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NARRACIONES SOLARIS

El encargo del viejo Hayyam

MUESTRA EDIT

ORIAL

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PARA ENTENDER:

las representaciones gráfi cas

Víctor Rotger i Cerdà

EDICIONES OCTAEDRO

El encargo delviejo Hayyam

MUESTRA EDIT

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las representaciones gráfi cas

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Llas representaciones gráfi cas

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Colección Solaris, núm. 14

Primera edición en catalán:L’encàrrec del vell Hayyam,

Eumo Editorial, 2002

Traducción al castellano: Manuel León Urrutia

Primera edición: marzo de 2011

© Víctor Rotger i Cerdà

© De esta edición:Editorial OCTAEDRO, S.L.

C/ Bailén, 5 - 08010 BarcelonaTel.: 93 246 40 02 - Fax: 93 231 18 68

http: www.octaedro.come-mail: [email protected]

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación

pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada

con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista

por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos

Reprográfi cos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear

algún fragmento de esta obra.

ISBN: 978-84-9921-154-1Depósito legal: B. 10.741-2011

© De las ilustraciones de interior y cubierta: Maria Vidal

Impresión: Liberdúplex, S.L.

Impreso en EspañaPrinted in Spain

MUESTRA http: www.octaedro.com

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L© De esta edición:

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Editorial OCTAEDRO, S.L.

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CAPÍTULO 1

Hoy hace tres días que Rachid emprendió su viaje. Enco-gido en el último asiento del autobús, todavía no ha teni-do tiempo de asimilar los motivos que le han traído hasta aquí, pero ahora ya se acerca a su destino: a lo lejos, fl o-tando en medio de un cielo nítido que empieza a clarear, se puede ver la nube negra bajo la que se esconde la ciu-dad de Marrakech. Se frota los ojos con los nudillos de los dedos para asegurarse de que no se trata de un espejismo y una punzada de nervios e incertidumbre le atraviesa el pecho por un instante. Abatido por el cansancio y con los ojos vidriosos de sueño, mira fi jamente la carretera a tra-vés de la ventana con la mirada perdida. Ha amanecido. El paisaje yermo y seco, casi lunar, pasa por delante de él a toda velocidad como una película muda que se repite una y otra vez monótonamente. Al fondo, la misma por-ción de tierra, agrietada y solitaria, se extiende indefi ni-damente en la penumbra desde que subió a este autobús. De tanto en tanto, un hombre diminuto que trabaja la tierra aparece y desaparece como un fantasma, sin que los pocos pasajeros que aún están despiertos tengan tiem-po de preguntarse de qué rincón del desierto puede haber salido.

Con tantas horas en el maldito autobús las piernas ya no le responden. Cierra los ojos y da unas cabezadas con-

MUESTRA dad de Marrakech. Se frota los ojos con los nudillos de los

MUESTRA dad de Marrakech. Se frota los ojos con los nudillos de los dedos para asegurarse de que no se trata de un espejismo

MUESTRA dedos para asegurarse de que no se trata de un espejismo

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ojos vidriosos de sueño, mira fi jamente la carretera a tra-vés de la ventana con la mirada perdida. Ha amanecido.

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El paisaje yermo y seco, casi lunar, pasa por delante de él MUESTRA

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LHoy hace tres días que Rachid emprendió su viaje. Enco-gido en el último asiento del autobús, todavía no ha teni-

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tra el respaldo del asiento, pero no consigue coger el sueño. Sólo hace tres días que viaja pero le parece una eternidad. La gente, medio adormilada, se revuelve en los asientos o encima de los bultos amontonados en el pasillo, buscando una postura que no acaban de encontrar. Reina un pesado silencio que sólo rompe de vez en cuando alguna criatura o los ronquidos de alguien. No cabe ni un alfi ler. Familias en-teras viajan desde el sur hacia Marrakech y cualquiera po-dría pensar que lo hacen con toda la casa encima: maletas abarrotadas de ropa, sacos con legumbres y especias, cestos de mimbre llenos de ollas y cazuelas… Incluso, debajo de al-gún asiento, ha podido ver ¡unas gallinas enjauladas!

Desvelado, Rachid mastica unos dátiles y vuelve a pensar en Imilchil, donde comenzó el largo trayecto que lo traería hasta aquí. Constantemente, como una obse-sión, se le aparece la imagen del viejo Hayyam aquella tarde extraña que no se puede quitar de la cabeza. El pueblo de Imilchil está en la cordillera del Atlas, una re-gión dura donde los habitantes de los pequeños poblados y las tribus nómadas han aprendido a vivir en condicio-nes difíciles. Como Rachid. El único hombre de todo el pueblo que no madruga cada día para ordeñar las cabras es el viejo Hayyam. Hace muchos años que llegó al pue-blo pero nadie ha intercambiado nunca más de dos pa-labras seguidas con él y, por lo tanto, cualquier historia de las que circulan sobre su persona no deja de ser puro chismorreo. Se comenta que pasa las noches en blanco con sus libros de astronomía y de historia, estudiando, a veces ciencias prohibidas. El cartero se tiene que desviar regularmente a Imilchil por caminos tortuosos y cuenta que el viejo Hayyam recibe cartas de matemáticos de la India, de Turquía, de Francia…, de todo el mundo. Dicen que su manía más peculiar es el coleccionismo. Reúne se-llos, mariposas, instrumentos de medida de todo tipo y, lo que es más curioso: colecciona gráfi cos matemáticos. ¡Gráfi cos! Tiene todo un archivo con tablas, diagramas,

MUESTRA gión dura donde los habitantes de los pequeños poblados

MUESTRA gión dura donde los habitantes de los pequeños poblados

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MUESTRA pueblo que no madruga cada día para ordeñar las cabras es el viejo Hayyam. Hace muchos años que llegó al pue-

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dibujos sinuosos, continuos, a trozos… Algunos parecen cenefas, otros crecen indefi nidamente y los hay llenos de puntas y de agujeros. Y todos, llenos de anotaciones que el viejo Hayyam debió garabatear algún día con una le-tra ilegible. Precisamente estos gráfi cos son los culpables del viaje de Rachid.

Por las tardes, a la salida de la mezquita, los vecinos no pueden pasar sin hacer un comentario sobre el carác-ter peculiar del viejo Hayyam, escandalizados porque no tiene la decencia de atender las plegarias. ¡Ni siquiera los viernes de Ramadán acude a la llamada del almuecín! Pero, inexplicablemente, todos le tienen un gran respeto. Nadie sabe de dónde es, pero los domingos en el mercado de Agoudal todo el mundo especula sobre su origen y los motivos que debieron hacer que llegara a un pueblo tan remoto como Imilchil. Que no es de la región es algo se-guro, porque no se le ha oído nunca hablar bereber. Pero, en cambio, su árabe es perfecto, aunque tiene un acento ligeramente distinto al de los vendedores ambulantes que se acercan a las montañas procedentes de las ciudades de Tinerhir y Ouarzazate. Sólo se sabe con certeza que llegó inesperadamente al pueblo hace muchos años. Alguien debió recogerlo en mula en algún camino. Se presentó como Umar Al-Hayyam y dijo que venía del otro lado del Atlas, pero no precisó más. Habló con el imán y el resto de gente de peso del pueblo y le ofrecieron una casa en las afueras, una construcción de ladrillos de barro ama-sado con paja que estaba deshabitada, en la que vive des-de entonces.

Una tarde, la noche antes de partir a Marrakech, Ra-chid enfi laba uno de los senderos hacia Imilchil cargado con cubos de agua de los pozos de las montañas cuando, de pronto, oyó unos gritos procedentes de la casa del viejo Hayyam que lo dejaron helado: «¡Por todos los dioses y demonios de la tierra! ¡Esto está maldito! ¡Es incomprensi-ble, no tiene ningún sentido!».

MUESTRA ligeramente distinto al de los vendedores ambulantes que

MUESTRA ligeramente distinto al de los vendedores ambulantes que

MUESTRA se acercan a las montañas procedentes de las ciudades de

MUESTRA se acercan a las montañas procedentes de las ciudades de Tinerhir y Ouarzazate. Sólo se sabe con certeza que llegó

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debió recogerlo en mula en algún camino. Se presentó

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como Umar Al-Hayyam y dijo que venía del otro lado del

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como Umar Al-Hayyam y dijo que venía del otro lado del Atlas, pero no precisó más. Habló con el imán y el resto MUESTRA

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En silencio, Rachid se acercó a la casa y distinguió la silueta del viejo Hayyam enmarcada en la ventana.

Aquella casa le había atraído siempre como un imán. Cada vez que se acercaba contenía la respiración invo-luntariamente y pasaba de largo sin poder evitar mirarla de reojo. Pero aquella vez, el viejo se dio cuenta de su pre-sencia. Espantado, Rachid se agachó para dejar los cu-bos en el suelo mientras notaba la mirada del viejo fi ja sobre él. Le pareció que, con un gesto casi imperceptible, le hacía señas con la mano para que se acercara. Atur-dido, no sabía cómo reaccionar, pero ante la insistencia del gesto decidió acercarse y golpear levemente la puerta. En el acto, el viejo Hayyam la abrió y su cuerpo se inter-puso entre la luz del interior y la oscuridad de la calle. Lo miró de arriba abajo como para comprobar que no esta-ba equivocado y le dijo, secamente:

—¿Malik Zenata?Era la primera vez que oía su voz.—¿Malik? No, se equivoca —lo corrigió tímidamen-

te—. Mi nombre es Rachid.—Eso quería decir —asintió el viejo—. El domingo, en

el mercado de Agoudal, escuché que mañana te vas a Marrakech.

—Sí —respondió Rachid.—Y oí decir que tienes previsto volver al cabo de diez

días.—Sí —volvió a decir Rachid—. No tengo presupuesto

para más tiempo.—Si no entendí mal, tienes que ir a comprar alfom-

bras nuevas para la mezquita —continuó interrogando el viejo Hayyam.

—No es del todo así —respondió Rachid avergonzado y balbuceando en su árabe poco fl uido. No estaba acos-tumbrado a hablar en una lengua que no fuera el bere-ber—. Las cabras de nuestros rebaños tienen una peste y ninguna de las vacunas de los vendedores que llegan de

MUESTRA —¿Malik? No, se equivoca —lo corrigió tímidamen-

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el mercado de Agoudal, escuché que mañana te vas a

MUESTRA el mercado de Agoudal, escuché que mañana te vas a

—Sí —respondió Rachid.

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—Sí —respondió Rachid.—Y oí decir que tienes previsto volver al cabo de diez MUESTRA

—Y oí decir que tienes previsto volver al cabo de diez

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Ldel gesto decidió acercarse y golpear levemente la puerta.

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Ldel gesto decidió acercarse y golpear levemente la puerta. En el acto, el viejo Hayyam la abrió y su cuerpo se inter-

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Lmiró de arriba abajo como para comprobar que no esta-ba equivocado y le dijo, secamente:

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las ciudades del sur hacen efecto. Dicen que Marrakech es el único sitio donde se puede encontrar el remedio adecuado.

Levantó los ojos. El viejo Hayyam lo observava en si-lencio, expectante. Tenía la barba canosa y mal recorta-da, y bajo los ojos se le formaban unas hondas ojeras de piel oscura y arrugada.

—Se ha corrido la voz de que salgo hacia Marrakech y todo el mundo aprovecha para encargarme algo. Prime-ro fue el imán, que vino a pedirme unas alfombras para la mezquita. Y entonces el matarife de Agoudal se enteró por su mujer y preguntó si podía traer también unos cu-chillos afi lados nuevos. Dentro de poco se celebra el Laid al-Kbir y tenemos que sacrifi car a los corderos. Y por si eso no fuera sufi ciente, el maestro me encargó un dicciona-rio árabe-francés ilustrado y mi madre y sus vecinas, kohl del Rif y pintalabios europeos para maquillarse.

El viejo Hayyam meditó unos segundos como si estu-viera sopesando algo. Rachid se sentía confuso, no sabía qué quería de él y tenía la desagradable sensación de ha-ber hablado demasiado.

—Te ruego que entres un momento. No te entretendré mucho —le dijo el viejo Hayyam fi nalmente, mientras le hacía entrar.

Al contrario de lo que se hubiera imaginado nunca, el habitáculo del viejo Hayyam era un desbarajuste. Estaba escasamente iluminado y la vista se perdía en el mar de objetos que llenaban la estancia a reventar. Las paredes estaban cubiertas de estanterías llenas de libros, cuadros y archivadores que llegaban hasta el techo. Arrinconada en una pared, había una mesa de madera de roble llena de papeles desparramados por encima y cajones a medio abrir.

—Sólo te puedo ofrecer un té —dijo el viejo.Rachid asintió con la cabeza y el viejo Hayyam se

dirigió a un rincón donde tenía unos fogones. Mientras

MUESTRA viera sopesando algo. Rachid se sentía confuso, no sabía

MUESTRA viera sopesando algo. Rachid se sentía confuso, no sabía

MUESTRA qué quería de él y tenía la desagradable sensación de ha-

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—Te ruego que entres un momento. No te entretendré

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del Rif y pintalabios europeos para maquillarse.El viejo Hayyam meditó unos segundos como si estu-EDIT

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tanto, Rachid observaba boquiabierto lo que le rodeaba. A su lado, sobre los estantes, los títulos de los tomos se sucedían uno al lado del otro, la mayoría en árabe pero también en alfabetos que él no conocía. Habría dado cualquier cosa por llevarse a casa uno de aquellos volú-menes y poder hojearlo con tranquilidad. Entre los libros se acumulaban toda clase de objetos viejos cubiertos por una capa de polvo: un mapa de estrellas giratorio, un extraño candelabro de nueve velas, una especie de ter-mómetro con unas válvulas esféricas… Pero lo que más le llamó la atención fue una lámina sin enmarcar que había al fondo de uno de los anaqueles. Era el retrato de una mujer de cabellos blancos, aunque no parecía muy vieja. Atada al cuello le colgaba una estrella minúscula que casi no se distinguía y tenía una mirada muy limpia y clara. Habría jurado que lo miraba, como si le quisiera dar algo. Nervioso, desvió la mirada y comprobó que el viejo Hayyam seguía de espaldas y estaba poniendo el agua al fuego. Se movía con movimientos lentos y pesa-dos. Rachid esperaba de pie y no sabía dónde colocarse. De pronto, se fi jó en que en una de las paredes había pe-gado un papel amarillento. Inconscientemente se acercó a él. Era una especie de gráfi co inusual: unas nubes de puntos gruesos dibujados se dispersaban por el papel sin ningún tipo de explicación.

—¿Te interesan las representaciones gráfi cas? —resonó de golpe la voz grave del viejo detrás de él.

—¿Los gráfi cos? Sí, claro —respondió Rachid sobresal-tado—. ¿Qué signifi ca éste? —preguntó.

El viejo acercó la luz de una lámpara a la pared e hizo una mueca con los ojos para fi jar la mirada.

—¿Éste? Un momento… necesito las gafas.Se sacó unas gafas de la chilaba y se las ajustó a la na-

riz. Dudó unos segundos y fi nalmente señaló con el dedo unas cifras escritas en una de las esquinas del gráfi co.

—Éste corresponde al año 1380 —dijo, pensativo.

MUESTRA agua al fuego. Se movía con movimientos lentos y pesa-

MUESTRA agua al fuego. Se movía con movimientos lentos y pesa-

MUESTRA dos. Rachid esperaba de pie y no sabía dónde colocarse.

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jó en que en una de las paredes había pe-

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gado un papel amarillento. Inconscientemente se acercó

MUESTRA gado un papel amarillento. Inconscientemente se acercó a él. Era una especie de gráfi

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puntos gruesos dibujados se dispersaban por el papel sin

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puntos gruesos dibujados se dispersaban por el papel sin ningún tipo de explicación.MUESTRA

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Lhabía al fondo de uno de los anaqueles. Era el retrato de una mujer de cabellos blancos, aunque no parecía muy

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Luna mujer de cabellos blancos, aunque no parecía muy vieja. Atada al cuello le colgaba una estrella minúscula

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Lvieja. Atada al cuello le colgaba una estrella minúscula que casi no se distinguía y tenía una mirada muy limpia

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Lque casi no se distinguía y tenía una mirada muy limpia y clara. Habría jurado que lo miraba, como si le quisiera

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viejo Hayyam seguía de espaldas y estaba poniendo el agua al fuego. Se movía con movimientos lentos y pesa-EDIT

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«Éste soy yo, que vivo solo en esta casa a la entrada del pueblo.»

—¿El año 1380? —repitió Rachid, extrañado.—Me refi ero al año 1380 del calendario musulmán,

claro, que más o menos debe de ser el año 1960 en el calendario de los cristianos —puntualizó el viejo Hay-yam—. Déjame echar una ojeada a las anotaciones que dejé escritas, parece mentira, lo he olvidado completa-mente todo. —Con mucho cuidado, el viejo leyó los ga-rabatos que había al pie del gráfi co—. Mmm… Claro, ahora lo recuerdo, esto es un mapa del pueblo de aque-lla época. ¿Cómo lo diría…? Una especie de censo de las familias que vivían en Imilchil, ¿entiendes lo que quiero decir? —preguntó el viejo mientras le dirigía una rápida ojeada para convencerse de que el chico estaba escuchan-do. Rachid puso la cara más impasible que supo, aunque aquellas nubes de puntos todavía le resultaban incom-prensibles. Entonces el viejo señaló con el dedo un punto solitario que estaba aislado del resto y dijo:

—Éste soy yo, que vivo solo en esta casa a la entrada del pueblo.

—¿Y este grupo tan grande de puntos? —preguntó Ra-chid señalando la nube del centro.

MUESTRA calendario de los cristianos —puntualizó el viejo Hay-

MUESTRA calendario de los cristianos —puntualizó el viejo Hay-yam—. Déjame echar una ojeada a las anotaciones que

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MUESTRA dejé escritas, parece mentira, lo he olvidado completa-

MUESTRA mente todo. —Con mucho cuidado, el viejo leyó los ga-

MUESTRA mente todo. —Con mucho cuidado, el viejo leyó los ga-rabatos que había al pie del gráfi

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rabatos que había al pie del gráfiahora lo recuerdo, esto es un mapa del pueblo de aque-

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ahora lo recuerdo, esto es un mapa del pueblo de aque-lla época. ¿Cómo lo diría…? Una especie de censo de las MUESTRA

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L«Éste soy yo, que vivo solo en esta casa a la entrada del pueblo.»

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—¿El año 1380? —repitió Rachid, extrañado.

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—¿El año 1380? —repitió Rachid, extrañado.—Me refi ero al año 1380 del calendario musulmán,

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—Me refi ero al año 1380 del calendario musulmán, claro, que más o menos debe de ser el año 1960 en el EDIT

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—Es la casa de Ibn Malmuda.Rachid lo miró un momento y dijo:—¡Pero Ibn Malmuda tiene trece hijos y aquí sólo hay

diez puntos!—En aquel tiempo los pequeños Malmuda todavía

no habían nacido todos —respondió el viejo Hayyam se-rio—. Te enseñaré los gráfi cos de años posteriores. Espera un momento —dijo mientras revolvía los papeles que se hallaban sobre una cajonera—. ¿Dónde demonios he de-jado la llave? ¡Últimamente no sé dónde tengo la cabeza! —revolvió por encima de la mesa y, fi nalmente, una llave pequeña y oxidada apareció entre las hojas de un libro y el viejo pudo abrir uno de los cajones. Extrajo un grueso pliego de gráfi cos y los puso bajo la luz de la lámpara—. Ahora verás que en los gráfi cos de los otros años, en casa de Ibn Malmuda cada año vive más gente. Mira, éste se-guramente es el último gráfi co que hice. Es del año 1382 de nuestro calendario.

—¡Ese es el año que nació Akhim, mi hermano! —ex-clamó Rachid.

—Efectivamente. Y al lado del punto solitario que me representa a mí está vuestra casa —respondió el viejo—. ¿Lo ves?, Akhim es este punto que antes no estaba.

«¿Lo ves?, Akhim es este punto que antes no estaba.»

MUESTRA —¡Ese es el año que nació Akhim, mi hermano! —ex-

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—Efectivamente. Y al lado del punto solitario que me

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¿Lo ves?, Akhim es este punto que antes no estaba.

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de Ibn Malmuda cada año vive más gente. Mira, éste se- co que hice. Es del año 1382

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—¡Ese es el año que nació Akhim, mi hermano! —ex-EDITORIA

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Rachid no se lo podía creer. Desde que llegó, mientras los vecinos se deshacían chismorreando sobre él, el viejo Hayyam había anotado y representado la evolución del pueblo a lo largo de todos aquellos años. Todo junto era un archivo de más de cien gráfi cos, uno por cada luna nueva del año. En aquellas hojas estaba la historia de Imilchil, los nacimientos, las muertes, los recién llega-dos…, y todo lo había hecho en silencio, sin que nadie en el pueblo lo supiera. De repente, al viejo le cambió la expresión de la cara. Bruscamente, como si pensara que ya había sido bastante, volvió a guardar aquel pliego de archivos mustios.

—Pero no te he llamado para eso —dijo con grave-dad—. Te he hecho venir porque yo también tengo que encargarte algo de Marrakech.

Respiró profundamente y continuó.»Es a la vez un deber que tengo yo mismo con alguien

desde hace mucho tiempo, doce años exactamente, pero que no he llegado a cumplir porque cada año que pasa Marrakech está más y más lejos, demasiado lejos para mí. Y ahora, tengo miedo de que sea demasiado tarde. —Hizo una larga pausa y añadió—: Sea como sea, antes de de-positar mi confi anza en ti he de contar con tu discreción.

Al decir eso clavó los ojos en los de Rachid, que asintió con un nudo en la garganta.

»Sólo restan tres semanas para la próxima luna nueva y antes de que acabe el mes de zàfar necesito recuperar una botella de cristal, una pieza peculiar y poco usual. Aunque no tiene mucho valor económico, tiene un gran valor sentimental para su propietario. Te estaría profun-damente agradecido si fueses capaz de encontrarla para poder hacerla llegar a las manos que corresponde.

Rachid, extrañado, arrugó la frente. Antes de tener tiempo para preguntarle cómo podía encontrar lo que le pedía, el viejo Hayyam se le adelantó:

»En todo lo que te digo, sólo hay una difi cultad. —Tra-

MUESTRA que no he llegado a cumplir porque cada año que pasa

MUESTRA que no he llegado a cumplir porque cada año que pasa Marrakech está más y más lejos, demasiado lejos para mí.

MUESTRA Marrakech está más y más lejos, demasiado lejos para mí. Y ahora, tengo miedo de que sea demasiado tarde. —Hizo

MUESTRA Y ahora, tengo miedo de que sea demasiado tarde. —Hizo

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MUESTRA una larga pausa y añadió—: Sea como sea, antes de de-positar mi confi anza en ti he de contar con tu discreción.

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positar mi confi anza en ti he de contar con tu discreción.Al decir eso clavó los ojos en los de Rachid, que asintió

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Al decir eso clavó los ojos en los de Rachid, que asintió con un nudo en la garganta.MUESTRA

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gó saliva para darse tiempo a medir las palabras y dijo—: Según mis últimas noticias, el taller de cristal donde se almacenaba antiguamente esta pieza cerró y se trasladó a otra dirección que nunca he llegado a conocer. Si no se ha perdido, la botella debe de estar ahora cubierta de polvo en algún almacén de Marrakech. Desgraciadamen-te, de este recipiente de cristal sólo tengo una descripción que es… cómo lo diría…, muy poco corriente.

Al decir esto, se desabrochó lentamente el botón de un bolsillo de la chilaba y sacó una hoja cuidadosamente doblada. La desplegó con cuidado y le mostró un gráfi co, el grafi co que se iba a convertir en la quimera de su viaje y que ahora, en el autobús, él mismo guardaba celosa-mente en el pecho.

—Pero ¿qué significa este gráfico? —preguntó Ra-chid—. ¿Qué relación tiene con la botella de cristal?

—¡Eso mismo es lo que me pregunto yo y no me deja pe-gar ojo desde hace noches! —se encendió súbitamente el

«…de este recipiente de cristal sólo tengo una descripciónque es… cómo lo diría…, muy poco corriente.»

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viejo—. He revuelto y revisado todos los papeles de mis archivos y he llegado a la conclusión de que este gráfi -co sólo puede corresponder al recipiente del que te ha-blo —continuó el viejo Hayyam—. ¡Pero debe tener una maldición del mismo Alá! —exclamó enfurecido—. ¡Está completamente ilegible! A lo largo de los años las ano-taciones que dejé escritas al pie de los ejes prácticamen-te se han borrado y son indescifrables, no dan ningún indicio sobre el signifi cado —añadió fuera de sí—. Estas pendientes tan pronunciadas, estas curvas repentinas… ¡no tienen ningún sentido! Por más que me esfuerzo, soy incapaz de recordar qué demonios tienen que ver con la descripción de la forma de una botella. No sé qué ideas estrambóticas me debieron pasar por la cabeza en aquel momento, pero estoy convencido de que deben tener una explicación muy sencilla.

Rachid, consternado, no sabía qué decir.—Sea como sea —continuó el viejo—, si consigues des-

cifrar este intríngulis, entonces no tendrás ninguna difi -cultad para encontrar la pieza que debes recuperar: Ma-rrakech es una ciudad pequeña donde todos los tenderos y artesanos se conocen.

Rachid, con mucho cuidado, cogió el gráfi co que el vie-jo le mostraba bajo la luz. Las manos le temblaban lige-ramente y el corazón le latía más deprisa que de costum-bre. Las observaciones escritas al pie de los ejes parecían efectivamente incomprensibles. La letra estaba apretada, descuidada, y la tinta se había borrado en muchos de los fragmentos. Y, además, una difi cultad añadida para Ra-chid era que el texto estaba escrito en árabe.

—¡No te esfuerces en entenderlo! —gritó el viejo—. Lo he repasado palabra por palabra y, aparte de la fecha, sólo hay algunos nombres que se pueden descifrar pero no dan ninguna información sustancial.

Aun así, Rachid acercó la hoja a la lámpara y la es-tudió con atención. La cabeza le hervía. Mientras tan-

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MUESTRA cifrar este intríngulis, entonces no tendrás ninguna dificultad para encontrar la pieza que debes recuperar: Ma-

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to, el viejo Hayyam no se podía estar quieto. Sacudió la cabeza enérgicamente y se dirigió otra vez a los fogones donde empezaba a humear el té. De espaldas a Rachid, preguntó:

—¿Me has dicho antes que querías el té con mucho azúcar?

—Sí. —El chico no apartaba los ojos del gráfi co. Afi nó la mirada. Entre el embrollo de palabras que se amon-tonaban en las anotaciones parecía que se podía distin-guir algo—. Perdóneme —dijo—, pero aquí hay una pala-bra… parece que se puede leer una palabra…

—¡Te repito que no hay nada que hacer! —gritó el vie-jo todavía de espaldas y con dos vasos de té en las ma-nos—. ¡Olvídalo!

—Pero ¿no podría ser que aquí se leyera el nombre de Buza… o Buzi?

No había acabado de decirlo cuando un ruido estri-dente de rotura de cristales llenó toda la sala. Asustado, levantó los ojos y el viejo Hayyam, que seguía de espal-das y completamente petrifi cado, se dio la vuelta muy lentamente, en silencio. Los vasos se esparcieron hechos añicos por el suelo y un líquido oscuro se abría paso entre los trocitos de cristal sobre la alfombra. Los ojos del viejo, de un verde claro intenso que Rachid pensó que no olvi-daría nunca, lo miraban fi jamente.

—¿Cómo sabes ese nombre? —le preguntó fi nalmente.A Rachid le temblaba la voz.—Aseguraría que está escrito aquí —contestó sobrepo-

niéndose del susto.El viejo Hayyam aún tardó unos segundos en reaccio-

nar y después dijo, tenso:—Te ruego que me disculpes. Hacía mucho tiempo que

no oía pronunciar ese nombre en voz alta.Hizo una pausa y bajó los ojos en dirección a los cris-

tales rotos. Rachid estaba perplejo y el viejo parecía com-pletamente trastornado.

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—Precisamente… Buzi es el nombre de la persona con la que me comprometí hace doce años a recuperar la bo-tella —dijo al fi n.

—Pero… ¿todavía está en Marrakech? —se atrevió a preguntar Rachid—. Quizás podría intentar encontrarlo.

—Desgraciadamente, no. Hace doce años que también decidió marcharse precipitadamente de la ciudad —res-pondió el viejo secamente—. Pero ahora, por favor, te ruego que me dejes. Toma estas monedas, no te puedo dar más, pero creo que es sufi ciente. Espero con impacien-cia noticias tuyas antes de diez días.

Aturdido, Rachid tuvo que morderse la lengua para no preguntarle nada más sobre aquel misterioso personaje llamado Buzi o el lugar al que había emigrado, y salió de casa del viejo Hayyam pensando que aquella noche no podría dormir.

podría dormir.

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ÍNDICE

CAPÍTULO 1 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7

CAPÍTULO 2 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 20

CAPÍTULO 3 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24

CAPÍTULO 4 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29

CAPÍTULO 5 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 40

CAPÍTULO 6 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 52

CAPÍTULO 7 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61

CAPÍTULO 8 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67

CAPÍTULO 9 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 84

CAPÍTULO 10 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103

CAPÍTULO 11 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 116MUESTRA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

MUESTRA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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CAPÍTULO 10MUESTRA

CAPÍTULO 10 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . MUESTRA

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