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Autor: Collins, Wilkie

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Edicin propiedad de Literatura y Ciencia, S

El hotel encantadoWilkie Collins- 100 -

El hotel encantado

Wilkie Collins

Edicin propiedad de Literatura y Ciencia, S. L. Diseo: Elisa Nuria Cabot ISBN:8489354235 Depsito Legal: B35.18596 Imprime Novagrfik, S.A. Impreso en Espaa Printed in Spain

IHacia 1860, la reputacin del doctor Wybrow, mdico londinense, haba llegado a su apogeo. Se deca que las rentas de las que disfrutaba gracias al ejercicio de su profesin eran las ms altas que jams mdico alguno haba obtenido.Una tarde, a finales de julio, cuando el doctor haba dado fin a su almuerzo tras una maana intensa en su consultorio, y con una enorme lista de visitas para efectuar fuera de su domicilio que deberan ocuparle el resto de la jornada, el criado le anunci que una dama deseaba verle Quin es? pregunt el doctor. Una desconocida? S, seor.No recibo desconocidos fuera de las horas de consulta. Dgale a qu hora puede volver y despdala.Ya se lo he dicho, seor. Bien... y qu?Que no quiere irse.Que no quiere irse? Y el doctor sonri al repetir las mismas palabras. A su manera, posea un agudo sentido del humor, y en aquella situacin haba un aspecto absurdo que le diverta. Por lo menos ha dado su nombre esa obstinada seora? pregunt.No, seor; no ha querido darlo... dice que no puede esperar, que el asunto es demasiado importante para aplazarlo. Est en la consulta, y no se me ocurre como echarla.El doctor Wybrow reflexion unos instantes. Su conocimiento de las mujeres (profesionalmente hablando) se apoyaba en una experiencia de ms de treinta aos; las haba conocido de todas clases, especialmente de aquella que ignora por completo el valor del tiempo y que no vacila jams en escudarse tras los privilegios de su sexo. Una mirada al reloj le convenci de que no poda demorar su excursin cotidiana a los hogares de sus enfermos. Decidi tomar la nica resolucin que le permitan las circunstancias. En pocas palabras: intent escapar.Est el coche en la puerta? pregunt. S, seor.Muy bien. Abra la puerta de la calle sin hacer ruido y deje a esa seora en la sala todo el tiempo que quiera. Cuando se canse de esperar le dice que ceno en el club y que luego ir al teatro. Y ahora, Thomas, despacito. Si hace ruido estoy perdido.Y evitando ser odo tom el camino de la escalera seguido de Thomas, que andaba de puntillas. Sospechaba algo la dama que aun estaba en el saln? Crujieron los zapatos de Thomas y ella tena un odo extraordinariamente fino? Fuera como fuere, cuando Wybrow pasaba por delante de la puerta de la sala de espera sta se abri y apareci una dama que puso una mano sobre el brazo del doctor.Le ruego, caballero, que no se vaya sin haberme odo antes.El acento era extranjero; el tono decidido y firme. Sus dedos asan suave, pero resueltamente, el brazo del mdico.Ni su lenguaje ni su accin produjeron en el doctor el menor efecto capaz de detenerle. Lo que le hizo hacerlo en el acto fue la muda peticin inscrita en su rostro. El notable contraste entre la palidez cadavrica de su cara y la extraordinaria vida de sus grandes ojos negros, de brillos metlicos, le dejaron literalmente hipnotizado. Vesta de oscuro, pero con sumo gusto; era de mediana estatura y no aparentaba tener ms de treinta o treinta y dos aos. Su nariz, su boca y su barbilla eran finas y de formas delicadas, como las que se encuentran con mayor frecuencia entre las mujeres extranjeras que entre las inglesas. Era indiscutiblemente hermosa, con el solo defecto de su terrible palidez, y el menos perceptible de la ausencia de ternura en la expresin de sus ojos. Aparte de la primera impresin de sorpresa, el sentimiento que produjo en el doctor puede describirse como una punzante curiosidad profesional. El caso poda proporcionarle algo enteramente nuevo en su prctica mdica.Si es as pens, nada se pierde en esperar.La dama comprendi que haba causado en l una fuerte impresin, y retir su mano.Usted ha consolado a muchas mujeres desgraciadas en su vida dijo. Hoy me toca a m.Y sin esperar la respuesta, se introdujo en la sala.El doctor la sigui y cerr la puerta. La coloc en la butaca destinada a los enfermos, frente a la ventana. Un sol estival penetraba por los cristales, hermoso y brillante, ignorando que estaba en Londres. La luz radiante la envolvi por completo. Sus ojos la afrontaron imperturbables, con la inflexible fijeza de los de un guila. La palidez de su rostro pareca ms intensa que nunca. Por primera vez en su vida, el doctor sinti como se aceleraban sus pulsaciones en presencia de un enfermo.Tras haber logrado que la escuchase pareca, cosa muy extraa, no tener nada que decir al mdico. Una singular apata se haba apoderado de aquella mujer resuelta. Forzado a hablar primero para romper el hielo, el doctor le pregunt en qu poda servirla.El sonido de su voz pareci despertarla. Con la mirada an fija en la luz, dijo bruscamente:He de hacerle una pregunta embarazosa. De qu se trata?Los ojos de la dama fueron despacio de la ventana al rostro del mdico. Con voz calmada plante la pregunta embarazosa en estos extraordinarios trminos:Quiero saber si corro peligro de volverme loca. Cualquier otro se hubiese redo para sus adentros, o quiz se hubiese sentido alarmado. El doctor Wybrow tan slo experiment una decepcin. Era aquel el caso raro que se haba prometido, juzgando temerariamente por las apariencias? Iba a ser aquella nueva paciente tan slo una hipocondraca, cuya dolencia resultara ser un desarreglo del estmago o simple debilidad mental?Y por qu ha venido a consultarme a m? le pregunt secamente No es mejor que acuda a un especialista en enfermedades mentales?La respuesta no se hizo esperar.Si no lo he hecho es porque no me convena un especialista... tienen el fatal hbito de juzgarlo todo desde el punto de vista de su especialidad. Acudo a usted porque su casa es una excepcin a la regla general, y tambin porque usted tiene fama de descubrir las dolencias ms misteriosas. Est satisfecho?Estaba ms que satisfecho. La primera idea, despus de todo, haba resultado correcta. Adems, estaba perfectamente dotado en cuanto a sus habilidades cientficas. Su especialidad, que tanto dinero y fama le haba proporcionado, era precisamente la de descubrir enfermedades insospechadas. En eso no tena rival entre sus colegas.Estoy a sus rdenes dijo. Veamos si es posible saber de lo que se trata.La someti a un prolijo interrogatorio. Todo fue pronta y claramente contestado, y el doctor sac en consecuencia que la salud de aquella extraa dama, mental y fsicamente, estaba en perfectas condiciones. No satisfecho con las preguntas, examin cuidadosamente los principales rganos responsables de la vida. Ni su mano ni el estetoscopio descubrieron nada que sealase la menor alteracin. Con la admirable paciencia y el tacto que le haban distinguido desde que era estudiante, procedi a una exploracin tras otra. El resultado fue siempre el mismo. No slo no se adverta ninguna tendencia al padecimiento de trastornos mentales, sino que ni tan siquiera se detectaba el menor desarreglo del sistema nervioso.No encuentro nada que justifique sus temores dijo. Ni hallo una explicacin a su extraordinaria palidez. La palidez no significa nada replic con impaciencia la desconocida. Siendo nia escap milagrosamente de la muerte a causa de un envenenamiento. Desde entonces no he recuperado el color, y mi tez es tan delicada que no puedo ponerme afeites sin que me salga un sarpullido. Pero esto es lo de menos. Yo necesito una opinin definitiva. La verdad, yo crea en usted, pero he sufrido una decepcin inclin la cabeza sobre su pecho. Y as acaba todo esto! dijo amargamente.El doctor se sinti impresionado. Aunque tal vez sera ms acertado decir que su orgullo profesional estaba un poco herido.Puede acabar de otro modo dijo, pero usted tendra que ayudarme.Ella le mir con ojos centelleantes.Hable claro dijo. Cmo puedo ayudarle? Francamente, seora ma, usted se me presenta como un enigma, y pretende que yo me las componga como pueda dentro de los lmites de mi arte... ste puede ser grande, pero no lo es todo. Por ejemplo... puede haber ocurrido algo, algo que no tenga relacin con su salud corporal pero que puede haberla alterado. No es as? Ella junt las manos.As es! exclam con vehemencia Empiezo a creer en usted de nuevo!Muy bien. Pero no puede pretender que yo descubra la causa moral que la ha trastornado. S que no hay causa material... Si usted no deposita en m su confianza, no puedo hacer otra cosa.La desconocida se levant y dio unos pasos por la sala. Tendr confianza dijo; pero no mencionar nombres.Ni hay necesidad. Slo necesito conocerlos hechos. Los hechos no significan nadacontest ella. Pero le confesar mis impresiones... seguramente me juzgar loca y soadora cuando las oiga. No importa. Har lo que pueda por satisfacerlo, y empezar por los hechos. Pero crame, los hechos no le ayudarn mucho.Se sent de nuevo. De la manera ms simple posible, comenz a contar la historia ms extraa que jams oyera el doctor en toda su vida.

IIPor lo pronto soy viuda, doctor dijo. se es un hecho; el otro es que me vuelvo a casar dentro de una semana.Aqu se detuvo y sonri; alguna idea cruzaba por su mente. El doctor Wybrow no qued favorablemente impresionado por esta sonrisa: haba en ella algo a la vez triste y cruel. Iniciada lentamente, haba desaparecido de pronto. El doctor empez a preguntarse si no hubiera hecho mejor huyendo. Apesadumbrado, se acord de sus enfermos y de las dolencias que le aguardaban.La desconocida continu.Mi prximo matrimonio est relacionado con una embarazosa circunstancia. El caballero del que voy a ser esposa estaba comprometido con otra dama cuando me conoci en el extranjero. Esa otra es su prima. Inocentemente le he robado el cario de su amante y he destruido sus esperanzas. Y digo inocentemente, porque nada me haba dicho de su compromiso con ella antes de que yo le diera mi consentimiento. Slo me lo confes cuando nos reunimos en Inglaterra y l se dio cuenta de que yo podra enterarme. Me indign, naturalmente. Me present sus excusas: me ense una carta de su prima en la que le devolva su libertad y su palabra. Carta ms noble y discreta no la he ledo en mi vida. Llor al leerla... yo, que no tengo lgrimas para mis propias penas! Si en la carta ella hubiese dejado entrever alguna esperanza de reconciliacin, yo me hubiese retirado. Pero su firmeza... sin ira, sin un reproche, desendole a aquel hombre infiel que alcanzara la felicidad... l imploraba mi compasin, insista en lo mucho que me amaba. Usted sabe como somos las mujeres. Me estremec y le escuch: s. As termin. Dentro de una semana tiemblo al pensarlo estaremos casados.Y temblaba realmente: tuvo que detenerse un momento antes de continuar. El doctor, impaciente, empez a temer que la historia fuera interminable.Perdneme si le recuerdo que hay enfermos que me esperan dijo. Cuanto antes vaya usted al asunto, mejor para todos.En los labios de la dama apareci de nuevo aquella triste y cruel sonrisa.Todo lo que le he dicho va al asunto contest. Lo comprobar enseguida.Y reanud su relato.Ayer... no tema, no voy a extenderme mucho. Ayer yo haba sido invitada a almorzar en casa de cierta dama. Una seorita, desconocida para m, lleg a ltima hora, cuando ya habamos abandonado la mesa y pasado al saln. Se sent a mi lado y nos presentaron. Supe su nombre, de igual modo que ella supo el mo. Se trataba de la mujer a quin yo haba robado su prometido; la misma mujer que haba escrito aquella noble carta. Y ahora, prsteme atencin, no se impaciente. Debo manifestarle que yo no senta la menor inquina hacia la joven que estaba a mi lado. La admiraba; y ella tampoco tena nada que reprocharme. Esto ltimo es muy importante, como ver. Yo estaba segura de que le habran explicado el asunto tal y como era, y que ella habra admitido que yo no mereca censura alguna. Y a pesar de todo ello, al levantar los ojos y tropezar con los de aquella mujer mi cuerpo se hel de pies a cabeza; temblaba y senta escalofros. Por primera vez en mi vida experiment un pnico mortal.El doctor comenz a sentirse interesado.Haba algo singular en el aspecto de esa seorita? pregunt.Nada en absoluto! fue la vehemente respuesta. Su descripcin corresponde a la de muchas damas inglesas: ojos azules, fros y claros, tez blanca y sonrosada, maneras corteses y distantes, labios rojos, mentn redondeado; nada especial.Not algo en su expresin la primera vez que la sorprendi mirndola?Tan slo la que despierta, en cualquier mujer, aqulla por la que ha sido abandonada; y quiz algo de asombro por no ser yo, quiz, tan bella como ella deba suponer; pero siempre dentro de los lmites de la buena educacin, y durante pocos segundos, creo. Y digo esto porque la horrible agitacin que me atenazaba no me permita juzgar serenamente. Si hubiera podido acercarme a la puerta habra huido, tan asustada estaba! Ni siquiera pude permanecer de pie; me dej caer en mi silla, aniquilada de horror ante aquellos ojos azules que me miraban con amabilidad y sorpresa. Pero a m me parecan los de una serpiente. Vea en ellos su alma, y cmo escudriaba hasta el fondo de la ma. sa era mi impresin, con todo lo que tiene de terrible y de locura! Esa mujer est destinada, sin saberlo, a ser el genio malfico de mi vida. Sus inocentes ojos ven en m una capacidad de hacer el mal que yo desconoca, pero que se despierta bajo su mirada. Si cometo alguna falta de hoy en adelante... incluso si llegase a perpetrar un crimen... ella lo habr provocado, aunque haya sido sin pretenderlo. En un instante, indescriptible, comprend todo esto... y supongo que mi rostro lo expresaba. Aquella cndida criatura se sobresalt. "Me temo que hace aqu un calor excesivo. Quiere mi frasco de sales?" La o pronunciar aquellas amables palabras y me desvanec. Cuando recobr el sentido, todos los comensales se haban ido; slo la duea de la casa estaba a mi lado. Al principio fui incapaz de articular palabra; la terrible impresin que he tratado de describirle regres vvidamente a mi memoria. Tan pronto como pude hablar le supliqu que me hablase de la mujer a quien yo haba suplantado. Ver, tena la pequea esperanza de que aquel buen carcter no fuera el suyo, que su noble carta fuera un modelo de hipocresa... en suma, que secretamente me odiara aunque fuera lo bastante astuta como para disimularlo. Pero no! La duea de la casa la conoca desde su niez, se queran como hermanas... saba que era tan buena, tan inocente, tan incapaz de odiar a nadie como el mejor de los santos que jams haya existido. Mi ltima esperanza haba sido destruida. Slo poda hacer una cosa, y la hice. Fui en busca de mi prometido y le supliqu que me relevase de mi compromiso. Rehus. Le declar que recobrara mi libertad sin contar con su consentimiento. Me ense cartas de sus hermanos, de sus amigos, suplicndole que lo pensara mucho antes de hacerme su esposa; le contaban supuestas aventuras mas en Viena, Pars y Londres... un grosero tejido de falsedades. "Si te niegas a casarte conmigo", me dijo, "estars admitiendo que estas acusaciones son ciertas. O es que temes enfrentarte a la sociedad como mi esposa". Qu poda contestarle? Tena razn; persistiendo en mi negativa mi reputacin estaba perdida. Consent en que la boda se celebrara en el da fijado. Ha pasado una noche, y estoy aqu para hacerle esta pregunta al nico hombre que puede contestarla: Por ltima vez soy un demonio que ha visto al ngel vengador, o slo una pobre loca, alucinada por una mente desequilibrada?El doctor Wybrow se levant dispuesto a dar por finalizada la entrevista. Lo que haba odo le haba causado una fuerte y penosa impresin. Cuanto ms escuchaba, ms terreno ganaba en su espritu la conviccin de que aquella mujer era perversa. En vano quiso pensar en ella como una persona digna de compasin, dotada de una viva y mrbida imaginacin, consciente de que la capacidad para el mal duerme en todos nosotros, y que se esforzaba ardientemente en actuar a contracorriente de sus mejores sentimientos; el esfuerzo era superior a l. Un maligno instinto le gritaba al odo: "Cuidado con creerla!"Ya le he dado mi opinin dijo. No hay signo ninguno de desarreglo mental o de algo que haga temerlo. Por lo que respecta a las impresiones que usted me ha confesado, nicamente puedo decirle que su caso es de los que necesitan consejos espirituales mejor que mdicos. De una cosa puede usted estar segura... lo que usted ha dicho aqu queda en el mayor secreto.La dama le escuch con ceuda resignacin. Eso es todo? pregunt.Esto es todo.Puso unas monedas sobre la mesa.Gracias, caballero dijo. Ah tiene usted sus honorarios.Y diciendo eso se levant. Sus negros ojos miraban vagamente hacia algn lejano horizonte. Sus mirada era retadora, pero tambin desesperada. El doctor desvi la vista, incapaz de soportar aquella visin.La sola idea de quedarse con algo suyo no slo dinero, sino cualquier cosa que ella hubiese tocado, le sublev. Sin mirarla, seal el dinero.Recjalo. No tiene porqu pagarme.La desconocida no le hizo caso. Fija la mirada, Dios sabe dnde, dijo lentamente, como si hablase consigo misma:Dejemos que llegue el fin. He luchado contra l; me someto.Se ech el velo sobre la cara, hizo una ligera inclinacin con la cabeza y sali de la sala.El doctor agit la campanilla y la sigui hasta el vestbulo. Cuando el criado cerr la puerta, sinti de sbito una curiosidad irresistible. Enrojeciendo como un nio, orden:Sguela hasta su casa y procura averiguar su nombre. Durante un instante el sirviente se qued mirando a su patrn sin dar crdito a sus odos. El doctor le seal la puerta en silencio. El criado, ante el mudo mandato, tom el sombrero y sali presuroso.El doctor Wybrow regres al consultorio. Diversos sentimientos convulsionaban su mente. Es que aquella mujer haba infectado de maldad su casa, contagindole su perversidad? Qu espritu diablico le haba impulsado a degradarse as a los ojos de su sirviente? Se haba conducido como un bellaco pidindole a un hombre que le serva fielmente desde haca tantos aos que se convirtiese en espa. Herido por ese pensamiento corri al vestbulo y abri la puerta. El criado haba desaparecido; era ya tarde para hacerle volver. Slo poda hacer una cosa para obviar el desprecio que senta por s mismo: refugiarse en el trabajo. Subi al coche y empez su ronda de visitas.Si la reputacin del famoso mdico hubiera podido resentirse alguna vez, aqulla hubiese sido la indicada para ello. Jams haba sido tan poco perspicaz a la cabecera de sus pacientes. Jams antes haba dejado para maana extender una receta o efectuar un diagnstico.Regres a su casa ms temprano que de costumbre, indeciblemente descontento de s mismo.El criado haba vuelto. La vergenza impidi que el doctor lo interrogara, pero el sirviente comunic lo averiguado sin necesidad de que se le preguntara.Se trata de la condesa Narona. Vive en...Sin esperar a or donde viva, el doctor asinti inclinando la cabeza y entr en el consultorio. El dinero que en vano haba rehusado estaba sobre la mesa. Lo introdujo en un sobre y escribi sobre ste: "Para los pobres". Llamando al criado, le encarg lo depositase en la parroquia vecina a la maana siguiente. Fiel a sus deberes, Thomas le hizo la pregunta de costumbre.El seor cena hoy en casa?Tras vacilar un instante, contest negativamente. Cenara en el club.De todas las cualidades morales, la que ms fcilmente se descompone es la llamada "conciencia". En ocasiones la conciencia es el juez ms severo para el hombre; en otras, l y su conciencia conviven en los mejores trminos, como cmplices. Cuando el doctor Wybrow sali de su casa por segunda vez, ni siquiera trat de ocultarse que el nico motivo que le llevaba a cenar al club era or lo que el mundo saba de la condesa Narona.

IIIHubo un tiempo en que la murmuracin slo poda encontrarse entre las mujeres. Hoy los hombres la manejan perfectamente, y el mejor lugar para ello es el saln de fumadores de un club privado. El doctor encendi un cigarro y ech una mirada en derredor. La sala estaba llena, pero las conversaciones languidecan. Mas, cuando pregunt si alguien conoca a la condesa Narona, el silencio se troc en asombro. Jams nadie (y todos convinieron en ello) haba hecho pregunta ms absurda! Cualquier persona, por poco de mundo que fuese, conoca a la condesa. Aventurera, con una reputacin de las ms equvocas de toda Europa: tal era la descripcin que se haca de aquella mujer de palidez cadavrica y ojos centelleantes.Descendiendo a lo concreto, cada miembro del club aport su grano de arena al montn de escndalos a que haba dado lugar la condesa. Era dudoso que se tratase, como ella aseguraba, de una dama dlmata. Tambin era dudoso que hubiera llegado a casarse con el conde, cuyo nombre llevaba y del que se deca viuda. Era dudoso, adems, que el hombre que siempre la acompaaba, y que se haca llamar barn de Rivar y se presentaba como su hermano, fuese tal barn ni tal hermano.Los rumores sealaban al barn como un tahur conocido en todos los garitos del continente. Las maledicencias aseguraban que su supuesta hermana haba escapado milagrosamente de los tribunales de Viena acusada de complicidad en un envenenamiento; que en Miln se deca que haba actuado como espa en favor de Austria; que su casa, en Pars, haba sido denunciada a la polica por violar la prohibicin del juego, y que su estancia en Inglaterra obedeca al descubrimiento de ese delito. Slo uno de los presentes la defendi, sealando que su vida y acciones haban sido cruelmente desfigurados. Pero como aquel paladn era de profesin abogado, su defensa no convenci a nadie; adems, su actitud corresponda al espritu de llevar siempre la contraria que distingue a la gente de la toga. Habindosele preguntado por las circunstancias en las cuales la condesa iba a casarse, el abogado respondi de modo categrico que las crea altamente honrosas para ambos y que consideraba al futuro esposo un hombre digno de envidia.Tras or esto, el doctor despert de nuevo el asombro de los reunidos al preguntar el nombre del hombre que iba a desposar a la condesa.Sus amigos decidieron unnimemente que el doctor acababa de llegar de la luna, donde deba llevar viviendo al menos veinte aos. En vano se excus con cargo a los deberes de su profesin, asegurando que no dispona ni de tiempo ni de ganas para frecuentar salones y recoger sus habladuras. Un hombre que no saba que la condesa Narona le haba pedido dinero prestado a lord Montbarry, en Hamburgo, fascinndole luego hasta el punto de que milord pidiese su mano, era seguro que tampoco habra odo hablar del propio Montbarry. Los jvenes socios, siguiendo la broma, enviaron a un criado a por el "Anuario de la Nobleza" y leyeron lo concerniente al caballero en cuestin, sin dejar de intercalar comentarios propios:"Herbert John Westwick. Primer barn de Montbarry, de Montbarry, Irlanda. Nombrado par del reino por los valiosos servicios militares en la India. Naci en 1812..." As, pues, tiene ahora cuarenta y ocho aos, doctor... "Soltero..." La semana que viene se casa con la deliciosa criatura de la que hablamos, doctor. "Presunto heredero del ttulo: el hermano menor de su seora, Stephen Robert, casado con la hija menor del reverendo Silas Marden, prroco de Runnigate, de la cual tiene tres hijas. Son tambin hermanos de su seora los mas jvenes Francis y Henry, solteros. Hermanas: lady Barville, casada con sir Theodor Barville, barn, y Ana, viuda de Peter Nortbury, de Norrbury Cross". Conserve usted en la memoria toda esta familia, doctor. Tres hermanos y dos hermanas. Ninguno de los cinco asistir a la boda, y ninguno dejar piedra por remover para impedir ese matrimonio. A estos parientes hostiles hay que aadir otro, una joven sumamente ofendida, que no se menciona en el libro.Un sbito murmullo de protesta se elev de todos los rincones, impidiendo que el discurso continuara.No pronunciemos su nombre; sera injusto tomar a broma esta parte del asunto; lord Montbarry no tiene ms que una disculpa, ser tonto o estar loco.El comentario haba sido acogido con general aquiescencia. Confidencialmente, el socio que se sentaba a su lado explic al doctor que la joven aludida era la que lord Montbarry haba abandonado. Se llamaba Agnes Lockwood. Tal como era descrita la dama aventajaba a la condesa en atractivo fsico, y era muchsimo ms joven que ella. Aunque tendentes a disculpar las locuras que los hombres cometen a causa de las mujeres, la obcecacin de Montbarry les pareca monstruosa a todos los presentes, incluido el abogado.An era el tema de conversacin el matrimonio de la condesa, cuando entr en el saln de fumadores otro socio. La conversacin ces de repente. El vecino del doctor le cuchiche al odo:Es un hermano de Montbarry, Henry Westwick.Al mirar en torno, el recin llegado sonrea amargamente.Hablaban de mi hermano dijo. No les importe mi presencia. Nadie le desprecia ms que yo. Adelante, seores... adelante!Slo el abogado se atrevi a hablar, empeado en la defensa de la condesa.S que no comparten mi opinin dijo, pero no me cansar de repetirlo. Creo que la condesa Narona est siendo tratada cruelmente. Por qu no ha de llegar a ser la esposa de lord Montbarry? Quin puede asegurar que le gua un mvil econmico para casarse con l?El hermano de Montbarry se dio vuelta con brusquedad.Yo lo digo! exclam.La respuesta hubiese abrumado a cualquier otro. Pero el abogado se irgui, aceptando el combate. Al opinar as me fundo prosigui el abogado en que milord dispone apenas de lo suficiente para mantener su rango, pues sus rentas provienen de fincas en Irlanda de titularidad compartida.El hermano de Montbarry, sentndose, hizo un signo de asentimiento.Si milord faltara continu, lo que podra heredar su viuda es una renta de cuatrocientas libras anuales con cargo al mayorazgo. Su pensin como retirado y dems asignaciones mueren con l. Cuatrocientas libras es todo lo que recibir la viuda, si es que llegara a enviudar.No slo eso fue la rplica. Mi hermano ha asegurado su vida en diez mil libras, que deben ser entregadas a la condesa el da de su muerte.La noticia produjo honda sensacin. Los presentes se miraban unos a otros pronunciando las palabras "Diez mil libras!"El abogado, vindose vencido, quiso caer con gallarda. Puedo preguntar quin ha impuesto esa condicin en el contrato de matrimonio? dijo. Estoy seguro de que no ha sido la condesa.Fue su hermano contest Henry Westwick, lo que viene a ser lo mismo.Despus de esto no haba nada que aadir, cuando menos mientras estuviese presente el hermano de Montbarry. La conversacin tom otros derroteros, y el doctor regres a su domicilio.Pero su mrbida curiosidad acerca de la condesa no haba quedado an saciada. Se sorprendi preguntndose por qu la familia de lord Montbarry quera impedir aquel matrimonio. Ms aun, sinti un irresistible deseo de conocer personalmente al prometido de la condesa. Todos los das, durante los pocos que precedieron a la boda, escuchaba con atencin las murmuraciones del club con esperanza de obtener noticias nuevas. Pero nada ocurra, o al menos en el club no se comentaba nada. La posicin de la condesa era segura; la resolucin de Montbarry inquebrantable. Ambos eran catlicos romanos, y la boda se celebrara en la iglesia de la plaza de Espaa. Esto fue todo cuanto pudo averiguar el doctor.El da de la boda, tras librar una pequea batalla consigo mismo, sacrific sus enfermos y sus honorarios y se encamin con disimulo a la iglesia para presenciar la ceremonia. Durante toda su vida se irritara al recordar lo hecho aquel da!La boda fue de una discrecin extrema. Un carruaje cerrado se detuvo a la puerta de la iglesia; un grupo poco numeroso, formado por gente del lugar, principalmente mujeres ya entradas en aos, estaba desperdigado por el interior del templo. Aqu y all el doctor entrevi los rostros de algunos compaeros del club, atrados como l por la curiosidad. Cuatro personas estaban frente al altar, los novios y dos testigos. Uno de ellos era una mujer de faz ajada que pareca ser la dama de compaa o la doncella de la condesa; el otro era su hermano, el barn de Rivar. Ninguno iba vestido de etiqueta. Lord Montbarry era un hombre de edad madura, de aspecto marcial, sin nada que le distinguiese de la mayora de la gente. El barn de Rivar, por su parte, era un ejemplar representativo de otro tipo de hombre igualmente corriente. Con su bigote finamente afilado, sus ojos inquisitivos, su crespa cabellera rizada y la estudiada actitud de la cabeza, era idntico a los centenares con que uno se tropieza en los bulevares de Pars. La nica cosa destacable de l era ms bien negativa: no se pareca a su hermana en lo ms mnimo. Hasta el oficiante no era sino un inofensivo ser de aspecto humilde, que desempeaba sus funciones resignadamente y luchaba con visibles dificultades reumticas cada vez que tena que arrodillarse. La nica persona digna de atencin, la condesa, alz su velo una sola vez al inicio de la ceremonia, y no haba nada en su sencillo tocado que atrajese una segunda mirada. Jams, a los ojos del doctor, se haba visto un enlace menos romntico que aqul. De vez en cuando, el doctor echaba una mirada a la puerta o a los claustros, como si presintiera vagamente la aparicin de algn extrao que poseyera algn terrible secreto capaz de impedir la continuacin del servicio religioso. Pero no ocurri nada semejante, nada extraordinario ni dramtico. Convertidos ya en marido y mujer, ambos desaparecieron, seguidos por los testigos, para firmar en el libro parroquial. El doctor, sin embargo, continu en su puesto esperando obstinadamente que ocurriera algo.Momentos despus, los recin casados regresaron y atravesaron la iglesia. El doctor Wybrow retrocedi al verlos aproximarse pero, sorprendido y confuso, fue descubierto por la condesa. La oy decir a su marido:Un momento, voy a saludar a un amigo.Lord Montbarry se inclin y se detuvo. Ella se dirigi al doctor, le tom una mano y se la apret con fuerza. El doctor advirti como sus ojos centelleaban detrs del velo.Ya lo ve, ste es un nuevo paso en el camino que lleva al fin.Haba susurrado aquellas palabras, y despus volvi a reunirse con su marido. Antes de que el doctor se hubiese repuesto, lord y lady Montbarry haban subido al carruaje, que se alej al trote.En el atrio de la iglesia an estaban los tres o cuatro miembros del club que, como Wybrow, no haban resistido la curiosidad. Prximo a ellos esperaba el hermano de la novia. Era evidente que quera ver a la luz del da al hombre a quien su hermana haba saludado. Sus atrevidos ojos se detuvieron en el rostro del doctor con recelo. Pero la nube se extingui en el acto, el barn sonri con encantadora cortesa, salud al amigo de su hermana tocndose el sombrero y se alej.Los miembros del club se haban agrupado frente a la iglesia. Empezaron con el barn.Tiene el rostro de un bribn. Continuaron con Montbarry:Y va a llevarse a Irlanda a esa horrible mujer? No... no se atrever a presentarse con ella a sus arrendatarios... saben todo lo referente a Agnes Lockwood. Bien... pero adnde ir?A Escocia. Querr ella?No ms que por una quincena; luego volvern a Londres y enseguida saldrn para el extranjero.De donde ya no volvern, eh?Quin sabe! Han observado cmo miraba a Montbarry cuando alz su velo?. Era atroz. No se ha fijado usted, doctor?Pero, en aquel momento, el famoso mdico se haba acordado de sus enfermos y ya estaba ahto de murmuraciones. Sigui el ejemplo del barn de Rivar y se march. Un nuevo paso en el camino que lleva al fin! repiti mientras caminaba. ;A que fin se referira?

IVEl da de la boda Agnes Lockwood, a solas en el saloncito de su casa londinense, se ocupaba en quemar las cartas de amor que le escribiera tiempo atrs Montbarry.La condesa, en la descripcin que haba hecho de ella al doctor Wybrow, haba pasado por alto la encantadora caracterstica que mejor defina a Agnes: una forma natural de expresar su bondad y pureza que instantneamente cautivaba al que la trataba. Representaba menos edad de la que tena. Con su blanca tez y sus tmidas maneras, pareca lo ms natural del mundo referirse a ella como "una jovencita", aun cuando realmente rayara en los treinta aos. Viva con una vieja nodriza que la idolatraba, y dispona de una pequea renta que bastaba para las necesidades de ambas mujeres. En el rostro de Agnes no se advertan huellas de dolor mientras rompa en pedazos las cartas de su voluble enamorado, que iba echando al fuego que arda en la chimenea. Por desgracia para ella, era una de esas mujeres cuyos sentimientos son demasiado profundos para hallar alivio en las lgrimas. Con helados y temblorosos dedos destrua las cartas una por una, sin leerlas por ltima vez. Haba desatado el ltimo paquete y todas las cartas haban ido ya a dar al fuego cuando entr la anciana nodriza preguntando si acceda a recibir a Henry, el menor de los hermanos Westwick, el mismo que en el club haba hecho pblico su desprecio por la conducta de su hermano. Agnes vacil. Una sombra de rubor colore su rostro.Mucho tiempo antes, Henry Westwick le haba confesado su amor. Ella le haba confiado que su corazn perteneca a su hermano mayor. Desde entonces, Henry haba empezado a tratarla con el afecto de un hermano. Por ello, la presencia de Henry nunca le haba resultado embarazosa a Agnes. Pero ahora, el mismo da en que su hermano haba contrado matrimonio con otra mujer, palpitante an la traicin, se senta vagamente desconcertada ante la idea de verle. La anciana, al advertir su vacilacin, tom partido por el joven Westwick.Sale de viaje observ, y dice que slo desea despedirse.La frase produjo su efecto. Agnes resolvi recibir a su primo.Tan poco tard Henry en entrar en la salita que an pudo sorprender a Agnes echando al fuego los ltimos trozos de papel. Ella, sin dar tiempo a que Henry la saludara, pregunt:Cmo un viaje tan repentino? Se trata de un asunto de negocios?En vez de responder, l seal hacia las cenizas de la chimenea.Ests quemando cartas? S.Las suyas? S.Henry torn su mano con un gesto de ternura.No supona que mi visita podra importunarte, pero comprendo que desees estar sola. Perdona, Agnes. Vendr a verte a mi regreso.Ella le invit a tomar asiento con una sonrisa.Nos conocemos desde que ramos nios dijo. Mi amor propio no se siente herido por tu presencia. Por qu tendra que guardar secretos contigo? Me deshago de todo cuanto perteneci a tu hermano. Nada debo conservar que me recuerde aquellos das. He sentido una dolorosa sensacin al quemar la ltima carta. No... no porque fuese la ltima, sino porque contena esto. Abri la mano mostrando un mechn de cabellos atado con un hilito de oro. En fin... vaya con lo dems!Y lo ech a las llamas. Por un momento se mantuvo de espaldas a Henry, apoyada en el baco y con la mirada fija en el hogar. El joven tom la silla que ella le haba sealado con una extraa y contradictoria expresin en su semblante; se vean lgrimas en sus ojos mientras la indignacin le haca fruncir las cejas. Murmur para s:Desgraciado estpido!Agnes recuper su sangre fra, y volvindose, le pregunt: Bien, Henry, y por qu ese viaje?Estoy fuera de m, Agnes, y necesito un cambio.Hubo una pausa. El rostro de Henry deca claramente que estaba pensando en ella al responder de aquel modo. Agnes le estaba agradecida, pero su pensamiento no estaba con l, sino con el hombre que la haba abandonado. Dirigi de nuevo su mirada al fuego.Es verdad que se han casado hoy? dijo despus de un largo silencio.l contest secamente:S.Fuiste a la iglesia?La pregunta pareci ofenderle.Ir yo a la iglesia? exclam. Mejor ira al... Y se detuvo.Cmo puedes preguntarme eso? aadi ya ms tranquilo. No he vuelto a hablar con mi hermano, ni lo he visto desde que te trat como el canalla que es.Ella le mir sin pronunciar palabra. l la comprendi y le pidi perdn. Pero segua airado.Muchos hombres reciben su castigo en esta vida dijo. Y l llorar cuando piense en el da en que se cas con esa mujer!Agnes tom una silla y se sent a su lado, mirndole con cariosa sorpresa.Es justo tomarla con ella porque tu hermano la ha preferido a m? observ.Henry se volvi con acritud.Y eres t quien va a salir en defensa de la condesa? Por qu no? contest Agnes. No tengo ningn resentimiento contra ella. La nica vez que la he visto me pareci una persona singularmente tmida y nerviosa, hasta enfermiza... tanto que se desmay. Por qu no hacerle justicia? No ha tenido intencin de perjudicarme... no saba nada acerca de mi compromiso...Henry levant la mano, impaciente, y la hizo callar. No puedo sufrir que hables con tamaa resignacin despus de la escandalosa manera en que te han tratado. Trata de olvidarlos a ambos. Ojal pudiera ayudarte a ello! Agnes puso una mano sobre su brazo.Eres muy bueno, Henry; pero no me entiendes. Yo estaba pensando en mi dolor de manera diferente cuando entraste. Me preguntaba si lo que ha llenado por completo mi corazn y ha absorbido lo mejor y ms sincero de mi ser puede desaparecer como si jams hubiese existido. He destruido todas las cosas materiales que pueden hacrmelo recordar. No lo ver ms. Pero est completamente roto el lazo que nos uni un da? Estoy separada de lo malo o lo bueno de su vida, como si jams le hubiese conocido y amado? Qu crees, Henry? Yo no puedo creerlo.Si pudieses castigarlo como se merece contest Henry speramente, estara de acuerdo contigo.No bien hubo terminado de pronunciar estas palabras que la nodriza apareci de nuevo en la puerta, anunciando una visita.Siento mucho molestarla, querida, pero ah est Mrs. Ferrari, que quiere hablar un momento con usted.Agnes se dirigi a Henry antes de contestar. Recuerdas a Emily Bidwell, mi alumna favorita en la escuela del pueblo, que fue despus mi camarera? Me dej para casarse con un gua o un recadero italiano llamado Ferrari... Me temo que habr sufrido una decepcin. Te importa que la reciba aqu mismo?Henry se levant para marcharse.Me alegrar ver a Emily en otra ocasin dijo, pero ahora debo irme. Estoy confundido, Agnes; si sigo aqu acabar diciendo cosas que... que es mejor no decir ahora. Esta noche cruzar el canal y ver qu tal me prueba un cambio de aires durante unos meses. Le tendi la mano. Hay algo que yo pueda hacer por ti? pregunt ansiosamente.Ella le dio las gracias y trat de retirar su mano.Dios te bendiga, Agnes! balbuce Henry con los ojos fijos en el suelo.De nuevo enrojeci, pero luego su rostro se puso plido; Agnes lea en aquel corazn como en el suyo propio, pero estaba muy apenada para hablar. El joven se llev la mano de Agnes a los labios, la bes con fervor y, sin mirarla, abandon la estancia. La anciana nodriza lo esperaba junto a la puerta. Ella no haba olvidado la poca en que el joven fue un rival poco afortunado de su hermano.No se desanime, Mr. Westwick cuchiche con la falta de escrpulos de las personas que creen obrar bien. Insista cuando vuelva.Al quedar sola, Agnes dio unos pasos en la habitacin tratando de serenarse. Se detuvo frente a una acuarela que haba pertenecido a su madre; era su propio retrato cuando nia.Qu felices seramos pens con tristeza si no creciramos nunca!La esposa del gua apareci en la puerta; era pequeita, de aspecto melanclico, con pestaas muy claras y ojos de mirada vaga. Padeca una tosecilla crnica. Agnes estrech afablemente su mano.Y bien, Emily dijo, en qu puedo serte til? La mujer dio una extraa respuesta:Casi temo decrselo, seorita.Tan difcil de conceder es lo que deseas? Vamos; sintate y oigamos lo que te trae. Cmo se porta contigo tu marido?Los ojos incoloros de Emily miraron con ms vaguedad que nunca.Inclin la cabeza y suspir resignadamente.En realidad no tengo queja de l, seorita. Pero temo que no me tiene afecto, ni inters por su casa. Casi puedo asegurar que le cansamos. Sera mejor para ambos, seorita, que se fuera de Londres una temporada... esto, sin hablar de dinero, que empieza a faltar, desgraciadamente. Se llev el pauelo a los ojos y suspir con mayor resignacin que antes.No lo acabo de entender apunt Agnes. Crea que tu marido haba sido contratado para acompaar a unas seoras por Suiza e Italia.S seorita, pero hemos tenido mala suerte. Una de las seoras se ha puesto enferma y las otras no quieren viajar sin ella. Le dieron un mes de salario como compensacin, pero como estaba contratado para todo el otoo y el invierno... figrese lo que hemos perdido.Lo lamento, Emily. Esperemos que se le presente otra ocasin.Hay tanto gua sin trabajo, seorita, que no es fcil. Si alguien pudiese recomendarlo personalmente...Se detuvo, dejando el resto de la frase a la comprensin de su interlocutora.Agnes comprendi perfectamente.Quieres que yo lo recomiende? pregunt Por qu no decirlo francamente?Emily se ruboriz.Sera tan bueno para mi marido aleg confusamente. Esta maana se ha recibido en la asociacin de guasintrpretes una carta pidiendo uno para seis meses. El turno le toca a otro, pero si usted lo recomendara...Se detuvo de nuevo, suspir y se qued mirando la alfombra, un tanto avergonzada.Agnes empez a impacientarse ante el tono misterioso con que hablaba Mrs Ferrari.Si lo que necesitas es que se lo pida a alguno de mis amigos dijo, por qu no empiezas dicindome su nombre?La mujer del intrprete empez a gimotear. Me da vergenza decirlo, seorita.Por primera vez, Agnes habl con aspereza.Tonteras, Emily! Dame su nombre... o dejemos el asunto... lo que prefieras.Emily hizo un desesperado esfuerzo. Apret el pauelo entre las manos, y pronunci el nombre como quien dispara un tiro aterrorizado.Lord Montbarry!Agnes se puso en pie y la mir fijamente.Me has engaado dijo con serenidad, pero con una expresin que la mujer del gua no haba visto nunca en ella. Sabiendo lo que sabes, deberas comprender que me es imposible escribirle a lord Montbarry. Te crea con sentimientos ms delicados. Siento haberme equivocado.Emily conservaba la suficiente dignidad como para acusar el reproche. Se encamin con aire melanclico hacia la puerta.Le pido perdn, seorita. No soy tan insensible como cree. De todos modos le pido perdn.Abri la puerta. Agnes la llam. Haba algo en la actitud de aquella mujer que era capaz de conmover su natural bondadoso.Ven dijo, no debemos separarnos de esta manera. No dejemos en pie ningn malentendido. Qu esperabas de m?Emily era demasiado lista para guardar ya reserva.Mi marido va a enviar sus referencias a lord Montbarry, que est en Escocia. Lo nico que deseaba, seorita, era que le permitiese poner en su carta que usted me conoca desde nia y que se interesaba por mi bienestar. Pero ya no se lo pido, seorita. No deb haberlo hecho.Los recuerdos de antao, tanto como las tribulaciones del presente, pugnaban en Agnes en favor de la mujer del guaintrprete.Despus de todo se trata de un pequeo favor dijo hablando bajo el impulso de la bondad, el ms fuerte impulso de su naturaleza. Pero no estoy segura de si debo permitir que mi nombre se mencione en la carta de su marido. Repteme exactamente lo que l quiere decir.Emily repiti las palabras, y luego hizo una de esas sugerencias que tienen un valor especial para personas no acostumbradas al uso de la pluma.Por qu no escribe usted lo que l puede decirle? Por pueril que fuese la idea, Agnes la acept.Si he de permitir que mencionen mi nombre dijo, es preciso que, al menos, sepamos de qu manera.Escribi lo ms breve y sencillamente posible: "Me atrevo a aadir que mi mujer conoce a miss Agnes Lockwood desde su infancia, y sta se interesa mucho por nuestro bienestar". Reducido esto a sus reales proporciones, nada haba all que implicase que Agnes haba permitido la referencia o tenido conocimiento de ella. Despus de un corto momento de dudas, le tendi el papel a Emily.Que tu marido lo copie exactamente, sin alterar una sola palabra dijo. Con esta condicin, acepto.Emily qued agradecida y emocionada. Agnes se las arregl para dar por acabada la conversacin.No me des tiempo a que me arrepienta dijo. Y Emily sali a escape.Se ha roto pues por completo el lazo que nos uni un da? Su buena o su mala fortuna me son tan indiferentes como si nunca le hubiese amado?Pensando as, Agnes mir la hora en el reloj de la chimenea. No haca an ni diez minutos que se haba hecho estas mismas preguntas. La sobrecogi pensar en que forma tan vulgar haban sido contestadas. El correo de aquella noche llevara su recuerdo, una vez ms, a la mente de lord Montbarry, simplemente con motivo de la eleccin de un sirviente.Dos das despus recibi una carta de Emily respirando gratitud. Ferrari haba sido contratado por lord Montbarry en calidad de gua e intrprete.

SEGUNDA PARTEVTras estar tan slo siete das en Escocia, lord y lady Montbarry regresaron a Londres inesperadamente. Frente a las montaas y lagos de las Highlands, milady no haba mostrado el menor inters en conocerlos. Al preguntarle la razn responda con laconismo:He estado en Suiza.En Londres permanecieron otra semana en un completo aislamiento. Un da, la nodriza de Agnes lleg en un estado de inusual excitacin de un recado al que haba sido enviada por la joven. Al pasar frente a la puerta de un famoso dentista, se haba topado con lord Montbarry, que sala de all en aquel momento. La buena mujer lo describa, con malicioso placer, como muy desmejorado.Tiene las mejillas hundidas y la barba encanecida. Confo en que el dentista le habr hecho ver las estrellas! Sabiendo cuanto odiaba la fiel domstica al hombre que la haba abandonado, Agnes rebaj instintivamente los colores del cuadro que la anciana haba pintado. Pero aquello la sumi en un inquietante desasosiego. Si sala a la calle mientras lord Montbarry estuviese en Londres, cmo podra estar segura de que no se tropezara con l? Aun cuando se senta avergonzada por sus absurdos temores, permaneci en casa dos das sin atreverse a salir. Al tercero, las noticias de sociedad de la prensa londinense anunciaron la partida de lord Montbarry con su esposa hacia Pars, camino a Italia.Mrs Ferrari, que apareci aquella misma tarde, inform a Agnes de que Andrea, su marido, haba partido, no sin antes haberse despedido de ella dndole grandes muestras de cario; la perspectiva del viaje haba sin duda humanizado al gua. Tan slo una criada acompaaba a los viajeros, la doncella de lady Montbarry, una mujer huraa e intratable en palabras de Emily. El hermano de milady, el barn de Rivar, estaba ya en el continente europeo. Se haba convenido que se unira a los recin casados en Roma.Uno a uno, los montonos meses se fueron sucediendo en la vida de Agnes. Afrontaba su situacin con admirable valor; reciba a sus amigos y ocupaba sus horas de ocio en la lectura y la pintura, haciendo todo lo posible para apartar su mente de las melanclicas reminiscencias del pasado. Pero haba amado con demasiada fidelidad; la herida haba sido demasiado profunda como para sentir un rpido efecto de los remedios que empleaba. Las gentes que la vean cotidianamente, engaados por la serenidad de sus maneras, estaban seguros de que "Miss Lockwood iba sobreponindose a su decepcin". Pero una antigua amiga, compaera de colegio, que fue a visitarla a su paso por Londres, qued visiblemente apenada tras charlar con ella. Se trataba de Mrs. Westwick, esposa del hermano segundo de lord Montbarry, el cual, segn aquel "Anuario de la Nobleza", era el heredero del ttulo. Su esposo estaba en Amrica, donde haba ido a inspeccionar una propiedad que posea. Mrs. Westwick se empe en que Agnes la acompaara a Irlanda, donde resida.Ven y me hars compaa hasta el regreso de mi esposo. Mis nias te idolatran; la nica persona que no conoces es el aya y estoy segura de que te gustar. Haz tu equipaje y maana, de camino a la estacin, te recoger.La invitacin no poda ser ms cordial. Agnes acept encantada. Durante tres meses fue la husped de su amiga. Las nias la abrazaron llorando el da de su partida; la ms pequea quera irse con ella a Londres. Medio en serio, medio en broma, le dijo a su amiga al despedirse:Si tu aya se fuese, gurdame la plaza.Mrs. Westwick ri. Las nias lo tomaron en serio y prometieron avisarla.El mismo da en que Agnes lleg a Londres, los viejos recuerdos que tanto anhelaba olvidar volvieron a asaltarla. Tras los besos y abrazos del encuentro, la nodriza le anunci:Ha venido Mrs. Ferrari, completamente desolada. Ha preguntado cundo estara usted en casa. Su marido ha dejado a lord Montbarry sin avisar... y nadie sabe lo que ha sido de l.Agnes la mir atnita.Ests segura de lo que dices? pregunt. La anciana estaba completamente segura.Desde luego! La noticia se ha sabido por la asociacin de guasintrpretes, en Golden Square... por boca del secretario, seorita Agnes, del secretario en persona!Al or esto, Agnes se sinti tan sorprendida como alarmada. Como an era temprano, hizo enviar un recado a Mrs. Ferrari participndole su regreso.Una hora ms tarde apareci la mujer del gua tremendamente agitada. Su relato, una vez pudo articularlo, confirm en todo lo dicho por la nodriza.Despus de recibir con regularidad cartas de su marido, fechadas en Pars, Roma y Venecia, Emily haba escrito dos veces a esta ltima ciudad sin obtener respuesta. Intranquila, se dirigi a Golden Square, sede de la asociacin, por si all saban algo. Aquella maana el secretario haba recibido una carta de Venecia con noticias alarmantes acerca de Ferrari... Su mujer haba pedido una copia de la carta, y en aquel momento se la tenda a Agnes.El firmante deca que haba llegado recientemente a Venecia. Haba odo decir que Ferrari resida con lord y lady Montbarry en un antiguo palacio veneciano que haban alquilado por una temporada. Siendo amigo de Ferrari fue a hacerle una visita. Llam a la puerta que da al canal sin que le respondiese nadie, por lo que se encamin a una puerta lateral situada en un estrecho callejn. All, de pie en el umbral, como si esperase a alguien, se hallaba una mujer muy plida, de grandes ojos negros, lady Montbarry en persona.Le pregunt en italiano qu deseaba. Le explic que deseaba ver al gua Ferrari, si era posible. La dama le cont que Ferrari haba dejado el palacio sin dar razn alguna, y sin siquiera dejar sus seas para que le pudiera ser remitida la mensualidad que se le deba. Sorprendido por esta respuesta, el firmante pregunt si Ferrari haba ofendido a alguien o haba participado en alguna ria. Se le contest que no. La dama dijo que poda asegurar donde quiera que fuese que Ferrari haba sido tratado en su casa con amabilidad. Aadi que estaban perplejos por aquella misteriosa desaparicin. "Si sabe usted algo", concluy, "avsenos, para que podamos enviarle su paga".Despus de otras preguntas relativas al da y hora en que Ferrari sali del palacio por ltima vez, el firmante se despidi de milady.Inmediatamente se dedic a hacer las oportunas averiguaciones, sin obtener el menor resultado. Nadie recordaba haber visto a Ferrari. No haba nadie a quien hubiera confiado sus intenciones. Nadie saba nada importante sobre los ocupantes del casern, ni siquiera tratndose de personas tan significadas como lord y lady Montbarry. Se deca que la camarera de milady haba dejado el servicio de sta, antes de la desaparicin de Ferrari, regresando a su pueblo con su familia, y que lady Montbarry no haba buscado sustituta. De milord se deca que estaba muy delicado de salud. Vivan en el ms absoluto retiro; no reciban visitas, ni siquiera de sus compatriotas. Las tareas domsticas las realizaba una mujer tan vieja como estpida que dijo no conocer al gua y que jams haba visto a lord Montbarry, recluido ya en su habitacin. Milady, "una amable y generosa dama", cuidaba sin descanso a su noble esposo. En la casa no haba otros sirvientes. La comida la encargaban en una fonda. A milord, se deca, no le gustaba ver caras extraas. Su cuado, el barn de Rivar, estaba casi siempre en los stanos ocupado en experimentos qumicos, segn haba contado milady. De all surgan, a menudo, olores repugnantes. ltimamente haba sido llamado un mdico, muy conocido en Venecia, para que viese a milord. Habiendo interrogado al doctor, este dijo que jams haba visto a Ferrari, pues fue a palacio con fecha posterior a su desaparicin. Al parecer lord Montbarry padeca una bronquitis, pero, hasta el presente, no precisaba serios cuidados. Si se presentaran sntomas alarmantes, y de acuerdo con milady, se celebrara una consulta. Por lodems, se haca lenguas de milady; noche y da se mantena a la cabecera del enfermo.ste era el relato del gua amigo de Ferrari. La polica estaba sobre el asunto, y en su sagacidad depositaba la mujer de Ferrari su ltima esperanza.Qu piensa usted, seorita? pregunt la pobre mujer ansiosamente. Qu me aconseja que haga?Agnes no saba realmente qu decirle; haba tenido que hacer un esfuerzo para atender a lo que Emily le deca. Las referencias del gua a Montbarry, la noticia de su enfermedad, la melanclica imagen de su reclusin, haban abierto la mal cicatrizada herida. Ni siquiera pensaba en el gua; su mente estaba en Venecia, junto a la cabecera del enfermo.No s qu decirte contest. No tengo experiencia en asuntos tan graves.Cree usted que podra ayudarla la lectura de las cartas de mi marido? Slo son tres... y no muy largas.Agnes, compasiva, las ley.El tono no era de los ms tiernos. Excepto las frases convencionales, "Querida Emily" y "siempre tuyo", el resto trataba de asuntos corrientes. En la primera carta, lord Montbarry no sala muy bien librado. "Maana salimos de Pars. Lord Montbarry no me gusta demasiado. Es fro y orgulloso, y entre nosotros, cicatero. Lo he visto discutir por algunos cntimos con el dueo de la fonda; y dos o tres veces se han cruzado duras palabras entre los recin casados a causa de la frecuencia con que milady visita las tiendas de modas. "No puedo soportarlo; es preciso que te atengas a tu asignacin": estas palabras las ha odo milady ms de una vez. Lady Montbarry es muy agradable. Tiene esas finas y fciles maneras extranjeras; me trata como si fuese un ser humano de su misma categora". La segunda carta estaba fechada en Roma."Los caprichos de milord", deca Ferrari, "nos tienen en perpetuo movimiento. Se est volviendo exageradamente inquieto. Creo que eso depende del estado de su espritu. Quiero decir, de penosos recuerdos; con frecuencia le sorprendo embebido en la lectura de cartas antiguas cuando milady sale a la calle. Debamos habernos detenido en Gnova, pero nos hizo salir deprisa y corriendo. Otro tanto pas en Florencia. Aqu, en Roma, milady insiste en permanecer algn tiempo. El barn se nos ha unido. Por cierto que l y milord, segn me ha contado la doncella de milady, tuvieron al poco tiempo una agria disputa. El barn le pidi dinero prestado a lord Montbarry. Milord se neg en una forma que ofendi a su cuado. Milady intervino e hizo que se dieran las manos".La tercera y ltima carta proceda de Venecia."Ms economas de milord! En lugar de alojarse en un hotel, nos hemos metido en un inmenso, agrietado y vetusto palacio. Hemos alquilado el casern por dos meses, a muy buen precio. Milord quera alquilarlo por ms tiempo, pues dice que la tranquilidad de Venecia le sienta bien a sus nervios, pero no ha podido ser porque un extranjero lo ha adquirido para convertirlo en hotel. El barn contina con nosotros y hay un cmulo de disputas a propsito del dinero. El barn no me gusta ni pizca, y milady no me guarda ya las mismas atenciones. La compaa de su hermano le ha agriado un poco el carcter. Milord paga puntualmente; es para l una cuestin de honor, y aunque le repugna separarse de su dinero, cumple estrictamente sus compromisos. Yo recibo mi salario los ltimos das de cada mes, ni un cntimo de propina, por ms que hago muchas cosas que no son de mi incumbencia. Imagnate al barn pidindome dinero prestado! Es un jugador impenitente. No quise creerlo cuando me lo dijo la doncella de milady, pero me he convencido plenamente. He visto, adems, otras cosas que... en fin, no son para que aumente mi respeto hacia el barn ni hacia milady. La doncella me ha dicho que va a despedirse. Es una respetable seora inglesa, y no encuentra las cosas tan fciles como yo. La vida aqu es muy aburrida. No tenemos vida social, ni fuera ni dentro; nadie ve a milord, ni siquiera el cnsul. Cuando sale, lo hace solo, y casi siempre cuando ha anochecido. En casa se encierra en sus habitaciones con sus libros, y ve a su mujer y al barn tan poco como le es posible. Creo que estamos abocados a una crisis. Si se despiertan las sospechas de milord, las consecuencias sern terribles. Provocado, Montbarry es hombre que no se detendra ante nada. De todos modos, la paga es buena, y no puedo dejar mi puesto como ha hecho la doncella de milady".Agnes dej las cartas a un lado. Sus sentimientos de vergenza y disgusto la mantuvieron en silencio un buen rato.Lo nico que puedo aconsejar dijo despus de pronunciar algunas palabras de esperanza y consuelo, es que consultemos a alguien de mayor experiencia que la nuestra. Te parece bien que escriba a mi abogado, un buen amigo, pidindole que venga a aconsejarnos?Emily acept con agradecimiento. Se convino una hora para reunirse al da siguiente; las cartas quedaron en poder de Agnes, y la esposa del gua se march.Con el corazn desfallecido, Agnes se dej caer en el sof. La nodriza, solcita, se acerc con una reconfortante taza de t. Su amena charla acerca de los quehaceres domsticos y la caresta del mercado ayud a despejar un tanto la mente de la joven. Continuaban hablando cuando reson un fuerte campanillazo en la puerta. La anciana corri a abrir, y enseguida entr en la sala Mrs. Ferrari. Pareca haber enloquecido.Ha muerto! Lo han asesinado!Fue lo nico que pudo decir. Cay de rodillas junto al sof, extendi los brazos... y rod presa de un desmayo. La nodriza, indicando a Agnes que abriese las ventanas, trat de hacer volver en s a Emily.Qu es esto? dijo. Tiene un papel en la mano. Vea lo que es, seorita.El sobre, evidentemente escrito con letra desfigurada, estaba dirigido a Mrs. Ferrari. El matasellos era de Venecia. Contena una hoja de papel y otro sobre ms pequeo, cerrado.En el papel slo se vea una lnea. Con la misma letra estaba escrito:"Para que usted se consuele de la prdida de su marido". Agnes abri el sobre. Contena un billete del Banco de Inglaterra por valor de mil libras esterlinas.

VIAl da siguiente, el amigo y abogado de Agnes, Mr. Troy, acudi a la hora convenida. Mrs. Ferrari, aunque segua persuadida de que su esposo estaba muerto, se haba repuesto lo bastante como para poder tomar parte en la entrevista; con la ayuda de Agnes le cont al abogado lo poco que se saba acerca de la desaparicin de su esposo, mostrndole las cartas.Mr. Troy ley primero las tres cartas escritas por Ferrari y dirigidas a su esposa; despus, la carta escrita por el amigo de Ferrari describiendo su visita al palacio y su conversacin con lady Montbarry; luego la lnea del escrito annimo que acompaaba al extraordinario regalo de mil libras.Conocido por ser el abogado que represent a lady Lydiard en una famosa causa conocida con el nombre de "el dinero de milady", Mr. Troy posea no slo profundos conocimientos y experiencia, sino que era un verdadero hombre de mundo. Estaba dotado de la capacidad de juzgar a las personas de un solo golpe de vista, y lo caracterizaban un humor sarcstico y una naturaleza escptica. Caba, sin embargo, preguntarse si era l el consejero ms apropiado para la joven Mrs. Ferrari, quien, aun con todas sus domsticas virtudes, era esencialmente una mujer comn y corriente. Mr. Troy no era la persona ms adecuada para captar sus simpatas, pues era exactamente el polo opuesto a lo comn y corriente.Esta pobre seora parece enferma!Con estas palabras, refirindose a Mrs. Ferrari con tan poca cortesa como si ella no estuviera presente, el abogado inici su labor como consejero.Ha sufrido un golpe terrible! explic Agnes.Mr. Troy se volvi hacia la joven y la mir con compasin. Distradamente, tamborileaba con los dedos sobre la mesa. Por fin habl.Querida seora, cree usted que su esposo ha muerto? Mrs. Ferrari se llev el pauelo a los ojos. La palabra "muerto" no era suficiente.Asesinado! dijo lgubremente.Por qu? Y por quin? pregunt Mr. Troy. Mrs. Ferrari pareci tener alguna dificultad para encontrar la respuesta.Ya ha ledo usted las cartas de mi marido, caballero empez. Supongo que descubri...Y se detuvo. Qu descubri?La paciencia tiene sus lmites, incluso para una mujer angustiada. La pregunta, formulada glidamente, irrit a Mrs. Ferrari, que al fin decidi hablar claramente.Pues a lady Montbarry y al barn! exclam con histrica vehemencia. El barn es tan hermano de esa aventurera como yo. La maldad de esos desalmados ha cado sobre mi pobre esposo en cuanto se han percatado de que lo saba todo. La doncella de milady se despidi por esta causa. Si Andrea hubiese hecho lo mismo an vivira. Lo han asesinado para evitar que el escndalo llegase a odos de lord Montbarry.Mrs Ferrari haba dado su opinin con frases entrecortadas pero en forma muy enrgica.Reservndose la suya, Mr. Troy la escuchaba asintiendo satricamente.Muy enrgicamente expuesto, Mrs. Ferrari dijo. Construye muy bien sus conclusiones. De ser usted un hombre hubiera compuesto un buen abogado. Sin duda agarrara al jurado por el cuello. Pero complete usted el caso, hgame el favor. Dganos quin le ha enviado esa carta con el billete. Los dos "desalmados" que asesinaron a Mr. Ferrari probablemente no habrn echado mano al bolsillo para enviarle a usted las mil libras. Quin ha sido? El matasellos es de Venecia. Tiene usted algn amigo en esa potica ciudad que posea un gran corazn y un no menor bolsillo, y capaz de consolarla permaneciendo en el misterio?No era fcil responder a eso. Mrs. Ferrari comenz a sentir hacia Mr. Troy los primeros sntomas de algo parecido al odio.No le comprendo dijo. Ni me parece este un asunto para tomrselo a broma.Agnes intervino por primera vez. Aproxim su silla a la de su abogado.En su opinin, cul es la explicacin ms probable? le pregunt.Ofender a Mrs. Ferrari si la expongo contest Mr. Troy.No, seor, de ningn modo! exclam Mrs. Ferrari, que odiaba ya a Mr. Troy sin reservas.El abogado se reclin en su butaca.Muy bien dijo con su acento ms jovial. Me explicar. Ante todo, seora, no le discuto su opinin sobre lo que pueda haber pasado en el viejo palacio de Venecia. Tiene usted las cartas de su marido, que en cierto modo la justifican, y est el hecho significativo de que la doncella de lady Montbarry abandon su servicio. Diremos, pues, que lord Montbarry ha sido vctima de una ofensa... que fue Mr. Ferrari el primero en descubrirlo... y que los culpables tenan razones para temerlo, no slo porque poda dar parte a lord Montbarry de su descubrimiento, sino porque en caso de ir a dar el asunto a los tribunales hubiera sido un importante testigo de cargo contra ellos. Ahora bien, admitiendo todo esto, mi conclusin es enteramente opuesta a la suya. En ese hogar, su marido estaba en una situacin muy equvoca. Qu poda hacer? Si no fuera por el billete y la nota que le han sido enviados, dira que haba obrado prudentemente retirndose sin dejar rastro para no verse mezclado en el asunto. Pero el dinero modifica esta opinin, desfavorablemente por lo que concierne a Mr. Ferrari. Crea que se haba quitado de en medio, pero ahora digo que se le ha pagado para ello... y ese billete es el precio de su silencio.Los incoloros ojos de Mrs. Ferrari brillaron instantneamente; su color cetrino se torn de un hermoso escarlata. Eso no es cierto! protest. Mi marido es incapaz de semejante cosa!Ya le dije que se ofendera observ Mr. Troy.De nuevo intervino Agnes en son de paz. Tom de la mano a la ofendida y le pidi al abogado que reconsiderara su teora con respecto a Ferrari. La interrumpi la nodriza tendindole una tarjeta. Era de Henry Westwick; escrito a lpiz se lea: "Traigo malas noticias. Permteme que te vea un momento, aunque sea en la puerta". Agnes dej inmediatamente la estancia.A solas con Mrs. Ferrari, Mr. Troy dej que su buen carcter surgiese desde el fondo hasta flotar en la superficie. Trat de hacer las paces con la esposa del gua.Tiene usted perfecto derecho, querida ma, a rechazar cualquier consideracin que denigre a su marido empez, y alabo su calurosa defensa. Pero recuerde mi obligacin, tratndose de asunto tan grave, de exponer francamente mi opinin. No he querido herirla. Sin embargo, mil libras esterlinas es una cantidad muy estimable, y cualquiera puede ser perdonado por sucumbir a la tentacin guardando silencio y ocultndose durante un tiempo. Mi nico inters es que nos aproximemos en lo posible a la verdad. Si me da tiempo, no creo que hayamos de desesperar de encontrar a su marido.La esposa de Ferrari escuchaba sin convencerse; su cerebro, no muy sobrado de inteligencia y ocupado por completo por su desfavorable opinin sobre Mr. Troy, no conservaba espacio para rectificar su primera impresin.Le estoy muy agradecida, caballero fue todo lo que dijo. Sus ojos fueron ms comunicativos, pues aadieron en su lenguaje: "Puede usted decir cuanto guste; no se lo perdonar ni en la hora de mi muerte".Mr. Troy entendi perfectamente. Dio, con gran naturalidad, media vuelta en su silln, se meti las manos en los bolsillos y se puso a mirar los cristales del balcn.Despus de un rato de silencio, se abri la puerta del saln.Mr. Troy se gir de nuevo, volvindose hacia la mesa, esperando ver a Agnes. Sorprendentemente, en lugar de Agnes estaba una persona que le era completamente extraa, un caballero en la flor de la edad en cuyo agraciado semblante se apreciaban seales de dolor y embarazo. Mir a Mr. Troy y le salud gravemente.He tenido el triste deber de darle a miss Lockwood una noticia que la ha impresionado mucho dijo. Se ha retirado a su habitacin. Vengo a excusarla y a contarle algo en su lugar.Habiendo hecho su presentacin en estos trminos, distingui a Mrs. Ferrari y le tendi la mano con simpata. Hace aos que no nos vemos, Emily dijo, y temo que haya usted olvidado al "seorito Henry" de aquellos tiempos.Emily, con cierta confusin, pronunci algunas frases de reconocimiento y luego aadi si poda serle de alguna utilidad a miss Lockwood.La nodriza est con ella contest Henry; dejmosla sola.Se dirigi de nuevo a Mr. Troy.Soy Henry Westwick, hermano menor del difunto lord Montbarry.El difunto lord Montbarry! exclam el abogado.Mi hermano muri anoche, en Venecia. Aqu est el telegrama.Y tendi el papel a Mr. Troy."A Stephen Robert Westwick. Hotel Newbury. Londres. Es intil que emprenda viaje. Lord Montbarry ha muerto de una bronquitis a las 8.40 de esta noche. Detalles por correo."Recelaba algo as? pregunt el abogado.No puedo decir que nos haya cogido enteramente por sorpresa contest Henry. Mi hermano Stephen, que es ahora el cabeza de familia, recibi un telegrama hace tres das diciendo que se haban presentado sntomas alarmantes, por lo que se haba llamado a un nuevo mdico. Mi hermano contest que sala de Irlanda para Londres, de paso para Venecia, y que si le ocurra algo le telegrafiasen a su hotel. Lleg un segundo telegrama. Anunciaba que lord Montbarry estaba prcticamente inconsciente y que en sus breves momentos de lucidez no reconoca a nadie. Mi hermano decidi permanecer en Londres en espera de ms amplia informacin. El tercer telegrama es el que tiene usted en sus manos. Es todo cuanto se sabe hasta ahora.Al mirar a la mujer del gua, Mr. Troy qued impresionado por la expresin de terror que se dibujaba en el rostro de Emily.Mrs. Ferrari dijo; ha odo usted lo que acaba de contar Mr. Westwick?Hasta la ltima palabra, seor. Quiere preguntarle algo? No, seor.Parece usted alarmada insisti el abogado. Se trata de su marido?No volver a ver a mi marido, seor. sa es mi opinin, ya lo sabe. Ahora estoy segura.Segura, despus de lo que ha odo? S, seor.Puede usted decirme por qu?No, seor. Me lo dice mi instinto. No puedo explicar por qu.Oh, el instinto! repiti Mr. Troy con cierto desdn. Tratndose de instintos, querida ma...Sin terminar la frase, se levant para despedirse de Mr. Westwick. La verdad es que empezaba a dudar, y no quera que Mrs. Ferrari se diera cuenta de ello.Acepte usted mis condolencias dijo cortsmente a Mr. Westwick. Buenas noches.Henry se volvi a Mrs. Ferrari en cuanto el abogado hubo salido.Miss Lockwood me ha contado sus tribulaciones, Emily dijo. Puedo hacer algo por usted?Nada, seor, muchas gracias. Quizs ser mejor que me vaya, en vista de lo ocurrido. Maana volver para ver si puedo serle til a la seorita. Cunto siento sus sinsabores!Y se encamin a la puerta con sus menudos pasos, contemplando el asunto de su marido bajo los colores ms sombros.Henry Westwick ech una mirada a la solitaria estancia. Nada le detena en aquella casa y, sin embargo, no se decida a abandonarla.Haba algo all que lo aproximaba a Agnes; cosas suyas, diseminadas por la sala. All, en un rincn, estaba su butaca, y junto a sta la mesita de trabajo. En un pequeo caballete se vea su ltimo dibujo, an por acabar. El libro que haba estado leyendo yaca en el sof, sealada con un lpiz la pgina en que haba quedado detenida la lectura. Uno tras otro examin todos los objetos que le hablaban de aquella mujer amada, un tierno examen en el que iba desgranando hondos suspiros. Y sin embargo, cun lejos, cun desesperadamente lejos estaba de ella!Jams olvidar a Montbarry se dijo al tomar el sombrero para irse. Ninguno de nosotros ha sentido su muerte como ella. Estpido, estpido desalmado...! Cunto le amaba!Al salir a la calle le retuvo un conocido, un hombre fastidioso y preguntn cuya presencia se le hizo insoportable. Una triste noticia, Westwick, la de su hermano. Y casi inesperada, verdad? Jams se oy decir en el club que Montbarry fuese propenso a los catarros. Qu har la compaa de seguros?Henry sinti un escalofro; no se acordaba del seguro de vida de su hermano. Qu hara la compaa sino pagar? Una defuncin por bronquitis, certificada por dos mdicos, es seguramente la menos discutible de todas las defunciones.Me hubiese hecho usted un gran favor no hablndome de eso! exclam irritado.Ah! dijo el pesado, cree usted que la viuda cobrar el dinero? Yo tambin lo creo!

VIIDas despus, las compaas de seguros (pues eran dos) recibieron la notificacin de la muerte de lord Montbarry por conducto de los procuradores de milady. La suma del seguro establecido con cada compaa era de cinco mil libras esterlinas, y tan slo se haba pagado un ao de cuota. Ante un negocio tan ruinoso, ambos directores pensaron retrasar el caso todo lo posible. Pidieron explicaciones a los mdicos que haban dado su visto bueno a la contratacin de las plizas. Sin negarse de un modo absoluto al pago, las dos compaas obrando de comn acuerdo, decidieron enviar una comisin investigadora a Venecia "con objeto de obtener informes ms explcitos".Mr. Troy supo todo esto oficiosamente. Escribi inmediatamente a Agnes dndole la noticia, y aadiendo que lo consideraba de la mayor importancia por la razn que expona en su misiva:"S que est usted en inmejorables relaciones con lady Barville, hermana mayor del difunto lord Montbarry. Los procuradores que utiliza su esposo casualmente son tambin procuradores de las dos compaas de seguros. Quiz en el informe de la comisin de investigacin haya algo que haga referencia a la desaparicin de Ferrari. Y, aunque se trate de un documento reservado y no se le permita a lady Barville disponer del informe, no me cabe duda de que los abogados s responderan a algunas preguntas sobre el caso".La respuesta lleg a vuelta de correo. Agnes rehusaba la proposicin de Mr. Troy."Mi intervencin, por inocente que fuera", escriba, "ha producido resultados tan deplorables que no puedo ni me atrevo a dar ms pasos en el asunto de Ferrari. Si yo no hubiese permitido al desgraciado gua que mencionase mi nombre, lord Montbarry no le hubiese tomado a su servicio, y Emily no sufrira tantos sinsabores como sufre. Ni siquiera mirara el informe al que alude si cayese en mis manos; ya he odo bastante de ese repulsivo palacio veneciano. Si Mrs. Ferrari quiere dirigirse directamente a lady Barville, esto ya es otra cosa. Pero aun en este caso he de imponer la condicin ineludible de que mi nombre no suene para nada. Perdneme usted, mi querido Mr. Troy! Soy muy infeliz y no razono, pero no soy ms que una mujer y no debe usted esperar demasiado de m".Ante tal situacin, el abogado aconsej que se intentase descubrir el paradero de la doncella que haba abandonado a lady Montbarry. Tal idea tena un inconveniente: para llevarla a cabo se necesitaba dinero, y este dinero faltaba. Mrs. Ferrari se descompona ante la perspectiva de tocar el billete de mil libras, que haba depositado en un banco. Si se mencionaba, se estremeca y lo llamaba, con melodramtico acento, "el precio de la sangre de mi marido".As, las tentativas para resolver el misterio de la desaparicin de Ferrari quedaron en suspenso.Era el ltimo mes del ao de gracia de 1860. La comisin de investigacin haba comenzado sus tareas el 6 de diciembre. El da 10 terminaba el contrato de alquiler del palacio de Venecia. En las oficinas de las compaas aseguradoras se recibieron telegramas diciendo que los abogados de lady Montbarry la aconsejaban salir para Londres sin la menor dilacin. El barn, se crea, acompaara a su hermana hasta Inglaterra, pero, a menos de que fuera necesaria su presencia, no permanecera en Londres mucho tiempo. El barn, "bien conocido por su decidida aficin a la qumica", haba odo hablar de ciertos descubrimientos relacionados con aquella ciencia hechos en los Estados Unidos, y quera estudiarlos de cerca.Todas estas noticias, recogidas por Mr. Troy, eran puntualmente comunicadas a Mrs. Ferrari, cuya ansiedad por descubrir el paradero de su esposo la haba convertido en una asidua visitante del abogado.Ella haba intentado relatar a su protectora lo que haba odo, pero Agnes haba rehusado orla de forma categrica, y le prohibi del modo ms absoluto cualquier alusin a lady Montbarry.Tienes a Mr. Troy para aconsejarte dijo, y puedes contar con mi pequeo auxilio pecuniario si necesitas dinero. Todo lo que pido, a cambio, es que no me aflijas ms. Estoy tratando de olvidar su voz se quebr; se detuvo un momento para reponerse ...recuerdos, que son an ms tristes desde la muerte de lord Montbarry. Aydame con tu silencio. No quiero or nada ms sino son buenas noticias de tu marido.Lleg el da 13 y nuevos e interesantes informes llegaron a odos de Mr. Troy... Las tareas de la comisin investigadora haban terminado; el informe haba llegado de Venecia aquel da.

VIIIAl da siguiente, los directores de las compaas de seguros y sus consejeros legales se reunieron para leer el informe a puerta cerrada. He aqu los trminos en que los comisionados relataban el resultado de sus investigaciones: "Privado y confidencial.Tenemos el honor de informar a esta direccin que llegamos a Venecia el 6 de diciembre de 1860. El mismo da nos dirigimos al palacio que habit lord Montbarry durante su ltima enfermedad y hasta su muerte.Fuimos cortsmente recibidos por un hermano de lady Montbarry, el barn de Rivar.Mi hermana ha sido la nica enfermera de su marido nos dijo. Est rendida por el disgusto y la fatiga; de otro modo ella misma les hubiera recibido. Qu desean, seores, qu puedo hacer por ustedes?De acuerdo con las instrucciones recibidas, contestamos que el hecho de que lord Montbarry muriera y se enterrara en suelo extranjero haca indispensable obtener ms amplios informes acerca de su enfermedad y las circunstancias que la haban acompaado. Aadimos que la ley concede cierto plazo para el pago de las plizas, advirtindole que llevaramos la investigacin con la ms respetuosa consideracin a los sentimientos de milady y sin molestar a los dems miembros de la familia.Soy yo el nico familiar aqu replic el barn, y la casa est a su disposicin.De principio al fin de la entrevista, este caballero adopt una actitud muy razonable, y se manifest siempre dispuesto a ayudarnos.A excepcin de la habitacin de milady, recorrimos todas las dems dependencias del palacio aquel mismo da. Es un inmenso edificio, amueblado slo en parte. El primer piso y parte del segundo eran utilizados por lord Montbarry y su familia. Vimos su alcoba en el extremo de un corredor; all muri milord. Junto a esta pieza hay un pequeo gabinete que le serva de despacho. Prximo a estas habitaciones se ve un inmenso saln, cuyas puertas siempre han estado cerradas, pues el difunto lord se aislaba para dedicarse a sus estudios. En la parte extrema de este saln est el dormitorio de milady y el cuarto de vestir, en el que dorma la doncella hasta que volvi a Inglaterra. Detrs estn el comedor y la sala de estar, abrindose a una antesala, que a su vez da acceso a las anchas escaleras del palacio.Los nicos aposentos del segundo piso que se usaban eran el gabinete y dormitorio del barn de Rivar, y otro cuarto, a bastante distancia, donde dorma el gua Ferrari.El tercer piso, as como los bajos, estn completamente desnudos y muy deteriorados. Preguntamos si haba algo que ver en ellos y se nos dijo que slo unos stanos que podamos ver si lo desebamos.Bajamos, pues no queramos dejar ni un rincn sin examinar. Los stanos, segn se cree, sirvieron hace algunos siglos como prisin. El aire y la luz penetraban dbilmente en ellos gracias a dos largas aberturas a flor de tierra en el patio del palacio, defendidas por gruesos barrotes de hierro. La escalera de piedra que conduce al stano se cierra por medio de una pesada trampa que estaba abierta. Hicimos la observacin de lo terrible que sera si aquella compuerta cayera detrs de nosotros. El barn sonri ante la idea.No tengan cuidado, seores dijo la puerta est asegurada. Al principio me interesaba que estuviera as. Me apasiona la qumica experimental... y mi laboratorio, desde que estamos en Venecia, ha sido el stano.Estas palabras explicaban el singular hedor que notamos al penetrar en los stanos. Tan slo puede definirse dicho hedor diciendo que era compuesto; dbilmente aromtico al principio, pero seguido de otro olor bastante molesto. A ello daban satisfactoria respuesta los hornillos y retortas del barn, amn de algunos paquetes de productos qumicos con el nombre de los comercios que los expedan perfectamente visibles en la etiqueta.El lugar no es de lo ms a propsito para estudiar observ el barn, pero mi hermana es temerosa. Siente horror por los olores y las explosiones... y me ha desterrado a estas regiones profundas, donde mis experimentos no son ni vistos ni odos.Extendi sus manos, que llevaba enguantadas. Siempre puede ocurrir un accidente aadi a pesar de que se tomen todas las precauciones. Haciendo el otro da una mezcla me quem las manos, y tengo que evitar el contacto del aire.Hacemos estas ftiles y casi innecesarias reseas de nuestra visita para demostrar que nuestra exploracin en la casa no fue obstaculizada en ningn momento. Hasta fuimos admitidos en el dormitorio de milady aprovechando el momento en que ella haba salido a tomar el aire. Se nos haba recomendado que examinsemos la residencia de milord, porque su vida exageradamente recluida, en Venecia, y la curiosa partida de los dos nicos sirvientes, poda originar alguna sospecha relacionada con la naturaleza de su muerte. Nada hemos visto que justifique semejante sospecha.Por lo que hace a la retirada vida de milord, hemos hablado de ello con el cnsul y un banquero que le facilitaba los fondos, quienes son los nicos que han tenido con l alguna comunicacin. Fue una vez a retirar dinero y se excus por visitar al banquero en su domicilio particular, con el pretexto de su mala salud. Lo mismo hizo por carta al cnsul, que le haba visitado en el palacio. Hemos visto la carta y la copiamos a continuacin: "Los muchos aos pasados en la India han debilitado mi constitucin. No frecuento ya la vida social; la nica ocupacin de mi vida es el estudio de las literaturas orientales. Me prueba ms este clima que el de Inglaterra; de otro modo no me hubiera movido de casa. Srvase aceptar estas explicaciones de un enfermo. Mi vida marcha hacia su ocaso". La voluntaria reclusin de milord se explica suficientemente en estas lneas. Por lo dems, hemos realizado tantas pesquisas como hemos podido. Nada que haga sospechar la menor irregularidad ha llegado a nuestros odos. En lo que respecta a la marcha de la camarera de milady, hemos visto el recibo que acreditaba el pago de su salario; en l la doncella hace constar que deja el servicio de milady porque Italia no le agrada y desea regresar a su pas. Ello no es raro con los criados ingleses que salen al extranjero. Lady Montbarry nos dijo que se haba abstenido de tomar otra doncella debido al rechazo de milord a admitir extraos en su casa desde que se senta enfermo. La desaparicin del gua Ferrari es, indiscutiblemente, una circunstancia sospechosa. Ni el barn ni milady pueden explicarla; por ms que hemos indagado, nadie pudo arrojar luz sobre el asunto, ni dar datos que permitieran asociarlo directa o indirectamente con el objeto de nuestra investigacin. Hemos examinado la maleta que Ferrari dej en el palacio. No contena sino ropa; ni dinero, ni el menor pedazo de papel en los bolsillos de los trajes. La maleta est en poder de la polica. Hemos tenido ocasin de hablar con una anciana que hace la limpieza de las habitaciones ocupadas por milady y el barn. Fue recomendada por el dueo de la fonda que enviaba la comida al palacio. La hemos interrogado pacientemente, pero ninguna de sus repuestas merece ser reproducida. El segundo da tuvimos el honor de celebrar una entrevista con lady Montbarry. Milady nos pareci muy apenada y enferma, y ni siquiera sospechaba para qu la necesitbamos. El barn de Rivar, que nos present, le explic la ndole de nuestra misin en Venecia, y le cost todo el trabajo del mundo hacerle comprender que todo aquello era pura frmula. Habiendo convencido a milady sobre este punto, abandon discretamente la estancia. Las preguntas que dirigimos a lady Montbarry se refirieron en su mayor parte, como es natural, a la enfermedad de milord. Las respuestas, dadas de una manera nerviosa, pero sin la menor reticencia, pueden resumirse as: Lord Montbarry haba cambiado haca algn tiempo, volvindose nervioso e irritable. La primera vez que se quej de su dolencia fue el 13 de noviembre ltimo; pas una noche de insomnio y calentura y al siguiente da se qued en cama. Milady propuso llamar a un mdico. Se neg a consentir, diciendo que para tan poca cosa no necesitaba un mdico. Algunas limonadas calientes le haran sudar y esto bastaba. Milady prepar la limonada. El enfermo consigui sudar y durmi algunas horas. Habiendo ya anochecido y necesitando a Ferrari, lady Montbarry hizo sonar la campanilla. No obtuvo respuesta. El barn de Rivar fue en busca del gua, pero no le encontr en la casa, ni en las inmediaciones. Desde entonces no haban vuelto a saber de l. Esto ocurri el 14 de noviembre. En la noche de aquel da se presentaron de nuevo los sntomas febriles. Quizs, en parte, eran debidos a la alarma producida por la misteriosa desaparicin de Ferrari. Haba sido imposible ocultarle esta circunstancia, pues milord llamaba al gua incesantemente, insistiendo en que podra sustituir los cuidados de milady y del barn durante la noche.El 15 da en que entr a prestar sus servicios la anciana de la que hemos hablado, milord se quej de dolores y opresin en el pecho. Aquel da, y el siguiente, tanto milady como el barn quisieron otra vez llamar al mdico. Rehus categricamente.No quiero ver caras extraas; mi catarro seguir su marcha a pesar de los mdicos... fue su respuesta.El 17 empez de tal manera que se decidi enviar por el mdico, aun sin su consentimiento. El barn de Rivar, despus de consultar al cnsul, llam al doctor Bruno, conocido como uno de los mejores de Venecia; el cnsul lo recomend porque el doctor haba residido en Inglaterra y le eran familiares las prcticas mdicas de nuestro pas. Hasta aqu lo dicho por milady; a continuacin exponemos lo que nos comunic el doctor Bruno:Segn mi diario de visitas vi a lord Montbarry por primera vez el 17 de noviembre. Padeca un ataque agudo de bronquitis. Se haba perdido un tiempo precioso por la obstinacin del paciente en no dejarse visitar. En trminos generales su estado de salud me pareci delicado. Haba un gran desarreglo del sistema nervioso. Su carcter era tmido y contradictorio; cuando le habl en ingls, me contest en italiano, y cuando quise hablarle en este idioma, me respondi en ingls. Esto era lo de menos; la enfermedad haba hecho tales progresos que tan slo poda pronunciar unas cuantas palabras seguidas, y stas en forma de dbil murmullo. Apliqu inmediatamente los oportunos remedios. (Copia de las recetas, traducidas al ingls, se adjuntan a la presente memoria.)Durante tres das mantuve una constante observacin del paciente. Responda al tratamiento, lenta, pero firmemente. Pude tranquilizar a lady Montbarry comunicndole que haba cesado el peligro inminente. No he visto esposa ms afecta y dedicada. En vano le aconsej que contratase a una enfermera; no quera permitir que nadie cuidase a su marido. Noche y da, esa admirable dama estaba junto al lecho del paciente. Los pocos momentos que descansaba lo haca a fuerza de splicas de su hermano, que la sustitua. He de aadir que este hermano es un buen acompaante, muy amable e instruido. Su debilidad es la qumica, y hace experimentos en esos horribles stanos del palacio; un da quiso que presenciase algunos experimentos, aunque como ya he tratado sobradamente con esa ciencia, rehus. Pero me aparto del asunto; volvamos al enfermo. Hasta el 20, pues, las cosas iban bastante bien. No imaginaba el desastroso cambio que observ en milord al visitarle la maana del 21. Estaba abatido, muy abatido. Examinndole para inquirir la causa, encontr sntomas de pulmona. Respiraba con dificultad y no poda incorporarse. Pregunt, quedando convencido de que los medicamentos haban sido debidamente administrados y que no se haba expuesto a bruscos cambios de temperatura. Me vi obligado, no sin embarazo, a informar a lady Montbarry de mi alarma, y al preguntarme ella si no sera aconsejable celebrar una consulta, tuve que responderle que la crea necesaria. Milady me dijo que no reparase en gastos y que llamase al mejor mdico de Italia. El ms famoso en mi opinin es Torello, de Padua. Envi un telegrama al gran prctico. Lleg aquella misma noche, y confirm mi opinin; era una pulmona y la vida del enfermo estaba en peligro. Le expliqu mi tratamiento y lo aprob en su totalidad. Hizo algunas valiosas observaciones y, a peticin de lady Montbarry, consinti en quedarse hasta la maana siguiente. Vimos con frecuencia al paciente durante la noche. La dolencia, avanzando, se rebelaba contra todo tratamiento. El doctor Torello se fue por la maana.Mi presencia aqu es intil me dijo. Ese hombre no tiene remedio... quizs fuera prudente indicrselo. Advert a milord, lo ms suavemente que me fue posible, de que su hora haba llegado.Lord Montbarry recibi la noticia con bastante resignacin, pero con alguna duda. Me hizo sea de que aproximase el odo a su boca y susurr dbilmente:Est usted seguro?No era ocasin para engaarle. Seguro del todo contest.Se detuvo un momento para respirar, y luego murmur de nuevo:Busque usted debajo de mi almohada!Encontr bajo la almohada un sobre cerrado. Sus ltimas palabras casi fueron imperceptibles.chela usted personalmente.Contest, naturalmente, que as lo hara, y en efecto yo mismo la ech al correo. Le el sobre. Iba dirigido a una seora, en Londres. No recuerdo la calle. El nombre s; era un apellido italiano, Ferrari. Cuatro das despus muri lord Montbarry. Cuando llegu todava conservaba inteligencia, y en sus ojos comprend que me haba entendido cuando le dije que la carta estaba en el correo. Preguntar la causa de su muerte, y perdnenme por decir esto, es sencillamente absurdo. Su bronquitis deriv en pulmona, no cabe la menor duda, y la pulmona lo mat. La nota del doctor Torello va unida a un duplicado de mi certificacin, solicitado, segn me ha sido informado, por las compaas en las que milord haba asegurado su vida. Las compaas aseguradoras inglesas deben de haber sido fundadas por aquel celebrado apstol y famoso incrdulo del que nos habla el Nuevo Testamento que se llama Toms.Aqu termina la relacin del doctor Bruno. Regresando a nuestras investigaciones, preguntada lady Montbarry nada ha podido decirnos de la carta puesta en el correo por el doctor Bruno a peticin de lord Montbarry. ?Cundo la escribi milord? ;Cul era su contenido? Por qu lo hizo en secreto? Por qu escribirle a la mujer del gua? A estas preguntas no hemos obtenido respuesta. Parece obvio sealar que el asunto da lugar a algunas conjeturas. Quizs una aclaracin por parte Mrs. Ferrari podra dar alguna clave. Su residencia en Londres puede hallarse fcilmente acudiendo a las oficinas de la asociacin de guas italianos, en Golden Square.Habiendo llegado al final del presente informe, llamamos su atencin a su conclusin, justificada por el resultado de nuestras investigaciones. La cuestin parece ser sta: La investigacin revela alguna circunstancia extraordinaria que pueda dar origen a sospechas acerca de la muerte de lord Montbarry? La investigacin ha revelado, indudablemente, circunstancias extraordinarias, tales como la desaparicin de Ferrari, la notable ausencia de servidumbre en la casa y la misteriosa carta que milord confi al doctor para ser echada al correo. Pero dnde existe la prueba de que alguna de estas circunstancias se relacione, directa o indirectamente, con el acontecimiento que nos interesa, la muerte de lord Montbarry? En ausencia de tal prueba, y ante la evidencia presentada por dos famosos mdicos, es imposible discutir que milord ha muerto de muerte natural. As pues, nos limitamos a hacer constar que no existen razones vlidas para negarse al pago de la suma por la cual el difunto lord Montbarry haba asegurado su vida."

IXAhora, mi querida amiga, dgame lo que desea. No quiero darle prisa, pero son horas de despacho y tengo otros asuntos en que ocuparme adems del suyo.Dirigindose a la esposa de Ferrari en estos trminos, propios de su habitual buen humor, Mr. Troy ech una mirada al reloj que tena encima de la mesa, y luego se dispuso a escuchar lo que su cliente tena que decirle.Es acerca de la carta con las mil libras empez Mrs. Ferrari. He descubierto quin me la envi.Mr. Troy dio un respingo.Realmente eso es importante dijo. Quin lo hizo? Lord Montbarry, seor.No era fcil coger a Mr. Troy por sorpresa. Pero Mrs. Ferrari haba conseguido dejarlo atnito. Durante un instante slo fue capaz de quedarse mirando a la mujer con expresin de asombro.