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LA POLÍTICA EN LAS CALLES | 8 TAKSIM NO ES RÍO, Y SIN EMBARGO… Disparada por motivos aparentemente menores, las movilizaciones en la plaza Taksim se suman a la rebelión juvenil, y junto a las multitudinarias marchas en Brasil abren el segundo acto de un fenómeno que se extendió en varios continentes. Eduardo Grüner Ensayista, sociólogo, docente de la UBA. Su libro más reciente es La oscuridad y las luces. No estuve en Río –ni en San Pablo, Bahía, Brasilia o Florianópolis- durante las últi- mas y convulsivas jornadas. Sí estuve, “de ca- sualidad” –quiero decir, en calidad aproximada de turista– durante parte de las no menos enér- gicas jornadas de la Plaza Taksim en Estambul. La ex Constantinopla, que ya era ex Bizancio, es una ciudad extraordinaria en más de un sen- tido: durante un milenio largo sede del imperio romano (la propia Roma lo fue “solamente” du- rante cuatro siglos), luego capital del imperio otomano, sus siete colinas (siete, como las ro- manas, muy simbólicamente) son un depósito único de multiplicidad histórico-cultural: capas grecolatinas, bizantinas, ortodoxas, islámicas, judías, cristiano-armenias (referencia esta últi- ma más que incómoda, ante la cual el turco más “progre” tartamudea un poco), se acumulan con paradójico orden caótico en los esplendores de Santa Sofía, de la Mezquita Azul, del palacio Topkapi, o simplemente en la vía pública. Otro símbolo: es la única ciudad del mundo cuyas abigarradas calles se asientan sobre dos conti- nentes. Se puede, digamos, almorzar en Europa y luego cruzar el puente sobre el Bósforo –cinco minutos a pie– para tomar el café en Asia. Las novelas del premio Nobel de Literatura, Orhan Pamuk, dan cuenta, de manera sutil y comple- ja, de ese estatuto cultural indeciso, de esa ex- periencia histórica “a dos aguas”. Ese privilegio ha sido, en efecto, también su tragedia. Durante siglos y siglos, las pujas por ese ultraestratégico nudo de control de las relaciones (económicas, políticas, militares, culturales) entre Oriente y Occidente no cesaron nunca, aún bajo el férreo control central (más pretendido que realmente logrado) por parte del Gran Sultán del Imperio (otra figura híbrida: si bien despótico y todopo- deroso, siendo por tradición hijo de alguna de las esclavas del harem, él mismo era conside- rado…”esclavo”). Por otra parte, el estado-na- ción turco moderno-burgués, como tal, tiene una historia joven y convulsionada. Recién en las primeras décadas del siglo XX –en particu- lar como consecuencia de la primera Guerra Mundial, en la que Turquía fue aliada ambiva- lente de Alemania– se conforma sobre las rui- nas en descomposición del Imperio Otomano. No es una conformación cualquiera: en su ex- traordinario libro sobre el tema, David Fromkin muestra que ese proceso fue el marco y la oca- sión para que todo el llamado Medio Oriente se configurara tal como lo conocemos hoy, por las intrigas competitivas de las potencias colonia- les, especialmente Inglaterra y Francia. Hubo, se supone, una confusa y desordenada “revolu- ción árabe” que disputaba su autonomía sobre todo a la “Pérfida Albión”, luego de que esta in- tentara usarla contra los turcos. Fromkin, con atendibles argumentos, afirma no obstante que tal revolución solo existió realmente en la ima- ginación febril de ese gran aventurero-escri- tor que fue T. E. (Thomas Edward) Lawrence, el “Lawrence de Arabia” de Los Siete Pilares 1

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LA POLÍTICAEN LAS CALLES|8

TAKSIM NO ES RÍO, Y SIN EMBARGO…Disparada por motivos aparentemente menores, las movilizaciones en la plaza Taksim se suman a la rebelión juvenil, y junto a las multitudinarias marchas en Brasil abren el segundo acto de un fenómeno que se extendió en varios continentes.

Eduardo GrünerEnsayista, sociólogo, docente de la UBA. Su libro más reciente es La oscuridad y las luces.

No estuve en Río –ni en San Pablo, Bahía, Brasilia o Florianópolis- durante las últi-

mas y convulsivas jornadas. Sí estuve, “de ca-sualidad” –quiero decir, en calidad aproximada de turista– durante parte de las no menos enér-gicas jornadas de la Plaza Taksim en Estambul. La ex Constantinopla, que ya era ex Bizancio, es una ciudad extraordinaria en más de un sen-tido: durante un milenio largo sede del imperio romano (la propia Roma lo fue “solamente” du-rante cuatro siglos), luego capital del imperio otomano, sus siete colinas (siete, como las ro-manas, muy simbólicamente) son un depósito único de multiplicidad histórico-cultural: capas grecolatinas, bizantinas, ortodoxas, islámicas, judías, cristiano-armenias (referencia esta últi-ma más que incómoda, ante la cual el turco más “progre” tartamudea un poco), se acumulan con paradójico orden caótico en los esplendores de Santa Sofía, de la Mezquita Azul, del palacio Topkapi, o simplemente en la vía pública. Otro símbolo: es la única ciudad del mundo cuyas abigarradas calles se asientan sobre dos conti-nentes. Se puede, digamos, almorzar en Europa y luego cruzar el puente sobre el Bósforo –cinco minutos a pie– para tomar el café en Asia. Las novelas del premio Nobel de Literatura, Orhan Pamuk, dan cuenta, de manera sutil y comple-ja, de ese estatuto cultural indeciso, de esa ex-periencia histórica “a dos aguas”. Ese privilegio ha sido, en efecto, también su tragedia. Durante siglos y siglos, las pujas por ese ultraestratégico nudo de control de las relaciones (económicas, políticas, militares, culturales) entre Oriente y Occidente no cesaron nunca, aún bajo el férreo control central (más pretendido que realmente logrado) por parte del Gran Sultán del Imperio (otra figura híbrida: si bien despótico y todopo-deroso, siendo por tradición hijo de alguna de las esclavas del harem, él mismo era conside-rado…”esclavo”). Por otra parte, el estado-na-ción turco moderno-burgués, como tal, tiene una historia joven y convulsionada. Recién en las primeras décadas del siglo XX –en particu-lar como consecuencia de la primera Guerra Mundial, en la que Turquía fue aliada ambiva-lente de Alemania– se conforma sobre las rui-nas en descomposición del Imperio Otomano. No es una conformación cualquiera: en su ex-traordinario libro sobre el tema, David Fromkin muestra que ese proceso fue el marco y la oca-sión para que todo el llamado Medio Oriente se configurara tal como lo conocemos hoy, por las intrigas competitivas de las potencias colonia-les, especialmente Inglaterra y Francia. Hubo, se supone, una confusa y desordenada “revolu-ción árabe” que disputaba su autonomía sobre todo a la “Pérfida Albión”, luego de que esta in-tentara usarla contra los turcos. Fromkin, con atendibles argumentos, afirma no obstante que tal revolución solo existió realmente en la ima-ginación febril de ese gran aventurero-escri-tor que fue T. E. (Thomas Edward) Lawrence, el “Lawrence de Arabia” de Los Siete Pilares

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de la Sabiduría, que hiciera famoso el notable film de David Lean1. Sea como sea, no se puede evitar el murmullo fragmentario y polifónico de esa historia equívoca aturdiendo la cabeza de los “extraños” que, en el incómodo pero inevi-table rol de “turistas revolucionarios”, visitamos la Plaza Taksim ocupada.

Recién al quinto día de mi estadía en Es-tambul logro llegar a la plaza. Hasta en-

tonces, ha permanecido rigurosamente cercada por la policía. Pero en verdad, todo Estambul (y otras ciudades menores, empezando por la capi-tal administrativa, Ankara) está atravesada por las resonancias de esa “primavera”, aún en su más trivial cotidianidad. En la principal avenida comercial, Istiklal Cadessi, que sube serpentean-do hasta Taksim durante unas 15 cuadras (hay un tranvía que lleva hasta arriba, pero su servi-cio también ha sido cancelado), siempre repleta de gente que va y viene, se mezclan los viandan-tes habituales con jóvenes de aspecto universi-tario que llevan barbijos y bolsitas con limones para protegerse del gas-pimienta de la durísi-ma policía turca (Expreso de Medianoche, for-zosamente, también está en la cabeza). Muchos portan banderas y estandartes, en los que pre-domina el color rojo. El deseo voluntarista y la miopía –también la política- hace que, de le-jos, se pueda confundir la media luna y la estre-lla con la hoz y el martillo, que asimismo están, aunque en mucha menor proporción que la ro-ja insignia turca (los turcos, como corresponde a la juventud y la ambigüedad cultural de su país, son muy nacionalistas: en casi ninguna pancar-ta, incluyendo las que llevan hoz y martillo, fal-ta la efigie de Kemal Atatürk, el “gran fundador” de la nación). Llaman la atención algunas chi-cas jóvenes que reparten volantes ataviadas con la tradicional pashmina islámica, pero con mi-nifalda y zapatillas: ¿otro “choque de civiliza-ciones”? Cada tanto, a lo largo de la avenida, se suceden repentinos “actos relámpago”: de pron-to se juntan entre cien y doscientas personas –generalmente delante de un par de librerías-café que recuerdan mucho a nuestra vieja Gandhi–, gritan, cantan, volantean, exhortan, baten pal-mas. Todos los/las paseantes (con la única ex-cepción de algún turista yanqui desconcertado) aplauden calurosamente. En los cafés, los ke-babs y los restaurantes (esto sucedió siempre durante la semana que estuve allí) cada diez o quince minutos alguien levanta su copa y un te-nedor, empieza a golpear, el resto de los comen-sales se une en un cacerolazo espontáneo. Todos cantan: no entiendo la letra –mis conocimientos de la ardua lengua turca son tirando a nulos– pero juro que la música es Que Se Vayan Todos (el hijo de mi compañera lleva puesta la camise-ta de la selección argentina: entre la referencia al “argentinazo” y el amor por “Marrradonna”, se transforma en el líder del kebab). El clima es abrumadoramente alegre y festivo, como si ese pueblo ya inveteradamente vital y expresivo hu-biera encontrado una razón más para sus impul-sos. Está el miedo a la represión, desde ya: una estudiante con la cara tapada (no con velo, sino con barbijo) se nos acerca –no podemos ocultar que somos extranjeros turistas– y nos advierte,

en un inglés básico pero comprensible, que no vayamos hacia Taksim, que la cosa está heavy. Le agradecemos la solidaridad, sin decirle que tenemos la intención de hacer justamente eso, con las prudencias del caso.

Por fin –al quinto día, como dije– logra-mos “colarnos” en la plaza. El cerco poli-

cial se ha relajado un poco, ese día tienen orden de no reprimir, ya se ha armado un buen escan-dalete internacional por los cuatro muertos de la semana anterior (después, como se sabe, vol-vieron a la carga, pero yo ya había dejado Tur-quía). El “espectáculo” (insisto en mi condición de turista, no me queda más remedio que vivir-lo así) es conmocionante. La plaza es enorme, y está repleta: el diseño espacial es muy irregular, es imposible calcular el número preciso, pero son muchos miles. Hay carpas de campamento, grupos que van y vienen, arengas por megáfo-nos, volanteadas en todas las esquinas. Las ma-dres han llevado a sus carritos de bebé, todo es muy pacífico, aunque flota la electricidad en el aire. Cartelones de todos los tamaños cubren los muros, el monumento a Atatürk y –lo más sor-prendente– un edificio de viviendas y oficinas de unos 10 pisos, que está casi totalmente tapado de la azotea a la planta baja: eso no pudo hacer-se de ninguna manera sin el consentimiento de los habitantes del inmueble; es otra muestra del carácter presuntamente “universal” de la protes-ta (la muy educada señora turca de típica clase media que nos alquiló su departamento ya nos lo había advertido: “Aquí todos queremos que se vaya Erdogan”). No parece haber más progra-ma que esta negatividad compartida, por así de-cir. O bien las complejidades de la política y la cultura turcas se me escapan, lo que es más pro-bable. En todo caso, aunque hay presencia de variados partidos, agrupaciones, movimientos –eso se nota hasta en las diferencias de diseño de los carteles, mucho más prolijos de lo que acos-tumbramos por aquí–, no se percibe dirección ni hegemonía palpable. Sí es muy notable, den-tro de un “ambiente” que uno podría calificar genéricamente de “pequeño-burgués”, la diver-sidad de subgrupos sociales, culturales, de géne-ro, y aún religiosa: hay incluso algunas –pocas, pero hay– mujeres con sus burkas negras de la

“ ...’síntomas’ con un efecto multiplicador pasmoso que llegan al borde del cuestionamiento de todo el sistema político dominante, demostrando la existencia de un potencialmente explosivo malestar...

cabeza a los pies, que apenas dejan una delgada hendija para los ojos, sosteniendo un banderín rojo mientras con la otra mano hablan enérgi-camente por su smartphone de última genera-ción (una, más reposada, levanta tímidamente el extremo inferior de su velo para sorber un hela-do). En un artículo reciente, con su lenguaje de origen inequívocamente maoísta, Alain Badiou previene contra el error que según él sería consi-derar a la cuestión religiosa como la “contradic-ción principal”, aún en un Estado que sostiene firmemente la sharia islámica (en una versión más bien moderada, hay que decirlo). Entiendo lo que quiere decir –y entiendo además que un francés se preocupe en hacer esas aclaraciones, inmersa como está su sociedad en la “paranoia” antiislamista–, y en buena medida lo comparto. Pero eso no quita que es un factor a tomar en cuenta (y no necesariamente y siempre con sig-no negativo): en todo Medio Oriente, incluyen-do la comparativamente más “occidentalizada” Turquía, la religión es un elemento político (o teológico-político, si se quiere decir así) que no puede menospreciarse. Lo fue casi desde siem-pre: el propio Fromkin que cité más arriba ironi-za sobre los malentendidos fatales a que fueron conducidos los ingleses, durante el proceso de formación del estado turco moderno, al subes-timar ese sustrato amalgamante de la sociedad (o de las sociedades, en este caso, ya que co-mo veíamos conviven una gran pluralidad de estratos étnico-religiosos, aunque por supuesto las “contradicciones principales” sigan siendo las de cualquier formación social capitalista). El mismo Badiou considera también un error que el movimiento se propusiera seguir la vía de “un deseo de ser Occidente”: encomiable exhorta-ción, pero no parece tener en cuenta que justa-mente una de las maneras que potencialmente tendría el movimiento de “no ser” Occidente… es atendiendo a la importancia de la cuestión re-ligiosa. A la inversa, por otra parte, es una cues-tión que no atañe solamente al Oriente: aun si habláramos exclusivamente de lo que se llama “fundamentalismo” religioso, el islámico está le-jos de ser el único; basta pensar en el Tea Par-ty norteamericano, etcétera (en todo caso, es un problema complejísimo, sobre el cual la iz-quierda, reconozcámoslo, acusa un marcado

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retraso teórico; aunque tampoco es imprescin-dible internarse en las eruditas historias del Me-dio Oriente para tener un atisbo: bastaría leer la maravillosa Trilogía de El Cairo de Mahfuz o la no menos estupenda pentalogía narrativa El Quinteto del Islam de Tariq Ali). En fin, pa-ra volver a la plaza Taksim: ya habrá tiempo de discernir, analizar y evaluar el significado de las bases (pues hay más de una) sociales del “movi-miento”. Por ahora, en lo inmediato, prevalece ese sentimiento de alegría contenida pero vital que describí antes, y que –cantitos o no– es muy diferente a lo que se veía en las rabiosas jorna-das de diciembre de 2001 en la Argentina (ya trataré de volver sobre esto). Hay la exaltación de la solidaridad, el compañerismo y la horizon-talidad espontánea y profundamente democráti-co del grupo-en-fusión del que habla Sartre en su Crítica de la Razón Dialéctica (o de la pro-yección del en-sí al para-sí, si se quiere ser más “lukácsiano”). Y, cómo no, la emocionada recu-peración del “común” que está en la base recu-rrente de esa insistencia histórica de “la idea de comunismo” de la que también habla Badiou.

4 Como ya dije, no estuve en Brasil: tengo que conformarme con lo que puedo leer apre-

suradamente. Por supuesto, es una sociedad ra-dicalmente diferente a la turca, se trata de historias y culturas inconmensurables. Sin em-bargo, la tentación de sospechar algunas analo-gías es muy fuerte: en ambos casos el “movimiento” empezó por causas aparentemen-te menores (el intento de construir un shopping en un parque público, el módico aumento del pa-saje de autobús), “síntomas” con un efecto mul-tiplicador pasmoso que llegan al borde del cuestionamiento de todo el sistema político do-minante, demostrando la existencia de un poten-cialmente explosivo malestar “subcutáneo”, y con una notable –y aparentemente espontánea– capacidad de articular el reclamo “municipal” con la lucha política más general. En ambos ca-sos el cuestionamiento fue una reacción contra una represión brutal, desmedida, de las fuerzas de seguridad del Estado. En ambos casos se tra-ta de sociedades capitalistas de esas llamadas “pujantes”, que en la última década acusaron un

sostenido crecimiento económico, con una am-pliación importante de la capacidad de consumo sobre todo en las capas medias, pero al mismo tiempo –y en cierto modo por las mismas razo-nes– con un ensanchamiento descomunal de la brecha entre los sectores más ricos y más pobres: una ecuación inversa entre el volumen de la pro-ducción y la equidad de la distribución de la ri-queza, que suele ser la contracara de los entusiasmos “desarrollistas”, como se sabe (o de-bería saberse): lo del shopping en Estambul, o lo que en Brasil fue percibido como dispendio ex-cesivo en los gastos para el próximo Mundial (¡en el país más “futbolero” del mundo!) en detrimen-to de bienes como la salud o la educación públi-cas, fungen, en este sentido, como adecuadísimas metáforas de aquel deseo de reapropiación de lo común de que hablábamos. En ambos casos el “movimiento” carece de una dirección orgánica, reconocible, unitaria o “hegemónica”, así como de objetivos estratégicos nítidamente definidos. Lo cual no tiene por qué significar a priori (co-mo algunos análisis han sugerido) no se sabe qué cualunquismo “antipolítico”: ¿y si su significado político –“objetivo”, como se dice– fuera precisa-mente el de abrir, o el de hacer ver, un espacio de todavía-no-definición política precisa más allá de la impugnación del “sistema” actual, a la espera de una nueva definición de las lógicas de la praxis colectiva (como es obvio, la izquierda debería estar sumamente atenta a los modos po-sibles de transformar ese todavía-no en un aho-ra-sí)? Es evidente –para señalar otra semejanza entre ambos casos– que la composición mayo-ritariamente juvenil-de-clase-media del movi-miento hace que solo pueda aspirar a devenir potencialmente “revolucionario” si logra aliar-se con sectores combativos de la clase obrera y los estratos más populares (otra tarea para la atención de la izquierda). Pero, ¿significa eso que no es, aún ahora, la expresión indirecta de una renovada lucha de clases? Hace ya tiempo István Mészaros acuñó la expresión confronta-ción oblicua: no porque no estemos ante una abierta confrontación frontal entre las clases puede resultar menos, el actual “acontecimien-to”, algo que contribuya a re-definir el campo de lo político en las sociedades en los que se ha

producido. Resulta notoriamente sintomático que la inmensa mayoría de los comentaristas hayan expresado su inmensa sorpresa ante lo “inesperado” de las acciones de masas tanto en Brasil como en Turquía (si bien habría que re-cordar que, dentro de su lugar “intermedio”, Turquía pertenece al Medio Oriente convulsio-nado desde hace rato: tiene frontera con Siria, está “a tiro de lancha” de Egipto o Túnez, etcé-tera). ¿Por qué sería una sorpresa tan grande, finalmente? Uno está tentado de hablar, un po-co esquemáticamente, de una posición de clase de esa “sorpresa”: desde una perspectiva “revo-lucionaria”, siempre cabe “esperar” (en el doble sentido de estar a la expectativa y de desear) al-go semejante, si bien es imprevisible cuándo, y si, va a suceder. Especialmente si uno alberga el sano escepticismo de no confiar excesivamente en la capacidad (no digo la voluntad) de los go-biernos “progres” o “desarrollistas” para conte-ner la crisis cuando le llegan sus límites. Lo cual viene a cuento de una referencia que hicimos muy al pasar: de ninguna manera son compara-bles estos procesos al “argentinazo” del 2001/2002. Por una sencilla razón –entre otras seguramente más complejas–: el “argentinazo” se sitúa epocalmente al principio de un proce-so de restauración (al cual el propio movimien-to, al no encontrar una salida radical, en cierto modo le dio impulso) del orden burgués en cri-sis semiterminal. Estos movimientos, en cambio (aunque insistamos en todas sus diferencias contextuales), están al final de esas restauracio-nes. “Al final”, digo, en el sentido de que ellas ya han dado –cuando y si lo han hecho– todas las concesiones que podían dentro de los límites de los respectivos “modelos”. Esa experiencia los pueblos ya la hicieron: a partir del nuevo “va-cío” que quizá se abra, tendrán que imaginar otra. Aún cuando en lo inmediato ello no se rea-lizara, habrán quedado las huellas. Que pueden servir de guía para nuevos pasos. Y ya llegará, quizá, el galope.

1 David Fromkin: A Peace to End All Peace. The Fall of the Ottoman Empire and the Creation of the Modern Middle East, New York, Holt, 2009.

“ ...gente que va y viene, se mezclan los viandantes habituales con jóvenes de aspecto universitario que llevan barbijos y bolsitas con limones para protegerse del gas-pimienta de la durísima policía turca...