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La memoria errante. Una indagación sobre la escritura en
Los planetas de Sergio Chejfec.
José Ignacio Montoya
Abstract
Dentro del corpus compuesto por las novelas que revisan la dictadura, la construcción y
problematización de la subjetividad del sobreviviente siempre ha ocupado un lugar
privilegiado. En cuanto esta figura ingresa en la construcción novelesca como voz
narrativa central, se vuelve ineludible un planteamiento acerca del valor de verdad que
se pretende otorgarle a dicho discurso. En el caso de la novela que nos ocupa en el
siguiente trabajo, Los planetas de Sergio Chejfec, el protagonista es sobreviviente sólo
en tanto ha sufrido la pérdida de su amigo. Establecido el eje de la experiencia y la
capacidad de construir una memoria en relación a la desaparición del otro, el relato se
desenvuelve, desde lo particular hasta lo social minoritario, como un intento de
contornear dicha ausencia, aún en la imposibilidad de lograr una silueta (una memoria)
definida.
Dicho esto, el siguiente texto se avocará a investigar las razones de esta
imposibilidad dentro de la novela, así como su lado eminentemente productivo en el
discurrir de la escritura.
En primer lugar, veremos como la pérdida en tanto experiencia traumática se
plantea como generadora de una percepción ominosa. Lo ominoso freudiano desdibuja
la línea entre lo extraño y lo familiar, entre lo mediato y lo inmediato. Esa línea o
distancia que se desdibuja clausura la posibilidad de construir lo que Vezetti denomina
una memoria justa. Por otro lado, dicha imposibilidad se atiene a una reflexión más
abstracta sobre la relación entre memoria y escritura. El paso que va desde el
pensamiento a la escritura, desde la visión al habla (siguiendo a Blanchot), implica una
búsqueda, una serie de movimientos que rodean lo incierto.
Partiremos entonces de una lectura etimológica del título (πλανήτης: vagabundo,
errante), para aplicarla tanto a la forma en que la escritura construye reflexivamente el
recuerdo, como a los desplazamientos de los personajes y el modo en que su errar
discursivo duplica y complementa aquéllos, en un intento de abordar el cruce entre lo
ensayístico, lo fantástico y lo testimonial que esta novela suscita.
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La gravidez conjetural de la palabra
Para comenzar, podemos decir que la novela que está en nuestras manos pone en
escena dos diálogos filosóficos de índole diversa. El primero, es la conversación
dirigida que se da entre dos amigos, que podemos llamar respectivamente el narrador-
sobreviviente y el narrado-desaparecido. Para definir su estatuto acabadamente,
bástenos el poema El principio de Borges (2007:499):
Dos griegos están conversando: Sócrates acaso y Parménides.
Conviene que no sepamos nunca sus nombres; la historia, así, será más
misteriosa y más tranquila.
El tema del diálogo es abstracto. Aluden a veces a mitos de los que ambos
descreen.
Las razones que alegan pueden abundar en falacias y no dan con un fin.
No polemizan. Y no quieren persuadir ni ser persuadidos, no piensan en ganar o
en perder.
Están de acuerdo en una sola cosa; saben que la discusión es el no imposible
camino para llegar a una verdad.
Libres del mito y la metáfora, piensan o tratan de pensar.
No sabremos nunca sus nombres.
Esta conversación de dos desconocidos en un lugar de Grecia es el hecho capital
de la Historia.
Han olvidado la plegaria y la magia.
El segundo es el diálogo que se da entre la memoria y la escritura, y su cualidad
filosófica tiene que ver con que es a la vez imposibilidad de diálogo, distancia
epistemológica insalvable entre lo vivido y su representación. Sobre la naturaleza de
esta relación dialógica nos explayaremos posteriormente, teniendo en cuenta que es su
raíz problemática la que la define, en oposición a la otra, recordada como apacible y
armónica: “Si hay un estado (clima) dominante en mi recuerdo de esta amistad, es el del
sosiego y la armonía, un núcleo de sentimientos desde cuyo seno se difundía la certeza
de formar algo incondicional y perdurable, pérdida que no recuperé”. (Chejfec
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2010:124) [De ahora en más por cuestiones de practicidad, de citará sólo con número de
Página].
Esa “pérdida” que se nombra es el centro de este trabajo en tanto quiebre que
nos lleva de un diálogo a otro. Pero, más fundamentalmente, es el punto de partida, pues
el diálogo entre los amigos no existe más que como recuerdo evocado a través de la
memoria, y esa evocación adquiere cualidades específicas en relación con la ausencia.
El mandato del sobreviviente
Conviene entonces, más bien, diferenciar ambos términos: la pérdida es el
acontecimiento que motiva una escritura, modalizada esta por la ausencia inherente a
dicho acontecimiento. Sin embargo, son las características específicas de este las que
generan el mandato de escritura.
La manera más acertada de referirse a lo social en este caso es través de lo
minoritario “Con M sentíamos un abismo de distancia hacia las multitudes; quizá se
debiera a nuestra condición, habitantes naturales de las minorías”. (217) Pero más allá
de esa minoría “natural” que es el judaísmo, también ejercían esa otra minoría más
abstracta, la del escepticismo. Frente a la multitud argentina por antonomasia, es decir la
peronista, el narrador declara: “la multitud inspiraba en nosotros más simpatía que
desconfianza y más incredulidad que fascinación (…) Pero a la vez uno soñaba con
adherirse a esos mares vigorosos (…) plegarse a las corrientes y flotar sin
preocupación por la verdad”. (217)
Ese anhelo puede tipificarse como la inevitable nostalgia del escéptico, que sin
embargo, no deja de ejercer su particular forma de caminar, de bogar: “Como los
barcos, M y yo poseíamos una línea de flotación hecha de silencia, el rugor y la
suavidad de las cosas, sobre las que bogábamos con la fatiga disciplinada de los
caminantes.” (216)
En lo social minoritario, entonces, la desaparición de M produce un efecto
similar en todos los allegados a su persona que podemos detectar en la novela, es decir
en sus padres y en su amigo del barrio “Sito”, además del narrador. La caracterización
de dicho efecto tiene lugar luego de una conversación entre Sito y el narrador,
sucedánea de un encuentro casual en la calle que se produce dentro de lo inmediato
(“pocos meses atrás”, (131)) al presente post dictatorial de la narración. En dicha
conversación no se menciona a M, a pesar de que este fuera el amigo en común que le
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da sentido al encuentro. El narrador interpreta, lee este silencio, y lo dota de una
identidad particular:
“…advertí otra cosa: el motivo de nuestro silencio radicaba en que la
desaparición de M era un hecho excesivo. Voy a demostrarlo con un ejemplo.
Podemos suspirar de varias maneras según distintas circunstancias. Conocemos
muchos tipos de suspiros (…) pero nunca el de exceso (en tal caso lo que se
produce es el silencio: las personas callan ante lo excesivo; es el silencio de
exceso). (…) el exceso nos quita el habla: no queremos gritar, sino borrarnos,
desaparecer, morir. Tanto Sito como yo, me dije al cruzar Chile, no estuvimos
preparados para conocer el destino de M; los hechos dejaban entonces una
estela demasiado espesa y duradera, resistente a la asimilación. (149)
Ese entonces nos remite al cronotopo de la dictadura, pero esa estela
inasimilable guarda una continuidad en la ausencia que extiende las consecuencias del
hecho, la fatalidad de la ausencia, a un presente perpetuo:
“Desde la ausencia de M no sólo yo, sino también varis otros, residimos en un
presente plano, desagregado de la realidad, dentro de un territorio cuyas
fronteras si existen son imprecisas (…) De este tiempo liso y transparente me ha
resultado imposible liberarme; allí divago, transcurro, recuerdo y adivino a M.”
(277)
Podemos leer estas consecuencias, siguiendo a Musitano, a través del concepto
de muerte extendida, en tanto “comprende los efectos disolutorios que generan los
crímenes no castigados” (2009:76). A la impunidad se suma la falta de ritos, con lo que
se constituye una mala muerte, que “no ayuda para que sea efectiva la separación entre
los vivos y los muertos, ni tampoco para que los sobrevivientes (…) dejen es estado de
dolor constante.”
La mala muerte es entonces la que abre camino a la percepción ominosa de la
realidad, primera característica de la figura del sobreviviente que queremos delinear. La
segunda es la extensión a perpetuidad del duelo, y la tercera, el ejercicio de la escritura
como testimonio de dicho duelo: “Una fidelidad a su recuerdo me lleva a escribir.”
(123).
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Sin embargo, no podemos acabar de entender a este sobreviviente si no llevamos
la situación hacia el lugar particular, íntimo, de la amistad. En ese lugar, al que ya nos
venimos acercando a través del poema de Borges, y la fatiga disciplinada de los
caminantes, se establece entre la combinación de ambas identidades un momento de
armonía soberana, de plenitud, y una de las tantas figuraciones de este encuentro pleno
que pueden rastrearse en la novela, nos lleva a pensar en el “instante soberano”
teorizado por Bataille: “También recuerdo que por un momento (un momento con una
sensación particular, que perduraría) ese encuentro real, porque estábamos los dos
frente a frente, pero a la vez imposible, fue capaz por un instante de trastornar la
geografía”(129).
Esta categoría-sensación de lo imposible pero cierto, que por tanto se relaciona
con lo milagroso y lo sagrado, que se racionaliza a través una alusión fundante a los
planetas, es la que le da un estatuto específico a la pérdida. El narrador ha sufrido la
experiencia de la desaparición de aquél que completaba radicalmente su existencia:
“A veces pienso que andamos por la ciudad como planetas, siguiendo una
trayectoria individual y con una misma posición relativa navegamos según
dibujos uniformes. Pero los planetas no se mueven así -lo corregí-, en todo caso
serán las “estrellas”, los “astros”. (…) Así, el movimiento aparente de aquello
que está en el cielo y que de manera genérica llamamos estrellas se convirtió,
por obra de la casualidad, en clave y emblema de nuestro vínculo: pese a los
vacíos y distancias que pudieran producirse (…) entre los dos, siempre habría
una influencia recíproca”. (130)
La imposibilidad de una memoria justa.
Los efectos de la “mala muerte” como configuración colectiva se anudan a esta
sintonía íntima en la pregunta por si esta relación continúa ejerciendo sus influencias
después de la desaparición de M: “al no haber lugar alguno donde asignar su
presencia, o sea su cuerpo”, el narrador tiene la certeza de que su amigo intervino en la
conversación con Sito “como si verdaderamente fuera capaz de estar en cualquier
lado” (149).
Estar en cualquier lado, como una aparición, estar a cualquier distancia como un
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recuerdo que a veces acompaña y otras golpea cruelmente la existencia. La distancia
que la memoria traza entre lo recordado y el presente es lo que Vezetti (2007:93)
trabaja en su concepto de memoria justa: “una rememoración que incorpora los
sentidos del pasado a un presente vivo requiere una distancia justa: ni fusionada ni
fracturada respecto del pasado”. Antes, el crítico había desestimado el concepto de
trauma psicológico, en tanto que “se ha usado y abusado del concepto de trauma para
pensar en los efectos de los crímenes masivos. Pero es obvio que no toda memoria de
crímenes, de catástrofes, es traumática o permanece traumática” (Vezzetti 2007:89).
Por otro lado, el concepto de memoria justa se centra en el costado político de la
memoria, en tanto deber testimonial en beneficio de una construcción democrática de la
justicia.
Habiendo explicado lo anterior se comprende que no nos interesa hablar de
memoria justa en esta novela, si no de las razones de su imposibilidad: en el caso de la
experiencia de nuestro sobreviviente, la memoria permanece traumática y como tal es
incapaz de fijar la distancia justa que haría político su contenido (en el sentido que
explicitamos arriba). Por esto mismo la locución “presente vivo” carece de sentido
dentro de la lógica de la novela. El presente se dibuja mucho más cercano a lo
fantasmal, al vacío y al tedio, más cuando el recuerdo de la experiencia traumática se ve
afectado por el paso del tiempo que induce inevitablemente al olvido. Más aún, en
cuanto ese olvido se problematiza y se descubre la variedad de categorías disfóricas y
oscilantes que se reconocen atribuidas a él:
“Muchas veces decimos olvido cuando en realidad estamos diciendo angustia,
amnesia, desconfianza, temor, desapego, distracción, duda, cansancio, omisión. Dentro
de esta breve gama de sentimientos oscila mi ánimo, cuando en ciertas ocasiones (…)
me siento incapaz de atribuirle a M algún rasgo manifiesto, aunque sea mínimo: un
rasgo, gesto o mueca, un pasado, familia, afecto, etcétera.”(157)
El estilo y la búsqueda
Analicemos la cita anterior, el narrador lee su propio olvido y lo reconoce como
algo diferente a la mera pérdida de un recuerdo. En el olvido pueden juntarse las
consecuencias más extremas del trauma (amnesia), la mentira que proferimos a los
demás (omitimos pero decimos que olvidamos), la duda que no es recuerdo ni olvido, el
temor que lo suscita o nos obliga a emprenderlo como una tarea. También estamos
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diciendo la angustia que nos impone el olvido como incapacidad, mínima (recordar un
gesto en particular) o total (figurarse un pasado, en general).
Esta manera de descomponer lo que se supone que es olvido se extiende a todo
lo narrado. La situación del narrador, lo difícil de su tarea de reconstrucción, lo obliga a
adquirir de una vez y para siempre una retórica y una forma de utilizar y sospechar del
lenguaje.
La imposibilidad de estabilizar las distancias del recuerdo, tiene que ver también
con una cualidad, o una falta de cualidad del lenguaje, del pensamiento reflexivo. La
distancia permanece por siempre sinuosa, el recuerdo debe ser rodeado, el narrador va
buscando el contorno de la figura de M, pero sabe nunca va a poder definirlo
acabadamente porque “hablar, no es ver” (Blanchot 2008:61). La territorialidad que
caracteriza a la amistad trunca, y a la que le sienta bien toda referencia deleuziana, no
hace más que figurar y agravar este conflicto. Los recuerdos llegan como visiones, es
decir como un conjunto de distancias diferenciales, o un mapa de intensidades, “que
captan inmediatamente a distancia y por la distancia” (Blanchot 2008:65): “Frente a
nuestros ojos se despliega un hecho, que intentamos develar en mano porque aparece
bajo la forma de paisaje; siempre habrá una decepción, tal como con los ruidos,
demasiado fuertes o demasiado débiles para nuestra conciencia”. (125). La decepción
y el desequilibrio que frustran la develación tiene que ver con la naturaleza misma de la
búsqueda. Para esclarecer esa naturaleza Blanchot recurre a la etimología: “Encontrar
es contornear, dar la vuelta, ir en torno a [verbo sin complemento]. Encontrar un
canto, es contornear el movimiento melódico, hacer que dé vueltas, que ande.”
(2008:61)
Ese mismo contornear, una vez que escapamos a la idea de circularidad, nos lleva a la
idea del errar, el errar que está en el origen de la palabra planetas, con lo que sin dudas
seguramente hace un guiño erudito al escribir esta redundancia “errábamos como
planetas” (178). La única acción es la de errar, y a cada desplazamiento territorial va
acompañado un desplazamiento de la conciencia siempre basado en la contemplación,
no en la acción. “Los hechos no nos afectaban, pertenecían a un orden no sólo ausente
sino abolido, se desvanecían pocos metros antes de alcanzarlos.” (178) La cita anterior
se corresponde con las aserciones de Blanchot (2008: 63): “Probablemente error sea
esto: ir fuera del encuentro”; y “el error y el habla están en familiaridad”. Nosotros
agregamos, el error y el habla se alejan de los hechos, rodeándolos, evitándolos.
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Y si lo decimos es porque Chejfec nos acompaña: “La escritura representa el
orden que mejor asume el error, e incluso la simulación, convirtiéndolos primero en
azar y luego en fortuna” (122). El error que no puede aprehender el paisaje recordado, y
la simulación que intenta subsanarlo, entran en la lógica del azar, y la lectura (la del
narrador sobre sus propios recuerdos, la del lector sobre la novela), encuentra la fortuna
en el azar.
Lo fantástico conjetural
Los planetas como ejercicio de escritura asume muy bien tanto el error como la
simulación. Ya hablamos del error, y lo conectamos con el errar territorial e imaginario,
con el habla contemplativa en oposición al hacer (podemos especificar este hacer como
militancia política, pues sin duda esta es la dimensión polémica más fuerte de tal
oposición), y con la búsqueda que rodea o se desplaza lateralmente en relación a su
centro. Dijimos, el error la consecuencia inevitable del intento de develar un recuerdo
que se vislumbra como paisaje.
Ahora bien, la ausencia de M radicaliza la imposibilidad de aprehender el
espacio del recuerdo, la ciudad, el cosmos donde erraban los planetas: “El espacio, esa
acotada ciudad habitual donde nuestra identidad recíproca se ponía de manifiesto, una
vez que faltó M acabó borrado” (124). Este borramiento precariza aún más las
posibilidades del lenguaje, y explica la aparición de otro recurso que el diálogo
filosófico entre la escritura y la memoria: la simulación, el simulacro, la historia.
Las historias que se intercalan con el resto del texto, pueden ser leídas como
estrategias discursivas para decir de nuevo, o decir de otra manera, lo que no se puede
definir ante el exceso que siempre supone esta ausencia: ¿Existió M? Sí, respondo.
¿Pero cómo fue su paso por la vida? Todo es conjetural, razono, cuanto más pasa el
tiempo menos lo sé. Y esta ignorancia no tiene relación con el olvido, aunque lo
llamemos así, ni con la duración de la ausencia, sino con el exceso de ella”. (156)
El narrador convive con la fragmentariedad de sus recuerdos, y se repite su
incredulidad frente a la ausencia. La repetición el tiempo labiliza el contenido de verdad
de las palabras e invierte las causalidades lógicas: “suceso e incredulidad se enrocan,
intercambian así sus planos como si no lo puedo creer fuera el hecho y la desaparición
de M la forma verbal que lo interroga”. (207)
Ante la impotencia de la errancia y los trastornos de la repetición “(porque como
se sabe la repetición no simplifica, al contrario, trastorna.)” (137), las historias a
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parecen como un nuevo interpretante, del exceso y lo ominoso que instala la pérdida:
“esta mezcla entre lo familiar y lo extraño, pienso, fue el primer resultado del trabajo
incansable de la ausencia de M. Lo familiar admitía lo extraño, y lo extraño se
apropiaba de lo familiar.”(38)
Esta primera modalización de la percepción afecta por supuesto a la escritura y
hace posible pensar en la aparición del fantástico, en tanto este “ha funcionado
genéricamente como signo cuya función semiótica es interrogar(se) acerca de los
modos y rupturas del orden natural y social en las prácticas cotidianas que le
conciernen. La experiencia multiforme de la realidad resquebraja la solidez de lo
empírico (…), generando un malestar que se expresa en lo fantástico. (Arán 1999:30)
Leemos entonces algunas de estas historias como escenificaciones de lo
ominoso, que a la vez son ejemplos del fantástico. En particular, es elemental la historia
sobre Grino, que abre el texto, y que introduce justamente, la idea de lo fantástico, como
un desquiciamiento del razonamiento en el que, a través del sueño, la concatenación
causa y efecto se vuelve asimétrica y existen “más causas para los mismos
efectos”(11). A las causas racionales, pueden sumarte otras más inciertas, oníricas,
espirituales (el desaparecido como aparición que influye en la realidad, del que
hablábamos al principio), y entonces la realidad cobra una dimensión siniestra, que hace
posible lo que resulta increíble: la desaparición del amigo, o el descubrimiento de un
baúl lleno de ratas en el medio de una búsqueda absurda (202).
Para concluir, podemos exaltar que esta dimensión siniestra de la realidad no es
otra cosa que el hemisferio de sombra de los planetas, el cual trastornado por un
acontecimiento trágico trazó un vínculo ambivalente, a través de lo ominoso y su
malestar, entre la realidad y el sueño, lo familiar y lo extraño, el espacio y su
desciframiento.
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Bibliografía citada
-BORGES, Jorge Luis. Tomo III; Obras completas. Emecé. Buenos Aires. 2007-CHEJFEC, Sergio. Los planetas. Alfaguara. Buenos aires. 2010-MUSITANO, Adriana. Poéticas de lo cadavérico. Comunicarte. Córdoba. 2011-VEZZETI, Hugo. La memoria justa: política e historia en la Argentina del presente. En Problemas de historia reciente del Cono sur. Prometeo. Buenos Aires. 2010-BLANCHOT, Maurice. Hablar, no es ver; La conversación infinita. Arena libros. Madrid. 2008.-ARÁN, Pampa. El fantástico literario. Tauro. Madrid. 1999