial; la virtud sin la que no podrían darse los negocios, ni ninguna sociedad civilizada. En lu- gar de interpretar "los negocios son los negocios" como una excusa para engañar a la gente, Solomon afirma que los negocios son, en última instancia y por su propia natu- raleza, el negocio de la confianza y de las virtudes que lo posibilitan. Palabras clave: virtudes, empresa, confianza, ética. * Robert C. Solomon es profesor de en la Universidad de Texas (Austin). Este artículo está basado en una onferencia pronunciada en el VI Encuentro Internacional sobre “Docencia de ética empre- sarial y profesional”, que tuvo lugar en el IESE (Barcelona), el día 10 de noviembre de 2000. For Evaluation Only. Copyright (c) by Foxit Software Company, 2004 Edited by Foxit PDF Editor

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1. INTRODUCCIÓN

UNA FRASE muy ame-ricana resume el pro-blema: “los negocios

son los negocios”. Parece muytrivial, pero, evidentemente,no lo es. Tal y como solía deciruno de mis viejos y hastiadosprofesores de filosofía, se tratade una excusa para engañar ala gente. Pero también simbo-liza una manera de entender

los negocios; y de entenderlos,no sólo como una actividad in-dependiente, sino como unaactividad aislada, como algo almargen de otras actividadeshumanas y, en concreto, comoalgo diferenciado y separadode la moralidad, de la ética yde la religión. Hace algunasdécadas, Alfred Carr escribióun ensayo muy polémico en elque argumentaba que los ne-gocios se parecen mucho al co-

EL PAPEL ESENCIAL DE

LAS VIRTUDES EN LA

EMPRESA

ROBERT C. SOLOMON*

En este artículo el autor defiende que la confianza no es algo que ocurra por casua-lidad. Es algo que nosotros creamos a través de nuestras relaciones, incluyendo, en espe-cial, nuestras relaciones en los negocios. Como tal, es la virtud empresarial esencial; lavirtud sin la que no podrían darse los negocios, ni ninguna sociedad civilizada. En lu-gar de interpretar "los negocios son los negocios" como una excusa para engañar a lagente, Solomon afirma que los negocios son, en última instancia y por su propia natu-raleza, el negocio de la confianza y de las virtudes que lo posibilitan.

Palabras clave: virtudes, empresa, confianza, ética.

* Robert C. Solomon es profesor de en la Universidad de Texas (Austin). Este artículo está basadoen una onferencia pronunciada en el VI Encuentro Internacional sobre “Docencia de ética empre-sarial y profesional”, que tuvo lugar en el IESE (Barcelona), el día 10 de noviembre de 2000.

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nocido juego del póquer: esevidente que un jugador depóquer se marcará faroles. Esevidente que un hombre denegocios cortará por lo sano.Éste no es precisamente un re-trato muy halagador.

Richard de George atacó elmito del “negocio amoral”,pero éste sigue prosperando.Lo hace de un modo menosextravagante y, por consi-guiente, con una carga des-tructiva mucho más sutil. Senota en el modo en que lleva-mos a cabo transacciones co-merciales, con unos resultadosdesastrosos. Y con ello, no merefiero simplemente al hechode que las empresas infrinjanlas reglas éticas y se metan enproblemas. Me refiero a que elpropio objeto del negocio –fa-bricar productos y obtener be-neficios– se ve comprometido.

La idea de que “los negociosson los negocios”, y de que és-tos no están inextricablementevinculados a la moralidad, laética y la religión va en contradel sentido común y de unaerudición bien fundada. MaxWeber argumentó admirable-mente que los orígenes del ca-pitalismo se encuentran en lareligión y, evidentemente, unbuen número de religiones de

todo el mundo –desde el juda-ísmo hasta el confucianismochino, pasando por el funda-mentalismo americano– de-fienden la búsqueda de la ri-queza y son bastante compati-bles con el mercado libre. Elcatolicismo nos proporciona alrespecto un ejemplo bastantecomplejo. Aunque durantemucho tiempo ha sancionadodeterminadas prácticas comer-ciales (por ejemplo, la “usura”–una proscripción compartidapor Martín Lutero y el protes-tantismo inicial–), y aunque enmás de una ocasión el Papa ac-tual ha insistido públicamenteen el hecho de que el mercadolibre debería templarse me-diante la justicia y la solidari-dad, en modo alguno resultaevidente que la Iglesia debaconsiderarse como un enemigode los negocios, sino más biencomo un crítico leal1.

La ética, además, no es algoajeno a la vida empresarial.Los hombres de negocios quetriunfan (y ahora también lasmujeres) se enorgullecen deser los “pilares de la comuni-dad”. Con frecuencia aspiran acargos políticos y ganan mayo-rías populares. El Gobierno–se nos dice ahora– “deberíallevarse como una empresa”.(En efecto, ahora se nos dice

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que prácticamente todo “debe-ría l levarse como una em-presa”). Puede que no nos sor-prenda el hecho de que el pre-sidente de una importantecompañía sea “implacable” conla competencia (pensemos enBill Gates), pero cuando lasempresas estafan a sus clientes,abusan de sus empleados ydestruyen comunidades localeso el medio ambiente, ello nosólo nos provoca indignación,sino que, además, nos repugna.

Pero, tal y como he obser-vado antes, mi objetivo no eslamentar el hecho de que seviole de un modo tan mani-fiesto la ética o la ley, sino exa-minar cómo una concepciónerrónea de los negocios estásocavando de un modo muchomás sutil el éxito empresarial.“Los negocios son los nego-cios” es mucho más que unaexcusa para engañar a la gente.Es una mala forma de hacernegocios.

2. CÓMO HABLAMOS ACERCA

DE LOS NEGOCIOS

PARA DEMOSTRAR estepunto, podríamos ana-lizar cómo hablamos

acerca de los negocios. Obser-vemos que todas las disciplinaso profesiones cuentan con su

propio vocabulario autoglorifi-cante. Es así cómo se justifi-can. Es así como se venden. Esasí como piensan acerca de símismas, y de lo que hacen.

• A los políticos les encantael concepto de “servicio pú-blico”, aunque aspiren al poderpersonal y exploten los temo-res y prejuicios de sus electo-res. ¿Pero quién cuestionaría lavirtud de dedicarse al serviciopúblico?

• Los abogados defienden la“justicia” y nuestros “derechos”a cambio de una generosasuma para imprevistos, mien-tras nos conducen por unamaraña de reglamentaciones yresponsabilidades creadas porotros abogados. ¿Pero quiéncuestionaría la virtud de dedi-carse a la justicia y los dere-chos?

• Los médicos, cargados conatestadas carteras de títulos deacciones, “curan” y “salvan vi-das”, lo que, sin lugar a dudas,es una causa muy noble.¿Quién cuestionaría el valor dela vida humana y del bienes-tar?

• Los profesores universita-rios celebran impúdicamentelo que hacen mediante el no-ble lenguaje de “la verdad y losconocimientos”, aun cuando

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dedican la mayor parte de sutiempo y energía a competirentre sí por conseguir un statusmediante el ejercicio en el te-rreno universitario de una po-lítica de miras estrechas perosumamente feroz. Sin em-bargo, ¿quién cuestionaría sudedicación a la verdad, a ilus-trar a jóvenes mentes y a pre-servar los valores de la civiliza-ción?

No obstante, en el caso delos negocios, el lenguaje de laautodescripción difícilmentepuede considerarse como algonoble o autoglorificante. Unode mis amigos ejecutivos mecomentó: “En los negociossiempre sabes cómo te van lascosas. Basta con meterte lamano en el bolsillo.” (No pre-tendí aclarar la ambigüedad dela sugerencia). Un término tansimple como “balance final” yuna expresión tan corrientecomo “hacer dinero” resumenuna imagen unidimensional delos negocios, que no tienenada de halagüeña y que laopinión pública considera ex-tremadamente destructiva.

Podemos fácilmente com-prender por qué deberíamosensalzar a la gente que se de-dica al servicio público, o quedefiende nuestros derechos, o

que cura enfermedades y nossalva la vida, o que va en posde la verdad y de los conoci-mientos. Lo que no resulta tanfácil de comprender es por quédeberíamos vitorear a aquellosque (tal y como ellos mismosparecen afirmar) sólo trabajanpara conseguir ganancias ma-teriales para sí. Ya hay sufi-ciente cinismo en el mundoacerca de las actitudes insensi-bles que se dan en los nego-cios. Los empresarios deberíandetestar confirmar dicho ci-nismo. Uno puede poner tantafe como desee en la “mano in-visible” de Adam Smith y en lateoría de que el egoísmo indi-vidual genera una prosperidadcolectiva, pero ello no significaque debamos describir lo quehacemos en los negocios comosimplemente “hacer dinero”.

3. PENSANDO EN LOS

NEGOCIOS: CALIDAD,INNOVACIÓN Y CONFIANZA

EN LUGAR de afirmarque “los negocios sonlos negocios”, en lugar

de limitarnos a “hacer dinero”,¿qué pasaría si desplazáramosnuestra atención hacia lo querealmente hacemos en los ne-gocios y hacia lo que los nego-cios significan realmente en el

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mundo? Después de todo, enel siglo XIX, la actividad co-mercial solía percibirse comouna de las más importantes in-fluencias civilizadoras de Eu-ropa. Lo cierto es que hacernegocios significa algo másque obtener beneficios, y quelos empresarios hacen todotipo de cosas, además de hacerdinero. También hacen pro-ductos. Trabajan juntos. Tie-nen orgullo, integridad y valo-res. Por consiguiente, se enor-gullecen de sus productos, detrabajar juntos, de sus conoci-mientos especializados y de suinteligencia. Por ello, en el tí-tulo de este artículo he hechohincapié en las principales ac-tividades comerciales: fabrica-ción, comercialización y pres-tanción de servicios. Hacer di-nero no se incluye en la listade tales actividades, pero, evi-dentemente, el dinero es labase de una fabricación de ca-lidad, de una buena comercia-lización y de un servicio impe-cable. El enorgullecernos de lacalidad es un hecho evidente,tanto en lo que respecta al fa-bricante como al consumidor.Alguien que trabaje paraBMW –por poner un ejemplo–no se enorgullecerá de ellosimplemente por el salario queperciba, ni tan siquiera porque

personalmente esté realizandoun buen trabajo. Nos identifi-camos con nuestra empresa ycompartimos con ella un sen-timiento de logro y un senti-miento de orgullo. ¿Acaso lohacemos (o lo hacen) “por eldinero”? Creo que insistir so-bre ello respondería a una acti-tud obstinada. Pero, evidente-mente, esperan que sus magní-ficos productos les reportenunos magníficos beneficios.

Tal vez hoy en día se hagaun uso excesivo del término“innovación” para referirse aprácticamente cualquier cosarelacionada con los negocios.Pero hay una razón que lo jus-tifica, y ésta no se limita a undestacado espíritu empresarialo a ganar a la competencia.Tiene que ver con la necesidadhumana de ser creativos; conla necesidad de que cada unode nosotros convierta en algopropio su trabajo, y de quecada empresa desarrolle sumercado. Pero, una vez más,pensar en la innovación única-mente en términos de rentabi-lidad o de supervivencia cor-porativa constituye una actitudinsensible y cerrada. La inno-vación es un aspecto esencialdel espíritu humano, y resultaque también es una virtud em-presarial esencial. Y el trabajar

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juntos –que actualmente se re-sume mediante otra expresiónde uso común y que satisfacemúltiples propósitos, “el tra-bajo en equipo”– no sólo re-presenta un medio de conse-guir un fin –conseguir unosbeneficios–, sino todo lo con-trario. Tal y como a menudoexplico a mis alumnos y a losdirectivos que trabajan con-migo, el trabajar juntos consti-tuye la propia esencia del tra-bajo actual, de cómo trabaja-mos con otras personas (ya setrate de individuos que traba-jan en la misma empresa quenosotros, de clientes o de pro-veedores).

Cuando la gente se quejaporque odia su trabajo, casisiempre adivino lo que dirán acontinuación: no les gusta lagente con la que trabajan opara la que trabajan, o no con-fían en ella. Y cuando la genteme dice que les gusta su tra-bajo o que lo adoran, tambiénconozco la razón: les gusta lagente con la que trabajan yconfían en ella. Les gustan laspersonas para las que trabajany confían en ellas. O, inclusoen el caso de que tengan unnegocio propio, les gustan laspersonas del mundo social enel que su negocio les integra, oconfían en ellas. Los negocios

y los hombres de negocios sóloobtienen beneficios si sumi-nistran productos y serviciosde calidad, si ofrecen puestosde trabajo, si proporcionan ca-pital, si asumen riesgos y si en-cajan en la comunidad.

Norman Bowie ha argu-mentado que los beneficios –aligual que la felicidad– resultanmás fáciles de obtener cuandono se persiguen como tales. Sise desea ser feliz, no debe aspi-rarse a alcanzar la felicidad,sino que deben perseguirseotros objetivos. Así, de unmodo similar, “cuanto más seempeñe una empresa en obte-ner beneficios, más reducidasserán las probabilidades de quelos obtengan.” Es lo que Bo-wie denomina, muy apropia-damente, “ la paradoja de laobtención de beneficios”. Po-dría interpretarse como un an-tídoto conceptual contra elafán de lucro.

Pero la calidad, la innova-ción y la confianza traicionanla perversa superficialidad dela mentalidad que defiendeque “los negocios son los ne-gocios”. No se trata de valorespuramente económicos. Enefecto, podría argumentarseque en modo alguno son valo-res económicos, siempre y

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cuando ello no nos lleve a lanefasta conclusión de que, porlo tanto, no guardan ningunarelación con la economía. Lacalidad, la innovación y la con-fianza son virtudes; virtudesque están relacionadas con laeconomía, pero bajo ningúnconcepto se trata únicamentede virtudes económicas. En laclásica novela de Walker Percy,The Moviegoer, el héroe –unejecutivo–, proclama: “¡Québuena gente son! ¡No está nadamal ser un hombre de negocios.Uno se encuentra con un espíritude confianza y de cooperaciónaquí… Todo el mundo bromeasobre estas cosas, pero si los ejecu-tivos no confiaran mutuamenteentre sí, el país se desmoronaríamañana mismo.”

4. LOS NEGOCIOS DESDE UNA

PERSPECTIVA

«ARISTOTÉLICA»: EL PAPEL

ESENCIAL DE LAS VIRTUDES

EN LA FABRICACIÓN,COMERCIALIZACIÓN Y

PROVISIÓN DE SERVICIOS

AUN A RIESGO de ate-morizar al público noacadémico, permí-

tanme decirles que la perspec-tiva que aborda los negocios yla ética de los negocios basán-

dose en las virtudes es unaperspectiva “aristotélica”, ba-sada en el planteamiento delgran filósofo griego. Y, ello, apesar de que hace dos mil qui-nientos años, Aristóteles atacóla actividad comercial por con-siderarla algo “antinatural”. Elerror que cometió Aristóteles(visto con una retrospectiva dedos milenios) fue generalizarla crítica a algunas astutasprácticas financieras, exten-diéndola a todo lo que en lapráctica entendemos como“negocio”. Sin embargo, seríaun error mucho más grave de-sestimar a Aristóteles por con-siderarlo irrelevante para elmundo empresarial contem-poráneo. La fabricación, co-mercialización y prestación deservicios están impregnadas devirtudes, y de esto es de lo quetrata la aproximación aristoté-lica a los negocios.

La cuestión fundamental dela aproximación aristotélica ala ética empresarial es que de-bemos alejarnos del pensa-miento que se centra en la“cuenta de resultados” paraconcebir los negocios comouna parte esencial de la vidabuena. Vivir bien significa lle-varse bien con los demás, tenersentido del propio respeto yformar parte de algo de lo que

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uno pueda enorgullecerse. Noes que Aristóteles fuera encontra de la riqueza y del con-fort (no eran nada ascetas, esosatenienses), pero el dinero noera lo único que contaba en labúsqueda de una buena vida.

La aproximación aristotélicaa la ética empresarial parte dedos conceptos: el individuo in-tegrado en la comunidad y lainterpretación de la importan-cia fundamental de la felicidadcomo el único criterio paraconsiderar una vida exitosa. Labuena vida, según Aristóteles,es la vida feliz, la vida prós-pera, la vida en la que “las co-sas te van bien”. No se trata deque dejemos de pensar en eldinero o de que dejemos deintentar ganarnos la vida. Setrata de una cuestión de pers-pectiva y de qué significa vivir.¿Se trata, en realidad, sólo deun medio para hacer dinero?¿O, se trata –tal y como debe-ría ser– de una actividad quemerece la pena y que nos pro-porciona la sustancia significa-tiva de nuestra vida adulta, lafuente de nuestro sentimientode autoestima y el lugar dóndenos encontramos con nuestrosamigos más íntimos? ¿Es laempresa para la que trabaja-mos una versión administra-tiva del infierno, o se trata de

una comunidad en la que nosalegra ver a nuestros colegas ynos gusta hacer nuestro tra-bajo diario?

Fue Aristóteles quien insis-tió en interpretar las virtudes o“excelencias” como los ele-mentos básicos de la felicidadindividual y colectiva. El su-puesto fundamental consistíaen que una persona es lo quees en virtud del lugar queocupa en la comunidad y delpapel que desempeña en lamisma, y las virtudes de la co-munidad, a su vez, impulsan yalientan a cada uno de susmiembros a ser “una buenapersona”. No se precisa unagran dosis de imaginación fi-losófica para identificar estamisma relación entre un em-pleado, director o ejecutivo in-dividual y una empresa mo-derna.

En la aproximación aristo-télica a los negocios, unabuena empresa es aquella que,no sólo es rentable, sino que,además, proporciona un en-torno moralmente gratificanteen el que las buenas personasno sólo pueden desarrollar susconocimientos especializados,sino también sus virtudes. Lacalidad, la innovación y la con-fianza no constituyen un me-dio para conseguir un fin, sino

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que son una parte esencial dela buena vida en los negocios.¿Quién puede enorgullecersede un producto de mala cali-dad? ¿Quién puede sentirsebien perdiendo el tren de lanueva tecnología o, lo que esigual de importante, no siendoflexible cuando los tiemposcambian con tanta rapidez (taly como está sucediendo en laactualidad)? ¿Quién puede to-lerar por mucho tiempo unavida definida por la descon-fianza, por más prometedorasque sean las opciones de com-pra de acciones o el salario?

Ello desafía abiertamente lamentalidad que defiende que“los negocios son los nego-cios”. Tal y como Adam Smithseñaló –con gran convenci-miento (aunque luego fueraignorado), un mercado flore-ciente presupone una sociedadcivil y civilizada; una sociedaden la que existe un cierto sen-timiento de comunidad, de ca-maradería, de compasión y dejusticia. Sin embargo, el senti-miento que va en contra de losnegocios y con el que a me-nudo nos encontramos notiene en cuenta esta verdadesencial, o se niega a aceptarla.Aristóteles (el primer econo-mista) atribuía dos significa-dos distintos a lo que nosotros

denominamos economía. Unode tales significados, el de “oe-conomicus” o comercio domés-tico –que él aprobaba y consi-deraba esencial para el funcio-namiento de cualquier socie-dad moderadamente com-pleja–, presuponía la existenciade cariño mutuo y de decenciaen la familia ateniense y en lavida comunal. El otro signifi-cado, el de “chrematisike”, co-rresponde al comercio para laobtención de beneficios. Aris-tóteles declaró que dicha acti-vidad estaba totalmente des-provista de virtud, pero es im-portante que observemos porqué. Aristóteles argumentabaque las mercancías deberíanintercambiarse por su “valorreal”, sus costes –incluyendoun “salario justo” para aquellosque las producen–, pero luegollegó a la conclusión erróneade que cualquier beneficio (esdecir, los costes adicionales)exigía cierta dosis de hurto (yaque, ¿de dónde, si no, procede-ría esa “plusvalía”?). Por consi-guiente, Aristóteles denominó“parásitos” a los que tomabanparte en actividades comercia-les, mostrando un desdén es-pecial por los prestamistas y lapráctica ilícita e improductivade la usura, que hasta hace tansólo unos siglos todavía cons-

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tituía un delito. (En un princi-pio, la “usura” no significabaun interés exagerado, sino quehacía referencia a todo cobrode un coste adicional). Sóloaquellos que vivían al margende la sociedad, los ciudadanosno respetables, participaban entales prácticas. (Shylock, en Elmercader de Venecia, de Shakes-peare, era un canalla y un usu-rero que respondía a tales ca-racterísticas, si bien su idea deprenda era algo inusual). Aris-tóteles consideraba que todapráctica comercial era una es-pecie de explotación.

Ésta era su opinión con res-pecto a lo que nosotros deno-minamos “negocio”. El másdestacado discípulo medievalde Aristóteles, Sto. Tomás deAquino, compartía los reparosdel “Filósofo” hacia el comer-cio, aunque se esforzó por au-torizar una usura limitada(aunque, evidentemente,nunca empleara dicho tér-mino) entre los comerciantes.Argumentaba que cobrar unprecio por el “uso perdido” defondos prestados no era lomismo que cobrar un interés.También Martín Lutero, a laspuertas de los tiempos moder-nos, insistía en el hecho de quela usura era un pecado, mien-tras que un negocio lucrativo

era (en el mejor de los casos)algo sospechoso. Podría argu-mentarse que la influencia deAristóteles en los negocios hasido duradera y verdadera-mente desastrosa. Pero lo malode esas actividades, segúnAristóteles, es que no mantie-nen ninguna relación con unacomunidad próspera, sino queviven a costa de ella y la perju-dican. Ahora tenemos muchomás sentido comercial, perocreo que la preocupación deAristóteles es tan relevantehoy como lo fue en el siglo IVantes de Cristo.

Podría argumentarse queAristóteles no concedía dema-siada importancia a la produc-ción, basando sus opinionespor completo en el impulso aadquirir, propio de la aristo-cracia, con lo que en su econo-mía introducía la idea injusti-ficada de que la suma de pér-didas y ganancias era cero. Porconsiguiente, puede argumen-tarse que si bien Aristótelesdefendía las virtudes, tambiénes cierto que ignoraba clara-mente las virtudes de caráctercomercial. No cabe ningunaduda de que admiraba la cali-dad, y con frecuencia elogiabaa los comerciantes que fabrica-ban productos de calidad. Sinembargo, no consideraba que

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la producción de calidad fuerauna empresa adecuada para loscaballeros, a los que, no obs-tante, les estaba permitido dis-frutar de los productos de cali-dad saqueados en tiempos deguerra. Además, como firmedefensor de la tradición, Aris-tóteles no sentía un gran apre-cio por lo que nosotros deno-minamos innovación (ha-ciendo hincapié en los peligrosque entrañaba, tanto un tradi-cionalismo despreocupadocomo una novedad despreocu-pada).

En cualquier caso, resultacurioso que Aristóteles no tu-viera mucho que decir acercade la confianza. Puede que talvez se limitara a darla por des-contado. Pero en tanto encuanto la confianza es la basede la sociedad de mercado(como defiende Francis Fuku-yama en su libro Trust), nocreo que Aristóteles compren-diera esta virtud. Evidente-mente, podría argumentarseque Aristóteles –al igual quesu maestro Platón– represen-taba en gran medida a la clasearistocrática y era bastante in-justo con respecto al comercioy al sustento de extranjeros yplebeyos. Con todo, Aristóte-les inició una gran parte de lahistoria de la ética empresarial,

entendida como un ataque sis-temático a los negocios y susprácticas. Los prejuicios aris-totélicos constituyen una partefundamental de la base sobrela que se sustentan muchascríticas a la empresa y ciertodesprecio por las finanzas, quetodavía hoy son motivo depreocupación para algunosautores de ética cristiana.También algunos defensoresde los negocios participan delos prejuicios aristotélicoscuando argumentan, con es-cepticismo, que “los negociosson como el póquer y no for-man parte de la ética de la vidacotidiana” (Alfred Carr), o que“la [única] responsabilidad so-cial de los negocios es aumen-tar los beneficios” (MiltonFriedman).

Ésta es la actitud que de-fiende que “los negocios sonlos negocios”, expresando unaescisión entre los negocios y elresto de la vida, que exasperó aAristóteles. Para él la vida de-bía encajar en un todo cohe-rente. Es precisamente esteconcepto holístico –el hechode que los empresarios y lasempresas, en primer lugar, for-man parte de una comunidadmás amplia– la que dirige laética empresarial, tal como yola concibo.

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Debería añadir que en estaperspectiva no tiene cabida elfalso antagonismo entre “ego-ísmo”, por un lado, y lo que sedenomina “altruismo”, porotro. Para el yo social adecua-damente constituido, la distin-ción entre interés propio yconcienciación social puedeser cualquier cosa menos algoincomprensible, y lo que deno-minamos egoísmo seguro quetambién es autodestructivo.Además, el “altruismo” seequipara con demasiada facili-dad con el abnegación. Pero elaltruismo no es abnegación,sino una concepción más razo-nable del yo, algo íntimamentevinculado a la comunidad, alos amigos y a la familia, quie-nes, en efecto, puede que seanmás importantes (incluso paranosotros) que nosotros mis-mos. La aproximación aristo-télica a la ética empresarial noexige abnegación, ni sumer-girse en los intereses de unacorporación, ni mucho menosuna infelicidad voluntaria. Loque sí afirma, no obstante, esque las distinciones y contras-tes entre el yo y la sociedadque dan pie a estas ideas obce-cadas constituyen en sí mismasel problema, siendo la causa detanta infelicidad e insatisfac-ción.

Por consiguiente, el pro-blema más grave que presentala ética empresarial es el falsoantagonismo entre beneficiosy responsabilidad social. Conesto en mente, permítanmeque critique el destructivo pre-juicio académico contra las in-teligentes soluciones lucrati-vas: la solución óptima y evi-dente a los problemas relacio-nados con la “responsabilidadsocial”. Es como si los mora-listas tuvieran un interés espe-cial en la nobleza de la abne-gación (es decir, abnegaciónpor los demás). (Los estudian-tes de filosofía advertirán quese trata del mismo problemaque en una ocasión planteó lateoría del egoísmo en la ética;por ejemplo, en el famoso de-bate entre Thomas Hobbes yel Obispo Butler.) Según talespuntos de vista, toda acción esegoísta o desinteresada, y lasíntesis aristotélica del com-portamiento noble, del com-portamiento que responde aun interés personal, es elimi-nada del mapa. Tan prontocomo se plantean tales oposi-ciones artificiales entre el inte-rés personal y el interés com-partido, entre los beneficios yla responsabilidad social, el de-bate se convierte en una pro-posición de “perder–perder”:

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bien riqueza e irresponsabili-dad o integridad y fracaso. Sinembargo, con ello no pretendoafirmar que la perspectiva aris-totélica nos ofrezca una pro-posición de “ganar-ganar”,dado que dicha formulaciónpopular ya supone una situa-ción de juegos teóricos en losque destaca un interés propio(aunque se trate de un interéspropio mutuo).

La verdad se aproxima mása lo siguiente: si trabajamosjuntos, todos estaremos mejor(y ¡ay de aquella corporación osociedad que durante muchotiempo conserve la totalidadde los beneficios en la cúspidede la pirámide y sólo permitaque una pequeña cantidad delos mismos vaya escurriéndosehasta llegar a la mayoría de losque formamos el “nosotros”!).La ética aristotélica presuponeun ideal, un propósito último.Pero el ideal de los negocios,en general, no es –tal y comomis estudiantes se empeñan eninsistir tan inteligentemente–“hacer dinero”. El ideal de losnegocios consiste en satisfacerlas demandas de la sociedad yhacer el bien público, y ser re-compensado por el lo. Esteideal, a su vez, define la misiónde la empresa, al tiempo queproporciona los criterios para

que las empresas y todos aque-llos involucrados en el mundode los negocios puedan serelogiados o criticados. Las si-guientes frases –“Una vidamejor a través de la química”,“Calidad a un buen precio”,“Productividad gracias a lagente”, “El progreso es nuestroproducto más importante”– noresponden a unos simples es-lóganes publicitarios, sino queconstituyen razones para tra-bajar y vivir.

Sin una misión, una em-presa no es más que un pu-ñado de personas organizadaspara hacer dinero, mientras seinventan algo para hacer (porejemplo, “ganar a la competen-cia”). Puede que tales activida-des contribuyan involuntaria-mente al bien público, pero la“mano invisible” de AdamSmith nunca fue una estrate-gia social fiable, y la diferenciaentre tener la intención de ha-cer el bien y hacer el bien in-voluntariamente no sólo es esesentimiento especial de satis-facción que se obtiene con loprimero. En contra del argu-mento nada convincente quedefiende de un modo total-mente irresponsable queaquéllos (“los individuos bienintencionados”) que tratan dehacer el bien, en realidad, ha-

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cen más mal que bien, la ver-dad, simple y clara, es que lamayor parte del bien de estemundo procede de las buenasintenciones. La actividad hu-mana significativa es aquéllaque intenta hacer el bien, enlugar de tropezar con él en lasenda que conduce a la conse-cución de objetivos mera-mente competitivos o egoístas.

5. UNAS POCAS PALABRAS

ACERCA DE LA VERDAD: LA

VIRTUD ESENCIAL DE LOS

NEGOCIOS

HO Y EN DÍA todo elmundo reconoce quela verdad es el “aglu-

tinante” –el “instrumento fun-damental”– de toda iniciativaempresarial que triunfe, o detoda sociedad empresarial quetriunfe. Pero, hasta hace muypoco, la literatura sobre éticaempresarial apenas abordaba lacuestión de la confianza. Erade referencia obligada, porejemplo, en los debates sobrelas relaciones entre la direccióny los empleados, y las relacio-nes entre las agencias, pero lanaturaleza de la confianzacomo tal no se examinaba,como si ningún análisis fuerapreciso. Así, la obra de FrancisFukuyama, Trust: The Social

Virtues and the Creation ofProsperity, y la de John Whit-ney, The Economics of Trust,han suscitado un gran interésen el mundo empresarial.Cada una de ellas tiene susvirtudes, y su tema central –elhecho de que la confianza seaesencial para la prosperidad ylos negocios– es incuestiona-ble. Sin embargo, no dicennada acerca de la confianzacomo tal, y a menudo evitanutilizar el peligroso término“ética”. Es como si el elementofundamental de la confianzafuera la simple eficiencia, laeliminación de “costes de tran-sacción” ruinosos, sin ningunamoral ni ninguna implicaciónética. Whitney, por ejemplo,empieza y concluye básica-mente su análisis con la defini-ción que el Random HouseDictionary ofrece del término“confianza”, como si esa defi-nición “oficial” de la palabrabastara para comprender lascomplejidades y sutilezas delfenómeno. Fukuyama redes-cribe la confianza –no sincierto recelo– como “una so-ciabilidad espontánea” que seda en determinadas culturas,pero no en otras. Tal vez laúnica característica más desta-cada de su libro sea la subordi-nación de la economía a la cul-

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tura (que es la razón por lacual –apunto a modo de hipó-tesis– la mayoría de los econo-mistas han abandonado a Fu-kuyama). Pero luego Fuku-yama (yendo en contra de supropia percepción) hace unanálisis excesivamente econó-mico de las consecuencias dela confianza y de la descon-fianza, reduciéndolas estricta-mente a las grandes corpora-ciones, en lugar de ampliarlas–tal y como sucede en China–a vastas redes de vínculos co-munales y de acuerdos comer-ciales.

En un reciente libro queabordaba el tema de la con-fianza (A Better Way to ThinkAbout Business, Oxford Uni-versity Press, 1999), yo defen-día el concepto de la confianzacomo un proceso dinámico,como una función de las prác-ticas y relaciones comunales,en lugar de considerarla comoun “instrumento” –o “ingre-diente”, o incluso “agluti-nante”– cultural estático. Enmi opinión, estas metáforas re-flejan el hecho de que los eje-cutivos suelen sentirse incó-modos a la hora de hablar so-bre la confianza, excepto, talvez, cuando lo hacen en lostérminos más abstractos deaprobación. Cuando surge la

cuestión de la confianza, laaprueban con efusividad, peroenseguida se ponen nerviososy cambian de tema. Hoy endía, los ejecutivos hablan mu-cho acerca de la confianza, talvez porque no se equivocan alsospechar que ésta, en muchasempresas, siempre está bajomínimos. Hace poco, uno denuestros asociados –que tam-bién ofrece sus servicios comoasesor a importantes compa-ñías– dio una conferencia a va-rios cientos de ejecutivos deuna de las corporaciones másimportantes de América sobrela importancia de confiar enlos propios empleados. El pú-blico se quedó estupefacto, re-accionando con un silencioatento, hasta que uno de ellos–que en realidad hablaba ennombre de todos– dijo: “pero¿y cómo los controlamos?”. Setrataba de una pregunta muyreveladora, que reflejaba queno habían comprendido eltema principal de la conferen-cia; es decir, que la confianzaes todo lo contrario del con-trol. O, tal vez lo habían com-prendido muy bien, pero seacobardaron cuando llegó elmomento de pensar en susconsecuencias.

Al igual que quien por pri-mera vez practica paracai-

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dismo en la modalidad de ca-ída libre y se ha leído con en-tusiasmo toda la literatura pu-blicitaria sobre las emocionesque proporciona este deporte yha escuchado atentamente lasinstrucciones pertinentes,también el público preguntócon incredulidad: “¿y ahoraquiere que saltemos delavión?”. Todos conocemos laimportancia de la confianza,las ventajas de la confianza, ytodos sabemos lo terrible quepuede ser la vida sin ella. Perocuando se trata de poner enpráctica ese conocimiento, to-dos somos como ese paracai-dista principiante. Crear con-fianza implica correr unriesgo. La confianza conllevauna ausencia de control, dadoque parte del poder se trans-fiere o se cede a la persona enquien se deposita. Es comosaltar desde el oscuro y claus-trofóbico fuselaje de nuestrocinismo ordinario para lanzar-nos hacia la caída libre y sinapoyo de la dependencia. Y,sin embargo, a diferencia delparacaidismo, nada resulta másimprescindible.

Actualmente, se corre el pe-ligro de que la confianza seasobrevalorada. A veces, se daalgo parecido a un exceso deconfianza; y entonces hay una

“confianza a ciegas”, una con-fianza sin garantía, una con-fianza imprudente. La con-fianza, por sí sola, no resol-verá, tal y como prometen al-gunos de nuestros expertos, losproblemas a los que debe en-frentarse nuestra sociedad. Elproblema –si podemos resu-mirlo en una o dos metáforas–es que la confianza a menudose interpreta como si fuera un“medio” en el que tienen lugarlas transacciones humanas, ocomo un “terreno”, una “at-mósfera” o, incluso, dicho deun modo más impreciso, como“un clima”. Benjamín Barber,por ejemplo –uno de los pri-meros escritores que abordó eltema de la confianza y al que amenudo recurren los comenta-ristas actuales– afirma que laconfianza es “la materia o elingrediente básico de la inte-racción social”. Pero, ya seacomo “elemento” o “ ingre-diente”, como “recurso” (Fuku-yama), como “medio”, “te-rreno”, “atmósfera” o “clima”,la confianza tiende a aseme-jarse con demasiada facilidad aalgo inerte, a algo que simple-mente “está ahí” o que “no estáahí”, en lugar de interpretarsecomo un aspecto dinámico dela interacción y de las relacio-nes humanas.

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Esta interpretación erróneade la confianza plantea una ra-cionalización peligrosa. Laconfianza –el hecho de con-fiar– presupone honradez; esdecir, una persona es honradao no lo es. De modo que laconfianza adopta la forma deuna especie de conocimiento;el reconocimiento (aunque,evidentemente, uno puedeequivocarse) de que una per-sona es honrada. Así, si unapersona confía en otra –es loque dice la racionalización–,entonces, no es necesario decirnada, y es mucho mejor queno se diga nada. Ésta es laesencia de nuestro problema.La confianza se presenta comoalgo inarticulado, irrepresenta-ble. Desde esta perspectiva, elsimple hecho de preguntar“¿confías en mí? o “¿puedoconfiar en ti? ya genera –y nosólo indica– desconfianza. (Lamadre de Blaze Starr le dice asu hija: “No confíes nunca enun hombre que diga ‘confía enmí’”). Si alguien no confía enuna persona, de nada servirádecírselo, a no ser que se tratede una especie de insulto, unaforma de agravar un conflictoya existente o una prueba deconfirmación (“si me dices quedebo confiar en tí, entoncestodavía eres más mentiroso”).

Cuando un político o un líderejecutivo dice “confíen en mí”,está corriendo un gran riesgo.Es muy probable que los quele dan su apoyo se preguntenpor qué tiene que decir lo yempiecen a sospechar. Para losque ya sospechan de él, un im-perativo tan osado confirmasus sospechas. Por otro lado,cuando alguien dice “confío entí”, siempre existe la posibili-dad de cierta manipulación,incluso la imposición no dese-ada de una carga psicológica,una de cuyas consecuenciaspuede ser la culpabilidad. Va-clav Havel, en su discurso alpueblo checo en 1990, afirmó:“debemos confiar los unos enlos otros”. No dice: “confiad enmí” o “confío en vosotros”.Vale la pena analizar las cir-cunstancias en las que un polí-tico (o cualquier otra persona)diría –o debería decir– algoasí. En este caso, sin embargo,únicamente diremos que elmotivo principal para hablaracerca de la confianza no sóloresponde a la necesidad de“comprender” el conceptodesde un punto de vista filosó-fico, sino también al hecho deponer la cuestión de la con-fianza “sobre la mesa” para ha-blar de ella en situacionesprácticas y concretas. El hecho

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de hablar desde la confianzapermite crear confianza, altiempo que la desconfianza seatenúa. Por otro lado, el hechode no hablar acerca de la con-fianza puede conllevar unadesconfianza continua.

Lo que quiero recalcar –di-cho en pocas palabras– es quela confianza no es algo queocurra por casualidad. Es algoque nosotros mismos creamosa través de nuestras relaciones,incluyendo, en especial, nues-tras relaciones en los negocios.Como tal, es la virtud empre-sarial esencial; la virtud sin laque no podrían darse los nego-cios, ni ninguna sociedad civi-lizada. En lugar de interpretar“los negocios son los negocios”como una excusa para engañara la gente, yo afirmo que losnegocios son, en última ins-tancia y por su propia natura-leza, el negocio de la confianzay de las virtudes que lo posibi-litan.

6. CONCLUSIÓN

EN EL SIGLO XIX, todoel mundo era cons-ciente de que los ne-

gocios se habían convertido enla gran influencia civilizadorade Europa. Es posible que al-gunos escritores temieran –y

con toda la razón– una pérdidade cultura, pero en lugar demasacres sectarias en nombrede la religión y de contiendasde varios siglos de duración enbusca de un trono o de unaparcela de terreno, el nuevomundo de los negocios ofrecíacompromiso, ganancias mu-tuas, innovación y una riquezageneralizada a una escalanunca imaginada. Napoleónfue sustituido por miles deempresarios, mercaderes ybanqueros. Diez años de gue-rra (1805–1815) se introduje-ron silenciosamente en un si-glo de paz y prosperidad.

La llegada del nuevo mile-nio plantea una cuestión fun-damental a las libres empresascorporativas mundiales. Lacuestión de si las empresas queahora controlan –o que con-trolarán– los recursos del pla-neta y que sacan tanto prove-cho de la humanidad puedendemostrar no sólo su rentabili-dad, sino también su integri-dad. Los antiguos argumentoscuasiteológicos siguen persis-tiendo: si las multinacionales yel capitalismo en general sir-ven mejor a la humanidad; silas corporaciones y el capita-lismo son algo bueno o malo, osi, en el mejor de los casos, sonamorales; si las corporaciones

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pueden tener conciencia y sipuede esperarse que sean res-ponsables. Pero en el año2001, todo esto es puramenteacadémico. Tanto si se tratadel “fin de la historia” como sino, ahora, la mentalidad de lalibre empresa –junto con sudefensa del consumidor– rigeel mundo. Los mercados demasas, las economías de escalay la eficiencia de la distribu-ción exigen organizacionesmasivas, mientras que la desa-parición de las fronteras nacio-nales –tanto desde un puntode vista práctico como legal–dejan la dominación de lascorporaciones globales y mul-tinacionales sin desafiar. Se-guirá existiendo un mayor omenor número de regulacionesgubernamentales; algunas deellas necesarias y favorables;otras, fastidiosas, y los gobier-nos más poderosos podráncompetir con todas y cada unade las mayores corporaciones.Pero ningún gobierno será ca-paz de igualar el poder colec-tivo del mundo corporativo.Además, muchos gobiernos,incluyendo las “superpoten-cias”, están considerablementeen deuda con las corporacio-nes. El futuro del mundo, por

lo menos durante el siguientecrítico siglo, está en manoscorporativas. El modo en quedichas corporaciones lleven acabo sus negocios y concibansu propia identidad ya no setratará de “una simple cuestiónde negocios”.

Dado que no soy más queun simple filósofo, no me co-rresponde a mí sugerir las re-formas jurídicas y legislativasque impulsarían a los buenosejecutivos a hacer uso de sumejor criterio en las decisionescorporativas que tan profun-damente están afectando al fu-turo de la humanidad. Pero loque sí puedo y voy a hacer–como un simple filósofo– esseguir recalcando lo que cadavez debería ser más obvio: que,en el nuevo mercado global, lalibre empresa lleva consigo to-das las responsabilidades de li-bertad; la obligación de ser lomejor que uno pueda ser; laobligación de preocuparse porotros que también son libres,aunque tal vez no tan afortu-nados; la obligación de mirarmás allá de los objetivos inme-diatos de uno, hacia un futuroglobal más amplio e inevita-blemente compartido.

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1 Considérese el siguiente pasajede la encíclica Centesimus annus,de Juan Pablo II:

“Volviendo ahora a la preguntainicial, ¿se puede decir quizá que,después del fracaso del comu-nismo, el sistema vencedor sea elcapitalismo, y que hacia él esténdirigidos los esfuerzos de los paí-ses que tratan de reconstruir sueconomía y su sociedad? ¿Esquizá éste el modelo que es nece-sario proponer a los países delTercer Mundo, que buscan la víadel verdadero progreso econó-mico y civil?

La respuesta obviamente es com-pleja. Si por «capitalismo» se en-tiende un sistema económico quereconoce el papel fundamental ypositivo de la empresa, del mer-

cado, de la propiedad privada y dela consiguiente responsabilidadpara con los medios de produc-ción, de la libre creatividad hu-mana en el sector de la economía,la respuesta ciertamente es posi-tiva, aunque quizá sería más apro-piado hablar de «economía deempresa», «economía de mer-cado», o simplemente de «econo-mía libre». Pero si por «capita-lismo» se entiende un sistema enel cual la libertad, en el ámbitoeconómico, no está encuadrada enun sólido contexto jurídico que laponga al servicio de la libertadhumana integral y la considerecomo una particular dimensión dela misma, cuyo centro es ético yreligioso, entonces la respuesta esabsolutamente negativa” (nº 42).

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NOTAS

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