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El factor empresarial y el desarrollo económico de España en los siglos XIX y XX*. Jesús Mª Valdaliso Catedrático de Historia e Instituciones Económicas Universidad del País Vasco Introducción En los años setenta, la todavía reducida parte de la historiografía económica española que se ocupaba de los siglos XIX y XX apenas prestaba atención alguna a la figura del empresario 1 . En el ámbito de la economía en general, el escaso interés de la teoría económica dominante por las funciones de los empresarios y las empresas, por un lado, y, en España en particular, la mala imagen del empresario ante la opinión pública y la clase intelectual, debida a los numerosos escándalos y corruptelas propiciadas por el régimen discrecional y autoritario del Estado franquista, por otro, provocaban que la figura del empresario, o bien no fuera tratada, o bien se asociase a la de un villano que se enriquecía a costa de sus trabajadores o que vivía de extraer rentas al Estado a costa de la sociedad en general 2 . Sin embargo, en los decenios de 1980 y 1990 se ha registrado un considerable desarrollo de los estudios sobre empresas y empresarios en * Artículo en prensa en la revista Estudos do Século XX (2004), publicada por el Centro de Estudos Interdisciplinares do Século XX de la Universidad de Coimbra. 1 A título de anécdota, en dos de los libros más influyentes de la historia económica en ese decenio, los de Tortella (1974) y Nadal (1975), el término empresario apenas aparece, en su lugar se emplean los de comerciante, capitalista, hombre de negocios o industrial, y de forma más genérica, el de burguesía. Todavía en un estado de la cuestión de la historiografía sobre la revolución industrial en España aparecido en 1984, Nadal (1984), no había referencia alguna al factor empresarial. 2 Roldán y García Delgado (1973), Muñoz (1969), Tamames (1966) y (1977) y González (1979). La única excepción a este panorama provino de la sociología, gracias a la labor de Juan José Linz, Valdaliso 1

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El factor empresarial y el desarrollo económico de

España en los siglos XIX y XX*.

Jesús Mª Valdaliso

Catedrático de Historia e Instituciones Económicas

Universidad del País Vasco

Introducción

En los años setenta, la todavía reducida parte de la historiografía económica

española que se ocupaba de los siglos XIX y XX apenas prestaba atención alguna a la

figura del empresario1. En el ámbito de la economía en general, el escaso interés de la

teoría económica dominante por las funciones de los empresarios y las empresas, por un

lado, y, en España en particular, la mala imagen del empresario ante la opinión pública

y la clase intelectual, debida a los numerosos escándalos y corruptelas propiciadas por

el régimen discrecional y autoritario del Estado franquista, por otro, provocaban que la

figura del empresario, o bien no fuera tratada, o bien se asociase a la de un villano que

se enriquecía a costa de sus trabajadores o que vivía de extraer rentas al Estado a costa

de la sociedad en general2. Sin embargo, en los decenios de 1980 y 1990 se ha

registrado un considerable desarrollo de los estudios sobre empresas y empresarios en

* Artículo en prensa en la revista Estudos do Século XX (2004), publicada por el Centro de Estudos Interdisciplinares do Século XX de la Universidad de Coimbra. 1 A título de anécdota, en dos de los libros más influyentes de la historia económica en ese decenio, los de Tortella (1974) y Nadal (1975), el término empresario apenas aparece, en su lugar se emplean los de comerciante, capitalista, hombre de negocios o industrial, y de forma más genérica, el de burguesía. Todavía en un estado de la cuestión de la historiografía sobre la revolución industrial en España aparecido en 1984, Nadal (1984), no había referencia alguna al factor empresarial. 2 Roldán y García Delgado (1973), Muñoz (1969), Tamames (1966) y (1977) y González (1979). La única excepción a este panorama provino de la sociología, gracias a la labor de Juan José Linz, Valdaliso

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Page 2: El factor empresarial y el desarrollo económico de …cursos.itam.mx/sastre/empresas/coimbra.pdfEl factor empresarial y el desarrollo económico de España en los siglos XIX y XX*

España. Las causas de este fenómeno, que también se ha producido en otros países

europeos, Estados Unidos y Japón, son múltiples y de importancia variable en cada país.

De manera general, quizás la más importante haya sido la recuperación de la figura del

empresario y la empresa como protagonistas centrales del crecimiento y el cambio

económico. Esta rehabilitación, que en el decenio de 1980 se debió sobre todo al

colapso de los regímenes de economía planificada de la antigua Unión Soviética y

Europa del Este y fue auspiciada por ideologías políticas conservadoras, en el de 1990

se ha debido a la identificación del empresario como el agente del cambio económico y

tecnológico en numerosos sectores3.

Este cambio en la percepción de la figura del empresario (más próximo a la de un

héroe schumpeteriano que a la de un patrón malvado) también se ha ido extendiendo, de

manera gradual, entre la historiografía española. En los últimos veinte años, los estudios

históricos sobre los empresarios españoles se han desarrollado a lo largo de dos líneas

de investigación bien definidas, no siempre convergentes ni en sus presupuestos

teóricos, cuando los hay, ni en sus resultados. De un lado, la que tiene su origen en la

historia económica, que ha producido un buen número de biografías empresariales4 y de

estudios más generales sobre los orígenes sociales, la formación y las funciones de los

empresarios, generalmente de ámbito regional o sectorial5. El marco teórico, cuando

existe, suele utilizar herramientas y conceptos de la Nueva economía institucional como

la teoría de los grupos de presión y la búsqueda de rentas, y otras más eclécticas como

(1999). Sobre la mala imagen del empresario en aquella época, Serrano y Costas (1990) y Cabrera y Del Rey (2002), pp. 325 y ss. 3 Valdaliso (1999), Valdaliso y López (2003). 4 Torres y Puig (1994). Entre las biografías empresariales, veánse las de García Montoro (1978), Nadal (1983), García Lasaosa (1984), Torres (1998), Parejo (1990), Gámez (1991), Ballestero (1993), Cabrera (1994), Germán (1994), Moreno (1994), (1995) y (1999), Paredes (1997), Díaz Hernández (1998), Díaz Morlán (1999) y (2002a), Rodrigo (2001), Toboso (2001) y García Ruiz y Santos (2001). También existen compilaciones como la de Torres (Dir.) (2000) sobre los 100 empresarios españoles del siglo XX, la de Cabana (1993) sobre los empresarios catalanes, o la de Muriel (2002) sobre los consejeros y directivos más importantes de Iberdrola. 5 Entre otros, Alonso (2000a), sobre Galicia; Erice (1980) y (1995) sobre Asturias; Maluquer de Motes (1989), Sudrià (1994) y Cabana (1993) y (1996) sobre Barcelona; Hoyo (1993) sobre Santander; Florencio (1994), Arenas (1995) y Maldonado (1998) sobre Andalucía; Moreno (1999) sobre Castilla–León; Fernández de Pinedo (1989) y (1994a), Valdaliso (1993b) y (2003), Larrínaga (1999) y Mugartegui (2001) para el País Vasco; De la Torre (1998) y Erro (1997) para Navarra; Lindoso (1999) para La Coruña; y Moreno Castaño (1997) para Madrid. Un intento de síntesis general, a partir de una muestra de 100 empresarios españoles del siglo XX, en Torres (2001).

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la literatura sobre funciones empresariales y desarrollo económico6. De otro, la

producida por la historia social y la sociología histórica y articulada en torno al

concepto y la teoría de las elites7. La investigación generada por ambas corrientes –

basada predominantemente en fuentes de archivo, muchas de ellas hasta entonces no

explotadas–, se ha centrado sobre todo en el siglo XIX y el primer tercio del siglo XX

(aunque en los últimos años se ha acercado al periodo del franquismo), ha enriquecido

notablemente nuestro conocimiento sobre los empresarios españoles y ha sido

fundamental para el planteamiento y la discusión de cuestiones de alcance más general,

como las que veremos en las siguientes páginas. No obstante, la mayor parte de los

trabajos carecen de un marco teórico de partida o manifiestan serias insuficiencias en

este sentido. En muchos casos, se ha producido simplemente una adaptación acrítica a

los nuevos conceptos de moda, sustituyendo los desacreditados e «ideologizados»

términos de burguesía, oligarquía o bloque de poder por otros, más neutros, como

empresarios, elite empresarial o grupos de presión8.

Este cúmulo de investigaciones ha permitido plantear cuestiones de alcance más

general y, más en concreto, introducir al factor empresarial dentro de las explicaciones

del desarrollo económico de España en los siglos XIX y XX. En este trabajo se va a

tratar de repasar la literatura más relevante sobre esta materia, ordenándola a través de

las siguientes cuestiones, muy relacionadas entre sí: los orígenes sociales y la formación

de los empresarios españoles, las relaciones con el Estado y, por último, a modo de

epílogo, su papel en el desarrollo económico del país9.

1. La oferta de empresarios en España: orígenes sociales y formación

Los estudios disponibles sobre los orígenes sociales y geográficos de los

empresarios muestran conclusiones relativamente similares para todas las regiones y no

6 Véanse Alonso y Torres (1995) y Torres (1995) y (1997), para un buena introducción a estas teorías. 7 Pro (1995) y (1997), y Carasa (2001). Trabajos concretos en esta línea son los de Gortázar (1986), Otazu (1987), McDonogh (1989), Bahamonde y Otero (1989), Bahamonde y Cayuela (1992), Sierra (1992), Asenjo (1994), y los recopilados en Carasa (ed.) (1994) y Varela Ortega (Dir.) (2001). Otra línea de investigación desarrollada por esta corriente, en la que sobresalen autores como Cabrera o Del Rey, será examinada en el apartado 2. 8 Una crítica de la utilización de la teoría de las elites por la historia social y la sociología histórica en Carasa (2001). En el caso de la historiografía económica, muchos trabajos revelan una notable ausencia de conocimientos sobre las funciones económicas que desempeñan los empresarios

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muy diferentes de lo que sabemos para otros países: comerciantes, propietarios y

fabricantes (generalmente industriales y obreros cualificados del sector en cuestión) son

las figuras más numerosas, especialmente en los primeros periodos de la

industrialización, a los que siguen, a cierta distancia e incorporándose más tardíamente,

industriales y profesionales (ingenieros, abogados, etc.)10. La abundante presencia de

propietarios es coherente con toda una literatura, generada desde el ámbito de la historia

agraria, que muestra cómo muchos de los grandes propietarios rurales de origen noble

se acomodaron perfectamente a las nuevas reglas del juego del capitalismo tras las

reformas agrarias de la primera mitad del siglo XIX11. La industrialización y las nuevas

oportunidades de negocio que este proceso trajo consigo no propiciaron una mayor

movilidad social, o al menos, no en la línea de la mitología del empresario hecho a sí

mismo (self-made man) difundida sobre todo en los países anglosajones. La

investigación histórica ha demostrado que esa figura fue más la excepción que la regla y

que la mayor parte de los empresarios en Europa y Estados Unidos procedió de familias

cuyo padre era económicamente independiente y en muchos casos, en las que existía

una tradición empresarial. En España, y con la salvedad de los indianos –la figura que

más se asemeja a la del self-made man–12, toda una serie de evidencias sugieren un

panorama similar al descrito para los países citados. En primer lugar, y frente a lo

sucedido en regiones del interior peninsular como Castilla, en el País Vasco, Cataluña y

el litoral andaluz, existió una notable continuidad entre los empresarios del Antiguo

Régimen y los nuevos empresarios de la primera industrialización. Aún así, la

9 Para un estado de la cuestión sobre la historia empresarial en España, véanse Comín y Martín Aceña (1996), Valdaliso (1999) y Carreras, Tafunell y Torres (2003). 10 Valdaliso y López (2000), pp. 201-205. Para España, además de los trabajos citados en las notas 4 y 5, véanse Valdaliso (1991), Thompson (1992), Benaul (1992) y (1996), Sánchez (1996), Soler (1997), Maldonado (1999), Gutiérrez (1999a), Pascual (1999), Álvarez Rubio y otros (2000), Galí (2002) y Casanovas (2003). Por el contrario, Moreno Castaño (1997), para Madrid, ha señalado que más de la mitad de los empresarios del Madrid de finales del siglo XIX habían sido en sus inicios dependientes de comercio o aprendices; en este caso, el fuerte peso de un sector servicios de muy pequeñas empresas puede explicar ese origen más modesto, aunque igualmente relacionado con el sector en el que luego actuarán como empresarios. 11 Ejemplos de esto en Héran (1981), García Sanz (1991), De la Torre (1993), Bernal (1994), Carmona (1995), Calatayud (1999), Lana (2002), Garrabou, Planas y Saguer (2002). 12 El apelativo de indiano se aplica en España al antiguo emigrante enriquecido en América o en las colonias españolas de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, que a su vuelta reinvirtió su fortuna en la industria, la banca y el comercio, además de adquirir numerosas propiedades rústicas y/o urbanas, Carmona (1984), García López (1992), Bahamonde y Cayuela (1992), Cerutti (1995), Valdaliso (1993b) y (2002b), Cabana (1996), Soler (1998), Rodrigo (2001) y (2003), Toboso (2001), Florencio (2002), y De la Torre (2002).

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movilidad social fue algo mayor en esta fase que posteriormente13. En Vizcaya, una de

las provincias más dinámicas e industrializadas de España a finales del siglo XIX, sólo

un 3 por 100 de los padres de los inversores en las principales sociedades mercantiles

creadas en esta provincia entre 1879 y 1913 tenía orígenes humildes (agricultores y

artesanos), siendo más de la mitad comerciantes y una cuarta parte propietarios y/o

industriales14. La situación en 1960 no había cambiado demasiado: un 49 por 100 de los

padres de los empresarios vizcaínos eran empresarios y un 26 por 100 profesionales,

aunque la proporción de padres de origen humilde (agricultores, artesanos y obreros) ha

aumentado hasta el 11 por 100. Las cifras para toda España en este último año también

refuerzan esa impresión de reducida movilidad social: un 60 por 100 de los empresarios

españoles era hijo de empresario y un 15 por 100 de profesionales15. El estudio sobre

los 100 empresarios españoles del siglo XX no cambia demasiado el panorama descrito

para el siglo XIX. La única novedad destacable es la de los empresarios “franquistas”,

cuyo origen y éxito se debió fundamentalmente a las conexiones privilegiadas con la

Administración, y muy en particular con el dictador, en ese periodo16.

En cuanto al origen geográfico, la mayor parte de los inversores y los capitales

procede de la propia región o provincia y sólo a partir de finales del siglo XIX, cuando

aumentan las necesidades de capital en muchos sectores y hay una mayor integración

del mercado de capitales, esta situación comienza a modificarse. El mundo de los

negocios en la España del siglo XIX, como sucedía en otros países europeos, estaba

mayoritariamente circunscrito a espacios locales y/o regionales, donde se desarrollaba

un mercado de capital –formal e informal– una red de negocios y un sistema de valores

comunes que promovían una cultura de confianza que ayudaba a reducir los costes de

información y transacción en los mercados; y donde la familia seguía desempeñando un

13 La discontinuidad castellana ha sido señalada por Helguera (1996) y Moreno (1999). Comín y Martín Aceña (1996) la proyectan, con matices, al conjunto del país. Para Cataluña, Cabana (1996), p. 34, sí habla de hombres hechos a sí mismos para definir a las primeras generaciones de empresarios. 14 Valdaliso (2003). La muestra se refiere a las mayores empresas, lo que a priori introduce un sesgo a favor de los orígenes acomodados. Estos datos son coherentes con los estudios que implícita o explícitamente hablan de una elite de negocios muy relacionada entre sí a través de vínculos familiares y pertenencia a ámbitos exclusivos de sociabilidad como colegios, clubes deportivos u otras instituciones, o residencia en barrios diferenciados, como Neguri en Vizcaya, Díaz Morlán (2002a); para Barcelona, véase McDonogh (1989), Cabana (1996) y Rodrigo (2001). 15 Linz y De Miguel (1964), pp. 66-68. 16 Torres (2001) y Torres (Dir.) (2000). Aunque la obra contiene muchos errores, algunos graves, pueden encontrarse muchos ejemplos de estos empresarios en Sánchez Soler (2001).

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papel esencial en la provisión de capital monetario y humano para las empresas y en el

buen funcionamiento de las instituciones ya citadas –a través de políticas matrimoniales

de marcado carácter endogámico–. Los cada vez más numerosos estudios de caso

revelan que, frente a lo indicado por Chandler, las empresas familiares sacrificaron las

ganancias a corto plazo por el crecimiento a largo plazo y la continuidad del negocio.

No fue ajeno a esa política el hecho de que en estas empresas los propietarios eran al

mismo tiempo directivos, por lo que sus beneficios procedían tanto de los dividendos

repartidos como de los salarios que cobraban17. El estudio de los patrimonios de los

empresarios de este periodo revela otra característica también común a la de sus colegas

europeos: la tendencia generalizada a diversificar los negocios y a invertir una parte del

capital acumulado en bienes raíces que no sólo generaban una renta, sino también una

especie de fondo de reserva al que recurrir en caso de dificultades18. A partir de finales

del siglo XIX y a lo largo del siglo XX, cuando las necesidades de capital aumentan en

la mayor parte de los sectores, muchas empresas familiares se transformaron en

sociedades anónimas y dieron entrada a nuevos accionistas, pero la familia o familias

constituyentes mantuvieron su hegemonía o participación en los órganos de dirección y

control y procuraron asegurar, a través de diversos medios (la sindicación de acciones,

la creación de sociedades patrimoniales), la continuidad de sus herederos en los

mismos19.

17 Para el origen geográfico, véanse las referencias citadas en la nota 10. Nuevamente Madrid es la excepción, véase Moreno Castaño (1997). Una crítica de la tesis de Chandler en Valdaliso y López (2000), pp. 198-201 y 384-89. La importancia de la familia y las relativamente reducidas necesidades de capital en la mayor parte de los sectores de actividad son coherentes con el predominio de las sociedades colectivas y comanditarias como fórmula jurídica empleada para registrar la asociación de capitales, véase García López (1994). Sobre la importancia de la familia y las empresas familiares, véase Comín y Martín Aceña (1996), pp. 87-91, y Fernández (1999) y (2000). Estudios de caso son, entre otros, los de Parejo (1990) y (1999), Germán (1994), Moreno (1994) y (1995), Soler (1997), Torres (1998), Díaz Morlán (1996), (1997b) y (2002a), De Luxán y Quesada (1997), Benaul (1999), García Ruiz y Laguna (1999), Sancho (2000), Álvarez Rubio y otros (2000), Rodrigo (2001), Díaz Hernández (1998), Sáez García (1999a) y Valdaliso (1993a). 18 García Montoro (1978), Parejo (1990), Germán (1994), Moreno (1994) y (1995), Rodrigo (2001), Díaz Morlán (1999) y (2002a), Rodrigo (2001), Díaz Hernández (1998). Los datos disponibles para el periodo posterior a la Guerra Civil, aunque más escasos, apuntan en la misma dirección, véanse García Ruiz y Laguna (1999), Díaz Morlán (2002) y Valdaliso (2002a). 19 Véanse, por ejemplo, Cava (1992) y (2000), Valdaliso (1993a) y (2002a), Alonso, Erro y Arana (1995), Torres (1998), García Ruiz y Laguna (1999), Fernández (1999), Sancho (2000), Toboso (2000), Rodrigo (2001), y Díaz Morlán (2002a). La pervivencia de las familias en las grandes empresas ha continuado hasta nuestros días y ayuda a explicar la peculiar estructura de la propiedad de la gran empresa en España, véase Galve y Salas (1992).

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La formación de los empresarios (y directivos) es otro tema sobre el que, a pesar

de su importancia –una buena formación, independientemente de que se produzca a

través de instituciones formales de educación, o no, desempeña un papel esencial en la

introducción de tecnologías y sistemas de gestión en las empresas– apenas disponemos

de estudios. Los pocos estudios disponibles sobre la formación de los empresarios en el

siglo XIX tienen un enfoque regional y se basan en fuentes y muestras desiguales, lo

que obliga a tomar sus datos con precaución. El porcentaje de empresarios con estudios

universitarios en Vizcaya (entre 1879 y 1913) y Guipúzcoa (entre 1901 y 1914) fue del

20 por 100 aproximadamente, muy superior al de provincias como Navarra (un 12 por

100), La Coruña (5 por 100) o Madrid (4 por 100), y comparable al de una muestra de

empresarios alemanes entre 1870 y 1914 (24 por 100). Al igual que sucedió en

Alemania o en Francia, ingeniería y leyes, en ese orden, fueron los estudios más

seguidos entre los superiores, y comercio y diversas disciplinas técnicas entre los

medios20. En general, parece detectarse entre los empresarios, independientemente de su

nivel de estudios, una actitud muy favorable hacia la educación, como lo demuestra la

preocupación por la buena formación de sus hijos, que incluía a veces la realización de

estudios en el extranjero21. Para el siglo XX, disponemos de datos generales para todo el

país gracias a una encuesta auspiciada por la Escuela de Organización Industrial en

1960. En ese año, un 46 por 100 del empresariado tenía estudios superiores, un 37 por

100 estudios medios y sólo un 14 por 100 estudios primarios. Dentro de los titulados

superiores, y al igual que sucedía en el siglo XIX, la de ingeniero fue la profesión

predominante. Para este último año, no existen diferencias significativas entre el nivel

de estudios del empresario español y el de sus colegas europeos o norteamericanos, lo

20 Todos ellos, excepto los de Madrid, basados en un censo de empresarios de 1891, se basan en los libros de Sociedades de los Registros Mercantiles provinciales, donde se registran las sociedades mercantiles. Los datos de Vizcaya entre 1879 y 1913 proceden de la muestra empleada en Valdaliso (1993b); los datos de San Sebastián de Larrinaga (1999); los de Navarra, entre 1890 y 1914, de Erro (1997); los de La Coruña, para el periodo 1830-1914, de Lindoso (1999) y los de Madrid de Moreno Castaño (1997). Para Barcelona, se ha indicado que las primeras generaciones de empresarios raramente poseían estudios secundarios y superiores, Cabana (1996), p. 34. Para Alemania y otros países, véase Valdaliso y López (2000), pp. 378-381. 21 Algunos ejemplos de esto en Sierra (1992), Torres (1998), Díaz Morlán (2001) y (2002b), Muriel (2002), o Valdaliso (2002c) y (2003). Torres (2001) ha detectado la misma actitud para una muestra de 100 grandes empresarios en el siglo XX.

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que contrasta con las enormes diferencias que sí se observan para el nivel de estudios

del conjunto de la población22.

El relativo buen nivel de conocimientos del empresario español que parece

desprenderse de estos, todavía muy escasos datos, sin duda desempeñó un papel

positivo en otro rasgo característico de la industrialización española: la importación y

transferencia de tecnología del exterior. Los estudios disponibles sobre esta cuestión,

bastante numerosos para el periodo de la primera y segunda revolución industrial,

indican, además, que los empresarios españoles estuvieron muy atentos a las

innovaciones producidas en el extranjero –que conocieron a través de viajes y

relaciones de negocios, estancias de formación o de publicaciones especializadas–

aunque luego su transferencia y aplicación en el país dependió de otros factores como la

naturaleza del mercado, la estructura de la industria o la disponibilidad de mano de obra

cualificada –nacional o extranjera–, entre otros. Como sucedió en otros países, el

proceso de transferencia internacional de tecnología se realizó inicialmente a través de

cauces informales, como la copia o la contratación de técnicos extranjeros, pero a partir

sobre todo de la segunda revolución industrial, los mecanismos “formales” como las

patentes y licencias de fabricación fueron los medios preponderantes23.

Otra línea de investigación en este sentido, algo más explorada por la

historiografía, se refiere a las instituciones de formación y de investigación y a su

relación con el progreso técnico y económico. Aunque los defensores de la teoría del

capital humano hicieron un énfasis casi exclusivo en la alfabetización como variable

explicativa, hoy en día parece existir un acuerdo casi unánime acerca de la importancia

mucho mayor que tiene la educación técnica y la superior y el desarrollo de instituciones

22 De Miguel y Linz (1964), p. 53. En cuanto a las diferencias provinciales, Madrid y Vizcaya se encontraban a la cabeza, con unos porcentajes del 63 y 58 por 100, respectivamente, mientras que en Barcelona y en Guipúzcoa, los porcentajes respectivos eran del 36 y 28 por 100. Asturias y Córdoba–Sevilla tenían unos porcentajes superiores a Vizcaya, aunque el tamaño de la muestra empleada era tan reducido, especialmente en el caso asturiano, que aconseja tomar los datos con precaución. Estos datos concuerdan con los resultados del estudio sobre los 100 empresarios españoles del siglo XX, Torres (2001a). Las diferencias entre el nivel de estudios de los empresarios y del conjunto de la población también han sido detectadas por Moreno Castaño (1997) para Madrid a principios del siglo XX. 23 Nadal (1988), Carreras (1988), Bernal (1993), Antolín (1996), Fernández de Pinedo (1997), los trabajos editados por Nadal y Catalán (1994), Vidal (1996), Lozano (1997), Moreno (1997), García Ruiz y Laguna (1999), Parejo (1999), Alvarez Rubio y otros (2000), Martínez Carrión (2000), Díaz Morlán (2002), Maluquer de Motes (1999) y (2002) y Maluquer de Motes (Dir. (2000), Gutiérrez (1999b),

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que fomentan y apoyan la innovación en la empresa, tanto en las primeras etapas de la

industrialización como posteriormente24. Los bajos niveles de I+D y la escasa capacidad

de innovación han sido un rasgo estructural de la economía española a lo largo de los

siglos XIX y XX y han estado, a su vez, ligados a una reducida oferta de capital humano

cualificado y de instituciones dedicadas a la formación y la investigación en la mayor

parte de los sectores industriales. Los historiadores de la ciencia y la educación han

señalado cómo se produjo una, más que tardía, tímida y precaria introducción de las

disciplinas científicas en las Universidades españolas durante el siglo XIX. A ello habría

que unir la reducida oferta de escuelas de ingeniería superior en España en la segunda

mitad de esa centuria25. No obstante, la reducida complejidad tecnológica de muchos

procesos fabriles y mineros en aquella época hizo que la transferencia de tecnología y el

proceso de aprendizaje de técnicos y mano de obra autóctona, generalmente con la

ayuda inicial de ingenieros y técnicos extranjeros, fuera relativamente rápido. Además,

en aquellas regiones más dinámicas –Cataluña, País Vasco, Valencia– los propios

industriales fueron creando y/o apoyando, sobre todo desde finales del siglo XIX en

adelante, centros de educación técnica y profesional, e incluso de investigación, que

formaron a empleados, directivos y trabajadores26. Durante el primer tercio del siglo XX

y debido en parte a un intenso y rápido proceso de transferencia de tecnología, la

industria española se situó a un nivel similar al de otros países extranjeros en muchos

sectores, aunque salvo en casos muy aislados no llegó a producirse el salto de la

imitación a la innovación27.

Este panorama cambió por completo tras la Guerra Civil. Las purgas efectuadas

por el nuevo régimen, primero, y la política científica y tecnológica llevada a cabo hasta

principios de los años cincuenta, que despilfarró recursos en proyectos de escasa

Valdaliso (1996) y (2002c), Escudero y Díaz Morlán (2002), Puig (1999), Puig y Loscertales (2001), y Torres (2001). 24 Nelson (1996), Nelson y Rosenberg (1999), Wolff (2001). 25 Peset y Peset (1992), Sánchez Ron (1992), Muñoz Dueñas (1992), Riera (1993), Llusa (1994). Un factor fundamental para ello fue la precaria situación de la Hacienda pública, Comín (1993). 26 Garrabou (1982), Revuelta (1992), Puig y López (1994), Fernández de Pinedo (1994b), Germán y otros (1996), Germán (1999), Dávila (1997), Fernández Aguado (1997), Muñoz Dueñas (1999), Caballer (2000), Llusa (2000), Carrillo y Garriga (2000), Fernández y Puig (2004), Puig y Santesmases (2001), Gálvez y Cuevas (2001), Escudero y Díaz Morlán (2002), Valdaliso (2003). Algunas biografías de empresarios también destacan esto: Cabrera (1994) y Torres (1998). 27 Véanse las referencias citadas en la nota 23.

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viabilidad, agrandaron las distancias, en términos de capacidad tecnológica y, sobre

todo, de dotación de capital humano, con otros países europeos; pero además, la

situación de autarquía y escasez hizo que el sector privado aparcase cualquier proyecto,

no sólo de investigación, sino incluso de renovación de maquinaria28. A partir del

decenio de 1960, la prioridad de las empresas españolas fue la de imitar –a través de

licencias de fabricación–, no innovar, la única vía posible para superar el atraso

acumulado durante dos décadas29. Esa vía se complementó con un crecimiento de las

inversiones extranjeras en numerosos sectores de la industria y con una cierta

«americanización» de la empresa española, impulsada por empresarios y directivos que

tuvieron un papel fundamental en la creación de escuelas de negocios en Madrid y

Barcelona a partir de1950 y por las consultoras de empresa y empresas de ingeniería,

cuyo número se disparó durante los años sesenta. Las escuelas de negocios, las

consultoras, junto con los grandes bancos –que tenían interés en supervisar los negocios

industriales en los que participaban– y el propio Estado desde el sector público

empresarial, fueron los principales impulsores de la difusión del management moderno

en España durante el franquismo30.

2. Las relaciones entre los empresarios y el Estado: reglas del juego y funciones

empresariales

Las investigaciones sobre esta cuestión se han desarrollado a lo largo de dos

líneas paralelas y no siempre coincidentes. La primera ha sido realizada por la

historiografía social y política, que a lo largo de los últimos veinte años ha dirigido una

creciente atención hacia las asociaciones patronales. Inicialmente, ello fue el resultado

de una notable tradición investigadora centrada en el movimiento obrero y las

28 Carreras (1988), López García (1991), (1997) y (1999), Sanz y Lopez (1997). Para la gran empresa, véase Carreras, Tafunell y Torres (1998b). 29 López y Valdaliso (2001), y Cebrián (2002). Desde finales de los años 60, fecha a partir de la cual se dispone de las estadísticas de I+D y de la balanza tecnológica, la situación en España se ha caracterizado por un esfuerzo investigador muy por debajo de la media europea y una balanza tecnológica muy deficitaria, aunque en los últimos veinte años las distancias se han reducido considerablemente, véanse Molero y Buesa (1995), y Casado (1995). 30 Un buen ejemplo, aunque no el único, es la industria del automóvil, véase Sudriá y San Román (2000), Catalán (2000), Carreras y Estapé (2002) y García Ruiz (2002). Sobre las escuelas de negocios, las consultoras de empresa y la americanización de la empresa española, véanse Guillén (1994), Carreras y Tafunell (1997), Puig y Alvaro (2002), Puig y Fernández (2003) y Kipping y Puig (2003). Carreras, Tafunell y Torres (1998b) hablan de una cierta adecuación de la gran empresa española a los parámetros del modelo de Chandler a partir del decenio de 1960.

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relaciones laborales, que acabó por estudiar las posturas y la estrategia de los

empresarios. Sin embargo, poco a poco los estudios dentro de esta corriente han ido

analizando otras vertientes de la actuación de los empresarios distintas a la de su

relación con los trabajadores, más en concreto su actuación en la vida política del país.

Ello ha ido acompañado de un giro metodológico en el que la teoría de las elites y otros

conceptos desarrollados por la sociología de las organizaciones han ido ganando terreno

a los viejos planteamientos de corte marxista31. La segunda se ha llevado a cabo por la

historia económica, que ha utilizado o bien los viejos esquemas marxistas u otros de

corte similar renovados, o bien, y esto ha sido más frecuente, los nuevos proporcionados

por las teorías económicas de los grupos de presión y la regulación. El objetivo

preferente de esta segunda línea de investigación ha sido estudiar la influencia de las

organizaciones empresariales en la gestación de la política económica. La función de

estos organismos como patronal en sentido estricto (sus relaciones con los trabajadores

y sus sindicatos), por el contrario, apenas ha sido considerada. A primera vista, los

resultados obtenidos parecen contradictorios, aunque un análisis más profundo matiza

esas diferencias.

Para la historiografía social y política, los Gobiernos y las elites políticas, en

general, no estuvieron subordinadas a los intereses empresariales. Los empresarios

serían una especie de “privilegiados impotentes”, en expresión de Linz, quien subrayó,

en especial para el franquismo, la primacía de la política sobre los intereses económicos.

Los trabajos de Arana, Cabrera, Del Rey y, más recientemente, Martorell, entre otros,

han mantenido posturas similares para la España de la Restauración y la II República,

subrayando la independencia del poder político frente a las presiones del poder

económico32. Sin embargo, mucha de la evidencia presentada en sus propios trabajos y

la aportada por la investigación realizada desde la historia económica ofrece pruebas en

sentido contrario. Quizás por ello, Cabrera y Del Rey, que son los que más han escrito

recientemente sobre esta cuestión, han matizado esta postura acuñando un nuevo

término para definir la relación entre los empresarios y el poder político, el de

«instrumentación recíproca». El término en cuestión indicaría, según estos autores, que

31 Arana (1993), Cabrera y del Rey (1988), (1993) y (1996), y Pro (1997) para una buena contextualización de esta corriente. 32 Linz (1981), Arana (1988), Cabrera (1983) y (1997), Del Rey (1992), Cabrera y Del Rey (1996), Martorell (2000).

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“la acción económica y la acción política tienen lógicas diferentes, a veces compatibles

pero otras veces encontradas”33. El concepto es tan general y ambiguo que, en realidad,

no desvela cuál fue la influencia real de los empresarios en las decisiones de política

económica, sólo evidencia algo, por otra parte, reconocido por todos los investigadores

de una y otra línea, la complejidad del tema y la dificultad de ofrecer una única

respuesta. Otros argumentos empleados por esta corriente historiográfica han sido: la

ausencia de un frente común por parte de los empresarios, que nunca actuaron como un

“bloque oligárquico de poder”; o la desaparición formal de las organizaciones y grupos

de presión empresariales durante el franquismo como prueba de la subordinación al

Estado34. En cualquier caso, Cabrera y Del Rey también reconocen que los empresarios

“buscaron rentas del Estado” y que se beneficiaron de muchas de sus disposiciones.

Quizás el problema de fondo de esta interpretación es que trata de contrastar la

influencia de los empresarios en la historia política del país, cuando el objetivo de los

empresarios no era tanto condicionar o determinar la evolución política como obtener

del Estado, con independencia del régimen político, toda una serie de disposiciones

favorables para sus negocios35.

La historiografía económica, por el contrario, siempre ha sostenido que la política

económica española, en sus diferentes vertientes, estuvo muy determinada por las

presiones de los diferentes grupos de interés empresariales sobre los sucesivos

Gobiernos, algo que las monografías sobre empresas y empresarios que están

apareciendo en los últimos años han corroborado con detalle. Durante la Restauración y

hasta la II República, los empresarios, articulados en torno a grupos de presión de

carácter sectorial, desarrollaron una estrategia de búsqueda de rentas y de captura del

33 Cabrera (1997), Cabrera y Del Rey (2002), p. 13. 34 Cabrera y Del Rey (2002), pp. 403 y 408-409. El último argumento hace más hincapié en el aspecto formal de la organización de los intereses económicos que en el poder real de los mismos. Cabrera y Del Rey (1996), p. 456, señalan que la CEOE, creada en 1977, fue “un actor de naturaleza pública como no lo fue con anterioridad ninguna organización empresarial en España”. Sin embargo, Costas y Nonell (1996) han demostrado la escasa influencia de los intereses empresariales en la formación de la política económica durante la democracia. En Cabrera y Del Rey (2002), sin embargo, se advierte una opinión mucho más matizada. 35 Como ha indicado Pro (1997), que ha efectuado una crítica de fondo a los planteamientos de Cabrera y Del Rey, resulta difícil sostener la “independencia de lo político” (respecto a los intereses económicos) cuando al mismo tiempo se defiende la influencia de lo político sobre la economía. Más que de “independencia”, habría que hablar de “interdependencia”. Otra crítica al planteamiento de Cabrera y Del Rey, desde la historia contemporánea, en las conclusiones de Varela Ortega (Dir. (2001) y en Sánchez Recio (2003).

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Estado que se vio favorecida por la debilidad de éste y su reducida autonomía respecto

al poder económico. La presión sobre el Estado se realizó a través de asociaciones o

grupos, generalmente de carácter sectorial, o bien directamente si el empresario en

cuestión era lo suficientemente importante y tenía los contactos necesarios. Suponía

actividades tales como la búsqueda, obtención y fomento de relaciones privilegiadas

con miembros de los tres poderes –ejecutivo, legislativo y judicial–, a los que incluso se

llegaba a pagar (esporádica o regularmente); igualmente con el cuarto poder, puesto que

la prensa solía recoger sus demandas y actuaba como medio de expresión (para lo cual

se pagaba a periodistas o bien, directamente, se adquiría un periódico); y otro tipo de

actos públicos. Ahora bien, todas esas investigaciones han demostrado también que,

salvo en cuestiones que afectaban por igual a todos los sectores económicos –como la

fiscalidad empresarial o la legislación laboral, donde la actuación de los empresarios fue

unánime–, los intereses a menudo contrapuestos de los diferentes grupos de presión

hacían imposible una acción conjunta; en otras palabras, provocaban que la captura del

Estado nunca fuera completa, y que éste, en su condición de árbitro, dispusiera de un

cierto margen de autonomía36.

El franquismo suprimió formalmente el asociacionismo empresarial y laboral,

creando en su lugar los llamados Sindicatos verticales que agrupaban a empresarios y

trabajadores. La ausencia de organizaciones empresariales o patronales propiamente

dichas no constituye, sin embargo, una prueba del debilitamiento del poder y la

influencia de los empresarios. Lo que sucedió fue que sus actuaciones en este sentido se

canalizaron a través de otros mecanismos, como las relaciones directas con la

Administración o la creación de oficinas técnicas o consultorías, que eran las auténticas

patronales en sus respectivos sectores37. Tres rasgos generales del Estado franquista

acentuaron la importancia de la estrategia de búsqueda de rentas por parte de los

empresarios, a través de esos organismos o individualmente, para conseguir favores

particulares para sus empresas: el acusado intervencionismo en una economía muy

36 Estudios sobre organizaciones y empresas o empresarios son, entre otros, los de Roldán y García Delgado (1973), Florencio (1984), Cabrera, Comín y García Delgado (1989), Escudero (1990) y (1993), Valdaliso (1990), Torres (1996), (1998) y (2001), Moreno Castaño (1997), Rodrigo (2001), Díaz Morlán (1999), (2000) y (2002a). Junto a éstos, toda una serie de trabajos de historia industrial han tratado también el problema de la política sectorial aplicada y del grado de influencia que sobre ella ejercieron los empresarios, véase por ejemplo los monográficos de Hacienda Pública Española sobre el fraude fiscal y la reforma de Fernández Villaverde, editados por F. Comín en 1994 y 1999.

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protegida de la competencia exterior, la gran discrecionalidad, cuando no arbitrariedad,

en sus decisiones, y la acusada fragmentación política del régimen, compuesto por una

amplia variedad de familias representadas en el Gobierno y en los diferentes organismos

del Estado, con competencias a menudo solapadas, cuando no enfrentadas.

Durante los años cuarenta y cincuenta, y en un contexto de autarquía y escasez,

son numerosos los ejemplos de nuevos empresarios que prosperan gracias precisamente

a sus contactos privilegiados con la Administración. Es también entonces cuando se

produce un traslado masivo del domicilio social de numerosas empresas españolas a

Madrid, otra prueba más del predominio del Estado sobre el mercado y de la necesidad

que tenían los empresarios de estar cerca de los centros de poder. Sin duda, uno de los

mejores ejemplos de la primacía de la política sobre los intereses empresariales lo

constituye la actuación del Instituto Nacional de Industria durante los decenios de 1940

y 1950 o, para ser exactos, durante el periodo en el que ese organismo estuvo presidido

por Juan Antonio Suanzes (1941-1963). La actuación del INI y la política industrial y

económica del primer franquismo han sido uno de los temas que más literatura y debate

han generado en los últimos años38. Durante la presidencia de Suanzes el

comportamiento del INI ante la empresa privada en una amplia variedad de sectores no

vino marcado por la subsidiariedad, como sucedió en otros países de Europa occidental,

sino por la competencia, el enfrentamiento y la hostilidad, mayor aún si se trataba de

multinacionales extranjeras39. ¿Cuáles fueron las repercusiones de la actuación del INI

sobre las empresas españolas? Para Carreras, Tafunell y Torres, la actuación del INI y la

política económica en general lastraron el crecimiento de la economía española y de las

grandes empresas, agravándose las diferencias en cuanto a su tamaño respecto a las de

37 Cabrera y Del Rey (1996) y (2002), Fraile (1999), Pons (1999), Valdaliso (2002a), Ysas (2003). 38 Gómez Mendoza y San Román (1997), p. 698, San Román (1999), pp. 22-24, y San Román (2000), sostienen que su creación y actuación respondió a unos principios de militarización y autosuficiencia económica similares a los de países como Alemania e Italia en los años treinta, y radicalmente diferentes a los que guiaron la actuación de la empresa pública en Europa occidental después de la II Guerra Mundial, regidos por el principio de subsidiariedad. Una opinión contraria en Martín Aceña y Comín (1991), y Comín (2000) y (2001). 39 Fraile (1992), Gómez Mendoza (1994a), (1994b), y (1995), San Román (1995) y (1999), Gómez Mendoza y San Román (1997), Valdaliso (1997) y (2000a), Estapé (1998), Fernández Roca (1998), San Román y Sudrià (1999) y los trabajos recopilados en Gómez Mendoza (Ed.) (2000). Sobre la figura de Suanzes, véanse Ballestero (1993) y Barrera y San Román (2000). Martín Aceña y Comín (1991) reconocen que no fue hasta la salida de Suanzes cuando el INI comenzó a aplicar una política de subsidiariedad respecto a la empresa privada.

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los países más desarrollados40. Comín y Martín Aceña, por el contrario, sostienen que la

actuación de la empresa pública en España fue similar a la de otros países europeos y

que, salvo excepciones, las empresas del INI no obstaculizaron el nacimiento y

desarrollo de la empresa privada. Otras facetas de la política económica, como el apoyo

a los carteles o la autarquía extrema de la posguerra desempeñaron un papel más

importante41. Las investigaciones realizadas en los últimos años, basadas

predominantemente en las fuentes depositadas en el Archivo del antiguo INI,

demuestran de manera concluyente que las empresas privadas en numerosos sectores

vieron frustradas sus estrategias de crecimiento y sus planes de inversión por la

actuación del INI, una actuación que por otra parte, no disminuyó de manera sensible el

poder de mercado de las empresas privadas (en algunos sectores, por el contrario,

acentuó la cartelización), ni se tradujo en la creación de empresas públicas eficientes y

rentables económicamente42. Ahora bien, que los empresarios privados tuvieran que

hacer frente a la hostilidad del INI y de alguna otra familia del régimen –los falangistas,

aunque sus críticas se centraron sobre todo en la banca– no quiere decir que no

carecieran de influencia y numerosos apoyos dentro del Estado, desde los que, bien

combatieron –y, a veces, derrotaron– al INI o bien procuraron obtener otras

contrapartidas43.

Todos los autores sin excepción reconocen que, durante el periodo calificado

como «Desarrollismo» (desde 1959 hasta la muerte del Dictador), la influencia de los

empresarios sobre el poder político aumentó notablemente. Algunos autores califican a

este periodo como el de una economía «recomendada» (Fuentes Quintana). Lo cierto es

que, para los empresarios, la obtención de una renta política (en forma de créditos a la

exportación, licencias de importación, rebajas o recargos sobre el arancel, etc.) podía

significar una barrera de entrada o una ventaja estratégica respecto a sus competidores y

ello, en una economía regulada y protegida como la española, podía convertirse en una

ventaja sostenible e insuperable, al menos a corto–medio plazo. Aunque las biografías y

monografías empresariales sobre este periodo no son todavía demasiado numerosas, en

40 Carreras y Tafunell (1993), (1996) y (1997), Carreras, Tafunell y Torres (1998a) y (1998b). 41 Comín y Martín Aceña (1996), pp. 101-102, Martín Aceña y Comín (1991), Comín (2000) y (2001). 42 Véase la bibliografía citada en la nota 38. 43 Fernández Roca (1998), Valdaliso (2000a), y Cabrera y Del Rey (2002), pp. 266-278.

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parte por un problema de disponibilidad de fuentes, los resultados parecen muy

concluyentes al respecto. El hecho de que esta etapa marque el apogeo de los llamados

“empresarios franquistas”, cuyas actividades se explican enteramente gracias a sus

conexiones con el régimen, es otra prueba adicional de esta influencia. En cualquier

caso, y como ya se indicó para el periodo anterior a la Guerra civil, la captura del

Estado nunca fue completa, porque las disposiciones que beneficiaban a unos

empresarios perjudicaban a otros, tanto dentro del mismo sector como en sectores de

actividad diferentes44. Una economía de esas características no sólo incentivó las

funciones empresariales improductivas sobre las productivas; los efectos contradictorios

de la política económica e industrial del régimen, unidos a la discrecionalidad y

arbitrariedad en la aplicación concreta de las medidas, acentuaron la falta de

racionalidad y coherencia de la política aplicada y repercutieron negativamente sobre

las posibilidades de desarrollo económico del país.

En resumen, y más allá de los términos que se empleen (captura, instrumentación

recíproca…) parece existir hoy en día un cierto consenso acerca de cuáles fueron las

relaciones entre los empresarios y el poder político y de las repercusiones de esas

relaciones sobre el marco institucional, las funciones empresariales, la dotación de

recursos y capacidades de las empresas y el crecimiento económico durante el largo

siglo que va desde el inicio de la Restauración hasta el final del franquismo. No hace

mucho tiempo Fuentes Quintana calificó al modelo económico español que habría

predominado hasta la entrada de nuestro país en la Comunidad Económica Europea

como un modelo «castizo», pretendiendo destacar el carácter singular del caso

español45. Sin embargo, al menos en lo que respecta a las relaciones entre los

empresarios y el poder político el modelo de capitalismo en España a lo largo del

periodo histórico indicado también podría ser definido con los términos de «capitalismo

44 González (1979), Fuentes Quintana (1984). Ejemplos concretos pueden encontrarse en Cava (1992) y (2000), Fraile (1992) y (1999), Fernández Roca (1998), García Ruiz y Laguna (1999), García Ruiz y Santos (2001), Toboso (2000), Díaz Morlán (2002a) y Valdaliso (2002a). Véanse también Torres (2001), y Cabrera y Del Rey (2002), pp. 303 y ss. Las Memorias de numerosos ministros y personalidades políticas de entonces también son buena prueba de todo esto. 45 Los rasgos básicos de ese “modelo castizo” serían, el cierre del mercado interno frente al exterior; la inexistencia de una política que garantice la estabilidad de los precios y del tipo de cambio; la “Regulación discrecional de la actividad económica, con un dominio del intervencionismo en los mercados y en las decisiones de los agentes económicos, alejándolos de la liberalización y la competencia”, lo que limitó “la asunción de riesgos y la presencia de un espíritu de innovación y cambio”

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de amiguetes» (que han utilizado Krugman y otros autores para los países asiáticos y

que ahora se está empleando para Estados Unidos), o «capitalismo político» (Amatori,

para Italia)46. En cualquier caso, la diferencia de España (e Italia) con los países

asiáticos o con Argentina en las últimas décadas, como ha resaltado Guillén, ha

radicado en el progresivo fortalecimiento del Estado y la Administración, algo que en

España parece iniciarse precisamente en el decenio de 1960, aunque su consolidación

no se producirá hasta el retorno de la democracia (y las reformas institucionales que

trajo consigo) y la entrada en la Comunidad Económica Europea47.

3. Concluyendo. El papel de los empresarios en el desarrollo económico de España:

el estado actual del debate

El desarrollo de la historia empresarial en España no sólo se ha traducido en un

incremento de las investigaciones sobre empresas y empresarios, también ha acabado

por introducir a éstos como un factor explicativo del crecimiento y el atraso económico

del país. A finales de la década de 1970 y principios de la de 1980 algunos economistas

sostuvieron que buena parte de los problemas de la economía española procedían de un

modelo de crecimiento desarrollado durante el franquismo, en el que la estrategia

predominante de los empresarios, favorecida por la política económica e industrial del

Estado, era la búsqueda de rentas y no la eficiencia y la innovación, y que esa estrategia

acabó conduciendo a las empresas a una situación crítica a finales de los años setenta,

cuando cambiaron las reglas del juego y la economía española comenzó a abrirse al

exterior48 A principios de los años noventa otros autores retomaron esa interpretación,

aunque la utilizaron para explicar el atraso económico de España durante la época de la

Restauración. Fraile, en concreto, atribuyó a los empresarios españoles la

responsabilidad del escaso desarrollo industrial del país, ya que renunciaron a competir

en el exterior y en su lugar optaron por producir para un mercado interior protegido con

entre los empresarios; y por último, la existencia de un sector público atrasado, Fuentes Quintana (1995), pp. 51-53. 46 Krugman (2000) y Amatori (1997). 47 Un buen resumen del papel del Estado en Comín (1993). La diferencia con Argentina ha sido subrayada por Guillén (2001), p. 55. En Corea del Sur, otro país que comparte muchos parecidos con España, la autonomía del Estado sobre el poder económico fue siempre mucho mayor, véase Guillén (2001), o Amsden (1997), que ha acuñado el término de «capitalismo empresarial de Estado» para definir el modelo coreano.

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aranceles conseguidos gracias a su influencia sobre el Estado. Sin embargo, ni la

industria textil ni la siderúrgica –los sectores estudiados– eran tan competitivas como

este autor sostiene, ni tampoco fueron las únicas responsables del rumbo de la política

arancelaria española. Por otra parte, la protección del mercado interior para la industria

nacional no fue una estrategia seguida exclusivamente por España: Alemania, Italia y

Estados Unidos desarrollaron políticas parecidas y, sin embargo, algunas de sus

industrias y empresas tuvieron una importante presencia y competitividad

internacional49.

El argumento de Fraile, junto con otros de índole institucional y cultural, fueron

empleados por Tortella, para quien “la debilidad del espíritu de empresa español” fue

uno de los factores determinantes del atraso económico del país en el siglo XIX. Prueba

de ello eran la gran importancia que habían tenido los empresarios extranjeros en la

historia económica de España desde al menos el final de la Edad Media, lo cual se

debería a la existencia de un medio político y cultural nada proclive a la innovación y el

dinamismo empresarial; y la fuerte propensión de los empresarios españoles a buscar

protección del Estado para que les proporcionase rentas y les resguardara de la

competencia. Estas actitudes empresariales se explicarían por la persistencia de valores

sociales y culturales provenientes de la Edad Moderna, como el viejo prejuicio

aristocrático contra el trabajo, la desconfianza católica hacia el capitalismo, el papel de

la Inquisición y los bajos niveles educativos50. La tesis de Tortella no era sino una

proyección para España de la vieja y muy criticada tesis weberiana sobre la influencia

de la religión en el desarrollo del capitalismo y conectaba, aunque este autor no lo

indicase, con el pesimismo empresarial de la generación del 98, muy influido a su vez

por la obra del francés E. Demolins sobre la superioridad de los anglosajones51. En esta

línea, autores como Pablo de Alzola o Ramiro de Maeztu en las primeras décadas del

48 Sobre todo González (1979), pero también Muñoz, Roldán y Serrano (1978) y Fuentes Quintana (1984). 49 Fraile (1991). Véanse, entre otras, las críticas de Nadal y Sudrià (1993), Comín y Martín Aceña (1996) y Escudero (1999). Literatura sobre los casos de Alemania y Estados Unidos puede consultarse en Valdaliso y López (2000). 50 Tortella (1994), pp. 179-80 y 193-95. Otra prueba ofrecida por este autor era la nula importancia de grandes empresas españolas en el extranjero. 51Valdaliso (1999), Valdaliso y López (2000), pp. 136-137 y Santos (2003). La obra de Demolins, aparecida en 1897, fue traducida al español por Santiago Alba y Bonifaz en 1899, Santos (2003).

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siglo XX, explicaronn el desarrollo económico de Vizcaya como el resultado del espíritu

emprendedor de sus gentes y de un “sentido reverencial del dinero” que no existía en

otras partes del país (con la excepción de Cataluña)52

Las críticas a los argumentos de Tortella han sido abundantes. La abundante

presencia de empresarios extranjeros no fue un rasgo distintivo de España, también

ocurrió en otros países como Francia o el Reino Unido53. Por otro lado, la debilidad del

espíritu de empresa español no casa muy bien con el dinamismo empresarial mostrado

por los españoles en Cuba, México o en las plazas de Londres y París durante el siglo

XIX, por poner algunos ejemplos54, ni con el masivo y rápido proceso de importación y

transferencia de tecnología ocurrido en numerosos sectores y protagonizado por

empresarios y técnicos españoles. En este sentido, varios autores han señalado que no

escaseó iniciativa empresarial autóctona, pero que ésta no pudo desarrollarse

adecuadamente por los obstáculos del medio físico, por la naturaleza del mercado (de

pequeño tamaño y, sobre todo, poco integrado) y por las limitaciones impuestas por el

marco institucional vigente55. Los factores culturales y educativos que señala Tortella

también han sido criticados. Para García Sanz las raíces de la “mediocridad empresarial

española” también deben buscarse en la época moderna, pero no son ni la ortodoxia

religiosa ni la mentalidad aristocrática, sino el desfavorable contexto histórico para la

inversión durante el periodo crucial de 1790 a 184056. El atraso educativo español

tampoco es una explicación convincente, puesto que durante la primera

industrialización, tanto en España como en otros países, el desarrollo de una oferta

educativa –especialmente en el campo de las enseñanzas técnicas y comerciales– fue

más bien producto que causa del desarrollo económico57. El segundo argumento

esgrimido por Tortella, la propensión de los empresarios a refugiarse de la competencia,

se basaba en el trabajo de Fraile, ya comentado, y en los datos de una encuesta industrial

de finales del siglo XIX. Pero como ya se ha dicho antes, esta propensión también

52 Maeztu (1957). Sobre las explicaciones de Alzola y Maeztu, véase Valdaliso (2003). 53 Nadal (1999), Valdaliso (1999), Rodrigo (2001). 54 Bahamonde y Cayuela (1992), Cerutti (1995). La literatura sobre los indianos, ya citada en páginas anteriores, sería otra prueba en este sentido. 55 Gómez Mendoza (1998), Sudrià (1996), Comín y Martín Aceña (1996), Torres (1997) y (2001), Santos (1998) y Nadal (1999). 56 García Sanz (1996), pp. 111-12.

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existió, y en mayor medida, en otros países con industrias y empresas fuertes y

competitivas en el exterior, como Alemania o Estados Unidos58. En estos países, al igual

que en España, la influencia de los grupos de presión empresariales sobre la política

económica fue muy apreciable; por lo tanto, la mayor o menor efectividad de la

estrategia de búsqueda de rentas de los empresarios no sería tanto una prueba de la

debilidad del espíritu de empresa, como de su fuerza relativa como grupo y del grado de

autonomía que respecto a ellos tuviera el poder político. Por otra parte, esa estrategia no

fue incompatible, ni en España ni en los países citados, con otra preocupada por la

eficiencia y la innovación; en otras palabras, disponer de buenos contactos con la

Administración sería una condición necesaria pero nunca suficiente para tener éxito a

largo plazo en los negocios59.

En líneas generales, un argumento implícito o explícito en todas estas críticas es

que la oferta de empresarios en cualquier país es relativamente elástica, lo que varía son

las oportunidades de negocio disponibles (medidas por la dotación de factores

productivos y recursos naturales, el tamaño y el crecimiento de los mercados y el ritmo

de cambio tecnológico en la industria), las instituciones y reglas del juego existentes

(que regulan los derechos de propiedad y los mercados de trabajo, capital o

conocimientos y las condiciones de competencia en los mercados, por ejemplo, y dentro

de las cuales habría que incluir a la cultura y las actitudes sociales) y los niveles de

educación (un mayor nivel favorece la introducción de nuevas tecnologías y la

capacidad de aprendizaje e innovación de las empresas). Es la combinación de esas tres

variables la que explica la abundancia o escasez relativa de empresarios en cada país y

las funciones que desempeñan. Para un país como España, el estado actual de la

investigación desvía la mayor parte de la responsabilidad no a la escasez de espíritu

empresarial sino a la combinación de los obstáculos físicos, el lento crecimiento del

mercado interior y, sobre todo, las características del marco institucional que

favorecieron en mayor medida que en otros países las funciones empresariales

improductivas a costa de la eficiencia y la competitividad de las empresas y de la

57 Valdaliso (1999), p. 97. Véanse las referencias de la nota 26. 58 Pero a diferencia de esos países, que contaban con mercados protegidos de gran tamaño, el tamaño del mercado interior español era mucho más reducido, Carreras (1997), pp. 54-55. 59 Comín y Martín Aceña (1996), pp. 45-46, Torres (1996) y (1998), Moreno Castaño (1997), Rodrigo (2001), Díaz Morlán (1999), (2000) y (2002a).

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economía española en su conjunto60. Permítaseme citar dos contraejemplos históricos

para desarrollar este argumento. El primero se refiere a un caso notable de desarrollo

económico regional, el del País Vasco: su relativo éxito durante el siglo XIX se debió a

un medio institucional proclive al aprendizaje y la innovación, al buen funcionamiento

del mercado de capitales y la existencia de oportunidades de negocio vinculadas a

nuevas tecnologías y al crecimiento de los mercados, factores todos ellos que

propiciaron la creación de empresas y la difusión del espíritu emprendedor entre la

población61. El segundo se refiere a la historia económica española más reciente: la

instauración de un Estado democrático y moderno y la incorporación a la Unión

Europea han desmontado las reglas del juego para la función empresarial desarrolladas

durante el franquismo. En este nuevo entorno institucional, los empresarios han dado

muestras sobradas de una más que notable iniciativa y dinamismo empresariales, como

lo demuestra la creciente competitividad e internacionalización de las empresas

españolas62.

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60 Alonso y Torres (1995), Torres (1995) y (1997), Comín y Martín Aceña (1996), Santos (1998) y Valdaliso (1999). El propio Tortella (2000) ha matizado su tesis inicial inclinándose por esta posición. 61 Valdaliso (2003). 62 Alonso y Donoso (1998), Durán Herrera (1999) y Durán Herrera (Coord.) (1996 y 1997). Para dos empresas particularmente representativas del relativo éxito de las empresas españolas en el mercado internacional, Zara y Camper, véanse Alonso (2000b) y Manera (2003).

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