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LA TEOLOGÍA DEL CUERPO
Profundizando en el legado de Juan Pablo II
ROMA, jueves 20 de mayo de 2010 (ZENIT.org).- Por el interés del tema, publicamos la Lectio
magistralis pronunciada por monseñor Jean Laffitte, Secretario del Consejo Pontificio para la
Familia, en la Facultad de Bioética del Ateneo Pontificio Regina Apostolorum de Roma, el pasado
22 de abril.
La segunda parte de esta conferencia se publicará en el servicio de mañana viernes 21 de mayo.
* * * * *
El cuerpo humano y sus significados
Quisiera comenzar esta intervención mía con una primera observación sobre el título elegido:
“Teología del cuerpo”. Verdaderamente la expresión es paradójica. El discurso sobre Dios, teo-
logía, se refiere a la persona humana considerada en su totalidad y no sólo en una dimensión de
su ser, aquí, el cuerpo. Por tanto, cuando se habla de teología del cuerpo, es necesario entender
desde el principio en qué acepción se entiende la palabra cuerpo. Se trata de toda la persona
humana, considerada en su dimensión corpórea. Hablamos así de un cuerpo animado, cuyos
fenómenos pueden ser estudiados en el campo de varias ciencias: fisiología, anatomía, todos los
sectores de las ciencias biomédicas. No es en este restringido sentido fisiológico como la palabra
cuerpo debe ser entendida en nuestra perspectiva. De hecho, el cuerpo humano tiene otros
significados. En la medida en que hace presente y visible a toda la persona humana, es portador
de valores simbólicos: el cuerpo es la modalidad en la que la persona se hace presente. Cada
persona se deja contemplar en su cuerpo; el cuerpo es único, singular, personal. Es ciertamente
una realidad carnal. Con todo, está animado no de la forma en que un robot estaría animado por
movimientos mecánicos y estereotipados, sino de un modo tal que será en seguida identificado
como el cuerpo de esta persona precisa. En este sentido, todos los cuerpos son distintos, porque
las personas son distintas.
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Si nos queremos limitar a la antropología de San Pablo, como la encontramos expresada por
ejemplo en la primera carta a los Tesalonicenses, donde el Apóstol se refiere al hombre “todo
entero espíritu, alma y cuerpo” (1 Ts 5,23), vemos que una realidad invisible, indicada por los dos
términos “alma” y “espíritu”, sobre los que diremos luego algo, se completa con un dato material,
visible, expresado por la palabra “cuerpo”. Como lo hizo observar justamente Denis Biju-Duval
[1], esta antropología no debe oponerse a la clásica distinción entre alma y cuerpo, más familiar a
los espíritus occidentales. Según este autor, las dos antropologías (alma-cuerpo y espíritu-alma-
cuerpo) han sido opuestas artificialmente, sustantivando los términos semíticos, expresados en la
Biblia en forma de adjetivos: lo espiritual ( pneumatikos), lo psíquico ( psychikos). Las realidades
espiritual y psíquica remiten a la interioridad del hombre, al corazón, lugar simbólico tanto de la
decisión (espiritual) sea de los sentimientos y de la afectividad (psíquica). La interioridad del
hombre se comprende sólo en la tensión con su exterioridad. La carne expresa lo que de algún
modo sucede en el corazón del hombre. Esto es tan cierto que, para designar la realidad interior
del hombre, se usan a menudo símbolos e imágenes inspiradas en la exterioridad (además del
lenguaje espacial, como para el binomio interior-exterior, encontramos elementos orgánicos, el
“corazón”, el “aire puro”, las “vísceras”, o incluso elementos naturales, hablando del corazón como
de una “tierra fértil” o “estéril”, como de un templo”, de una casa, etc.).
Además de esta función de revelar algo escondido, el cuerpo tiene el papel de mediar entre el
hombre y el mundo. Existe una cierta ambigüedad del cuerpo en la medida en que se encuentra
por así decirlo a medio camino entre un objeto recibido (Körper ) y un hecho asumido (Leib), entre,
si queremos, el haber y el ser: “tengo” un cuerpo que me causa sufrimiento o placer, pero al
mismo tiempo, “soy” un cuerpo, de forma que quien ataca o hiere mi cuerpo ataca o hiere a toda
mi persona. Soy mi cuerpo. Mi cuerpo exige naturalmente respeto.
Me parece que las distinciones hechas ayudan a entender que la palabra “cuerpo” es una realidad
compleja. Queda ahora algo que decir sobre el otro término de nuestro título, “teología”.
El cuerpo tiene un valor teológico por tres motivos fundamentales:
- El primero es el hecho de que ha sido querido por Dios y creado por él. Esta observación implica
necesariamente que es portador de algunas finalidades intrínsecas.
- El segundo motivo es que Dios ha elegido el cuerpo humano como mediación para revelarse a
los hombres: es el dato de la Encarnación. El Verbo se hizo carne.
- A estos dos elementos, Creación y Encarnación, debe añadirse un tercero, la Resurrección, que
se refiere al destino final del cuerpo humano; es un dato que especifica la fe cristiana: la
resurrección de los cuerpos. A pesar de su crecimiento, sus sufrimientos, su envejecimiento hasta
la muerte, y su descomposición orgánica, el cuerpo humano está destinado a resucitar. En una
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visión de fe, este dato ha sido acreditado por el acontecimiento histórico fundamental que ha sido
la resurrección de Jesús de entre los muertos. Es sobre la base d este acontecimiento que el
cristiano cree verdaderamente que habrá una resurrección de los muertos; un acontecimiento
fundamental para él y para todos los hombres, que serán integrados a la fuerza del Resucitado.
Podríamos en otro lugar profundizar en el hecho de que la resurrección del cuerpo, lejos de ser
una creencia irracional, se funda al contrario en la eminente coherencia de la fe, expresada en
este campo por el destino común entre el cuerpo de cada bautizado y el cuerpo del Señor
resucitado.
Es imposible fundar una “teología del cuerpo” sin integrar la certeza de la resurrección. Nos ayuda
en este sentido el texto esencial d san Pablo en la primera carta a los Corintios: “El cuerpo no es
para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo. Y Dios, que resucitó al Señor,
nos resucitará también a nosotros mediante su poder (1 Cor 6, 13-14). En el contexto d unaenseñanza sobre el uso equivocado y pecaminoso del cuerpo que es la fornicación, el Apóstol saca
las consecuencias morales de esta forma: “¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de
Cristo? Y ¿había de tomar yo los miembros de Cristo para hacerlos miembros de prostituta? ¡De
ningún modo! ¿O no sabéis que quien se une a la prostituta se hace un solo cuerpo con ella? Pues
está dicho: Los dos se harán una sola carne. Mas el que se une al Señor, se hace un solo espíritu
con él (1 Cor 6, 15-17). En verdad, para ser completos, deberíamos prolongar la lectura de san
Pablo, en particular recordar estas dos ideas secundarias de que el cuerpo es “templo del Espíritu
Santo”, y de que el hombre ya no se pertenece, desde el momento en que ha sido “comprado a
caro precio por el Señor”. El caro precio ha sido el del Calvario, de la pasión y de la muerte de
Jesús en el leño de la cruz.
Para resumir en pocas palabras estos fundamentos de la “Teología del cuerpo”, es necesario no
olvidar ninguno de los elementos apenas evocados: creación del hombre por Dios y por tanto
creación de su propio cuerpo, asunción del cuerpo humano del cuerpo humano por el Hijo eterno
del Padre, resurrección de Jesús y resurrección de los hombres en su persona, presencia del
Espíritu de Dios como en un templo, dando al cuerpo humano una dignidad excelsa.
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[1] Biju-duval D.; La profondità del cuore. Tra psichico e spirituale (Prefacio de J. Laffitte), Effatà
Editrice, Cantalupa (To) 2009, pp. 29-41