el hombre de arena - eta hoffmann

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  • 8/2/2019 El Hombre de Arena - ETA Hoffmann

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    Semin"fio Yedda

    E. T. A. Hoffmann

    El hombre de la arena

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    r ,

    TRADUCTORA: Carmen Bravo-VillasanteE . T .A . H offm ann

    Cuentos, 1Primers ecl ici6n en El l ibro de bolsi llo: 1985Sexta reimpresion: 1999Primers eclici6n en'

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    Elhombre de la arena *

    , ,

    De Na ta n ie l a Lo ta ri oSeguro que estareis inquieto porque no escribo desde hacemucho, mucho tiempo. Mi madre estara enfadada y Clarapensara que hago aqui vida de loco y que olvido su imagenangelical que tengo grabada en mi mente, pero no es asi.Diariamente os recuerdo a todos y contemplo la figura en-cantadora de Clara, con su candida sonrisa y sus ojos claros,igual que cuando regresaba a casa. .. Pero, lcomo podre es-cribiros en elestado en que me hallol.; jMe ha sucedido algoespantoso! Torvos presentimientos de un destino amenaza-dor y fatal se ciernen sobre mi como negros nubarrones, irn-pidiendo que penetre un rayo de soL. Solo a ti voy a decirte10 que me ha sucedido. Me imagino que te reiras locamentecuando 10 sepas . .. jAh, rni querido Lotario! iC6mo te direpara que 10 comprendas que 10 que me ha sucedido hace al-gunos dias ha trastornado reahnentemi vida! Siestuvierasaqui, til mismo podrias verlo, pero seguro que me conside-ras un visionario chiflado ... En resumidas cuentas, elespan-

    57*Der Sandmann.

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    toso acontecimiento que me sucedio, y cuya trernendaim-presion envano me esfuerzo en olvidar, no esotra cosa sinoque hace dias, precisamente el30 de octubre, a las doce delmediodia, un vendedor de barometros entre enmi casa paraofrecerme la rnercancfa, No le compre nada, y le amenacecon tirarle escaleras abajo, cosa que no hice gracias a que 121se retire prudentemente.Puedes suponerte que en algunos acontecimientos decisi-

    vos demi vida tuvo influencia este suceso, pues fueron funes-tas mis relaciones con la persona de aquel ma1vado traficante.}}La cosa fue asi. Antes quiero referirte algunos detalles de

    mi primera infancia, para que eomprendas todo y te hagasidea de 10que sucedio. Antes de comenzar me pareee verteriendo y oigo a Clara decir: "[Pero, que nifierias!". [Rfete,sf... riete de mf todo 10 que quieras ... os 10 suplico ...Pero, porDios, los pelos se me ponen de punta cuando os pido que osriais, pues verdaderamente estoy loco y desesperado, comoFranz Moor ante Daniel. Pero jvamos al asuntolEn aquel tiempo, mi hermana y yo no soliamos ver a

    nuestro padre mas que a las horas de comer, pues los nego-cios paredan absorber toda su actividad; poco despues decenar, todas las noches fbamos con nuestra madre a sentar-nos a1rededor de la mesa redonda de la habitaciondondetrabajaba mi padre. Mi padre encendia su pipa y llenabahasta elborde un inmenso vaso de cerveza, y nos referfa unainfinidad de maravillosas historias; durante fanarracion seapagaba la pipa y yo me alegraba mucho de ello, porque es-taba encargado de encenderlacuando esto sucedia. Amenu-do, si no estaba de muybuen humor, nos daba libros muybonitos con estampas preciosas, y el se recostaba en un si-llon de encina, lanzando con febril actividad bocanadas dehumo, de forma que desaparecfa de nuestra vista como en-vuelto tras una espesa niebla. "Aquellas naches, mi madre se ponia triste y, cuando el

    reloj daba las nueve, nos deda "[Nifios, ala cama, ala carna,

    , .ELHOMBRE DE LAARENA 59

    que viene elhombre de Ia arena!". Apenas pronunciaba es-tas palabras, oiayo en la escalera el ruido de unos pasos pe-sados: deberia de ser elhombre de Iaarena.Cierta noche, aquel rumor fantastico me atemoriz6 mas

    que de costumbre y pregunte a mi madre: "Oye, mama,lquien es ese hombre de la arena, que siempre nos obliga asalir de la habitacion de papa?". "No hay hombre alguno dela arena, querido hij 0- repuso mama -; cuando digo que vie-ne elhombre dela arena, unicamente quiero decir que teneissuefio y que cerreis los ojos como sios hubieran echado are-na:' La respuesta de mi madre no me satisfizo, yen rni espi-ritu infantil arraigose laconviccion de que senos ocultaba laexistencia del personaje para que no tuvieramos miedo,pues siempre leoia subir la escalera.Dorninado por la curiosidad, y deseoso de saber alguna

    cosa mas precisa sobre elhombre de laarena y sus relacionescon los mios, pregunte finalmente a la anciana que cuidabade mi hermanita quien era aquel ser misterioso: "jAh, Tha-nelchen! -me contesto-c jlvo Ie conoces? Es un hombre muymalo, que viene en busca de"los nifios cuando se niegan aacostarse y les arroja pufiados de arena a los ojos, los en-cierra en un saco y se los neva ala luna para que sirvan dealimento a sus hijitos; estos tienen, asi como los mochuelos,picos ganchudos, yean ellos devoran los ojos de los ninosque no son obedientes,"Desde que ofesto, Iaimagen del hombre cruel de la arena

    se fij6 en mi mente bajo un aspecto horrible, y apenas oiapar lanoche el ruido que hacfa alsubir, me estremecfa de es-panto. "iEIhombre de la arena! jElhombre de laarena!", ex-clamaba yo, corriendo a refugiarme en la alcoba; y durantetoda la noche me atormentaba la terrible aparici6n. Yama-yor, yo comprendia fiUYbien que elcuento de laanciana sa-bre el hombre de la arena y sus hijos en la luna podia no serverdad; sin embargo, este personaje seguia siendopara mfun fantasma terrible) y me espantaba cuando Ie ofa subir la

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    escalera, abrir bruscamente la puerta del gabinete de mi pa-die y cerrarla despues, Algunas veces pasaban varios diassin que viniera, pero luego sucedianse sus visitas. Esto duroalgunos alios y nunca pude acostumbrarme a laidea delodioso espectro, cuyas relaciones con mi padre me preocu-paban cada dia mas. No me atrevia a preguntarle a mipadrequien era, aunque siempre trate de averiguar elrnisterio, dever al fabuloso hombre de la arena, y a rnedida que pasabanlos afios era mayor mi deseo. EIhombre dela arena me Con-ducia a la esfera de 10maravilloso, de 10 fantastico, idea quetan facilmente germina en el cerebro de los nines: Nada meagradaba tanto como ofr 0 leer cuentosde espiritus.xlehe-chiceros y de duendes; pero, a todo esto, se anteponia e1hombre dela arena, cuya imagen dibujaba yo con yeso 0car-bon enlasmesas, en los armarios y en las paredes, represen-tan dolo bajo las figuras mas extrafias y horribles. . ..Cuando tuve diez afios,mimadre me retire de lahabita-cion de los nines y me instalo enuncuartito que comunica-

    ba con un corredor, cerca del gabinete de mi padre. Todaviaentonces sabiamos que debiamos acostarnos cuando,al darlas nueve, oyesemos pasos del desconocido. Desde mi habi-tacion le oia entrar en la demipadre, y poco despues me pa-reda percibir un olor extrafio. Con 1acuriosidad sedespertoe n mi el valor suficiente para trabar conocimiento con elhombre dela arena; muchas veces me deslizaba con 1amayorligereza desde mi cuarto al corredor, cuando mi madre sehabia alejado, pero sin lograr descubrir nada, pues elhom-bre misterioso habfa entrado siempre, cuando yo llegaba alsitio donde hubiera podido verle alpasar. Finalmente, lleva-do par un impulse irresistible, resolvi esconderme en laha-bitaci6n misma de mi padre y esperar lallegada del hombrede la arena. Cierto dfa, par elsilencio de mi padre y la triste-zade mi madre, presentf que el hombre misterioso vendria;con elpretexto de estar muy cansado salf de la habitacion unpoco antes de lasnueve yme oculte en un rincon. Poco des-

    ELHOMBRE DELA ARENA 61pues, la puerta de la casa se abrio rechinando yse cerro; unpaso lento resono en elvestibulo dirigiendose hacia la esca-lera; mirnadn, paso junto amf con mi hermana.Entoncesabri suavemente . .. suavemente la puerta del gabinete de mipadre. Estaba sentado como de costumbre, silencioso e in~rnovil, de,espaldas a la puerta, y no me vio. Un momentodesp~es me oculte en un arrnario destinado a colgar ropa,que solo se cubria con una cortinilla. Los pasos seaproxima-ban ... cada vez mas cerca ...la campanilla resono con estrepi-to.E1 corazon me palpitaba de temory ansiedad .. .Junto alapuerta se oyen los pas os. .. y la puerta se abre bruscamente.No sin hacer un esfuerzo, me atrevo a entreabrir la cortinacon precaucion.-El hombre de la arena esta delante de mi pa-dre y la luz de loscandelabros se proyecta en su rostro ...Aquel ser terrible que tanto me espantaba es e 1 viejo aboga-do Coppelius, que come algunas veces en casa. Lafigura masabominable no me hubiera causado tanto horror como lasuya.Figuraos un hombre alto, ancho de espaldas, con una ca-

    be.za disforme, rostro apergaminado y amarillento, cejasgnse~ muy pobladas, baio las cuales brillan los ojos de gato,y nanz larga que se encorva sabre ellabio sup erior.La boca,algo torcida, se contrae a menudo con una sonrisa ironica,dos manchas de color rojizo coloran entonces los pomulos,y, a traves de los dientes apretados, se escapa una especie desilbido,Coppelius vestia siempre levita de color gris, cortada alaantigua, chale~o y calzon del mismo estilo, medias negras y

    zapatos de hebillas. Su pe1uca, muy pequena, apenas tapabay cubriala parte superior delacabeza, de modo que los tira-buzones no llegaban ni con mucho a las oreias, muy grandesy co10radas, yen la nuca quedaba descubierta la hebilla deplata que sujetaba su corbata raida. En fin, toda su personaera espantosa y repugnante; pero sus largos dedos huesudosyvelludos nos desagradaban mas que todo, hasta el punto de

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    que no podiamos comer nada de 10que el, tocab~. Ello habianotado y cuando nuestra madre nos porna furtivamente al-gUn pedazo de pastel 0una fruta confitada, se comp1acia .entocarlo bajo cualquierpretexto; demodo que, llenos losojosde lagrimas, techazabamos con disgusto las golosinas quetantonos gustaban. Lo mismo hacia cuando nuestro padre,en los dias de fiesta, nos daba un vasito de vino con azucar,Pasaba lamano por encima 0acercaba elvaso a sus cardenoslabios, y se reia con expresion verdaderamente diab61ica ~lobservar nuestra repugnancia y ofr.los sollozos que mani-festaban nuestro disgusto. Siempre nos llamaba sus peque-nos animales, y nos estaba prohibido quejai-nos oabrir laboca para decir lamenor cosa. Nuestra madre pareda temertanto como nosotrosal espantoso Coppelius, pues cuandoaparecia, la a1egria habitual de su inocente ser se convertiaen tristeza profunda.Mi padre se comportaba en su presen.cia como .siestu-viera ante un superior, cuyos defectos hubiera que soportar,

    y,por este procedimiento, conservar co~ buen hum?r.Se ex-presaba, entonces, con mucha prudericia, y se servian man-jares delicados yvinos raros. . .. ., .Cuando alfin vi a Coppehus me nnagme que este odiosopersonaje no podia ser otro sino el~ombre de la aren~, peroenvez de ser e 1 de los cuentos infantiles, aquel espantajo.quetenfa nifios en un nido enlaluna ... jno!, veiaen el.algo de sa-tanico e infernal , que debra atraer sobre nosotros algunaterrible desgracia. . .Yoestaba como encantado. Por miedo a ser sorprendidoreprirni un movimiento de espan:o y n : eacurr.:rque 10 mej~rque pude en el fondo del armar.lo, deJand~ ~~lo el espa~lOsuficiente para ver 1aescena. Ml padre reC1blO~,~Op?~h~scon e1 mayor respeto lVamos, m8.llos.a la o~ra. ; gn~o ~s~te con voz ronca, despojandose de1alevita, Mipadre le imrtoy ambos se pusieron unas blusas de color oscuro ~ue saca-ron de un hueco practicado en la pared, en el cual Vl un hor-

    ELHOMBRE DE LAARENA 63nillo. Coppelius seacerco y casi en elmismo instante vibro-tar bajo sus dedos una llama azulada que ilumino la habita-cion con diab6lico reflejo. En el sueIo estaban esparcidos ex-trafios instrumentos. jAh, Dios mio!... Cuando mi padre seincline sobre el crisol en fusion, su semblante adquirio depronto una expresion extrafia, Sus nobles facciones, crispa-das por el dolor fntimo, tenian algo diabolico y odioso. Separecia a Coppelius. Este Ultimo sondeaba con unas pinzasla materia en fusion, sacaba unos lingotes de metal brillan-te, y losbatia sabre elyunque. A cada memento me parecfaque veia saltar cabezas humanas, pera sin ojos.-jOjos, ojos! -grito Coppelius con vozronca.No pude oir mas, mi emoci6n fue tan fil~rte que, perdi-

    do el conocimiento, caf en tierra. Coppelius, precipitandosesobre mi, me agarro, rechinando los dientes, yme suspendi6sabre la llama del crisol, que comenzaba a quemarme elca-bello.-jAh! -grit6-. [Heaquilos ojos, yojos de un nino!AIdecir esto saco 'delhornillo carbones encendidosy fue

    a ponerlos sobre mis parpados; Mi padre, suplicante, grita-ba: "[Maestro, maestro! [Dejadle ami Nataniellos ojos..., de-jadselos!" Coppelius se rio sard6nicamente y dijo: "Bueno,que conserve elchico los ojos, y buen trabajo tiene con llori-quear en este mundo. [Pero, por 1 0 rnenos, quiero ver elme-canismo de sus manos y de sus pies!", y diciendo esto hizocrujir de tal modo las coyunturas de mis miembros que mepareda estar ya todo dislocado. "Hay algo que no funciona,[tanbien como estaba todo! JEIviejo 10 ha entendido!", mur-muraba Coppelius. Despues todo quedo oscuro y siiencio-so, yy? no senti nada. AIrecobrarme de aquelsegundo des-vanecimiento, senti el suave halite de mi madre junto a rnirostra, y le pregunte balbuciente: "tEsta aqui todavia elhombre de la arena?". (CNo,angel mio -rne contesto-, se hamarchado yya nunca mas te had dafio," Asi dijo la madre,besando y acariciando alhijo que acababa de recuperar.

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    jNo voy a cansarte mas, querido Lotario! Creo que te hereferido todo con pormenor suficiente, y que no quedanada por contar. jBasta! Fui descubierto enmi esconditey. maltratado por Coppelius. Elmiedo y elterrorhicieronqueuna fiebre ardiente se.apoderase de mi,y estuve varias se-manas enferrno. c < lEsta ahfel hombre de la arena?", esa fuela primera pregunta quehice al curarrne, cuando estuvesano. . ..Pero todavia tengo que contarte algo mas espantoso; ttisabes que no es miopialo que me hacever todoen este mun-do como descolorido. sino que un velo de tristeza cubre mivida amenazada por un destino fatal, que posiblemente solopodre desvelar con lamuerte. . ..'No volvimos aver a Coppelins, y sededa que habia aban-donado 1aciudad. Habia transcurrido un afio, y , conformea la antigua costumbre, estabarnos sentados en torno a lamesa redonda. Mi padre mostrabase muy alegreycontabacasas muyentretenidas de los viajes que habia hecho en sujuventud.Cierta noche, a1dar las nueve, oimos la puerta re-chinar sobre sus enmohecidos goznes yen la escalera resona-ron pesados pasos. .-EsCoppelius -dijo mi madre palideciendo.-1S1 !, es Coppelius -repuso mi padre con voz debil ytemblorosa. A mi madre sele saltaron las higrimas:

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    66 E. T.A.HOFFMANNEstoy decidido a vengar la muerte de mi padre, pase 10

    quepase. No le digas nada delaaparicionde este horriblemonstruo a mi madre ... Saluda a rni querida Clara. Leescri-bire.cuando estemas tranquilo. Que tevaya bien, etc., etc...

    De C la ra a Na ta ni elAunque no me hayasescrito desde hace mucho tiempo,creo que no has deseehado mirecuerdo detupensamiento yde tu corazon, pues el otro dia, al escribir a mi herrnanoLo-tario, pusiste en el sobre mi nombre y las sefias de.mi casa.Muy contenta abri la carta y me di cuenta del error cuandolei las dos primeras palabras: "[Ah; rni querido Lotario!".Hubiera querido no leer una palabra mas y darlelacarta ami hermano. Pero tti muchas veces me has dicho en.bromaque deberia tener un caracter tranquilo, sosegado,comoaquella mujer que estando a punto de derrumbarse su casa,yechando a correr precipitadamente, todavia tuvotiempoparaarreglar un pliegue del visillo del baleen, asi es.que.re-conozco que elprincipio de lahistoria me ha impresionadomucho. Apenas sipodia respirar, todo sedesvaneda ante mivista . .. jAh, mi querido Nataniel, que horribles cosaste hansucedido en lavida! iSepararme de ti, no volverte a vermas,solo ese pensamiento me atraviesael pecho como un punalardientel. ..Segu f leyendo y leyendo ... Tu descripcion del ho-..rrible Coppelius es espantosa, Ahora me enterodel terribleaccidente que ocasiono la muerte de tu padre.

    M i herrnano Lotario, aI que entregue la carta, en vanotrat6 de tranquilizarrne. El maldito vendedor debarome- .tros, Giuseppe Coppola, me ha perseguido todoel dfa comoun espectro amenazador, y me averguenzo de confesar queha turbado mi suefio tranquilo y sosegado con toda clase deextraiias visiones y pesadillas. Aunque al dia siguiertte heconsiderado las casas de otro modo. No te enojes, amado

    ELHOMBREDELAARENA 67mio, si Lotario te dice que, no obstante tus presentimientosde que Coppelius teva a hacer algomalo, me encuentro otravezcon elanimo alegre y sereno.Precisamente iba a decirte que t040 10 terrorificoy las

    cosas espantosas de que hablas tienen lugar en tu imagina-cion, y que larealidad no interviene en nada. Coppelius po-dra ser el mas aborrecible de todos los hombres, y; ademas,como odiaba a los nirios, por eso sentiaisaborrecimientoante su vista. Has hecho lapersonificacion del hombre de laarena tal como podria hacerla un espfritu infaritil impresio-nado por cuentos de nodriza. Las entrevistas nocturnas deCoppelius con tu padre no tenfan seguramente masobjetoque el depracticar operaciones de alquimia; tumadre se afli-gia porque este trabajo debia ocasionar gastos muy grandessin producir nunca nada, y,por otra parte, tu padre, absor-bido por la enganosa pasion lnvestigadora, descuidaba losasuntos de su casa y la atencion a su familiaTu padre ha encontrado lamuerte debido a su propia im-prudencia y Coppelius no tiene culpa alguna. lQuieres saber10 que ayer pregunte alboticario vecino? Si era posible en-contrar lamuerte instantanea, a causa de una explosion, ha-ciendo experirnentos quimicos. Me dijo: "Sf,ciertamente", yme describio detal ladarnente muchas sustancias que nopuedo repetirte, porque no he podido retener sus nombres.Se que vas a compadecer a tu pobre Claray vas a decir:

    "Este caracter razonableno cree en 10 fantastico, que envuel-ve a los hombres con brazos invisibles, solo considera elmundo bajo su aspecto mas natural, igual que el nino pe-quefio s6lo vela superficie dela fruta dorada y reluciente, sinadivinar lap onzofia que esconde",jAh, mi querido Nataniel! lNo crees que tambien en los

    caracteres alegres, ingenues, inocentes puede existir un pre-sentimiento de que hay un oscuro poder capaz de corrom-pernos? ... Perdonarne, a mi que soy una joven sencilla, queme atreva a insinuarte 10 que pienso acerca de estos comba-

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    tes en elinterior de uno mismo. AIfmal no encuentro las pa-labras adecuadas, y si te riesno sera. por las tonterias quediga, sino porque no me las arreglo para decirlas bien.. -. ...

    :Existira alzuna fuerza oculta, dotada de tal ascendiente, b .sobre nuestra naturaleza, que pueda arrastrarnos por unasenda de desgracias y desastres? Si existe, estaen nosotros .mismos, ypor eso creemos en ellay laaceptamospara llevar acabo todas las acciones misteriosas. Sirecorremos confirmepaso la senda de la vida, la fuerza oculta tratara inu:ilmentede atraernos a sus brazos. Escierto, segun dice Lotario, que eloscuro poder fisico hace que en algunos mornentos nuestraimaginacion finja fantasmas euganosos, cuyo aspecto h~spa-rezca realmente amenazador, pero estos fantasmas no sonotracosa sino pensamientos que nos influyendetalmodoque nos arrojan al Infierno 0 nos llevan al Cieio. .Yasabes,querido Nataniel, que mi hermano Lotario yyohemos h.abla.;.do de estos poderes ocultos, y que ahora que he escritoloprincipal, creoque puedo meditar sobre ello. No en~it~ndol~sultimas palabras de Lotario, me supongo 1 0 que qUlere decir,y por eso me parece que esta en 10 cierto. Tesuplico que ~ese-ches de tu memoria la odiosa figura del abogado Coppehus ydel vendedor de barornetros Giuseppe Coppola. Convencetede que estas figuras no pueden hacerte nada; soloel pensar ensu poder enemigo puede hacerteda~o. Si:~.carta n~ llev.a:een cada linea el sel la de una gran exaltacion, me divertirfamucho diciendote todo 10 que seme haocurrido de extrafiorespecto alhombre de Ia arena y a Coppelius, elvendedor debar6metros. [Estate tranquilo ...muytranquilo!En caso de que elodioso Coppola sete aparezca otravez,me he propuesto de nuevo ser tu ange~ guardian;Nada~o-nozco mas eficaz que una alegre carcajada cuando se qme-ren desechar los monstruos fantasticos. No letemo, ni tengomiedo de.susgarras, ni como abogado ni como hom?re delaarena podra estropearme los ojos. Siempre, tuya, mi amadoNataniel, etc., etc ...

    ELHOMBRE DELAARENA 69

    De Na ta n ie l a Lo ta ri oMe ha contrariado mucho que, debido ami necia distrac-cion, Clara haya lefdo la carta, que te escribf. Me ha escritouna profunda yfilosofica carta en la que me demuestraqueCoppelius y Coppola solo existen en mi interior, y que sonun fantasma de mipropio yo, que desapareceran en elactoen cuanto 1 0 reconozca.Enrealidad no debemos creer que las personas que con-

    sideran estas casas como un .suefio extrano y burlon, sontambien razonables y didacticas.Me refiero a ti. Habeis ha-blado de mi. Le ensefias logica para que aprenda pronto adistinguir. jVamos a dejarlo! Reconozco que el traficante enbarornetros y el abogado Coppelius son dos individuosdife-rentes. Ahora tomo lecciones de un celebre fisico llamadoSpalanzani, de origen italiano, y este hornbreconoce hacemucho tiempo al Giuseppe Coppola, que tiene acento pia-montes; mientras que Coppelius era aleman, un aleman nomuydigno.Yahora, por mas que tu hermana y tu creais que tengo

    la cabeza vada, as dire que no puedo borrar de mi mente laimpresion que hace en mi el maldito rostro de Coppelius.Mealegro que sehaya marchado dela ciudad, segun me diceSpalanzani. Este profesor es un personaje muyestrafalario:figurate un hombre como una bola, con los pomulos muysalientes, la nariz afilada, los labios abultadosy ojos brillan-tes y penetrantes. Mejor que mi descripcion, puedes verle simiras eldibujo de Cagliostro que ha hecho Chodowiecki enun calendario de bolsillo ... Lomismo esSpalanzani. Reeien-temente fui a su casa a ver algunos experimentos; alpasarpor elvestihulo observo que la cortina verde de una puertavidriera no esta corrida como de costumbre; me acerco ma-quinalrnente, impulsado por la curiosidad. yeo a una mujeresbelta y bien proporcionada, muy bien vestida, sentada enel centro de la habitacion, apoyados sus brazos sobre una

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    mesita, con las manos juntas; como esta de caraa la puer-ta mis ojos se encuentran con los suyos, y observo, poseidode asombro, ala vez que de temor, que sus pupilascarecen demirada, mejordicho, que aquellamujer duerme conlos ojosabiertos. Me siento desconcertado, me deslizo porla saladonde un inmenso auditorio espera las lecciones del profe-sor. Luego, me entero de que larnujer que he visto es Olim-pia, hija de Spalanzani, que la tiene secues:r~cla en s~ ca~~yno quiere que nadie se acerque a ella... Quiza la explicaciones que ella sea necia 0algo por el estilo ...-~Dinisque por que.te escribo todoesto? Hubiera sido mejor quete 10 hubieracontado depalabra. Sabe que dentro de quince dias estarecon vosotros. Yvolvere a ver a rni querida Clara.rnidulceangel, que despues de aquella carta fatal calmara_misinquie-tudes. Por eso no le escribo hoy.Mil saludos, etc., etc...

    No puede inventarse, [oh amable lector], ~ada m~s.~aro ymaravilloso que 10 que te he contado de fir pobre amigo, eljoven estudiante Nataniel. Acaso, benevololector.has expe-rirnentado en tu pecho 0has vivido a has imaginado algaque deseas expresar. La sangrete hierve en lasvenas como sifuera fuego y tus mejillas seenrojecen. Tumirada pareceex-traviarse como sivieras figuras en el espacio vacfo, que losdemas no perciben, y tuvoz seconvierte en profmido suspi-roo Los amigos te preguntan: ~Que te sucede, arnadomio?~Tepasa algoi.;. Y tu quisieras expresar como son estasimageries queves en tu interior con colores brillantes y som-bras oscuras y no puedes encontrar pa1abras. Ydesearfas ex-presar con una sola palabra, que fuera como una descargaelectrica, todo 10 maravilloso, horrible, fantastico, espanto-so. Pero esa palabra que apenas puedes decirteparece inco-lora, helada, muerta. Buscas y buscas, balbuceas y titubeas,y las secas preguntas de tus amigos te agitan como un hura-can, yremueven tu ser, hasta que te aplacas. Sicomo un pin-

    ELHOMBRE DE LAARENA . 71tor audaz te hubieras atrevido a pintar con algunaspincela-dasla silueta de la imagen que has visto, posiblementeconpoco trabajo destacanan los colores cada vez mas brillantesy una serie de diversas figuras llamarian la atencionde susamigos que se entremezclarian con estas creaciones de tu .imaginacion,He de decirte, iamable lector], que hasta ahora nadie me

    ha preguntado por Iahistoria del joven Nataniel;bien sabesque yo pertenezco a ese maravilloso linaje de autores quy sitienen algo que.decir tienen tambien 1asensaciondeque elmundoentero les pregunta: ~Que sucedi6?jContinU:acon-tandonos, querido!,Por 10 tanto tengo verdadero interes en seguir contandote

    .cosas acerca dela fatidicaexistencia deNataniel. Mi alma es-taba dominada por todo 10 raro y maravil loso que habiaoido, pero precisamente porque, ioh, lector mio!, deseabaque tii tambien tuvieras esta sensacion de 10 fantastico, medevanaba la cabeza para empezar la historia de Nataniel deuna manera original y emocionante: [Erase una vez...l.Esebello principio de cuento me parecia sosisimo.En lapeque-fia ciudad provinciana de G.vivfa..., un poco mejor, par 10menos prep araba para elclimax. .. 0 in m ed ia re s: "]Voto aldiablo!", exclamo furioso e iracundo.echando rayos por losojosel estudiante Nataniel, cuando Giuseppe Coppola, eltra-ficante de barometros ..., Realmente esto era 10 que yo habraescrito, cuando cref notar algoridiculo en lamirada delestu-diante Nataniel; lahistoria, sin embargo, no tiene nada deri-dfcula. Tuve1asensacion de que no reflejaba.lo mas minimoelcolorido delas irnagenes que vela en mi inte~ior.[Amable lector!, toma las tres cartas que Lotario me deja

    por elesbozo deun cuadro que tratare de completar duranteelrelato, afiadiendo nuevos colores, Quiza logre retratar al-gun as figuras, como esos retrat istas, de modo que puedastener la sensacion, solo al ver elretrato, sin conocer el origi-nal , de que has visto a lapersona con tus propios ojos. Qui-

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    72 E. T.A. HOFFMANNza, [oh lector rniol, pienses que no hay nada mas absurdo yfantastico como creer que elpoeta puede rel.ejarla verdade-ravida en su espejo brunido, que solo da un oscuro reflejo.Para decirlo todo con exactitud, 10 primero que hay-que

    saber y que debe anadirse a las cartas anteriores es que almorir el padre de Nataniel, Clara y Lotario, dos nifios leja-nos parientes, fueron recogidos en su casa por la madre deNataniel. Clara y Nataniel se profesaron siempre una mutuasimpatia, a la que nadietuvo nada que objetar; ya eran no-vias cuando Nataniel tuvo que irse para seguir sus estudiosen G... ; acabamos de ver, por su ultima carta, que asistia alcurso del famoso profesor de Pfsica, Spalanzani,Ahora ya me siento mas aliviado y puedo continuarla his-

    toria; pero, en este momenta, la imagen de Clara esta tanviva ante mis ojos que (siempre me sucede 1 0 mismo) nopuedo dejar de mirarla mientras me sonrie.Clara no era hermosa en la acepci6n vulgar de lapalabra.

    Los arquitectos hubieran elogiado sus exactas proporciones,los pintores habrian visto en los contornos de su busto y desu seno la imagen de lacastidad, y se habrian enamorado almismo tiempo de su magnifica mat a de pelo como la de unaMagdalena, apropiandose del colorido.Uno de ellos, fanatico de la belleza, habna comparado los

    ojos de Clara con un lago azul de Ruisdael, en cuya limpidasuperficie sereflejan con tanta pureza los bosques, los prados,las flores ytodos los poeticos aspectos del mas rico paisaje.Los poetas y los pintores dec:fan: [Que lago...que espe-job>.Si cuando miramos a esta joven, en su mirada parecen

    oirse melodias y sonidos celest iales que nos sobrecogen ynos animan ala vez, ~acaso no cantamos nosotros tarnbien,y alguna vezhasta creemos leer enla fina sonrisa que expre-san los labios de Clara que es como un cantico, no obstantealgunasdisonancias?A estos encantos naturales de la joven, anadase una ima-

    ginaci6n viva y brillante, lID coraz6n sensible y generoso que

    ELHOMBRE DELAARENA 73no excluia 10 positive ni 10 razonable, Los espiritus romanti-cos ~o le agrad~ban del todo; discutia poco con los que sonaficionados a divagar, pero su mirada maliciosa dedales conmucha elocuencia: Arnigos rnios, irnitilmente os esforzaisen conducirrne avuestro mundo imaginario. Muchos acu-s~bm: a Clara d~insensible y prosaica, pero los espiritus pri-vilegiados admiraban bajo aqueIla fria apariencia a la ama-ble, delicada y razonable nina. Nadie amaba a Clara comoN~taniel, a pesar de su fervida pasion por 10 maravilloso, ylajoven lecorrespondia con tierno amor: las primeras nubesde tristeza pasaron por suvida cuando seseparo de ella.Cuando el joven regreso, [con que contento la estrecho en

    sus brazos alir a su encuentro en casa de su madre! Sucedi6,entonces, 10 que Clara habia previsto: que desde aquel diadesech6 de sumemoria, sin esfuerzo alguno, a Coppelius y aCoppola.Sin embargo, Nataniel tenia raz6n cuando escribio a suamigo Lotario que la presencia del maldito traficante Giu-

    seppe Coppola le habia sido fataL Todos notaron des de elprimer ilia que estaba totalmente cambiado. Sucaracter co-~enz6 a ens~mbreterse y se hizo taciturno, tanto que lavida le parecia como un suefio fantastico, y, cuando habla-ba, decia que todo ser humano, creyendo serlibre, era ju-g.uete tragico de oscuros poderes, y era envano que seopu-siese a 10 que habfa decretado eldestino. Todavia mas; lIeg6a afirmar que consideraba una locura creer que nos com-portabamos conforme a nuestro gusto y albedrio en elarteyen la ciencia, pues en realidad el entusiasmo que nos lle-vaba al trabajo creador provenia no de nuestro interior,sino de la influencia de un principia superior que estabafuera de nosotros.Sus meditaciones rnfsticas, de las cuales no era posible

    sustraerlo, ocasionaban gran disgusto ala pobre Clara, sinque todala sabiduria de sus razonamientos pudiera calmar-Ie. Cierto dia en que Nataniel se quejaba de ver sin cesar al

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    74 z. T. A. HOFFMANNmonstruoso Coppelius, y dijese que este horrible demonioiba a destruir sufelicidad y su futuro, Clara repuso con tris-teza:-Si,Nataniel, creo en efecto que es e hombre extravagante

    e; tu geniodel mal, que es un poder diabolico y que real-mente se ha introducido en tu vida, pero a nadie debes cul-par sino a ti mismo, porque su fuerza reside entu credu-lidad.Enoj6se mucho Nataniel alver que Clara atribuia la exis-

    tencia de los demonios ala fuerza de su fantasia, yen su des-pecho consider6 aClara como uno de esos seres inferioresque no saben penetrar enlos misterios de lanaturaleza invi-sible. No obstante 10 cual, todos los dfas, cuando Clara ayu-daba a servir el desayuno, Ieleia tratados de filosoftaoculta.Ella, entonces, Iedecia:-Creo, en verdad, querido Natanie1, que ttl eres el genio

    demi cafe, porque me esprecise descuidar los quehaceres dela casa, perdiendo el tiempo para oirte discurrir. EI aguahierve, el cafe sevierte enla ceniza, y iadi6s desayuno!Nataniel, furioso alver que no le comprendian, cerraba

    los libros e iba a encerrarse en suhabitaci6n. En otros tiem-pos solia referir narraciones graciosas y animadas que lue-go escribia, y Clara le oia con el mayor placer; ahora, encambio, sus poemas eran secos, incomprensibles, infor-mes, de modo que aunque Clara no 1 0 decia, el se dabacuenta de todo. A Clara le fastidiaban rnortalmente estascosas y era evidente el aburrimiento que trataba de domi-nar, en todos sus gestos. Las poesias de Nataniel en realidaderan aburridfsimas, Cada.vez era mayor su disgusto por elcaracter frio yprosaico de Clara, y Clara, a su vez, no podiaevitar su enojo por las pesadas, abstrusas y tenebrosas so-fisterias de Nataniel, por 1 0 que ceso la buena armonia en-tre ambos, y poco a poco fueron distanciandose,Laimagen del odioso Coppelius se iba alejando cada vez

    mas, segun confesaba Nataniel, y hasta Iecostaba trabajo, a

    ELHOMBRE DELA ARENA 75veces, evocar a este espantajo fatidico en sus creaciones. Pi- .nalmente, le atormentaba elpresentimiento de que Coppeliusdestruiria su amor, todo 10 cual fue objeto de un poema. Des-cribia en ella felicidad de ambos, Clara y elunidos, aunqueun negro poder les arnenazaba, destruyendo su alegria.Cuando, por fin, se encontraban ante el altar, hacia su apari-ci6n elespantoso Coppelius que tocaba los bellos ojos de Cla-ra, y estos saltaban sobre elpecho de Nataniel como chispassangrientas, eneendidas yardientes. Luego Coppelius le eogiay learrojaba en medio de las llamas de un homo que ardiancon la velocidad de una tormenta, donde se consumia al ins-tante. En medio deltumulto que pareda elde un huracan quebrarnaba sobre la espuma de las olas, semejantes a blaneos ynegros gigantes que combatfan furiosamente entre sf, enme-dio de este tronar furioso, oia lavoz de Clara que deda:-No puedes mirarme, Coppelius te ha enganado, no eran

    mis ojos los que encendian tu pecho, eran gotas ardientes de. _,. ~ . . . , . ,tu proplO corazon ... mira, yo tengo nus oJos... pmrame ....Nataniel pensaba: Es Clara, y yo soy eternamente su-

    yo...,Entonees parecia como sisu pensamiento dominase elfuego del horno donde se encontraba, y el tumulto desapa-recia, alejandose en un negro abismo. Nataniel miraba losojos de Clara, pero entonees la muerte le contemplaba ami-gablemente desde las profundidades de los ojos de Clara.Mientras Nataniel eseribia estas cosas estaba muy tran-

    quilo y razonable, sentia quecada linea le salta mejor, y en-tregado a los esfuerzos de la rima, no descansaba hasta quela musicalidad no le pare cia perfecta. Cuando, al fin, huboterminado y se ley6 a SI mismo, en alto, su propio poema,qued6 horrorizado, y lleno de espanto se dijo: {( lDe qui e n es. esa horrible vozi. No obstante 10 cual, tuvo la sensaci6n deque este poema estaba muy logrado y que podria inflamar elanimo de Clara, leyendoselo, altiempo que le hacfa ver lasespantosas imagenes que Ie angustiaban y presagiaban la.destrucci6n de su amor.

    .,,

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    Un rna, Nataniel y Clara estaban sentados en eljardincillode su madre. Clara se hallaba muy alegre porqueNatanieldesde hacia tres dias, dedicado a escribir supo ema, nole ha-bfa enojado con sus manias y presentimientos fatidicos.'Iarnbien Nataniel hablaba animadamente y muyalegre so-bre asuntos divert idos, de modo que Clara Ie dijo: .-Otra vez estas conmigo; gracias a Dios, nos hemos libra-do de ese odioso Coppelius.Entonces Nataniel se acordo de que llevaba en elbolsillo

    un poema y que tenia intenei6n de leerlo, Saco las hojas delbolsillo y comenzo su lectura. Clara, imaginandoseque se-ria algo aburrido, como de costumbre, y resignandose, co-menzo tranquilamente ahacer punto. Perc de igual modoque los nubarrones cada vez mas negros de una tonnentavan en aumento, llego un memento' que, abandonando lalabor, miro fijamente a Nataniel. 'Ierrninada la lectura, eljo-yen arrojo lejos de sf el manuscrito, y con 1050jos llenos delagrimas, encendidas sus mejillas, inclinose haciaClara, co-gio sus manos convulsivamente, y exclarno con acento de-sesperado:-jAh, Clara, Clara!Clara le estrech6 contra. su pecho y le dijo suavemente,

    muyseria: _-Nataniel, querido Nataniel. [Arroja alfuego esa maldita

    yabsurdaobra! .Nataniel, desilusionado, exclam6, apartandose de Clara:- Eres un automata, inanimado ymaldito.Y sin decirmas, alejose corriendo, mientras que Clara..

    profundamente desconcertada, derramaba amargas Iagri-mas. Nunca me ha amado, pues no me cornprende, so11o-zaba en alto. Lotario aparecio en el Jardin y Clara tUYOquereferirle 10 que habia sucedido; como amaba a.su herrnanacan toda ~ualma.senna sus quejas en 10mas Intirno, de for-ma que eldisgusto que sentfaen su pecho a causa del visio-nario Nataniel se transforrno en colera terrible . Corri6 en

    ELHOMBRE DE LAARENA 77

    seguimiento de Nataniel y lereproch6 con duras palabras suloea conducta respecto a su querida herrnana. Nataniel res-pondio. con violencia. Eliluso y extravagante loco se enfren-t6 con el desgraciado y vulgar ser humano. Decidieron ba-tirse ala mariana siguiente, detras deljardfn, conforme a lasreglas al uso.Llegaron mudos y sombrios. Como Clara hubiese oido ladisputa yviese que elpadrino, al atardecer, trajese los flore-

    tes, imagino loque iba a suceder, Ala hora design ada, las ar-masestaban sobre el cesped que, muy pronto, iba a tefiirsede sangre. Lotario y Nataniel sehabian despojado ya de suslevitas, y con los ojos brillantes iban a abalanzarse eluno so-bre el otro, cuando Clara apareci6 en eljardin. Sollozandoexclamo:-jMonstruos, salvajes, matadme a mi, antes de que uno devosotros caiga, pues no quiero sobrevivir simi amado mataami herrnano, 0mi hermano ami amado!Lotario dej6 elarma y mir6 al suelo silenciosamente. Na-taniel sintio en su interior la tristeza y el amor desbordanteque habia sentido en los bellos dias de suprimera juventud.Elarma homicida cay6 de sus manos, y searrojo a los pies deClara:-jPerd6name, adorada Clara! [Perdoname, hermano

    mio, querido Lotario! . .Lotario se emociono al ver el profundo dolor de su her-

    mano, y derramando los tres abundantes lagrimas abraza-ronse reconciliados, yjuraron no separarse jamas.Desde aquel dia Nataniel se sintio aliviado de lapesada

    carga que le habra oprimido hasta entonces, y Ie.pareciocomo si sehubiese salvado del oscuro poder que amenazabaaniquilarle. Permanecio tres dias mas antes de marcharse aG.,adonde debra volver para cursar elUltimo afio desus es-tudios universitarios y se acordo de que aI_cabo de este tiem-po se estableceria para siempre en su pais natal, con su pro-metida.

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    A la madre de Nataniel se le oculto todo 10 referente aCoppelius, pues era bien sabido que le produda horror sunombre, ya que tanto a ella como a Natanielle recordaba lamuerte de su esposo.Alllegar a G., Nataniel se sorprendio mucho al verque su

    casahabia sido paste de las llamas, que solo dejaron en piedos 0tres lienzos de pared ennegrecidos y calcinados. .Segtinle dijeron, elfuego cornenzo en la botica y varios amigos de,Nataniel que vivian cerca de la casa incendiada pudieron sal-var algunos delos objetos, instrumentos de ftsica y papeles,todo 10 cualllevaron a otra habitacion alquilada a nombredel estudiante, Nataniel no podia suponer que estuviera si-tuada frente a ladelprofesor Spalanzani. Desdela ventana sepodia ver muy bien el interior del gabinete ,donde, con fre-euencia, euando las cortinas estaban descorridas, s~veia aOlimpiamuda e inmovil, yaunque se destaeabaclaramentesu silueta, en cambio los rasgos de su rostro solo borrosa- 'mente. Natanie1 se extrano de que Olimpia permaneciese en. lamisma aetitud horas enteras, sin oeuparse de nada, juntoala mesita, aunque era evidente que, de vez en cuando, lemiraba fijarnente; hubo de eonfesarse que en su vida habiavisto una mujer tan hermosa. Sin embargo, su arnor a Claralellenaba elcorazon, preservandole de las sedueeiones delaaustera Olimpia, y por eso el joven dirigia solo de tarde entarde algunas miradas distraidas a la estancia habitada poraquella hermosa estatua.Cierto dfa, en ocasion de estar escribiendo a Clara, llama-ron suavemente a supuerta; alabrirla, viola desagradable fi-

    gura de Coppola; un estremecimiento nervioso agito a Na-.taniel; recordando los argumentos deClara y los datos que lediera elprofesor Spalanzani acerca de aquel individuo, aver-gonz6se de su primer movimiento de espanto, y con toda latranquilidad que le fue posibledijo alinoportuno visit ante:-No necesito barornetros, querido amigo. [Idos, por

    favorl

    , .ELHOMBRE DE LAARENA 79 ..Pero Coppola, entrando en la habitacion, dijo en un tone

    ronco, mientras suboca se entreabria con una odiosa sonri-say lerefulgian los ojillos entre sus largas pestafias grises:-iEh, no solo ten go barometros, no solo barometros![Tambien tengo ojos, belios ojos, ojosl .Nataniel, espantado, exclamo:-jMaldito loco!, leomo es posible que tengas ojos? ..lO jos? .. tO jos? ' .AI instante Coppola puso a un lado sus bar6metros y fue

    sacando desus bolsillos gafas que deja sobre lamesa:-iGafas, gafas para ponerselas sobre Ianariz ...,esos sonlos ojos ... los bellos ojos! .Yal decir esto, Coppola continuo sacando anteojos, de

    modo que lamesa se Ileno, y empezaron abrillary a refulgirdesde ella. Miles de ojos miraban fijamente aNataniel: nopodia evitar dejar de mirar a lamesa, y Coppola continuabasacando anteojos, y cada vez eranmas fantasticas y terribleslas penetrantes miradas que traspasaban can sus rayos ar-dientes y rojizos el pecho de Nataniel. Sobrecogido por unespantoso malestar grito:-jPara ya, detente, hombre malditolY sacudiendole par elbrazo detuvo a Coppola, que se pre-

    paraba a seguir sacando gafas del bolsillo, aunque la mesaestaba enteramente cubierta de elias. Coppola, sonriendo aduras penas, se desprendio de el, altiempo que deda:.-jAh!:..no Ias.quereis . ..puesaqufteneis unos buenos an-

    teojos. - Ydespues de recoger todas las gafas, empez6a sacaranteojos de larga vista. En cuanto todas las gafas estuvieronguardadas, Nataniel quedo tranquilo como par encanto, yacordandose de Clara, recorda que elfantasma solo estabaen su imaginaci6n, ya que Coppola era soloun gran rneca-nieo y optico, yen mo do alguno el doble de Coppelius. Ade-mas, las gafas que Coppola habfa puesto en lamesano te-nian nada de raro, ni tampoco nada de extraordinario los'anteojos, de modo que, algo confuso por haberse entregado

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    ala violencia, Natanie1 quiso repararla comprandoalgunaco s a al traficante Coppola.Eligi6 un pequeno anteoj0, cuya montura lellama hiaten-

    ci6n por su exquisito trabajo, y,para probarlo, mira a travesde la ventana, Nunca ensu vida habia tenido un anteoj 0conelque pudiera verse con tantaclaridadypureza. Instintiva-mente, mir6 haciala estancia de Spalanzani; Olimpia estabasentada como de costumbre, ante la mesita, con los brazosapoyados y las manos cruzadas. Por vez prirnera, .Natanielvetadetenidarnente elhermoso semblante de OlirnpiacUni-

    c camente los ojos le parecieron fiios, cornomuertos, Pero, amedida que miraba mas y mas a traves del anteojo,lepare-cia como si los ojosde Olimpia irradiasen palidosrayos deluna. Tuvo la sensaci6n de que por vez primera nada en ellala capacidad de ver; y cada vezmas intensas brillaban susmiradas. Nataniel se qued6 como gaivanizado mirando a laventana, observando a labella yceleste Olimpia.pero lehizovolver en sf e 1 ruido que hacia Coppola, al tiernpoque.re-petia:- T r e z ec h in i -tres ducados.Nataniel, que sehabia olvidado por complete del optico,

    se apresur6 a pagarle:- ~Noos parecen unos buenos anteojos, eh? jQue buenos

    .anteojosl -pregunt6 Coppola con su odiosa voz ronca y lasonrisa maliciosa.-Si, S 1 , S 1 . . . -repuso Nataniel disgustado-. [Adios querido

    amigo!Coppola abandono la habitaci6n, no sin Ianzar antes al-gunas miradas dereojo. Apenas baj61as escaleras, deja esca-

    par una innoble carcajada. Serie de mi -pens6Nataniel-porque me ha.hecho pagar elanteojo a unprecio mucho mascaro de 1 0 que vale.Mientras proferfaen voz baja estas pala-bras, le parecio ofrun profundo gemido en la habitacion,que Ieestremecio. Nataniel sintio tal miedo que seIecorto larespiracion. Pronto diose cuenta de que era elmismo quien

    ELHOMBREDELAARENA 81habia suspirado, Clara tenia raz6n -se dijo- al considerar-me un visionario, pero 1 0 que mas me atormenta ahoray me~parece absurdo ... induso mas ,que absurdo, esIa idea de que, he pagado losanteojos demasiado caros, y eso me inquieta:yno secual eselrnotivo. . . .Dejando todo, se puso a escribir a Clara, pero apenas ha-

    bfa cogido lapluma, mira por la ventana para convencersede que limpia estaba alii, sentada. AIinstante sintio un im-pulso irresistible de coger elanteojo de Coppola ypermane-cio contemplando la fascinante figura de Olimpia, hasta quesu cornpanero Segismundo fue a bus carle para asistira laclase del profesor Spalanzani,Desde aquel dia los visil los de la habitaci6n de Olimpia

    estuvieron siempre perfectamente echados, yel enamora-do estudiante perdi6 eltiempo haciendo de centinela duran-te dos dfas, anteojo en mano. AI tercer dia se cerraron lasventanas. Desesperado y poseido de una especie de delirio,salio corriendo dela ciudad.Lafigura de Olimpia semultiplicaba a su alrededor como

    por encanto, veiala flotar por elaire, brillar atraves de los se-tos floridos yreproducirse en los cristalinos arroyuelos. Na-taniel no se acordaba ya de Clara, s6lo pensaba en Olimpia,y gemia y sollozaba: [Oh, estrel la de mi vida, no me dejessolo en la tierra, en la negra oscuridad de una noche sin es-peranzal.Cuando Nataniel volvi6 a su casa observ6 quereinaba un

    gran bullicio en la de Spalanzani; laspuertas se abrfan, lim-piabanselas ventanas, ynumerosos obreros iban de unladoa otro Ilevando rnuebles, .mientras que algunos colocabantapices con extraordinaria actividad. Nataniel sequedoasombrado, cuando en plena calle, Segisrnundo apareci6 yle dijo, riendose: ~Que me dices de nuestro viejo amigoSpalanzanii. Natanielle aseguro que no sabia nada del Pro-fesor; y que estaba asombrado de que aquella casa silenciosay sombria estuviera en pleno bullicio yactividad. Segismun-

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    do ledijo que Spalanzani dada al dia siguiente una granfies-ta, un eoneierto y baile, al que asistina 10 mas notable de laUniversidad. Se rumoreaba que Spalanzani iba a presentarensociedad a su hija Olirnpia, a la quehasta ahorahabiamantenido escondida, fuera dela vista de los hombres.

    Nataniel.encontro una invitacicn aillegar a su casa y seencarnino ala vivienda del Profesor ala hora convenida, conel corazon palpitante, cuando ya rodaban otros carruajes ylas luees brillaban en los adornados salones. La sociedadallireunida eranumerosa ymuy brillante. Olimpia, engalanada .con un gusto exquisito, era admirada par su belleza y susperfectas proporciones. Solo senotaba algo extrafio, un lige-ro arqueamiento del talle, posiblemente debido a que sutallede avispa estaba en excesoencorsetado. Andaba con una es-pecie de rigidez, que desagradaba y que atribuian a su timi-dez natural, acentuada al encontrarse ahara en sociedad. EIconcierto comenzo, Olimpia tocaba elpiano con gran habi-lidad e incluso canto un aria con voz sonora y brillantequepareda elvibrante sonido de una campana. Nataniel estabaextasiado, pero como llegara un poco tarde letoco estar enla ultima fila, y apenas podia ver el semblante de Olimpia,deslumbrado por las .luces de los candelabros; instintiva-mente sao) el anteojo de Coppola y se puso a mirar a labellaOlimpia. Ah... le pareci6 queella le.rniraba conmiradas an-he1antes, que una melodia acompaiiaba cada mirada amo-rosa y le traspasaba ardientemente. Las artistic as inflexionesde su voz lepareeieron a Nataniel canticos celestiales de uncorazon enarnorado, y cuando resono ellargo trino portodo el salon, a su cadencia creyo que un brazo amoroso Iecefiia y extasiado no pudo evitar esta exclamacion: ~

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    84 E. T. A. HOFF1vlANNarnorl [Oh, criatura que domina todo mi serl, y cosas por elestilo, pero Olimpia unicamente respondfa:

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    86 E. T.A. HOFFMANNme abren el camino del conocimiento de lavida del espirituparala consideracion del mas alla. Vosotros no cornprendeisnada, y es en vano,~iQue Dios te proteja, hermano! -dijo Segismundo bon-

    dadosamente y easi con tristeza-: pero ereo que vas por elmal camino. Puedes contar conmigo euando . .. [Noquierodecir nada masl.;Natanielparecio conmoverse al ofr estas palabras y lees-

    trecho cordialmente lamano, antes de separarse.En cuanto a Clara, Nataniella habfa olvidado por comple-

    to, como si jarnas hubiera existido, y para nada se acordabatampoco de Lotario nide sumadre. Solovivfa para Olimpia,y pasaba los dias enteros junto a ella, yIehablaba de su amor,de la ardiente sirnpatfa que sentfa, y fantaseaba acerca delasafinidades electivas psiquicas, y Olimpia escuehaba esto consuma atencion. Nataniel iba saeando de su escritoriotodo 10que habia escrito, poesias, fantasias, visiones, nove1as, cuen-tos, y cada dia aumentaba el mimero de sus cornposicionescon toda clase de sonetos, estancias, cancicnes.ique lefa aOlimpia, quejamas se cansaba de escucharle. Nunca habiatenido una oyentetan magnifica. No tejia, no costa, no mira-ba por la ventana, no daba de comer a ningun pajaro, no ju-gaba con algun perrillo nicon algun gatito, no hacia pajari-tas ni tenia algo en la mano, ni disimulaba un bostezofmgiendo toser; en una palabra, horasenteras perrnaneciacan 1avista fi ja 'en los ojos del amado, sin moverse.ni me-nearse y su mirada era cada vez mas ardiente y mas viva.Solo cuando Nataniel, al terminar, se levantabay sellevabasu mano a los 1abios para depositar en ella un beso, deda:{{jAh!jAh!...,y luego: [Buenas noches, amor miol, ..,[Que encantadora eresl-cxclamaba Nataniel en su euar-

    to-. [Solo tu, solo tiime cornprendes. Seestremecia depla-cer, alpensar que resonancia tenian sus palabras en el animode Olimpia, pues lepareda que Oliinpia hablabaen su inte-rior, y en sus obras se manifestaban las palabras suyas. Asi

    , ,ELHOMBRE DE LAARENA 87debia de ser, pues Olimpia nunca hab16 mas de las palabrasmencionadas. "Algunas veces, en momentos deIucidez, por ejemplo al Ie-

    vantarse por la manana, reflexionaba sobre la pasividad y ellaconismo de Olimpia. Entonces deda:lQue son las pala-bras? Lamirada de sus ojos dice mas que toda la elocuenciade los hombres.qf'ueds, acaso, unahija del Cielo descenderal cfrculo mezquino y obligarse avulgares relaciones?.E1profesor Spalanzani parecia rnirar conmucho agrado

    las relaciones de su hija con Nataniel, y prodigaba al estu-diante las mayores atenciones y cordial benevolencia.Asi esque cuando Nataniel se atrevio a insinuar un matrimoniocon Olimpia, elProfesor, con unagran sonrisa, dijo que de-jaba enterarnente la eleccion al juicio de su hija. . .Animadopor estas palabras, con el corazon arihelante, Nataniel al diasiguiente se decidio a suplicar a Olimpia qu~le manifestasecon palabras 10 que ya lehabfa expresado con ardientes mi-radas, que deseaba ser suya. Busc6 en una cajita el anillo deoro, recuerdo de su madre, para ponerlo en el dedo de suamada como anillo nupcial, Lo primero que encontro en lacajita fueron las cartas de Lotario ydeClara, las cuales apar-t6 con impaciencia, y cuandoencontro el objeto corrio acasa del Profesor. Al llegaral Ultimo tramo de la escalera,oy6 un estrepito espantoso en lahabitacion de Spalanzani,producido por repetidos golpes en el suelo y las paredes, yluego cheques metalicos, percibiendose en medio deaque-lla barahunda dos voces que proferfan tremendas impreca-ciones: [Quieres soltar, miserable, infamel lTe atreves a ro-barme mi sangre y mi vidal. jYohice los oios! jYyo losresortes del mecanismo! jVete al diablo! j l.levese tu" alma Satanas, aborto del InfiernolHe aquf 10 que decian aquellas dos voces formidables,

    que eran las de Spalanzani y de Coppelius. Nataniel, fuerade si, descarg6 un puntapie en 1apuerta y seprecipito en lahabitaei6n, en medio de los combatientes. E1Profesor y el

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    Ital iano Coppola se disputaban con furia una mujer, el unotiraba de elia por los brazos) yel otro pol ' las piernas, Nata-niel retrocedio horrorizado al reconocer la figurade Olim ~pia; luego, con furia salvaje, quiso arrancar a su ~mad~ demanos de los-rabiosos combatientes, pero en elrrnsmo ms-tante, Coppola, dotado de fuerza hercules, oblige asu ad-versario a soltar la pres a)gracias a una vigorosa sacudida;luego, levantando la mujer con sus nervudos brazos, des-cargo tan rudo golpe en lacabeza del Profesor, que elpobrehombre, completamente aturdido, fue a caer al suelo a trespasos de distancia, rcimpiendo con su caida una mesa lle-na de frascos, redomas,alambiques e instrumentos. Cop"pola se cargo a Olimpia al hombro y desaparecio, profi-riendo una carcajada diabolica; hasta el fin de la escaleraoy6se elchoque de las piernas de Olirnpia contra los pelda-nos, el cual produda 1,1nruido semejante al de unas cas-tafiuelas.Alver la cabeza de Olimpia en el suelo, Nataniel recono-ci6 con espanto una figura de cera, y pudo ver que los ojos,que eran de esmalte, sehabian roto. Eldesgraciado SP.ala.n-zani yacia en medio de numerosos fragmentos de vidrio,que lehabian ocasionado sangrientas heridas en los brazos,en elrostro y en elpecho.Recuperandose, dijo: jCorre detras de ell [Correl ~Quedudasi Coppelius, Coppelius, me has robado mi mejor au-tomata en el que he trabajado mas de veinte afios . .. hepuesto en este trabajo mi vida entera, yo he hecho lamaqui-naria.el habla, elpaso .. .) los ojos . .. pero yo te he robado losojos...,maldito ... condenado ... iVete en busca de el...traemea Olimpia ... aqui tienes tus ojos!.Nataniel vio a sus pies, efectivamente, dos ojos sangrien-

    tos que le miraban can fijeza. Spalanzani los recogio y selosarrojo al estudiante, tocandole can elios en el pecho. Ape-nas sintio su contacto, Nataniel, poseido de un acceso de 10 -cura, comenz6 a gritar, diciendo las casas mas incoherentes:

    EL HOMBRE DE LAARENA 89

    [Hui ... hui ... hui! jHornode fuego ... horno de fuego!... [Re-vuelvete, horno de fuego! [Divertido ... divertido! [Mufiecademadera, muiieca de madera, vuelvete!, yprecipitandosesobre el Profesor, trat6 de estrangularle. Y 10 hubiera hechosi en aquel instante, al ofr el ruido, los veeinos no hubieranacudidoy sehubieran apoderado de supersona; fue precisoatarle fuertemente para evitar una desgracia. Segismundo,aunque era muy fuerte, apenas si pudo sujetar alloco furio-so. Mientras, gritaba, con una voz espantosa: Mufieca demadera, vuelvetel, y se pegaba pufietazos.Finalmente, varios hombres pudieron hacerse con el, Ie

    sujetaron y le ataron. Todavia se oian sus palabras como sifueran los rugidos de un animal, y de este modo fue condu-cido a un manicomio.Antes que, joh amable lector!, continue refiriendote 10

    que sucedio al infeliz Nataniel, voya decirte, pues me imagi-no que te interesaras por eldiestro mecanico y fabricante deautornatas Spalanzani, que se restablecio al poco tiempo yfue curado de sus heridas. Mas, apenas se hall6 en estado deresistir el traslado a otro punto, fuele preciso abandonar laUniversidad, pues todos los estudiantes que tenian conoci-miento de la burla de que Nataniel acababa de ser victirnahabian jurado vengarse terriblemente del mecanico italiano,par haber abusado, sirviendose de un maniqui, de la con-fianza de personas tan honorables, pues nadie (excepto al-gunos estudiantes muy listos) habia podido percatarse, nisospeehar nada. ~Podia, acaso, resultar sospechoso queOlimpia, segun decia un elegante que acudfa a los tes, ofen-diendo todas las conveniencias, hubiera bostezado?-En pri-mer lugar, dijo elelegante, habfa ocultado la maquinaria quecrujia, etc. .. El Profesor de poesia y ret6rica tomo una dosisde rape) estornud6 y dijo gravemente: Honorables dam asycaballeros, ino se dan cuenta de emil es e l_ quid del asuntoiiTodo esuna alegoria .. .una absoluta metaforal., jYame en-. dIS . . Ihen en.... aptenti satt.

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    Pero muchos senores respetables no se conformaron canesto; Ia historia del automata habia echado raices y ahoradesconfiaban hasta de las figuras vivas. Ypara convencerse.enteramente de que no amaban a ninguna mufieca de made-ra, muchos amantes exigian a la amada que no bailase nicantase a cornpas, y que se detuviese alleer, que tejiera, quejugase con el perrito, etc., y sobre todo que no se limitase aair, sino que tambien hablase y que en su hablar se eviden-ciase elpensamiento y la sensibilidad. Los lazos amorosos seestrecharfan mas, pues de otromodo se desataban facilmen-teoEsto no puede seguir asf, dedan todos. En los tes, ahorasebostezaba para evitar sospechas. .Como hemos dicho, Spalanzani tuvo que huir para evitar

    un proceso criminal, por haber enganado ala sociedadcon un automata. Coppola tarnbien desaparecio,Cuando Nataniel recobr6la razon, al abrir los ojos expe-

    rimento un sentimiento de bienestar y Ieinvadio un placercelestial. Estaba en su cuarto, en su casa paterna. Clara, in-c1inada sobre el, y alIado su madre y Lotario: [Por fin, porfin, querido Nataniel! Yaestas salvado de una cruel enferme-dad. [Otra vez eres rnfo!, dijo Clara con toda su alma, abra-zan do a Nataniel, mientras derramaba cristalinas lagrimas,[Claral ;Clarab, murmur6 eljoven.Segismundo, que no habfa querido abandonar a su amigo

    enfermo, entr6 en la habitacion y le estrecho la mana. Todahuella de locura: habia desaparecido. Pronto se restableciocon los excelentes cuidados de sumadre, de su amada y de suamigo. La felicidad volvi6 a reinar de nuevo en la casa, puesun viejo tto que parecia set pobre, porque era muy avaro,acababa de morir y.habia dejado a Ia madre una casa cercadela ciudad, con una buenaherencia. Todala familia sepro-ponia ir alli, la madre, Nataniel con Clara, con la que pensa-ba casarse, y Lotario.Nataniel estaba mas amable que nunca, tenia un caracter

    infantil , yahora se daba cuenta del maravilloso y puro ca-

    . ,.ELHOMBRE DE LAARENA 91 ,'racter de Clara. Nadie se acordaba ya de 10 pasado. S610cuando Segismundo sedespedfa de Nataniel, este dijo: [PorDios, hermano mio, iba por mal camino, pero gracias a esteangel VOypOTel buenol .Asf, pues, lIeg6 elrna en que los cuatro, muy felices, sedi-

    rigieron ala casa. Era e1mediodia y atravesaban las calles dela ciudad. Habian hecho ya las compras necesarias, AIpasarjunto ala torre de la iglesia, cuya 1arga sombra seproyecta-ba sabre elmercado, Clara dijo: [Eh! Nataniel, lquieres quesubamos al campanariopara conternplar una vez mas lasmontanas y los lejanos bosquesr. [Dicho y hecho! Ambos,Nataniel y Clara, subieron solos, pues la madre habia vue1toala easa para dejar las compras, y Lotario, no queriendocansarse en subir una escalera de muchos peldarios, prefiri6esperar al pie de 1atorre. Los dos amantes, apoyados en labalaustrada del campanario, eontemplaban absortos losgrandes arboles, los bosques y las siluetas azules de las mon-tafias que paredan una gigantesea ciudad.

    -lYesaquel arbusto que se agita alia abajo? -decia Clara -.Diriase que viene hacia nosotros.Nataniel, mecanicamente, buse6 en el bolsillo el anteojo

    de Coppola. Clara estaba delante del cristal. Entonees Nata-niel sintio que su pulso latta rapidamente y que su sangrehervia en sus venas; palido como la muerte miro a Clara ysus ojos tenian siniestra expresi6n. Salt6 como un tigre, pro-firiendo ungrito.ronco.y feroz: [Mufieca de madera, vuel-vete... mufieca de madera, vuelvetel, y despues, cogiendo ala joven can fuerza convulsiva, quiso arrojarla desde 1apla-taforma. Lapobre Clara, posefda de espanto, agarrabase alabarandilla can la energia de la desesperacion, mientras queLotario, oyendo por fortuna los gritos y sospechando algunadesgracia, franqueaba presuroso la tortuosa esca1era de latorre.Rabioso yasustado golpeo la puerta, que alfin salta: jSO-

    corro, salvadrnel, se oia una debil voz... Yaesta sin vida, la

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    ha matado ese loco, exclamo Lotario. Tambien lapuerta deIa galeria estaba cerrada. La desesperaci6n le dio fuerzasdescornunales e hizo saltar lapuerta. Clara, poseida de e s -panto, agarrabase a labarandilla con una mano, con la ener-gia de la desesperaci6n. Rapido, como una centella, Lotarioagarro a su herrnana y asestoun golpe en la cabeza a Nata-niel, que solt6 supresa yrodo pot elsuelo. Lotario bajo la es-calera con suhermana desmayada en brazos ... Estaba salva-da.. . Nataniel, entretanto, corria como un energumeno porlaplataforma y gritaba; jHbrno de fuego, revuelvete, homode fuego, revuelvete!. AIofr los salvajes gritos, la multitudse acerco. En medio de los curiosos aparecio de repente elabogado Coppelius, que acababa de entrar en la ciudad y sedirigia almercado. Como aigunos hombres quisieran subirpara apoderarse del loco, Coppelius, riendose, dijo: [Bah,bah, dejadle, que ya sabra bajar solol, Ycomo mirase haciaarriba como los dernas, Nataniel, que acaba deinclinarse sa-bre la balaustrada, le diviso al punto, y le reconocio.igritan-do de un modo estridente: jAh, bellos ojos...,bellos ojosl,y salt6 alvado.Mientras Nataniel yacia sobre las losas de la calle con la

    cabeza destrozada, Coppelius desapareda entre la multitud.Algunos alios despues hubiera po dido verse a Clara enun

    pais lejano, ala puerta de una casita de campo, y cerca deellaun hombre defisonomia dulce y grave estrechabale lamario;dos graciosos nifios jugaban a sus pies. Debe decirse queClara habia encontrado una felicidad domestica que corres-pondia a su alegre y dulce caracter, felicidad que nunca hu-biera logrado al1ado del trastornado Nataniel.

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