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El libro y las bibliotecas en la Edad Media

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EL LIBRO Y LAS BIBLIOTECAS EN LA EDAD MEDIA

En esta época distinguimos dos periodos diferenciados: la Alta y la Baja Edad Media, en los que el libro y las bibliotecas tienen características distintas: En la Alta Edad Media el libro desempeña fundamentalmente un papel de transmisor de la religión y las únicas bibliotecas son las de los monasterios y en cambio, durante la Baja Edad Media se produce una mayor apertura con el auge del ámbito urbano y laico, lo que conlleva la aparición del libro laico y las bibliotecas laicas de diferentes tipos.

El Libro en la Alta Edad Media

Códices y Escriptoria

La caída del Imperio Romano en el siglo V provocó la pérdida del poder político, el empobrecimiento y un creciente analfabetismo. En la Alta Edad Media el único estamento que generalmente sabía leer y escribir era el religioso. La lectura de textos sagrados era el vehículo para acercarse a Dios y las reglas de muchas órdenes obligaban a saber leer y escribir. La mayoría de los monasterios contaban con un lugar, denominado Scriptorium o Escriptoria, expresamente dedicado a la copia de libros, que, junto con la lectura, eran dos de las actividades más importantes que se desarrollaban en los mismos. La finalidad de la copia era el intercambio con otros monasterios, o atender los encargos de personajes importantes, muy escasos en aquella época. Estos Escriptoria fueron los únicos centros de producción libraría durante muchos siglos y estaban dirigidos por un armarius, responsable de la coordinación de todas las actividades, y en concreto de la producción de los códices. Se denomina códice (del latín “codex”: bloque de madera) al documento con formato de libro moderno, es decir, el constituido por páginas separadas, cosidas y encuadernadas. En teoría, cualquier libro actual (salvando los electrónicos) es un códice, aunque este término se utiliza únicamente para libros manuscritos. El códice fue inventado en el siglo IV por los romanos para sustituir al rollo ("rotulus"), aunque éste continuó usándose de forma aislada en el Medievo. El material sobre el que se realizaban era el pergamino, cuyo uso se había ido generalizado desde el siglo IV, para el que utilizaban la piel de los animales de sus granjas. Algunos códices eran reutilizados, después de raspar su contenido, dando origen a los denominados Palimpsestos. Para escribir se utilizaba el cálamo, de caña o pluma, y la tinta, negra y roja para destacar lo importante. Primero se diseñaban las páginas, señalando donde iba el texto

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y las ilustraciones y luego se preparaba el pergamino con la señalización precisa, rayados horizontales y verticales, para reflejar el diseño. A continuación se escribía con letra cuidada e igualada, y posteriormente el manuscrito pasaba al rubricador, encargado de los títulos y letras capitulares, y al iluminador, que realizaba las ilustraciones. Después las hojas llegaban al encuadernador que las unía siguiendo las instrucciones marcadas. En los códices encontramos una serie de anotaciones que ayudaban a los monjes en su elaboración y a los lectores a moverse por el libro:

• Menciones históricas:

− Íncipit. Primeras palabras del texto

− Éxplicit. Últimas palabras del texto

− Colofón. Expresiones del copista: su nombre, lugar, fecha de la copia

• Menciones prácticas, que ayudaban al lector en la consulta del texto y realizaba

el rubricador en tinta roja.

• Menciones técnicas, dirigidas al personal encargado de la confección:

− La inicial en letra pequeña para las letras capitulares.

− Reclamo para el encuadernador, la palabra con la que empezaba el siguiente

fascículo en la última hoja del precedente.

En cuanto a la escritura, existían diversos tipos de letras, todas ellas de carácter nacional, como la Merovingia (Francia), Beneventana (Italia), Visigótica (España), o la minúscula griega de Bizancio. Con la creación de la letra Carolina en el siglo XI, se intentó la unificación de todas las escrituras nacionales, pero el éxito de este intento fue muy breve y pronto se volvieron a usas las escrituras nacionales. La iluminación (del verbo illuminare, dar luz) es el arte de ornamentar los manuscritos con ilustraciones. Se trabaja con los colores, y también con metales preciosos como el pan de oro. Abarca:

• Elementos íntimamente ligados al texto y que ayudan a comprenderlo, como las

miniaturas.

• Elementos exclusivamente ornamentales como las iniciales y los frontispicios.

Estos manuscritos ilustrados son los libros miniados, término que deriva del minium, un óxido de plomo de color anaranjado o rojo que se utilizaba antiguamente como pigmento para marcar las letras iniciales, y cuyo nombre indica que proviene del Río Miño donde fue extraído para la minería por primera vez.

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La encuadernación consistía en principio únicamente en la unión de las diferentes partes del libro hasta convertirlo en un todo. No se utilizaban tapas y se comenzaba con el íncipit más el título del libro. Posteriormente se convierte en un elemento que da valor al libro y lo dota de poder y prestigio. Las tapas más lujosas pertenecen a los libros litúrgicos y se utilizan técnicas muy elaboradas:

• Orfebrería. Las tapas de madera se cubren de metales preciosos, piedras y

marfiles.

• Corriente. Las tapas se forran de pergamino o cuero, a veces con estampaciones

en gofrado.

Los tipos de encuadernaciones que se utilizaban eran:

• De caja. La tapa de arriba cierra sobre las pestañas laterales.

• De carpeta. La tapa superior se dobla sobre un lado y llega a la inferior como en

un sobre.

Libro carolingio

Con el Imperio carolingio se produce una renovación del pensamiento y se afianza el valor del libro como símbolo de poder y de autoridad, a través del engrandecimiento de la figura de los soberanos, pero sin olvidar su valor sacro. Se produce un resurgimiento de los estudios bíblicos a través de la filología y se completa con el estudio de las artes liberales (gramática, retórica, música, geometría, …). Con Carlomagno y sus sucesores:

• Se refuerza la importancia de los escriptoria (Corbie, Saint Denis, Saint Martín

de Tours, Montecasino).

• Se produce en el ámbito laico un apoyo inequívoco a la cultura fundando

escuelas donde se aprendía a leer y escribir.

• Se cambia el tipo de letra utilizado hasta ahora, uncial o semiuncial por la

carolina, más fácil de trazar o leer.

El libro carolingio se caracteriza por:

• Su lujo. Encuadernaciones e ilustraciones muy elaboradas y llamativas.

• Temática fundamentalmente religiosa. Biblias, evangelios, salterios, …

Códice en la Península Ibérica

Antes de la invasión musulmana surgen una serie de importantes figuras intelectuales como Isidoro de Sevilla (556 – 636), del que hay que destacar sus Etimologías, Leandro (534 – 596), hermano del anterior y también arzobispo de Sevilla, y Samuel Tajón (600 – 659), obispo de Zaragoza.

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Tras la invasión árabe la península se divide en dos zonas culturales, con características del libro y la literatura distintas en cada zona:

• Los mozárabes, ibéricos que aceptaron vivir bajo el dominio del islam.

• Los ibéricos libres del norte.

Entre los monasterios más importantes de la península están San Pedro de Cardeña, Silos, Albelda y Ripoll. Uno de los libros más representativos son los “Beatos”, manuscritos de los siglos X y XI, más o menos abundantemente ilustrados, en los que se copia el Apocalipsis de San Juan. El más conocido y copiado es el redactado en el siglo VIII por el Beato de Liébana. También es conocido el Beato de Távara, fechado en el 970, por su colofón, ya que es parcialmente una copia del Beato de Liébana. La influencia carolingia en la península supone la pérdida de muchas características árabes. A partir del siglo XII predomina el modelo carolingio como se refleja en las Cantigas de Alfonso X el Sabio. Las Bibliotecas en la Alta Edad Media

En Occidente, en la Alta Edad Media la situación dominante era el empobrecimiento cultural y el analfabetismo. Los monasterios de la mano de la Iglesia Católica se convierten en el símbolo de la cultura, por lo que las bibliotecas existentes se encuentran casi exclusivamente en estos monasterios, que eran estrictamente religiosos. Mención aparte merece el caso de Bizancio, cuyos dirigentes fomentaron la creación de bibliotecas privadas que contenían obras paganas, sagradas, clásicas y contemporáneas. Las más conocidas son la Biblioteca Imperial fundada por Constantino (272 - 337), la creada por Constancio II en 356 que disponía de un scriptorium, donde se fomentó el nuevo formato del libro, el códex, o códice y la Biblioteca de los Patriarcas, fundada por el patriarca Sergio a principios del siglo VII. También encontramos bibliotecas en los monasterios de Bizancio y sus provincias que se regían por las reglas de cada orden. Una de las más importantes fue la regla de Teodosio que establecía un scriptorium. Entre las bibliotecas de monasterios de provincias podemos destacar la de San Juan de Patmos y las 20 del Monte Athos. En la Península Ibérica, en la época visigoda, no se produce el derrumbe cultural del resto de Europa. Aquí se crean escuelas episcopales que albergan sus bibliotecas, entre las principales destacan las de Mérida o Toledo. Aunque el núcleo más importante fue Sevilla, donde San Isidoro poseía una biblioteca con gran número de valiosos códices. La invasión árabe acabó con el esplendor cultural y muchos pensadores se refugiaron en el norte peninsular llevándose sus bibliotecas. En monasterios de esta zona se

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hallaron las mejores obras del arte librario, como los ya mencionados Beatos de Liébana o San Salvador de Tábara. En el siglo X-XI la producción libraria era muy rica y estaba centrada en temas religiosos: las Sagradas Escrituras, las vidas de santos ilustres, libros litúrgicos como misales y las reglas de las órdenes, aunque algunas bibliotecas solían albergar una importante colección de tratados de enseñanza e incluso obras clásicas y latinas de carácter profano. A pesar de que las bibliotecas monásticas eran las más importantes de esta época, no debemos olvidar la existencia de otras bibliotecas en las principales ciudades, que normalmente se encontraban en los centros de enseñanza y en las catedrales. En esta época en Europa también tuvieron su importancia las bibliotecas de las cortes imperiales, como la de Carlomagno y su Biblioteca Palatina de Aquisgrán. A las bibliotecas monásticas se las denominó de distintas maneras: armarium, secretarium, archivium o librarium. Y al frente de ellas estaba el anticuarius,

bibliotecarius o armarius, responsable de la producción de los códices. En muchos monasterios se impuso la regla de San Benito de Nursia que exigía a los monjes saber leer y escribir para poder comunicarse con Dios. De ahí que monasterios tan importantes como Cluny o Saint Gall contaran con bibliotecas autosuficientes, gracias a sus scriptoria, y además recibieran donaciones de gente ilustre. Los libros se guardaban en armarios bajo llave, a los que sólo accedían personas autorizadas. No existían las salas de lectura porque los monjes solían leer en sus celdas. El libro en el Islam

La civilización islámica ha sido muy importante para la historia del libro. A lo largo de sus conquistas entraron en contacto con diferentes pueblos: griegos, romanos, chinos, … y asimilaron muchos elementos culturales distintos. Los musulmanes fueron los primeros en extender el comercio del libro por Occidente. El libro recibió el nombre de Kitab, derivado de Kataba, escribir. Se cree que el primer texto árabe escrito fue el Corán. El libro árabe presenta una amalgama de características derivadas de otros pueblos:

• Forma:

− Rollo.

− Códice

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• Materia:

− Materiales primitivos, como huesos y pieles.

− Papiro, sobre todo en la zona siria y egipcia.

− Pergamino.

− Vitela, pergamino muy fino, de un animal no nacido muy joven.

− Papel.

El papel ya era conocido en la época abasí (751). Es un soporte creado por ellos, cuyo uso se generaliza a partir del siglo IX, fundamental para el libro impreso en su desarrollo posterior, suponiendo una revolución del libro. El papel era un material barato de elaborar, con materias primas fáciles de conseguir, sogas y trapos, y en principio inagotables. Parece que los árabes tomaron el procedimiento de fabricación de los chinos, que lo fabricaban desde el siglo II. Las primeras fábricas aparecieron en Damasco y El Cairo, luego se expandió por España, Játiva es la primera población de Occidente de la que sabemos, documentalmente, a través del geógrafo árabe El Edrisi en 1154, que tuvo industria papelera, y más tarde pasará a Europa. En el monasterio benedictino de Santo Domingo de Silos se encuentra el Misal Mozárabe, con el papel occidental más antiguo que se conoce, ya que debió ser fabricado antes del año 1036, en que fue sustituido este rito por el gregoriano. En la cultura islámica se amplía la temática. Hay libros de poemas, medicina, matemáticas, astronomía, botánica …, muchos de ellos traducidos de otras lenguas (griego, hebreo, …). Sin embargo el texto más difundido era el Corán, que recogía las enseñanzas de Mahoma, ya que todo musulmán debía conocer la palabra divina, lo que conseguía a través de la lectura. El libro islámico está muy ornamentado e ilustrado. La representación de la figura humana no estaba bien considerada por la religión, aunque no estuviese específicamente prohibida, por lo que se recurrió a los motivos geométricos y vegetales y a la propia escritura. Ésta se convirtió en el principal motivo ornamental por su valor religioso y plástico, apareciendo los juegos caligráficos, en los que las letras imitaban diferentes formas. Las encuadernaciones eran muy elaboradas y se decoraban utilizando atauriques, motivos florales, motivos geométricos y círculos. Se utilizaban diferentes tipos de escritura, entre las que podemos nombrar la cúfica o la neshí.

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El desarrollo administrativo de un imperio en expansión incrementó la importancia de las bibliotecas en la sociedad islámica, en la que las encontramos privadas, en casa particulares, o públicas, en madrazas o en mezquitas. Las bibliotecas recibían el nombre de Kitabjana o maktaba y contenían, además del Corán, obras griegas, judías, sirias, …, copiadas o adquiridas durante sus conquistas. No poseían un edificio propio, sino que se ubicaban en las instituciones religiosas o de enseñanza, ocupando una o varias de las mejores habitaciones. Los libros también se guardaban bajo llave en armarios, ya que su función era la de conservación y no difusión. Se colocaban unos sobre otros, sin signatura pero siguiendo un orden especificado en el catálogo. Se intentaba que en cada armario los libros fuesen de la misma materia La biblioteca privada más conocida por su importancia fue la del califa Al-Mamun (786 -833) en Bagdad, llamada Bait al-hikma (Casa de la sabiduría), donde se traducían obras científicas, filosóficas y lingüísticas. En la Península Ibérica tuvo gran importancia la biblioteca de Al-Hakam II (915 – 976), califa de Córdoba, en la que trabajaban copistas encuadernadores e ilustradores, además de otros profesionales.

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El libro y las bibliotecas en la Baja Edad Media

A partir del siglo XII, se producen una serie de cambios económicos, sociales y culturales que harán que la cultura ya no solo se encuentre en el ámbito religioso. Estos cambios se originan porque se producen innovaciones técnicas, la extensión del comercio, el aumento de la población y la aparición de una nueva clase social, los nuevos burgueses, dedicados a las actividades económicas del comercio, banca y manufactura. Esta burguesía necesitará aprender a leer y escribir para desarrollar sus negocios en las cada vez más florecientes ciudades. Comienza a demandarse la literatura de recreo, la enseñanza pasa de los monasterios a las nuevas escuelas catedralicias y se fundan las primeras universidades en las que se desarrollan disciplinas como el derecho y la medicina. La cultura ya no es patrimonio exclusivo de la Iglesia, pasando a tener una dimensión laica, centrada en las ciudades, y ello provoca un cambio en el panorama del libro. Las universidades se convierten en instituciones que condicionan la producción de libros necesarios para profesores y alumnos: textos, obras de consulta, comentarios, etc. El libro en la Baja Edad Media

Surge así una corporación de profesionales del libro que se convierten en parte integrante de las universidades y en concreto, la figura del Estacionario. Éste anunciaba públicamente los libros y controlaba la circulación de copias fidedignas mediante un sistema que consistía en cotejar con el ejemplar original o modelo, y utilizarlo siempre para las copias sucesivas. El préstamo estaba sujeto a tarifas y posteriormente el ejemplar volvía a manos del estacionario, que volvía a alquilarlo. El sistema evitaba las alteraciones en la copia. También se encargaban de vender ejemplares a quienes pudieran pagarlos. Otro sistema de multiplicación de los libros era el de “pecias”, que se utilizaba de dos formas: - Un estudiante alquilaba el fragmento o pieza del libro que necesitaba y lo copiaba para su uso, o encargaba la copia si podía permitírselo. - Copistas a sueldo se encargaban de copiar al mismo tiempo una parte de la obra, es decir, un cuadernillo. Lo realizaban varias veces con lo que se producían varios ejemplares de un mismo libro en un período de tiempo rápido y con pocos errores, al realizar cada copista siempre la misma parte de la obra. La nobleza y la burguesía empiezan a demandar un libro lujoso, se modifican formatos, con ejemplares más pequeños de carácter secular e imágenes de vida cotidiana. Durante el siglo XIII el libro más característico es el libro de horas, destinado a los laicos, con oraciones y rezos para todos los días del año, bellamente ilustrados y encuadernados.

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A partir del siglo XIV empieza el Humanismo, movimiento cultural en el que se retoma el interés por la cultura clásica. Se produce un auge del mercado librario y de las bibliotecas particulares. La recuperación de autores griegos llevó aparejada la de muchas obras clásicas latinas. Cicerón, Plinio el Joven, Tácito, Propercio y Tibulo comenzaban a conocerse gracias a la labor de dos intelectuales de la época, Petrarca y Boccaccio. Comienzan a conocerse los autores de literatura creativa, a través de un mecenas que financiaba la copia de sus libros y los sacaba del anonimato. Los libros eran de temática científica y literaria, además de religiosa y existían varios formatos: - De Bancos. Libros muy grandes e imposibles de transportar, sobre todo litúrgicos. - De alforja. También grandes, pero transportables. Eran universitarios y humanísticos o de estudio. - De mano. Pequeños, de lectura general y contenido diverso. Entre ellos se encontraban los libros de horas. Curiosidad: El Libro del Buen Amor, del Arcipreste de Hita La obra se conserva en tres códices muy distintos: el manuscrito G [ayoso], conservado en la R.A.E., copiado hacia 1389 y sin fecha de composición; el manuscrito T[oledo], copiado a principios del siglo XV, y conservado en la BNM, con fecha de composición de 1330. Finalmente, el más extenso, de S[alamanca], copiado por Alfonso de Paradinas, salmantino, hacia 1415, con fecha de 1344 El papel del bibliotecario cambia, ya no sólo es responsable de la conservación de la colección, sino que ahora se busca a un verdadero bibliófilo, un intelectual que sepa buscar y seleccionar los libros. En las ciudades empezamos a encontrar talleres de producción sistemática de libros y cada vez más especialización en el trabajo: copistas, especialistas en Rúbricas o Iluminación, Miniaturistas y especialistas en determinados contenidos de obras. Otra curiosidad

El manuscrito Voynich es el manuscrito más misterioso del mundo. Un misterioso libro lleno de dibujos y textos que nadie ha sido capaz de dar sentido hasta el día de hoy. Fue escrito en el siglo XV por un autor anónimo en un alfabeto no identificado y un idioma incomprensible, el denominado voynichés. Las Bibliotecas en la Baja Edad Media

Con todos los cambios económicos, sociales y culturales que tienen lugar en el siglo XII nacen las bibliotecas catedralicias, las universitarias y las privadas. Si bien las bibliotecas monásticas no desaparecen, sí que pasan a tener menor protagonismo.

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Bibliotecas catedralicias

Las catedrales son un claro indicio del auge urbano de esta época y de la nueva vida del clero en las ciudades. A ellas se asociaron unas escuelas de enseñanza, las escuelas catedralicias que comenzaron a formar sus bibliotecas. La más antigua es la de Verona, fundada en el siglo V, pero por su importancia sobresalen la de York, Worcester y la de Canterbury. En España destaca, antes de la conquista musulmana, el sur con las catedrales de Córdoba y Sevilla pero después cobran auge las zonas reconquistadas como León y Girona. Pero si una destaca por su importancia es la escuela de Toledo y su biblioteca que se advierte en la fundación de la Escuela de Traductores de Toledo. En Europa destacan las bibliotecas de las catedrales de Chartres y Reims. En Inglaterra, además de la de Canterbury se encuentra la de Durham, dirigida por Richard Augervilles de Bury, bibliófilo que aporta, entre otros estudios un reglamento de préstamos de libros y de cómo deben ser tratados los libros. La mayoría de libros que se podían encontrar en estas bibliotecas estaban escritos en latín: libros teológicos, de culto, los dedicados a la enseñanza, obras clásicas y científicas, etc. Los libros de lujo se guardaban en la sacristía y los de texto en la biblioteca, en armarios, agrupados por su contenido. Aquí sí que encontramos salas de lectura, ya que lo normal es que no se prestaran. Eran salas alargadas con muchas ventanas y filas de pupitres donde se colocaban los libros encadenados para evitar su pérdida, eran los libri catenati. Hasta nuestros días han llegado catálogos-inventarios de algunas de estas colecciones catedralicias. Bibliotecas universitarias

Son las bibliotecas más representativas y utilizadas de la época. En ellas el libro es un transmisor de conocimientos, y pierde su concepción sagrada. Las primeras universidades aparecen en la segunda mitad del siglo XII, nacidas de las escuelas catedralicias (y también bajo la influencia de los centros de estudio musulmanes asentados en España) y con el objetivo de instruir a los futuros clérigos, en una Iglesia que cada vez exigía mayor profesionalización y preparación. Sus estudiantes eran considerados miembros del clero y por lo tanto no estaban sujetos a la justicia secular. N se admitían mujeres, ya que no podían ser ordenadas sacerdotes.

Por lo tanto, la gran mayoría de universidades seguían dependiendo del clero, pero solían nacer de la asociación de profesores y estudiantes y contar con el apoyo y la financiación real, y por ello su espíritu no era tan exclusivamente religioso como en los monasterios o las escuelas catedralicias. La enseñanza de la teología seguía siendo la más importante, pero compartía espacio con otras materias. En estas universidades se impartían estudios superiores divididos en tres facultades: teología, derecho y medicina.

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Las colecciones se formaban por medio de donaciones, principalmente, compras y copias. Las bibliotecas de dividían en dos secciones: la llamada librería Magna de libri catenati, como las catedralicias, donde los libros podían ser consultados por alumnos y profesores, y la llamada librería Parva, de libri distribuendi, destinada al préstamo, que se concedía mediante el pago de una fianza.

Los libros no habían de ser lujosos sino útiles para estudio y consulta, y no debían ser duraderos puesto que serían sustituidos pronto a causa del desgaste. Además el precio debía resultar asequible para que los estudiantes, por lo general con pocos recursos económicos, pudieran permitirse su adquisición.

Se trató de cubrir las necesidades de libros que tenían los estudiantes mediante el sistema de la Pecia, por el que alquilaban los peciae (cuadernos) para copiarlos. El papel que se usaba en estos libros no era tan caro como las pieles (pergamino) y el propio interesado podía copiar lo que necesitara, por lo que el acceso a los textos, sin llegar a ser barato, se facilitó. Aun así, los estudiantes que no provenían de familias acomodadas solían tener dificultades para costeárselos.

Aunque la mayoría de universidades tuvieron carácter religioso, cabían tres rumbos: las que eran sostenidas directamente por la Iglesia (como la Sorbona de París, muy prestigiosa y que se fundó a mediados del siglo XII), las que financiaba la Corona como la de Oxford y las que gestionaban los propios estudiantes (como Bolonia). En España las universidades nacen en 1212, cuando se funda la de Palencia, en 1215 la de Salamanca o la de Valladolid en 1260. Bibliotecas Privadas

Siempre han existido bibliotecas privadas, por lo común pertenecientes a reyes y emperadores, que eran los únicos que podían permitirse el elevado coste de los libros. Se podría decir que, hasta la aparición de los monasterios, fueron las únicas bibliotecas que había, y disponían de muy pocos volúmenes que su dueño había recopilado personalmente (o que, en el caso de reyes o califas, otros soberanos les regalaban para granjearse su amistad). En el siglo XIII, con la llegada del papel y la regeneración del comercio y la cultura, la posibilidad de poseer una pequeña colección se abrió a otros miembros de las clases superiores. Así, las bibliotecas privadas de la Edad Media solían pertenecer a grandes nobles o eclesiásticos, para los que normalmente era una muestra de riqueza y devoción. Algunos monarcas de la época sí que poseían auténtico amor por el saber y pusieron a disposición de sabios y eruditos sus bibliotecas. Algunos ejemplos: Roger II de Sicilia, Otón III y Federico II en Alemania, los Duques de Borgoña, Carlos el Sabio o los reyes

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castellanos Alfonso X y su hijo Sancho IV, que poseyeron una de las bibliotecas más importantes de Europa y bajo cuyo mandato se produjeron muchas obras importantes como “Las Partidas”, el “Setenario” o “Las Cantigas”. Pero será en los siglos XIV y XV con el humanismo cuando las bibliotecas privadas proliferen. Dentro de la alta y la baja nobleza acomodada se desarrolla un nuevo público lector que favorece los contenidos seculares, como las crónicas de las casas reales, los tratados de moral o de poesía, los libros de cocina o las novelas de caballería. En esta época, poseer una colección de libros es señal de importancia y cultura, por lo que estos libros son lujosos, están hechos de vitela fina, con una caligrafía cuidada y excelentes ilustraciones. También se buscan con afán textos perdidos de los escritores latinos y griegos. Entre las bibliotecas privadas más importantes destacan las de Petrarca, Boccacio o los Medici. Los Papas también empezaron a formar su nueva biblioteca en el Vaticano, impulsada por Nicolás V y Sixto IV. En España encontramos las bibliotecas de Isabel la Católica, Juan II o el Marqués de Santillana. En Europa sobresale la biblioteca de los duques de Borgoña, por sus lujosas obras o la de Matías Corvino, rey de Hungría. A finales del siglo XV, la nueva burguesía y clases privilegiadas siguen muy interesadas en el libro y la lectura por lo que ayudarán a la expansión de nuevas técnicas relativas a la impresión del libro. El marco económico y social está preparado para la llegada de la imprenta.