el coleccionista de basura - harriet garcía de vicuña y gortázar

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» í García de Vicuña-Gortázar, H. "El coleccionista de la basura", en Espinosa J. y Yurén, T. [Coord.] Ciudadanía, agencia y emancipación. Diálogo entre disciplinas. Juan Pablos Editor: México, 2015. pp. 225-244. EL COLECCIONISTA DE BASURA* Harriet García de Vicuña Gortázar TRABAJO, RUINAS, BASURA Las posibilidades de emancipación de la clase trabajadora de la realidad de explotación a la que conduce el modo de producción capitalista es uno de los problemas que ha recorrido la reflexión de la izquierda a lo largo del siglo XX. Uno de los pensadores que más trabajó sobre este particular fue Walter Benjamin, particularmen- te en una crítica que elabora en sus Tesis sobre la historia. La crítica de Benjamin se centra en el discurso de !a izquierda 9^' alemana decimonónica que eleva al progreso técnico a categoría de "fuerza emancipadora", independiente y necesaria. El discurso criticado por el filósofo alemán trata de convencer a las masas tra- bajadoras de que la obediencia a las necesidades del progreso técnico es acción suficiente para lograr la liberación de sus descen- dientes. El trabajo disciplinado por la "necesidad" de aumento de la producción logra, en algún momento del futuro, los medios de sub- sistencia necesarios para liberar a los trabajadores de la precarie- dad de la existencia. En este sentido, más es mejor. Benjamin considera que el progreso encierra una paradoja y que el verdadero prcíblema no es éste, El discurso que defiende el progreso y su capacidad productiva se olvida del destino de aque- llo producido. Que el trabajador no pueda disponer de aquello que produce es la razón por la que la mejora de los medios de producción genera retroceso social. Cuanto más se produce, menos disponen los trabajadores de lo que producen. Al problema anterior hay que añadir que el progreso es una fuerza destructiva que convierte en ruinas inservibles todo aque- * Agradezco a mis amigos y compañeros Agustín Rivero y Rodrigo Mier los atinados comentarios y las estimulantes sugerencias. A ellos dedico este texto, [225]

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posmodernidad, basura, coleccionar.

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Page 1: El Coleccionista de Basura - Harriet García de Vicuña y Gortázar

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García de Vicuña-Gortázar, H. "El coleccionista de la basura", en Espinosa J. y Yurén, T. [Coord.] Ciudadanía, agencia y emancipación. Diálogo entre disciplinas. Juan Pablos Editor: México, 2015. pp. 225-244.

E L C O L E C C I O N I S T A D E B A S U R A *

Harriet García de Vicuña Gortázar

TRABAJO, RUINAS, BASURA

Las posibilidades de emancipación de la clase trabajadora de la realidad de explotación a la que conduce el modo de producción capitalista es uno de los problemas que ha recorrido la reflexión de la izquierda a lo largo del siglo XX. Uno de los pensadores que más trabajó sobre este particular fue Walter Benjamin, particularmen­te en una crítica que elabora en sus Tesis sobre la historia.

La crítica de Benjamin se centra en el discurso de !a izquierda 9^' alemana decimonónica que eleva al progreso técnico a categoría de "fuerza emancipadora", independiente y necesaria. El discurso criticado por el filósofo alemán trata de convencer a las masas tra­bajadoras de que la obediencia a las necesidades del progreso técnico es acción suficiente para lograr la liberación de sus descen­dientes. El trabajo disciplinado por la "necesidad" de aumento de la producción logra, en algún momento del futuro, los medios de sub­sistencia necesarios para liberar a los trabajadores de la precarie­dad de la existencia. En este sentido, más es mejor.

Benjamin considera que el progreso encierra una paradoja y que el verdadero prcíblema no es éste, El discurso que defiende el progreso y su capacidad productiva se olvida del destino de aque­llo producido. Que el trabajador no pueda disponer de aquello que produce es la razón por la que la mejora de los medios de producción genera retroceso social. Cuanto más se produce, menos disponen los trabajadores de lo que producen.

Al problema anterior hay que añadir que el progreso es una fuerza destructiva que convierte en ruinas inservibles todo aque-

* Agradezco a mis amigos y compañeros Agustín Rivero y Rodrigo Mier los atinados comentarios y las estimulantes sugerencias. A ellos dedico este texto,

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lio tiLie alguna vez tuvo \'aíor. Los antiguos monumemtos culturales que así)mbran al mundo caen destrozados por la fuerza del hu­racán del progreso, y las nuevas mercancías tampoco salen indem­nes de su acción. El aumento de la producción genera a su paso un gran montón de ruinas.

Las ruinas y la imposibil idad del uso de lo producido son las preocupaciones del bedinés que se retoman en este escrito, las que le permiten criticar la disciplina industrial y la relación, supuesta­mente ob\ja. con los escombros del progreso. Benjamin. al hacer aparecer a! hcjrrorizado ángel de la historia, exige una nueva ma­nera de acercarse a las ruinas del progreso; reivindicar a los explo­tados y usar las ruinas en contraposición al olvido de los muertos y a la celebración del poder destructivo del progreso.

El texto retoma las ideas anteriores y las usa críticamente para pensar una actualidad en la que los efectos destructivos del pro­greso, los montones de ruinas, se nos presentan como un fétido vertedero lleno de basura. El terror y la incomprensión que gene­ra un mundo percibido como un basurero es señal del indeseable contrasentido del actual sistema de intercambio mercantil: al acto de consumir le sigue el acto de desechar.

Kl consumo implica la generación de una gran cantidad de desecho, lo qLie es perturbador. La basura se percibe como una amenaza, v la incomodidad y el miedo c]ue ocasiona se combate con nuevos procesos que implican más tiempo de faena: hay que trabajar para eliminar la basura.

Poner a discusión los nuevos procesos productivos relacionados con esta percepción, parlicularnienle el reciclaje y el reaprovecha­miento del desecho, es el objetivo del presente texto. Considerar las anteriores como las únicas posibilidades de relación con la ba­sura es lo que ,se trata de criticar aquí. La pregunta que guía la re­flexión, la cual se le debe a Benjamin, es la siguiente: ¿es posible hacerle justicia a la basLira?

G E N I O S TRABAJANDO

En la séptima de sus 'Jesis sobre la historia, Walter Benjamin nos sorprende con una tajante afirmación: "no hay documento de cul-

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tura que no sea a la vez un documento de barbarie" (Benjamin, 2008:23). La provocativa .sentencia se contrapone a esa sensibilidad que nos exige admirar y venerar las grandes obras del pasado. El genio humano desplegado a lo largo de la historia, se nos ha ense­ñado, nos interpela y define.

El respeto y la admiración que profesamos a los grandes crea­dores olvida, de manera inadmisible para el pensador berlinés, que todas las obras excepcionales no son sólo producto del genio y el esfuerzo de los grandes hombres c|ue las realizaron, sino que también son, en una gran medida, consecuencia de la "servidum­bre anónima de sus contemporáneos" {Benjamín, 2008:23).

Las olvidadas masas que trabajaron por el bien de los genios que la historia ha con.sagrado exigen que .se les haga ju.sticia, exi­gen un nuevo t ipo de historiador: un historiador materialista que haga suya la tarea de "cepillar la hi.storia a contrapelo" (Benjamín, 2008:23) y la^le reivindicar el trabajo que los explotados aporta­ron a la fabricación de las creaciones culturales.

Reflexionemos brevemente sobre la importancia de la explo­tación para la cultura con el análisis que Aristóteles hace sobre la relación entre el trabajo y el ocio.

Afirma el estagirita que es necesario el ocio para L J U C el genio humano se despliegue adecuadamente. Como ejemplo, mencio­na que "las artes matemáticas se [constitu>'cron| por primera \'ez en Egipto, ya que allí la casta de sacerdotes gozaba de ocio" (Aristó­teles, 2003:981b).

El tiempo de ocio que permitió a los sacerdotes egipcios dedi­carse a la reflexión y a crear las artes matemáticas debe ser. según el fundador del Liceo, el fin del trabajo. La relación entre ambas es muy clara: hay muchas cosas necesarias para el ocio que se deben perfeccionaren el trabajo. Comida, vestido y alojamientcí adecua­dos destierran los fantasmas del hambre, del frío, de la precariedad material. Liberado de la lucha por el sustento, el t ieinpo puede ser ocupado en prácticas virtuosas, como la búsqueda de la verdad. Para poder vivir una vida de ocio, muchas cosas son necesarias (cfr. Aristóteles, 2007.: 1334a) y alguien debe proveerlas.

El trabajo es, por lo tanto, absolutamente necesario para que exista tiempo de ocio. Pero no debemos cometer el error de dade demasiada importancia: como dice el proverbio citado por Alistó-

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teles, "no hay vida de oció para los esclavos" (Aristóteles, 2007: 1334a)".

Aristóteles advierte a los hombres libres de las comunidades griegas que una vida ocupada por el trabajo no es digna de ser vi ­vida: aquel que se dedica a la producción no tiene tiempo para la reflexión filosófica o la vida ciudadana. Recuerda a todos aquellos [|ue. por ejemplo, ocupan su tiempo en el comercio o la explota­ción de las tierras que están desperdiciando su vida, que la viven con tan poca virtud como los servidores que trabajan para ellos.

El análisis encierra una gran paradoja. Ari.stóteles describe la ne­cesidad de la \a producliva y abomina, al mismo tiempo, de la existencia de aquellos que, efectivamente, viven esa vida: los es­clavos en Cirecia. Las multitudes de .servidores c]ue trabajan para asegurar el tiempo y el espacio de ocio del griego libre no pueden dish'Litar de él. No hay tiempo de cultivar las artes matemáticas para aquellos cjue proveen de alimento a los e.studiosos de ellas.

El e.sclavo que trabaja para generar el t iempo y el espacio de ocio de las élites griegas es privado de los mismos. Obligado a ase­gurar el SListento, está condenado a una vida sin virtud. Al forzar­lo a iiabajar sin descanso se le quita la posibilidad de dedicarse al estudio o a la creación de grandes obras.

Las multitudes trabajadoras que generan las condiciones para la creación de las obras que han sido admiradas y catalogadas por los historiadores son excluidas de la gloria histórica otorgada a los grandes hombres. Su labor no es digna de ser asentada en los l i ­bros de hi.storia. Borrado de las crónicas, nada de lo que hizo será recordado, por lo que, si el esclavo quiere recuperar lo que le han arrebatado, alguien debe luchar por la memoria.

El nuevo historiador debe tomar partido de manera clara: su bando es el de los derrotados. Despertar a los muertos, recordar a los olvidados, rescatar a los excluidos, es la tarea del historiador que cepilla a contrapelo.

U N FUERTE CEPILLADO A CONTRAPELO

El historiador que toma partido por los derrotados debe buscar los nudos y los hilos que forman la historia: el trabajo de las masas

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se esconde bajo el peto de la misma. La evidencia de la cantidad de horas invertidas en la producción de los monimientos se oculta a la vista gracias al suave cepillado en la dirección del pelo que la historiografía aplica. Acomodar las hebras, l impiar y acomodar la superficie, resaltar los colores y el acabado del tejido, e l imi­nar la suciedad, nos permite admirar el bello dibujo y ocultar la ingrata labor del tejedor. Si, por alguna razón, los nudos ocultos aparecen en el pelo deberán ser, como se hace con las alfom­bras, cortados al ras para mantener la armonía del conjunto. La ex­plicación y el sentido de la historia no deben ser perturi'>adas por la inoportuna irrupción de elementos que cuestionen su armonía causal.

Un fuerte cepillado a contrapelo, por el contrario, sirve para cuestionar este estado de cosas. Hace aparecer las puntadas y nu­dos que se esconden bajo el suave y ordenado pelo, y saca a la luz los vestigios de la labor de los explotados. Luchar contra el peso acumulado Je la infinidad de cepillados que hacen que las he­bras se acomoden de una .sola manera, una manera "natural" que oculta el trabajo aportado por las masas explotadas, es la obligación del historiador.

Ya no debe ser parte del "cortejo triunfal de los dominadores" (Benjamin, 2008:23) y cantar la gloria de los grandes hombres. Tie­ne que asumir la tarea de hacer otra historia. la historia de los ven­cidos: resaltar y recordar la labor ingrata. Hacer aparecer los trabajosos "nudos" tan necesarios para erigir los monumentos que nos asombran es su labor. No hay alfombra sin tejedores. No hay arquitectura sin alhañilcs. No hay monumentos históricos sin tra­bajadores.

E L ÁNGEL AGARRA KL CEPILLO

En la novena tesis de esta obra de Walter Benjamin aparece un nuevo personaje: el ángel de la historia. La imagen del ángel, sorprendente metáfpra del historiador que cepilla a contrapelo, debe ser, en palabras del filó.sofo alemán, parecida a la que él ve en el cuadro de Paul Klee Angelus Novus. Con la mirada fija en algo de lo que se está alejando, tiene los ojos desorbitados, la I x x a

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abierta y las alas extendidas (cfr. Benjamin, 2008:24).-Con el rostro vuelto hacia el pasado, lo único que ve es una gran catástrofe: rui­nas c|ue se amontonan sin cesar, por lo que el aterrado ángel quie­re detener su marcha "despertar a los muertos y recomponer lo destruido" (Benjamin, 2008:24). El ángel ha decidido posarse sobre las ruinas para empezar a reivindicar a los muertos, pero no tie­ne fuerzas para hacerlo pLies hay algo que se lo impide:

|...] un huracán sopla desde el paraí.so y se arremolina en sus alas, y es tan fuerte que el ángel ya no puede plegadas. Este huracán lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve las espaldas, mientras el cúmulo de minas crece ante él hasta el cielo. Este hu­racán es lo que nosotros llamamos progreso (Benjamin, 2008:24).

El ángel no puede resi.stirse a la fuerza del progreso. El huracán le impide plegar las alas y posarse sobre las minas. El progreso lo arra.stra hacia el futuro mientras cumple implacable con su come­tido de convertir en ruina todo lo pasado, por !o que la pretensión del ángel parece ilusoria.

La tuerza destmctora del progreso transfigura todo en un paraje aiincxso en el que la labor del nuevo historiador parece imposible. El pai.saje de destrucción que contempla le coloca ante nuevos dilemas: ¿cómo discriminar a explotados y explotadores en esta montaña de ruinas?, ¿cómo discernir los documentos de cultura de la labor de las masas que ayudaron a su creación?, ¿cómo ce­pillar las ruinas que el progreso produce?

M Á S R U I N A S

La hi.storiografía ocultó la labor de las masas tras el bri l lo de los monumentos, y dejó-pocos vestigios de ella. El progreso ha di f i ­cultado todavía más la labor del ángel al destruir los monumentos del pa.sado. Entre las ruinas, ámbito que parecía dominio exclu­sivo de los explotados, se encuentran, también, los vestigios de las grandes obras del pasado que el huracán ha destmido. Las ideas, teorías y sistemas que guiaron a la humanidad en el pasado han devenido inservibles en la carrera hacia el futuro a la que nos fuer­za el progreso. "Es obsoleto", "no es actual", "ya no sirve", "es

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propio de épocas oscuras y arcaicas" dice el progreso y actúa en consecuencia. La importancia y utilidad que alguna vez (ostentaron orgullosos los antiguos monumentos han sido destruidas por el huracán, por lo que ya no hay razón para venerarlos.

El progreso puede alardear de haberse cobrado venganza por los explotados al destruir todo aquello ciue se celebró al olvidar el trabajo ingrato que lo sustentaba y al convertirlo en un montón de ruinas inservibles. Los aristócratas que crearon la filosofía yacen al lado de los e.sclavos cjue les dieron de comer; las esta­tuas renacentistas exhiben los mismos agujeros que las canteras en las que dejaron su sudor los trabajadores que extrajeron el mármol; las catedrales están tan aplastadas como los albañiles bajo ellas; las antiguas verdades son falsedades tan grotescas co­mo todos aquellos discursos sobre los que prevalecieron. El hura­cán ha igualado a explotados y explotadores, ya cjue ha conwi t i t io a todos en ruinas. ¡Que cante el ángel a la fuerza destructora del progreso! Pero el ángel no canta. M u d o peor el espanto, sigue mirando obsesivamente hacía las ruinas; le da la espalda al futuro hacia el que lo empuja el progreso y quiere, con todas sus fuerzas, posarse. ¿Por qué esta terquedad?

El horror que hace desencajar el rostro del ángel nos alerta, nos pone en guardia. La alegría por la destrucción de los anti­guos no se refleja en su cara, ¿Por qué? PorqLie e! progreso encierra una contradicción. La fuerza del huracán exige un .sacrificio que coloca a las clases trabajadoras en una situación chocante: la ex­plotación debe continuar.

El progreso disciplina el trabajo y al trabajador a sus necesida­des productivas. Hay que obedecer y .servir fi.elmente para que la promesa se cumpla. Pero ¿cuál es esta promesa?, ¿por qué so­portar una vida disciplinada por el progreso?, ¿cómo puede la explotación del ser humano liberar al ser humano de la explotación?

E L T R A B A J O O S HARÁ L I B R E S

La respuesta es sencilla. Al trabajador se le enseña que debe obe­decer las reglas de! progreso técnico y debe colaborar con las fuer­zas históricas que, se le dice, se han confabulado para lograr la

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emancipación de todos los explotados. Con el mejoramiento de los sistemas productivos, la rapidez y facilidad de la comunica­ción, los adelantos tecnológicos, el aumento exponencial de la pro­ducción de alimentos y de mercancías, es decir, con la mejora de las condiciones de vida de las masas, se eliminarán los ámbitos de privi legio de ciertas minorías, ya que estas ventajas alcanza­rán en algún momento a todo .ser humano. Trabajar según las ór­denes del progreso es acción suficiente para que la promesa se cumpla y los descendientes de las masas explotadas se liberen de la precariedad de la existencia. No hay que malgastar la fuer­za de trabajo en la construcción de absurdos monumentos a la mayor gloria de una élite de parásitos.

MÁS ES MEJOR

El sueño de emancipación de las masas empieza a tomar forma en las .sociedades en las que prima el modo de producción capi­talista. En ellas el trabajo y las técnicas de producción hacen suya la necesidad del aumento constante de la riqueza y, para lograrlo, dan a los productos del trabajo la forma que facilita su perfecciona­miento y distribución: la riqueza se presenta como un inmen.so arsenal de mercancías, como un cúmulo de objetos intercambia­bles (cfr. Marx, 2008:43).

La característica definitoria de las mercancías es, en palabras de Marx, que en ellas no encontramos ni un solo átomo de valor de uso (cfr, Marx, 2008:46). La intercambiabilidad de los objetos exige eliminar cualquier particularidad definitoria de los mismos. Su utilidad, forma, materialidad, el trabajo concreto que los generó, debe ceder su lugar al trabajo humano en su forma ab.stracta, única sustancia social que les otorga el valor de lo intercambiable (Marx, 2008:46 y ss,). El trabajo artesanal y simbólicamente significativo desaparece. Quién, cómo y para qué son preguntas a las que la mert,ancía no da respuesta. Lo importante es aumentar el cuánto.

La necesidad de aumento de la producción e intercambio es ene­miga de la particularidad del producto del anterior modo de traba­jar. El intercambio y la mejora no toleran la importancia fetichista y la vocación de eternidad de las que presumían las antiguas obras.

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Nuevo es mejor que viejo, móvil e intercambiable es mejor que estático, mejorable es mejor que eterno, por lo que al no haber va­lor de culto o simbólico que reivindicar, el progreso destruye todo valor no mercantil. Lo único que queda tras el paso del huracán son las ruinas, los vestigios del trabajo invertido en ellas.

MERCANCÍAS RUINOSAS

Los nuevos productos no escapan de las consecuencias de esta ace­lerada carrera. La producción y destrucción de mercancías se acelera al mismo ritmo que mejoran las técnicas productivas. Todo está destinado a transformarse por el perfeccionamiento de la eficacia, pertinencia y validez del trabajo. Siempre puede ser me­jor, siempre puede ser más rápido, siempre puede .ser "más nuevo", más adecuado para satisfacer nuestras necesidades. Hay que des­terrar la nostalgia de las viejas co.sas porque ya no sirven.

El progreso explota al trabajador gracias a la promesa de la futura emancipación, de la utopía siempre por venir. Un presente de destrucción, un páramo que llenar de ruinas es el precio inevi­table que hay que pagar por un mejor futuro. Los antiguos escla­vos, tal vez en un magro consuelo, eran explotados para facilitar la creación de las grandes obras. Los trabajadores, en el capitalis­mo, se dedican a producir mercancía efímera que. inevitablemen­te, será desechada.

Al trabajador se le arrebata, en este proceso, lo concreto de su trabajo, el uso y la utilidad de lo que produce. Ningún producto del trabajo es lo suficientemente valioso a ojos del progreso y todo .será destruido. El valor que, en la estantería, exhibe la mercancía desaparece en el momento en que es adquirida, comprada. No ,se pueden permitir áreas ni objeto,s que se diferencien del resto por poseer cualidades particulares que las saquen del circuito general de intercambio.

VALOR EFÍMERO

Las efímeras mercancías que produce el trabajo llenan el espacio .social y, además, se presentan como algo que no las define. Las mer-

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cancías se convierten en fetiches y se presentan cohio algo que es importante, es decir, particular y distinto. Su importancia debe ser con.sagrada gracias al ritual fetichista de la compra, lo cual es contradictorio con la propia dinámica de destrucción en la que se fundamenta la producción. Las distintas mercancías .son obliga­das a luchar y a destruirse entre sí (cfr. Debord, 2007:69), y lo viejo no tiene armas para defenderse. La vieja mercancía ya no ,se puede decir .santa, ni digna, ni sabía, ni venerable, ni útil: sólo es obsoleta tras el breve instante en el que fue única. Las más nue­vas y mejores técnicas la habían producido y por eso se había convertido en el satisfactor, en su abstracción, de todas las necesi­dades (es lo mejor por ser lo más nuevo). Por un momento lo fue lodo, aunque la mejora de la técnica ya se preparaba para su des­trucción.

La caducidad de las mercancías y el proceso destructivo al que obliga el si.stema mercantil señalan el aparente problema del tra­bajo di.sciplinado por el progreso y nos indican una posible solu­ción. Las ingentes fuerzas productivas que están a disposición del trabajador deben centrarse en producir cosas que realmente val­gan la pena, no efímera mercancía fetichizada. Dejar de malgastar t iempo y esfuerzo y reorganizar el trabajo parece ser el objetivo, pero esto no es más que una "supuesta" solución que quiere olvi­dar la realidad del progreso y su fuerza.

Tratar de preñar a la mercancía del aura de santidad que tenían las antiguas obras es un intento engañoso de tratar de rescatada del inevitable declive al que lleva la dinámica productiva imperan­te. El progreso no discrimina y todo deviene igual en su destruc­ción. No .se puede huir del presente y volver al reino del "érase una vez" (Wohlfarth, 1997:52), un tiempo en el que los objetos te­nían un valor significativo. El huracán no lo permite y los antiguos amos no deben volver.

Aceptar la caducidad inherente a los productos del trabajo denuncia el carácter fetichista de la mercancía y elimina la tenta­ción-de generar un nuc\ panteón de dioses que nos escla\izarán. El poder destructivo del progreso no es el problema. El hecho de que todo lo haya convertido en ruina no debería asustar; que haya eliminado t(5do aquello que aplastó a los trabajadores es algo que se debería celebrar. El verdadero problema, la causa del retroceso

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social, es el "efecto que el producto del trabajo ejerce sobre los trabajadores cuando éstos no pueden disponer de él" (Benjamin, 2008:26),

Que el trabajador sólo pueda disponer de las ruinas que produ­ce mediante el ritual fetichista de la compra es lo escandaloso del progreso. Si el trabajador produce ruinas inservibles, debe dejar de adorarlas como un fetiche y empezar a relacionarse con ellas de una manera completamente distinta. La mercancía caduca es livia­na. Su peso desaparece y deja de hipnotizamos. Asumir la caducidad de la mercancía elimina su poder de fascinación y la convierte en algo que no debemos adorar con religioso fervor consumista. El consumidor debe transformarse en alguien tiue se relaciona con los escombros de otra manera; debe convertirse en un ropaveje­ro, en un coleccionista.

JUGAR CON LAS RUINAS

Yo no tengo nada que decir Solamente que mostrar Yo no quiero robarme nada precioso, ni apropianne

ninguna fórmula espiritual Pero a los andrajos, a las caídas: a ellos yo no quiero inrentariarlos sino hacerles Justicia del único modo posible, utilizarlos.

Benjamin. citado en Wohlfarth (1997:47)

La destrucción ocasionada por el progreso hace que el peso apla.stante que obliga a bajar la cabeza ante las grandes obras y la mercancía se tran.sforme en la ligereza de las ruinas. Para todo aquel que mira hacia atrás con la intención de haceries justicia, se encuentran a la mano, listas para ser usadas (cfr. Wohlfarth, 1997: 48), La adoración fetichista de la cultura o la mercancía debe ce­der su lugar a nuevas maneras que es necesario movilizar para el nuevo propósito. Las antiguas no nos permiten hacer justicia.

Justicieros de las ruinas aparecen di.seminados por la obra de Benjamin. El ropavejero, el coleccionista, el amante de la moda, el archivador, son los ejemplos de aquellos que saben tratar a las ruinas, ya que asumen la igualdad de la destrucción. Ninguno de ellos discrimina; todos ellos usan.

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No es ropavejero aquel'que recolecta basura con la intención de recicraria y de añadirle más valor. Su objetivo no es aprovechar el valor añadido ciue las nuevas técnicas pueden insertar en parte de lo desechado, con la intención de reintroducirlo en el circuito de intercambio mercantil. El ropavejero colecciona la basura en una relación mimética y materialista (cfr. Wohlfarth, 1997:50) en la que usa y muestra los harapos, pero no dice nada sobre ellos (cfr. Wohl-fanli , 1997:49). Nada tiene que decir, nada tiene que pensar sobre los desechos que recoge como un tesoro (cfr. Wohlfarth, 1997:54). A lo sumo, un modesto "me gusta" que certifica la importancia que, para él, tiene su riqueza.

El coleccionista, por otro lado, trastoca el concepto de propiedad por la relación que tiene con su colección (cfr. Benjamin, 2012:34). Los objetos que la forman no son importantes por su funcionali­dad o valor de mercado. Nunca se adquieren con una intención utilitaria. No se buscan las cosas para que cumplan una función y, en muchos casos, son paseos azarosos los que llevan a aumentar la colección (cfr. Benjamin, 2012:33).

Recorrer los más variados lugares permite que el objeto se nos presente y nos atrape. Al no tener el coleccionista la intención de cumplir con la exigencia que un catálogo pueda imponer, cualquier objeto puede exigir su derecho a entrar en la colección. El colec­cionista sabe que debe estar en su colección, no necesita consultar una guía numismática que avale su intención.

Así se cumple el ol>ielivo de cualquier genuino coleccionista: renovar los viejos objetos que entran a su colección (cfr, Benjamin, 2012:37), gracias al sentido que adquieren al ser parte de la misma.

El amante de la moda, por su parte, da el salto del tigre al pasado y rompe con el continuo de la historia (cfr, Benjamin, 2008:29). Revivir estilos, unir prendas distantes en el tiempo arbitrariamen­te. . . Cuando la moda trae al presente ropa de otros tiempos (cfr. Benjamin, 2008:29), la descontextualiza y rompe con la supuesta lógica causal de la historia. Lo que fue actual y ahora está pasado de moda puede volver a ser usado si así lo queremos.

Los nuevos modos no sólo deben preocuparse por recuperar la igualdad de la ruina, sino que también deben acentuar el proceso de destrucción. El archivo del investigador, por ejemplo, destruye la sacralidad del libro. El libro se descubre como la anticuada me-

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diación entre dos sistemas de ficheros (Benjamin, 2011:32): el del investigador, que da forma a las notas que componen su fichero como libro, y el del lector, que destruye e,sa forma al organizar su propio fichero de notas.

Aquel que archiva, saca citas y hace anotaciones, destruye la je­rarquía del libro. Almacena sus anotaciones gracias a un sistema que las coloca en pie de igualdad, l ina ficha puede hacer que una frase de Platón comparta ubicación con un símbolo descubierto en un tratado de alquimia; el cogito cartesiano puede .ser trans­crito junto al "desvarío" de un esquizofrénico. Un error de transcrip­ción nos dice que unas palabras .se encuentran en un lugar del libro en el que nunca las encontraremos. El archivo lo coloca todo en el mi.smo nivel.

Todos ellos, todos estos personajes, se acercan a la ruina y se toman la molestia de mirarla con detenimiento. Con la tranqui­lidad que da cercanía con lo ín.servible, la ob.servan, la eligen y la convierten en objeto de disfrute, de contemplación. La ruina se deja coleccionar, se deja ver y quiere ser rescatada, usada y dis­frutada. Algo hay en ella que los atrapa, ¿un recuerdo de su anü-guo valor tal vez?, ¿un chispazo de su gloria pasada?, ¿un esbozo de la labor de aquellos que la construyeron?

La exigencia de justicia obliga a mantener fija la mirada en las ruinas. La limpia mirada del ángel algo encuentra. No puede de­jar de ver el valor de aquello que el progreso ha destruido. La mina exige que se le haga justicia y se le hace al atesorarla con mi­mo y cuidado. La aiina vuelve a vivir en el momento en que vuelve a ser usada.

NINGLÍN VESTIGIO

Los justicieros de las ruinas tienen que luchar con todas sus fuerzas contra el viento que los arrastra y no deben olvidar la injusticia que las ruinas padecen. Resi.stir al viento, denunciar el olvido que el progreso exige, luchar contra un discurso que se deleita en sí mismo jactándose de su poder y su verdad y posarse, posarse so­bre las ruinas, usadas y hacerles ju.sticia. Pero el huracán no cede y sopla con más fuerza.

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La desotadora montaña de ruinas que aterroriza al ángel hasta la parálisis encierra una paradoja que puede cuestionar la verdad del progreso: en ella se guarda celosamente el recuerdo de la de­rrota de explotados y explotadores. Los escombros permiten al ángel ver y, por tanto, horrorizarse del desprecio del progreso por todo aquello que alguna vez tuvo valor.

F.l progre.so señala hacia el porvenir, apremia la mirada hacia adelante. Debe justificar la necesidad de esta destrucción de aban­donar lo ant igLio para seguir la carrera en pos de un futuro mejor y así impedir cualquier acercamiento a las ruinas. Ni reivindicar a los muertos y olvidados de la historia, ni reconstruir reaccionariamente los monumentos destruidos.

Kl o K i d o de todo vestigio y una mirada fija en el porvenir es la dificultad que el progreso imponía una y otra vez a un ángel que mira obsesivamente hacia atrás. Ahora el olvido se ha transf(jrma-do en asco y los justicieros de las ruinas se han convertido en los separadores de la basura.

BASURA POR TODAS PARTES

El progreso ha encontrado un nuevo aliado, una nueva fuerza que perturba la mirada del ángel y "señala" hacia el futuro. Aunque el ángel insiste con su mirada, ésta es cada vez más turbia. Empieza a no distinguir la montaña de minas que genera el progreso, pues ellas han comenzado a alejarse de él. Cada vez más antiguas, cada vez más lejanas, cada vez más ajenas, las minas han abandonado el espacio y dejan su sitio a la inmensa cloaca en la que se almacenan los desechos de la producción mercantil.

El huracán, ahora, es un miasma pestilente que trae las inso­portables emanaciones del vertedero que ha sustituido a las rui­nas. Montañas de basura despiden su olor y el hedor produce tantas náuseas que ya no se puede mantener la mirada fija, La pes­tilencia obliga a cerrar los ojos, a correr para encontrar un aire más.respirable. Pero esto no hace desaparecer el olor. El ángel no quiere ver la basura, pero la huele. Sabe que está allí.

La producción de basura de las sociedades contemporáneas es de tal volumen que se percibe como una amenaza para la conti­nuidad de las mismas (Pardo, 2010:163). La alarma se ha activado

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en todas partes. Los medios de comunicación están llenos de cam­pañas que nos alertan del peligro; distintas instituciones insisten en la hecatombe que está por llegar; en las conversaciones cotidia­nas se nos exige adoptar una actitud combativa ante la basura que nos rodea, amenazante...

Ninguna otra sociedad ha producido tal cantidad de basura y a tal velocidad comcj la moderna e, irónicamente, esta produc­ción es la señal clara de su éxito. La basura es el síntoma que, de manera más evidente, anuncia la inmensa riqueza que genera el capitalismo. La fuerza productiva es tan poderosa que se ge­nera un enorme excedente que se desecha (cfr. Pardo, 2010:164), El despilfarro y el derroche aumentan la montaña de basura que llena el inmenso vertedero en el que se ha transformado la Tierra, La riqueza de las sociedades capitalistas ya no se presenta como una inmensa acumulación de mercancías; esa riqueza, ahora, aparece como una inmen.sa acumulación de basura (cfr. Pardo, 2010:163). *

FUERA DE LUGAR

La perturbadora fetidez de la actual abundancia indica qiie algo ha pasado. Los antiguos monumentos convertidos en ruinas obso­letas en la carrera del progreso, los vestigios de lo destriiido, tie­nen un lugar y se mantienen estáticos en su posición. Perdida su función, permanecen firmes y nos recuerdan aquello que fueron en donde lo fueron: e.stán aquí por una razón.

La tenue luz que mantienen ¡as ruinas ha sido su.stituida por el hedor de ia descualificada condición de la basura. La evidencia del derroche, del despilfarro y el desecho se acumula por todas partes. La bolsa de plástico que flota en el río, el viejo mueble que yace bajo una farola, l(5s papeles que recuerdan un prt>cedim!eniü que ya no se aplica,, , sólo dicen ima costi: no sirven para nada, no tienen dignidad que reivindicar, ¿Por qué permanecen si ya fiie-ron usados? ¿Por qué no desaparecen si ya fueron consumidos? No tienen valor, no d^ben estar en e.se lugar.

La visión de lo desechado, ajena y pertLirbadora, muestra que la basura está fuera de lugar (cfr. Pardo, 2010:165). Percibir algo co­mo basura es percibirlo en un lugar inadecuado. E.sio no debería

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estar aqLií, no es su lugar y por eso incomoda. La bolsa de plás­tico que ayuda a cargar las compras del supermercado y se vacía de las mercancías que transporta, el envase que se vacía de su contenido, los restos de la comida ingerida, sufren esta "terrible transformación", ¿Qué hacer con ellos? ¿Dónde colocarlos?

¿QUÉ HACER?

La obligación de la basura es, como la de cualquier otra cosa, irse a su lugar, al sitio que le corresponde y allí cumplir su ñanción. Un lugar debe acoger a cada una de las cosas. Cada cosa debe estar en el lugar adecuado (cfr. Pardo, 2010:165). El problema es encon­trar el lugar de la basura.

¿Cuál es el sitio de la mercancía desechada? El inhóspito empla­zamiento que la acoge, el vertedero, siempre se encontraba lejos, fuera de la vista, hasta tal punto que podíamos vivir la ilusión de la efectiva desaparición del desecho. No se ve. No existe. Pero se está acercando. Cada vez necesita más espacio, cada vez ocupa más lugar; pero ningún lugar es suyo, ningún espacio le da .senti­do y valor. Esté donde esté, siempre está fuera de lugar. La única solución es hacerla desaparecer definitivamente. ^

RECICLAJE Y DESAPARJCIÓN

La vida cotidiana está llena de mensajes que nos recuerdan la necesidad de luchar contra la basura. Nuevos procesos "alquími-eos" prometen ser capaces de lograr su efectiva desaparición. La manera de conseguir la utopía de un m u n d o sin basura consis­te en devolverle al desecho sus "cualidades perdidas", su "vida "útil", su "valor", su "función". El desperdicio tratado con estos procesos de reciclaje no sólo deja de molestar, sino que se transfor­ma (ín "oro". Vuelve a ser algo aprovechable, de utilidad, y recu­pera su perdido valor.

El desecho tiene que ser adecuadamente clasificado para que el proceso comience. Separado del caótico montón, se ordena en uni­dades adecuadas para su tratamiento. El plástico, el cartón, el papel,

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el a luminio , la basura orgánica. . . forman grupos homogéneos que se vuelven susceptibles de manipulación y aprovechamiento. El gran volumen de los desperdicios generados en el actual siste­ma de producción permite volver a convertir al desecho "en ob­jetos de comercio" (Marx, 2009:96), ya que su cantidad permite que su tratamiento y posterior puesta en circulación sean más ba­ratos que la obtención de materias primas más convencionales.

Más basura, más riqueza, más mercancías. La producción i n -du.strial ha encontrado en lo desechado el nuevo alimento que le permite seguir funcionando. El trabajo invertido en el proceso de reciclaje del desecho .saca a la basura del vertedero y la vuelve a in­troducir en el sistema de intercambio mercantil.

La bolsa de plástico con ia que no se sabe qué hacer se sepa­ra y se junta oportunamente con el resto de sus iguales. La gran acumulación de bolsas permite generar el plástico que se trans­forma en nuevas bolsas que transportan nuevas mercancías. La basura se "transforma mágicamente" en materia prima y por fin desaparece. El reciclaje elimina el problema y la máquina produc­tiva no se detiene.

Q U E N O SE DETENGA

La basura se conviene en materia prima que se convierte en mer­cancía que luego se desecha, que luego se recicla, que luego se coloca en el estante otra vez. El desecho casero se clasifica y .se deposita en el bote de basura. Siempre en el adecuado. De allí es recogido por un camión que lo traslada a un venedero/planta de reciclaje. Allí se trata para que pueda volver a la estantería para que, una vez más, aparezca en nuestras casas para ser desechado.

Consumir, desechar, reciclar es el movimiento que impide que la basura aparezca y, por lo tanto, que la fetidez nos alcance. La basura que se mueve ya no huele. Siempre está en tránsito hacia otro lugar, que no es más que otra etapa en su devenir. Mantener la basura cerca de nosotros, es decir, quieta, es una anomalía, Al impedir que se detenga se niega su aparición. Sí no se detiene no reclama ningún espacio y su imposibilidad de permanecer en nin­gún lugar no nos molesta.

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La basura no tiene lugar y hay que evitar su aparición mante­niéndola en constante movimiento. Ei evitar que se detenga impide que .se forme el vertedero. Lejos de nosotros o en constante movi­miento, ése es ei "lugar" de la basura.

MÁS TRABAJO, MENOS LIMPIEZA

La basura es asquerosa y perturbadora. Por eso .se la quiere ha­cer desaparecer. El adecuado tratamiento de las grandes cantidades de desperdicio y desecho que se generan en el actual sistema de producción y consumo es el inicio necesario de la desaparición. E! consumidor debe lidiar con ei desecho que genera y colaborar en su aniquilación.

La mercancía consumida deja de tener lugar. Catalogar y clasi­ficar, separar y trasladar ,son actividades necesarias para que la basura se ponga en movimiento y vuelva a tener valor. Hay que trabajar para limpiar los efectos de nuestro consumo.

El trabajo elimina el desecho. Ayuda a llenar las estanterías de mercancías al convertir los desechos en materia prima. El desecho no puede dejar de moverse. El movimiento perpetuo aumenta la riqueza capitalista.

La basura que está inmóvil no tiene valor y molesta. Apoderar­se de la basura e inmovilizarla es sacar a la luz el problema de su falta de lugar, quitarle el valor que sólo el movimiento le da. Si la basura no .se recicla, no vale. Si se la saca del circuito general de in­tercambio, apesta.

No hay que apoderarse del desecho, no hay que quedarse con la basura. Producir, consumir, desechar, reciclar es el proceso que produce una riqueza que sólo es tal si está en movimiento. Mante­ner la basura a nuestro lado es irracional y repulsivo. ¿Por qué dar­le un lugar a aquello que no lo tiene? El progreso exige su precio: trabajar para legar a las futuras generaciones una tierra en la que la basura esté en su lugar, es decir, en constante movimiento.

El justiciero de la ruina usa aquello que ha sido calificado como inservible, y así lo redime El justiciero de la basura debe llenar su espacio con lo que no tiene lugar y soportar la fetidez del desecho, lo cual parece absurdo. El progreso intensifica su poder explotador

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gracias a la generación de u n efecto tan repulsivo que parece evidente la necesidad de redoblar esfuerzos un su contra. La ba­sura debe ser eliminada,

¿Es posible, viable o deseable superar la náusea que la basura produce y hacerie justicia? ¿El asco que genera es tan insuperable que hacerla desaparecer es la única alternativa posible?

Al trabajador se le arrebata el monumento que ayuda a constmir, se le obliga a olvidar las ruinas que ocasionan las técnicas capita­listas de producción y está convencido de que tiene (¡ue colabo­rar en la eliminación del desperdicio que desecha. Sigue sin poder di.sponer de aquello que produce, por lo que el retroceso social denunciado por Benjamín' permanece.

La pregunta que guía e,sta reflexión nos coloca delante de un singular dilema: si el trabajador quiere eliminar la regresión ocasio­nada por el progreso y hacerle justicia a la basura que produce, debe darle U Q lugar a aquello que no lo tiene y lidiar con la fe­tidez de sus posesiones. ¿Quién está dispuesto a hacerlo?

BIBLIOGRAFÍA

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' Véase página 237 de este texto.

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