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Educar en Ciencia y Tecnología en Sociedad con temáticas científicas en discusión Hernán Miguel 1,2,3 [email protected] 1 Ministerio de Educación e Innovación de CABA. 2 Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Sociedad Argentina de Análisis Filosófico 3 Universidad de Buenos Aires 1

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Educar en Ciencia y Tecnología en Sociedad con temáticas

científicas en discusión

Hernán Miguel1,2,3

[email protected]

1 Ministerio de Educación e Innovación de CABA.

2 Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Sociedad Argentina de Análisis Filosófico

3 Universidad de Buenos Aires

1

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Educar en Ciencia y Tecnología en Sociedad con temáticas

científicas en discusión

Resumen

La educación en ciencias naturales debe poder contribuir a una plataforma de decisión a los

futuros ciudadanos. Cabe preguntarse de qué modo generar una formación integral que tenga

en cuenta la comprensión de los fenómenos del entorno y también los diferentes modos de

intervención que la tecnología de cada época nos permite imaginar, incluyendo una

evaluación de sus pros y contras. Para lograr que estos saberes den lugar a habilidades en los

estudiantes, parece indispensable abordar problemas complejos para los cuales no hay una

solución única ni óptima sino varios cursos de acción hacia escenarios diferentes en los que

las valoraciones y preferencias pueden jugar un rol importante. En este trabajo mostramos de

qué modo el problema del aumento del efecto invernadero provee la riqueza suficiente como

para permitir ese abanico de diversos cursos de acción e impiden la ilusión de una solución

única al problema.

Palabras clave:

ciencias y tecnología – discusión – alfabetización científica

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Introducción

En la actualidad ya no caben dudas acerca de que las actividades científicas y tecnológicas

son actividades abiertas, tanto en el sentido de una posible ampliación del campo de

aplicaciones de cierto conocimiento como en lo que atañe a la revisión del conocimiento

construido a la luz de novedades previsibles e imprevisibles. Cabe destacar que la revisión

afecta de diferente modo al producto de la práctica científica que al de la práctica tecnológica.

Mientras que algunas novedades pueden mostrar la invalidez de las teorías construidas, no

hay novedades que muestren la invalidez de un producto tecnológico. Aunque pueda parecer

tentador equipararlos, un cambio en las teorías no altera el éxito de un producto tecnológico

aunque sí altera la explicación de ese éxito.

Se puede abrir aquí la polémica acerca de si lo que en verdad ocurre no es otra cosa que la

restricción del rango de validez, tanto de teorías como de artefactos o métodos. Así la física

clásica seguiría siendo válida para ciertas escalas de espacio y velocidades como sigue siendo

útil un mapa con la tierra plana para una ciudad. La polémica entonces no debe centrarse en la

aplicabilidad de las teorías y artefactos sino en el valor representativo de las teorías y la

capacidad de intervención de los artefactos. De este modo se hace más clara la supervivencia

de los artefactos a los cambios de teorías.

Mientras que los artefactos y procedimientos tecnológicos siguen logrando los objetivos de

intervención para los que fueron diseñados, las teorías fallan en representar los procesos y

entidades que están presentes en el fenómeno en estudio.

Aunque la filosofía de la ciencia hace rato ha denunciado que las teorías no deben tomarse

solamente en su aspecto representacional, se tornará crucial esta función de las teorías para el

tema que queremos discutir.

Si una teoría propone determinados mecanismos entre ciertas entidades y no hay consenso

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acerca de que estos mecanismos tengan lugar o no hay acuerdo respecto de si esas entidades

existen o no, la cuestión de apoyar una determinada línea de acción se torna casi en un asunto

de predilección y pierde el asidero de racionalidad y razonabilidad. O, en otras palabras, no

parece haber razones suficientes para elegir un comportamiento responsable respecto de los

temas en cuestión.

Por otra parte, que no haya acuerdo sobre la descripción de los mecanismos y entidades

involucradas, no puede constituirse en un obstáculo insalvable para la toma de posición en

asuntos acuciantes para la comunidad y su entorno. Por lo tanto, debemos encontrar un modo

de soslayar la dificultad sin caer en la incapacidad de decisión o en la clausura de la

controversia científica por argumentos puramente abductivos del estilo de imaginar un

paquete de causas que den por resultado lo que se observa y concluir entonces que hemos

identificado adecuadamente las causas. Dicho de otro modo, la ausencia de consenso en la

comunidad de expertos no es un motivo para que los ciudadanos no puedan apoyar o

desalentar ciertos cursos de acción. Y tampoco debería entenderse que, el análisis de las

consecuencias de cada uno de los escenarios posibles, es motivo suficiente como para decidir

sobre algo que los expertos no han podido dirimir.

Para hacer más claro el planteo, tomemos como ejemplo el problema del calentamiento

global, su relación con el aumento del efecto invernadero (AEI) y las investigaciones sobre

los factores antropogénicos de este fenómeno global.

Por un lado la sociedad puede estar convencida de que hay factores de origen humano que sin

duda tienen impacto en el fenómeno natural de efecto invernadero y que tales factores son

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responsables del AEI y finalmente identificar tales factores como las causas del calentamiento

global. Esta creencia de la sociedad se constituye así en una base inapelable para la revisión

de ciertas prácticas de consumo de energía, tipos de pinturas para los techos, campañas para la

elección del tipo de fuentes de energía que tuvieran menos impacto en la temperatura del

ambiente, etcétera. Es decir, una vez que los ciudadanos comprenden que sus prácticas tienen

impacto en el problema del calentamiento global, se sigue, de manera bastante razonable, una

revisión de tales prácticas.

Por el contrario, si la comunidad creyera que el conocimiento disponible avala la posición de

que las prácticas humanas no tienen impacto en el ambiente en lo referido al AEI y sus

consecuencias, la comunidad no se vería obligada a una revisión de sus prácticas por las

consecuencias ambientales sino que podría perpetuarlas sin preocupación alguna o bien

transformarlas por motivos diferentes a los mencionados.

Es decir, el conocimiento científico disponible para cada época es uno de los insumos para la

evaluación crítica de las prácticas sociales que se pone en acto en el convencimiento que los

actores tienen acerca de los mecanismos y factores intervinientes en los fenómenos. Este

conocimiento está anclado a una serie de aspectos históricos, de entre los cuales, el desarrollo

de las teorías que describen los fenómenos y de los métodos e instrumentos de detección son

cruciales. En la medida en que no dispongamos de instrumentos de medición sobre varios de

los indicadores del fenómeno de calentamiento global, no podríamos configurar modelos y

teorías suficientemente ajustadas que rescaten la evolución de este fenómeno. Por lo tanto, si

no disponemos de una manera de representar los procesos involucrados en el ambiente,

difícilmente podamos justificar intervenciones, cambios o reproducción en las prácticas.

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Tomemos el ejemplo con un poco más de detalle para mostrar su riqueza para ilustrar el

problema que nos interesa.

Vale la pena notar que, habrá quienes no creen que haya controversia alguna entre científicos

acerca del calentamiento global. Habrá otros tantos que crean que si hay controversia está

motorizada por intereses externos a la tradicional práctica científica de ajustar teorías con

datos, es decir, que es una controversia netamente generada por los intereses de los grupos

afectados económicamente por los posibles cambios. Habrá otros que puedan creer que una

controversia debe tener un balance de consensos más cercano al 50 y 50 % que a una minoría

disidente y por lo tanto la controversia no debe tomarse con tal. Y habrá quienes crean que la

controversia posible se debe a no tomar en cuenta parte de la información disponible en la

comunidad. Quizás hayan más motivos para desestimar que haya controversia entre expertos.

Lo fundamental aquí es tomar uno de dos caminos. O bien aceptamos como ejemplo adecuado

el del calentamiento global, aun como hipótesis de trabajo, o bien elegimos algún otro que

pensemos que cumple con los requisitos de no contar con una descripción consensuada de los

expertos y sin embargo ser de importancia para la sociedad.

Lo que no es posible es creer que para toda cuestión socio científica hay una historia oficial de

los expertos en la que todo ciudadano puede apoyarse. Una posición tal que desestimara la

posibilidad de cuestiones importantes socialmente sin consenso de los expertos, o bien

esquiva el problema que queremos abordar, o bien recupera una perspectiva de ciencia en la

que no quedan más que los decimales por ajustar.

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El aumento del efecto invernadero

Así que, asumamos que el problema elegido como ejemplo cumple con los requisitos.

Los detalles se tornan relevantes para la discusión de fondo, es decir, para delinear un modo

en que pueda formarse a los ciudadanos en los ámbitos educativos de un modo que les

permita tomar posiciones científicamente informadas, a pesar de un alto grado de

incertidumbre en la descripción del fenómeno.

De forma resumida, el efecto invernadero consiste en que no toda la radiación que llega del

sol a la Tierra es devuelta al espacio del mismo modo en que incidió. El planeta no es un

espejo que refleja todo lo que le llega, pero tampoco es un objeto que está atrapando

continuadamente más energía que la que emite sin llegar a un equilibrio. El efecto

invernadero consiste precisamente en que, parte de la radiación que el planeta irradia en

dirección al espacio es absorbida por los gases de su atmósfera y por lo tanto, tiene lugar una

absorción de la radiación saliente que depende de cuáles son los gases en la atmósfera y en

qué frecuencias irradia el terreno.

Es claro que si no hubiera efecto invernadero, la superficie expuesta al sol se calentaría

durante el día para luego devolver al espacio toda esa radiación durante la noche. La Tierra

tendría una temperatura mucho más baja y las condiciones para la vida no habrían sido las que

conocemos. En resumen, si un planeta no cuenta con gases de efecto invernadero en su

atmósfera, no puede conservar la temperatura dentro de ciertos márgenes que aquí dieron

lugar al surgimiento y conservación de la vida.

Por lo tanto, no es el efecto invernadero lo que preocupa a la comunidad científica ni a la

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sociedad sino su aumento.

El AEI, es, con toda seguridad, preocupante. Dado que la vida en el planeta depende

fuertemente de los márgenes de temperatura, toda modificación, tanto el aumento como la

disminución del efecto invernadero, serían amenazas para la preservación de la vida tal como

la conocemos. Un aumento global de la temperatura puede acarrear extinciones como lo

puede hacer una disminución del tipo de las glaciaciones.

La comunidad científica tiene bastante bien identificados los actores en juego en este

fenómeno, tanto los naturales como los que provienen de las actividades humanas. Por

ejemplo, sabemos que el dióxido de carbono es un protagonista importante dado que captura

parte de la radiación emitida por el terreno que ha sido calentado durante el día. Así podemos

asegurar que un aumento en el dióxido de carbono, aumentará la captura de radiación.

También sabemos que el oxígeno y el ozono son otras sustancias que capturan la radiación

saliente, también lo hacen el metano y el óxido nitroso. Y también sabemos que el vapor de

agua absorbe esa radiación. Finalmente, las partículas en suspensión también son responsables

de capturar energía radiante que habría salido al espacio, por lo cual la polución es otro factor

que aumenta el efecto invernadero.

El primer punto álgido es decidir si el aumento de la temperatura promedio del planeta que ha

sido efectivamente registrado es el resultado de un AEI y, en ese caso, cuáles son los factores

que están causando ese aumento.

Los datos indican que desde 1900 hasta la fecha, la temperatura media del hemisferio norte se

ha incrementado en aproximadamente 6 décimas de grado centígrado (0,6 ºC) (Solman, 2011).

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Este aumento se registró fundamentalmente en dos períodos, uno entre 1910 y 1945, y otro,

entre 1976 y 2000. Sin embargo, no hay consenso acerca de cuáles fueron las causas del

descenso de 0,3ºC en el registro de la temperatura promedio del planeta en 1945. Mientras

que algunos autores lo atribuyen a la presencia del aerosol de sulfato (Climate Change 2001:

Working Group I: The Scientific Basis. 12.4.3.3), otros autores lo atribuyen a cambios en el

modo de registro, con lo cual no es tarea sencilla todavía decidir sobre si hubo enfriamiento o

no en ese período. (Thompson et al. 2008). Esta situación no hace más que reforzar lo

señalado más arriba acerca del anclaje del conocimiento al estado del arte. Esta vez, un estado

del arte demasiado extendido en el espacio y el tiempo como para poder garantizarse una

homogénea metodología en la captura de datos.

Por otra parte, el aumento de temperatura global debe acompañarse con varios otros efectos

como el derretimiento de los hielos, el permafrost y consecuentemente el aumento en el nivel

del mar. En cuanto al aumento del nivel, se ha calculado que para el puerto de Mar del Plata el

incremento es de 1,53 ± 0,11 mm/año en la segunda mitad del siglo XX (Fiore, et al. 2008:

55).

Al tratar el tema del cambio climático no puede faltar una mención a la pequeña edad de

hielo que duró hasta 1850 y sus bajas temperaturas: el gran mínimo de Maunder tardío entre

1680 y 1710, asociado a una actividad solar reducida y gran actividad volcánica, y el mínimo

de Dalton en 1820. En esas oportunidades la temperatura cayó por debajo de las dos décimas

de grado (Solman, 2011: 16). Tales temperaturas llegaron a congelar en el río Támesis, entre

otros, en múltiples oportunidades.

Las simulaciones computacionales toman en cuenta los forzantes naturales y antropogénicos,

entendiendo por forzantes los factores que intervienen en el AEI, siendo alteraciones del clima

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por variables externas, tanto naturales como antropogénicas. Como es previsible, estas

simulaciones son muy variadas y dan resultados diferentes según su configuración inicial y

los mecanismos interactivos con que se las programe. Dos conjuntos de cuatro simulaciones

ejecutadas con forzantes naturales solamente y con forzantes antropogénicos solamente,

muestran que para las últimas décadas es necesario introducir forzantes antropogénicos para

poder obtener una simulación más ajustada a los datos. Para los cambios registrados en los

últimos 50 años, las simulaciones tienen que contener ambos tipos de forzantes, aunque no

queda claro que sea necesario incluir los forzantes antropogénicos en la primera mitad del

siglo XX (Climate Change 2001. 12.4.3.3).

Sin embargo, al concentrar la atención en los forzantes solares, su importancia depende del

tipo de simulación del que se trate y de la reconstrucción de la radiación solar en el pasado.

Adicionalmente, no es posible suponer que los resultados de los aerosoles de sulfato

concuerdan con los obtenidos en las simulaciones que tienen en cuenta su papel, ya que se

obtienen escenarios

compatibles tanto con que el efecto de los aerosoles es despreciable, como que el enfriamiento

es una respuesta al efecto de los aerosoles (Climate Change 2001. 12.4.3.3).

No obstante, la tendencia de descenso en el uso de aerosoles de sulfato hace prever disminuirá

su rol en reducir los gases de efecto invernadero por lo cual se estima un calentamiento

adicional.

Paralelamente a algunas de estas consideraciones presupuestas en las simulaciones, no se

tiene una noción adecuada de la magnitud del rol que el calentamiento de los océanos produce

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en la variabilidad del clima.

En la actualidad, más allá de la abrumadora diversidad de simulaciones con diferentes grados

de complejidad, mecanismos de feedback entre los procesos y variados indicadores de

interacciones internas y externas del clima, los resultados parecen indicar siempre una

componente antropogénica presente. En resumen, si se trata de simulaciones para reproducir

los datos climáticos, los forzantes antropogénicos son llamados a escena.

Algunas sustancias y procesos involucrados

CO2

Volvamos a las sustancias identificadas como relevantes para el fenómeno.

El dióxido de carbono es el resultado de la respiración animal y vegetal, pero también es un

residuo de la combustión que tiene lugar en las plantas de energía y en todos los motores de

combustión interna. A la vez, sabemos que es capturado en los procesos de fotosíntesis en las

plantas y algas mayoritariamente. Una vez integrado por fotosíntesis pasa a la cadena trófica

que involucra peces y otros animales, que a su muerte se hunden en el lecho marino de modo

que el carbono pasa a la corteza. Por otra parte las rocas en su proceso de exposición al aire

capturan la mitad del dióxido de carbono con el que están en contacto en su proceso de

meteorización (Depetris, 2010: 11). También sabemos que se disuelve en el agua de manera

que cuanto más abundante es en la atmósfera, mayor será la disolución en los océanos.

También sabemos que cuanto mayor sea la temperatura del agua, menor será la concentración

de gas que pueda albergar el océano (generándose así un feedback positivo entre la

acumulación de dióxido de carbono y el aumento de temperatura) y que el gas pasará del

medio de mayor concentración al otro, de modo que puede pasar del aire al mar y viceversa,

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dependiendo de la diferencia de presiones parciales en ambos medios. Tampoco el traspaso

del gas de un medio al otro tiene lugar uniformemente en la superficie del mar sino que hay

zonas de mayor actividad de viento y olas que promueven el intercambio mientras que en alta

mar el proceso tiene menor magnitud. El mar patagónico tiene un papel de importancia en la

captura de este gas debido a la profusa actividad, fauna y flora en toda su extensión,

estimándose que captura una cantidad mayor a toda la emitida por el uso residencial (Bianchi,

et. al. 2010: 10). Es decir, hay una serie de feedbacks entre la presencia del gas en el aire y, la

fauna, la flora, la diferencia de concentración entre el aire y el mar, la solubilidad y el

contacto entre diferentes medios, etcétera. Todo ello sin contemplar las emisiones volcánicas,

cuya acción puede ser tanto gradual en ciclos lentos, como abrupta debido a una erupción

excepcional como la de 1783 que produjo en el término de un año un descenso de 2ºC en

Europa y 3ºC en América del norte respecto de las temperaturas imperantes en esa época

(Camilloni, 2008: 44).

Oxígeno y ozono

El oxígeno y el ozono merecen un cuidado especial. El oxígeno compone el 21 % del aire en

contraposición con el dióxido de carbono que solo constituye el 0,03 %. En la alta atmósfera

el oxigeno está sometido a una dinámica violenta en la que se encuentra en estado atómico

activo, diatómico O2 y triatómico, el ozono. Allí interactúa con la radiación proveniente del

exterior del planeta, ya sea del sol, la galaxia y el cosmos. Justamente por el hecho de capturar

la radiación ultravioleta nociva para los seres vivos es que resulta un compuesto indispensable

para la preservación de la vida en el planeta. La radiación ultravioleta se la clasifica en A, B y

C, siendo la C la más alejada del espectro visible y por lo tanto la más energética y nociva

para los seres vivos. El ozono absorbe la totalidad de la radiación UV-C, 90 % de la UV-B y

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10% de la UV-A menos nociva. En esa interacción con la radiación el ozono se descompone

en oxígeno atómico y diatómico para luego volverse a componer como ozono luego de otras

interacciones con la radiación. En esta danza entre la radiación y los enlaces interatómicos se

establece cierto balance entre los tres modos en que coexiste el oxígeno allí.

A mediados de la década de 1980 las mediciones de la distribución de ozono en la alta

atmósfera mostró que el 95 % se destruía en las altas latitudes al interior del círculo antártico.

Los estudios subsiguientes mostraron el mecanismo que estaba operando en la formación de

este agujero de ozono que se abría en septiembre y se cerraba en el verano. En la noche polar

antártica, cesan las reacciones fotoquímicas y además se forma un vórtice que es capaz de

elevar moléculas de CFC que son potencialmente disparadoras de un proceso por el que el

cloro se libera y es muy activo en capturar uno de los tres átomos de oxígeno del ozono. A su

vez, este proceso está dificultado por el dióxido de nitrógeno, pero cuando las temperaturas

son muy bajas, este dióxido forma nubes de cristales y pierde su poder moderador de la

liberación de cloro. Es decir, si las temperaturas no fueran tan bajas en la alta atmósfera de la

Antártida, el dióxido de nitrógeno sería un buen inhibidor de la liberación de cloro por parte

de los CFC, pero en esas condiciones, cristaliza y deja de cumplir esa función, dejando libres

a los CFC que ascienden por el vórtice antártico y consumen el ozono que encuentran. Al

cesar el vórtice, los CFC no ascienden más y al subir la temperatura las nubes de cristales de

dióxido de nitrógeno se disipan y vuelve a restituirse el equilibrio con los mecanismos de

interacción entre la radiación y los modos de oxígeno en la alta atmósfera. Esta anomalía

ocupó gran parte de la investigación durante las dos décadas siguientes y la mencionamos

aquí para tener presente la compleja dinámica de la distribución de dos de los gases

responsables del efecto invernadero.1 Debe agregarse que la disminución del ozono en las

latitudes antárticas da como resultado que mucha mayor radiación ingresa del espacio con lo

1 Para una descripción del problema cercana a la época de su investigación, véase Orce, 1990.

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cual la contribución de su desaparición parece ser el aumento de la temperatura global, de

modo directo y no por efecto invernadero (Zazulie. 2009: 13). Con ello podemos comprender

la dificultad en decidir la incidencia doble que el ozono tiene en la dinámica para los seres

vivos. Por una parte es el filtro de la radiación UV-A y por otro es un absorbente de la

radiación saliente siendo uno de los responsables del AEI si su concentración aumenta y

permitiendo el paso de la radiación más nociva si su concentración baja.

Pero la descripción de la dinámica del ozono con los CFC y su contribución al efecto

invernadero no ha quedado sin revisión. Nuevas propuestas indican que los rayos cósmicos

tienen un rol protagónico en la ruptura de los CFC y que el ciclo de fluctuación de once años

que se registra para la disminución del ozono, la abundancia de metano y de los propios CFC

está correlacionado con la variabilidad de la intensidad de los rayos cósmicos (Lu, 2010).

Estos rayos cósmicos fueron descubiertos a principios del siglo XX. En la primera década de

2000 se obtienen registros que parecen indicar que provienen de diferentes fuentes, aunque no

se conoce el mecanismo por el cual estas partículas han sido aceleradas tan intensamente. Los

menos energéticos están asociados al viento solar mientras que la porción más energética,

aunque menos frecuente, parece provenir de objetos extragalácticos (Stekolschik, 2009: 9).

Dado su nuevo papel en la formación y destrucción del ozono, y el papel doble de este gas en

capturar radiación entrante y saliente del planeta, parece imperioso esperar nuevos resultados

en el campo de los rayos cósmicos para lograr una comprensión más acabada de la situación.

Otra novedad que irrumpe en el escenario es que la correlación entre el aumento de

temperatura y la concentración de los gases halogenados (CFC´s entre otros) indicaría un

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mayor protagonismo en su papel en el AEI. Luego de la aplicación del protocolo de Montreal,

los CFC llegaron a un pico en la baja atmósfera en 1994 mientras que las concentraciones

efectivas equivalentes de cloro estratosférico en la zona antártica alcanzaron su pico en 2000,

luego de lo cual han declinado, al igual que la temperatura global del planeta en la última

década. Un registro de la temperatura del mar en el Golfo de Bizcaya durante 60 años dio por

resultado un leve descenso de la temperatura en la última década en comparación con el

calentamiento registrado en las tres décadas anteriores (Goikoetxea, et al. 2009). Por otra

parte, la persistencia de la circulación atmosférica sobre Europa parece ser el factor que regula

las temperaturas extremas, cálidas y frías, aunque siendo mayor el efecto sobre las cálidas. De

este modo el efecto de calentamiento global se ve modulado y exacerbado por el fenómeno de

la persistencia de corrientes atmosféricas producto de una disminución de la actividad

ciclónica y el corrimiento de las trayectorias de las tormentas (Kyselý, 2008).

En la actualidad se exploran nuevos modos de simular el clima en relación con la actividad

solar obteniendo resultados exitosos en el ajuste con los datos históricos (Friedel, 2012).

El ciclo de once años de actividad solar, incluidas las manchas, flares, tormentas magnéticas,

etc., es sugestivo al correlacionar con los registros de rayos cósmicos y concentración de

gases y de destrucción de ozono en la alta atmósfera en la zona antártica. A su vez, un estudio

de la actividad solar de los últimos trescientos años muestra una tendencia que asocia el

calentamiento global con las variaciones en la actividad solar, ajustando adecuadamente a los

episodios y datos históricos si se tienen en cuenta varias de las influencias del sol en el planeta

y no se restringe solo a la intensidad de su radiación (Duhau, 2011).

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Vapor de agua

En cuanto al vapor de agua debe señalarse que su poder como gas de efecto invernadero es tan

potente que es el responsable de entre el 40 y el 70 % del efecto, potenciando el resultado que

se genera con el dióxido. Así se constituye en la principal sustancia del fenómeno. Su

presencia en la atmósfera es variable en las estaciones y en la distribución espacial, pero debe

notarse que, de modo similar a como ocurre con el ozono, cumple dos roles diferentes y

opuestos en cuanto a su contribución al calentamiento global. Cuanto más vapor de agua esté

presente en la atmósfera, mayor será la captura de la radiación del terreno dirigida al espacio y

por lo tanto, tanto mayor será su importancia como forzante en el efecto invernadero. Si la

cantidad de vapor de agua es suficientemente alta, su agrupación en nubes como líquido y

cristales de hielo, además de absorber radiación saliente cumple otra función al impedir que

parte de la radiación llegue al terreno y como resultado, el albedo (cociente entre la radiación

reflejada al espacio y la entrante) de la tierra crece.2

Por lo tanto, el vapor de agua parece ocupar un lugar primordial, aunque sus fuentes de

emisión y de captura son muy variadas y los procesos difíciles de modelar.

Mientras que el dióxido de carbono tiene una fuerte absorción de ondas largas centrada en la

longitud de onda de los 15 µm y el ozono en la de 9 µm, el vapor de agua absorbe en todo el

espectro de radiación saliente y tiene casi el monopolio de la absorción en la banda infrarroja.

En los días claros, el agua en sus diferentes modos de presentación será responsable del 60 %

del efecto invernadero, el dióxido de carbono, del 26 %, el ozono del 8 %, mientras que el

metano y el óxido nitroso del 6 % (Kiehl y Trenberth, 1997: 203). En cuanto a la radiación de

onda corta, en los días nublados, el vapor de agua sigue siendo el primer forzante mientras

2 El albedo de la tierra es de aproximadamente 30 %. Véase Kiehl y Trenberth, 1997.

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que el ozono es el segundo y el efecto del gas carbónico es menor (ver Tabla I).

Tabla I. Contribución individual de los gases a la absorción de

radiación en onda corta (W m-2)3

Gas Días despejados Días nubladosH2O 43 38CO

21 0

O3

14 15

O2

2 2

Efectos de Superposición 0 12Totales 60 67

Cursos de acción en educación

Más allá de que todavía quedan por analizar las contribuciones del metano, las partículas y

algunos otros forzantes de menor importancia, podemos volver a la cuestión acerca de cómo

abordar este tema en la formación de ciudadanos para la toma de decisiones científicamente

informadas.

La lectura de la tabla I, sumada al conocimiento acerca de los procesos involucrados, algunos

de ellos bien estudiados y otros en vías de exploración, nos brinda un buen panorama de la

situación.

En días nublados el dióxido de carbono no tiene ninguna incidencia en el AEI y en días

despejados, tiene una incidencia menor al 3 %. El ozono y el oxígeno cumplen funciones

3 Tomada de Kiehl y Trenberth, 1997: 204.

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vitales y se han restituido parcialmente las condiciones para que disminuya la destrucción del

primero. El vapor de agua constituye el gas de mayor incidencia aunque se presenta con roles

múltiples: es el responsable de entre el 38 y el 60 % del AEI y se constituye en un forzante

negativo ya que aumenta el albedo si se condensa en nubes que reflejan la radiación además

de absorber y reemitir. Es un potente gas de efecto invernadero en la tropósfera y contribuye a

enfriar la estratósfera (Urban, 2007). Por otra parte, está involucrado en un feedback positivo

de incremento no lineal, por el que su aumento causa un ascenso de temperatura que a su vez

causa mayor evaporación.

Todos estos datos no distinguen entre las contribuciones antropogénicas y las naturales, y sin

embargo son suficientes para justificar una intervención.

Vale la pena notar que a los ojos del público y los medios masivos de comunicación, el solo

hecho de que los datos provoquen en los investigadores la conjetura de que no pueden dejarse

de lado los efectos antropogénicos para dar cuenta del fenómeno, es interpretado como una

desestimación de las causas de origen no antrópico (Frigg et al. 2015: 961). Es decir que, la

necesidad de incluir efectos antrópicos para modelar el fenómeno puede dar lugar a pensar

que no hay otros a ser tenidos en cuenta.

Así como las medidas anteriores para mitigar el efecto de los CFC sobre el ozono mostraron

ser efectivas en cierto grado, el panorama muestra la necesidad de tomar cursos de acción que

hagan disminuir las contribuciones de vapor de agua y dióxido de carbono, o bien que

aumenten los procesos de captura para lograr una menor presencia de estas sustancias en la

atmósfera.

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En la bibliografía de divulgación y en la educativa, suele dejarse de lado el análisis

pormenorizado de la contribución del vapor de agua. Incluso no es fácil encontrar en qué

porcentaje es responsable del AEI.

Peor aun, encontramos formas de justificar la ausencia en párrafos como el siguiente: “...entre

los gases de efecto invernadero se cuenta el vapor de agua, más abundante que el CO2 y que

cualquier otro, pero cuyos comportamiento, interacción con éste y efectos resultan más

difíciles de predecir.” (Depetris, 2010: 9).

O bien en textos de educación escolar y preuniversitaria, encontramos que se enfoca

directamente en la aportación antropogénica como el nudo de la cuestión del AEI, pasando a

un segundo plano la preocupación por el vapor de agua:

El principal gas captador del calor de la atmósfera es el vapor de agua. Sin embargo,

como su concentración en la atmósfera es bastante alta (1-5 %) las aportaciones de vapor

de agua debidas a actividades humanas producen un efecto pequeño sobre este efecto

invernadero químico. (Miller, 2002: 294.)

Notablemente esta aseveración en un texto educativo no se condice con el informe del cambio

climático de los especialistas, según el cual:

Conocer los cambios en el vapor de agua en la niveles altos de la tropósfera y bajos de la

estratósfera es de gran importancia ya que pequeños cambios absolutos en el vapor de

agua en esos niveles puede resultar en fuertes alteraciones como forzante radiativo.

(Climate Change 2001. 2.5.3)

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ni con los estudios acerca de la contribución de las prácticas de irrigación al vapor de agua y

su papel en la dinámica del clima (Boucher et al. 2004).

El panorama de la información disponible es a la vez desalentador tanto por la información

faltante como por la compleja interrelación de estos datos.

¿Cuáles son entonces las posibilidades que tenemos para la formación de ciudadanos en estos

aspectos?

En primer lugar querría señalar que no es posible pensar en una alfabetización científica y

teconológica evitando mostrar el problema de la compleja trama de procesos y entidades

involucradas en la comprensión del clima. Tampoco creo que sea recomendable que la

sociedad reciba solamente el conocimiento acabado y consensuado sin las incertidumbres y

controversias pendientes de resolución en la comunidad de expertos. Una alfabetización en

estos temas debe precisamente mostrar las lagunas de conocimiento y comprensión experta.

Aun así quedan cursos de acción razonables frente a este panorama. Algo que podríamos

llamar “principio de precaución ciudadano” es aplicable. Mientras que no avancemos en la

comprensión de la dinámica del AEI, hay buenas razones para preocuparse de los mayores

contribuyentes, en especial el vapor de agua y el dióxido de carbono. No parece prudente

pensar que hasta que no sepamos el papel de las interacciones solares magnéticas, o de otra

índole, podemos seguir despreocupados por el resto de las posibles contribuciones al AEI.

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Tampoco por ello debemos pensar que el asunto del calentamiento global y el AEI son el

resultado inapelable de los factores ya identificados en las investigaciones presentes. Una

posición tal, daría por tierra con el carácter revisable y complejo del conocimiento.

Mientras que el convencimiento puede constituirse en un estado tranquilizador, la

incertidumbre en algunos temas resulta ser un obstáculo para la toma de decisiones. Sin

embargo parece haberse arraigado y es inevitable movilizarse aun en ausencia de la totalidad

de los datos. Parte de lo que sabemos es una plataforma suficiente, aunque incompleta y

revisable, para la toma de decisiones.

Desde este punto de vista, la complejidad exhibida en la descripción que hemos presentado,

parece ser parte sustancial del modo en que debe abordarse el tema en la formación de

ciudadanos.

Parece crucial evitar una simplificación que tenga por resultado ofrecer una plataforma de

certezas que no se corresponde con el estado del arte.

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