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Actas XIV Congreso AIH (Vol. III). Marcelo TOPUZIAN. El autor de los últimos textos de Jua... - El autor de los últimos textos de Juan Goytisolo Marcelo Topuzian UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES EL PUNTO DE PARTIDA de mi trabajo (y no su conclusión) es el modo en que en la obra reciente de Juan Goytisolo se lleva a cabo una formidable operación de destrucción de los lugares tradicionalmente otorgados al autor y al sujeto en el discurso literario. Baste como justificación directa uno de los textos más recientes de Goytisolo, Las semanas del jardín 1 , en el cual la única mención paratextual del nombre de autor aparece en la solapa, que reproduce el último capítulo de la obra: El Círculo de Lectores del Poeta, antes de dispersarse, inventó un autor. Después de prolongadas discusiones en las que sus miembros lucieron vastos conocimientos etimológicos, históricos y lingüísticos, forjaron un apellido ibero-eusquera un tanto estrambótico, Goitisolo, Goitizolo, Goytisolo-finalmente se impuso el último-, le antepusieron un Juan-¿Lanas, Sin Tierra, Bautista, Evangelista?-, le concedieron fecha y lugar de nacimiento-1931, año de la República, y Barcelona, la ciudad elegida por sorteo-, escribieron una biografía apócrifa y le achacaron la autoría-¿ o fechoría?--de una treintena de libros. La destrucción de la figura del autor, como puede verse, se manifiesta en los últimos textos de Goytisolo de una manera más que notable, y se exhibe justamente en los lugares más característicos de la apropiación textual según las reglas del mercado literario. Por esto, no será el objetivo de este trabajo trazar las modalidades de esa destrucción, que es ella misma un contenido omnipresente y evidente en estos textos. Se tratará, más bien, de explorar lo que, en una primera lectura, parece una contradic- ción, la que surge justamente de considerar en una misma perspectiva la desarticulación de las nociones de autor y sujeto como sitios del origen y la garantía del sentido de un texto, y el giro autobiográfico de una parte importante de dicha obra, junto con su creciente reivindicación de lo testimonial, por ejemplo en las recopilaciones de textos periodísticos sobre el sitio de Sarajevo, sobre Argelia o Chechenia 2 Tanto la literatura 1 Madrid, Alfaguara, 1997. 2 Cuaderno de Sarajevo. Madrid, El País/Aguilar, 1993; Argelia en el vendaval. Madrid, El 605 -111- Centro Virtual Cervantes

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El autor de los últimos textos de Juan Goytisolo

Marcelo Topuzian UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES

EL PUNTO DE PARTIDA de mi trabajo (y no su conclusión) es el modo en que en la obra reciente de Juan Goytisolo se lleva a cabo una formidable operación de destrucción de los lugares tradicionalmente otorgados al autor y al sujeto en el discurso literario. Baste como justificación directa uno de los textos más recientes de Goytisolo, Las semanas del jardín 1

, en el cual la única mención paratextual del nombre de autor aparece en la solapa, que reproduce el último capítulo de la obra:

El Círculo de Lectores del Poeta, antes de dispersarse, inventó un autor. Después de prolongadas discusiones en las que sus miembros lucieron vastos conocimientos etimológicos, históricos y lingüísticos, forjaron un apellido ibero-eusquera un tanto estrambótico, Goitisolo, Goitizolo, Goytisolo-finalmente se impuso el último-, le antepusieron un Juan-¿Lanas, Sin Tierra, Bautista, Evangelista?-, le concedieron fecha y lugar de nacimiento-1931, año de la República, y Barcelona, la ciudad elegida por sorteo-, escribieron una biografía apócrifa y le achacaron la autoría-¿ o fechoría?--de una treintena de libros.

La destrucción de la figura del autor, como puede verse, se manifiesta en los últimos textos de Goytisolo de una manera más que notable, y se exhibe justamente en los lugares más característicos de la apropiación textual según las reglas del mercado literario. Por esto, no será el objetivo de este trabajo trazar las modalidades de esa destrucción, que es ella misma un contenido omnipresente y evidente en estos textos. Se tratará, más bien, de explorar lo que, en una primera lectura, parece una contradic-ción, la que surge justamente de considerar en una misma perspectiva la desarticulación de las nociones de autor y sujeto como sitios del origen y la garantía del sentido de un texto, y el giro autobiográfico de una parte importante de dicha obra, junto con su creciente reivindicación de lo testimonial, por ejemplo en las recopilaciones de textos periodísticos sobre el sitio de Sarajevo, sobre Argelia o Chechenia2

• Tanto la literatura

1 Madrid, Alfaguara, 1997. 2 Cuaderno de Sarajevo. Madrid, El País/Aguilar, 1993; Argelia en el vendaval. Madrid, El

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autobiográfica como la testimonial dependen, en su constitución misma como géneros del discurso, de un <haber estado ahí> de su autor, es decir, de cierto compromiso o valor de autoridad otorgado a ciertas experiencias personales y, al menos en este punto de partida, plenamente subjetivas.

Tal vez La cuarentena3 sea el texto de Goytisolo que mejor reúna las coordenadas expuestas (<muerte (literal) del auton, cierta vocación de testimonialidad sobre aconteci-mientos geopolíticos (en este caso, acerca de la Guerra del Golfo Pérsico), y evidentes referencias autobiográficas), a la vez que da lugar a toda una serie de estrategias discursivas específicas dirigidas al sostenimiento de una nueva posición de enunciación. Ya desde su capítulo 1 este texto se entronca con toda una serie de formulaciones teóricas en tomo de la cuestión de la <muerte del autor>, específicamente en la línea abierta en tomo de esta problemática, como teorización de la escritura, por Roland Barthes en sus textos emblemáticos «La muerte del autor» y «De la obra al texto»4

• El cuerpo sutil y fluido del difunto en el barzaj, durante la cuarentena, se convierte en una metáfora muy adecuada para figurar la <materialidad> o el carácter <corporal> de esta escritura sin sujeto. Sin embargo, debe aquí hacerse una importante salvedad: la figura del barzaj implica, en La cuarentena, no solo que la escritura reúne y confunde todos los códigos sin constituir ninguno de ellos como código maestro, sino, sobre todo, que ella se encuentra, como las almas, en camino hacia la espiritualidad y lo que esta implica desde un punto de vista místico: la fusión con lo Uno por excelencia, la divinidad. Habrá que llamar especialmente la atención sobre que la multiplicidad y heterogeneidad constitutivas de la escritura figurada en este texto como cuerpo o materialidad deben ser concebidas como un paso en el tránsito hacia lo Uno, de lo cual todo rasgo de esa multiplicidad sería la manifestación. En efecto, «[p ]ara lbn Árabi, la multiplicación de las formas es la modulación compleja de una misma Presencia. Materia, personas, sucesos, fenómenos naturales, obras de arte son los signos de ésta»5

• Si toda multiplicidad heterogénea, entonces, es una manifestación de la Unidad divina, la materialidad de la escritura más allá de una conciencia dadora de sentido y la <muerte del auton en La cuarentena deben volver a ser pensadas; las referencias barthesianas aparentemente directas o acríticas tienen que ser puestas en su lugar.

Habrá entonces que tener en cuenta cómo Michel Foucault, considerando ya la <muerte del auton un verdadero lugar común de la crítica, señala en su conferencia «¿Qué es un autor?» 6 que la función-autor surge justamente en los límites de un discurso; si La cuarentena parte de una identificación de narrador (como compositor material de la obra) y autor precisamente a través de la muerte del primero y su tránsito al más allá, y las operaciones textuales están dirigidas justamente a esa desarticulación de la autoridad como conciencia individual dadora de sentido, habrá que explorar en los límites mismos del texto y de sus operaciones la constitución de otra presencia, de una <verdadera figura de autor>, si puede seguir llamándosela así.

País/Aguilar, 1994; Paisajes de guerra con Chechenia alfando. Madrid, El País/Aguilar, 1996. 3 Madrid, Mondadori, 1991. 4 Ambos en El susurro del lenguaje. Barcelona, Paidós, 1987. 5 La cuarentena, p. 59. 6 En Entre filosofía y literatura. Madrid, Paidós, 1999.

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En La cuarentena, lo autobiográfico funciona sin dudas según esta lógica, que es aquella hacia la que en algunos puntos señalaban las autobiografías <oficiales> de Goytisolo, Coto vedado y En los reinos de taifa. El juego duplicador o multiplicador de la escritura, en una novela en la que los desdoblamientos proliferan, que convierte al código autobiográfico en uno entre otros, es un camino de despojamiento hacia la verdadera esencia de una identidad propia, lo que en el texto de La cuarentena se definirá como el «grado»7

• Pero el momento de desarticulación textual de la <vida vivida> no es un simple rodeo innecesario.

¿Qué es entonces el «grado» como sitio de verdadera definición de una identidad? El grado es la consecuencia del juicio de las almas, que determina su destino ulterior. Por cierto, se podría decir que toda autobiografía da lugar, en alguna medida, a una versión secularizada de este proceso: en este caso, el punto de llegada sería el de la enunciación del propio texto autobiográfico, convertido así en foco de valoración y significado de los <hechos vividos>, en una especie de <más allá> textual (más allá, se entiende, del <riesgo> narrativo constitutivo de los acontecimientos expuestos). Pero en la autobiografía espiritual de La cuarentena este gesto característico resulta transforma-do en el marco de la escatología: Goytisolo re-trascendentaliza el modelo del relato autobiográfico, los des-seculariza quebrando justamente el carácter dominante del <hecho>, del acontecimiento vivido.

La consecuencia básica, entonces, de la espiritualización de la autobiografía que Goytisolo lleva a cabo es la abolición de la referencialidad primaria de la noción de <Vida biográfica>, valga la redundancia, en el género autobiográfico. Este no va a definirse ya por los materiales a los que acude (y su supuesto carácter directamente vivenciado) sino justamente por una <esencia> que remite a otro plano, que no se agota en los hechos de una vida.

Pero si la autobiografía, en La cuarentena, es una autobiografía espiritual, en otro plano respecto del de la <vida biográfica> o los <hechos de la historia>, es, a la vez, una autobiografía eminentemente textual. De hecho, la autobiografía solo puede ser espiritual, en el sentido que esto tiene en la obra reciente de Goytisolo, siendo textual: se trata de <textualizar> la vida, de sacarla de su supuesta naturalidad como <vida vivida> o <experiencia propia> dadas de una vez y para siempre e <iguales a sí mismas>, <naturalidad> que la reduce a mero recuento de anécdotas o detalles, para que, de este modo, desautomatizada, entre en un conjunto de relaciones diversas que la exceden poniéndola en contacto con lo otro. Es de este modo que la autobiografía alcanza su verdadero carácter de tal: no hay para Goytisolo autobiografía sin renuncia a la <vida vivida>, es decir, sin textualización; y será el texto el lugar de una verdadera identidad (autobiográfica) reencontrada.

Justamente, las experiencias corporales teofánicas del capítulo 16 de La cuarentena permiten articular la materialidad de la escritura goytisoliana (y el cúmulo de relaciones azarosas que supone) con la esencia autobiográfica y la verdadera identidad que es el «grado»: las des-identificaciones de la textualidad son la condición de posibilidad de la identificación definitiva con el propio grado individual. Sorprendentemente, la escritura,

7 La cuarentena, pp. 50-57, passim.

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en su misma materialidad (o <corporalidad>) es aquí el sitio de la constitución de una subjetividad con todos sus atributos tradicionales (identidad que permanece y subyace a través o más allá del tiempo, responsabilidad moral sujeta a castigos y recompensas, unidad por debajo de la pluralidad de manifestaciones o percepciones e incluso sitio de una intervención política en la esfera de lo público). A través de su escritura, Goytisolo se hace una identidad y un cuerpo, y desde allí será capaz de articular su propia figura como escritor. La escritura es entonces el lugar de una subjetividad recuperada, que ya no será la del autor como propietario de sus obras ni la del autobiógrafo, sino la del escritor. En efecto, las operaciones de las obras recientes de Goytisolo no se orientan a la simple narración (transformada) de su vida, pero tampoco se reducen a una redefinición de la relación entre Goytisolo como sujeto-autor y sus textos: su escritura trabaja en el plano de la <figura de escritor>, la cual depende por supuesto de los textos pero posee además, para decirlo rápidamente, una existencia que va más allá de la relación con esos textos, que surge en sus límites sin caer sin embargo en los simples <hechos de la vida>.

Esta cuestión de la figura de escritor de Goytisolo, hacia cuya <fundamentación> y sostenimiento se dirigen las operaciones de <espiritualización> de la escritura ya presentadas, permite trazar una conexión entre los asuntos textuales de su obra reciente, y su constitución, solo en virtud de esos mismos <asuntos textuales>, como actuación legítima en un posible campo público de debate (por ejemplo, el relativo al problema de las identidades y la exclusión en la Europa contemporánea). La legitimación de esa actuación tendrá que ver con el trabajo crítico que lleva a cabo con sus materiales (característicamente, el canon de la tradición literaria y cultural española, pero también las versiones naturalizadas de la historia y de los acontecimientos contemporáneos como las de los medios de comunicación). No debe entonces perderse de vista, en el estudio de los procedimientos escriturarios de los textos de Goytisolo, este plano de análisis; esto es lo que permitirá justamente distinguir en los mismos la destrucción de la instancia autora! del proceso de elaboración de una figura de escritor fuerte y reconocible, capaz de hacerse cargo de los altos requisitos que Goytisolo impone a su propia escritura. La <muerte del autor> no implica necesariamente la desaparición del escritor. La imaginación escatológica cumple, además de la exclusivamente argumental, la función de construir imágenes de la posición misma de enunciación del texto, entendiéndola como el lugar de una posible articulación con la <esfera de los asuntos públicos>.

En estos textos recientes la escritura supone siempre este movimiento de purificación, de puesta en duda y banalización de los puntos de partida que eran considerados estables, gracias a la acumulación, yuxtaposición y transformación de elementos: en La cuarentena, como se vio, se pasa de las versiones escatológicas tradicionales judeocristianas a la visión de un más allá en el que todo punto es manifestación de la unidad divina, incluso el de los «Seres ígneos»; en Las semanas del jardín, de las historias contradictorias sobre la vida del poeta Eusebio al encuentro definitivo de los dobles, que es un asesinato; en El sitio de los sitios, de la muerte de J. G. y las invenciones de la «tertulia políglota» a la mención ultrarreferencial final del sitio que continúa en Sarajevo. Esta <purificación> textual habría que pensarla como un momento de quiebre de la figuración naturalizada, es decir, de la composición de los

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materiales para formar una imagen o un relato con sentido. De la ruptura o la desintegración de este poder figurativo del lenguaje (que evidentemente buscan alcanzar la «tertulia políglota» de El sitio de los sitios o el «círculo de lectores» de Las semanas del jardín) surge una nueva modalidad de enunciación que parece dar lugar a una verdadera capacidad referencial y, consecuentemente, a un sujeto capaz de usar el lenguaje de esa manera.

Hay que destacar, sin embargo, los rasgos específicos de este purificado uso referencial de la escritura: la trascendencia discursiva supone que entren en juego las operaciones ligadas a la imaginación, definida según rasgos específicos que Goytisolo toma de la tradición mística sufí, que tienen que ver justamente con entenderla como modo de interpretación. La imaginación será la facultad más abarcativa para alcanzar la purificación, el ascenso hacia lo Uno, y tendrá lugar en la escritura. La escritura permite llevar a cabo la conciliación de opuestos (y de múltiples) en un mismo plano, sin contradicción; las operaciones de disolución de la identidad en la escritura ya mencionadas ocupan su verdadero lugar en el plan de la obra goytisoliana cuando se es capaz de concebirlas como herramientas de la imaginación creadora, es decir, como modos de reunir los elementos más heterogéneos y resolver sus contradicciones, mostrándolos así como manifestaciones de algo que los trasciende. En esto, Goytisolo sigue a lbn Árabi:

Toda su obra, el espacio textual de su obra, es la palestra o terreno en los que de pronto los opuestos convergen, los antagonismos se anulan, lo opaco y luminoso, caduco y permanente armoniosamente concilian. Mediante iluminaciones o teofanías instantáneas, nos conduce adonde quiere llevarnos: todo el universo, infiel o creyente, glorifica a Dios8

De este modo, Goytisolo lleva a término una formidable operación de (re )legitima-ción de su propia escritura y de su poder propiamente figurativo; pero lo hace, paradójicamente, a partir de una destrucción inicial de ese mismo poder, es decir, el de constituir identidades autoconsistentes (la de Eusebio en Las semanas del jardín, la de J. G. y la historia urdida por la tertulia políglota en El sitio de los sitios, la de cielo e infierno como opuestos inconciliables en La cuarentena). Lejos de todo textualismo, esta disolución no es otra cosa que un camino hacia la posibilidad de restablecer el valor de la figuración en la escritura, específicamente en lo relativo a la referencia y la expresión. Pero el sujeto de estas operaciones ya no podrá ser llamado propiamente <autor>, ya que es el resultado (y no la supuesta <fuente>) de los movimientos de la escritura. El quiebre de la posibilidad de figuración de un sujeto por sobre un texto, que es lo que implicaría pretender dar cuenta de lo que el texto <quiere decir>, da lugar a una restauración de los poderes de la escritura de referirse al mundo y de expresar o manifestar la verdad (y no a una entrega al ficcionalismo o la fragmentariedad). Pero estos poderes están ligados a la «imaginación creadora», capaz de intervenir de una

8 op. cit., pp. 59-60.

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manera transformadora en la mera objetividad. En el capítulo 33 de La cuarentena el texto que estamos leyendo aparece figurado, autorreflexivamente, como siendo dictado por la divinidad; aquí, la opacidad de la escritura como <tejido> de relaciones se convierte en mutua transparencia de las conciencias del ángel que dicta y del narrador: «Adivinabas incluso sus pensarnientos--como él leía los tuyos-y a veces te adelantabas a su dictado, anticipando la frase que te iba inspirar»9• Esta escritura plenamente transparente no es un resto idealista que se oponga de este modo a las hipótesis barthesianas planteadas en el capítulo 1; más bien, se trata del resultado de llevar hasta sus últimas consecuencias esas hipótesis por la vía de la «imaginación creadora».

De este modo, y para concluir, Goytisolo resuelve dos problemas centrales en su obra:

Primero, el que surge de la siguiente pregunta: ¿cómo escribir sobre la realidad? ¿Cómo enfrentarse desde la propia escritura a la realidad histórico-social del escritor? Se trata del problema acuciante del testimonio, cuya enunciación, según se ha adelantado, implicará el trabajo de la imaginación al que da lugar la escritura; no hay verdadero testimonio sin las operaciones de la imaginación, capaces de reconocer en cualquier acontecimiento la manifestación de la verdad. El testimonio no se dirige a la apariencia del acontecimiento, sino a su verdad; por esto se sirve de los procedimientos de la escritura, que a partir de las relaciones imprevistas que establecen pueden hacerla surgir. El testimonio, si apunta a la verdad, nunca puede ser <en vivo y en directo>, ni quedarse en una objetividad supuestamente <pura>, sin sujeto. Los medios de comunicación audiovisuales, justamente, pretenden ser objetivos borrando toda mediación, exhibiendo signos que solo buscan exponer su supuesta inmediatez; la escritura, que, como técnica, también es un medio, no se finge sin embargo inexistente o directa frente a su supuesto referente objetivo. El único modo, entonces, de referirse críticamente a la realidad será trabajarla imaginativamente, transformarla en escritura para reconocer en ella la manifestación de la verdad.

En segundo lugar, otra cuestión: ¿cómo hablar de uno mismo? ¿Cómo expresarse? Se trata de la expresión de sí y, por supuesto, de la autobiografía. El mejor modo de hablar de uno será hablar de lo Uno, es decir, de una verdad <trascendente>. El lugar de la enunciación de este discurso no será ya el de lo <personal> sino que tendrá que ver con una instancia que lo supera. La «imaginación creadora» cumplirá aquí la función de encontrar en la propia vida los elementos en los que se manifiesta más claramente esa verdad. Esto rompe con las concepciones tradicionales acerca de la autobiografía, y su criterio de fidelidad a la verdad: la verdad de la autobiografía no puede ser ya la mera minucia personal, el simple hecho biográfico.

De este modo, Goytisolo logra paradójicamente, a través del camino de <purifica-ción> que se intentó presentar en este trabajo, una escritura espiritual que se convierte en el más terrenal de los discursos, al ser capaz de intervenir críticamente y desde una instancia autolegitimada en los asuntos de su tiempo.

9 op. cit., p. 97.

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