EL NARANJO DE LA IGLESIA o El Enjuto Troncón del Sr. Cura.

El naranjo de la Iglesia

no es un naranjo cualquiera, es símbolo de pasión, de muerte y resurrección cada nueva primavera.

De noche sueña un jardín con un estanque con ranas, y un jilguero cantarín, que venga de otro confín para anidar en sus ramas.

Imagina un podador de primorosa tijera, que aligere su espesor causándole, sin dolor, cortes que untará con cera.

Confía en fructificar pero su fatal destino, dispuso que iba a morar, sin naranjas ni azahar, al lado de su asesino.

Vegeta en recogimiento y, como si un Cristo fuera, le va a llegar el momento de sufrir ese tormento que cada año le espera.

Encaramado al pretil de la azotea de la Iglesia, Ponciopilato-Ortíz dicta su sentencia hostil: ¡que le corten la cabeza!.

No ha lugar la apelación y un jardinero verdugo,

con hacha y sin capuchón, reduce a enjuto troncón

la frondosidad que tuvo.

Ya todo se ha consumado, la ejecución está lista, y el cítrico condenado ha sido decapitado como San Juan el Bautista.

Escaso fue su sustento, sobre tierra sin labor le sirvieron de alimento la hojarasca y sedimentos del sacrificio anterior.

Mas medrarán sus raíces bajo la infértil maleza, dando al cura en las narices pues reparan cicatrices y dan vida a la corteza.

Y volverá a renacer; una copa nueva y sana intentará florecer, al sol del amanecer perfumando la mañana.

Pero volverá a caer; es un ciclo repetido, porque repetido es, el veredicto emitido por el implacable juez.

La voz, de soberbia presa, del clérigo emperador, repetirá con firmeza: ¡que le corten la cabeza al naranjo pecador!.

MANUEL PÉREZ CARO. El Rubio –2000 (?)l