el abogado inocente reflexiones en torno a la ... - core · argilÉs: el abogado inocente 31 a...

18
El viaje hacia el otro, de Franciso M. Argilés Marín Cuadernos de Antropología Nº14, 29-46, 2004 EL ABOGADO INOCENTE Reflexiones en torno a la Antropología y sus relaciones con el Derecho, a partir de una experiencia de campo con los ngäbes de Costa Rica José Manuel Argilés Marín

Upload: dinhquynh

Post on 03-Nov-2018

216 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

El viaje hacia el otro, de Franciso M. Argilés Marín

Cuadernos de Antropología Nº14, 29-46, 2004

EL ABOGADO INOCENTEReflexiones en torno a la Antropología y sus relaciones con el Derecho,

a partir de una experiencia de campo con los ngäbes de Costa Rica

José Manuel Argilés Marín

30 Cuadernos de Antropología

Introducción

Cuando, hace ya casi tres años y medio,llegué a Costa Rica para ingresar a la MaestríaAcadémica en Antropología, me sentía como unnáufrago voluntario que recorriese en inspec-ción las costas de una isla, sin terminar aún deexplicarse cómo había ido a dar a ella. En aquelentonces, tenía un muy limitado conocimientode Centroamérica; jamás había oído hablar delos ngäbes y mis propósitos de estudio ni siquie-ra contemplaban el Derecho1, frente al que encierta manera buscaba refugio en una Antropo-logía de resonancias lejanas.

Hoy siento que esa isla era más bien un ar-chipiélago –la Antropología, Costa Rica, los ngä-bes, mi propia falta de experiencia profesional co-mo abogado- cuyos contornos, si bien aún algoajenos, han ido ingresando al mundo de mi fami-liaridad cotidiana. Las líneas que siguen son fru-to de las inquietudes que me ha suscitado estemúltiple, contradictorio y afortunado encuentroy aspiran a contribuir a la reflexión, todavía inci-piente en el país, acerca de las posibles relacionesentre la Antropología y el Derecho.

1. Génesis, pecado original e intentosde redención de la Antropología

Habiéndosele asignado el estudio de los “salvajes” y de los“primitivos” en la división del trabajo intelectual que tuvo alprincipio de la era moderna, la Antropología ha mantenido

no obstante su condición de instrumento de crítica y decuestionamiento de aquello que se daba por supuesto y es-tablecido. Ante el panorama de diferencias con que la Antro-pología los confronta, los nuevos órdenes de cuño europeono pueden por menos que admitir una cierta inestabilidaden sus fundamentos, por más que se esfuercen en eliminaro domesticar a los fantasmas de la alteridad. Al poner énfa-sis en la historicidad de todos los órdenes existentes e ima-ginables, la Antropología presenta ante los nuevos órdenesdominantes un reflejo de su propia historicidad, cuestio-nando radicalmente la noción de “Occidente”. No obstante,esta disciplina continúa alimentando su razón de ser conuna experiencia histórica y epistemológica profundamenteoccidental que todavía conforma las relaciones que la socie-dad occidental puede tener con todas las culturas del mun-do, incluida la suya propia (Escobar, sf:1).

La Antropología surgió como saber aca-démico aplicado al estudio de los pueblos conque toparon las potencias occidentales en su ex-pansión colonizadora. El contexto sociohistóri-co en que tuvo lugar este alumbramiento deter-minó que la búsqueda del conocimientosistemático de esos “otros exóticos” se empren-diese entre la aspiración de equipararse a lasciencias consolidadas y a las constricciones queimponía la subordinación del saber a unos finespolíticos de explotación y dominación.

El modelo referencial por excelencia erael elaborado por las ciencias naturales, que sebasaban en un método que establecía la dicoto-mía entre sujeto y objeto de la investigación co-mo presupuesto de la objetividad, al tiempo quepostulaban la posibilidad de descubrir en la rea-lidad fenomenológica relaciones de causa-efecto,

RESUMEN

La experiencia de trabajo de campo del autor en los territorios indígenas ngäbes de CostaRica sirve como punto de partida para plantear una reflexión epistemológica sobre el que-hacer de los antropólogos y sus consecuencias políticas, así como para explorar algunosámbitos de la relación entre el Derecho y la Antropología.Palabras clave: Antropología jurídica, epistemología, indígenas ngäbes.

ABSTRACT

Based in the author’s fieldwork experience, carried out in the Ngäbe indigenous territoriesin Costa Rica, the article proposes an epistemological reflection about anthropologicalactivity and its political consequences, as well as an exploration of some of the links betweenLaw and Anthropology.Keywords: Legal anthropology, epistemology, Ngäbe indigenous.

31ARGILÉS: El abogado inocente

a partir de las cuales extraer variables que con-dujesen al enunciado de leyes universales. LaAntropología difícilmente encajaba en ese es-quema; sin embargo, se dio a la tarea de demos-trar que podía estar a la altura de las restantesciencias y trató de emularlas mediante la cosifi-cación de su objeto y la recepción de una teoríaevolucionista en cuyo vértice se situaba la mira-da clasificatoria del hombre occidental.

El saber es poder y el poder necesita legi-timarse. En consonancia con ello, algunas por-ciones de Europa y Norteamérica se autoprocla-maron como espejo y criterio de la evolución dela humanidad, pero también, dentro de cadauno de los Estados, un grupo privilegiado esta-blecía las pautas en torno a las cuales debía or-ganizarse el conjunto de la vida social. A causade estas circunstancias, la Antropología siem-pre se practicó en un contexto de desigualdadde estatus entre quien se erigió en observador yquien resultó observado. Una desigualdad que,a menudo, expresaba una relación de dominioentre la sociedad o el grupo social del primero yla sociedad o el grupo social del segundo2 (Go-delier, 2000:95).

El carácter holístico de la cultura impli-caba la necesidad de una explicación igualmen-te global. Sin embargo, el mundo no puede seraprehendido directamente, siempre se lo infieresobre la base de sus partes, y éstas deben serarrancadas perceptual y conceptualmente delflujo de la experiencia. Más aún, los todos socio-culturales no son directamente observables, co-mo pueda serlo un árbol o una silla, por lo quesólo se puede llegar a ellos mediante procesosde abstracción lógica, a partir de los datos reca-bados mediante la observación de sus partes(Harris, 2000:51).

El devenir histórico de la disciplina y elcontacto directo con los hombres y mujeres acuyos universos culturales se pretendía acceder,fueron exigiendo, por tanto, la elaboración deun método capaz de responder a la particularrealidad de la que se pretendía dar cuenta, nosiempre cuantificable, en cuanto constituidapor lo fenomenológico, pero también por sím-bolos, emociones, estructuras de significados yrelaciones generadoras de sentido. Se hacía pre-ciso recurrir a un enfoque de investigación de

tipo cualitativo que diese cabida a la subjetivi-dad y permitiese describir y explicar para com-prender. El trabajo etnográfico se instituyó en-tonces como método básico, oscilante entre lospolos de la experiencia y la interpretación. Detal suerte que el énfasis no tardó en desplazarsedel sillón de gabinete, desde el que se acumula-ban y trataban de ordenar y articular testimo-nios de diversa calidad y origen, hacia la obser-vación empírica y la descripción detallada, queexigían la presencia del investigador sobre elcampo durante largos períodos, ya que de loque se trataba era de aprender los lenguajes quepermitiesen aprehender la cultura. El etnógra-fo tenía que familiarizarse con un mundo que leera extraño, para explicar precisamente, aquelloque no encajaba en su propia familiaridad.

Así pues, el saber antropológico se cons-truirá sobre el terreno y sobre la marcha, a par-tir de un ir y venir entre el investigador-obser-vado y el observado-observante, entre las partesque configuran un todo y el todo a partir delcual un nuevo sentido puede proyectarse sobrelas partes. Este intento de integrar diferentesperspectivas en una explicación compleja da lu-gar a un círculo o, más bien, a una espiral her-menéutica en la que cada nuevo giro, implica,en principio, un mayor nivel de comprensión.

El trabajo de campo devino, entonces, laprincipal herramienta empleada por los antro-pólogos para mantener la fidelidad a los datosempíricos y para garantizar su acceso a los fru-tos del árbol de la ciencia, a los que venían as-pirando desde el nacimiento de la disciplina.Pero, paradójicamente, esa misma Antropolo-gía que surgía con vocación de objetividad co-metió el pecado de reducir su objeto de estudioa los llamados “pueblos primitivos” y de asociarsu crecimiento al desarrollo de la dominaciónejercida por las potencias coloniales, por lo queel etnocentrismo desbarató la pretendida neu-tralidad ideológica.

Sería erróneo equiparar la objetividadcon la falta de compromiso político-moral,pues toda investigación implica una elecciónentre un rango más o menos amplio de opcio-nes posibles y todo conocimiento, especial-mente el generado en ciencias sociales, está li-gado a las condiciones de su producción. No

32 Cuadernos de Antropología

obstante, hacer descansar la objetividad exclu-sivamente en las técnicas de recolección de da-tos es, por lo menos, una ficción.

El carácter más o menos objetivo de unainvestigación no procede sólo de la precisión oimprecisión en el momento de observar y regis-trar los hechos, sino de la replicabilidad y con-trastabilidad de las afirmaciones formuladas.Puesto que, en la mayoría de los casos, resultadifícil, cuando no imposible, encontrar un ar-gumento con que hacer frente al “yo estuveallí”, el peso en el cuestionamiento de aquéllasse ve casi siempre desplazado hacia los procesosde selección que se producen en la observación,registro, interpretación y presentación de losdatos, cuya mayor o menor pertinencia se halla-rá en función de la particular sensibilidad per-sonal, de las teorías e hipótesis que se manejen,de los fines que se persigan y de la coherenciainterna del resultado ofrecido. En consecuen-cia, el relato antropológico que pretenda man-tener una aspiración de objetividad deberá in-cluir al observador en la descripción y explicitartanto su relación con lo descrito como el cami-no seguido para alcanzar el conocimiento quese dice poseer, sin que ello suponga caer en unexceso de celo que conduzca a transformar laetnografía en una “autografía”.

La Antropología se caracteriza, de estemodo, por la disposición del investigador antela realidad y ante los datos que de ésta seleccio-na, en un proceso de aproximación interperso-nal en el que él mismo, lo quiera o no, es desdeel principio una de las partes y es, habitualmen-te, la parte en poder de la palabra. La asunciónde este papel central del antropólogo llevó a laautocrítica posmoderna a desplazar el énfasisde la experiencia y la interpretación a la inter-sujetividad y la representación. La etnografía,se dirá, es un texto, basado a su vez en múltipleslecturas de la realidad. Lo narrado se halla enfunción de un narrador que trata de construirun relato integrado y coherente, a partir de vi-siones propias y ajenas sobre retazos de unaconcreta realidad fenomenológica e ideacional3

Los autores que se adscriben a esta corrien-te retoman la idea foucaultiana, inspirada a su vezen la filosofía de Nietzsche, de que el conocimien-to es siempre parcial, oblicuo y perspectivo, por

cuanto está determinado por una cierta relaciónestratégica, en la que las personas están situadasy constituye, además, la consecuencia de una es-pecie de lucha o duelo, que hace que el resultadosea siempre singular y que todo conocimientosea, en cierta medida, un desconocimiento, pues-to que es al mismo tiempo lo más generalizante ylo más particularizante (Foucault, 1992:31). Con-sidero fundamental la insistencia en la importan-cia de la subjetividad y de las relaciones de poderen la producción del conocimiento, sobre las queno tardaremos en volver en este mismo texto; sinembargo, la asunción extrema de esta posturapuede llevarnos a un estancamiento en la crítica,sin más salidas que el relativismo absoluto, laconversión de la Antropología en poesía o el mu-do escepticismo4.

Reconozco que lo que se ve es lo que semira y que es imposible llegar a conocer real-mente cómo viven, se organizan, piensan y sien-ten individuos que, pese al epíteto con que se lospretenda generalizar, no dejan de ser sujetos úni-cos y dispares. Por lo tanto, asumo que cualquiertrabajo etnográfico será siempre el resultado deuna mezcla de observaciones, informaciones eintuiciones singulares, que pueden alejarse de“la realidad” en muchos puntos. Sin embargo, laaseveración de que cualquier afirmación pasapor un proceso insalvable de construcción inter-subjetiva, ajena a los propios hechos, no implica,desde mi punto de vista, la negación de los he-chos y de las construcciones. No debe confundir-se que sólo podamos hacer aproximaciones conque no podamos hacerlas, que sólo podamos ha-cer interpretaciones con que no podamos some-terlas a examen, que sólo podamos observar unaparte de los hechos con que no podamos propo-ner ideas respectos a ellos y a sus relaciones, queno seamos capaces de enunciar verdades absolu-tas con que enunciemos necesariamente falseda-des (San Román, 1997:90).

Ante este panorama, un buen número deantropólogos, entre los que me atrevo a incluir-me, sin renunciar por completo a ella, ha situa-do en un segundo plano la pretensión de objeti-vidad y busca más bien el descentramiento, lacapacidad de la Antropología, para mostrarnosotras versiones de la realidad, para iluminar losintereses ocultos en las sombras de la aparente

33ARGILÉS: El abogado inocente

normalidad y para cuestionar aquello que el pesode la inercia cotidiana nos hace dar por sentado.

Esta postura considera que el resultadodel trabajo etnográfico es fruto de una triple ten-sión entre el investigador y su mundo interno,una situación de intersubjetividad concreta yciertas formas establecidas por una comunidadcientífica, organizada pero heterogénea, para va-lidar enunciados sobre la realidad. La forma quefinalmente asume ese producto es un relato, untexto de alguien para alguien acerca de alguien.

De este modo, el antropólogo terminaaunando de alguna forma los oficios de científi-co y poeta, pero su trabajo no es exclusivamen-te literario, ya que su interés principal no escrear sentidos ex novo, sino construirlos teóri-camente a partir de sus experiencias de descu-brimiento. En pos de la cualidad, la estructura,el sentido y la subjetividad el antropólogo em-prende una búsqueda de otros mundos huma-nos, posibles en cuanto reales para quienes loshabitan. El científico trata de dar cuenta deellos y los analiza en un intento por compren-derlos; el escritor los recrea y se esfuerza porhacer su versión comprensible para otros.

En este sentido, la “verdad” antropológi-ca es fruto de la aspiración del antropólogo dereunir de manera sistemática múltiples verda-des subjetivas para, conjugándolas con la obser-vación fenomenológica y el análisis teórico,construir su propia verdad, subjetiva en cuantopersonal e intersubjetiva, en un intento por for-mular explicaciones acerca del mundo y los mo-dos de vivirlo. Ésta es, a mi juicio, la caracterís-tica que salva a la Antropología como disciplina.En un punto indeterminado, la línea entre laficción y la realidad puede tender a desdibujar-se. No es sino el ineludible costo de trabajar conel volátil material de que se componen la mira-da, el pensamiento, la emoción y los sueños.

2. Miradas, palabras, silencios: los “sangrantes pedazos” del trabajo de campo

Les plus lointains voyages sont intérieurs. Des sables duSahel aux étendues virginales de l’Arctique, c’est à lui-mê-me que se trouve sans cesse renvoyé l’anthropologue par le

regard des autres. Car l’anthropologie n’a point pour seulobjet les sociétés différentes des nôtres. Elle est aussi, com-me le reflux d’une vague, auto-analyse de l’observateur etde sa société5 (Rouland, 1988 :11).

Albergo el convencimiento de que el in-terés personal por la Antropología nace de la in-certidumbre de ser. Soy porque somos. Pero,¿qué soy?, ¿cómo somos?, ¿por qué soy y somosde ésta y no de cualquier otra manera? Se tratade una inquietud que, a modo de espiral inter-minable, se origina y deviene en una vocaciónpor el encuentro con otros y en el deseo ocultode nuevos horizontes posibles.

El método característico de la Antropolo-gía, el modo en que el antropólogo organiza labúsqueda del otro es la etnografía. Puede decir-se, entonces, que la etnografía es fundamental-mente un intento comunicativo. Pero, desde elmomento en que el contacto con el “otro” im-pacta en el “yo”, la etnografía se convierte tam-bién en un ejercicio de autorreflexión. Comoproducción humana que es, la etnografía es in-teresada, su mirada es selectiva. La riqueza desu oficio depende del observador y su contextoy otro tanto sucede con sus limitaciones. Porconsiguiente, el verdadero centro del trabajo decampo no es el otro, sino el yo en busca delotro. Esta doble exploración de lo propio y loajeno implica que la etnografía sea un caleidos-copio descriptivo que nos muestra visiones yversiones de la vida social individual y colectiva.

Una vez más, nos vemos obligados a re-conocer que, aun cuando pueda tener una exis-tencia real más allá del mundo de los concep-tos, la cultura como totalidad nos resultainabarcable. La realidad que somos capaces decapturar es una realidad compartimentalizada,construida, intuida y hasta cierto punto imagi-nada. Y es, además, una realidad en la que ya nohay, si es que alguna vez las hubo, islas de laHistoria. Las culturas no sólo están en continuarelación con otras, sino que también a lo inter-no son diversas y cambiantes, cada vez más, ca-da vez más rápido. La misma “tradición” no de-ja de ser una creación cultural que pretende laadaptación a cada periodo histórico, con lo quesimultáneamente es duradera y cambiante, he-redada y creada.

34 Cuadernos de Antropología

Asimismo, la presencia misma del inves-tigador introduce un elemento nuevo en esce-na que, de alguna manera, modifica las cir-cunstancias. No se trata, por lo demás, delinvestigador abstracto que aborda la realidadsocial absoluta, sino de una realidad social de-terminada, compuesta de personas concretas, yde un investigador específico, que interactúanbajo condicionantes y circunstancias particula-res. En lugar de garantizar la validez de las ob-servaciones y registros como si la asepsia fueseuna calidad esencial, convendría mostrar quela tensión generada por las condiciones prácti-cas de la edificación sistemática de una investi-gación científica es lo que puede asegurar unpequeño avance:

La pertinencia de un pequeño descubrimiento, efectuado encondiciones donde la urgencia práctica limita el control delas variables y genera un efecto de perversión de la purezadel concepto, radica en la habilidad de trabajar sobre la ten-sión misma y no en eliminarla; asimismo, no adquiere va-lor si se opta por una presentación de los resultados que ha-ga abstracción de las condiciones prácticas en que se hanlogrado, esto es, por una presentación abstracta que escon-da la tensión inherente a la experimentación y oculte su ca-rácter inmanente a favor de una afirmación trascendental yfalsa (Lartigue e Iturralde, 1991:56).

Con frecuencia, el desarrollo del trabajode campo viene marcado por la curiosidad, elasombro y la estrategia, pero también por el re-conocimiento, el malentendido y la suerte. Eldescentramiento, que permite poner en suspen-so la cotidianidad del etnógrafo y matizar susprejuicios, tiene su contrapunto en el desplaza-miento, que posibilita el acercamiento al mun-do material y mental de aquellos para quienes élmismo es “el otro”.

Llegar a un nivel satisfactorio en la cons-trucción de un sustrato de sentido común com-partido supone, por tanto, no sólo que el inves-tigador descubra, interprete y aprenda amanejarse en el contexto físico y en los códigosdel grupo estudiado, implica también que, trasel descubrimiento del antropólogo por parte delos miembros de ese grupo, su presencia y acti-vidad se normalicen. La aceptación plena, cuan-do de veras se la persigue, se convierte en unabúsqueda difícil y constante, tanto con el fin derecabar los datos que se consideran necesarios

para la investigación, como con el de superar lasensación de desarraigo, soledad y frustraciónque suele acompañar al proceso de inserción enun medio cultural ajeno.

La mayor o menor profundidad de esesustrato compartido dependerá, en última ins-tancia, de la relación que se establezca entre losdistintos sujetos implicados en la investigación,del tiempo y calidad de la permanencia sobre elterreno y de la propia sensibilidad y sociabilidaddel etnógrafo y sus interlocutores. La mayoríade estos elementos escapan al control directodel investigador y dependen en buena medidade sus apoyos, de sus habilidades sociales, de sucapacidad de adaptación y de la receptividad del“grupo anfitrión” y no son, por consiguiente,susceptibles de un aprendizaje de tipo académi-co. Se aprende a hacer etnografía haciendo et-nografía, aunque, indudablemente, el bagajeteórico del antropólogo y las técnicas de siste-matización acumuladas durante su formaciónuniversitaria le ayudarán en la captación y com-prensión de lo fenomenológico y en el desliza-miento desde éste hacia la exploración de lossignificados.

Como ya anunciábamos, la objetividad en-tendida como separación tajante entre sujeto yobjeto del conocimiento no existe, menos aúncuando, como sucede en Antropología, nos en-contramos ante múltiples sujetos conscientes. Loque es más, cuando se aspira a una comprensiónholística de la cultura, se hace necesario incluir,junto al conocimiento racional, un conocimientode tipo emocional o vivencial. La experienciacompartida, más que viciar la percepción de loajeno, la enriquece notablemente y aporta nuevasperspectivas, que no por escapar al control estric-to de la razón, son menos reales.

Son nulas las ocasiones en que el trabajode campo no está condicionado por las circuns-tancias del antropólogo ajenas al terreno. Aundejando a un lado los antecedentes personales,las relaciones económicas, políticas y académi-cas siguen siendo determinantes. Construir unmundo compartido requiere de tiempo y éste, almenos en la concepción occidental, es oro. Elperíodo de que se disponga para establecer vín-culos, recoger y analizar los datos y formularunos resultados coherentes a través de un texto

35ARGILÉS: El abogado inocente

dependerá de las relaciones existentes entre elinvestigador y la institución financiera, de losrespaldos materiales y humanos con que secuente y, en el caso de las tesis, de los requisi-tos y plazos establecidos por la instituciónacadémica.

De este modo, el desfase entre lo que sepensaba hacer sobre el terreno, lo que realmen-te se hace y el modo en que todo esto se trans-mite es enorme. En el caso de los proyectos fi-nales de graduación, por poner el ejemplo quenos es más cercano, la necesidad de ajustarse auna estructura preestablecida suele traducirseen una mayor importancia del cuerpo teórico-metodológico en que, supuestamente, se sus-tentan los resultados, que del proceso mismo detrabajo de campo a partir del cual se generaron.Así, se crea la ficción de que la investigación esuna actividad lineal, cuando en realidad nos en-contramos ante un constante ir y venir, en elque la experiencia, las interpretaciones y la teo-ría se modelan unas a otras continuamente6.

Por otra parte, la labor del antropólogo hade quedar patente en todo momento. Un textodemasiado polifónico corre el riesgo de caer enuna autoría difusa, que no acaba de ajustar deltodo bien con el hecho de que sea uno solo de losautores el que finalmente termine recibiendo eltítulo, el sueldo o los derechos editoriales.

Para muchos de los legos, el trabajo delantropólogo resulta algo extraño, revestido deun aura de civilizaciones gloriosas, aventura yexotismo, cuando no de momias y tiestos. Paraun buen número de antropólogos y antropólo-gas, las ambivalencias, ambigüedades y contra-dicciones de su trabajo son tales que éste, a di-ferencia de lo que sucede con otras disciplinas,necesita ser continuamente justificado en susproductos. La legitimación, además, ha de sertan sutil que no deje entrever nuestras propiasdudas y debilidades. La actual tendencia a insis-tir en los mecanismos por los que las experien-cias personales e interpersonales acaban con-vertidas en datos y análisis, al mostrar alantropólogo en toda su humanidad, contribuyea dotar a sus testimonios de un mayor realismoy a reforzar con ello su autoridad. Por lo demás,la mayoría de los parámetros de juicio vienencontenidos en el propio texto, al que el autor ha

conseguido dar, finalmente, la apariencia de untodo, satisfactoriamente coherente y completo–caso contrario, el artículo no habría sido pu-blicado por la revista especializada, ningunaeditorial se habría hecho cargo del libro y la te-sis no habría sido aprobada-.

Para la mayoría de las poblaciones quehan sido “objeto tradicional” de la Antropolo-gía, el antropólogo es visto con recelo7, comoun intruso que pretende lucrarse a costa de lopoco de lo que todavía no han sido desposeídos:sus conocimientos, sus relaciones afectivas, suvida cotidiana -al menos, ésta ha sido mi expe-riencia de campo en Manzanillo de Talamanca yentre los ngäbes de la Zona Sur de Costa Rica-.Esta lucha de los participantes que emergen deuna subordinación opresiva colonial y neocolo-nial y que exigen un control exclusivo sobre lainterpretación, descripción y reconstrucción desus modos de vida y su historia está íntimamen-te ligada a la reticencia actual ante la ciencia ylos planteamientos etics. Los antropólogos quetratan de acceder al mundo de los participantesdan marcha atrás, horrorizados ante la posibili-dad de ser tildados de expropiadores prepoten-tes del matri-patrimonio de otros pueblos, deladrones de culturas (Harris, 2000:31).

Sin embargo, lo que en principio se apre-cia como limitaciones, alberga en su seno un ri-co potencial creativo. El “encogimiento del pla-neta”, la crisis de los modelos occidentales y esepapel activo y destacado de los grupos subalter-nos han contribuido a que la Antropología hayahecho un esfuerzo por despojarse de algunas desus máscaras y mirarse al espejo.

El reflujo autorreflexivo de la mirada delotro ha ampliado los márgenes del extraña-miento, que comenzara a buscarse en los exóti-cos “pueblos primitivos”, y ha propiciado el“descubrimiento” de que cualquier colectividadhumana es susceptible de ser observada bajo elprisma del descentramiento, de que no sóloconvivimos con “otros” cercanos, sino que yomismo soy también un “otro” y es precisamen-te esa otredad el elemento común entre nos-otros y vos-otros. La sociedad occidental, en cu-yo seno nació la disciplina y sobre la que ahoraarroja su mirada curiosa, no es sino uno más delos múltiples universos simbólicos atravesados

36 Cuadernos de Antropología

por relaciones de poder. Aunque no sin obstácu-los, Occidente comienza a dejar de ser el hori-zonte para convertirse en uno más de los pun-tos del plano, abandona su posición privilegiadade ciclópea divinidad y se convierte en un otroque, recíproca y reflexivamente, se observa8.

No podemos olvidar, en cualquier caso,que las relaciones sociales son relaciones de po-der y que la producción y consumo de saberes ymensajes sociales es una forma muy desigual-mente repartida de ejercer poder social o de ge-nerarlo a favor, en contra o a costa de alguien9.Por sus propias características, la Antropologíapuede convertirse en una herramienta privile-giada para enfatizar el papel de los grupos nohegemónicos, en un pasado cuya lectura se rea-liza siempre desde el presente y en un presentecuya lectura oficial se halla estrechamente vin-culada al poder. Sin embargo, hemos de evitarel riesgo de caer en una autocomplacencia en-gañosa.

En primer término, la mayoría de los es-tudios siguen centrándose en los sectores mar-ginales o subalternos, motivados no sólo por unejercicio de filantropía, solidaridad o altruismodesinteresados, sino también por la curiosidadque siguen despertando y, en gran medida, porla mayor accesibilidad de sus sujetos. Inclusoaunque al inicio probablemente se nos presen-ten más distantes, recelosos y opacos, un indí-gena, un campesino o el habitante de un tugu-rio muestran, por lo general, una mayordisposición a compartir su existencia con un ex-traño que un juez, un político, un funcionariopúblico o un empresario. Probablemente, losprimeros sienten que tienen menos que perdery, salvo casos concretos, no temen que nuestralabor pueda carcomer sus pedestales, pues másbien son ellos quienes nos miran desde abajo.La relación con los poderosos es diferente, yaque no sólo se afanan por defender una posiciónque pueden considerar amenazada, sino quecuentan con más recursos para ello y, general-mente, se hallan en disposición de acceder anuestras publicaciones, comprender su lengua-je, cuestionarlas y reaccionar contundentemen-te frente a su contenido.

En segundo lugar, aun aceptando que la la-bor del antropólogo pueda servir para denunciar

las injusticias y canalizar las demandas de lossectores subordinados, es claro que estos gru-pos no se expresan en abstracto y que, en la me-dida en que los materiales se publican, lo hacenpor medio del científico social. Incluso puedeser éste quien se valga de su posición privilegia-da para “ventriloquear” un discurso que en rea-lidad es propio. Como, acertadamente, señalaVíctor Hugo Acuña: “Es iluso creer que noso-tros somos apenas meros transmisores de la vozpopular. Esa voz que nos es dicha a nosotros yano es simplemente la voz del pueblo, sino su pa-labra requerida por nosotros” (Acuña, 1988:36).Desde el momento en que, en lugar de contri-buir a la denuncia y remoción de las barrerasexistentes y a la creación de espacios en que losdistintos sujetos puedan expresarse por sí mis-mos, nos creemos portavoces de “los sin voz”,estamos en realidad robándoles la palabra.

La palabra del antropólogo, como la desus contemporáneos, es resultado de una seriede variables personales compleja, de un mo-mento histórico determinado, de un proceso deproducción cultural específico, de una opciónético-política particular y de un modelo de ra-zonabilidad concreto. También lo son sus silen-cios. Silencios reverentes, nunca mudos, de ca-tedrales de verde y mares de piedra;emocionadores de la palabra que tienden puen-tes de comunicación sobre el vacío. Pero tam-bién silencios impuestos o voluntarios queocultan relaciones de hegemonía y subordina-ción. Silencios, en fin, sobre los que la Antropo-logía despliega su curiosidad, crítica y cuestio-namiento al tiempo que, en cuanto producciónsocial, se encuentra atravesada por ellos.

3. Antropología y Derecho: una historia de encuentros y desencuentros

Que se sustraigan ciencias y que se sumen derechos, o me-jor que se antepongan, y el producto de la operación pue-de tener un nombre: la Antropología jurídica, mas no co-mo una especialidad más, la de aquella Antropología quese aplica al Derecho como objeto, sino una que lo tenga encuenta ya para su método, una que se plantee y opere enconsideración a los derechos, la Antropología como formade jurisprudencia, de esta prudencia jurídica. Tiene que

37ARGILÉS: El abogado inocente

comenzar entonces por considerar a sus sujetos en pie deigualdad, como tiempo presente a título propio, sin asimi-laciones a estadios pretéritos y tipos ajenos. Y no habrá depenetrar en sus culturas para interpretarlas y representar-las. Bastará con que procure el conocimiento mutuo preci-so para establecerse el contacto, para una comunicaciónque pueda quedar a disposición y en manos de las partes in-teresadas, de todas ellas. Para esto también es preciso queincida sobre la propia cultura matriz, sobre la cultura cons-titucional, para hacerla capaz de dicha comunicación (Cla-vero, 1994:172)

En la segunda mitad del siglo XIX, cuan-do se asentaron los fundamentos de la “ciencia”antropológica, la Antropología y el Derecho pa-recían destinados a marchar a un mismo paso.Los primeros estudiosos de lo que entonces sedenominó “ley primitiva”, “ley tribal” o “ley sal-vaje” eran, en su mayoría, juristas que partici-paban activamente de las principales corrientesde las ciencias sociales de su época10.

Sin embargo, a medida que la Antropolo-gía iba consolidándose y plantaba su tienda enel terreno, al hacer de la etnografía su principalherramienta epistemológica y metodológica, elDerecho fue desligándose de la realidad y abs-trayendo el estudio de las normas de su contex-to social. Los factores que influyeron en estedistanciamiento guardan estrecha relación conel problema de la definición misma del Derechocomo objeto de la “ciencia jurídica” y son, sinduda, múltiples y complejos. Podemos mencio-nar, entre los más destacados, el legado del De-recho Romano, la influencia de la Ilustración, laoposición al Antiguo Régimen, la construcciónde los Estados-nación y el movimiento codifica-dor. Vinculado a todos ellos, fue fortaleciéndoseel idealismo de los juristas, conforme al cualcualquier sociedad que no poseyese un cuerpobien establecido de normas y un aparato estatalque lo respaldase carecía de Derecho. Es más, elámbito de estudio del Derecho quedó circuns-crito a las normas en cuanto tales, lo que con-dujo al repliegue y aislamiento de la mayoría delos juristas, no sólo respecto de otras cienciassociales, sino también con relación a la mismarealidad normativa, mucho más voluminosa ycompleja que los códigos en que se pretendíaaprisionarla.

En efecto, el Derecho no sólo es confi-gurado por la dinámica social, sino que, como

discurso y como práctica, actúa también comoconfigurador y articulador de ésta y refleja, porconsiguiente, tanto una particular visión delmundo, como intereses de grupos, etnias y cla-ses. Lo normativo no nace espontáneamente; esel resultado de un proceso de producción que seestructura con base en experiencias e interesesimpuestos y/o negociados, por lo que surge lanecesidad de un abordaje de las normas no sólocomo objetos conceptuales aislados, sino comoelementos conformadores y al mismo tiempoproductos del contexto cotidiano en que se de-senvuelven los distintos grupos e individuos.Como indica Maurice Godelier, retomando aMarx, “el hombre no vive solamente en socie-dad, como los animales sociales, sino que pro-duce sociedad para vivir” (Godelier, 2000:14).

No obstante, con base en el reparto ycompartimentalización de los saberes operadoen las ciencias sociales, el estudio del funciona-miento efectivo de los sistemas normativos sedejó en manos de los sociólogos, cuando de so-ciedades “modernas” se trataba, y de los antropó-logos, cuando el interés iba dirigido a las socie-dades “primitivas” o “tradicionales”. No porcasualidad fue en el ámbito anglosajón -partícipede la tradición jurídica del common law y titular,al mismo tiempo, de un extenso imperio colonialsobre el que ejercía su “gobierno indirecto”-,donde la preocupación por el estudio de la “orga-nización primitiva” condujo al surgimiento yconsolidación de la legal anthropology.

Permítasenos dar un salto simplificadoren el tiempo de este desencuentro y volvamossobre los últimos veinte años, en los que suce-sivos factores han hecho que la Antropologíavuelva su mirada sobre sí misma y que el Dere-cho comience a abrirse también, aunque mástímidamente, a nuevas perspectivas11.

Especialmente significativo en este senti-do ha sido el aporte latinoamericano que, si biense incorporó tardíamente a la corriente de la An-tropología jurídica, lo hizo desde el inicio conuna vocación expresa de interdisciplinariedad,en la que siempre tuvieron parte abogados, an-tropólogos, abogados-antropólogos y antropólo-gos-abogados, ya que de lo se trataba era de inci-dir sobre el Derecho estatal para garantizar elrespeto a los derechos y Derechos indígenas12.

38 Cuadernos de Antropología

Esta Antropología jurídica latinoamericana, sibien ha tenido un desarrollo e incidencia muydesiguales a lo largo de la región, ha supuesto,en cierto modo, la continuidad de una forma deejercicio de la Antropología que, motivado porlas circunstancias económicas, sociales y políti-cas, había sido menos teórico y más práctico ycomprometido en la transformación de la reali-dad que sus equivalentes norteamericano y eu-ropeo. En este marco, anticipándose al encogi-miento del planeta experimentado actualmenteen casi todos los rincones del globo, el “otro exó-tico” de estas “Antropologías del Sur” (Krotz,1993) fue casi siempre un otro cercano en el es-pacio, pero distante o difuminado, con la mismafrecuencia, en el ideario desde el que se cons-truía la identidad compartida y excluido, en lamayoría de los casos, en el ejercicio del poder13.

Después de más de siglo y medio, lapso enel que el discurso imperante en la mayoría de lospaíses del área fue el de la nación mestiza –lablanquitud quasi original, en el caso costarricen-se- y en el que la legislación y las administracio-nes de los distintos Estados estaban diseñadascomo si la población fuese culturalmente ho-mogénea, una ola de reformas en el ámbitoconstitucional y legal ha comenzado a recorrerel continente y la mayoría de los países latinoa-mericanos enfrentan, en este momento, lo quepodríamos considerar un cambio de paradigmarespecto a la concepción de sí mismos y a cómodebe entenderse el Estado.

La relación entre Antropología y Derechose sitúa así, una vez más, entre los primerospuntos del orden del día. Pero no nos engañe-mos, ni los juristas ni los antropólogos estánsolos en este debate ni han sido ellos los prota-gonistas exclusivos del cambio. Junto a políti-cos e intelectuales, los movimientos y organiza-ciones indígenas -y los políticos e intelectualesindígenas-, están desempeñando un papel acti-vo y fundamental en la crítica al orden estable-cido y en la búsqueda de nuevas propuestas ha-cia un nuevo mundo de mayor cabida.

Nos encontramos, por tanto, ante esce-narios cambiantes en los que intervienen múl-tiples actores e intereses en juego. En los quela diferencia cultural y la asimetría de poder14

resultan fenómenos transversales a todo el

contexto social, mucho más complejos de loque se los suele percibir. Por consiguiente, elestudio de cualquier Derecho indígena no pue-de ser abordado sin hacer referencia a las con-diciones históricas y estructurales que han con-formado su coexistencia desigual y ensubordinación respecto de cada particular De-recho estatal. Se trata, por otra parte, de unacoexistencia en la que la línea divisoria entreuno y otro no siempre puede trazarse de mane-ra precisa, ya que nos encontramos ante unanormatividad dinámica, en la que, junto a laimposición, se dan procesos de reconocimiento,apropiación y resistencia por parte de los distin-tos actores, en esferas que van de lo cotidianohasta el nivel político nacional e incluso inter-nacional15.

Se hace necesario, en consecuencia, tra-bajar con conceptos de cultura y poder dinámi-cos, que den cuenta de las fuerzas sociales anta-gónicas que se hallan en negociación y disputaen todo momento y no sólo en la batalla de ungran frente cultural contra otro. En abstracto,los principios filosóficos y culturales de los sis-temas normativos indígenas y estatales suelenestar efectivamente contrapuestos, pero en lapráctica las mismas contradicciones que tienenlugar al interior de esos sistemas los hacen pormomentos compatibles entre sí (Martínez,2000:80 y ss.).

Consiguientemente, pese a su induda-ble y valioso aporte, el trabajo etnográfico nobasta para penetrar, desde una perspectiva yun nivel de análisis que tomen en cuenta elmarco estructural, en la ideología y las rela-ciones de poder a partir de las cuales se con-forman el Derecho y sus instituciones. La cau-tela, en este sentido, ha de ser extrema, pues,como viene ocurriendo desde que los órdenesjurídicos y fácticos europeos impactasen lasestructuras aborígenes americanas, el discur-so jurídico del reconocimiento de los dere-chos y Derechos indígenas y la legitimaciónde sus autoridades pueden ser utilizados contotal discrecionalidad, a costa de la mayoría ode significativas minorías, en aquellas situa-ciones en las que es necesario el reforzamien-to de los vínculos entre ciertos sectores de lospoderes local y estatal.

39ARGILÉS: El abogado inocente

Como sarcásticamente señala Barley, elantropólogo ético se encuentra actualmente enel difícil papel de cuestionar, tanto la supuestasupremacía del pensamiento y las formas jurí-dicas occidentales, como de combatir el neorro-manticismo que, con el fin de criticar y repro-bar ciertos aspectos de la misma sociedadoccidental, como el anquilosamiento de su sis-tema judicial o la excesiva duración y formali-dad de sus procedimientos, se empeña en resu-citar “buenos salvajes” que resuelven susconflictos en perfecta armonía, reparan sin fric-ciones el daño causado y restablecen consen-sualmente la paz social (1989:122).

Ambas posturas me parecen igualmenteilusorias y ambas parten, a mi entender, de unacomún verticalización de las relaciones entre in-dígenas y no indígenas, pero también del conflic-to entre quienes se aferran al poder –sea éste na-cional o local, político, económico oepistemológico- y quienes aspiran a arrebatárse-lo o compartirlo. Y esto ocurre, entre otras cosas,por falta de conocimiento y por falta de recono-cimiento. En este sentido, frente a la ceguera eidealismo que suelen caracterizar a ese mundode ficciones y verdades formales que es la “cien-cia” del Derecho, la Antropología puede cobrarun valor jurídico ya sólo por asomarnos al tiem-po y a la voz indígenas. Sin embargo, la simplereproducción empírica de una situación efectivade pluralismo jurídico no es suficiente. Si se de-sea contribuir a la transformación de las estruc-turas existentes y, junto a los sujetos particular-mente concernidos, se aspira a una mayorjusticia social, se hace necesario conocer el en-tramado normativo estatal e incidir sobre él. Alfin y al cabo, más que una cuestión legal o antro-pológica, la lucha por los derechos es, ante todo,una lucha política16 (Guevara y Levine, 1996:11).

4. Acerca del sudor y otros humores:el abogado inocente y los ngäbes de Costa Rica

Así que viene usted de la Universidad. Pues déjeme decirleuna cosa. A la gente de la Universidad lo único que le sudaes el culo de estar sentados delante de sus computadoras.Ustedes no saben qué es estar trabajando todo el día debajo

del sol para conseguir un puñao de arroz. Vienen, hacen suspreguntas, se llevan lo que les contamos y se hacen ricos acosta del indio (Hilario, 21/04/2001).

Después de un inicial semestre explora-torio en Costa Rica, motivado por diversas cau-salidades y casualidades cuyo relato escapa a es-te reducido espacio, había llegado a laconclusión de estudiar el “Derecho consuetudi-nario” de un pueblo indígena. Mi enfoque, noobstante, era proporcional a mis conocimientosdel país y de la labor antropológica, por lo queno costará imaginar su extrema vaguedad.

Al cabo de una primera semana en el te-rritorio ngäbe de Abrojos-Montezuma, a dondehabía llegado con la mencionada intención enabril del 2001, mi primera sensación fue de pro-fundo agradecimiento hacia unas personas que,sin conocerme, me acogieron en sus humildescasas con muchos menos recelos hacia mi con-dición de “malvado español conquistador” quelos mismos meseteños que me habían preveni-do frente a ello. Debo confesar, sin embargo,que la experiencia me resultó al mismo tiempoalgo decepcionante, tanto por la falta de ade-cuación entre lo que me rodeaba y lo que habíaesperado encontrar, como por mis propias difi-cultades de adaptación a un mundo que me re-sultaba extraño y, a ratos, incluso incómodo.Nunca antes había tenido la oportunidad de co-nocer un territorio indígena y los referentesque había elaborado a partir de las lecturas y losdocumentales de televisión me habían predis-puesto hacia una realidad mucho más exótica.Me avergüenzo ahora de aquella candidez e in-genuidad, pero reconozco que me esperaba ran-chos de palma perdidos en la montaña, autori-dades tradicionales sabias y respetadas,consejos de ancianos que resolvieran las dispu-tas, continuas explicaciones míticas...

Y me encontré unas gentes calladas quevivían bajo techos de zinc, que cuestionaban laautoridad de la supuesta figura tradicional, quese organizaban en torno a instituciones creadaspor el Estado o conforme a los criterios del Es-tado, que, ante mis preguntas, afirmaban queya no tenían leyes propias, y que decían resolverla mayor parte de los conflictos “afuera”. Algu-nos de mis interlocutores, por aquel entonces

40 Cuadernos de Antropología

escasos, se referían, no obstante, a ciertas “cos-tumbres y tradiciones” propias en las que creíanencontrar una respuesta a mis interrogantes.Pero, manifestaban, muchas de ellas habían caí-do en desuso y, si acaso, se conservaban sólo “enel otro lado”: el panameño.

Comencé entonces a interesarme por ex-plorar cuáles habían sido las causas que habíanconducido a la situación actual de la normativi-dad ngäbe en Costa Rica. Junto a ello, alberga-ba la idea de que, si la memoria del pasado nor-mativo seguía viva y fortalecida por la vigencia-no sabía hasta qué punto real o imaginaria- delas prácticas en el lado panameño, tenía que serposible reconstruir una versión de la historiareciente del sistema jurídico ngäbe.

En aquel momento, mi planteamientoestaba muy influido por las lecturas que enfati-zaban el carácter subordinado de los Derechosindígenas y que atribuían al uso de conceptoscomo “costumbre jurídica” un papel cómpliceen dicha subordinación, por lo que opté por se-guir hablando de “Derecho ngäbe”, aun cuandoapenas conseguía observar algunos elementosque pudiesen encajar en lo que entonces enten-día por Derecho17. Además, las personas quemás hablaban conmigo eran los líderes políti-cos, quienes insistían en contarme cómo habíasido su lucha por la cédula – un “cartón” quemanifestaba su reconocimiento como costarri-censes de origen- y cuáles eran sus reivindica-ciones actuales ante el gobierno.

Se inició así una serie de visitas excesiva-mente cortas, pues la distancia efectiva que se-para los territorios ngäbes de San José es gran-de y las clases en la Universidad reclamabantodavía mi presencia. Esas idas y venidas espa-ciadas durante más de un año me permitieron,no obstante, ir conociendo y dándome a cono-cer a varias personas que han resultado funda-mentales a lo largo de todo el proceso de inves-tigación, ya que han compartido conmigo sutiempo y sus conocimientos, su casa y su comi-da, su historia y sus sueños, y, en algunos casos,también una amistad que me ayudó a sentirmemenos ajeno y extraño, menos intruso en un lu-gar al que nadie me había llamado.

Al mismo tiempo, fui habituándome, pocoa poco, a la vida cotidiana en las comunidades y,

ante algunos cuestionamientos de los propiosngäbes, no siempre tan abiertos como el queinauguraba este epígrafe, empecé a interesar-me, con el respaldo de mi Director de Tesis, poraplicar una metodología inspirada en la investi-gación-acción participativa. Sin embargo, a pe-sar del importantísimo apoyo recibido por par-te de la Asociación Cultural Ngöbegue, losesfuerzos de quienes nos embarcamos en la ta-rea no produjeron los frutos esperados.

Al efectuar ahora la revisión de los éxitosy fracasos de todo ese período, pienso que fue-ron tres los principales elementos que actuabanen nuestra contra: En primer lugar, es muy di-fícil que los participantes en un proceso de in-vestigación lleguen a identificarse verdadera-mente con él, si la iniciativa sobre qué estudiary por qué estudiarlo no ha surgido de ellos mis-mos. En segundo término, se requiere la pre-sencia activa y continua sobre el terreno de uninvestigador experimentado que motive, acom-pañe y respalde la producción del nuevo cono-cimiento compartido; resulta vano e ilusorio re-partir responsabilidades cuando no se hanfortalecido las habilidades necesarias para asu-mirlas. Finalmente, más aún cuando nos en-contramos ante localidades mal comunicadas ycon un tipo de habitación disperso, ha de con-tarse con suficientes medios materiales, tantopara garantizar el adecuado desarrollo de las ac-tividades como para compensar el tiempo y elesfuerzo invertidos en los desplazamientos y enla misma investigación. Pese al reconocido ca-rácter colectivo del conocimiento generado, enla práctica totalidad de los casos, el investigador“oficial” resulta ser el único sujeto que cuentacon un salario o una beca por realizar este tipode trabajo.

Ante el peso abrumador de tantos facto-res en contra, decidí cambiar de tercio y aban-donar la calificación de “participativa” para unainvestigación que en realidad no lo era tanto18.En su lugar, opté por irme a vivir con los ngä-bes en cuanto las circunstancias lo hicieron po-sible y, desde entonces, he procurado mantenercon las personas involucradas en la investiga-ción un continuo diálogo acerca de mi propiotrabajo, que considero fructífero en todos loscasos en que la disposición ha sido mutua19.

41ARGILÉS: El abogado inocente

Una vez instalado en el Sur, cambió nue-vamente mi visión de las cosas. Comencé a re-conocer el arrugado rostro de árbol de mi abue-lo en las historias sedimentadas de los ancianosngäbes. Identifiqué las manos callosas de la míaen el pilón de esperanza de las madres solas. Re-corrí la historia reciente de mi propia familia enel intermitente goteo de jóvenes que abando-nan el campo para marchar a San José, en lospadres apenas alfabetizados que sueñan con uncolegio para sus hijos. Me empapé de aguaceros,de barro, de chicha, de sudor. De los humoresque constituyen la argamasa de la etnografía.Del humor que exige complicidad y mínimoscompartidos, que, transgresor de estructuras yesquemas, tiende manos hacia nuevos horizon-tes y provoca horizontalidades.

Me atrevería a afirmar a estas alturas, nosin cierto dubitativo temblor en los labios, quemi proyecto de tesis ha ido encontrando, poco apoco, un hilo conductor a caballo entre la An-tropología y el Derecho, entre el pasado y el pre-sente, entre la estructura y el día a día, entre mipropia historia y las historias personales de al-gunos ngäbes de sangre y corazón.

Espero el examen de graduación con laincertidumbre expectante del nacimiento deun hijo, pero sé también que con él mi pre-sencia en Costa Rica y entre los ngäbes seacerca a su fin y empiezo a sentir una hondanostalgia, que no tiene tanto que ver con elpasado, sino con el futuro. Con ese mismo fu-turo que deben encarar los indígenas y el con-junto de la sociedad costarricense, en la cons-trucción de un mínimo cultural compartido,asentado en el respeto. Sólo a partir de esepunto de encuentro será posible un diálogodesde el que buscar juntos un nuevo proyectopolítico, que permita pasar de ordenamientosjurídicos diseñados para la homogeneidad asistemas concebidos para administrar la di-versidad y el cambio.

El reto es doble. De un lado, las institu-ciones estatales han de ser capaces no sólo dereconocer y enaltecer el carácter pluricultural ymultiétnico del pueblo costarricense en sus le-yes, sino de incorporar y articular ese reconoci-miento a su práctica. Del otro, un sistema jurí-dico-político basado en la oralidad y la

costumbre es posible en un contexto donde lamayoría de los miembros de un colectivo com-parten una visión similar del mundo y las auto-ridades gozan de una legitimidad extendida; sinembargo, las comunidades y regiones indígenasde Costa Rica son cada vez más diversas, en suseno coexisten tendencias políticas en pugna,grupos de diferentes religiones, individuos conniveles económicos, educativos desiguales, etc.En un sistema que reúne a sujetos sociales di-versos deben existir acuerdos mínimos de con-vivencia y, de alguna forma, estos acuerdos tie-nen que ser negociados, expresados ygarantizados, para que los miembros de la co-lectividad, sea ésta local o nacional, ngäbe o su-liá, puedan exigir su respeto y cumplimiento.

Notas

1. Heredero y partícipe al mismo tiempo de la tradi-ción que cuestiono, utilizo el término en mayúscu-la cuando me refiero tanto a la disciplina jurídica -la “ciencia del Derecho”-, como al conjunto articu-lado de normas jurídicas –el “Derecho”-, para dife-renciarlo así de las pretensiones subjetivas concre-tas –“derechos”-.

2. Hay ciertos aspectos de la Antropología que tienenun carácter científico auténtico en el sentido deque no nos llevan más allá de hechos empíricos pa-ra adentrarnos en el reino de las conjeturas gober-nables, sino que ensanchan nuestro conocimientode la naturaleza humana y pueden llevarnos a unaaplicación práctica directa. Me refiero, por ejem-plo, a una materia como la economía primitiva,tan importante para nuestro conocimiento de ladisposición económica del hombre y de tanto valorpara aquellos que deseen desarrollar los recursosde los países tropicales, emplear mano de obra in-dígena y negociar con los nativos. O también, pon-gamos por caso, el estudio comparativo de los pro-cesos mentales de los salvajes, una línea deinvestigación que ya ha demostrado su fertilidaden la psicología y puede ser útil para aquellos queestán ocupados en la tarea de educar o mejorarmoralmente al nativo. Y por último, aunque no demenor importancia, es también la cuestión de laley primitiva, el estudio de las diversas fuerzas quecrean el orden, la uniformidad y la cohesión enuna tribu salvaje. El conocimiento de estas fuerzasdebería ser el fundamento de las teorías antropoló-gicas de la organización primitiva, así como debie-ra señalar las normas directrices de la legislacióny administración colonial (Malinowski, 1956:21)

42 Cuadernos de Antropología

3. De aquí en más, ni la experiencia ni la actividadinterpretativa del investigador científico se puedenconsiderar inocentes. Se hace necesario concebirla etnografía no como la experiencia y la interpre-tación de “otra” realidad circunscrita, sino másbien como una negociación constructiva que invo-lucra por lo menos a dos, y habitualmente a mássujetos conscientes y políticamente significantes.Los paradigmas de la experiencia y de la interpre-tación están dejando el paso a los paradigmas dis-cursivos del diálogo y la polifonía (Clifford,1995:61)

4. El escepticismo, si es congruente consigo mismo,está condenado a negarse. En un primer momentosu crítica destruye los fundamentos pretendida-mente racionales en que descansa nuestra fe en laexistencia del mundo y del ser del hombre: uno yotro son opiniones, creencias desprovistas de certi-dumbre racional. El escéptico se sirve de la razónpara mostrar las insuficiencias de la razón, su sin-razón secreta. Inmediatamente después, en unmovimiento circular, se vuelve sobre sí mismo yexamina su razonamiento: si su crítica ha sidoefectivamente racional, debe estar marcada por lamisma inconsistencia. La sinrazón de la razón, laincoherencia, aparecen también en la crítica de larazón. El escéptico tiene que cruzarse de brazos y,para no contradecirse una vez más, resignarse alsilencio y a la inmovilidad. Si quiere seguir vivien-do y hablando debe afirmar, con una sonrisa deses-perada, la validez no racional de las creencias (Paz,O., en Castaneda, 2001:19).

5. Los viajes más largos son interiores. Desde las are-nas del Sahel a las extensiones virginales del Ártico,el antropólogo se encuentra sin cesar reenviado a símismo por la mirada de los otros. Pues la Antropo-logía no tiene ni mucho menos por único objeto alas sociedades diferentes de las nuestras. Ella estambién, como el reflujo de una ola, auto-análisisdel observador y de su sociedad. (Trad. pers.)

6. El trabajo de campo es un proceso de interacciónpersonal y aprendizaje cuyo control escapa a losdeseos del antropólogo. Hay que avanzar poco apoco. Sólo al cabo de cierto tiempo, el etnógrafoes capaz de comenzar a formular hipótesis detrabajo que guiarán su labor y que deberán sercontinuamente contrastadas. Para ello, la recogi-da de la mayor cantidad posible de datos adquie-re un carácter esencial. Sin embargo, no son losdatos en sí mismos lo que más interesa, sino laconstrucción teórica que pueda elaborarse a par-tir de ellos. Una vez reunido el mayor númeroposible de piezas, el investigador deberá enfren-tarse a la tarea de acomodarlas de manera queencajen entre sí sin demasiadas fricciones y per-mitan formular una explicación, un mapa o un

esquema coherente, suficientemente argumenta-do y verosímil.

7. La Antropología en sí, el trabajo del antropólogo ola antropóloga, puede constituir una actividadatentatoria y lesiva para la sociedad estudiada porempeñarse en penetrar en sus intimidades creyén-dose capacitada para representarlas, para prestar-les realidad y hacerlas así presente, por no mirarni atender a derechos, en definitiva. [...] No nosimaginemos qué pensaríamos si aparecen entrenosotros unos indígenas becados por sus comuni-dades no sólo para estudiarnos, sino también paraentendernos y explicarnos, también para represen-tarnos, para decirnos quiénes y cómo somos indi-vidual y colectivamente, para que nuestra existen-cia se manifieste y realice de este modo [...]No esraro que el antropólogo o la antropóloga hagan deportavoces del Derecho indígena, con la represen-tación e investidura que la ciencia les confiere. Co-nocen la diversidad, pero llegan a la identidad. Lle-gan fácilmente a este otro ninguneo del mismosujeto indígena, a esta negación de su existenciaautónoma, de su derecho al cabo. El conocimientosigue siendo de parte, de la parte no indígena. (Cla-vero, 1994:172).

8. Esta afirmación pecaría de un ciego optimismo sino la matizásemos en el contexto de las relacionespolíticas, económicas y académicas que presidentodavía el orden internacional y que continúan de-sequilibrando la balanza a favor de los investigado-res occidentales. No sólo los grupos y países subal-ternos siguen siendo más accesibles, sino que losfondos disponibles en función de los intereses do-minantes se reparten de tal forma que son pocos los“antropólogos del Sur” que llegan a contar con elrespaldo suficiente para dedicarse a estudiar críti-camente a las sociedades del “Norte”.

9. Trátase de un poder epistemológico, poder de ex-traer un saber de y sobre estos individuos ya so-metidos a la observación y controlados por dife-rentes poderes. Por un lado, se forma un saberextraído de los individuos mismos a partir de supropio comportamiento. Junto a éste hay un se-gundo saber que se forma de la observación y cla-sificación de los individuos, del registro, análisis ycomparación de sus comportamientos. De estemodo, los individuos sobre los que se ejerce el po-der pueden ser el lugar de donde se extrae el sa-ber que ellos mismos forman y que será retrans-crito y acumulado según nuevas normas; o bienpueden ser objetos de un saber que permitirá a suvez nuevas formas de control (Foucault,1992:135). La afirmación de Foucault, aunque re-ferida a lo que él denomina “instituciones de se-cuestro” (escuela, cárcel, hospital, fábrica, etc.),puede considerarse, con los ajustes precisos, como

43ARGILÉS: El abogado inocente

una advertencia sobre los riesgos que entraña laproducción de cualquier tipo de conocimiento.

10. En la línea del “comparatismo jurídico”, en 1831 secreó en el Colegio de Francia la primera cátedra delegislación comparada, a la que siguió, en 1869, laSociedad de Legislación Comparada en la Universi-dad de París. En Alemania, Bernhöft, Bachofen,Post y Köhler, entre otros, se agruparon en torno ala Zeitschrift für vergleichende Rechtswissenschafty, partiendo de los datos etnográficos a su alcance,fundaron la “jurisprudencia comparativa” o “juris-prudencia antropológica”, que tenía como objetivoconstruir una teoría general de la evolución del De-recho, añadiendo al estudio tradicional de los Dere-chos romano y germánico el de otros sistemas jurí-dicos más exógenos. En el mismo contexto seinscribe Ancient Law (1861), de su contemporáneobritánico Sir Henry Maine.

11. Entre los múltiples elementos que han incidido enla situación actual merecen citarse el proceso des-colonizador; los cuestionamientos a la autoridad,que cobran especial fuerza a partir de los años 60con la crítica a la Guerra de Vietnam, la “revoluciónsexual”, el fortalecimiento del feminismo, los movi-mientos estudiantiles y la oposición al neoimperia-lismo estadounidense, entre otros; la aceptacióncada vez mayor, a partir de los años 70, de mecanis-mos de resolución alternativa de conflictos dentrode los sistemas estatales de justicia; las sucesivascrisis económicas; y, especialmente a partir de losaños 80, la crítica posmoderna, las nuevas tecnolo-gías de la comunicación, el fin de la Guerra Fría, laglobalización, el aumento de los flujos migratorios,la tendencia neoliberal a la desregulación y a la dis-minución del peso del Estado, y la renovada fuerzade las movilizaciones sociales en torno a preocupa-ciones como la sostenibilidad ambiental, los dere-chos de las minorías y los grupos étnicos, la equi-dad de género o la necesidad de un reparto másjusto del poder y la riqueza, por citar sólo algunosde los más relevantes.

12. Puesto que nos hallamos ante diferentes prácticas,concepciones y discursos que conviven y se enfren-tan en torno a lo jurídico, se hace necesario el em-pleo una terminología que, procurando evitar con-notaciones valorativas, sirva para dar cuenta de estecarácter múltiple y de la plasticidad y diversidad delas relaciones presentes. Sin embargo, la elección delos términos adecuados para abordar un tema tanpolítico y politizable como éste no resulta fácil. Des-de un punto de vista que comparte la reflexión deDíaz Polanco a propósito del uso teórico del concep-to “nación” (1996:15), constatamos cómo a menudoen los análisis se incluyen nociones de “Derecho”que, sin hacerlo explícito, se refieren bajo una mis-ma denominación a una gran variedad de formas de

organizar la vida social. Este uso indiferenciado per-mite poner en un mismo plano al “Derecho estatal”y a los otros “Derechos”. En muchos casos, el prin-cipal motivo de dicha equiparación es el deseo deevitar las escalas de valores que, con evidentes pro-pósitos de dominación y opresión, colocan a estos di-versos fenómenos normativas en jerarquías diferen-tes. Sin embargo, por más loable y legítima que estaposición pueda ser desde un punto de vista estraté-gico y político, pienso que oscurece la comprensiónde lo que hay de específico en cada uno de ellos -iguales en cuanto a su valor como producciones hu-manas contingentes, pero diferentes en cuanto a suscaracterísticas y modus operandi- y desdibuja las re-laciones desiguales que se establecen entre ambos.Por estas razones, aun cuando yo mismo terminesucumbiendo al peso de las convenciones, me mues-tro cautelosos ante el uso indiscriminado del con-cepto “Derecho indígena”, ya que el mismo no esmás que una abstracción generalizadora que, si bienpuede tener cierta utilidad para comparaciones teó-ricas a gran escala, contribuye a pasar por alto tantola rica diversidad de valores, prácticas y escenariosnormativos que presenta el múltiple y heterogéneoconjunto de los numerosos pueblos indígenas, comolas múltiples formas en que se produce la relaciónentre éstos y el Estado. Una vez más, soy conscientede la intencionalidad política de este concepto idea-lizado y unificador frente a la manida fórmula “divi-de y vencerás”, que tanto daño ha causado a los gru-pos subordinados. En este sentido, la designaciónme parece perfectamente aceptable como parte de lalucha de los pueblos indígenas y sus aliados, peroconsidero que, aun cuando ninguna ciencia es neu-tral, los términos políticos no tienen por qué coinci-dir o confundirse con los conceptos de análisis.

13. Constitucionalmente, el espacio indígena es unazona de sombra, toda una constelación eclipsada.Durante toda la época constitucional, el primerproblema ha sido éste de la invisibilidad de unmundo, de la ignorancia de una humanidad, de lacancelación de su realidad (Clavero, 1994:171).

14. El fenómeno normativo no es un evento natural, si-no algo construido por la agencia humana que res-ponde a una estructura de desigualdad y poder, en laque la capacidad de establecer normas y organizarlos diversos esquemas institucionales está íntima-mente relacionada con el control de las posiciones ylos recursos. En este sentido, el juego legal no es só-lo un conjunto de normas y prácticas, es más bienun proceso dinámico que refleja diferencias de podery cambiantes relaciones políticas entre distintosgrupos que pretenden imponer, mediante una mez-cla de técnicas coercitivas, manipulativas y persuasi-vas, su propia solución particular a una situación de-terminada. La esfera del poder, con todo, va más alláde la mera imposición de facto de un individuo,

44 Cuadernos de Antropología

grupo o sector sobre otro u otros y aparece confor-mada por múltiples elementos, cuya combinaciónresulta mucho más compleja que la simple suma delas partes: proporción numérica, control de los re-cursos materiales y/o ideológicos, fuerza bruta, dis-tribución de los conocimientos, autoridad, prestigio,capacidad de convicción y/o disuasión, vínculos afec-tivos, grado de homogeneidad y/o cohesión, inter-venciones externas, factores imprevistos, etc. Porello, el poder, al igual que el conocimiento, ha de serconcebido como un elemento que no tiene la posibi-lidad de ser poseído de una vez y para siempre nipuede acapararse en manos de un actor para excluirsu obtención por otros, sino que se configura comoresultado de un proceso de interacción social y esesencialmente un producto conjunto del encuentroy la fusión de horizontes (Martínez, 2001:83).

15. El Derecho no es sino uno un producto parcial, uncomponente más de un entramado dinámico de con-trol y organización social mucho más amplio, inser-to en una compleja estructura normativa de campossociales semiautónomos (Moore, 2001:23). No susti-tuye ni desplaza al amplio soporte de normatividadque configuran los restantes mecanismos presentes,sino que opera simultáneamente a ellos, en un pro-ceso continuo de interpenetración y transformaciónque Souza ha llamado “interlegalidad” o “legalidadporosa” (Sieder, 2002:4). En este sentido, las mane-ras en que en una colectividad determinada se defi-nen los ámbitos que se consideran especialmente re-levantes y se justifican las decisiones tomadas conrespecto a los mismos abren la esfera de lo jurídicomás allá de lo formalmente prescrito. La malinter-pretación, el error y la ignorancia acerca del Derechoa menudo constituyen los componentes principalesdel modelo cognitivo de Derecho, en el que diversaspersonas se manejan dentro de la esfera judicial yfuera de la misma. No pueden definirse de antema-no, por tanto, las fronteras entre lo jurídico y lo nojurídico, lo formal y lo informal. Estas fronteras sederivan, precisamente, del modo como se definen losconflictos y los ámbitos relevantes no sólo de modoteórico sino, ante todo, práctico, así como de la ma-nera en que se justifican las decisiones que se tomanen y sobre estos conflictos (Padilla, 1988:17).

16. This approach of anthropology of praxis alsoentails that anthropological research is also asocial praxis with social consequences. Andespecially in the field of the anthropology of Lawwhich explicitly deals with “Law” which is at thecore of the “putting in forms of our living together,of our reproduction, of the handling of ourconflicts” we must be aware of the responsibilityof our research. As Étienne Le Roy reminds us inthe introduction of his manual of legalanthropology the key questions everyanthropologist of Law must ask before going any

further is “à qui ça sert, quoi ça sert ?” (whom doesit bring something ? What is its purpose?). Allapproaches are ultimately founded in our personalmythoi, in our very personal ways to see the worldand to be more sensitive to certain of its aspects orothers. […] Thus even fundamental research has apolitical turn to it as it reflects the things whichare important to us and which we want to bring tothe public forum (the scientific community andthe larger community) in order to shed light on itand to engage debate and dialogue on them (Eber-hard, 2001:6).

17. Sin distinguir todavía entre sistema jurídico y De-recho, establecía la caracterización de los mismosen función de tres elementos: 1) Normas que regu-lan el comportamiento social y que, si se infringen,conllevan una sanción. 2) Autoridades propias y re-conocidas por la misma comunidad entre las cualeshay responsables de aplicar sanciones y/o resolverconflictos. 3) Procedimientos jurídicos, que se ma-nifiestan en las maneras de formalizar los actos ju-rídicos y en las formas recurrentes de aplicar san-ciones y resolver conflictos

18. Toda investigación antropológica, en cuanto se ba-sa en la experiencia de contacto directo con otraspersonas, resulta en mayor o menor grado partici-pativa, sin embargo, [...] conviene advertir que la“participación” de la población puede ser manipu-lada y revertir en una nueva legitimación del or-den social, por muy diversas razones: al reempla-zar el protagonismo de la población por unaparticipación formal o por una consulta ritual dedecisiones ya tomadas; cuando las asociaciones deafectados o el voluntariado social se vuelven ins-trumento de la política pública o de otros agentescorporativos que, de ese modo, reducen gastosmanteniendo el control sobre los objetivos de la ac-ción; o cuando se cae en un activismo ingenuo,reemplazando el análisis de los conflictos socialespor las puras intenciones colectivas con el riesgode caer en un nuevo ideologismo que disfrace larealidad social (Colectivo Ioé, 1993).

19. Debido a la “invasión” de antropólogos sufrida enlos últimos tiempos -tesiarios, académicos, consul-tores internacionales, miembros de ONG, funciona-rios públicos, etc.-, algunos ngäbes tienen un cono-cimiento muy cercano de la práctica antropológica,ya sea por haber sido “informantes”, auxiliares decampo, espectadores, opositores o incluso amigosde los investigadores. Ello ha facilitado, sin duda,mi labor, pero al mismo tiempo me ha hecho obje-to, casi desde el principio, de una crítica que suelerepetirse, no tanto en cuanto a los métodos emplea-dos para producir el conocimiento, sino respecto ala finalidad de los productos generados y a la re-percusión de sus resultados en la vida cotidiana de

45ARGILÉS: El abogado inocente

las personas y las comunidades. Más allá de los in-tereses económicos, que se asocian siempre a lapresencia del tipo de extraños que constituimos losantropólogos y de la que algunos tratan de sacarprovecho personal, de lo que en el fondo se trata esde una demanda de respeto. El diálogo es siemprela búsqueda de un espacio común a partir de postu-ras diferentes. Un duelo en el que no debería ven-cerse sino convencerse. Esa es probablemente sumayor riqueza. Pero una cosa es la diversidad y otrael desequilibrio. Sin información previa suficienteno hay consentimiento válido. Sin el reconoci-miento sincero de una igualdad básica de partidano hay espacio para compartir la diferencia.

Bibliografía

Acuña, V. H. et al. (1988) “Historia Oral e Histo-rias de Vida”, Cuaderno de Ciencias So-ciales, nº 18, FLACSO, San José.

Barley, N. (1989) El antropólogo inocente. No-tas desde una choza de barro, Anagrama,Barcelona.

Camacho, J. A. y Pardo, M. (1994) “Etnografía,epistemología y cualidad”, Revista Refle-xiones, nº 27, Facultad de Ciencias Socia-les, Universidad de Costa Rica, San José.

Castaneda, C. (2001) Las enseñanzas de donJuan, Fondo de Cultura Económica, Mé-xico D.F.

Clavero, B. (1994) Derecho indígena y culturaconstitucional en América, Siglo Vein-tiuno, México.

Clifford, J. (1995) Dilemas de la cultura. Antro-pología, literatura y arte en la perspecti-va posmoderna, Gedisa, Barcelona.

Colectivo Ioé (1993) “Investigación-Acción Par-ticipativa”, en Documentación social, nº92, Madrid, en www.contenidos.indalia.es

Díaz Polanco, H. (1996) Autonomía regional: laautodeterminación de los pueblos in-dios, Siglo Veintiuno, México.

Eberhard, C. (2001) “Challenges and Prospectsfor the Anthropology of Law, a Francop-hone Perspective”, First draft of a Contri-bution to the Workshop “Anthropologyof Law”, en www.dhdi.org.

Escobar, A.(sf) “Antropología y desarrollo”, enwww.unesco.org/issj/escobarspa/html

Foucault, M. (1992) La verdad y las formas ju-rídicas, Gedisa, Barcelona.

Godelier, M. (2000) Cuerpo, parentesco y poder.Perspectivas antropológicas y críticas,Abya-Yala, Quito.

Guevara, M. y Levine, A. (1996) Una aproxima-ción legal y antropológica a los derechosde los pueblos indígenas de Costa Rica,Informe para la Fundación John D. yCatherine T. MacArthur.

Harris, M. (2000) Teorías sobre la cultura en laera postmoderna, Crítica, Barcelona.

Krotz, E. (1993) “La producción de la antropo-logía en el Sur: características, perspecti-vas, interrogantes”, Alteridades, 3 (6),Universidad Autónoma Metropolitana,México.

Lartigue, F. e Iturralde, D. (comp) (1991) An-tropología jurídica: problemas concep-tuales y metodológicos, UNAM, México.

Martínez, J.C. (2001) Derechos indígenas en losjuzgados. Un análisis del campo judicialoaxaqueño en la región mixe, CIESAS,Guadalajara.

Malinowski, B. (1956) Crimen y costumbre enla sociedad salvaje, Ariel, Barcelona.

Moore, S.F. (2001) “ Certainties undone: fiftyturbulent years of legal anthropology,1949-1999 ”, The Journal of the RoyalAnthropological Institute, nº 7, enwww.dhdi.org

46 Cuadernos de Antropología

Padilla, L. A. (1988) “Elementos para un análi-sis del derecho consuetudinario indígenaen Guatemala”, documento presentadoen el I Seminario sobre Derecho Consue-tudinario de los Pueblos Indígenas deAmérica Latina, Lima.

Rouland, N. (1988) Anthropologie juridi-que, Presses Universitaires de France,París.

San Román, T. (1997) La diferencia inquietan-te. Viejas y nuevas estrategias culturalesde los gitanos, Siglo Veintiuno, Madrid.

Sieder, R. (2002) “Pluralismo Legal y Globaliza-ción Jurídica. Retos del multiculturalis-mo en América Latina”, Ponencia pre-sentada en el III Encuentro de la RedLatinoamericana de Antropología Jurídi-ca, Quetzaltenango.