educar contra auschwitz historia y memoria

Upload: lalo-toledo

Post on 11-Jul-2015

491 views

Category:

Documents


2 download

TRANSCRIPT

Educar contra AuschwitzFOTOGRAFA DE CUBIERTA: Deportados judos de Hungra, foto tomada por los SS en 1944 en el bosque de abedul en AuschwitzBirkenau, en los alrededores de los crematorios IV y V y de las cmaras de gas. La nia de pie es Gerti Mermelstein, y a continuacin de derecha a izquierda su hermana, su madre, su abuela Tauba Mermelstein, su ta Laja Vogel, nacida Mermelstein, y sus primos los hijos de Laja Vogel: Reuven y Gershon Vogel. The Auschwitz Album Yad Vashem et Muse d'tat d' Auschwitz

Educar contra AuschwitzHistoria y memoriaJEAN-FRANOIS FORGESPRLOGO DE FERRAN GALLEGO PREFACIO DE PIERRE VIDAL-NAQUET TRADUCCIN DE JUAN CARLOS MORENO ROMO

Gracias a Claude Lanzmann por su amistoso apoyo al trabajo pedaggico sobre su libro y su pelcula Shoah, y por la autorizacin para reproducir algunos de sus artculos. Gracias a Serge Klarsfeld por la inagotable riqueza pedaggica de los documentos que l ha descubierto y publicado, y por la autorizacin que nos dio para retomar algunos de ellos para este libro. Gracias a Jean-Claude Pressac (t) por su hospitalidad y por las informaciones originales y eruditas que ha tenido a bien comunicarme, para la primera edicin de este libro. Gracias a Patricia Amardeil por las traducciones escrupulosas de los textos italianos inditos que he utilizado, en particular los de Primo Levi.

Prlogo

La Espaa de Franco y el Holocausto. Otra zona para la memoria y la educacin

De forma reiterada, las advertencias sobre la capacidad aleccionadora del exterminio de los judos europeos a manos de los nazis se ponen de manifiesto. Nos seala, por ejemplo, la dificultad de pasar de la experiencia individual al proceso histrico, de la memoria a la tradicin colectiva. Nos seala la mayor de las dificultades, un obstculo que ha interceptado la posibilidad de acercarnos a aquel acontecimiento, darle una forma que pudiera comunicarse y transmitirlo. En todo ese proceso existe un desafo que nunca se haba experi mentado por el historiador hasta entonces, aun cuando su resonancia acte, en genocidios actuales, como un elemento de referencia. Cmo insertar la lgica, el sentido de una utopa, el rigor de un proyecto y la contundencia de la modernidad? Hasta tal punto se cuestiona nuestro trabajo que tememos nuestra misma comprensin de lo que sucedi, al creer que siempre albergar los trazos de una cierta justificacin, si no moral, s de situacin histrica, aunque sea en las condiciones provocativas de indicar a los ciudadanos de nuestro tiempo que ellos mismos podan haber sido los verdugos. Pero, qu valor tendra educar contra el Holocausto si no se partiera de ese peligro? Se tratara de una exhibicin de sucesos, pero no de una advertencia lanzada directamente a quienes pueden ser vctimas de una seduccin y ejecutores de un sacrificio ajeno. Hallarlo que el historiador Gtz Aly llam una economa poltica del exterminio, para relacionar el estado del bienestar alemn con el trabajo esclavo podra sea-

lar la apertura de una reflexin que, en los ltimos veinte aos, no ha dejado de resonar en las investigaciones acerca del nazismo. Sin embargo, Aly se refiere al conjunto de las vctimas y, para que su propuesta siga adelante, tiene que reducir la especificidad de lo que, con el sarcasmo verbal que denunci Kemplerer, los nazis llamaron Solucin final, Endlsung. En efecto, la economa poltica del exterminio se refiere a una totalidad ms amplia que ignora la funcin ideolgica central del antisemitismo, olvidando que es esta autorizacin de la destruccin de un pueblo concreto lo que permite ampliarla zona de las vctimas. No slo como elemento de igualacin de un movimiento heterogneo, sino como smbolo y realidad reunidos en lo que daba la razn al nacionalsocialismo. De acuerdo con ello, el Holocausto judo pasaba a ser un hecho y un ritual. Suceso y liturgia indispensables para que pudiera actuarse en otros casos de forma masiva, al presentar una generalizacin concreta y abstracta (los judos, lo judo) que poda ampliar el ngulo de visin, indicando que no se trataba de un adversario concreto por sus acciones, sino de una inversin del ser humano por su condicin.

No me corresponde establecer en esta breve introduccin ni siquiera el repertorio de temticas estremecedoras que nos sugiere la experiencia del Holocausto, como experiencia lmite que nos explica el siglo xx y debera mantenerse como un tiempo perpetuo, en el sentido en que Walter Benjamin quiso sustituir el tiempo cargado de contenido, el tiempo que arrastra su propio pasado en cada momento, de un tiempo vaco que slo se distingue por su vacuidad cronolgica de otros momentos. Un tiempo sacramental, conmemorativo, como el que se inspiraba en los santorales o en las fiestas religiosas de cualquier comunidad de fe, un tiempo verdaderamente humano. Para comentar el libro de Jean-Franois Forges sobre esa transmisin de la experiencia a las nuevas generaciones; para considerarnos custodios de un saber que debe llegar a ser conocimiento permanente, aproximacin hermenutica que descifre el espanto y nos proporcione una

supervivencia moral y un lenguaje adecuado a la misma, se me ha pedido que establezca la funcin de nuestra experiencia ms prxima, ese franquismo que quiso presentarse como responsable de la salvacin de los judos espaoles en Europa, y que acab por hacer creble a las personas no especializadas en el tema que el rgimen que venci en la guerra civil no tena nada que ver con el que condujo a Auschwitz. Libros como los que publicaron H. Haim, A. Molina y G.I. Espina en los aos ochenta, as como el que, ms recientemente, ha escrito Bernd Rother, han ayudado a romper una construccin interesada, que hall en el libro de Federico Ysart su versin ms complaciente.' No resulta tan extraa esta actitud, cuando observamos los esfuerzos realizados por quienes desean atenuar la experiencia fascista italiana adjudicando las leyes raciales a la influencia nazi y no a la propia radicalizacin del rgimen, que si pudo llevar adelante esa poltica era porque la llevaba en su carga gentica. Ni lo es que un politlogo israel como Zeev Sternhell tuviera que sacar los colores a la cultura acadmica francesa, yaciendo cmodamente sobre las pavesas del J'accuse zoliano, para recordar la expansin social del antisemitismo y, como habra de titular la primera de sus obras importantes, los orgenes franceses del fascismo. El esfuerzo para huir de Auschwitz, dejando a solas al nazismo alemn con su carga exclusiva, poda tener una funcin evidente de reivindicacin de otros proyectos de la extrema derecha europea, cuyo antisemitismo poda llegar a ser ms intenso que el de la Alemania de las fronteras de 1938, como poda suceder con el de Austria o el de Francia, siendo uno de los elementos que ayudaban a caracterizar las2

posiciones de una corriente poltica. La asignacin racial de la ciudadana en la Francia republicana no es el menor de estos factores y, desde luego, nada tiene de excepcional en una Europa tan preocupada por los principios del biologismo poltico.

Supongo que la mejor forma de acercarse a esa necesidad de reflexin sobre la forma en que la Espaa de Franco intervino en la realidad de Auschwitz es la que cumple dos objetivos al mismo tiempo: ofrecernos la calidad de la violencia poltica y el exterminio del adversario como parte del proyecto poltico de cualquier fascismo, y la aplicacin de ese mismo principio cuando se trat de considerar el auxilio a los judos espaoles. Un auxilio que no fue resultado de las gestiones realizadas desde Espaa, sino de las consultas llevadas a cabo por las autoridades alemanas, en especial la que se haba hecho cargo de la solucin final, la Oficina Central de Seguridad del Reich (RSHA). Al hacerlo de este modo, establecemos una necesaria coherencia que nos facilita la comprensin, acercarnos a lo que Hans Mommsen llam la realizacin de lo inimaginable en una expresin desoladora por su lucidez y su polisemia. Algo que no podemos imaginar, que slo podernos hacer Me resulta difcil encontrar una forma ms acertada y terrible de sintetizarlo. Para aproximarnos, debemos hacerlo con una cierta audacia intelectual: les debemos a las vctimas ese coraje del intelectual que no es fsico, pero que comporta un riesgo de un nivel muy apreciado por cualquier acadmico. Desde esa posicin razonablemente temeraria, lanzamos nuestra hiptesis. El encuentro de fondo entre el nacionalsocialismo y el franquismo y, por tanto, entre lo que ocurre en Miranda de Ebro o en Auschwitz se encuentra en una concepcin de los seres humanos, de su validez, de su equivalencia sagrada, base de lo que merece calificarse de cultura de la modernidad, como herencia ilustrada a transmitir a nuestros descendientes. Los fascistas alemanes y espaoles llevaron a cabo, corno resultado de esa concepcin, formas de exterminio planificadas de for

ma ms o menos minuciosa. Si su aplicacin pudo parecer anrquica en algunos casos, ello no se redujo al caso espaol slo deben tenerse en cuenta las formas desordenadas con las que se llevaron a cabo no slo las primeras matanzas en Polonia, sino algunas postreras en Ucrania, de la misma forma que la apariencia de desorden en el conflicto espaol fue acompaada de una minuciosa carga documental a aplicar en la represin de la posguerra. Era el proyecto general el que estableca la coincidencia, la voluntad de la masacre, el que no fuera el resultado de un exceso, sino de la lealtad a una ideologa, sin la que los hechos no habran podido enlazarse entre s mismos, reconocerse con su aterradora y despreciable familiaridad.

El franquismo llev adelante lo mismo que el nacionalsocialismo quiso construir para los alemanes: una sociedad virtuosa basada en una vasta operacin de limpieza, que en el caso alemn adopt la forma de una higiene racial de manera muy explcita, mientras que en Espaa, sin que el elemento racial quedara nunca al margen, cobr las maneras de una restauracin de la ortodoxia nacional-catlica, a expensas de todas las formas de cuestionarla. Entre ellas, naturalmente, se encontraba el judasmo. Si es cierto que el fascismo espaol no fue antisemita fundamentalmente en sus orgenes, tal actitud obedece a una posicin cultural que, de hecho, camufla algunos aspectos de un antisemitismo que es racial y religioso al mismo tiempo, un antisemitismo patritico que enlaza con los principios fundacionales del Nuevo Estado, como los Reyes Catlicos encargados de la primera gran depuracin antisemita espaola. No dej de sealarlo, entre todos los dirigentes fascistas, el ms prximo a las posiciones nacional-catlicas, Onsimo Redondo, que no por casualidad haba de viajar a Alemania y encontrar en ella una forma de enlazar por prejuicios tradicionales del antisemitismo con el moderno racismo biologista que traspasaba las fronteras orgnicas del nazismo. Los falangistas afirmaron que, para ellos, el judasmo era simplemente una cuestin religiosa,

algo que supona la degradacin ciudadana en un movimiento en el que la religin otorgaba el derecho mismo a formar parte de la nacin, a ser un buen espaol. Sin embargo, no se trata de las posiciones antisemitas que pudieran tenerse en las vsperas de la tragedia espaola de 19361939, sino de la calificacin de guerra de exterminio con la que debe considerarse lo que ocurri a continuacin, dado que la masacre realizada entre prisioneros indefensos, entre familiares desarmados, entre simples disidentes sin capacidad de oponer resistencia, no obedeca a un principio de seguridad militar, sino a un concepto ms siniestro de la seguridad, que se refiere a las tareas de limpieza. La tradicional limpieza de sangre fue sustituida por la limpieza a travs del derramamiento de sangre de los impuros, de quienes no podan ser integrados y, por tanto, deban perderla vida. Esa autorizacin al crimen que otorg un proyecto politico y que, de hecho, desat la guerra y el libertinaje homicida de la posguerra, debe ser comprendido como un precedente de lo que seran las masacres europeas posteriores, que tambin aprovecharon las condiciones ambientales de un conflicto armado para llevarse adelante. Acudieron a un escenario general de masacre para poder representarse corno una parte especfica del mismo, que se amortiguaba en el fragor de la matanza blica. Que Espaa anticipara el proceso no se refiere al enemigo elegido, sino a las condiciones ideolgicas y sociales que permiten que se produzca el exterminio como resultado de una necesidad nacional, como una defensa violenta de la comunidad que realiza una tarea preventiva, destinada a asegurar la salvaguarda de los verdaderos ciudadanos. Los judos europeos, a ojos de los nazis, no lo eran: constituan un estigma que serva para mostrarle a la nacin el punto de degradacin moral y racial al que se poda llegar. Eran parsitos portadores de infecciones a los que se reduca a la reclusin, y cuyo aspecto posterior, tras meses de penuria, pareca dar la razn a sus captores. Quienes tenan esa apariencia deban poseer ese carcter. Cuando una sociedad acepta tal confusin, su desorden moral carece ya de cauces por los que discurrir.

Algunos de los tericos del fascismo espaol se haban sentido fascinados como ocurri con algunos cuadros del nacionalsocialismo por el judasmo, aunque por el judasmo espaol, como fue el caso de Ernesto Gimnez Caballero, que tan poca fortuna haba de tener en el Rgimen, a pesar de haber sido uno de los creadores del fascismo en Espaa, en los ltimos tramos de La Gaceta Literaria. A Gimnez Caballero poda fascinarle esa internacionalizacin mediterrnea que produjeron los sefardes. Cuando estall la guerra mundial, lo que estaba ante una Espaa de Franco ansiosa de participar en ella hasta 1941 era esa presencia de judos espaoles, que conservaban cultura, idioma y patrimonio en Rumania, en Grecia o en Bulgaria. Las actitudes de la administracin espaola, de su cuerpo diplomtico y de sus dos ministros de exteriores, Serrano Suer y Gmez Jordana, estuvo plagada de confusin e incluso de actitudes distintas, en funcin del carcter poltico que tuvieran los judos de origen espaol en cada zona los franceses, por ejemplo, haban sido partidarios del Frente Popular, de la posicin ideolgica del diplomtico, o de los ritmos concretos de la situacin internacional, que podan implicar una influencia mayor o menor de los sectores ms afines a los nazis dentro de la coalicin franquista. Lo que puede considerarse una actitud general es que el franquismo, dedicado a la tarea de crear un sistema concentracionario propio, en el que se recluyeran nuestros Gemeins chaftsfremda, nuestros ajenos ala comunidad, siempre condicion su trato a los judos que solicitaban el paso a Espaa o el paso por Espaa hacia Portugal y ultramar, de acuerdo con las posiciones polticas que tuvieran. Incluso cuando el gobierno alemn, harto de las dilaciones del rgimen de Franco que ya haba decidido separarse de toda tentacin blica, envi el clebre aviso de enero de 1943, advirtiendo que los judos que no fueran reclamados por los pases neutrales y aliados seran deportados a los campos de exterminio, la posicin continu siendo la misma: la ayuda se prestaba aten-

diendo a las condiciones polticas de los perseguidos, aun cuando pudiera exhibirse un orgulloso sentido de defensa diplomtica de los compatriotas, as como de ejercicio de tarea humanitaria. Tal carcter ira cobrando vigor por dos motivos: por la actitud ideolgica del propio ministro Jordana, as como por la progresiva visibilidad de la derrota alemana, que acab llevando a la necesidad de elegir, en otro orden de cosas, entre continuar con las exportaciones de wolframio al Tercer Reich o disponer del petrleo norteamericano. Con todo, ni siquiera esas posiciones, que permitieron el ingreso de los judos de Salnica ingresados en Bergen Belsen o el permiso para que circularan por el pas, camino de Portugal, unos centenares de judos franceses y unos pocos judos alemanes, permitieron evitarla deportacin de cientos de sefardes hacia Auschwitz en los Balcanes, como resultado de una lentitud en los procesos de repatriacin que se sum a un esfuerzo del gobierno espaol por realizar un filtrado ideolgico que, adems de no resultar muy comprensible para los alemanes que consideraban las cosas con criterios estrictamente raciales no permita un ritmo asediado por las difciles condiciones del frente oriental desde el invierno de 1943-1944.

por sus defensores, opuesta. Espaa estaba dispuesta a combatir al lado de quienes haban realizado abiertamente una poltica antisemita desde su llegada al poder, empezando por la Ley de Funcionarios de abril de 1933 y acabando con la trgica Noche de Cristal de 1938, antes de llevar adelante los inicios del exterminio en la abrumadora cacera humana que ya dej or sus primeros estampidos en la Polonia del otoo de 1939. Franco estaba dispuesto a luchar junto a quien practicaba el genocidio y no tena empacho en hacerlo visible en sus fases iniciales, cuando se trat de excluir, de someter a pillaje, de condenar al exilio interior. La Espaa del dictador estuvo dispuesta a sumarse al paso alegre de aquella guerra victoriosa, fascinante, aniquiladora apresurada de enemigos, y slo la negativa de Hitler a las pretensiones de Franco en Africa, que habran dificultado las relaciones con la Francia de Ptain, lo impidieron.

Acercarnos al papel desempeado por el franquismo en el exterminio judo es incomprensible y lo es mucho ms en el marco de un libro acerca de la relacin entre la Historia y la Memoria, resueltamente dirigido a recuperar el conocimiento contra Auschwitz sin considerar el horizonte ideolgico que el nazismo y el franquismo compartan: esa autorizacin para llevar adelante la tarea higinica de depuracin social a la que ambos movimientos se sentan llamados y que fue capaz de convencer a millones de personas de su bondad, incluso de su carcter inocuo, como quien se enfrenta a un penoso ejercicio de dilisis, realizado por una maquinaria estatal ya que el propio cuerpo social es incapaz de realizarlo. En esta lnea, que el objetivo fundamental del franquismo no fueran los judos no le da una naturaleza distinta ni, como ha tratado de sealarse

Esa disposicin a ayudar en el conflicto blico significaba, necesariamente, proporcionar auxilio al exterminio, uno de los factores que empujaba las tramas subterrneas de la guerra, la sala de mquinas que alimentaba con su infame combustible el curso de aquel viaje al fondo de la noche. Sabiendo lo que estaba ocurriendo, la oferta de ayuda es suficiente para marcar una lnea moral, aunque tambin poltica, que seala un terreno de identidad de proyectos. A un rgimen al que nada importaba que su ayuda pudiera facilitar y prolongar el exterminio, es difcil que se le pueda matizar con algunas operaciones de salvamento, siempre sometido a los criterios de seleccin propios del franquismo. En la Europa de 1939 o de 1943 quizs exista la neutralidad diplomtica, pero no pudo darse la abstencin moral. La poltica se puso al servicio de unos intereses imperiales que implicaban el apoyo indirecto al exterminio, corno el envo de unos cuantos miles de voluntarios que frenaran el avance sovitico hacia los lugares donde se encontraban, precisamente, las cmaras de gas, o el envo de trabajadores voluntarios para auxiliar en las tareas del Frente Alemn del Trabajo. Pero,

por encima del inters poltico, de la coincidencia de proyectos, de la familiaridad y agradecimiento por el apoyo prestado en la guerra civil espaola, se encuentra la responsabilidad ante unos hechos cuya magnitud ha pasado a definirla condicin moral de nuestro tiempo. La contundencia de la responsabilidad no acepta vacilaciones que puedan desfigurarla hasta convertirla en una incauta pasividad, protegida por la ignorancia. La quietud, en estos casos, es el peor de los gestos, porque no para el golpe contra la vctima, sino que se limita a asistir a su fatalidad. El silencio, en estas condiciones, es la peor de las expresiones, porque ni siquiera permite nombrar el espectculo que se tolera. En la Espaa de Franco ni siquiera hubo pasividad o silencio, sino algo ms turbio: elegir entre los judos que merecan salvarse y los que no tenan ese privilegio. No se me ocurre una forma de insulto ms atroz, capaz de aludir al mismo tiempo a las vctimas y a los supervivientes.

Prefacio a la edicin espaola

FERRAN GALLEGOProfesor de Historia del Fascismo Universidad Autnoma de Barcelona

El siglo xx ser, en la historia universal, un siglo de triste memoria. En Europa, el siglo comienza con una masacre, en 1914. Los jefes de los ejrcitos europeos tienen una concepcin apocalptica de la estrategia guerrera: las vidas humanas no tienen ninguna importancia. Durante cuatro aos, los generales lanzan la infantera contra los caones y las metralletas, es decir que piensan que el cuerpo de carne y hueso de los hombres podr vencer el fuego y el acero de las armas. Pero la victoria no llega. E incluso los pases victoriosos como Francia terminan la guerra exanges. Sobre todo, la conciencia del valor de la vida humana en Europa se ha debilitado. Los totalitarismos asesinos del siglo xx, el comunismo estaliniano y el nacionalsocialismo encuentran su origen en la guerra. La Primera Guerra Mundial mat a un 5 % de civiles. Despus del sangriento ensayo general de la guerra en Espaa, la Segunda Guerra Mundial mat a un 50 % de civiles. Ya no hay inocentes. Todos los beligerantes cometieron crmenes de guerra contra los civiles desarmados: la Wehrmacht por supuesto en la URSS, el Ejrcito Imperial Japons en China o en Corea, pero tambin el Ejrcito Rojo en Europa oriental o la U. S. Army Air Force en Japn. Mientras se celebra en Francia la victoria sobre el nazismo, el ejrcito francs, en Argelia en 1945 o en Madagascar en 1947, aplasta sin contemplaciones las primeras revueltas anticoloniales. La mayor parte de las guerras de hoy no matan sino a civiles, mujeres, nios, ancianos, hombres sin defensa en Bosnia, en Kosovo, en el Congo, en Sierra Leona, etc.

Barcelona, 10 de octubre de 2006

Esta situacin equivale a una victoria de aquellos regmenes para los cuales un hombre no inspiraba ms consideracin que una mosca parada en una pared: especialmente el nazismo. Otros crmenes, sin embargo, fueron ms graves todava. La humanidad ha querido distinguirlos como especialmente dirigidos contra ella misma: la voluntad de destruir a una comunidad entera como a los Armenios en Turqua a principios del siglo xx y a los Tutsis en Rwanda a finales del siglo xx. Nadie, sin embargo, ha alcanzado nunca todava en ninguna parte la premeditacin administrativa y tcnica que ha acompaado a la destruccin de los judos europeos [emprendida] por el rgimen de la Alemania nacionalsocialista. Los crmenes cometidos por los americanos en Nagasaki o por los franceses en Argelia estaban en contradiccin con sus valores democrticos. Los crmenes cometidos por los alemanes en Polonia estaban en conformidad con sus valores, que excluan del mundo a una parte de la humanidad. Como lo hace notar Primo Levi, si se le poda decir a un guardia cruel del Gulag que era un mal comunista, no se le poda decir a un SS cruel que era un mal nazi, al contrario. ste se adecuaba en conformidad con lo que el rgimen, oficialmente, esperaba de l. La peor de las barbaries que el mundo haya conocido nunca estall en el corazn de una Europa que cree haber inventado los Derechos humanos, una Europa impregnada por mil aos de cristianismo y cuya pretendida excelencia de civilizacin haba, en su opinin, justificado la colonizacin. Esta catstrofe es, para los europeos, un tremendo cuestionamiento. Esta barbarie es muy compleja. Es singular como todos los acontecimientos histricos, es cierto. Pero hay una universalidad de las vctimas. Y una universalidad de los verdugos: los SS inhumanos eran, por desgracia, seres humanos. La moral judeocristiana y la de la Ilustracin del siglo xviii afirman que los seres humanos tienen todos el mismo

valor, que este valor es infinito e independiente del sexo, de la edad, del estado de salud, de la inteligencia, del color de la piel, de la religin... Esos valores han sido transgredidos por los europeos en los tiempos de la esclavitud y a finales del siglo xix cuando los antroposocilogos, con frecuencia hombres reconocidos oficialmente por ser grandes sabios como Georges Vacher de la Pouge o Gustave Lebon, clasificaban a los hombres en funcin de la forma de su crneo y proclamaban que el elemento dolicocfalo determinaba la raza de los Seores. En Francia, en los aos treinta del siglo xx, Alexis Carrel, premio Nobel de medicina, pionero de los transplantes de rganos, pretenda observar, en el exitoso libro L'homme cet inconnu, una diferencia fisiolgica, gentica entre los amos y los esclavos, los patrones y los obreros, y preconizaba el dominio de los fuertes y la ejecucin de los locos criminales en cmaras de gas. Se propaga la idea de que la medicina no debera permitir la supervivencia de personas a las que se les designa como portadoras de un patrimonio gentico debilitado. La eutanasia est en el ambiente de la poca. Pero los nazis son los criminales que pasan a la prctica en una poca de descenso constante de la vigilancia moral. Muchos, en Europa, olvidan las lecciones de Blaise Pascal en el siglo Yu y de la Ilustracin en el siglo siguiente que [enseaban que] lo propio de la fuerza no es oprimir, sino proteger. Considerando que los judos pueden atentar contra la pureza de la mtica raza germnica en Europa, se les seala a stos especialmente como peligro biolgico. El viejo antijudasmo, el reproche contra el tener religioso, se vuelve antisemitismo, el reproche contra el ser.)(

El paso del asesinato de los enfermos mentales y de los invlidos fsicos al asesinato sistemtico de hombres, mujeres y nios en perfecta salud pero culpables de impureza biolgica se ve sin duda facilitado por las ideas dominantes, pero sigue siendo todava extraordinariamente opaco no solamente desde el punto de vista histrico (la fecha, quizs

noviembre de 1941, es todava objeto de controversia) sino, sobre todo, desde el punto de vista tico. Se multiplican los conflictos con los responsables de la economa del Reich que no comprenden cmo se puede matar a los esclavos de otro modo que mediante el trabajo. Y todos aquellos que no vern en Auschwitz ms que un aspecto extremo de la explotacin capitalista del hombre por el hombre no podrn concebir el odio SS, criminal e insensato. Los nazis consideran a algunos hombres, los judos, como exteriores a la humanidad. As, segn su propio testimonio, Franz Stangl, uno de los comandantes de Treblinka, los percibe exactamente como a animales de matadero, y se siente radicalmente incapaz de imaginar sus sufrimientos y de sentir piedad. La guerra forma parte de la definicin del Reich, como se lee desde 1925 en el primer prrafo de Mein Kampf de Hitler: adquirir tierras extranjeras para el espacio vital alemn. Pero la singularidad de los criminales nazis reside en esa rabia de matar a los judos para purificar no solamente al Reich sino al mundo, incluso fuera de su alcance, en Inglaterra o en China, mediante el hambre, los fusilamientos y las cmaras de gas. Nosotros tenemos el deber de transmitir esos acontecimientos a los jvenes. Ciertamente no somos tan ingenuos como para creer que esta sola transmisin nos proteger necesariamente contra el regreso de la barbarie. La incapacidad de la comunidad internacional para evitar nuevos crmenes en Bosnia o en Rwanda est ah para recordrnoslo. Pero pensamos que el olvido sera peor. Quienes desean el olvido y tienen prisa por pasar pgina se colocan, incluso involuntariamente, del lado de los verdugos. La memoria de las vctimas es ms larga. Exige el reconocimiento de la verdad que, nicamente ella, permite la muy lenta cicatrizacin del sufrimiento.

El deber de historia exige decir los hechos de la manera ms precisa y rigurosa posible. Los hechos histricos, sin embargo, no agotan acontecimientos tan terribles. stos tienen una dimensin filosfica e incluso metafsica que los profesores no pueden ignorar. Desde un punto de vista pedaggico como desde cualquier punto de vista no hay nada que sacar de un relato de muerte. El proyecto de los nazis de matar a todos los judos no tiene sentido puesto que la muerte es la nada de todo proyecto. Pero resulta que podemos sacar sentido de las obras de arte. Incluso de aquellas cuyo tema es la muerte. Los jvenes tienen el derecho de conocer la verdad. El pedagogo polaco Janusz Korczak muri, con los hurfanos del gueto de Varsovia, en las cmaras de gas de Treblinka. l hablaba claramente de la muerte a los nios condenados por los alemanes. Algunos das antes de su asesinato, les hizo representar una obra de teatro del gran escritor hind Rabindrant Tagore, Amal o la carta del rey, en la que un nio muere soando que corre, libre y dichoso, por el campo. As he querido mostrar que las obras del italiano Primo Levi en la literatura y del francs Claude Lanzmann en el cine nos hablan de una tragedia europea, pero tambin terriblemente humana. Todos los hermanos humanos, corno deca el poeta francs del siglo xv Franois Villon, pueden encontrar en esos libros, en esa pelcula, cuestionamientos universales. Informar a los jvenes del horror que puede existir en el mundo siempre es difcil. Las obras de arte, precisamente, permiten evitar los dos riesgos del decaimiento y de la fascinacin. Esta revelacin se acompaa de emocin. No es fcil tener en cuenta la emocin. Muchos profesores quieren, legtimamente, transmitir un saber cientfico, incluso en las disciplinas literarias, es decir, un saber lo ms desligado posible, precisamente, de la emocin. Pero de cualquier manera la emocin existe. Hay que tenerla en cuenta, hay que respetar-

la. Podemos decir a los jvenes que nosotros mismos no siempre somos capaces de afrontar la realidad del horror sin flaquear, que no tenemos respuestas a todas sus preguntas sobre la naturaleza de la especie humana. Pero que ellos no sern nunca abandonados. La revelacin de la monstruosidad de la Shoah es un traumatismo. No todo traumatismo debe ser evitado en educacin. En la vida de un nio o de un adolescente, el descubrimiento de los actos del nacionalsocialismo es una revelacin. Esta revelacin, acompaada por obras maestras artsticas, puede ser positiva si ayuda a crecer en una creacin de humanidad vigilante y resistente. Cuando el horror es posible impunemente, vemos, por doquier, a una parte de los hombres capaz de llevar a cabo actos aterradores. Claude Lanzmann, en la pelcula Shoah, le pregunta a Czeslaw Borowi, un testigo polaco que tema por s mismo al ver a los alemanes, si tena miedo, tambin, por los judos. Obtiene una respuesta filosfica: Si t te cortas el

A escala humana, la barbarie no parece recular. Incluso a veces parece triunfar. Con todo, poco a poco, la conciencia de una moral universal no es ya, tal vez, una simple utopa idealista al contar con, a pesar de tantos fracasos, tantas dificultades, las Naciones Unidas y ahora el Tribunal Penal Internacional. La esperanza paciente, obstinada, voluntaria, de que el mundo de maana ser mejor que el de hoy, acompaa necesariamente toda mirada sobre los jvenes.JEAN-FRANOIS FORGES

dedo, yo no siento nada.Cmo ensear la compasin, la imaginacin del sufrimiento de los dems de la que estn desprovistas muchas personas, y no solamente los criminales? El nacionalsocialismo fue un rgimen que quiso invert ir la moral tradicional y hacer un bien del acto de matar, un mal del acto de no matar. Sabemos que algunos hombres de la polica alemana rehusaron someterse ala ley de la horda y matar a personas indefensas, sin por lo dems ser sancionados, afirmando que sus valores morales cristianos, humanistas o simplemente el honor de los soldados les prohiban cometer tales actos. Pero no sabemos bien cmo transmitir los valores humanistas y la vigilancia, la resistencia. Sabemos solamente que la condicin necesaria para transmitir los valores es la de respetarlos. Unos jvenes no respetados no podrn aprender nunca a respetar.

Prefacio

Es un libro de 265 pginas, pero trata del ms dificil de los asuntos: cmo explicar a estudiantes de enseanza media lo que fue, durante la Segunda Guerra Mundial, la masacre de los judos? Jean-Franois Forges habla desde su experiencia; l es, desde hace ms de treinta aos, profesor de instituto de bachilerato. Sobre Auschwitz, sobre la Shoah, l ha visto y ledo todo lo que uno puede leer o ver: libros, pelculas, sin hablar de los lugares mismos. Como todos nosotros, sean cuales sean nuestra edad y nuestra experiencia, l sigue desconcertado: Auschwitz fue ese lugar en el que no ha habido un porqu. Jean-Franois Forges no esquiva ninguna pregunta, ninguna trampa. S, las guerras coloniales la de Argelia por ejemplo han quedado marcadas por espantosas masacres. S, Rwanda, Bosnia, han visto a hombres asesinar a otros hombres por millares. Y qu decir de la Camboya de Pol Pot? S, los campos estalinianos no han sido esencialmente diferentes de Buchenwald o de Ravensbrck. David Rousset, quien acaba de dejarnos, lo haba dicho y repetido. No por ello deja de haber en la empresa asesina de Hitler algo que es irreductible. Este irreductible no debe servir para relativizar los otros crmenes, sino para trazar un lmite: he ah hasta dnde puede llegar el hombre, el hombre nazi que actuaba en nombre de sus propios valores. Jean-Franois Forges, repitmoslo, no elude ninguna pregunta: no evita los problemas tcnicos y saca del estudio de Jean-Claude Pressac1 lo que se puede sacar de l: el cmo> a

falta del porqu. El ofrece a sus alumnos documentos de primera mano: una especie de diario de marcha, por ejemplo, de una unidad alemana que, en agosto de 1941, en Ucrania, tuvo que ocuparse de algunas centenas de nios judos. Masacraron hasta el ltimo de ellos, no sin que los capellanes de la unidad intentaran modestamente obstaculizarlo. Pero ms all de los documentos estn las obras de arte, las nicas que pueden hacernos penetrar en el corazn del genocidio. Jean-Franois Forges hace un uso pedaggico de dos obras inmensas: Shoah de Claude Lanzmann, nueve horas y media de pelcula de las que l propone desprender dos o tres horas, gigantesco retorno al pasado a travs de la palabra de los sobrevivientes, de los verdugos, de los testigos polacos, y a travs de la contemplacin de los paisajes tal y como son a da de hoy, espantosa empresa en la que cada uno debe ir ms all de su propio lmite. A lo cual se agrega la obra de Primo Levi, ese qumico italiano que frecuent el infierno sin ir hasta ese lugar del que nadie regresa, el autor de Si esto es un hombre y de Los hundidos y los salvados, libros nicos en la medida en que alan inseparablemente el ms agudo de los testimonios a la ms distante de las reflexiones. Qu adolescente podr olvidar, despus de haberlas conocido, las pginas en las que Primo Levi cuenta cmo trat de ensearle Dante y el Canto de Ulises a uno de sus camaradas franceses, ese canto que cuenta cmo el navegante zozobr hasta que el mar se cerr sobre nosotros? Hay que dar las gracias a Jean-Franois Forges por esta intensidad pedaggica casi sin precedentes, leerlo y hacer que todos lo lean, y sacar de aqu las lecciones y los ejemplos debidos.PIERRE VIDAL-NAQUET [ N. 179 de la Revue des livres pour enfants, publicada por La Joie par les livres, 1998.]

Introduccin

Del conocimiento a la compasin

De Birkenau al museo del Prado, un barco...

se sera el ms extrao y el ms impresionante de los barcos fantasma. Se le distingue todava, obstinado, bajo el polvo, los graffiti y el desgaste provocado por el tiempo. Viene hacia nosotros, de tres cuartos de babor, despus de haber dejado la costa banda de tierra que se estira, que puntea a la izquierda. Sobre un casco de fragata con la roda alta sobre la mar, el ancla est levada frente a la lnea de las portillas. Tiene el aspecto de un buque de tres palos cuadrado, provisto sin embargo como un galen por los dos primeros mstiles de dos velas rectangulares. Dos velas estn tambin colocadas, de manera poco verosmil, en el palo de mesana.' No hay ni bauprs, ni maniobras visibles, ni cofa, ni pabelln. En la proa, un poco apartada, hay una silueta humana, demasiado grande para la talla del barco. Detrs vuelan unos pjaros. Cuatro de stos, sin duda muy cerca de nosotros a juzgar por su tamao en comparacin con el del barco, despliegan sus largas y puntiagudas alas de gaviota; pero tienen una cola de golondrina de mar, de dos puntas. El viento infla el velamen, estira las nubes, levanta la mar, multiplica las olas, sopla la libertad: es un dibujo hecho con gruesos trazos cafs, de dos metros de largo, so-

1. En el libro Un peintre au Sonderkommando Auschwitz, se puede ver a David Olre representarse a s mismo mientras pinta un barco igualmente irreal sobre una cortina en presencia del kapo Julius Brack presentado como un viejo marino (pgina 60). se sera ms bien un smbolo de barco, un sueo de libertad.

bre un muro de la barraca 15 del sector BIb del campo de las mujeres, en Birkenau. Raros son los captulos de los libros de historia que no concedan un lugar al lado de las violencias rutinarias, a una lectura tranquilizante que muestre a una humanidad en lo ms alto de ella misma en la historia de la ciencia, del arte y del pensamiento. La primera mitad del siglo xx da al contrario el sentimiento agobiante de una regresin, de una cada, de un naufragio. Los cuerpos trastornados de angustia, desgarrados, aniquilados bajo los diluvios de hierro y de fuego en los Dardanelos, en Verdn, en el Chemin des Dames, son el primer hito de los tiempos contemporneos. Indefectiblemente, en los aos siguientes la violencia aplasta, despus de a los soldados, a las mujeres y a los nios. Los regmenes totalitarios reinan gracias a la hambruna, la esclavitud, la to rtura, el asesinato. Los estalinianos o los hitlerianos han sido ante todo los fabricantes de una cantidad inconcebible de sufrimiento humano, por encima de las peores pesadillas en los siglos de los siglos.2;

Lbano y de Bosnia e incluso las de los terroristas ofuscados de Londres, en Pars, en Nueva York, en Jerusaln... Ninguna lista estar completa mientras se tenga el sentimiento de que por doquier se ha convertido en costumbre la violacin de las leyes y costumbres de la guerra, como dicen los juristas de las Naciones Unidas. En ese sentido, Hitler gan la guerra. Durante el verano de 1992 en Bosnia, pudimos ver las imgenes de hombres esquelticos detrs de las alambradas, y nos enteramos una vez ms de la existencia de campos sobre el suelo europeo, de to rturas, de asesinatos motivados por pretextos puramente tnicos; escuchamos relatos de cremacin de cadveres, en hornos, luego de habrseles arrancado los dientes de oro. Pudimos ver a los polticos europeos sin valor, sin voluntad o sin poder, incapaces durante aos de detener los horrores que, durante cincuenta aos, se haba afirmado que no se aceptaran ya ms en ninguna parte del mundo. Las masacres volvieron a Europa. No se las reconoci, como si el olvido recubriese ya el pasado. La memoria ya no nos protege del retorno del crimen. Un soldado se acerca a una mujer y le pregunta por qu llora su hijo. Ella le responde que tiene hambre. Entonces el soldado lo degella diciendo: a no tendr hambre". 3 Uno se creera en Kiev el 29 de septiembre de 1941 con los soldados del Feldmarschall Walter von Reichenau. Estamos en Srebrenica el 13 de julio de 1995 con los soldados del general Ratko Mladic. Se deca Nunca ms! y se pretenda educar a los nios para que fuesen adultos ms vigilantes que sus padres. Se sabe ahora un poco ms, despus de las masacres de Camboya, de Bosnia y de Rwanda, que Buchenwald y Auschwitz volvern un da en la historia del mundo. Pero el

El contagio se extiende y todos los ejrcitos de la Segunda Guerra Mundial se imponen framente objetivos demogrficos: Varsovia, Coventry en llamas, pero tambin Hamburgo, Dresde, Tokio, Kobe bajo los proyectiles de fsforo, Hiroshima, las masacres de Cantn, de Polonia, de Rusia, de Oradour... antes o despus de la Segunda Guerra Mundial, las matanzas genocidas de Armenia, las masacres de las guerras coloniales de Argelia, de Madagascar; de Indochina, las de Vietnam y de Amrica Latina, de Africa y de Checoslovaquia, del2. Desde finales de los aos noventa, la multiplicacin de los graffiti cometidos por los visitantes sobre los dibujos accesibles al pblico en las barracas de Auschwitz ha obligado a las autoridades del campo a protegerlos con placas transparentes. Es el caso de la barraca 15 y tambin, por ejemplo, de la barraca 13 del sector BIa del bloque de los nios en donde unos curiosos dibujos representan juegos de nios y de nias y un escolar muy sorprendente con apariencia china cuyo peinado parece una tripa.

futuro, incluso probable, no es nunca ineluctable. Sin esta esperanza tan dbil, la enseanza de la Shoah, el horror ms extremo de un siglo horrible, no tendra ningn sentido. Los artistas, testigos o profetas de su tiempo, de Picasso a Francis Bacon, muestran explcitamente o no el dolor del alma y del cuerpo de ese personaje multiplicado en el siglo xx: la vctima. Sin embargo, es en El triunfo de la muerte de Bruegel El Viejo, en el Museo del Prado de Madrid, en donde encuentro el alucinante contracampo del barco de Birkenau. El segundo plano del cuadro de Bruegel sera Verdn, el pecado original del siglo: tierra quemada, rboles sin hojas, llamas, humo que obscurece el cielo. El campo de concentracin nacionalsocialista, el Lager," como dice Primo Levi, realiza en el siglo xx las ms espantosas pesadillas del xvi. Los asesinosesqueletos como la imagen de las gorras de los SS, los cuerpos desnudos desgarrados por los perros como en Buchenwald, las carretas llenas de osamentas, los cadveres esquelticos desarticulados, descompuestos como en Bergen-Belsen, la rabia de destruccin mediante la tortura y mediante los instrumentos de la muerte: horca, rueda, hierro y fuego. Y sin siquiera escrutar el cuadro, a la derecha, uno queda fascinado por la representacin de este recinto rectangular entre los bloques apretados del ejrcito de la muerte... Esta prisin larga como un inmenso atad apenas ms alto que un hombre... Esos muros ciegos con tan slo un pequeo tragaluz cerrado con barrotes`'* La palabra alemana Lager, que tiene, entre otros, el significado de un campo en general, es utilizada por Primo Levi para evocar especficamente un campo de concentracin en el sistema concentracionario nazi (KL: Konzentrationslager). Primo Levi designa con la palabra Lager tanto los campos de concentracin o de trabajos forzados (en especial el campo de Auschwitz IIl Monowitz donde estuvo detenido) como los campos de exterminio (por ejemplo una parte de Auschwitz II Birkenau, donde a su llegada los deportados demasiado jvenes o demasiado viejos, incapaces de trabajar, eran asesinados). 4. En la pelcula Nuit et Brouillard [Alain Resnais, 1955] una habitacin designada como cmara de gas tiene igualmente una ventana con barrotes.

en el lado derecho... Las vctimas empujadas hacia el interior en grupos compactos, empujados los unos sobre los otros... Los servidores de la muerte que se afanan sobre el techo plano... El stano de los crematorios II y III de Birkenau, el horror de Treblinka o de Belzec, las cmaras de gas.' Al fondo del cuadro, en el mar, unos barcos se queman por debajo del vuelo pesado de grandes aves negras. Un navo en el centro no es alcanzado por las llamas. ste podr escapar acaso. Sera ese mismo que boga fuera de este infierno, en el muro de la barraca del campo de las mujeres. Reconocemos como un punto de referencia la banda de tierra dibujada por Bruegel, en el extremo a la derecha. Tiene, efectivamente, en contracampo, la misma forma alargada que la que se ve detrs del barco de Birkenau.

De la literatura al cine: la obra de arte como mediacin

El proyecto de ensear la realidad de los campos y de la Shoah es indispensable para mantener la memoria, nica pero dbil oportunidad que tenemos para protegernos contra el regreso del honor. Hay que reunir los hechos obstinadamente, apoyados en documentos y en testimonios humanos cuyas debilidades son conocidas, sobre todo cuando se trata de experiencias extremas. Es necesario, con un rigor escrupuloso, distinguir los mitos de la realidad, as sea chocando susceptibilidades o incluso dogmas. Despus de tantos decenios, uno debe exigir respuestas claras a preguntas precisas sobre lo que queda de los campos y sobre su historia inscrita en el

5. Enzo Traverso escribe que los campos de exterminio nazis se parecan mucho ms a fbricas taylorizadas que a] Triunfo de la muerte de Bruegel. (Les Temps modernes, 568, noviembre de 1993, pgina 10). Pero imaginamos mal lo que poda pasar ante las puertas de las cmaras de gas. Muchos testimonios a propsito de Belzec o de Treblinka dan verdaderamente la impresin de un infernal caos brugueliano ms que de un orden tayloriano.

espacio y en el tiempo. se sera el primer nivel de un conocimiento cientfico riguroso pero fro, acaso inhumano. Es necesario tambin integrar en la conciencia el acontecimiento histrico, en un nivel que podramos llamar, a falta de una mejor denominacin, la inteligencia del corazn. Es un trabajo terriblemente desafiante. No es sino en la ardiente conviccin del deber de memoria como puede uno lanzarse a semejante prueba y pensar que es necesario el imponrselas a otros, sean adultos o, con ms prudencia todava, nios. Robert Jay Lifton, en su gran libro sobre Les mdecins nazis, dice muy bien que no podemos esperar salir espiritualmente indemnes de un estudio de este gnero, en la medida en que utilizamos nuestro propio yo para asimilar experiencias que habramos preferido ignorar.6 Para ocuparse de los campos del nacionalsocialismo y de la tragedia personal de los deportados arrancados de sus amores, de sus trabajos, de sus bienes, en la soledad y en la promiscuidad, el desamparo extremo del cuerpo y del espritu, es necesaria la imaginacin del sufrimiento de los otros. sta slo es posible con tiempo, con gravedad, con recogimiento. Una emocin dominada puede permitir tocar la conciencia profunda de las gentes y abrir a una comprensin capaz de producir compasin. Conservo la palabra compasin aunque tenga una connotacin de sensiblera o de caridad, llamada a veces cristiana, aunque las instituciones cristianas no hayan precisamente mostrado compasin ante los sufrimientos de los judos europeos. En el principio era, acaso, la emocin... Esa emocin que logra el milagro de producir humanidad y ternura cuando se habla del extremo de la bestialidad y de la violencia. La presencia fsica de un antiguo deportado puede crear esta situacin, pero tambin una obra de arte, mediacin incomparable entre los hechos y la conciencia. Es decir, que tambin el arte ha sobrevivido a Auschwitz, y que hay artistas que han

hecho de los campos el tema mismo de su arte y producido verdad, emocin y compasin. Con esta intencin, quisiera ensalzar los libros de Primo Levi y Shoah, libro y pelcula de Claude Lanzmann. Slo los artistas de las dimensiones de Levi y de Lanzmann pueden afrontar el extraordinario proyecto de recrear el mundo del Lager y de la Shoah pues, como dice Raul Hilberg, semejante recreacin representa un acto de creacin en s mismo .7 En fin, con los hechos, la emocin, la compasin, hay que transmitir los valores. Los relatos referentes al campo nacionalsocialista pueden ser sumergidos y banalizados en lo ordinario del horror. No seremos lo suficientemente ingenuos como para no saber que pueden provocar un sadismo y un goce difciles de concebir para quienes, sobrecogidos por el sufrimiento del Lager, estn llenos de piedad y de solidaridad humana. Por ejemplo, Jean Dutour era, en los aos cincuenta, hostil a la salida de Nuit et Brouillard porque pensaba que la pelcula poda dar ideas .8 Por ello, habr que reflexionar sobre la manera de presentar los hechos, los testimonios y sobre todo las imgenes, pero siempre tambin acompaarla enseanza relativa a los campos y a la Shoah de una afirmacin de la tica fundamental del judasmo, del cristianismo, del humanismo y de la Ilustracin: todos los seres humanos tienen el mismo valor esencial y este valor es infinito. La educacin moral y cvica no puede ser separada aqu del curso de historia.

Captulo 1

Una memoria amenazada, un lenguaje por reencontrar

Se han escrito centenares de libros a propsito de los campos del nacionalsocialismo. Su lectura no siempre es perfectamente esclarecedora. Yo quisiera dar cuenta de mi experiencia, sin duda compartida, de profesor de historia. Lo hago con toda la honestidad y los escrpulos que me es posible tener, pero tambin con los riesgos de suscitarla indignacin y la pasin. Los libros sobre los campos provocan con frecuencia un sentimiento de abatimiento. Pero sugieren, tambin, muchas preguntas difciles de responder, sobre el sufrimiento de las vctimas, la crueldad de los verdugos, sobre la memoria, sobre los fantasmas, sobre la realidad. Espero que mi parte de investigacin de la verdad no ofenda a ninguna persona sincera. La supervivencia de la memoria de los campos depende ms que nunca del rigor de la historia que de stos se haga a da de hoy. Cuando se trata de hablar de los campos del nacionalsocialismo, uno se tropieza a veces con la sospecha de escoger entre las tan numerosas vctimas de la historia. Uno puede ser acusado de privilegiar un sufrimiento en relacin a otro, de incrementarlo incluso, por no hablar de las otras desgracias: el drama de los indios de Amrica, de los armenios, de los gitanos, de los prisioneros del gulag, de los pueblos colonizados o incluso, guardando las distancias, del drama de los alemanes o de los japoneses bajo las bombas.'

La lectura de los manuales muestra que no siempre todos los sufrimientos son tratados en la escuela con el mismo inters. Ha habido durante mucho tiempo, en efecto, una historia oficial del estalinismo y de la descolonizacin.

Se pueden comparar los campos estalinianos y los hitlerianos? sa podra ser la primera acusacin que cuestionara la objetividad de la historia de los campos hitlerianos: atenerse ala existencia de los campos estalinianos. De ese modo, en el cementerio del Pre-Lachaise, en Pars, cerca del muro de los Federados, los monumentos a las vctimas de los campos hitlerianos se encuentran, de manera significativa, cerca de las tumbas de los dignatarios del partido comunista francs; es decir, de los hombres que no expresaron en su tiempo una condena del principio mismo de los campos y no se incomodaron ante los campos estalinianos. La vecindad de las tumbas y de los monumentos sugiere que los comunistas eran los principales adversarios de los nazis pero, sobre todo, que ellos fueron sus vctimas ms importantes.2 3

negacionismo a ese respecto. Alfred Grosser, precisamente en una reflexin sobre la memoria, cita a Marie-Claude Vaillant-Couturier, gran resistente y superviviente de Auschwitz y de Ravensbrck. En 1950, durante el proceso contra la revista Les Lettres franaises en donde David Rousset exiga la verdad con respecto a todos los campos concentracionarios, ella declaraba: yo s que no existen campos en la Unin Sovitica y considero el sistema penitenciario sovitico como indiscutiblemente el ms deseable en el mundo entero. Se podran multiplicar las citas sobre la ceguera de los estalinistas franceses. Un solo ejemplo: en su pelcula Franais, si vous saviez (1972), Andre Harris y Alain Sdouy presentan un documental realizado por el partido comunista francs a inicios de los aos cincuenta. El espectador tiene la sorpresa de escuchar la mismsima voz de Paul luard anunciar, acompaada de una imagen de gavilla de trigo y labrador en Beauce o en Brie, que los campesinos de Francia saben que sin el corazn de Stalin, sin su razn ardiente, el trigo no crecera para nosotros hoy. Al menos, no se les han tomado en cuenta a muchos intelectuales franceses tan increbles yerros. Un abordaje superficial podra hacer creer que, en cambio, no se ha perdonado a los hitlerianos. Hay dos pesos, y dos medidas?4 5

Se han subestimado los crmenes de Stalin. Stphane Courtois, historiador del movimiento comunista, habla incluso detorpedeamiento del Wilhelm Gustloff, tema del libro de Grass, el 30 de ro de 1945, provoc el naufragio ms mortal de la historia: ms de 6. 000 muertos de los cuales ms de 3.000 eran nios de pecho. El 16 de abril el torpedeamiento del Goya caus la muerte de ms de 6.000 refugiados. Es importante mostrar que la Shoah, crimen contra la humanidad, no eclipsa de ninguna manera el horror de los crmenes de guerra. 2. Oranienburg, Sachsenhausen, Bergen-Belsen, Dachau, Buchenwald-Dora, Auschwitz-Birkenau (con una cita de Paul luard), BunaMonowitz-Auschwitz III, y un monumento a1 deportado del trabajo, vctima de la traicin y de la barbarie nazi. El monumento no le indica al transente de qu traicin se trata. 3. Waldeck Rochet, Jacques Duclos, Maurice Thorez, Paul VaillantCouturier, Marcel Paul, Henri Barbusse, Paul Eluard.

Tengo ante m unas fotografas tomadas en Ucrania en 1933, conservadas en los archivos de un grupo de ortodoxos rusos en Francia. No hay en rigor ninguna diferencia con respecto a las imgenes de Bergen-Belsen de 1945. Acaso sean incluso peores. La miseria extrema de 1945 tiene cierta relacin con la situacin de la Alemania derrotada. Uno ve en las fotografas ucranianas una gran cantidad de nios. No los hay en las imgenes publicadas de Bergen-Belsen, en el amontonamiento de cadveres esquelticos. Las imgenes de nios deformados por el adelgazamiento y la caquexia no difieren de las del gueto de Varsovia en 1943. La pelcula de Marina Goldovskaia, Le pou-

voir de Solovki (1989), cuenta una historia muy exactamente comparable a la de Mauthausen: trabajo forzado, prisioneros vigilados por los de derecho comn, torturas, fusilamientos, asesinatos y hasta la escalera por la que son precipitadas las vctimas, como en la de la cantera del campo austriaco. Alexandre Soljenitsyne,* o Robert Conquest en su libro La grande terreur, dan cuenta de hechos que merecen ser meditados en relacin a la historia de las exterminaciones de seres humanos. La voluntad de matar a los campesinos era inapelable. Un antiguo kulak,** incluso totalmente arruinado y miserable, tena que morir necesariamente en tanto que kulak. Sus hijos, expulsados de los pueblos, moran de hambre y de fro, arrojados a los bosques de Ucrania por los recin llegados de Rusia, que eran considerados mejores comunistas que los ucranianos. Durante los procesos de Mosc o de Praga despus de la guerra, haber sido hijo de burgus era una razn suficiente de culpabilidad, cualesquiera que fuesen sus acciones a favor del comunismo. El secretario general del partido comunista checo, Rudolph Slansky, quien ha contribuido a instaurar el sistema que lo aplasta, explica l mismo con una voz monocorde que es un traidor en razn de sus orgenes burgueses. La pertenencia, no ya racial sino social, era por ella misma una razn suficiente de culpabilidad. Se deba morir bajo una acusacin lo menos marxista posible. se es un punto import ante a subrayar, ya que los crmenes hitlerianos fueron cometidos en apariencia por razones comparables, pero en pleno acuerdo con la doctrina racista y gentica del nacionalsocialismo. El paralelismo de los asesinatos por razn de clase con los asesinatos por razn de raza que estableci el historiador ale6

mn Ernst Nolte ha suscitado violentas polmicas, ya que l vea entre ellos un vnculo de causalidad.' Pero las confrontaciones de historiadores no conducen a diferir la condena de los crmenes de masa estalinianos, aunque no fuese sino para mejor precisar la especificidad de los crmenes hitlerianos. Si es verdaderamente til, la comparacin entre los campos estalinianos y los hitlerianos est todava por hacerse. Si hemos de creer a Margarete Buber-Neumann, quien conoci el gulag y despus, entregada a Hitler por Stalin, conoci Ravensbrck, algunos campos hitlerianos (no los campos de exterminio) eran menos terribles, para algunos deportados, que los campos estalinianos, al menos en su funcionamiento normal, es decir, antes del hundimiento y de la hambruna del final de la guerra. En 1940, en Ravensbrck, Buber-Neumann tiene la sorpresa de encontrar una alimentacin correcta, mesas y sillas desconocidas en el campo sovitico, barracas, verdaderos palacios comparados con el gulag. Hay que esperar hasta finales de 1944 para que Ravensbrck se hunda lenta pero irremisiblemente igual que Karaganda.108 9

Pero Margarete Buber-Neumann no lo vio todo. La diferencia esencial reside, como lo muestra Primo Levi, en la finalidad de los dos sistemas concentracionarios. La denegacin de la humanidad por principio caracteriza los campos7. Vase la obra colectiva Devant l'histoire, p. 34. 8. El campo especial de Buchenwald N. 2, es decir, el campo comunista de Buchenwald de 1945 a 1950, es desde luego menos asesino que el campo nazi. Se cuentan, de cualquier manera, segn un proceso verbal sovitico, 7.113 muertos en cerca de cinco aos, del 20 de agosto de 1945 al 1 de marzo de 1950. De julio de 1937 a finales de diciembre de 1942, en los cinco primeros aos en los que las consecuencias de las derrotas militares no intervienen todava en la vida del campo de concentracin nazi, se cuentan ah 8.246 vctimas. (Sabine y Harry Stein, Buchenwald, p. 65 para las vctimas de los hitlerianos y p. 72 para las vctimas de los estalinianos.) 9. Margarete Buber-Neumann, Dporte Ravensbrck, p. 13. [Cfr.

Prisionera de Stalin y Hitler, Galaxia Gutenberg.]10. Ibid., p. 185.

hitlerianos. No hay evidentemente nada comparable en la ideologa sovitica, en la que el racismo no existe." En el gulag no encontramos ni cmaras de gas ni selecciones. No se encuentra nada comparable a los Einsatzkommandos en el Ejrcito rojo. Nada salva al nacionalsocialismo. No tiene ningn aspecto positivo. Los Lager no son una traicin a ste, sino una de sus ineluctables consecuencias. Mientras que, segn el historiador Jean-Jacques Becker, el aspecto positivo del comunismo ha existido, ha existido en los millones y millones de simples militantes comunistas que fueron capaces de hacer todos los sacrificios por una causa en la que crean. [.. .] Es por este aspecto positivo entre otros que el comunismo no puede en ningn caso ser confundido con el nazismo. Pero el nazismo tambin tuvo militantes que le fueron devotos hasta el sacrificio de sus vidas. Slo cuenta la causa a la que uno se entrega. Es posible identificar el sueo de la solidaridad fraternal universal con una utopa generosa y positiva traicionada por el mundo de los campos del estalinismo.1312

Los relatos de la descolonizacin: masacres olvidadas?

11. Vase en particular Philippe Bunn, Hitler-Stalin: la comparaison est-elle justifie?, en la revista L'Histoire, 205, diciembre de 1996. se tambin el muy bello artculo de Primo Levi escrito en La Stampa del 22 de enero de 1987, reproducido en la edicin de 1996 de Si c'est un homme, Ed. Julliard, pp. 297-301, y en la biografa de Primo Levi escrita por Myriam Anissimov, pp. 599-602. 12. Jean-Jacques Becker, La vengeance du communisme., Le Monde, 28 de diciembre de 1996. 13. Sobre esta cuestin, habr que remitirse necesariamente a los libros de Jacques Rossi, personaje extraordinario, que es el escritor francs del gulag: Qu'elle tait belle cette utopie [Qu bella era esa utopa] y Jacques, le Franais pour mmoire du Goulag. Por otra parte, a finales del 2003, apareci, en francs, una edicin integral de la obra fundamental de Varlam Chalamov: Rcits de la Kolyma [Relatos de la Kolyma]. Al mo tiempo apareci tambin un libro de fotografas de Tomasz Kisny, Goulag: fotos antropomtricas, montones de zapatos, torres de vigilancia y alambradas, deportados desencarnados, hospitales sire medicamentos, masas de esclavos en las obras de construccin, etc.

Los silencios oficiales a propsito de ciertos aspectos de la colonizacin y de la descolonizacin pueden dar la impresin de que se escogen las vctimas, en particular al leer los libros escolares. Los estudiantes de origen africano o norafricano lo hacen exactamente notar con frecuencia. No podremos ser verdaderamente escuchados, cuando hablamos de la historia de la Shoah, si seguimos guardando silencio con demasiada frecuencia, en la escuela, sobre los dramas de la descolonizacin francesa. Sorprende siempre el descubrir, al azar de un viaje por lugares perdidos de la sabana malinesa, monumentos a los muertos de la guerra de 1914-1918. Los combates tan importantes de las tropas coloniales en la liberacin de Italia, y luego en la de Francia en 1945, no siempre son mencionados. Se olvid muy pronto el deber de memoria para con el sacrificio de los combatientes africanos en unas guerras que no eran suyas.1 Aquellos que ayudaron a liberar a Francia tuvieron el desaliento de sentir lo poco que se les reconoci al regresar a sus pases:15 trabajo forzado, masacres de las regiones de Setif y de Constantine en 1945 contemporneas y comparables a las masacres de Oraclour, matanzas de Madagascar en 1947, bombardeo de Haiphong en 1949. Durante la guerra de Argelia, en 1959, un informe redactado por Mi4

14. De los 214.000 hombres del primer ejrcito del general de Lattre, 112.000 eran indgenas; de los 18.000 hombres de la 2. DB del general Leclerc, 7.000 eran indgenas. 15. Un signo concreto de este olvido nos lo proporciona el monto risible de las pensiones y retiros de los excombatientes africanos. El 26 de diciembre de 1959, el Parlamento Francs decidi, en efecto, congelar las pensiones, rentas, subsidios. De ese modo, en 1996, cuando un excombatiente francs reciba 4.081 francos, su antiguo compaero de armas senegals reciba 1.463 francos, el de Guinea 673 francos, el de Tnez 400 francos. El almirante Antoine Sanguinetti habla de insulto a la memoria (Le Monde, 10-11 de noviembre de 1996). El 30 de noviembre del 2001 un fallo del Consejo de Estado puso fin a esta discriminacin.

chel Rocard indica que cuando la poblacin alcanza las mil personas en uno de los campos de reagrupamiento de la poblacin civil argelina, muere aproximadamente un nio por da. Un milln de personas, de las cuales la mitad eran nios, fueron encerradas en los campos de reagrupamiento. Esas decenas de millares de muertos no captan prcticamente la atencin, por autocensura sin duda, de los autores de libros y de manuales escolares. No hay que dudar de que la pregunta se plantea y se plantear: despus de todo, por qu quienes mienten por omisin a propsito de las masacres de rabes diran la verdad a propsito de las masacres de judos?" Son muy raros los libros de historia para el ltimo ao del bachillerato que evocan el acontecimiento ms dramtico de la guerra de Argelia en Francia, y todava lo hacen subestimando el nmero de las vctimas: la masacre del 17 de octubre de 1961 en16

Pars.18 Es verdad que los policas asesinos y sus jefes, policas o polticos, nunca fueron molestados con motivo de ese drama. Al parecer, la sangre derramada no les ensuci la memoria. Maurice Papon el prefecto de polica en l 961 no tendr nunca que rendir cuentas por ese asunto. Las diferencias de situaciones y de objetivos son, es verdad, esenciales, y el crimen contra la humanidad tiene una definicin bien precisa. Pero para algunos estudiantes, no es comprensible que el hecho de ser responsable de la muerte de judos en Burdeos en 1942 sea ms grave e inolvidable que la responsabilidad de la muerte de rabes en Pars en 1961. Se recordar que Jacques Verges, el abogado de Klaus Barbie, sacaba argumentos de las condiciones de la descolonizacin para prohibir a los franceses que juzgaran a los antiguos SS, con el pretexto de que los unos y los otros haban cometido crmenes para l totalmente comparables. Se ha credo poder olvidar de la misma forma el rol de algunos franceses durante la Segunda Guerra Mundial.19

16. Michel Rocard, Rapport sur les camps de regroupement, p. 126. La memoria francesa de la guerra de Argelia, a pesar de los libros y las pelculas, sigue estando adormecida. El 1 de septiembre de 2003, la cadena de televisin Canal + presentaba la pelcula de Marie-Dominique Robin, Escadrons de la mort, l'cole franaise, que revelaba cmo los torturadores franceses de la guerra de Argelia haban instruido oficialmente a sus colegas de Amrica Latina en los aos setenta. La pelcula, que suscit profundos alborotos, en particular en Argentina, no provoc, en Francia, ninguna reaccin. 17. Poi- hablar de algunos de los acontecimientos que acompaan el nacimiento de Israel, los manuales escolares del ltimo ao de bachillerato contienen algunas lagunas. Slo es evocado el terrorismo contra los ingleses. El libro de Jean-Michel Lambin (Hachette, 1995, p. 162) habla de atentados contra los britnicos; el de Jacques Marseille ( Nathan, 1995, p. 84) describe el atentado del 22 de julio de 1946 contra el hotel King David, frecuentado por los ingleses, indicando 20 vctimas (la cifra habitualmente dada es de una centena de vctimas); el libro de A. Gauthier (Bral, 1995, p. 72) habla de lucha armada en la que se enfrentan judos y rabes. A nadie le parece til indicar que los terroristas del grupo Sem y del Irgn, acordndose, acaso, de las masacres de judos en Hebrn en 1929, masacraron a su vez a 254 hombres, mujeres y nios rabes, el 9 de abril de 1948 en Deir-Yasin. Y sin embargo ese crimen suscit indignacin entre los propios judos.

1940-1945: una historia oficial de Francia? Las dudas, los silencios y las divergencias en las apreciaciones a propsito de la historia de la Segunda Guerra Mun18. Jean-Michel Lambin, Histoire de terminale, Hachette, 1995, p. 210, habla de manifestaciones brutalmente reprimidas por la polica> y da un balance de varias decenas de muertos. Jacques Marseille, Histoire de terminale, Nathan, 1989, p. 320, indica que el 17 de octubre de 1961,

las fuerzas del orden matan en Pars a cerca de una centena de argelinos. Jean-Luc Einaudi, en su libro La bataille de Paris, estima en 300 el nmero de las vctimas. Esa cifra es retomada por Ariane Chemin en un art culo de Le Monde que evoca el trigsimo quinto aniversario de la masacre (17 de octubre de 1996). Maurice Rajsfus recuerda que el 14 de julio de 1953 la polica haba disparado tambin sobre los manifestantes: seis trabajadores argelinos y un metalrgico francs haban resultado muertos (Maurice Rajsfus, 1953, un 14 juillet sanglant). 19. En el captulo 4, Lieux et non-lieux de la mmoire franaise., del libro Le crime et la mmoire, Alfred Grosser multiplica los ejemplos de las amnesias de la historia oficial de Francia y de sus historiadores.

dial han podido dar la impresin de que exista una historia oficial de la que haba que desconfiar. Negacionistas y revisionistas se aprovechan de esta desconfianza para propagar la duda. Aos despus, uno ve que trozos enteros de la historia de los aos de guerra haban permanecido escondidos. Ahora surgen revelaciones en todo tipo de asuntos en un clima poco favorable a la serenidad y a la verdad. Todos aquellos que crean que se poda pasar pgina y olvidar ese pasado se han equivocado torpemente. Lo hemos visto a propsito de la historia de la Resistencia y de las circunstancias de la muerte de Jean Moulin: el origen de la traicin de la que ste fue vctima ha suscitado violentas polmicas. No son las divergencias entre Ren Rmond y Serge Klarsfeld a propsito del fichero judo constituido bajo la Ocupacin, o los debates alrededor de la historiografa de la Shoah los que van a aportarla serenidad en torno a esos problemas.20 21

A propsito del sentimiento de que existe una historia oficial, parece que en efecto hubiese un problema particularmente francs. Sobre todo son los libros de los historiadores americanos Robert O. Paxton y Michael R. Marrus, lo mismo que los del abogado Serge Klarsfeld, los que han renovado la manera de ver los aos 1939-1945 que los historiadores profesionales franceses haban explorado poco. Los polticos, De Gaulle, Pompidou, Mitterrand, quisieron pasar pgina a ese tiempo en el que, segn la expresin de Pompidou, no todos los franceses se queran. Ellos aspiraban de manera ilusoria a la reconciliacin nacional. Olvidaban que la memoria de las vctimas es ms duradera que la de los verdugos y que el olvido es imposible sin el sentimiento de que se ha22 23

20. En 1991, Serge Klarsfeld se encontr un fichero judo de la jefatura de polica de Pars en los archivos del Ministerio de los Excombatientes. Muchas preguntas se plantearon entonces: los ficheros haban sido disimulados voluntariamente? Se trataba del gran censo de 1940? En qu lugar deban ser conservados: Archivos Nacionales o Centro de Documentacin Juda (en donde al final se tom la decisin de colocarlos)? 21. El tratamiento del genocidio judo por parte de Franois Bdarida y Jean-Pien-e Azma en su Dictionnaire historique et critique; 1938-1948, les annes de tourmente, de Munich Prague (Flammarion, 1995) provoc debates que condujeron al filsofo Pierre Bouretz a presentar su dimisin a la redaccin de la revista Esprit. El diccionario le pareca demasiado favorable a las tesis funcionalistas, subestimando el nmero de vctimas por fusilamiento, insuficientemente crtico en relacin a ciertas obras histricas como las de Jean-Claude Pressac ( Le Monde, 5 de julio de 1996). Las cuestiones relativas a ese pasado que no pasa segn la frmula utilizada por Rousso y Conan, surgen de nuevo. A finales de 1996 explotaron una serie de affaires sobre los fondos de las vctimas del nazismo depositados por las propias vctimas o por sus verdugos en los bancos suizos. Se descubri en esa ocasin que ese dinero fue ampliamente utilizado por los bancos para indemnizar a las

empresas suizas nacionalizadas por los regmenes comunistas. A finales del mes de octubre de 1996, el libro de Brigitte Vital-Durand, Domaine priv, plantea el affaire de los bienes judos embargados durante la Ocupacin y retenidos por la ciudad de Parts. Al mismo tiempo (29 y 30 de octubre), la firma angloamericana Christie organiza una subasta pblica, en beneficio de la Federacin de las Comunidades Judas, de obras de arte saqueadas por los nazis y almacenadas en la antigua cartuja cisterciense de Mauerbach, cerca de Viena, en Austria. El gran pblico descubre as que muchas cuentas no han sido saldadas. En el mismo orden de ideas, a propsito de las polmicas sobre la poca de la guerra, cuando un antiguo deportado, Pierre Nivromont, indica que Marcel Paul, uno de los grandes polticos comunistas de la Liberacin, haba favorecido a los comunistas en Buchenwald lo que desde luego parece perfectamente comprensible (emisin Envoy spcial, Matricule 186140, Fr2, 3 de octubre de 1996), inmediatamente se suceden las protestas de Guy Ducolon en nombre de la asociacin francesa Buchenwald-Dora et Kommandos, retomada en el peridico L'Humanit (Le Monde, 4 de octubre de 1996). De hecho, Marcel Paul no tuvo nunca el poder de decidir quin estara inscrito o no en las listas de transporte en kommando (vase el bello libro de Paul le Goupil: Un normand dans... itinraire d'une guerre 1939-1945, p. 171 [ Un normando en... itinerario de una guerra 1939-1945]). 22. Robert O. Paxton, La France de Vichy, Michael R. Marrus, Vichy et les juifs. 23. Serge Klarsfeld, Vichy Auschwitz. Le calendrier de la perscution des Juif en France; Le mmorial des enfants juifs dports de France.

hecho justicia y de que la omisin o la mentira no triunfan. El affaire Touvier mostr muchos ejemplos de esto. Hasta 1994, la placa del cementerio de Rillieux, al lado de Lyon, en donde el miliciano hizo fusilar a siete rehenes judos, indicaba slo de pasada que el crimen haba sido cometido por unos brbaros seguramente no identificados. En Lyon mismo, la placa que recuerda la muerte de una resistente detenida por los milicianos franceses de Touvier, en la calle de Sainte-Hlne, exhibe una mentira nada preocupante al acusar de ello a la Gestapo alemana. La manera francesa de decir la historia durante ms de cincuenta aos ha consistido en esconder, mediante mentiras u omisiones, la participacin de los franceses en los crmenes de los alemanes. En fin, si, durante mucho tiempo, se ha ignorado la suerte particular de los judos, no convendra que la memoria de la Shoah hiciera olvidar, ahora, la suerte de los deportados resistentes no judos. El sufrimiento judo, incluso siendo inconmensurable, no debera eclipsar el de las otras vctimas del nazismo. Nadie debe sentirse despojado de la memoria de su propia tragedia. Por ejemplo, 4.505 franceses y francesas resistentes, deportados por represin, como se dice hoy, fueron registrados en Auschwitz y 1.733 murieron ah.24 Hay que

reequilibrarla situacin descrita por Annette Wieviorka: mientras que en 1945 el deportado judo era el resistente, hoy, en la opinin, el deportado est a punto de devenir el nico judo .25 Si como mnimo no se busca la verdad siempre y en todas pa rtes, no es posible convencer de la unicidad y de la especificidad de la Shoah. Peligros que amenazan la historia de la Shoah: negacionismo, revisionismo, sacralizacin La historia de la Shoah es ahora lo suficientemente conocida como para que nosotros tengamos a propsito de su desarrollo, secreto en su tiempo, muchas certezas. Puede que haya todava precisiones que aportar, puntualizaciones, rectificaciones, incluso revisiones: todas ellas acciones familiares a los historiadores. Pero, bajo el nombre usurpado de revisionistas, se ha visto a investigadores, con frecuencia ms idelogos que cientficos, minimizar la Shoah o incluso, en definitiva, negarla. En efecto, esos revisionistas son ms precisamente negacionistas,26

24. Algunos supervivientes de Auschwitz murieron en otros campos. En total sobrevivieron un 32 %, mientras que en el conjunto de los deportados franceses por represin, la tasa de sobrevivientes es ciel 59 %. Pero hay que recordar, en efecto, que de entre los 75.700 judos deportados de Francia, la mayor parte a Auschwitz, el porcentaje de supervivientes es del orden del 3,3 % (Serge Klarsfeld, Le calendrier de la perscution des Juifs, p. 1.125). Vase Henry Clogenson y Paul Le Goupil, Mmorial des Franais non juifs dports Auschwitz, Birkenau et Monowitz, ces 4.500 tatous oublis de l'histoire. Habra que abstenerse por lo menos de mostrar cadveres de vctimas indiferenciadas de los nazis, por ejemplo las imgenes de los osarios de Bergen-Belsen, para ilustrar solamente la masacre de los judos incluso si los judos, ciertamente, son ah numerosos (por ejemplo Dites-le vos enfants, o sin la distincin neta que hace el francs entre esos dos trminos. Sin duda habra que ser ms prudentes que Raphal Dra quien acusa al papa de no haber pronunciado la palabra judo sino a propsito de Edith Stein (Lettre au cardinal Lustiger, p. 88). Habra que conocer el texto original polaco para tener certezas a este respecto. Cuando Juan Pablo II habla en francs, emplea la palabra juif> y no la palabra , y Cllate, yo soy historiador en el libro dirigido por Walter Geerts y Jean Samuel, Primo Levi, le double lien, pp. 36-52. 74. Isabel von Buetzingsloewen, Les "alins" morts de faim dans les hpitaux psychiatriques franais sous l'Occupation, Vingtime sicle ( Revue d'histoire, n" 76, octubre-diciembre 2002, p. 109). En octubre de 2003, sin embargo, Isabel von Buetzingsloewen entreg los resultados de los trabajos de su equipo de investigadores constatando que "en ningn momento ha habido, de la parte de Vichy, la intencin de matar a los enfermos mentales, y ni siquiera de dejarlos morir de hambre (Le Monde, 17 de octubre de 2003).

intelectualmente, ya que no les procurara, una vez terminado, otra cosa que reproches vehementes.75

Palabras y parbolas: distinguir los niveles de lenguaje Historia, fantasas y propaganda: una extrema complejidad No se trata, hay que recordarlo todava, de querer edulcorar, minimizar los hechos. Ha habido a veces exageraciones. Hay que denunciarlas claramente. Las simples alusiones carecen de claridad para el lector que busca informarse desde la honestidad y la buena voluntad. Pierre Vidal-Naquet apela a la denunciacin inmisericorde de toda una subliteratura que representa una forma propiamente inmunda de llamadas al consumo y al sadismo. Cita los nombres de Christian Bernadac y Jean Franois Steiner. Dice haber cado en la trampa tendida por "Treblinka" de Jean-Franois Steiner> .77 Muchas personas estn en ese caso, comenzando por Simone de Beauvoir, que le escribi el prefacio. Se puede, en efecto, comprender que aquellos que experimentaron tanta emocin con la lectura del libro de Martin Gray, Au nom de tous les miens, o la de ese Treblinka de Steiner, al enterarse de que esos libros mezclan indistintamente historia probada e imaginacin del autor, como lo piensan hoy muchos historiadores, tengan el sentimiento de haber sido engaados y de que se haya abusado de su sensibilidad: y ahora se han vuelto desconfiados. En su prefacio al libro de Steiner, Simone de Beauvoir escribe: se reprochar (al libro)76

quizs su falta de rigor: ste habra sido menos fiel a la verdad si no nos hubiese entregado esta historia en su movimiento vivo . Una reconstitucin puede producir verdad. En algunos documentales en los que la presencia de la cmara turba lo real, ste debe ser representado por los personajes como si no hubiese cmara para mostrar en verdad lo que pasa habitualmente. Para la historia de los campos, es necesaria una gran prudencia. Es indispensable prevenir correctamente a qu nivel se sita uno: la reconstitucin, el smbolo, la verdad que uno pretende absoluta. El rol de los historiadores sera precisamente el de prevenir a los lectores con respecto a la manera de comprender un relato o un testimonio. Sera necesario decir explcitamente en qu sentido semejantes libros son trampas, dnde est la verdad, dnde estn la invencin y la exageracin. Vidal-Naquet dice adems que es necesario eliminar tambin lo que es del orden de la fantasa y de la propaganda y que la tarea no es fcil, ya que la fantasa y la propaganda se apoyan ampliamente en la realidad.79 Pero esta tarea es necesaria. El espectador debe siempre ser advertido de lo que ve, el lector de lo que lee. Uno no puede abandonar a los espectadores y a los lectores sin informarlos mejor, si es posible. El sentimiento de que queda todava trabajo por hacer es compartido por otras personas. As, Florent Brayard piensa, moderadamente, que la historia de los campos de concentracin no parece haberse hecho del todo .8 Aparentemente es tambin la opinin de Michael Marrus: Los historiadores hablan sorprendentemente poco del mundo de los campos." El propio Hilberg admite que no nos hemos dado cuenta de toda la importancia de la construccin de Auschwitz: todava son necesarias importantes investigaciones antes de que podamos ver claramente cmo evolucion el pensamiento de

78

los planificadores del plan del pequeo campo inicial al enorme centro de exterminio descubierto en 1944. [...] Los historiadores tienen todava mucha tela que cortar *82 La revista Historiens et gographes ha publicado con mucha prudencia un artculo de Michel de Board, La deportacin entre la historia y el mito, que mostraba las tasas de mortalidad en Mauthausen segn los aos. En 1943, el nmero de muertos permanece estable mientras que el nmero de los deportados aumenta enormemente. En cambio, la mortalidad aumenta de manera vertiginosa al final de la guerra. En Buchenwald, el 40 % de las vctimas murieron en 1944 y en 1945. Segn Goldhagen, empero, en Mauthausen, la suerte de los judos no conoce excepcin: ellos mueren siempre. La evolucin en el tiempo de la situacin de los campos debe ser cuidadosamente estudiada.*83 84 85

Primo Levi hace revivir de una manera extraordinariamente evocadora los aspectos ms terribles del mundo de los campos, a lo largo de su libro Los hundidos y los salvados: trfico y corrupcin de todo tipo, lucha feroz por la vida, privilegiados que, por todos los medios, consolidan sus ventajas, desafortunados, torpes, tmidos que se hunden en la soledad, el hambre, la indigencia, la muerte. Levi tiene el espritu desgarrado por el pensamiento de que los supervivientes son precisamente supervivientes porque un da, acaso, no fueron solidarios, pensaron en su propia supervivencia, ante todo. En el inicio de La tregua, si Primo Levi describe nios esquelticos y moribundos, muestra otros en el mismsimo86

Du pain sur la planche, dice el original: literalmente: pan sobre la plancha. [N. del Ti 82. Entrevista aparecida en Le Nouvel Observateur, 30 de septiembre-6 de octubre de 1993. 83. Michel de Board, La dportation entre l'histoire et le mythe, revista Historiens et Gographes, 321, diciembre de 1988, p. 49. 84. Sabine y Hany Stein, Buchenwald, p. 65. 85. Goldhagen indica las tasas de mortalidad para el campo de concentracin de Mauthausen de finales de 1942 a finales de 1943. Por ejemplo, las tasas de mortalidad de los prisioneros polticos pasan del 3 % al 2 %, las de los polacos del 4 % al 1 %, las de los detenidos preventivos del 35 % al 2 %. Las tasas de mortalidad de los prisioneros de derecho comn permanecen en el 1%. En todos los periodos considerados, los judos mueren en un 100 % (Les bourreaux volontaires de Hitler, p. 314). Pero Goldhagen, quien quiere demostrar una tesis, se equivoca al generalizar a partir de Mauthausen. Debo a Paul le Goupil, antiguo resistente deportado, informaciones muy precisas sobre los ms duros de los kommandos de Buchenwald, como LangensteinZwieberge: encontramos ah a un millar de resistentes judos, tratados de la misma manera que sus camaradas no judos. Incluso en Auschwitz, vemos a Primo Levi subir un destino comparable al de muchos de sus amigos no judos. Pierre Vidal-Naquet, en su prefacio al libro de Patrick Coupechoux, Mmoires de dports, recuerda que un deportado judo

que ha escapado a la seleccin para la muerte y logra evitar la caquexia, sin duda est en lo ms bajo de la jerarqua concentracionaria, pero tiene de cualquier manera una oportunidad de sobrevivir: su destino no es esencialmente diferente al de sus camaradas alemanes o franceses (no judos) o polacos (p. 15). Hemos visto que Goldhagen comete tambin un gran nmero de errores a propsito de la cuestin de la suerte de los judos y de los no judos en el curso de las marchas de la muerte (vanse los textos muy rigurosos del antiguo deportado Andr Sellier, Remarques sur le livre de Goldhagen., en Les Temps modernes n. 594, junio-julio de 1997, pp. 216-234, y Paul le Goupil para las marchas de los kommandos de Buchenwald en Un Normand dans..., pp. 219234: judos y no judos que no pueden seguir el ritmo de esas marchas son indistintamente abatidos). En el postfacio de la nueva edicin de su libro Des hommes ordinaires, en 2002, Christopher R. Browning responde a las afirmaciones de Daniel Johan Goldhagen. Toma el ejemplo de los 7.000 jvenes judos eslovacos que tuvieron, en Birkenau, una tasa de supervivencia, de la primavera a finales del ao de 1942, de 10,8 %. En la misma poca, prisioneros de guerra soviticos de la misma edad tuvieron una tasa de supervivencia de 9,5 % (pp. 304-305). 86. Vase, por ejemplo, la escena desgarradora en la que Levi, que

ha encontrado agua, la comparte con su amigo Alberto. Despus en-

cuentra a otro italiano, Daniele. Daniele los vio beber. Por qu ustedes dos y yo no?. Daniele est muerto ahora, pero en nuestros encuentros de supervivientes, fraternales, afectuosos, el velo de este acto que yo no haba hecho, de ese vaso de agua no compartido, estaba entre nosotros, transparente, inexpresado, pero perceptible y pagado caro (Les naufrags et les rescaps, p. 79).

Auschwitz robustos y hermosos.87 La realidad de los campos parece ser de una enloquecedora complejidad. En el curso de un debate posterior a la pelcula Les camps du silence de Bernard Mangiante (1989) sobre los campos de concentracin franceses, escuch a un antiguo deportado espaol que haba conocido muchos campos dar testimonio de que haba comido menos mal en Buchenwald que en el campo de concentracin francs de Gurs. Durante un Coloquio sobre la memoria organizado en Lyon en febrero de 1991 por la federacin nacional de los deportados, internados, resistentes y patriotas, un antiguo deportado que contaba sus recuerdos declar que la primera vez que comi salmn ahumado fue en Dachau despus de la llegada de paquetes de camaradas noruegos! Manifiestamente muchas personas estaban descontentas por ese gnero de testimonios. Podemos comprenderlo, ya que semejantes relatos son terriblemente chocantes e inverosmiles para aquellos que han sufrido tanto por el hambre en los campos hitlerianos. Sin embargo, hay que mostrar la gran diversidad de los destinos y de las situaciones. Simone Alizon, resistente llegada a la edad de diecisis aos a Birkenau con el grupo de Charlotte Delbo, comi en Auschwitz su primera aceituna negra, trada por una deportada griega,88 lo mismo que tomates venidos de Rajsko, mientras trabajaba en los huertos de los SS. Describe la escena sorprendente de su partida para Ravensbrck, radicalmente imposible si se tratase de judas, en donde Taube, uno de los ms siniestros verdugos de Birkenau, se inclina para anudar los cordones de una camarada y en donde el comandante del campo de mujeres de Birkenau (acaso Franz Hssler?) coloca l mismo las maletas de las detenidas en el portamaletas de un tren ordinario. Incluso relata tambin el viaje para Ravensbrck con alimentacin correcta y cambio de estacin entre los viajeros del metro de Berln.89 Mostrar a los SS comportndose ocasionalmente como

hombres normales inquieta tanto con respecto a la humanidad como mostrarlos constantemente como brutos. Guardmonos de generalizar, tanto en el sentido del horror absoluto cotidiano90 como en el de la descripcin de los campos como presidios ordinarios que hacen los negacionistas. Hay que subrayar tambin la cnica hipocresa sin lmites de los nacionalsocialistas. El historiador Wolfgang Sofsky cita varias circulares de los jefes de la administracin de los campos que podran fomentar ilusiones. As, el Brigadefhrer Richard Glucks, encargado de la inspeccin de los campos, escribe el 20 de enero de 1943: Hago personalmente responsables a todos los comandantes de campo [...] de la preservacin de la fuerza de trabajo de los detenidos y el 8 de diciembre del mismo ao: se sobreentiende que est prohibido [...]golpear, empujar e incluso tocar al detenido. No se le debe hostigar ms que con la palabra. [...] Les ruego que den cada semana, el lunes, un curso a los jefes de kommando sobre ese deber evidente de los guardianes.91 Gitta Sereny reporta que, segn Franz Suchomel, un SS de Treblinka, Franz Stangl, el comandante del campo, deca a los SS que por orden de Hitler; nadie deba ser golpeado ni torturado. Pero agregaba: Es imposible. Pero cuando vengan los altos dignatarios de Berln, escondan los ltigos.92 La realidad cotidiana, ciertamente, est mejor ilustrada por el ltigo del SS Karl Wagner, de Majdanek: estaba identificado como un sdico particular, pues no se contentaba con golpear a las mujeres, eso, todos los otros SS lo hacan.93

Primo Levi ha evocado frecuentemente las extremas dificultades que haba para encontrar una cuchara en el Lager, y la humillacin del que no lograba hacerlo. Y sin embargo, a la liberacin del campo, l descubre un almacn lleno de cucharas: no se trata entonces de una cuestin de economa, sino de una intencin bien precisa de humillacin.94 Si los responsables de Berln enviaron las cucharas, quin tom la decisin de no distribuirlas? Cul es la parte de responsabilidad desde los jefes supremos hasta los kapos? Nunca podremos saberlo en la complejidad y a veces el caos del poder en el III Reich? Ese gnero de cuestiones tiene tambin su trampa, puesta en este caso por Paul Rassinier, el padre del negacionismo. l acusa en efecto a los kapos y no a los SS de ser ellos mismos los responsables de la extrema miseria de los campos.95

94. Primo Levi, Les naufrags et les rescaps, p. 113. Vase tambin Le devoir de mmoire, p. 15. 95. Una parte de la historia de los campos ha sido hecha por prisioneros privilegiados como Herman Langbein (Hommes et femmes Auschwitz) o Eugen Kogon (L'tat SS). Paul Rassinier, en Le mensonge d' Ulysse, se presenta como el portavoz de aquellos que eran los menos favorecidos. Vidal-Naquet, en Les assassins de la mmoire, pp. 26-27, estima que el libro de Rassinier es excelente como testimonio del autor sobre lo que l vivi, interesante cuando critica a los otros testigos de Buchenwald y Dora y esclarece los responsables del aparato poltico dirigido principalmente por los deportados comunistas. Pero Vidal-Naquet agrega que Rassinier es absurdo y odioso cuando habla de Auschwitz. Primo Levi critica tambin a los testigos privilegiados. Su testimonio est falseado en mayor o menor medida por el privilegio mismo (Les naufrags et les rescaps, p. 17). Pero Primo Levi es un testigo, no un historiador. Otros deportados de Monowitz no recuerdan que les hayan faltado las cucharas. Primo Levi mismo, en tanto que testigo, puede cometer errores. El pensaba no haber ido nunca a Birkenau en el tiempo de su deportacin (Si c'est un homme, p. 248). Sin embargo, los deportados seleccionados para el trabajo sobre la Judenrampe en las mismas condiciones que Primo Levi pasaban generalmente por el Zentral Sauna de Birkenau para ser tatuados ah, rapados, vestidos. Supervivientes de su convoy, interrogados por Marcello Pezzetti, histori ador del Centro de Documentacin Juda Contempornea de Miln, conservaron el recuerdo de su paso por Birkenau.

Ha habido enormes diferencias entre los destinos de los prisioneros en funcin de su suerte, del campo de concentracin y de su comandante, del periodo de la deportacin. Toda historia de los campos debe incluir distinciones entre los lugares y las pocas. Queda, como lo muestra bie