"el año del pensamiento mágico", joan didion

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  • 8/10/2019 "El ao del pensamiento mgico", Joan Didion

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    JOAN DIDIONEL AO DEL PENSAMIENTO MGICO

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    Traduccin de Olivia De Miguel

    TTULO ORIGINAL:THE YEAR OF MAGICAL THINKING

    Publicado por: GLOBAL RHYTHM PRESS S.L.Publicado en Estados Unidos por Alfred A. Knopf, Random House Inc., Nueva York en2005Copyright 2005 de Joan DidionCopyright de la traduccin: 2006 Olivia De MiguelDerechos exclusivos de edicin en lengua castellana: Global Rhythm Press S.L.ISBN: 978-84-934487-4-5 DEPSITO LEGAL: B-28243-2006

    Diseo Grfico: PFP (Quim Pint, Montse Fabregat)Preimpresin: LOZANO FAISANO, S. L. Impresin y encuademacin: LIBERDUPLEXPRIMERA EDICIN EN GLOBAL RHYTHM PRESS junio de 2006Bajo las sanciones establecidas por las leyes, quedan rigurosamente prohibidas, sin laautorizacin por escrito de los titulares del copyright, la reproduccin total o parcial deesta obra por cualquier medio o procedimiento mecnico o electrnico, actual o futuro incluyendo las fotocopias y la difusin a travs de Internet y la distribucin deejemplares de esta edicin mediante alquiler o prstamo pblicos.

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    La vida cambia rpido.

    La vida cambia en un instante.

    Te sientas a cenar; y la vida que conoces se acaba.El tema de la autocompasin.

    Estas fueron las primeras palabras que escrib despus deque sucediera. La fecha en el archivo Notas sobre elcambio.doc, de Microsoft Word, es 20 de mayo, 2004, 11:11p.m., pero tal vez abriera el archivo y al cerrarlo pulsaradistradamente salvar. En mayo no hice cambios en el archivo.

    No hice cambios en ese archivo desde que escrib esas palabrasen enero del 2004, dos o tres das despus del suceso.

    Durante mucho tiempo no escrib nada ms.La vida cambia en un instante.

    Un instante normal.Empeada en recordar lo que pareca ms sorprendente de

    todo lo ocurrido, en algn momento, consider aadir esaspalabras: un instante normal. Me di cuenta inmediatamentede que no era necesario aadir la palabranormal porque nopodra olvidarla, pero la palabra jams se me fue de lacabeza. En realidad, la normalidad de toda la situacinanterior al suceso era lo que me impeda creer que hubierasucedido realmente, asimilarlo, incorporarlo, superarlo.

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    Ahora reconozco que aquello no tena nada deextraordinario; enfrentados a un desastre repentino, todossealamos lo normales que eran las circunstancias en las quelo impensable sucede: el cielo azul despejado desde el que seprecipit el avin, el recado rutinario que acab sobre elarcn con el coche en llamas, los columpios en los que losnios jugaban como de costumbre cuando la cascabel salide entre la hiedra y atac. Volva a casa del trabajo, feliz,triunfador, sano y de repente, se acab, le en la declaracinde una enfermera de psiquiatra cuyo marido haba muertoen accidente de carretera. En 1966 tuve que entrevistar a

    mucha gente que haba vivido en Honolulu la maana del 7de diciembre de 1941; todos ellos, sin excepcin, empezaronsu relato del ataque a Pearl Harbor dicindome que era unamaana de domingo como otra cualquiera. Era unhermoso da de septiembre como otro cualquiera, dicetodava la gente cuando se le pide que describa la maana enNueva York cuando el American Lines 11 y el United Airlines

    175 se estrellaron contra las torres del World Trade. Inclusoel informe de la Comisin del 11-S empezaba con esta notamachaconamente premonitoria y aun as inmutable:Martes, 11 de septiembre de 2001, maana templada y sinapenas nubosidad en el este de Estados Unidos.

    Y de pronto... se acab. En plena vida estamos en lamuerte, dicen los episcopalianos junto a la tumba. Ms

    adelante, me di cuenta de que deb de repetir los detalles delo sucedido a todos los que vinieron a casa en aquellasprimeras semanas; a todos aquellos amigos y familiares quetraan

    comida y preparaban bebidas y ponan los platos en lamesa del comedor para los que estaban por all a la hora de

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    (encontr el mismo fallo ms tarde, cuando tuve quedecrselo a Quintana), pero en el momento en que Jos vio lasangre, lo entendi.

    Aquella maana, antes de que l llegara, yo yahabarecogido las jeringuillas y los electrodos del ECG, pero nopude enfrentarme a la sangre.

    A grandes rasgos.Ahora, al empezar a escribir esto, es el 4 de octubre, por

    la tarde, de 2004.Hace nueve meses y cinco das, aproximadamente a las

    nueve de la noche del 30 de diciembre de 2003, mi marido,John Gregory Dunne, en la mesa del saln de nuestroapartamento de Nueva York en la que acabbamos desentarnos a cenar, sufri aparentemente o realmente unrepentino y severo ataque al corazn que le caus la muerte.Nuestra nica hija, Quintana, llevaba cinco nochesinconsciente en una unidad de cuidados intensivos de la

    Singer Divisin del Beth Israel Medical Center, por entoncesun hospital en la avenida East End (cerr en agosto de2004), ms conocido como el Beth Israel North o el AntiguoHospital de

    Mdicos; lo que pareci un caso de gripe invernal lobastante grave para ingresarla en urgencias la maana deNavidad haba derivado en neumona y choque sptico. Estoes un intento por encontrar sentido al tiempo que sigui, alas semanas y meses que desbarataron cualquier idea previaque yo tuviera sobre la muerte, la enfermedad, laprobabilidad y la suerte, la buena o la mala fortuna, sobre elmatrimonio y los hijos y el recuerdo; sobre el dolor y losmodos en que la gente se plantea o no el hecho de que la vida

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    acaba; sobre la precariedad de la cordura y sobre la vidamisma. He sido escritora toda mi vida. Como escritora,incluso de nia, mucho antes de que empezara a publicar loque escriba, siempre tuve la sensacin de que el significadoradicaba en el ritmo de las palabras, las frases, los prrafos,una tcnica para contener lo que pensaba o crea tras unrefinamiento cada vez ms impenetrable. Soy o he llegado aser la forma en la que escribo; sin embargo, este es un casoen el que en vez de las palabras y sus ritmos deseara teneruna sala de montaje equipada con un Avid, un sistema de

    edicin digital en el que pudiera pulsar una tecla y la

    secuencia de tiempo se desintegrara para mostrarlessimultneamente todos los cuadros de la memoria que measaltan en este momento y dejarles elegir las tomas, losdiferentes comentarios al margen, las distintas lecturas delas mismas lneas. En este caso, para encontrar elsignificado, necesito ms que palabras. En este caso necesitocualquier cosa que yo crea o me parezca inteligible, aunque

    slo sea para m misma.

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    30 de diciembre de 2003, martes.Habamos visto a Quintana en la UCI de la sexta plantadel Beth Israel North.

    Habamos vuelto a casa.Habamos hablado de si salamos a cenar o cenbamos

    en casa.Yo propuse que encendera el fuego y podamos cenar en

    casa.Hice el fuego, empec a preparar la cena, le pregunt a

    John si quera tomar algo.Le prepar un escocs y se lo llev al saln donde estaba

    leyendo en la silla en la que sola sentarse junto al fuego.Lea unas galeradas encuadernadas de Europes Last

    Summer: Who Started the Great War in 1914?, de DavidFromkin.

    Acab de preparar la cena y la puse en la mesa del saln,desde la que, cuando estbamos solos, podamos comerviendo el fuego. Crec en California. John y yo vivimos juntosall veinticuatro aos, y en California calentbamos las

    casas con el fuego de la chimenea. Encendamos el fuego

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    incluso en las noches de verano porque entraba la niebla. Elfuego significaba que estbamos en casa, que habamostrazado el crculo, que estaramos a salvo durante la noche.Encend las velas. John me pidi otro whisky antes desentarse a la mesa. Se lo llev. Nos sentamos. Yo remova laensalada.

    John hablaba; de repente, dej de hablar.En algn momento de los segundos o del minuto previo

    a que dejara de hablar, me haba preguntado si en la segundacopa le haba puesto single malt. Le contest que no, quehaba usado el mismo escocs que en la primera. Bien

    haba dicho, no s por qu, pero no debes mezclarlos. Enotro momento de aquellos segundos o de aquel minuto habahablado de por qu la Primera Guerra Mundial fue elacontecimiento crtico del que surga el resto del siglo XX.

    No tengo ni idea del tema que hablbamos en elmomento en que dej de hablar, si del escocs o de laPrimera Guerra Mundial.

    Slo recuerdo que alc la vista. John se habadesplomado, estaba inmvil y tena la mano izquierdalevantada. Al principio cre que era una broma, un intentopor hacer que las dificultades del da parecieran msllevaderas.

    Recuerdo que dije: No hagas eso.Al no responderme, lo primero que pens fue que haba

    empezado a comer y se haba atragantado. Recuerdo queintent desde el respaldo de la silla lo suficiente como parapoder hacerle la maniobra de Heimlich. Recuerdo lasensacin de su peso al caer hacia delante, primero contra lamesa y luego al suelo. En la cocina, junto al telfono, habapegado una tarjeta con los nmeros de la ambulancia del

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    Nueva York-Presbiteriano. No es que hubiera pegado losnmeros junto al telfono porque anticipara un momentoas. Haba pegado

    los nmeros junto al telfono por si alguien del edificionecesitaba una ambulancia.

    Alguien.Llam a uno de los nmeros. Me preguntaron si

    respiraba. Les dije: Vengan, por favor. Cuando llegaron losde la ambulancia intent contarles lo sucedido, pero antes deque pudiera terminar ya haban convertido la zona del salnen la que estaba John en una sala de urgencias. Uno de ellos

    (haba tres o tal vez cuatro, una hora despus no sabacuntos eran) hablaba con el hospital sobre elelectrocardiograma que ya estaban enviando. Otro abra laprimera, la segunda o la que fuera de las mltiplesjeringuillas. (Epinefrina? Lidocana? Procainamida? Losnombres me vienen a la cabeza, pero no tengo ni idea dednde). Recuerdo que dije que tal vez se hubiera

    atragantado. Lo descartaron sin dudarlo. No habaobstruccin de las vas respiratorias. Enseguida utilizaron laspalas desfibriladoras en un intento por restablecer el ritmocardaco. Lograron algo

    que poda ser un latido normal (o pens que lo lograban,todos estbamos en completo silencio, se produjo una bruscasacudida), luego se perdi, y empez de nuevo.

    Todava hay fibrilacin recuerdo que dijo el queestaba al telfono.Fibrilacin-V dijo el cardilogo de John a la maana

    siguiente cuando llam desde Nantucket . Debieron dedecir fibrilacin-V, ventricular.

    Tal vez dijeran fibrilacin-V o tal vez no. La fibrilacin

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    auricular no provoca inmediata o necesariamente el parocardaco. La ventricular, s. Tal vez, la que tuvo fueventricular.

    Recuerdo haber intentado ordenar en mi cabeza lo quesucedera despus. Puesto que haba una dotacin deambulancia en el saln, el siguiente paso lgico sera ir alhospital. Se me ocurri que los enfermeros podan decidirtrasladarlo al hospital de un momento a otro, y yo no estaba

    preparada. No tena a mano lo que necesitaba llevar.Perdera tiempo, me quedara atrs. Encontr mi bolso, unjuego de llaves y un resumen del historial de John que su

    mdico le haba preparado. Cuando volv al saln, losenfermeros miraban el monitor del ordenador instalado en elsuelo. Yo no vea el monitor, as que miraba sus caras.Recuerdo que uno de ellos miraba a los dems. Cuandodecidieron trasladarlo, todo sucedi muy rpido. Les segu alascensor y pregunt si poda acompaarlos. Dijeron queprimero bajaran la camilla: yo poda ir en la segunda

    ambulancia. Uno de los enfermeros esper conmigo a que elascensor volviera a subir. Cuando l y yo subamos a lasegunda ambulancia, la que llevaba la camilla arrancabafrente a la puerta del edificio. Desde nuestra casa hasta elNueva York-Presbiteriano, que antes era el Hospital deNueva York, hay que atravesar seis manzanas. No recuerdolas sirenas. No recuerdo el trfico. Cuando llegamos a la

    entrada de urgencias del hospital, la camilla desapareca yaen el interior del edificio. Un hombre esperaba en elcamino. Todas las personas que se vean llevaban ropa

    desechable. l no. Es la esposa? pregunt al conductor;luego se volvi hacia m. Soy su asistente social, dijo, y mefiguro que ah fue cuando deb de darme cuenta.

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    Abr la puerta, vi al hombre vestido de verde y lo supe.Lo supe inmediatamente dijo la madre de un joven dediecinueve aos, asesinado por una bomba en Kirkuk, en undocumental de HBO citado por Bob Herbert en The NewYork Times la maana del 12 de noviembre de 2004, perocrea que mientras no le dejara entrar, no podra decrmelo;y aquello... nada de todo aquello habra sucedido. l nodejaba de decir: Seora, necesito entrar". Y yo seguadicindole: Lo siento, pero no puede pasar.

    En el desayuno, cuando le esto casi once meses despusde la noche de la ambulancia y el asistente social, reconoc

    como ma esa reaccin.Dentro de la sala de urgencias, vi que personal mdico

    con ropa desechable empujaba la camilla hasta una cortina.Alguien me dijo que esperara en recepcin. Lo hice. Habauna fila para presentar los papeles de admisin. Esperar enla fila pareca lo ms prctico que se poda hacer. Esperar enla fila significaba que todava haba tiempo para controlar el

    asunto. En el bolso tena copias de las tarjetas del seguro;nunca haba estado en ese hospital el Hospital de NuevaYork era el de la Universidad de Comell, el hospital que sehaba unido al Nueva York-Presbiteriano; yo conoca el deColumbia, el Columbia-Presbiteriano, en la Calle 168 conBroadway, a veinte minutos como mnimo de casa demasiado lejos para una de esas urgencias; pero yo

    lograra manejar este hospital desconocido, poda hacer algo,y una vez estabilizado, organizara su traslado al Columbia-Presbiteriano. Estaba inmersa en los detalles del inminentetraslado al Columbia (necesitara una cama con sistema detelemetra, finalmente tambin poda conseguir quetrasladaran a Quintana al Columbia; la noche que ella

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    ingres enel Beth Israel North yo haba escrito en una tarjeta los

    nmeros del busca de varios mdicos del Columbia; uno uotro lo conseguiran) en un momento, el asistente socialapareci y me condujo desde la fila del papeleo a una salitavaca junto a la recepcin. Espere aqu, dijo. Esper. Lahabitacin estaba fra o yo lo estaba. Me preguntaba cuntotiempo haba pasado desde que llam a la ambulancia hastaque lleg. Me pareca que no haban tardado nada (una pajaen el ojo de Dios era la frase que me asalt en aquella salajunto a la recepcin), pero seguramente haban pasado por lo

    menos varios minutos.Sola tener un tablero en mi oficina en el que, por

    motivos relacionados con un detalle del argumento de unapelcula, haba una ficha rosa en la que haba escrito unafrase del Manual Merck sobre el tiempo que el cerebro puedevivir sin oxgeno. La imagen de la ficha rosa me vino a lacabeza en la sala junto a la recepcin: La anoxia del tejido

    entre 4 y 6 minutos puede producir daoscerebrales irreversibles o la muerte. Cuando el asistente

    social volvi a entrar, me deca a m misma que no deba derecordar correctamente la frase. Vena acompaado de unhombre que se present como el mdico de su esposo. Seprodujo un silencio. Ha muerto, verdad?, me opreguntarle al mdico. El mdico mir al asistente social.

    Est bien dijo el asistente social. Es una mujer muyentera.Me llevaron hasta el box cerrado con cortinas en el que

    John ya descansaba solo. Me preguntaron si quera unsacerdote. Dije que s. Vino un sacerdote y le dio laextremauncin. Le di las gracias. Me dieron el clip de plata

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    en el que John guardaba su carn de conducir y las tarjetasde crdito. Me dieron el dinero que llevaba en el bolsillo. Medieron su reloj. Me dieron su mvil. Me dieron una bolsa deplstico con su ropa. Les di las gracias. El asistente social mepregunt si poda ayudarme en algo. Le dije si podaponerme en un taxi. Lo hizo. Le di las gracias. Llevadinero?, pregunt. Yo, la mujer entera, dije que s. Cuando

    entr en el apartamento y vi la chaqueta y el pauelo deJohn en la silla sobre la que los haba dejado cuandoregresamos de ver a Quintana en el Beth Israel North (elpauelo rojo de cachemir, la cazadora de Patagonia que

    haba sido la chaqueta del equipo de la pelcula ntimo ypersonal), me pregunt hasta qu punto me permitiran noser una mujer entera. El colapso nervioso? Necesidad decalmantes? Gritar?

    Recuerdo haber pensado que tena que hablarlo conJohn.

    No haba nada que yo no hablara con John.

    Porque los dos ramos escritores y trabajbamos en casay nuestros das estaban llenos del sonido de la voz del otro.

    No siempre crea que l tena razn ni tampoco l creaque yo la tuviera, pero cada uno de nosotros

    era para el otro la persona de confianza. Nuestrasinversiones o intereses corran paralelos en cualquiersituacin. Dado que a veces uno tena mejores crticas que el

    otro o consegua un avance ms sustancioso, muchossuponan que, en cierto modo, debamos de sercompetidores, que nuestra vida privada deba de ser uncampo minado por el resentimiento y los celos profesionales.Era algo tan alejado de la realidad que la insistencia en eltema indicaba ciertas lagunas en eso que la gente entiende

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    popularmente por matrimonio.Esa haba sido otra cosa de la que habamos hablado.El silencio del apartamento es lo que recuerdo la noche

    en que llegu sola a casa desde el Hospital de Nueva York.En la bolsa de plstico que me haban dado en el hospital

    haba un pantaln de pana, una camisa de lana, un cinturny creo que nada ms. Haban

    cortado las perneras del pantaln de pana, supongo quelos enfermeros. Haba sangre en la camisa. El cinturnestaba entrelazado. Recuerdo haber enchufado su mvil alcargador de su mesa de despacho. Recuerdo haber colocado

    su clip de plata en la caja del dormitorio en la queguardbamos los pasaportes, las partidas de nacimiento y loscertificados de haber sido miembros de un jurado. Miro elclip y veo las tarjetas que llevaba: el carn de conducirexpedido por el estado de Nueva York, que caducaba el 25 demayo de 2004; una tarjeta de crdito del Chase; unaAmerican Express; una Wells Fargo MasterCard; el carn del

    Metropolitan Museum; una tarjeta del Writers Guild ofAmerica West (era justo antes de las votaciones de laAcademia, cuando se puede usar la WGAW para ver pelculasgratis; seguramente haba ido a ver alguna, no lo recuerdo);una tarjeta mdica; una tarjeta de metro y una tarjeta deMedtronic con la inscripcin: Llevo implantado unmarcapasos Kappa 900 SR; el nmero de serie del aparato,

    un nmero del mdico que se loimplant y la anotacin: Fecha de implantacin: 3 dejunio de 2003. Recuerdo haber juntado el dinero que habaen su bolsillo con el de mi bolso, alisado los billetes y puestoespecial cuidado en colocar los de veinte con los de veinte,los de diez con los de diez, los de cinco con los de cinco y los

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    de uno con los uno. Recuerdo haber pensado mientras lohaca que l vera cmo manejaba la situacin.

    Cuando le vi en el box de la sala de urgencias en elHospital de Nueva York, tena una mella en uno de losdientes de delante, supongo que a consecuencia de la cada,pues tambin tena cardenales en la cara. Al da siguiente,cuando identifiqu su cuerpo en el Frank E. Campbell, loscardenales no se le notaban. Me figuro que a eso se refera elempleado de la funeraria cuando le dije que no leembalsamaran, y l respondi: En ese caso, slo loadecentaremos. La parte de la funeraria me queda lejana.

    Haba llegado a FrankE. Campbell tan decidida a evitar cualquier respuesta

    inapropiada (lgrimas, ira, risa histrica en medio delsilencio reverencial) que haba bloqueado cualquierrespuesta. Cuando muri mi madre, el empleado de lafuneraria que recogi su cuerpo de la cama dej en su lugaruna rosa artificial. Mi hermano me lo haba contado

    profundamente ofendido. Estaba preparada contra las rosasartificiales. Recuerdo que decid rpidamente el atad y que.en la oficina en la que firm los papeles, haba un relojantiguo, parado. El funerario, como si le complaciera aclararel motivo de aquel elemento decorativo, explic que el relojllevaba aos sin funcionar, pero lo haban conservado comouna especie de recuerdo de una vida anterior de la

    empresa. Pareca ofrecer el reloj como una leccin. Pens enQuintana. Poda ignorar lo que deca el funerario, pero nopoda ignorar los versos que escuchaba al pensar enQuintana: Hundido a cinco brazas yace tu padre. / Esas queson perlas, fueron sus ojos.

    Ocho meses despus, pregunt al administrador de

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    nuestro edificio de apartamentos si todava guardaba elregistro de incidencias de la noche del 30 de diciembre.Saba que exista ese registro: haba sido tres aos presidentade la comunidad y el registro de entrada era parte delfuncionamiento del edificio. Al da siguiente, eladministrador me envi la pgina correspondiente al 30 dediciembre. Segn el registro, aquella noche los porteros eranMichael Flynn y Vasile Ionescu. No lo recordaba. VasileIonescu y John se divertan en el ascensor con una broma,una especie de juego entre un exiliado de la Rumania deCeaucescu y un catlico irlands de West Hartford

    (Connecticut) basado en la complicidad poltica. Dndeest Bin Laden?, deca Vasili cuando John entraba en elascensor; el juego consista en llegar arriba con propuestascada vez ms improbables: Estar Bin Laden en el tico?;estar en el chalet?; en el gimnasio?. Cuando vi elnombre de Vasili en el registro, pens que no me acordaba sil haba empezado el juego cuando llegamos del Beth

    Israel North la noche del 30 de diciembre. El registro deaquella noche mostraba slo dos entradas, menos que decostumbre, incluso en una poca del ao en que mucha gentedel edificio se desplazaba a lugares con mejor clima.

    NOTA: La ambulancia del Sr. Dunne lleg a las 9.20p.m.El Sr. Dunne fue llevado al hospital a las 10.05p.m.NOTA: Bombilla fundida en el ascensor A-B. El ascensor

    A-B era nuestro ascensor, el ascensor en el que subieron losenfermeros a las 9.20 p.m., el ascensor en el que se llevarona John (y a m) en la ambulancia a las 10.05 p.m., el ascensoren el que volv sola a nuestro apartamento a una hora sinregistrar. No me di cuenta de que haba una bombillafundida en el ascensor, ni me di cuenta de que los

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    enfermeros estuvieron cuarenta y cinco minutos en elapartamento. Siempre he explicado que fueron quince oveinte minutos. Si estuvieron tanto tiempo, quiere decirque estaba vivo? Le hice esta pregunta a un mdico que

    conoca. A veces, lo intentan durante mucho tiempo,contest. Pas un rato antes de que me diera cuenta de quela respuesta no contestaba para nada mi pregunta.

    Cuando recog el certificado de defuncin, la fecharegistrada de la muerte era 10.18 p.m. del 30 de diciembre de2003.

    Antes de salir del hospital, me haban pedido

    autorizacin para realizarle la autopsia. Haba dicho que s.Ms tarde le que los hospitales consideran algo muydelicado y sensible pedir a un familiar la autorizacin para laautopsia, el ms difcil de los trmites rutinarios queacompaan a una muerte. Los propios mdicos, segndiversos estudios (por ejemplo, Katz, L., y Gardner, R., TheIntems Dilemma: The Request for Autopsy Consent en

    Psychiatry in Medicine 3 [1972], 197-203) experimentanconsiderable ansiedad al pedir esta autorizacin. Saben quela autopsia es

    esencial para el aprendizaje y la enseanza de lamedicina, pero tambin saben que el procedimientodesencadena un temor primitivo. Si quien me pidi laautorizacin para la autopsia en el Hospital de Nueva York

    experiment esa ansiedad, yo podra habrsela evitado:deseaba firmemente que le hicieran la autopsia. Lo deseabafirmemente a pesar de que haba visto varias cuandoinvestigaba para algn libro. Saba exactamente lo queocurre: el pecho abierto como el de un pollo en la carnicera,la cara despellejada, la balanza para pesar los rganos. Haba

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    visto a detectives de homicidios retirar la vista de unaautopsia. Aun as, la quera. Necesitaba saber cmo, por quy cundo haba sucedido aquello. En realidad, quera estarpresente cuando la hicieran (haba visto aquellas otrasautopsias con John y le deba estar en la suya, incluso, enaquel momento, tena la idea fija de que l estara en la salasi fuera yo quien estaba en la mesa); pero dud de poderplantearlo racionalmente, as que no lo ped.

    Si la ambulancia sali del edificio a las 10.05 p.m. y sumuerte se declar a las 10.18 p.m., los trece minutostranscurridos estuvieron dedicados a la contabilidad y la

    burocracia, a asegurarse de que se cumplieran los trmitesdel hospital, a que se hiciera el papeleo, a que la personaadecuada estuviera a mano para certificar la muerte y ainformar a la mujer entera.

    El certificado de defuncin. Luego supe que se llamabadeceso, como en Hora del deceso: 10.18 p.m..

    Tena que creer que durante todo aquel tiempo haba

    estado muerto.Si no crea que haba estado muerto todo aquel tiempo,

    habra pensado que debera haber podido salvarlo.De todas formas, hasta que vi el informe de la autopsia,

    segu pensndolo, un ejemplo de pensamiento delirante de lavariante omnipotente.

    Una semana o dos antes de morir mientras cenbamos

    en un restaurante, John me pidi que le escribiera algo en milibreta. El siempre llevaba tarjetas para tomar notas, tarjetasde ocho por quince con su nombre impreso que le caban enun bolsillo interior de la chaqueta. Mientras cenbamos, levino algo a la cabeza que no quera olvidar, pero al mirar enel bolsillo, vio que no tena tarjetas. Necesito que me escribas

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    algo, dijo. Era para su nuevo libro, no para el mo; hizohincapi en ello porque por entonces yo investigaba para unlibro que tena que ver con el deporte. sta fue la nota queme dict: Los entrenadores solan salir despus de unpartido y decan buen juego. Ahora salen acompaados dela polica estatal, como si hubiera una guerra y ellos fueran elejrcito. La militarizacin de los deportes. Cuando al dasiguiente le di la nota, me dijo: Si quieres, puedes usarla.

    Qu quiso decir? Saba que no escribira el libro?Se tema algo? Una corazonada? Por qu se olvid

    aquella noche de llevar sus tarjetas a la cena? Acaso no me

    haba advertido, cuando a m se me olvidaba la libreta, que elpoder hacer una nota cuando se te ocurre algo supone ladiferencia entre escribir y no hacerlo? Algo le deca aquellanoche que el tiempo de escribir se le estaba acabando?

    Un verano, cuando vivamos en Brentwood Park, nosacostumbramos a interrumpir el trabajo a las cuatro de latarde para salir a la piscina. l se quedaba de pie en el agua

    leyendo (reley varias veces La decisin de Sofa tratando deentender cmo funcionaba) mientras yo trabajaba en eljardn. Era un jardn pequeo, casi una miniatura, consenderos de grava, un emparrado de rosas y macizosbordeados de tomillo, santolina y matricaria. Pocos aosantes haba convencido a John de que arrancsemos elcsped para plantar el jardn. Con gran sorpresa por mi

    parte, puesto que nunca haba mostrado ningn inters porlos jardines, consider el resultado final casi como unmisterioso regalo. En aquellas tardes de verano, poco

    antes de las cinco, nadbamos un rato y luego, envueltos enla toalla, entrbamos en la biblioteca para ver Tenko, unaserie de la BBC que se emita por entonces sobre unas

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    inglesas deliciosamente predecibles (una era inmadura yegosta, y otra pareca un trasunto de La seora Miniver),apresadas por los japoneses en Malasia durante la SegundaGuerra Mundial. Cada tarde, despus del captulo de Tenko,subamos a trabajar un par de horas ms; John, en sudespacho del piso de arriba y yo, en el porche acristalado, alotro lado del vestbulo, que se haba convertido en mi oficina.A las siete o siete y media, salamos a cenar, la mayora de lasveces a Morton. Aquel verano se estaba bien en Morton.Siempre haba quesadilla de gambas y pollo con judasnegras. Siempre haba alguien conocido. La sala estaba

    fresca y pulida, y oscura en el interior, pero se vea elatardecer en la calle.

    Por entonces, a John no le gustaba conducir de noche.Ms tarde supe que esa era una de las

    razones por las que quera pasar ms tiempo en NuevaYork, un deseo que, en aquella poca, me resultabamisterioso. Una noche de aquel verano, despus de cenar con

    Anthea Sylbert en su casa de Camino Palmero en Hollywood,John me pidi que condujera yo. Anthea viva a menos deuna manzana de la casa de la avenida Franklin, en la quehabamos vivido entre 1967 y 1971; por tanto, no se tratabade tener que explorar un nuevo barrio. Cuando puse el cocheen marcha, pens que se podan contar con los dedos de unamano las veces que yo haba conducido estando John en el

    coche; aquella noche slo recordaba una vez que le habarelevado en un viaje de Las Vegas a Los ngeles. Ibaadormecido en el asiento del pasajero de la Corvette queentonces tenamos. Abri los ojos y unos momentos despusme dijo muy amablemente: Yo lo llevara un poco msdespacio. Yo no tena la sensacin de ir a demasiada

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    velocidad y mir el indicador de velocidad; iba casi a 200.Aun as.Un viaje a travs del desierto de Mojave era otra cosa.

    Nunca antes me haba pedido que condujera a casa despusde cenar en la ciudad; aquella noche de Camino Palmero notena precedentes. Ni tampoco el que despus de los cuarentay cinco minutos que dur el viaje hasta Brentwood Park,dijera: Bien hecho.

    El ao antes de morir mencion varias veces aquellastardes de la piscina, el jardn y Tenko.

    En El hombre ante la muerte, Philippe Aris seala que

    la caracterstica esencial de la muerte en la Chanson deRoland es que, aunque repentina o accidental, advierte conantelacin de su llegada. Cuando le preguntan a SirGawain: Ay, mi buen seor!, creis que moririspronto?; y Gawain contesta: Os dijo que no he de vivir dosdas. Aris seala: Ni su mdico, ni sus amigos, ni lossacerdotes (estos ltimos ausentes y olvidados) saben tanto

    de su muerte como l. Slo el hombre que agoniza puededecir el tiempo que le queda.

    Te sientas a cenar.Si quieres puedes usarla, haba dicho John cuando le

    di la nota que me haba dictado una o dos semanas antes.Y de repente... se acab.El desconsuelo, cuando llega, no tiene nada que ver con

    lo que esperamos. No fue eso lo que sent cuando mis padresmurieron; mi padre muri pocos das antes de cumplirochenta y cinco, y mi madre un mes antes de los noventa yuno; en ambos casos, despus de aos de progresivodeterioro. Entonces sent tristeza, soledad (la soledad delnio abandonado sea cual sea su edad), nostalgia por el

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    tiempo pasado, por las cosas no dichas, por mi incapacidadpara compartir o para darme cuenta, al final, del dolor, laimpotencia y la humillacin fsica que ambos soportaron.Comprend lo inevitable de cada una de estas

    muertes. Las haba esperado, temido, anticipado y mehaban sobrecogido toda mi vida. Cuando finalmenteocurrieron, permanecieron alejadas, a cierta distancia delcurso de mi vida cotidiana. Tras la muerte de mi madre,recib una carta de un amigo de Chicago, un antiguomisionero de Maryknoll, que intuy acertadamente lo que yosenta. La muerte de nuestros padres, escriba, a pesar de lo

    preparados que estemos, a pesar de la edad que tengamos,remueve cosas muy profundas, provoca reacciones que nossorprenden y puede liberar recuerdos y sentimientos quehabamos credo enterrados hace mucho tiempo. En eseperodo indefinido que llamamos duelo, podramos estar enun submarino, silencioso en el fondo del ocano, conscientesde las cargas de profundidad, tan pronto cerca como lejos,

    golpendonos con recuerdos.Mi padre haba muerto, mi madre haba muerto; durante

    un tiempo tendra que ir con pies de plomo, pero aun aspoda levantarme por la maana y enviar la ropa a lalavandera.

    Aun as poda preparar un men para la comida dePascua.

    Aun as me acordaba de renovar el pasaporte.El desconsuelo es diferente. El desconsuelo no tienedistancia. El desconsuelo llega en oleadas, en acometidas, enrepentinos arrebatos que debilitan las rodillas, ciegan losojos y borran la cotidianidad de la vida. Virtualmente todoslos que han experimentado el desconsuelo mencionan este

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    fenmeno de las oleadas. Eric Lindemann, jefe dePsiquiatra del Hospital General de Massachusetts en losaos cuarenta, que entrevist a muchos familiares de losmuertos en el incendio que se produjo en 1942 en el clubCocoanut Grove, defini el fenmeno con absoluta precisinen un famoso estudio de 1944: Sensaciones de angustiasomtica se sucedan en oleadas que duraban de veinteminutos a una hora, una sensacin de opresin en lagarganta, asfixia por falta de aliento, necesidad de suspirar ysensacin de vaco en el abdomen, falta de fuerza muscular y

    una intensa angustia descrita como tensin o dolor

    espiritual.Opresin en la garganta. Asfixia, necesidad de suspirar.Para m, esas oleadas comenzaron la maana del 31 de

    diciembre de 2003, siete u ocho horas despus del suceso,cuando me despert sola en el apartamento. No recuerdohaber llorado la noche antes; en el momento en que sucedihaba entrado en una especie de shock en el que nicamente

    pensaba en las cosas que tena que hacer. Mientras elpersonal de la ambulancia estuvo en el saln, yo tena cosasque hacer. Por ejemplo, busqu la copia del informe mdicode John para poder llevarla al hospital y cubr el fuegoporque lo iba a dejar solo. En el hospital tambin tuve cosasque hacer. Por ejemplo, tuve que hacer fila y tuve que pensaren la cama con servicio de telemetra que John necesitara

    para poder trasladarlo al Columbia-Presbiteriano.Cuando volv del hospital, tambin tuve cosas que hacer.Era incapaz de identificarlas todas, pero tena muy clara unade ellas: antes de hacer nada, tena que decrselo a Nick, elhermano de John. Me haba parecido muy tarde para llamara Dick, su hermano mayor, que viva en Cape Cod (se

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    acostaba temprano, no se encontraba bien de salud, noquera despertarle con malas noticias), pero necesitabadecrselo a Nick. No pens en cmo se lo dira. Me sent en lacama, descolgu el telfono y marqu el nmero de su casaen Connecticut. Lo cogi l. Se lo dije. Despus de colgar eltelfono, con lo que slo puedo describir como una nuevaforma neutra de marcar nmeros y decir las palabras, volv adescolgarlo. No poda decrselo a Quintana (segua andonde la habamos dejado pocas horas antes, inconsciente enla UCI del Beth Israel North), pero poda llamar a Gerry, sumarido desde haca cinco meses, y poda llamar a mi

    hermano Jim, que estara en su casa de Pebble Beach. Gerrydijo que vendra. Le dije que no era necesario que viniera,que yo estaba bien. Jim dijo que cogera un avin.

    Le dije que no era necesario que tomase un avin y queya hablaramos por la maana. Mientras intentaba pensarqu era lo siguiente que tena que hacer, son el telfono. EraLynn Nesbit, nuestra agente literaria, amiga desde finales de

    los sesenta. En aquel momento, no tena claro cmo se habaenterado, pero lo saba (tena relacin con un amigo comnde Nick y Lynn, con el que ambos acababan de hablar) y mellamaba desde un taxi, de camino a nuestro apartamento.Por un lado, me sent aliviada (Lynn sabra manejar lasituacin; Lynn sabra lo que supuestamente yo tena quehacer), pero por otro lado estaba perpleja. Cmo iba a vivir

    aquel momento acompaada? Qu bamos a hacer? Nossentaramos en el saln con las jeringuillas y los electrodosdel ECG y el suelo manchado todava de sangre? Deberareavivar el fuego? Beberamos algo? Habra cenado?

    Haba comido yo?En el instante en que me pregunt si haba comido, tuve

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    los primeros indicios de lo que estaba porllegar; aquella noche supe que si pensaba en la comida,

    vomitara.Lynn lleg.Nos sentamos en la zona del saln en la que no haba

    sangre ni electrodos ni jeringuillas.Mientras hablaba con Lynn, recuerdo haber pensado

    (esta es la parte que no poda decir) que John se haba hechosangre al caer; haba cado de bruces y ya en urgencias, yohaba notado que tena un diente desportillado;posiblemente el diente se le clav en el interior de la boca.

    Lynn descolg el telfono y dijo que estaba llamando aChristopher.

    sa fue otra perplejidad: el Christopher que yo conocaera Christopher Dickey, pero estaba en Pars o en Dubai, y encualquier caso Lynn habra dicho Chris, no Christopher.Notaba que la atencin se me iba hacia la autopsia. Tal vez laestuvieran haciendo mientras yo estaba all

    sentada. Luego, me di cuenta de que el Christopher conel que Lynn hablaba era Christopher Lehmann- Haupt,director de necrolgicas del New York Times. Recuerdo unasensacin de sobresalto. Quera decir todava no, pero laboca se me haba quedado seca. Poda afrontar la autopsia,pero no haba pensado en la idea de necrolgica.Necrolgica, a diferencia de autopsia, que era algo entre

    John y yo y el hospital, significaba que haba ocurrido. Sin lams mnima sensacin de falta de lgica, me descubrpreguntndome si hubiera sucedido igual en Los ngeles.(Quedaba tiempo para volver? Podamos tener otro finalcon el horario del Pacfico?). Recuerdo que me asalt laimperiosa necesidad de no dejar que nadie de Los Angeles

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    Times se enterara de lo sucedido a travs de The New YorkTimes. Llam a Tim Rutten, nuestro ntimo amigo de LosAngeles Times. No me acuerdo lo que Lynn y yo hicimosdespus. Recuerdo que dijo que se quedara a pasar la noche,pero le contest que no, que estara bien sola.

    Y lo estuve.Hasta la maana siguiente, cuando, an medio dormida,

    intent averiguar por qu estaba sola en la cama. Tena unasensacin plmbea. La misma sensacin plmbea con la queme despertaba por la maana despus de haberme peleadocon John. Nos habamos peleado? Sobre qu? Cmo

    haba empezado? Cmo bamos a poder arreglarlo si no meacordaba cmo haba empezado?

    Entonces me acord.Durante semanas ese fue el modo de enfrentarme al da.Me despierto y siento la siniestra oscuridad, no el

    da. Uno de los muchos versos de distintos poemas de GerardManley Hopkins que John fue entretejiendo durante los

    meses que siguieron al suicidio de suhermano menor, una especie de rosario improvisado.Ay, la mente, la mente tiene montaas; despeaderos de

    ruina terribles, escarpados, insondables para el hombre. Losmenosprecia quizs quien nunca se asom a ellos.Medespierto y siento la siniestra oscuridad, no el da.Y hepedido quedarme Al abrigo de las tormentas.

    Ahora veo que mi insistencia en pasar sola aquellaprimera noche era algo ms complicado de lo que pareca, uninstinto primitivo. Por supuesto saba que John habamuerto. Por supuesto ya haba comunicado la noticia a suhermano, a mi hermano y al marido de Quintana. The NewYork Times lo saba. Los Angeles Times lo saba. Sin

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    embargo, yo no estaba preparada en modo alguno paraaceptar la noticia como algo definitivo: en algn plano de miconciencia crea que lo que haba sucedido era reversible. Porese motivo necesitaba estar sola.

    Despus de aquella primera noche no volv a quedarmesola durante semanas (Jim y su esposa Gloria llegaron deCalifornia al da siguiente; Nick regres a Nueva York; Tonyy su esposa Rosemary vinieron de Connecticut; Jos no sefue a Las Vegas y Sharon, nuestra ayudante, volvi deesquiar; la casa no estuvo vaca en ningn momento), peronecesitaba aquella primera noche para estar sola.

    Necesitaba estar sola para que l pudiera volver.Este fue el comienzo de mi ao del pensamiento mgico.

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    El poder del dolor para desequilibrar la mente ha sidoexhaustivamente estudiado. La afliccin, dice

    Freud en su ensayo de 1917 Duelo y Melancola, traeconsigo graves desviaciones de la actitud normal ante lavida. Sin embargo, seala, el dolor contina siendo undesequilibrio peculiar y nunca se nos ocurre considerarloun estado patolgico ni someterlo a tratamiento mdico.Confiamos en que pasado cierto tiempo se superar yjuzgamos inoportuna y aun daina cualquier interferenciaque lo perturbe. Melanie Klein, en su ensayo El duelo y su

    relacin con los estados maniaco-depresivos (1940), haceuna valoracin similar: El doliente est realmente enfermo,pero como su estado mental es comn y nos parece tannatural, no consideramos el duelo una enfermedad [...]. Pararesumir con ms precisin: yo dira que, en el duelo, el sujetopasa por un estado de alteracin maniaco-depresivatransitoria que logra superar.

    Ntese el nfasis en superar.Era ya pleno verano, unos meses despus de aquella

    noche en la que necesitaba estar sola paraque l pudiera volver, cuando fui capaz de reconocer que

    haba habido momentos durante el invierno y la primavera

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    en los que haba sido incapaz de pensar racionalmente.Pensaba como los nios pequeos, como si mispensamientos y deseos tuvieran el poder de alterar lanarracin, cambiar el desenlace. En mi caso, este desordendel pensamiento haba permanecido oculto, creo queinvisible para los dems, oculto incluso para m misma; perovisto retrospectivamente, haba sido apremiante y constante.Visto desde aqu, me doy cuenta de que haba habidoseales, llamadas de atencin que tendra que haberpercibido. Por ejemplo, el caso de las necrolgicas. No podaleerlas. Me sucedi desde el 31 de diciembre, fecha en que

    aparecieron las primeras, hasta el 29 de febrero, la noche delos Oscar de 2004, y cuando vi una fotografa de John en elmontaje In Memoriam que hace la Academia. Al ver lafotografa, me di cuenta de por qu las necrolgicas mehaban alterado tanto.

    Haba permitido que otra gente pensara que estabamuerto. Haba dejado que lo enterrasen vivo.

    Nueva llamada de atencin: hubo un momento (altimos de febrero o principios de marzo, despus de queQuintana saliera del hospital y antes del funeral quehabamos retrasado hasta que ella se recuperase) en quepens que tena que dar la ropa de John. Mucha gente habacomentado la necesidad de dar la ropa y se haba ofrecidocon buena intencin, aunque inoportunamente (como suele

    ocurrir), a ayudarme. No s por qu, pero me haba resistido.Recordaba que despus de morir mi padre, haba ayudado ami madre a separar su ropa en montones, unos para laBeneficencia y la mejor para la tienda de caridad en la quemi cuada Gloria trabajaba como voluntaria. Despus de lamuerte de mi madre, Gloria y yo, Quintana y las hijas de

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    Gloria y Jim habamos hecho lo mismo con su ropa. Era unade las cosas que la gente hace despus de una muerte, partedel ritual, una especie de deber.

    Empec. Vaci un estante en el que John haba apiladosudaderas y camisetas: la ropa que se pona para caminarpor Central Park a primeras horas de la maana. bamos aandar todas las maanas. No siempre lo hacamos juntosporque nos gustaba seguir distintas rutas, pero tenamospresente la ruta que haca el otro y nos cruzbamos antes desalir del parque. La ropa de aquel estante me resultaba tanfamiliar como la ma propia. No lo tuve en cuenta. Reserv

    algunas prendas (una sudadera descolorida con la que lerecordaba particularmente, una camiseta de Canyon Ranchque Quintana le haba trado de Arizona), pero puse enbolsas casi todo lo que haba en aquel estante y las llevenfrente, a la St. James Episcopal Church. Animada, abr unarmario y llen ms bolsas: zapatillas deportivas NewBalance, zapatos, shorts Brooks Brothers, bolsas y bolsas de

    calcetines. Llev las bolsas a St. James. Unas semanasdespus, recog ms bolsas y las llev al despacho de John,donde l guardaba su ropa. An no estaba preparada paraempezar con los trajes, las camisas y las chaquetas, pero,para

    empezar por alguna parte pens que poda seguir con loszapatos que quedaban.

    Me detuve en la puerta de la habitacin. No poda dar elresto de sus zapatos.Me qued all un momento; luego, me di cuenta de por

    qu no poda hacerlo: si iba a volver, necesitara zapatos.El ser consciente de lo que pensaba no elimin en modo

    alguno aquel pensamiento.

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    Todava no he intentado comprobar dando loszapatos si el pensamiento ha perdido fuerza.

    Al reflexionar, veo que la propia autopsia fue el primerejemplo de esta forma de pensamiento. Adems de lo que yotuviera en la cabeza cuando autoric tan decididamente laautopsia, tambin tena cierto grado de trastorno por el quecrea que

    una autopsia mostrara que lo que se haba estropeadoera algo muy simple. Posiblemente slo fuera unaobstruccin transitoria o una arritmia. Tal vez slo hubierasido necesario un ajuste mnimo, un cambio de medicacin o

    volver a colocar otro marcapasos. En ese caso, continuaba elrazonamiento, an podran estar a tiempo de arreglarlo.

    Recuerdo cunto me afect una entrevista a TeresaHeinz Kerry, realizada durante la campaa de 2004, en laque hablaba de la muerte de su primer marido. Despus delaccidente areo en el que muri John Heinz, dijo en laentrevista, ella haba sentido una necesidad imperiosa de

    salir de Washington y volver a Pittsburg.Por supuesto que necesitaba volver a Pittsburg.Pittsburg, no Washington, era el lugar al que l podra

    regresar.La autopsia no se realiz la noche en la que secertific la muerte de John.La autopsia no se realiz hasta las once de la maana

    siguiente. Ahora me doy cuenta de que slo poda realizarsedespus de que el desconocido del Hospital de Nueva Yorkme llamara por telfono la maana del 31 de diciembre. Elhombre que me llam no era mi asistente social, ni elmdico de mi esposo, ni, como John y yo podramos haberdicho, nuestro amigo del puente. Ni nuestro amigo del

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    puente era una expresin familiar con la que, HarrietBurns, la ta de John, describa los reiterados encuentros conpersonas desconocidas; por ejemplo, si vea a la puerta delFriendly's de West Hartford el mismo Cadillac Sevilla quehaca poco le haba cortado el paso en Bulkeley Bridge, diranuestro amigo del puente. Mientras escuchaba al hombreal otro lado del telfono, pensaba en John diciendo nuestroamigo del puente. Recuerdo expresiones de simpata.Recuerdo ofrecimientos de ayuda. Pareca que el hombreevitaba decir algo.

    Llamaba, dijo entonces, para preguntarme si donara los

    rganos de mi marido.En aquel instante, me pasaron muchas cosas por la

    cabeza. La primera palabra que me vino a la mente fue no.Simultneamente record que Quintana haba comentadouna noche durante la cena que cuando se renov el carn deconducir, se haba hecho donante de rganos. Le pregunt aJohn si l era donante, y le respondi que no. Haban

    hablado de ello.Yo haba cambiado de tema.No era capaz de imaginarme muerto a cualquiera de los

    dos.El hombre del telfono segua hablando. Yo pensaba si

    pasara lo mismo si Quintaba muriera hoy en la UCI del BethIsrael North. Qu hara yo? Qu hara ahora?

    Me o decirle al hombre que nuestra hija estabainconsciente. Me o decir que no me senta capazde tomar una decisin as antes de que nuestra hija

    supiera siquiera que haba muerto. En aquel momento mepareci una respuesta razonable.

    Slo despus de colgar, me di cuenta de que nada de

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    aquello era razonable. Este pensamiento fue suplantadoinmediata y oportunamente ntese la movilizacininstantnea de las clulas blancas de la funcin cognitivapor otro: haba algo que no encajaba en aquella llamada. Unacontradiccin. Aquel hombre haba hablado de donacin derganos, pero era imposible que sus rganos pudieranaprovecharse; cuando vi a John en el box de urgencias noestaba conectado al equipo de mantenimiento. Tampocoestaba conectado al equipo de mantenimiento cuando vino elsacerdote. Todos sus rganos estaran deteriorados.

    Entonces me acord del Departamento de Patologa

    Forense de Miami-Dade. John y yo habamos estado all unamaana de 1985 o 1986. Alguien del banco de ojos habaetiquetado los cuerpos a los que haba que extraer la crnea.

    Aquellos cuerpos del Departamento de Patologa Forensede Miami-Dade no estaban conectados a ningn equipo demantenimiento. As que el hombre del Hospital de NuevaYork se refera slo a las crneas, los ojos. Entonces, por

    qu no lo haba dicho? Por qu lo haba expuestoequvocamente? Por qu no haba llamado para pedirsimplemente sus ojos? Cog de la caja del dormitorio elclip de plata que el asistente social me haba dado la nocheanterior y mir el carn de conducir de John. Ojos: Azules,constaba en el carn. Limitaciones: lentes correctoras.

    Por qu no haba llamado para pedir simplemente lo

    que quera?Sus ojos. Sus ojos azules. Sus imperfectos ojos azules.Y lo que quiero saber es si te gusta tu muchacho de ojos

    azules,Seora Muerte. Aquella maana no poda recordarquin escribi

    estos versos. Crea que eran de E.E. Cummings, pero no

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    estaba segura. No tena a mano el libro de Cummings, peroencontr una antologa en un estante, junto a otros libros depoesa que haba en el dormitorio, un viejo libro de texto deJohn, publicado en 1949, de cuando estuvo interno enPortsmouth Priory, el colegio benedictino cerca de Newportal que lo enviaron tras la muerte de su padre.

    (La muerte de su padre: repentina, del corazn, a loscincuenta y pocos, debera de haberme percatado de laadvertencia).

    Cuando estbamos cerca de Newport, John solallevarme a Portsmouth para escuchar el canto gregoriano de

    las vsperas. Era algo que le conmova. En la solapa de laantologa haba escrito con letra pequea y pulida el nombrede Dunne, y a continuacin, con la misma letra, con tintaazul, con tinta azul de pluma, las siguientes guas de estudio:1) Cul es el significado del poema y cul la experiencia? 2)A qu

    pensamiento o reflexin nos conduce dicha experiencia?

    3) Qu estado de nimo, sentimiento o emocin despierta ocrea el poema en su conjunto? Volv a dejar el libro en elestante. Pasaran varios meses antes de que me acordara deconfirmar que los versos eran realmente de E.E. Cummings.Pasaran tambin varios meses antes de que me diera cuentade que mi rabia contra la llamada de aquel desconocido delHospital de Nueva York reflejaba otra versin del terror

    primitivo que la autopsia no haba despertado en m.Cul era el significado y cul la experiencia?A qu pensamiento o reflexin nos conduce dicha

    experiencia?Cmo podra regresar si le quitaban sus rganos?

    Cmo podra regresar si no tena zapatos?

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    Aparentemente, yo era un ser racional. Un observadormedio habra tenido la impresin de que yo entendaperfectamente que la muerte era irreversible. Habaautorizado la autopsia. Haba ordenado la incineracin.Haba dispuesto que se recogieran las cenizas y se llevaran ala catedral de St. John the Divine, en la que, una vez que

    Quintana estuviera consciente y lo bastante recuperada comopara estar presente, se colocaran en la capilla junto al altarmayor, donde mi hermano y yo habamos depositado lascenizas de nuestra madre. Haba mandado quitar la planchade mrmol con el nombre de mi madre grabado para aadirel de John. Finalmente, el 23 de marzo, casi tres mesesdespus de su muerte, haba visto las cenizas colocadas en la

    pared, la plancha de mrmol repuesta y el funeral, celebrado.Hubo canto gregoriano para John.Quintana pidi que el canto fuera en latn. Tambin

    John lo habra hecho.Hubo un magnfico solo de trompeta.Hubo un sacerdote catlico y un sacerdote episcopaliano.

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    Calvin Trillin habl, David Halberstam habl y SusanTraylor, la mejor amiga de Quintana, habl. Susanna Mooreley un fragmento de East Coker, aquel que dice uno sloha aprendido a dominar las palabras / para lo que ya nonecesita decir, o para el modo / en que no est dispuesto adecirlo. Nick ley el poema de Catulo A la muerte de suhermano. Quintana, an convaleciente, pero con voz firme,vestida de negro, en la misma catedral en la que se habacasado ocho meses antes, ley un poema que haba escritopara su padre.

    Lo haba hecho. Haba aceptado que estaba muerto. Lo

    haba hecho de la manera ms pblicaimaginable.Aun as, mi pensamiento segua sospechosamente

    voluble. En una cena, a finales de primavera o principios deverano, conoc por casualidad a un destacado profesor deTeologa. Alguien en la mesa plante el tema de la fe. Eltelogo afirm que el propio ritual es una forma de fe. Mi

    reaccin, aunque silenciosa, fue negativa, furibunda,excesiva incluso para m. Ms adelante recapacit sobre loprimero que me haba venido a la cabeza: Yo he cumplido elritual. Lo he hecho todo: St. John the Divine, el canto enlatn, el sacerdote catlico y el sacerdote episcopaliano, elsalmo Porque mil aos a tus ojos no son sino un ayercuando ha pasado y el oficio de difuntos, In paradisum

    deducant angel.Y aun as, la liturgia no me lo haba devuelto.Que volviera, ese haba sido durante aquellos meses

    mi objetivo oculto, un truco mgico. Hacia el final del veranoempec a verlo con claridad,

    pero verlo con claridad no bastaba para decidirme a

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    dar la ropa que l podra necesitar.En pocas difciles, me haban enseado desde nia, lee,

    aprende, preprate, recurre a la literatura. La informacin escontrol. Teniendo en cuenta que el dolor por la prdida es laafliccin ms comn, su literatura pareca notablementeescasa. Estaba el diario que C. S.Lewis escribi tras la muertede su esposa, A Grief Observed. Haba pasajes ocasionales enuna u otra novela, por ejemplo, la descripcin de ThomasMann en La montaa mgica del efecto que produce enHermann Castorp la muerte de su esposa: Su esprituestaba agitado; se volvi taciturno; su entumecido cerebro le

    llev a cometer errores en los negocios, de modo que, laempresa, Castorp e Hijo, sufri considerables prdidaseconmicas; la primavera siguiente, mientras inspeccionabalos depsitos sobre un embarcadero flotante azotado por elviento, se le inflamaron los pulmones. La

    fiebre fue demasiado para su dbil corazn y a los cincodas, a pesar de los cuidados del doctor Heidekind, muri.

    En los ballets clsicos, haba momentos en que el amantetrataba de encontrar y resucitar al amado desaparecido; laluz lvida, los blancos tutus, el pas de deux en que el amadopresagia su regreso definitivo al mundo de los muertos: ladanse des ombres, la danza de las sombras. Haba tambinalgunos poemas, en realidad, muchos poemas. Durante unoo dos das recurr a El tritn abandonado de Matthew

    Amold:Las voces de los nios deberan ser caras (llama una vezms) al odo de una madre; las voces de los nios, locas dedolor.Ella seguramente volver!

    Haba das en los que recurra a W. H. Auden, a losversos del Blues del funeral de El despegue del F6: Que

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    paren los relojes, que corten el telfono, eviten que el perroladre con un jugoso hueso, que silencien los pianos y consordo tambor saquen el atad, dejen pasar el duelo.

    Los poemas y las danzas de las sombras parecan lo msadecuado para m.

    Ms all, quiz bajo esas representaciones abstractas deldolor y las furias del desconsuelo, haba un corpus desubliteratura, guas de autoayuda para manejar la situacin,algunas prcticas, otras inspiradas, la mayora, intiles. (Nobeba demasiado, no se gaste el dinero del seguro en decorarel saln, nase a un grupo de apoyo). Quedaba la literatura

    profesional, los estudios de los psiquiatras, psiclogos yasistentes sociales posteriores a Freud y Melanie Klein, ypronto acab por recurrir a esta literatura. Aprend muchascosas que ya saba y que en cierto momento parecan ofrecerconsuelo, confirmacin, una opinin ajena de que no eranimaginaciones mas lo que pareca estar sucediendo. DeBereavement: Reactions, Consequences and Care, artculos

    recopilados en 1984 por el Instituto de Medicina de laAcademia Nacional de las Ciencias, aprend, por ejemplo,que las respuestas inmediatas ms frecuentes ante la

    muerte eran el shock, el aturdimiento y la sensacin deincredulidad: Los supervivientes pueden experimentar lasensacin subjetiva de estar dentro de una cpsula oenvueltos en una manta; a otros puede parecerles que

    aguantan bien. Como an no son conscientes de la realidadde la muerte, los supervivientes pueden dar la impresin deque aceptan la prdida.

    Ah es donde aparece el efecto persona muy entera.Contino leyendo. En el estudio de Harvard sobre el

    Duelo en la infancia, realizado en el Hospital General de

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    Massachusetts, J. William Worden afirma que se haobservado que los delfines se niegan a comer tras la muertede su pareja. Tambin se observ que las ocas reaccionabanante una de esas muertes volando y gritando, y buscabanhasta desorientarse y perderse. Los seres humanos, le,aunque no necesitaba que me lo dijeran, mostrabansimilares patrones de respuesta. Buscaban. Dejaban decomer.

    Olvidaban respirar. Se mareaban por la falta de oxgeno,los senos nasales se obstruan con las lgrimas contenidas yacababan en la consulta del otorrino con extraas

    infecciones de odos. No podan concentrarse. Al cabo de unao, poda leer los titulares, me dijo una amiga cuyo maridohaba muerto haca tres aos. Perdan habilidades cognitivas.Como Hermann Castorp, cometan errores en los negocios ysufran considerables prdidas econmicas. Olvidaban suspropios nmeros de telfono y aparecan en los aeropuertossin documentos de identificacin. Se sentan enfermos, se

    desmayaban e incluso, como Hermann Castorp, moran.Este aspecto de agona estaba documentado en

    numerosos estudios.Empec a ir identificada cuando sala por la maana a

    pasear por Central Park, por si acaso me pasaba a m.Si sonaba el telfono mientras estaba en la ducha,ya no lo coga para no matarme si resbalaba en las

    baldosas.Segn supe, algunos de esos estudios eran famosos,iconos de la literatura, obras de referencia que aparecancitadas en todo lo que lea; por ejemplo, el Young Benjaminand Wallis, The Lancet 2 (1963), 454-456. Este estudiosobre 4.486 personas que haban enviudado recientemente

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    en el Reino Unido y a las que se haba hecho un seguimientodurante cinco aos mostraba que durante los seis mesesposteriores a la prdida, la tasa de mortalidad erasignificativamente ms elevada entre los viudos que entre loscasados. Otra de esas referencias era Rees and Lutkins,British Medical Journal 4 (1967), 13-16. Este estudio,realizado a lo largo de seis aos, con 903 personas quehaban sufrido la prdida de un familiar, frente a 878personas de caractersticas semejantes y que no habanperdido a nadie, mostraba que durante el primer ao, latasa de mortalidad era significativamente ms elevada entre

    los cnyuges que haban enviudado.La explicacin funcional de esta mortalidad ms alta se

    explica en la recopilacin realizada por el Instituto deMedicina en 1984: La investigacin llevada a cabo hasta lafecha muestra que, como muchos otros causantes del estrs,el dolor por la prdida produce frecuentemente cambios enlos sistemas endocrino, inmunolgico, neurovegetativo y

    cardiovascular; la funcin cerebral y los neurotransmisorestienen una influencia fundamental en dichos sistemas.

    Segn supe por este estudio, haba dos clases de dolorpor la prdida de un ser querido. El prioritario, asociado alos conceptos de crecimiento y desarrollo, era el duelosin complicaciones, un sentimiento normal de prdida.Ese duelo sin complicaciones, segn el Manual Merck, en su

    16.a

    edicin, podra no obstante manifestarse con sntomasde ansiedad tales como insomnio inicial, desasosiego ehiperactividad del sistema neurovegetativo, perogeneralmente no provocaba depresin clnica salvo enaquellas personas con tendencia al

    desorden emocional. La segunda clase de dolor era el

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    duelo con complicaciones, tambin conocido en laliteratura mdica como duelo patolgico y que se produceen diversas situaciones. Una de esas situaciones en las quepuede producirse el duelo patolgico, le repetidas veces, esaquella en la que el superviviente y el fallecido habanmantenido una relacin de extraordinaria dependencia. Larelacin de dependencia entre el superviviente y el fallecidoera de placer, de apoyo o de cario? ste era uno de loscriterios para establecer un diagnstico que el doctor DavidPeretz, del departamento de Psiquiatra de la Universidad deColumbia, propona. Se haba sentido el superviviente

    desvalido cuando en otras ocasiones haba tenido quesepararse forzosamente de la persona fallecida?

    Reflexion sobre estas preguntas.Una vez, en 1968, tuve que pasar improvisadamente una

    noche en San Francisco(estaba escribiendo un artculo, llova, y la lluvia retras

    una entrevista que tena a ltima hora de la tarde hasta la

    maana siguiente); John vino en avin desde Los ngelespara poder cenar juntos. Cenamos en Emies. Terminada lacena, regres en el vuelo nocturno de la Pacific SouthwestAirlines, una ganga de trece dlares, en una poca en la que,en California, se poda volar desde Los ngeles a SanFrancisco, Sacramento o San Jos por veintisis dlares ida yvuelta.

    Pens en la PSA.Todos los aviones de la PSA tenan sonrisas dibujadas enel morro. Las azafatas iban vestidas al estilo de RudyGemreich, con minifaldas fucsia y naranja. La PSArepresentaba una etapa de nuestras vidas en la que tenamosla sensacin de que casi nada de lo que hacamos tena

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    consecuencias, a lo loco, una euforia que nos llevaba a volarsetecientas millas sin pensarlo dos veces para ir a cenar. Estaeuforia acab en 1978 cuando un Boeing 727 de la PSA choccon un

    Cessna 172 sobre San Diego y murieron ciento cuarenta ycuatro personas.

    Cuando sucedi aquello, pens que haba pasado por altolas cualidades de la PSA.

    Ahora me doy cuenta de que este error no se reduca sloa la PSA.

    Cuando Quintana, con dos o tres aos, fue con la PSA a

    Sacramento para ver a mis padres, deca que haba voladoen la sonrisa. John sola escribir las cosas que la nia decaen trozos de papel y los guardaba en una caja negra que lehaba regalado su madre. La caja con los trozos de papel, quean est sobre un escritorio de mi sala de estar, tena pintadaun guila americana y las palabras E Pluribus Unum.Tiempo despus, John utiliz algunas de aquellas frases en

    una novela, Dutch Shea, Jr. Las puso en boca Cat, la hija deDutch Shea, asesinada en Londres por una bomba del IRAmientras cenaba con su madre en un restaurante deCharlotte Street. Esto es parte de

    lo que l escribi: Dnde estavistes?, deca; o Cmose desapareci la maana!. l las escriba todas y las metaen el cajoncito secreto del escritorio de arce que Barry Stukin

    y Lee le haban regalado cuando se cas. Cat, con la faldaescocesa de su uniforme. Cat, capaz de llamar baamentoal bao y posamaris a las mariposas de un experimentoque hicieron en el parvulario. Cat, que escribi su primerpoema a los siete aos: Me casar / con un chico llamadoJavier que monte caballos y trate divorcios.Camuas

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    tambin estaba en aquel cajn. Camuas era el nombre queCat le daba al miedo, la muerte y lo desconocido. He tenidouna pesadilla con Camuas, deca.No dejis que Camuasme coja. Si viene Camuas, lo colgar de la valla y no dejarque me lleve... l se preguntaba si Camuas habra tenidotiempo para asustar a Cat antes de que ella muriera. Ahoraveo lo que no vi en 1982, el ao que se public Dutch Shea,Jr.: que la novela trataba sobre el dolor de la prdida. Segnla literatura

    mdica, Dutch Shea padeca un duelo patolgico. Lossntomas para el diagnstico habran sido los siguientes:

    obsesionado con el momento de la muerte de Cat, vive yrevive la escena, como si al pasrsela una y otra vez, pudieramodificar el final: el restaurante de Charlotte Street, laensalada de endibias, las zapatillas color lavanda de Cat, labomba, la cabeza de Cat en el carrito de los postres. Tortura asu ex esposa, la madre de Cat, con la misma preguntareiterada: Por qu estaba en el lavabo cuando estall la

    bomba? Finalmente ella le dice:Nunca te parec digna de ser la madre de Cat, pero yo la

    cri. La atend el da que tuvo la primera regla y recuerdoque, de pequea, ella llamaba a mi dormitorio su lindahabitacin de repuesto y buzeguetti a los spaghetti yholas a la gente que vena a casa. Deca:Dndeestavistes? o cmo se desapareci la maana!; y t, hijo

    de puta, le dijiste a Thayer que queras que alguien larecordase. Me cont que estaba embarazada, haba sido unaccidente y quera saber lo que tena que hacer, y yo fui allavabo porque me iba a echar a

    llorar y no quera hacerlo delante de ella y querasecarme las lgrimas para actuar sensatamente, y entonces o

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    la bomba y cuando finalmente logr salir, una parte de ellaestaba en el sorbete y otra, en la calle, y t, hijo de puta,quieres que alguien la recuerde.

    Creo que John habra dicho que Dutch Shea, Jr. tratabade la fe.

    Cuando l empez la novela, ya saba cules seran lasltimas palabras, no slo las ltimas palabras de la novela,sino lo ltimo que Dutch Shea pensara antes de dispararseun tiro: Creo en Cat. Creo en Dios. Credo in Deum. Lasprimeras palabras del catecismo catlico.

    Trataba de la fe o del dolor de la prdida? Eran lo

    mismo la fe y el dolor de la prdida?ramos nosotros extraordinariamente dependientes

    uno del otro aquel verano que nos babamos y veamosTenko, e bamos a cenar a

    Mortons? O ramos extraordinariamente afortunados?Si yo estuviera sola, vendra l hasta m montado en la

    sonrisa?

    Me dira que reservase una mesa en Ernies?La PSA y la sonrisa ya no existen, vendieron la compaa

    a US Airways y luego repintaron los aviones.Emies ya no existe, pero Alfred Hitchcock lo recre

    brevemente en Vrtigo. James Stewart ve a Kim Novak porprimera vez en Emies. Despus ella cae del campanario(tambin una recreacin, un efecto) de la misin de San Juan

    Bautista.Nos casamos en San Juan Bautista.Una tarde de enero en la que los brotes asomaban en las

    huertas al borde de la 101.Cuando an haba huertas al borde de la 101.No. La forma ms fcil de colisionar es dando marcha

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    atrs. Los brotes en las huertas de la 101 era el carrilincorrecto.

    Durante varias semanas despus de que sucediera,intent mantenerme en el carril adecuado (el carril estrecho,el carril del que no se puede dar marcha atrs) repitiendopara mis adentros los dos ltimos versos de Rose Aylmer,la elega que Walter Savage Landor escribi en 1806, enmemoria de una hija de Lord Aylmer, muerta a los veinteaos en Calcuta. No haba vuelto a acordarme de RoseAylmer desde que era estudiante en Berkeley, pero ahorarecordaba no slo el poema sino gran parte de los

    comentarios que haba escuchado en varias de las clases enlas que se haba analizado. Rose Aylmer funcionaba haba dicho el profesor que daba la clase porque lapomposa y, por tanto, vacua alabanza de la fallecida en los

    cuatro primeros versos iAy, bendicin de la estirpesoberana! / Ay, hermosura divina! / Todas las virtudes ygracias, / Rose Aylmer, te adornaron! queda compensada

    de forma sbita e incluso sorprendente por la sabiduraintensamente dulce de los dos ltimos versos, que sugierenque el duelo tiene su espacio, pero tambin sus lmites: Unanoche de recuerdos y suspiros / te consagro.

    Una noche de recuerdos y suspiros, record querepeta el profesor. Una noche. Una sola noche. Podrahaber sido toda la noche, pero l no dice siquiera toda la

    noche, dice una noche, no un asunto de toda una vida, sinode unas horas.Una sabidura intensamente dulce. Sin duda, puesto que

    Rose Aylmer haba quedado grabado en mi memoriadesde que, de estudiante, lo consider una leccin desupervivencia.

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    20 de diciembre de 2003.Habamos visitado a Quintana en el sexto piso de la UCI

    del Beth Hospital North, en el que an permanecera otrosveinticuatro das.

    Una extraordinaria dependencia Es eso una forma dedecir matrimonio? Marido y mujer? Madre ehijo?Familia nuclear? no es la nica situacin en laque puede producirse el duelo complicado o patolgico. Otrasituacin, leo en la literatura mdica, se produce cuando elproceso de duelo se interrumpe por factorescircunstanciales, por ejemplo, un retraso del funeral,

    una enfermedad o una segunda muerte en la familia. Leouna explicacin del Dr. Vamik D. Volkan, profesor dePsiquiatra de la Universidad de Virginia (Charlottesville), delo que l llama terapia del duelo reiterado, una tcnicadesarrollada en la Universidad de Virginia para eltratamiento de los dolientes patolgicos. En esta terapia,segn el doctor Volkan, llega un punto en el que:

    Ayudamos al paciente a revivir las circunstancias de lamuerte: cmo ocurri, la reaccin del paciente ante la noticiay ante la vista del cuerpo, el acto del funeral, etc. En estepunto, si la terapia funciona, aparece generalmente la ira; alprincipio, de manera difusa; luego, dirigida contra losdems; y, finalmente, contra el fallecido. La abreaccin loque Bibring llama descarga emocional, (E. Bibring,

    Psychoanalysis and the Dynamic Psycotherapies, Journalof the American Psychoanalytic Association 2 [1954], 745ss.) puede suceder entonces y demostrar al paciente larealidad de sus impulsos reprimidos. Utilizando nuestroconocimiento del funcionamiento psicodinmico interno porel que el paciente siente la necesidad de mantener viva a la

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    persona que ha perdido, podemos explicar e interpretar larelacin que existi entre el paciente y el fallecido.

    Pero de dnde extrae exactamente el Dr. Volkan y suequipo de Charlottesville su singular conocimiento delfuncionamiento psicodinmico interno por el que elpaciente siente la necesidad

    de mantener viva a la persona que ha perdido?, y esaespecial habilidad para explicar e interpretar la relacin queexisti entre el paciente y el fallecido? Es que vea ustedTenko conmigo y el fallecido en Brentwood Park? Cenabausted con nosotros en Mortons? Estaba usted conmigo y

    el fallecido en Punchbow l (Honolul), cuatro meses antesde que sucediera? Recogi flores de plumera con nosotros ylas deposit en las tumbas de los muertos desconocidos dePearl Harbor? Se resfri con nosotros bajo la lluvia en eljardn de Ranelagh, en Pars, un mes antes de que sucediera?Dej de ver los Monets con nosotros para irse a comer aConti? Nos acompa cuando salimos de Conti y

    compramos el termmetro? Estaba en el Bristol sentado enla cama con nosotros cuando no sabamos cmo convertir losgrados centgrados del termmetro en grados Fahrenheit?

    Estaba all? No.Poda habernos ayudado con el termmetro, pero no

    estaba all.Yo no tengo necesidad de revivir las circunstancias de

    la muerte. Yo s estaba all.Me contengo, no sigo.Me doy cuenta de que dirijo mi furia irracional contra el

    Dr. Volkan de Charlottesville, un perfecto desconocido.Las personas bajo los efectos de una autntica afliccin

    no slo estn mentalmente deprimidas sino tambin

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    fsicamente inestables. No importa lo tranquilas ycontroladas que parezcan, nadie puede estar normal en talescircunstancias. Las alteraciones en la circulacin lesprovocan fro; su angustia les trastorna y se vuelveninsomnes. Se alejan de aquellos que son normalmente de suagrado. Nadie debe imponer su presencia a los que estn deduelo y hay que mantenerlos a salvo de

    las personas demasiado emotivas, con independencia delo cercanas o queridas que sean. Aunque es un gran consueloel saber que sus amigos les quieren y sufren por ellos, sedebe proteger a los deudos ms cercanos de cualquier

    persona o situacin que pueda alterarles los nervios, ya depor s muy alterados, y nadie debera sentirse dolido si ledicen que no puede ayudar o ser recibido. En talesmomentos, ciertas personas encuentran consuelo en lacompaa; en cambio, otras se alejan de los amigos msqueridos. El fragmento pertenece al captulo XXIV del librode Emily Post, Funerales (1922), que gua al lector desde el

    momento en que la muerte se produce (En cuanto lamuerte se produzca, alguien, generalmente la enfermeraexperimentada, corre las cortinas de la habitacin delenfermo y ordena a un sirviente que corra todas las cortinasde la casa) hasta las instrucciones de cmo deben sentarselos asistentes al funeral: Entre en la iglesia tansilenciosamente como sea posible y, puesto que en un

    funeral no hay acomodadores,sintese usted mismo en el lugar que aproximadamentele corresponda. nicamente un amigo ntimo puede ocuparun lugar en la zona delantera de la nave. Si es usted unsimple conocido, debe sentarse discretamente en la parte deatrs, a no ser que haya muy poca gente en el funeral y la

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    iglesia sea grande, en cuyo caso puede sentarse en el ltimobanco de la mitad delantera de la nave.

    Este tono de inagotable minucia no decae jams, siemprecon el acento puesto en los aspectos prcticos. Hay que instaral doliente para que se siente en una habitacin soleada, aser posible con chimenea. Se le puede ofrecer comida en unabandeja, pero muy poca: t, caf, consom, una tostadita oun huevo pasado por agua: leche, pero slo leche caliente:La leche fra es mala para quien ya est escalofriado. Encuanto a otros alimentos, la cocinera puede sugerir algo quesea habitualmente del agrado del deudo, pero debe ofrecerse

    muy poco cada vez, porque aunque el estmago est vaco, elpaladar rechaza la comida

    y la digestin nunca es buena. Se insta al doliente a quehaga economas para adaptar la ropa de luto: La mayora deropa existente, incluyendo los zapatos de piel y lossombreros de paja, se tien perfectamente. Los gastos delentierro deben examinarse por adelantado. Durante el

    funeral, un amigo debera quedarse al frente de la casa. Elamigo debe ocuparse de que la casa se ventile, de que losmuebles desplazados vuelvan a colocarse en su sitio y de queel fuego est encendido para cuando los familiares regresen.Tambin es oportuno preparar un poco de t caliente ocaldo aconseja la seora Post para servrselo, si lesapetece, cuando vuelvan, y no esperar a que lo pidan. Las

    personas sometidas a una fuerte angustia no quieren comer,pero si se les ofrece, lo tomarn mecnicamente, y lo quems necesitan es algo caliente para empezar a digerir yestimular su deteriorada circulacin.

    Haba algo impresionante en aquella sabidura prctica,en la comprensin instintiva de las alteraciones fisiolgicas

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    (cambios en lossistemas endocrino, inmunolgico, neurovegetativo y

    cardiovascular) catalogadas aos despus por el Institutode Medicina. No estoy segura de lo que me llev a consultaraquel libro sobre la etiqueta escrito por Emily Post en 1922(supongo que me acordara de mi madre, que me lo dio a leeruna vez que nos quedamos bloqueados por la nieve en unacasa alquilada de cuatro habitaciones, en Colorado Springs,durante la Segunda Guerra Mundial), pero cuando loencontr en Internet me atrap inmediatamente. Mientras lolea, record el fro que haba pasado en el Hospital de Nueva

    York la noche que John muri. Pens que el fro se deba aque era 30 de diciembre y haba ido al hospital sin medias,en zapatillas, slo con la falda de lino y el jersey que mehaba puesto para cenar. En parte, as era, pero tambintena fro porque nada en mi cuerpo funcionaba bien.

    La seora Post lo haba entendido. Ella escriba en unmundo en el que todava se reconoca el duelo, se permita,

    no se ocultaba a la vista. Philippe Aries, en una serie deconferencias que dio en

    Johns Hopkins, en 1973, y que ms tarde se publicaroncon el ttulo de Historia de la muerte en Occidente: desde laEdad Media hasta nuestros das, sealaba que alrededor de1930, en la mayora de pases occidentales y sobre todo enEstados Unidos, se inicia una revolucin de las actitudes

    aceptadas frente a la muerte. La muerte escribi tanomnipresente en el pasado que resultaba familiar, seborrara, desaparecera. Se convertira en algo vergonzoso oprohibido. El antroplogo britnico Geoffrey Gorer, en suobra de 1965, Death, Grief, and Mourning, haba descritoeste rechazo del duelo pblico como resultado de la presin

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    creciente de un nuevo deber tico del goce, un modernoimperativo de no hacer nada que pueda disminuir el gocede los dems. Tanto en Inglaterra como en Estados Unidos,observaba, la tendencia contempornea era tratar el duelocomo una complacencia morbosa y mostrar admiracinsocial hacia quienes han sufrido una prdida y ocultantotalmente su dolor, de forma que nadie adivinara que hayasucedido algo.

    Actualmente, una forma de ocultacin del dolor por laprdida se debe a que la muerte se produce en gran medidaentre bastidores. En la tradicin anterior, desde la que la

    seora Post escriba, el acto de morir an no se habaprofesionalizado. Los hospitales no formaban parte de l. Lasmujeres moran al dar a luz. Los nios moran de fiebres. Elcncer era incurable. En la poca en que empez a escribir sulibro sobre la etiqueta, habra pocos hogaresnorteamericanos a los que no hubiera afectado la pandemiade gripe de 1918. La muerte estaba cercana, en casa. Se

    esperaba que el adulto medio supiera tratar con competenciay tambin con sensibilidad sus desastrosas consecuencias.Cuando alguien muere, me ensearon de nia en California,se asa un jamn. Se distribuye por la casa. Se va al funeral. Sila familia es catlica, tambin al rosario; pero no se gime nise llora ni se reclama la atencin de la familia de ningnmodo. Al final, el libro de la etiqueta, escrito en 1922 por

    Emily Post, result ser tan sutil en su comprensin de estaotra forma de muerte y tan preseriptivo en el tratamiento deldolor como ningn otro que yo haya ledo. No olvidar la

    sabidura instintiva del amigo que todos los das, durante lasprimeras semanas, me traa de Chinatown un recipiente decongee con chalotas y jengibre. El congee me lo poda comer.

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    El congee era lo nico que poda comer.

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    Haba otra cosa que me ensearon de nia en California.Cuando alguien parece que ha muerto se comprueba

    sosteniendo un espejo delante de su boca y su nariz. Si no seempaa, la persona est muerta. Mi madre me lo ense,pero no lo record la noche que John muri.

    Respira? me pregunt el telefonista. Vengan, porfavor le contest.

    30 de diciembre de 2003.Habamos visto a Quintana en la UCI del sexto piso del

    Beth Israel North.Vimos los nmeros en el respirador. Sostuvimos su

    mano hinchada.An no sabemos cmo evoluciona, haba dicho uno de

    los mdicos de la UCI.Volvimos a casa. La UCI no se abra hasta las siete,

    despus de la visita de los mdicos por la tarde, as quedeban de ser ms de las ocho.

    Habamos hablado de si salamos a cenar fuera ocenbamos en casa.

    Yo dije que encendera el fuego y podamos cenar encasa.

    No recuerdo lo que bamos a cenar. S que recuerdo

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    haber tirado a la basura lo que haba enlos platos y en la cocina cuando volv a casa del Hospital

    de Nueva York.Te sientas a cenar, y la vida que conoces se acaba.En un soplo. O a falta de uno.En los ltimos meses, he pasado mucho tiempo tratando

    de recordar y, cuando eso fallaba, de reconstruir, lasecuencia exacta de acontecimientos que precedieron ysiguieron a lo que ocurri aquella noche. En ciertomomento entre el jueves 18 de diciembre de 2003 y el lunes22 de diciembre de 2003 empezaba una de aquellas

    reconstrucciones, Q. se quej de que se se sentaespantosamente mal, con sntomas de gripe, pensaba quetena infeccin de garganta. Esta reconstruccin, precedidade los nombres y nmeros de telfono de los mdicos con losque habl, no slo del Beth Israel sino de otros

    hospitales de Nueva York y de otras ciudades,continuaba. Los hechos eran los siguientes: el lunes 22 de

    diciembre, ella acudi con 39,5 C de fiebre al servicio deurgencias del Beth Israel North, que por entonces tena famade ser el que menos gente tena de todos los hospitales delUpper East Side de Manhattan; le diagnosticaron una gripe.Le dijeron que se quedara en cama y tomara lquidos. No lehicieron radiografas de trax. El 23 y 24 de diciembre lafiebre fluctu entre 39 C y 39,5 C. Se encontraba muy mal y

    no pudo venir a cenar en Nochebuena. Ella y Gerryabandonaron sus planes de pasar la noche de Navidad y unoscuantos das ms con la familia de Gerry en Massachusetts.

    El jueves, da de Navidad, llam por la maana y dijo quetena dificultades para respirar. Su respiracin sonabasofocada, trabajosa. Gerry volvi a llevarla a las urgencias del

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    Beth Israel North, donde las radiografas mostraron unadensa infiltracin de pus y bacterias en el lbulo inferior delpulmn derecho. Tena ms de 150 pulsaciones

    por minuto; estaba totalmente deshidratada; los glbulosblancos a cero. Le administraron Altivan y luego, Demerol.En la sala de urgencias, le dijeron a Gerry que tena unaneumona grado 5, en una escala del 1 a 10, lo que solallamarse neumona ambulatoria. No era nada grave (talvez esto fuera lo que yo deseaba or), pero, aun as,decidieron ingresarla en la UCI para tenerla en observacin.

    Aquella tarde, cuando ingres en la UCI, estaba agitada.

    La sedaron an ms y despus la intubaron. Estaba a ms de40 C. Le suministraban el 100% del oxgeno: en aquellosmomentos no poda respirar por s misma. A ltima hora dela maana siguiente, viernes 26 de diciembre, se supo quetena neumona en ambos pulmones y que, a pesar de laselevadas dosis de los cuatro frmacos que le estabanadministrando (acitromicina, gentamicina, clindamicina y

    vancomicina), la neumona se extenda. Tambin supimos se dedujo, dado que la presin sangunea descenda queestaba entrando o

    haba entrado en choque sptico. Pidieron autorizacin aGerry para practicarle dos nuevas tcnicas invasivas queresolvieran el problema de la presin arterial; primero lainsercin de un catter arterial y luego, de un segundo

    catter que llegara cerca del corazn para tratar el problemade la presin sangunea. Le administraron neosinefrina paramantener la presin en unos parmetros de 9 de mxima y 6de mnima.

    El sbado 27 de diciembre, nos comunicaron que leestaban dando Xigris, un nuevo medicamento de la empresa

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    farmacutica Eli Lilly, y que debera mantenerse durante lassiguientes noventa y seis horas, es decir, cuatro das. Estocuesta veinte mil dlares, dijo la enfermera mientras

    cambiaba la 4.a

    bolsa. Yo miraba cmo goteaba el fluido enuno de los muchos tubos que mantenan viva a Quintana.Busqu el Xigris en Internet. En una pgina decan que latasa de supervivencia en los pacientes con sepsis tratadoscon Xigris era del 69 por ciento, frente al 56 por ciento de lospacientes no tratados con Xigris. En otra pgina, un boletn

    de negocios, se deca que el Xigris, el gigante dormidode la farmacutica Eli Lilly, luchaba por superar sus

    dificultades en el mercado de la sepsis. En cierto modo,ofreca una visin positiva desde la que ver la situacin:Quintana no era la hija que cinco meses antes haba sido unanovia locamente feliz y cuyas posibilidades de supervivenciaen los dos prximos das podan calcularse ahora entre un 56y un 69 por ciento; ella era el mercado de la sepsis, lo queindicaba que al consumidor an le quedaba margen para la

    eleccin. El domingo 28 de diciembre caba imaginarse queel gigante dormido del mercado de la sepsis se estuvieradesperezando: la neumona no haba disminuido, pero lesuprimieron la neosinefrina para la presin arterial y sta semantuvo en 9,5 de mxima y 4 de mnima. El lunes 29 dediciembre, un mdico auxiliar que lleg por la maana, trasla ausencia del fin de semana, consider alentador el

    estado de Quintana. Cuando entr, le pregunt qu eraexactamente lo que le pareca alentador en su estado.An est viva, respondi el mdico

    auxiliar.El martes 30 de diciembre, a la 1.02 p.m. segn el

    ordenador, escrib estas notas, previas a una conversacin

  • 8/10/2019 "El ao del pensamiento mgico", Joan Didion

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    &+

    con un nuevo especialista al que haba solicitado una visita:Puede haber secuelas en el cerebro por la falta de

    oxgeno? Y por la fiebre alta? Y por una posiblemeningitis?Algunos mdicos han comentado que no sabensi hay alguna estructura oculta u obstruccin. Se refieren auna posible malignidad?La hiptesis es que se trata de unainfeccin bacteriana aunque en los cultivos no hayaaparecido bacteria alguna. Hay modo de saber que no esvrica?Cmo se convierte una gripe en una infeccingeneralizada?

    La ltima pregunta Cmo se convierte una gripe en

    una infeccin generalizada? la aadi John. El 30 dediciembre pareca obsesionado con aquello. En los tres ocuatro das anteriores, se lo haba preguntado muchas vecesa los mdicos, a los auxiliares y enfermeras, y, finalmente,desesperado, a m, sin encontrar una respuesta

    satisfactoria. Haba algo en todo aquello que parecadesafiar su capacidad de comprensin, pero yo simulaba que

    poda controlar la situacin.Esto fue lo que haba sucedido:La haban ingresado en la UCI la noche de Navidad.Estaba en un hospital, nos habamos repetido uno al otro

    la noche de Navidad. La estaban cuidando. All estara asalvo.

    Todo lo dems pareca normal. Encendimos la chimenea.

    Ella estara a salvo.Cinco das despus, en el exterior de la UCI de la sextaplanta del Beth Israel North, todo pareca que segua siendonormal: algo que ninguno de los dos poda aceptar (aunqueslo John lo reconociera); otra de esas situaciones en la quehaba que mantener l