el estigma de la enfermedad mental o el delirio de la normalidad(1)
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8/17/2019 El Estigma de La Enfermedad Mental o El Delirio de La Normalidad(1)
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El estigma de la enfermedad mental o el delirio de la normalidad.
Que uno mate a su hermano en una pelea, puede pasar; que luego le dé miedo y se
arrepienta, es posible; pero que precisamente por su cobardía le recompensen con una
distinción que le proteja y que inspire miedo, eso me parece muy raro.
-¿Pero cómo vas a interpretar si no la historia?-.
El estigma fue lo que existió en un principio y en él se basó la historia. Hubo un hombre
con algo en el rostro que daba miedo a los demás. No se atrevían a tocarle; él y sus hijos
les impresionaban. Quizás, seguramente, no se trataba de una auténtica señal sobre la
frente, Probablemente fuera algo apenas perceptible, inquietante: un poco más de
inteligencia y audacia en la mirada. Aquel hombre tenía poder, aquel hombre inspiraba
temor. Llevaba una «señal» (Hesse, ).
Herman Hesse, en Démian, nos interpela acerca de un acontecimiento que se
experimenta día a día y que es el estigma. Y nos interroga desde el planteamiento de una
posibilidad: ¿se puede interpretar la historia, esta historia, de una manera diferente? La
respuesta que damos es una afirmación rotunda de que sí se puede interpretar desde una
perspectiva, por no decir desde una epistemología diferente. Y no sólo hablamos de la
posibilidad sino también de la necesidad de hacerlo. Es necesario ver el sentido de nuestro
mundo desde una perspectiva diversa. Démian dice, por otro lado: el estigma fue primero.
Postular que el estigma fue primero nos conduce a el cómo abordar nuestro tema de
interés, ya que el planteamiento implica que el estigma, la segregación son secundarias a
la enfermedad mental.
El proyecto marcado en el Título de las Jornadas se me ha hecho interesante pero también
traduce un gran compromiso a quienes nos vemos implicados en ello, es decir: todos los
presentes. Se dice en su primer enunciado: Redefiniendo la Enfermedad Mental y seguido
de ello: Rompiendo el Estigma. Romper el estigma es precisamente el interés central de
esta jornada. Reflexionar sobre ello e intentar quitar la discriminación que pesa sobre
algunos sujetos que expresan síntomas es una tarea titánica pero no por ello imposible.
La duda que se origina está centrada en la redefinición de enfermedad mental y me intriga
saber la dirección que toma esa nueva definición. Interesado en esa dirección que se ha
marcado por los organizadores de esta reunión he querido traer parte de esos
componentes conceptuales. El título de mi ponencia presenta una combinación de
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conceptos que es necesario definir para ingresar a ese ámbito de la reflexión y discusión:
“El estigma de la enfermedad mental o el delirio de la normalidad”. Tal vez esta
presentación disgregue un poco de lo ya presentado; sin embargo, de eso se tratan estas
Jornadas; son un espacio que posibilita la reflexión y el diálogo.
Para abordar esta presentación propongo abordar y aclarar algunos conceptos tales como
estigma, enfermedad mental, normalidad y delirio; ejerciendo un énfasis sobre la
disyunción ya marcada en el título sobre los dos términos centrales.
Desde una visión clínica puedo observar en esos conceptos, síntomas. Dos de ellos tal vez
más nombrados y accesibles a nosotros: estigma y delirio. Los otros, como conceptos
también son muy usados en las ciencias pero no precisamente han sido observados como
síntomas: enfermedad mental y normalidad. ¿Qué implica, en este momento, hablar de
síntoma? Es hablar de síntomas desde una perspectiva del síntoma freudiano; es decir, no
interpretando signos, sino interpretaciones poniendo al descubierto los fantasmas con
toda su carga de angustia. Eso es lo que intentaré con esta ponencia.
Inicialmente nos centraremos en el estigma. Desde hace aproximadamente una década
han surgido muchos artículos desde la psiquiatría, la psicología y la sociología que se han
dado a la tarea de investigar el estigma que padece una persona y que plantea unadificultad en su aceptación social. Se le ha definido como “un atributo profundamente
devaluador, el cual degrada y rebaja a la portadora del mismo” (Goffman, 1963). Jones,
en 1984 da otra definición mencionado que el estigma es la marca que vincula a la
persona con características indeseables (Jones, 1984). Posteriormente se le definió como:
“Característica de las personas que resulta contraria a la norma de una unidad social,
considerando como norma una creencia compartida dirigida a comportarse de una forma
determinada en un momento preciso” (Staford, Scott, 1986). Observamos entonces que
el estigma, en un primer momento es aquello que señala una característica que degrada y
que es indeseable. En un segundo tiempo, la conceptualización de Stafford y Scott nos
permiten observar el centro del problema: 1.- suposición de una norma, de una
normalidad (creencia compartida, que dirige el comportamiento) 2.- Contrariedad a la
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lineamientos pueden ser cualquiera, ya sean defectos, enfermedad, color de piel,
etcétera. Y esto nos conduce a otro punto que no podemos dejar de lado. El asunto de la
identidad, la identificación y la diferencia. Hablar de identidad es hacerlo desde un
proceso complejo y con múltiples factores en interacción de índole personal, social y
cultural con elementos clave para la constitución de la subjetividad, la intersubjetividad,
las diferencias y la organización identitaria.
Presente frente a nosotros, el estigmatizado, el extraño, nos muestra un ámbito de lo
diferente, simplemente de lo diferente. Lo que nos lleva a plantear mediante una
pregunta: ¿qué hace que la diferencia se convierta en un atributo de grupo? Y no
solamente eso, sino que además la carga de ese atributo la conviertan en una persona
menos digna, menos importante, con atributos de peligrosidad, de maldad, debilidad, que
la hagan despreciable ante nuestra mirada.
Colocar un atributo en el otro no es un acto de gratuidad ya que al mismo tiempo que se
otorga y lo hace diferente, al otro, confirma mi normalidad . Por ello Démian en su
interpretación del estigma no tiene razón, ya que el estigma no surgió primero, pero
tampoco después. Nuestro mundo posee conciencia de la separación, pero debemos
observar que no es solo el tener esa conciencia de la separación, sino que es en la
separación misma donde se posee esta autoconciencia y es ahí donde se hace experiencia
de ella. Es gracias a uno que hay lo otro. Es la separación donde experimentamos la
relación. Esto nos permite dar cuenta de que el estigma se encuentra en el campo de la
relación, del vínculo, del nexo social. Cabe destacar que las identidades no son productos
acabados, sino que están continuamente haciéndose, teniendo un carácter cualitativo y
autorreferente a la vez que con ello permite ver la alteridad. Esto significa que tanto las
identidades como las diferentes no tienen un carácter homogéneo ni aislado, sino que
permanentemente contactan con otras y se establecen apropiaciones mutuas, e incluso
en el contacto dialéctico consigo mismas en su contexto pueden desproveerse de lo
propio para seguir siendo ellas mismas, pero de otro modo. Por ello debemos enfatizar el
carácter también contingente de las identidades, lo que conlleva que los fenómenos de
apropiación, desposeimiento y reapropiación que caracterizan la relación sean fenómenos
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siempre selectivos y culturales, no mecanizados, y que se construyen a su vez desde las
propias diferencias. En cuanto a este concepto de identidad podemos tomar una frase de Julio
Cortázar, que en su poema Bolero, dice: “Siempre fuiste mi espejo, quiero decir que para
verme tenía que mirarte”.
En tanto a la identificación podemos mencionar que para Freud el problema de la cultura
era el problema del otro, es decir, el malestar de la coexistencia. Desde esta perspectiva
freudiana, no existe una separación obvia entre lo individual y lo colectivo, al menos en los
términos en que esta separación se suele plantear. Es así que el planteamiento de Freud
no reivindica la psicología individual frente a la colectiva, sino que plantea las cosas de una
forma que además de cuestionar el concepto de lo colectivo pone en tela de juicio la
noción misma de lo individual. Freud resume sintéticamente los diversos tipos de
identificación en tres:
• La identificación como una forma primitiva de enlace afectivo;
• Como forma regresiva, sustituyendo a un enlace afectivo;
• Entre individuos entre los cuales no existe ningún tipo de enlace afectivo
significativo.
Ahora bien, lo que nos interesa destacar en nuestra reflexión es que, según Freud, la
naturaleza del vínculo existente entre los individuos que componen una sociedad,
independientemente del tamaño que ésta sea, el vínculo se describe como recíproco pues
se trata de una identificación basada en una comunidad afectiva tan amplia como difusa,
que en ocasiones se puede considerar prácticamente inexistente o, cuando existe, es más
bien un resultado de la identificación.
Cuando hablamos de identificación, nos estamos refiriendo a una forma de orientación
por parte de un sujeto, que trata de situarse, de introducir un orden en su mundo. El
proceso concreto mediante el cual un sujeto incorpora lo simbólico y encuentra en él una
serie de referencias estables, referencias que le permitirán localizarse como "yo" y tomar
la palabra haciéndose cargo de las consecuencias subjetivas que esto tiene. Necesito al
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otro para construir mi yo, pero al mismo tiempo la existencia del otro es vivida a veces
como una amenaza. Así como dice Freud, en el capítulo IX Una fase del yo: "Cada
individuo forma parte de varias masas; se halla ligado, por identificación, en muy diversos
sentidos, y ha construido su ideal del yo conforme a los más diferentes modelos. Participa
así de muchas almas colectivas: la de su raza, su clase social, su comunidad confesional, su
estado, y puede, además, elevarse hasta cierto grado de originalidad e independencia."
Es así que el asunto de la identificación presupone también un algo en común que nos
une. Ese algo en común se ha usado como fundamento para hablar de la comunidad, del
lazo social, etc. Y se ha pensado y creído que ese nexo o lazo social singular expresado a
través de un ideal de normas enunciables en donde se encontraría el bien a realizar. El
lazo social no existe, lo que hay en lugar de ese mito, lo que existe precisamente es su
fracaso, al igual que en el concepto de comunidad lo que existe es su fracaso. Los
conjuntos que están en juego cuando se trata de identificaciones simbólicas siempre
tienen alguna aspiración a lo universal. Pero para que esa aspiración a una especie de
universalidad tenga efecto, para que la inclusión en ella tenga algún valor para un
miembro potencial, ha de existir algún límite, tiene que quedar establecida la figura de
aquél o aquellos que no podrán incluirse, que serán excluidos. Y es así que existen
discursos que intentan crear ese lazo o que lo suponen o simplemente lo dan por hecho,
pero que como lo decíamos solo llevan al fracaso intentando normalizar o naturalizar
aquello que no es posible hacerlo. En todo caso, como dice Eric Laurent, “lo que hay son
discursos que no pueden universalizarse” (Laurent, 2011: p. 52). Y un ejemplo de ello es el
discurso del amo que se esfuerza en introducirnos en espacios de ciencia ficción, en los
cuales el lazo social se define por el delirio. Y en nuestro caso, el delirio, es el pensar que
hay un horizonte de salud mental posible. “En el progresismo que anima la civilización
que ahora no se define más en términos de un modo de organización social definible, el
lazo verdadero sería la salud mental para todos”. El síntoma no puede ser integrado en
ese discurso que intenta ser normalizador, o que trata de crear lazos inexistentes. Tal
como mencionábamos al inicio, se observan síntomas, y el síntoma no es una lengua
particular que intenta y que tiene como objetivo desaparecer en una lengua común.; es
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decir, que el síntoma al desplegarse permite escuchar lo que no entra en esa lengua
común por lo que el síntoma no puede inscribirse dentro de una psicopatología. El
síntoma es el costo que se tiene que pagar por el ingreso a la cultura, a la sociedad. En
palabras de Georges Canguilhem, aplicándolo a la salud y la enfermedad, él nos dice que
éstas no son dos modos que difieren esencialmente, como pudieron creerlo los médicos
antiguos y como todavía lo creen algunos prácticos. No hay que considerarlas como
principios distintos, entidades que se disputan el organismo vivo y que lo convierten en el
teatro de sus luchas. Esas son antiguallas médicas. En la realidad, sólo existen diferencias
de grado entre esas dos maneras de ser: la exageración, la desproporción, las desarmonías
de los fenómenos normales constituyen el estado enfermizo”.
Y podemos decir que desde la modernidad el mundo es menos estándar de como lo era
antes porque los instrumentos que permiten leerlo están más a la medida de cada uno,
están más desestandarizados. Así, el movimiento de globalización de la civilización
produce un efecto homogeneizante en cierto nivel imaginario, con modelos imaginarios
de comportamiento.
Dice Eduardo Subirats, filósofo neoyorquino, retomando en su reflexión y sus palabras, lo
que muchos en la actualidad perciben y buscan: “desvarío en un vacío en el que nada
tiene sentido. Finalmente busco sin esperanza el alivio de la serotonina. Disminuir la
sensibilidad. Diluir el deseo erótico. Obscurecer la memoria. Disolver la angustia en el
vacío”. Con esas palabras, Subirats, nos hace cuestionarnos acerca de lo que sucede: uno
de cuyos aspectos fundamentales es la de "felices consumidores", que constituye una
forma particularmente peligrosa de tratar la relación necesariamente difícil del sujeto con
su ideal. La trampa que supone el objeto de consumo, fácilmente asequible por un lado,
pero que por otro lado se convierte en una exigencia de más consumo y de más felicidad,
que a su vez vuelven a alejar el objetivo a alcanzar. La salud, de acuerdo a la definición de
la OMS, se refiere a un estado completo de bienestar psíquico, físico y social. De lo
anterior podemos deducir que la enfermedad es un malestar o una anomalía en
cualquiera de estos tres ámbitos o en los tres. Y consecuentemente, nos da a entender
que el signo por excelencia para calificar un estado patológico es el malestar o la ausencia
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de bienestar. Pero ello implica preguntarse y poner en tela de juicio si es saludable una
forma de estar en el mundo persiguiendo las formas de vida que son promovidas por los
estándares de una cultura de consumo.
Podemos traer la imagen de un acontecimiento griego para resumir nuestra reflexión: el
del rito del pharmakos.
La ciudad de Atenas, siempre previsora, mantenía a sus expensas, un cierto número de
desdichados para cierto tipo de sacrificios. Cuando una calamidad amenazaba a la ciudad,
epidemia, carestía, invasión extranjera, disensiones internas, siempre había un pharmakos
a disponibilidad de la colectividad. El rito era la repetición de un primer linchamiento
espontáneo que devolvió el orden a la comunidad. La víctima, así, aparece como una
mancha que contamina todas las cosas de su entorno. En el pharmakos se veía a un
personaje lamentable y despreciable. Pero no hay que olvidad, por otro lado que la
palabra pharmakos significa, en griego, al mismo tiempo veneno y también antídoto; el
mal y el remedio. Por lo tanto, toda aquella sustancia capaz de ejercer una acción
favorable o desfavorable según los casos, las circunstancias y las dosis utilizadas. Es por
ello que el pharmakos es la droga cuyo manejo deben dejar los hombres normales a
aquellos que gozan de conocimientos excepcionales: sacerdotes, magos, chamanes y
médicos.
Ante estos elementos, no acabados ni totales, de reflexión que nos permiten iniciar un
diálogo pasemos a ello.
Arturo Chávez Flores.