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HAKUMANA: ESTAMOS JUNTOS
INTRODUÇÃO
Todo comenzó un día que fui convidada a participar de aquellas reuniones. Se trataba
de la comisión de HIV-SIDA de la conferencia de religiosas y religiosos de Moçambique.
O sea, un grupo de consagrados interesados en hacerse presente en el mundo de las
víctimas de la pandemia. Como Iglesia, urgía un gesto de solidaridad. Ellos llevaban ya
un año trabajando a nivel de prevención, ofreciendo cursos de formación e
información sobre la enfermedad y su impacto social. Llegado cierto momento,
sintieron que había que hacer algo más. Faltaba identificar el qué y el cómo.
Llegué ese día. Fue en Marzo del 2006. Apenas llevaba unos meses en Maputo y vivía
en la casa de las Hermanas Misioneras de la Consolata. Se encontraban unas 6
personas, uno despidiéndose a causa de transferencia; otros dos se ausentarían por
uno o dos años para realizar estudios fuera de Moçambique. Hacía apenas unas
semanas que asistimos a un diálogo entre el Presidente de la República y los líderes
religiosos sobre la enfermedad, su rápida propagación y el qué hacer para mitigar el
impacto. El punto más fuerte de la reunión, de hecho, era comentar sobre ese
encuentro e intercambiar opiniones acerca del nuevo rumbo que debía tomar la
comisión.
Se percibía que entre los miembros de la comisión existía buenas relaciones; no
obstante, no conseguían ponerse de acuerdo sobre qué hacer, por dónde caminar.
Alguien dijo: “hace falta un contacto directo con los afectados; hasta el presente
hemos hablado mucho sobre ellos, pero no hemos hablado con ellos, ni hemos hecho
nada para beneficiarlos directamente”. Otro era de opinión de que debíamos abrir una
oficina de asistencia social y orientación para acompañar los enfermos. Decían que ya
había asistencia médica y subsidio de medicamentos en los centros de salud, pero que
las personas necesitaban dialogar con alguien sobre su condición y recibir apoyo de
tipo psicológico y socio económico. Después de unas dos horas de debate, salimos de
allí con la asignación de traer sugerencias concretas para el próximo encuentro.
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Yo me tomé bien en serio el asunto. Dediqué mucho tiempo a pensar y orar sobre qué
hacer y cómo en beneficio de los afectados e infectados por el SIDA en la Ciudad de
Maputo. Desde el principio supe que formaba parte de mi misión. Mi llegada a
Maputo, a la CIRM CONFEREMO y a la comisión del SIDA en ese momento no era
casualidad. El problema me implicaba, me concernía y me comprometía
profundamente. En principio había llegado a Maputo para dirigir el Instituto Superior
María Mãe de África; sin embargo, sentía fuertemente una urgencia de responder a
este otro asunto. Me atraía fuertemente. No conseguía desligar de mí el interés por el
tema. Bebía todos los artículos sobre el SIDA que encontraba. Sabía que me tenía que
preparar y no perdía ocasión para hacerlo.
El día de la siguiente reunión de la comisión de HVI SIDA de la CIRM CONFEREMO, nos
encontramos con que el grupo se quedó reducido a 5 persona. Esto trajo otra gran
preocupación: buscar nuevos miembros. ¿Cómo? También, al parecer nadie hizo la
asignación, con excepción de mí, pero no me atrevía a sacar mi extensa reflexión de
unas 10 páginas A4. Me quedé callada, escuchando y olfateando el ambiente. Decidí
esperar el momento oportuno para presentar mi propuesta.
De regreso a casa, Janete comentaba que se sentía preocupada, pues la reunión no fue
próspera y el grupo se había reducido considerablemente. Yo me limitaba a escuchar y
sentía dentro de mí que en algún momento esa historia se revertiría.
Entretanto, la vida continuaba y yo debía dedicar tiempo a conocer el Instituto
Superior María Mãe de África. Había viajado de Nampula a Maputo para tomar cuenta
de ese Instituto y debía substituir a la actual directora. La cosa no iba a ser fácil. El
Instituto, aunque pequeño, era complicado. Y, complicada era la situación financiera y
organizacional. Por lo que me percataba, la dirección había mimado mucho el
Instituto: los profesores, los alumnos, la planta física, pero urgía promover cambios
que augurasen el futuro desarrollo a nivel pedagógico y financiero. Una nueva política
organizacional debía implantarse y por lo visto, serían muchos los obstáculos a
ultrapasar.
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De hecho, los conflictos no demoraron en aparecer: algunos profesores, de los más
antiguos se resistieron a las reformas, se cuestionaban el porqué dejar el Instituto en
manos de una persona que llegaba nueva. Sentía que me miraban con recelos e
interrogantes. Me encontraba en una situación en la cual debía ganarme a las
personas y conquistar el terreno de a poco. Sabía que la paciencia no figuraba entre
mis virtudes y esto demandaba de mí doble esfuerzo. Era consciente que debía
provocar modificaciones y que estas se traducirían en sufrimientos para mí y para
otras personas, pero no podía dejar de hacerlo, costara lo que costase.
Por otro lado, me encontraba en proceso de cambios a nivel personal. Había viajado
sola. Estaba hospedada en la casa de las hermanas de la consolata, pero ya llegaba la
hora de encontrar casa para que mis hermanas pudieran venir conmigo. Debía dedicar
tiempo a procurar y de hecho, caminé y caminé por todo Maputo; salía del trabajo y
me dedicaba a buscar. Así estuve dos meses, hasta que di con una que respondía
mínimamente a nuestras necesidades. Fue un alivio cuando, finalmente, conseguí
alquilar y acomodar nuestra casa. Me ofreció un poquito más de seguridad. Lo
necesitaba; en medio de tantos desafíos, necesitaba sentirme fortalecida por el
ambiente mercedario, aunque ese ambiente tan querido y peculiar era preciso
construirlo en esta nueva realidad. Fue así que una hermana y dos vocacionadas
vinieron y constituimos una nueva comunidad. También conseguimos un perrito, que
aunque resultó una tormenta, nos ayudó a crear ambiente hogareño. Todo comenzó al
mismo tiempo: nuevo trabajo, nueva comunidad y la gestación del Centro Hakumana.
Finalmente, en una de las famosas reuniones abrí mi libreta y presenté mi propuesta:
un centro de acompañamiento y asistencia a nivel de integración social, psicológico,
salud, legal y espiritual. Alguien opinó que era ambicioso de más. Bueno, se puede
comenzar por alguna dimensión y luego se van agregando otras poco a poco, opinó
otra persona. Así comenzó el debate y las opiniones y los enredos. Alrededor de esta
discusión estuvimos no sé cuántas reuniones. Yo no tiraba el pie de la idea, insistía
suavemente en ocasiones, con firmeza otras, jocosamente en otras, pero insistía.
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Janete también se unía y día a día sentía su sintonía, como si supiéramos de antemano
que la vida nos unía en una misma misión: difícil, urgente, pertinente y apasionante.
En otra de las reuniones discutimos sobre el nombre que debía tener el tal centro de
acompañamiento. Surgieron no sé cuántos. Janete hizo alusión a la parábola del buen
samaritano y la frase: “Toma cuenta de él, cuando yo vuelva pagaré lo que deba.”
Entonces llovieron propuestas de nombres hasta que alguien dijo: “Centro Estamos
Juntos”. Otra persona opinó: “Es mejor un nombre en la lengua nativa”(Ronga o
Changana). Otro dijo: “¿Cómo se dice estamos juntos en ronga?” y luego de consultar
con un nativo, salió el nombre: HAKUMANA (Estamos Juntos). Aquí está, desde lo más
profundo de mí lo reconocí, como si lo tuviera estampado en algún lugar recóndito de
la conciencia y del corazón, esperando el momento propicio para salir a la luz.
Otro asunto que dio mucho trabajo fue encontrar en dónde abriríamos el centro. Hasta
solicitamos los servicios de una agencia inmobiliaria para ayudarnos a procurar un
lugar apropiado. En esta altura, nuevos miembros ingresaron en la comisión, entre
ellos, la Hna. Isabel Méndes Gómes, concepcionista al servicio de los pobres, quien
futuramente sería la administradora del ISMMA y Hakumana. Juntos visitamos muchos
lugares disponibles; ninguno parecía responder a las expectativas. Un día, después de
agotadas no sé cuántas, opinamos: “vamos a construir aquí en el terreno de la CIRM-
CONFEREMO”. Otro cuestionó: “¿Será que nos autorizarán? ¿Será que conseguiremos
dinero?” Yo dije: “el almacén viejo puede ser aprovechado”. Otro dijo: “es muy
pequeño". Y así pasamos no sé cuántas reuniones opinando, discutiendo, rebatiendo.
Finalmente, después de luchar para conseguir la autorización del Consejo Permanente
de la CIRM CONFEREMO, nos fue autorizada la utilización del viejo almacén para el
Centro Hakumana. Fue interesante la reacción de algunos religiosos en la asamblea de
la CIRM CONFEREMO-2007, donde presentamos el proyecto a través de un power
point artísticamente confeccionado. Parecía como si los superiores mayores se
sintieran aturdidos por causa del surgimiento de otro proyecto.
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Aún viendo la urgencia de una respuesta al problema del HVI SIDA en Maputo, como
conferencia de religiosos, no de forma aislada, les costaba asumir otra actividad.
Alguien dijo: “Todo bien, los que soñaron, que lo realicen”; otros dijeron: “Vamos dejar
la inspiración continuar, si es de Dios, perdurará”. El presidente de la Conferencia, en
un intento de neutralizar el impacto que ocasionó algunos de los comentarios se
expresó en forma de aprobación, manifestando que era necesario abrirnos a los
nuevos soplos del espíritu. Una luz de esperanza se encendió. Un camino a trillar con
sangre y sudor se abría para la comisión de HVI SIDA de la CIRM CONFEREMO.
Ahora el problema era encontrar dinero. Comenzamos a enviar proyectos a todos los
lugares posibles. Nada parecía acontecer… hasta que recibí la feliz noticia de que mi
Congregación, Mercedarias de la Caridad, aprobó el proyecto y nos enviaban 10.000,00
dólares, además de otro dinerito para comprar una fotocopiadora para la biblioteca
del ISMMA. Luego, con intervalo de unos días llegó la noticia de que las Misionarias de
la Consolata (Congregación de la Hna. Janete) enviaban otros 10,000 euros. Más tarde,
las hermanas de la Consolación se hicieron presente con otro donativo: esta vez de
16.000 dólares. Así, ya teníamos para la restauración y los anexos: cocina y quiosko
techado (comedor). No perdimos tiempo, nuestro albañil (Jorge) comenzó a poner
manos en la obra.
Antes de concluida la restauración, adquirimos algunos muebles: mesa con 10 sillas,
otra mesa pequeña con cuatro sillas para el comedor de los funcionarios, un
computador para la secretaría, tres mesas de computador, dos sillas, dos escritorios de
oficina, sofá y butaca, un televisor con video, una camita de niño, una estufa eléctrica
para cocinar y una nevera. Esos artículos del hogar los obtuvimos aprovechando el
traslado repentino de una cooperadora de una ONG radicada en Moçambique. El
ISMMA, por su parte, cedió 13 mesitas pequeñas con sus respectivas sillas para la
formación de los beneficiados; el resto, fueron donaciones realizadas por las ONG
Trocaire, África Directo, Aparf y la comunidad autónoma de Alcobendas (España).
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El sueño parecía estar a tomar forma. En esta fase, a pesar de las dificultades,
exultábamos de alegría. Ningún sacrificio nos incomodaba. Disfrutábamos del proceso
porque intuíamos que algo acontecería en beneficio de estas personas que tanto
sufrían y necesitaban apoyo. Estamos juntos era la palabra que queríamos pronunciar
a través de nuestros gestos. No sabíamos bien todos los recodos del camino que
debíamos atravesar, pero estábamos dispuestos a arriesgar.
La voz de Dios era como llama ardiente que quemaba por dentro. Esa voz la
escuchábamos en cada una de las personas que se acercaban procurando consuelo,
comida, medicamentos. Sin embargo, queríamos ofrecer algo más: esperanza, amor,
fe, dignidad, respeto, consideración, espíritu de lucha y superación, entre otras cosas.
Nuestro lenguaje en un principio era tenue, tímido, algo inseguro; con el correr de los
días, semanas y meses se fue tornando contundente, seguro, arriesgadísimo… Dios nos
hizo objeto de “su presencia desafiadora”, para que fuésemos “compañía arriesgada”
en favor de nuestros hermanos. Nos poseyó, arrebató y lanzó a decir de múltiples
formas: “Estamos Juntos”. El único mérito nuestro en toda esta historia es haber
escuchado su voz y el haber permanecido firmes en la misión encomendada, a pesar
de los obstáculos y dificultades.
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MÍSTICA Y SERVICIOS PRESTADOS
HAKUMANA: “Estamos Juntos” (Lc. 10,25-37)
Desde que fue concebido el proyecto Hakumana nos iluminamos en la parábola del
buen samaritano, que según mi opinión debería llamarse del “buen caído”, a juzgar
por los beneficios que trajo al samaritano, al posadero y a todos los que tuvieron la
suerte de intervenir en el proceso de levantar al caído. Ciertamente, beneficios de
orden humano y espiritual, no monetarios. Es exactamente lo que acontece en
Hakumana día a día. Veamos los puntos nucleares que delinean su mística y los
servicios prestados.
Para comenzar, yendo a la fuente bíblica, el relato del buen samaritano comienza
refiriendo que “un maestro de la ley” quería poner a prueba a Jesús preguntándole:
“¿Qué debo hacer para conseguir la vida eterna?”. Jesús le responde haciendo alusión
a lo que está escrito en la Sagrada Escritura: “Amar a Dios y al prójimo; haciendo eso,
vivirás”. No conforme con la respuesta, todavía tuvo la osadía de preguntar: “¿quién es
mi prójimo? De ahí, Jesús construye un relato fascinante, con el objetivo de describir
qué significa ser prójimo, cómo ser prójimo, por qué debemos ser prójimo; no sin
antes advertir que el saber ser prójimo no depende de conocimientos, ni categorías, ni
de afinidades por raza u otras condiciones (sacerdote y levita); es una cuestión de
apertura del corazón a la humanidad. Es prestar el propio corazón para amar en
nombre de Dios y a la manera de Dios, así como Dios nos ama.
De plano se nos deja claro que amar a Dios y al prójimo es un mismo acto. No es
posible separarlo. Desde que Dios se encarnó y se unió místicamente a la humanidad,
por medio de su hijo Jesús, fue superada la visión dual de Dios vs. Humanidad. Por
eso, la vida está ahí en el cierne de esa unión. De hecho, se nos dirá, a través del
apóstol Santiago, que quien dice amar a Dios y odia su hermano, es un mentiroso. Por
eso, en el asunto del amor no puede haber medias tintas: o amamos, u odiamos. Quien
no ama, odia. Y el amor de Dios está en nosotros cuando somos capaces de hacer el
bien en beneficio de nuestros hermanos.
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La indiferencia es una de las formas más perniciosas de odiar; otras formas son: la
venganza, el egoísmo, la envidia, entre otras.
En el relato del buen samaritano hay un gesto de entrega incondicional, generosidad
ilógica; no hay un diálogo previo entre el hombre caído y el samaritano. La humanidad
caída, representada en el indigente, es palabra viva audible para aquel que ama. Es la
voz de Dios encarnada. Se trata de la humanidad, la obra máxima del creador, su
propia carne y su propia sangre caída, derramada. Es un acto sacrílego, la obra de Dios
vertida como si fuera bazofia en el camino de la vida. Reponer, devolver la dignidad es
evidencia de “amor a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo”; y no
sólo a ese hombre caído, sino en él, a toda la humanidad.
Ser prójimo es reconocer en la piel del hermano nuestra propia humanidad y supone
un compromiso SAGRADO de conservación y cuidado. Tratar la humanidad con el
mismo cariño y devoción como fue tratada por Dios en el momento de la creación. Es
aceptar que nos fue dada la vida para reverenciar al dador de la misma en un acto
perenne de participación en su misterio de amor.
El samaritano no perdió tiempo, con presteza hizo lo que tenía que hacer: curar,
remediar, consolar, cuidar, proteger. Utiliza los elementos que se encuentran a su
alcance para rescatar al caído de las garras de la muerte, de la indiferencia de los que
por allí pasaron sin hacer nada, del abandono impiedoso. Con aceite y vino celebra en
el altar de la vida, ungiendo las heridas del caído con aceite que da fortaleza para los
avatares del camino y vigorizando con vino de amor: sangre preciosa de Cristo que
redime y salva.
Transportado en el lomo de un animal de carga lo lleva hasta una posada y,
representado en el posadero, hace partícipe a otros del misterio revelado: el amor de
Dios que fluye de las “heridas abiertas del caído”; este amor impregna el alma de
quien cura, consuela y cuida. Es así como Dios manifiesta que nos ama, suscitando
amor, obligándonos a ser amor para los otros, todavía siendo retribuidos
misteriosamente por medio de ese amor ofrecido.
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Transformado tras la experiencia de ser “prójimo” encuentra coraje para continuar a
“tomar cuenta” del caído, aún cuando tiene que continuar el camino y de momento no
posee todo el dinero necesario: “cuídalo y si gastas más, yo te lo pagaré a mi vuelta”.
Ahora el corazón está poseído por un amor inusual; levantar al hermano se vuelve una
pasión. No se puede ser más indiferente. Ser prójimo dinamiza y da sentido a la vida. El
samaritano se experimenta profundamente unido a la suerte del que antes estaba
caído: “Es él, pero podría ser yo”. Es la misma humanidad; es el mismo barro y un
mismo alfarero.
Es así como el “prójimo” se convierte en contexto de encuentro con el Señor de la
vida. Al final, el caído levanta, el herido cura, el despreciado confiere dignidad. ¿Quién
era ese caído a no ser el mismo Señor Jesús que más una vez se aproxima para
rescatarnos? Ahora se percibe al caído como un templo de carne y hueso que atesora
el misterio del amor redentor. ¡Ahí está Dios! Su presencia es real. El caído se
transforma en sacramento de salvación. “Haz eso y vivirás”.
Nosotros los religiosos se supone que seamos expertos en los asuntos de Dios.
Deberíamos tener un olfato fino para descubrir al Dios que amamos y decimos seguir
con tanta devoción allí donde se encuentre. Pero, la verdad del caso es que esto no
siempre acontece. Muchas veces nos enfrascamos en nuestras vidas programadas y en
nuestras actividades ritualistas y pasamos de largo ante tantas “llamadas”. Luego
decimos que dedicamos espacios suficientemente prolongados para encontrarnos con
Dios, siendo nosotros quienes le ponemos hora, lugar y la Palabra a ser pronunciada al
mismo Dios. Y, no siempre estamos abiertos para dejarnos sorprender por Él, que por
el hecho de ser vida en esencia es siempre novedad, retoño, rebrote, capullo, pitón,
siempre nuevo y nunca repetido.
Hakumana: Estamos juntos, pretende ser un centro abierto para dar “posada” a los
caídos y ayudarlos a restituir su dignidad flagelada. De manera especial, acogemos a
las personas portadoras de HVI SIDA o a los afectados por esta situación, aún cuando
estamos abiertos a otras vulnerabilidades. Es lugar de encuentro con la propia
humanidad en la carne del caído. Es experiencia de salvación; participación en el
misterio de la redención.
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Nuestro objetivo es ofrecer una respuesta integral, a partir de un centro poli funcional
para infectados por el HIV/SIDA y otras situaciones de vulnerabilidad, en la Ciudad de
Maputo, funcionando desde el Instituto Superior Maria Mãe de África (ISMMA) en
coordinación con otros Centros e infraestructuras ya existentes; si posible, uniendo los
miembros de las Congregaciones Religiosas radicadas en Moçambique en un mismo
servicio.
Consideramos beneficiarios potenciales a todos los miembros de las Comunidades
circundantes, en la Ciudad de Maputo, dando prioridad a quienes necesiten de
información, formación, orientación o acompañamiento frente a la problemática de
HIV-SIDA e otras vulnerabilidades sociales. Se estima una participación diaria de 50
personas.
Se pretende trabajar en dos frentes: desde una perspectiva personal, ayudando a
comprender el fenómeno de la pandemia o el impacto socio económico de otras
vulnerabilidades; así como las posibilidades de responder con creatividad y autonomía,
ofreciendo herramientas para su concretización. Por otro lado, se pretende acompañar
los beneficiarios en el proceso de integración social.
Los beneficiarios podrán participar de charlas, mini cursos formativos para mejor
entender su problemática y para trabajarse interiormente en una tentativa de
responder a los desafíos que la propia situación de vulnerabilidad le presenta. Deben
llegar a la conclusión de que es posible vivir con dignidad y realizarse como ser
humano aún viviendo con SIDA o después de atravesar graves dificultades sociales. Por
su parte, la comunidad debe recibir el mensaje de acoger, respetar y apoyar a todos
sus miembros, en especial, los más carenciados.
Los servicios están divididos por áreas que contemplan la asistencia de la persona
integralmente, concretamente: formación e información, orientación sanitaria,
orientación psicológica, orientación espiritual, orientación legal e intervención social.
A cada área se corresponde un coordinador e varios asistentes.
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En las áreas se desenvuelven actividades tales como:
a) Área de Información y Formación : realiza su trabajo mediante charlas,
folletos, preparación de subsidios sobre calidad de vida, etc. Ejecutan sus
trabajos en escuelas, puestos de salud, parroquias e otros lugares solicitados.
Durante todo el año, realizan encuentros de formación con los beneficiados
consonante a las necesidades de estos.
b) Orientación y Asesoría : Incluye orientación y asesoría psicológica, legal y
espiritual. Efectúan el servicio mediante entrevistas individuales y terapia en
grupo.
c) Acción social e investigación . Efectúan levantamiento de datos para un
posterior análisis de casos, realizan acompañamiento sistemático, estudios,
investigaciones e intercambio de experiencias con otras instancias sociales.
Ofrecen la posibilidad de participar en actividades de terapia ocupacional, tal
como: costura, confección de artículos de paja y prendas de fantasía.
También, acompañamiento de mini proyectos de auto-sustento (venta de
alimentos, carbón, huertas, productos artesanales, etc.) Y, apoyo tanto
alimentar como en medicamentos.
Nuestro propósito y “pasión” es levantar al caído. En discernimiento grupal se analiza
cada caso y se diseña un programa de acción. En una primera instancia, generalmente,
el caído necesita posada, comida, medicamentos y apoyo afectivo. Posteriormente,
necesita ayuda para recuperar su autonomía. Finalmente, el caído debe pasar por la
experiencia de convertirse en un samaritano para acabar de sanar sanando,
levantando, apoyando y amando.
La metodología de acción, aún cuando está definida y escrita, acaba siendo redefinida
en cada caso. AL igual que el samaritano del evangelio, terminamos haciendo acopio
de los elementos a disposición en las circunstancias concretas de cada uno. Cada caso
es como una nueva parábola reinventada por Jesús para ofrecernos una PALABRA de
salvación.
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Hice una selección de los “Buenos Caídos” más significativos con la intención de
testimoniar LA PALABRA VIVA que Jesús nos ha proferido a través de las situaciones
reales de estos hermanos. Palabra encarnada, adolorida, llena de interrogantes y
sueños deseosos de ser cumplidos. Palabras que gritan anhelantes por una vida más
digna; por espacio vital para poder participar “en la danza social”; Palabras que
tuvieron la fuerza de ponernos en movimiento solidario y hasta de tomar posturas
juzgadas de locas, imprudentes o inconvenientes.
Escúchalas sin prejuicios y con el corazón abierto; es nuestro testimonio de la acción
redentora de Dios; de su paso en medio de nosotros. Después, si te sientes motivado,
“Ve tú y haz lo mismo”.
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ESTAMOS JUNTOS PARA DECIR SÍ A LA VIDA
“No quebrar la caña cascada, ni apagar el pábilo vacilante”.
Era el día 2 de Noviembre del 2007. La Hna. Janete se encontraba rezando el rosario en
los alrededores de la Iglesia de la Polana, esperando que comenzase la segunda misa
del día. Como es su costumbre, estaba asistiendo tres misas consecutivas, en este día
de los difuntos, para celebrar la vida y pedir por el eterno descanso de sus familiares y
amigos.
Carola llegó con un zapato roto en la mano y con un andar avergonzado y triste. Se
aproximó a la Hna. Janete y sin ambages le dijo en un tono desafiador:
C: “Hermana, ayúdeme a abortar”.
J: “ Que dices, muchachita?” .
C: “Estoy embarazada y el hombre me abandonó. No tengo condiciones para
tener este bebé y no quiero que sufra cuanto he sufrido yo.”
J: “Escucha bien, muchachita, yo te puedo ayudar a tener el bebé, no a
matarlo.”
C: “Entonces, tome cuenta de mí”.
Janete no lo pensó dos veces. Cuando escuchó la expresión, “tome cuenta de mí”,
reconoció la voz de Dios; cogiendo del brazo a Carola se dirigió a su comunidad. Allí la
hospedó, transitoriamente, hasta descubrir lo que se podía hacer. Sin saberlo, se había
comprometido con el primer caso de HAKUMANA.
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Me encontraba en mi nueva casa, acomodando cosas, cuando recibí la llamada de
Janete y escuché entre entusiasmada y perpleja la historia de Carola. Se trataba de una
adolescente de 15 años de edad, embarazada de dos meses, abandonada por el
hombre y sin familia. De niña había sido raptada y dejada en un mercado de la ciudad.
Fue recogida y criada por una familia que, al parecer, la tenía como trabajadora
doméstica desde temprana edad. Entrada en la adolescencia, de niña sumisa y
resignada con su suerte, se convirtió en rebelde reivindicadora de presuntos derechos
denegados. Es así como se dio a la vida libertina: un chico detrás de otro, hasta que
huyó con un militar. Este, una vez supo de su gravidez la instó a abortar. Ante la
negativa de hacerlo, aún cuando él le sugirió métodos caseros para efectuarlo, la
abandonó dejándola con la deuda del alquiler y con un celular que acabó sirviendo
para pagar al dueño del pequeño inmueble.
“Debes entregar la chica en la escuadra de la policía”, fue la sugerencia que dieron las
hermanas de la comunidad a Janete. “¿Cómo, Será que ellos van hacer alguna cosa
para resolver el problema de Carola? No, vamos a buscar otra solución”, susurró la voz
de su conciencia. “Aquí no se puede quedar por mucho tiempo”, me comunicó Janete.
“Mañana tendremos que buscar un cuartito”, fue mi respuesta.
Es así como nos reunimos Janete, Isabel y yo para analizar el caso. En una primera
instancia, una feligresa de la parroquia de la Polana se mostró disponible para
acompañar a Carola. De hecho, necesitaba la orientación de una mujer que supiera los
secretos de la gravidez. En su casa fue a morar por algunas semanas. Pero, a causa de
que no disponía de mucho espacio en su pequeño apartamento, entregó la
encomienda y, utilizando un poquito del dinero que teníamos de Hakumana y otras
fuentes, se alquiló un cuartito para ella.
No fue tarea fácil; el problema de Carola era complejo. Entre otras cosas, estaba llena
de enfermedades venéreas: todas, menos HIV-SIDA. Debía someterse a un tratamiento
doloroso, molesto y desagradable para curarse antes del nacimiento de Karol, pues
podía contagiarle o contraer alguna enfermedad asociada en el momento del parto.
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Por otro lado, Carola era una chica inestable, agresiva, independiente y cabezuda.
Hacerla entender la necesidad de cambios de comportamiento era como hablarle en
otra lengua. Por si sola, se mudó tres veces de residencia, aduciendo razones de las
más diversas, siempre relacionadas con dificultades en la convivencia. Lo que sí nos
llamaba la atención era que, a pesar de observar un comportamiento atípico, cumplía
al pie de la letra las indicaciones médicas, pues quería que su hijo naciera sano y
bonito.
La acompañamos, paso a paso, en los cuidados médicos, de alimentación y personal-
social. Todos los días efectuábamos coloquios con ella, en una tentativa de crear
familiaridad y esclarecer su historia personal. Cuidamos mucho de ella; hicimos todo lo
que estuvo a nuestro alcance para que sus necesidades básicas estuvieran cubiertas.
Como ya referí, con ayuda de nuestra feligresa de la Parroquia de la Polana, fue
orientada en todo lo concerniente a la maternidad, inclusive, la preparación de su
“canastita de maternidad”: todo lo imaginable para poder recibir con simplicidad y
dignidad su hijito. El cual, de hecho, nació el día 7 de Abril de 2008, en el Centro de
Salud 1º de Maio de la Ciudad de Maputo. Carola y Karol recién nacido, salieron del
hospital en compañía de las hermanas Janete e Isabel. Karol viajó en el carro de las
hermanas Concepcionistas al servicio de los pobres rumbo a su casa. Desde ese
momento pasó a ser nuestro hijo querido, el primogénito.
¡Cuántos trabajos nos dio este caso! No teníamos clara la metodología a seguir y
pagamos la novatada. Carola nos había ocultado algunas cosas importantes de su vida;
entre ellas, nos dijo que no tenía carné de identidad. Por ese motivo la registramos,
nuevamente, con el nombre de Carola Janete de la Consolata. Al final, la familia que la
crió la había registrado, pero ella se recusaba a usar ese nombre. Quería comenzar una
vida nueva y el ambiente de Hakumana le permitía soñar con una diferente. No
guardaba bonitos recuerdos de su madre adoptiva, no así de su padre, a quien siempre
refería con gran aprecio. De hecho, más tarde tuvimos la oportunidad de conocerlos y
constatamos la bondad de uno y la ruindad de la otra.
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Como parte del plan de desarrollo para Carola, ésta participó del curso de
alfabetización ofrecido en el Centro Hakumana y luego, se decidió que continuara sus
estudios (6ta. Clase). Así fue como la inscribimos en una escuela privada, en el periodo
vespertino. Karol quedaba al cuidado de sus “tías” en Hakumana, en cuanto mamá se
esforzaba por estudiar. No fueron pocas las veces que la chica llegaba tarde,
obligándonos a quedarnos en el Centro más tiempo del debido a espera de que viniera
a procura de su hijo. Luego, se sucedían las reprimendas, las exhortaciones, las excusas
mentirosas y, a veces, las amenazas. Un día reflexionamos que no podíamos continuar
así: Carola debía envolverse más en los cuidados de su hijo; los estudios la estaban
alejando de su obligación principal. El contacto con los otros adolescentes la estaba
llevando a desear una vida de “jovencita sin responsabilidades”. Fue así como Carola
volvió a tomar cuenta, tiempo integral, de Karol. Pero, la jovencita no estaba del todo
preparada para esto. Cuando el niño se alimentaba apenas del pecho, todo anduvo
bien. En el preciso momento que debía comenzar a preparar los alimentos, la cosa se
complicó; no los preparaba bien, le daba comida amanecida de días, lo que provocó
una infección estomacal e intestinal delicadísima que terminó en hospitalización.
Esta nueva situación nos llevó a reflexionar, seriamente, en la necesidad de un
acompañamiento más intenso. Si tuviéramos una comunidad de referencia, donde las
chicas pudieran vivir con nosotras durante un periodo de tiempo, la historia sería otra.
Ahí comenzó a surgir la idea de “La Comunidad Hakumana”, de la que hablaré más
tarde. De hecho, hicimos todo por todo para acompañar a Carola, enseñándola a
cuidar del niño y de sí misma. Durante el tiempo de recuperación de Karol, ambos
vivieron con nosotras en la Comunidad de Hakumana. Al final, Carola necesitaba de
una presencia materna REAL, de alguien que apostara por ella, que la mimase sin
tonterías y la enseñase a AMAR de forma concreta a su pequeño hijo. En definitiva, no
se puede dar aquello que no se recibió y la vida pasa factura.
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Entre las tentativas de manipulación de Carola, una vez que al principio se resistía a
modificar sus comportamientos, queriendo llevar una vida sin reglas y regalada, en una
ocasión nos acusó de que queríamos robar su hijo para venderlo fuera del país. Fueron
momentos de grande tensión y preocupación, pues veíamos que la chica estaba
desequilibrada y peligraba la vida del bebé. Grande fue la ayuda que nos dio la
Hermana Herminia Genao (psicóloga clínica), quien en esta altura ya formaba parte del
equipo de Hakumana. Ella consiguió neutralizar los ímpetus de carola y ayudarla a caer
en tiempo real. La paciencia, el amor, la firmeza y la constancia se encargaron del
resto.
Pasado un tiempo y viendo que Carola se “civilizaba” día a día, a través de la familia de
Janete se consiguió un dinerito para la adquisición de una pequeña vivienda. Esta
contaba con una dependencia adicional utilizable para alquilar como forma de
rendimiento en beneficio de Carola y Karol. Ya, en esta altura, Carola era otra: adquirió
mayor sentido de responsabilidad, aprendió a alimentar debidamente a su hijo, a
mantener su hogar limpio, entre otras cosas. Fue emocionante ver cómo ella decoró su
casa, poniendo cada cosa en su lugar, preparando las cortinas de las ventanas; en fin,
después de año y medio de acompañamiento, comenzamos a ver algunos resultados.
Más tarde, cuando Karol comenzó el pre-escolar (gracias a una beca de estudio),
volvimos a inscribir a Carola en la escuela, en el mismo tiempo que se encontraba el
niño en su escuelita. Así está actualmente, batallando para terminar la 8va. Clase, con
la promesa de hacer un curso profesional básico cuando concluya.
No fue casualidad nada de lo que aconteció. Carola apareció el día de los difuntos,
pues estaba MUERTA, sin esperanza de vida, perdida, sin perspectiva, sin futuro, sin
saber qué comería, dónde dormiría en ese día, considerando el fruto de su vientre
indigno a la vida por causa de su situación. Janete, por su parte, estaba celebrando LA
VIDA, pletórica de ella. Dios nos envió este caso, justo en el momento en que
discutíamos sobre el proyecto Hakumana: servicios a ofrecer, destinatarios,
metodología de acción, entre otros puntos a definir.
18
Carola fue la primera hija y el primer contexto de aplicación. Cada día, desde este caso
concreto, fuimos instruidas. Dios nos mostró lo que quería que hiciéramos y de la
manera que debíamos hacerlo.
Como la vida de Carola, hay muchas vidas “cascadas” y otras a punto de “apagarse”,
como era la vida de Karol en el seno de su madre. La Palabra Viva de Dios fue clara y
contundente: NO QUEBRAR LA CAÑA CASCADA o, no permitir que se acabe de cascar Y
NO APAGAR EL PÁVILO VACILANTE, o no permitir que sea sofocada una vida inocente,
por más débil que sea. Ante semejante PALABRA, no podíamos ser otra cosa, a no ser
consolación, merced y concepción maternal de Dios.
19
ESTAMOS JUNTOS PARA RESTAURAR Y PROTEGER LA VIDA
“Y oyó Dios la voz del muchacho; y el ángel de Dios llamó a Agar desde el
cielo, y le dijo: ¿Qué tienes, Agar? No temas; porque Dios ha oído la voz
del muchacho en donde está.” (Gn. 21,17)
Cierto día llegó una de nuestras mamás de Hakumana y nos dijo que había una Señora,
con dos bebés gemelos, que había invadido una choza en uno de los barrios y allí se
encontraba en un estado lamentable. Los vecinos querían que las autoridades se la
llevaran, porque estaba llena de enfermedades y según ellos, podía contagiar a las
personas de la cuadra.
Creo que nunca me había sentido tan consternada después de asistir este caso. De
inmediato fuimos con nuestro motorista. Cuando llegamos, de hecho, nos
encontramos una situación crítica: una mujer totalmente demacrada, era apenas piel y
huesos y dos crianzas de menos de dos años descoloridos, llenos de sarna y bichos; el
nene con burbujas de pus por todo el cuerpo y la pierna derecha bien inflamada. No se
movía, no lloraba, sólo respiraba jadeando y miraba con ojos lastimeros. La niña,
aunque flaquita, parecía más sana.
La choza donde se encontraban era de un único ambiente, construida de material
convencional: paja y baritas de palo. El piso era tierra batida. Entraban las sabandijas
por entre las pajas. El olor a podrido era insoportable. Al principio pensé que procedía
de una de las panelas con comida que se encontraban en un rincón del cuarto. Luego
constaté que el olor provenía del cuerpo de la mujer y sus crianzas. No sé cuánto
tiempo llevaban sin tomar baño, además de que era evidente algún tipo de infección, a
juzgar por las heridas purulentas. La ropa de las crianzas parecía estar pegada de sus
cuerpos, el pus servía de cinta pegante; de hecho, desprenderla costó y dolió.
20
Me sentí mareada y profundamente conmovida. ¡No puede ser! ¡No puedo creer lo
que veo! ¿Cómo puede un ser humano sobrevivir en semejantes condiciones? ¿Y los
vecinos, por qué no han hecho nada? La mujer nos miraba entre esperanzada y
atemorizada y nos decía: “¿Qué desean? ¿Vienen para qué? Yo no tengo a dónde ir; es
por eso que me metí aquí”.
En esa primera visita apenas pudimos llevar alimentos, un bidón de agua y un “saco de
esperanza”. Prometimos volver cuanto antes. Así fue, pasados dos días allí volvimos.
Esta vez decididas a llevarlos con nosotras. Ya habíamos conseguido un cuartito para
trasladarlos. Y llegamos a tiempo. Luisa cuando nos vio casi llora de alegría. Había
llegado la dueña de la choza y exigía dinero, de lo contrario, sería llevada a la escuadra.
Ella intentó apaciguar a la mujer dándole parte de los alimentos que le llevamos en la
visita pasada. Pero, no tenía escapatoria, o pagaba o iba para la escuadra.
“Rápido, abre la capulana, mete todo lo que puedas que nos vamos antes de que esa
mujer regrese”. “Tú ya tienes cuarto donde vivir y nosotras tomaremos cuenta de ti”.
Así la animamos para emprender la marcha. Mientras Janete ayudaba a recoger las
cosas, yo tomé en brazos a Tomás. No pesaba nada, pero estaba tan sucio y apestoso,
no sabía por dónde sostenerlo. Él me miraba sin expresión y se dejó conducir por mí
hasta la camioneta. De vez en cuando daba una ojeada para atrás buscando a su mamá
y a su hermanita Gisela. Viendo que ellas nos seguían, volvía su cabecita sosegado. Mi
camisa crema de manga larga se llenó de inmundicias; el mal olor se impregnó en ella.
Aún sucio y mal oliente no dejaba de ser bonito, con sus ojos grandes y su sonrisita que
ya comenzaba a asomarse en su boquita. Parecía que adivinaba que sus días de
hambre, frío y enfermedad estaban por acabar. Les aseguro que ese niñito entendió
todo desde ese momento. No así Gisela; esta permanecía acurrucada en la espalda de
su madre y nos miraba con recelos. Costó mucho tiempo conseguir que viniera a
nuestro encuentro y que se dejase cargar o acariciar por una de nosotras. Fuera de su
Madre y su hermanito, no aceptaba la aproximación de nadie.
La historia de Luisa es esa que ya parece repetida. Fue criada por su abuela materna y
su tía. Su madre, aún joven, un día huyó rumbo a África del Sur para experimentar
suerte. Se fue sin despedirse de nadie y llevando consigo los ahorritos de la abuela.
21
Luisa pagó muy caro la osadía de su madre; por siempre fue acusada de ser ladrona
como ella cada vez que se extraviaba cualquier cosa. Era obligada a hacer todos los
oficios de la casa. En cuanto su primita gozaba de ciertos privilegios, presentes de
aniversario, ropitas bonitas, ella debía contentarse con los trapos que dejaban los
otros; si protestaba, su tía le respondía: “Cuando vuelva tu mamá de África del Sur le
dices para que te compre, pues con certeza que volverá millonaria después de todo lo
que robó”.
A los 19 años conoció el papá de los gemelos. Quería hacer vida independiente.
Embarazó para que él la llevase consigo. Y, de hecho, la llevó a su casa, pero la familia
de Andrés comenzó a reclamar: primero, porque estaba embarazada de gemelos,
luego serían dos bocas; segundo, porque los exámenes pre natales habían colocado al
descubierto la gran tragedia: SIDA. “Esa enfermedad va a traer desgracia en nuestra
familia”. “No queremos esa mujer aquí” (fue la sentencia de los viejos). Andrés solicitó
a su familia que por lo menos la acogieran hasta los niños nacer.
La familia de Andrés tramó una salida: Andrés desaparecería y luego ella sería
expulsada justificando ese acto con la desaparición del hijo de la casa. Así fue como
Luisa, después de tres meses del nacimiento de sus hijos, comenzó a deambular por los
barrios de Maputo.
En una primera tentativa, volvió a la casa de la abuela. Allí no fue rechazada, pero
tampoco bien recibida. No tardó mucho tiempo en entrar en conflictos con la tía a
causa del jabón que se gasta, de los alimentos que no alcanzan y reproches por el
hecho de que ella no trabajaba y no contribuía con nada en la economía de la casa.
Luisa quería desaparecer, quería morir. Para colmo, Tomás no estaba bien de salud,
era un bebé muy frágil. Es así como solicitó a las hermanas de Calcuta que lo cuidaran,
pensando que no resistiría y que moriría. Luego, pasados unas semanas, se lo
devolvieron, pues aparentemente había pasado la fase crítica de desnutrición.
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Conseguir leche para los gemelos era una odisea para Luisa. Por causa de su condición
no podía amamantar a las crianzas. Servicios Sociales se había comprometido a
suministrar la leche, pero conseguir que cumplieran fielmente y sistemáticamente con
el compromiso era una verdadera lucha. Allá iba Luisa hasta la oficina de servicios
sociales, arrastrando los pies descalzos con las dos crianzas colgando del cuerpo,
amarrados con paños. Luego, hacía fila por horas y horas. Desfallecida volvía, a veces
sin la leche; otras, con cantidad insuficiente. “Algunos días las crianzas chuparon agua
con azúcar”, nos confesó Luisa en uno de los coloquios. Una de las vecinas, a
escondidas de su marido, le pasaba algún plato de comida y un poquito de azúcar para
sosegar el hambre de los niños. “Fueron meses de penuria. Yo sólo quería salvar a mis
hijos, morir en paz sabiendo que ellos vivirían”. Era este el móvil de su lucha y
tenacidad.
En consecuencia, Luisa, después de casi dos años deambulando por las calles de
Maputo y viviendo en situación tan crítica, se había olvidado, entre otras cosas, de las
buenas costumbres de higiene, si es que las había adquirido alguna vez. De hecho, la
dueña del primer cuarto que alquilamos se negó a renovar el contrato por otro mes,
aduciendo la falta de hábitos de higiene por parte de la inquilina. Esta desconfiaba de
la conservación del inmueble en manos de Luisa. ¡Qué vergüenza! Otro caso que nos
llevó a reflexionar sobre la necesidad de un acompañamiento más cercano. Era preciso
un proceso de re educación. La higiene era fundamental para recobrar la salud, tanto
de la madre como de las crianzas.
El equipo de Hakumana hizo lo posible para ofrecer formación e información
pertinente sobre los cuidados domiciliares necesarios para la recuperación y
conservación de la salud. Luisa participó de todas las sesiones. Pero, una cosa es saber
y otra es crear hábitos. Esto último requería tiempo y acompañamiento.
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Un día recibimos la desagradable noticia de que Gisela amaneció con fiebre muy alta y
la dejaron interna en el hospital. Luisa dejó a Tomás con la dueña del cuarto y le pidió
para llevarlo a Hakumana. Después de cerciorarnos del asunto, supimos que se
sospechaba que la niña tuviera tuberculosis. Luisa debía quedarse en el hospital con la
niña todo el tiempo. ¿Y Tomás, qué hacemos con él?
Para entonces, Janete y yo, junto con Valda (una laica brasileira), vivíamos juntas en lo
que llamamos “La Comunidad de Hakumana”. No lo pensamos dos veces: irá con
nosotras esta misma tarde. Nos preguntábamos cómo reaccionaría y si lloraría de
noche. Nos preparamos lo mejor posible con pañales desechables, juguetitos, ropita
nueva, artículos de higiene para bebés, etc. Para nuestra sorpresa, Tomás adoró
quedarse con nosotras. No dio problema con nada: reía en todo momento, comió todo
lo que le dimos, tomó baño sin problemas, durmió perfectamente bien en un
colchoncito de bebé entre medio de nuestras camas. Así estuvo con nosotras casi un
mes, hasta que su hermanita salió del hospital.
Pasados unas dos semanas, calló enferma con tuberculosis la misma Luisa. Para
entonces, ya habíamos hecho tratamiento preventivo de tuberculosis para Tomás.
Pues, nada, nos quedamos con los gemelos. Gisela lloró la primera noche, luego entró
en la onda de su hermanito y terminó gustando al igual que él.
Esa experiencia fue crucial, tanto para nosotras como para Luisa y los nenes. De
regreso a su casa, Tomás y Gisela comenzaron a exigir a mamá baño, cambio de pañal,
ropa limpia, entre otros hábitos que experimentaron y gustaron. Fue la mejor escuela
para Luisa. En adelante, debía prestar atención, pues los bebés ya sabían cómo se
podía vivir con un poco más de higiene.
Al igual que con Carola, conseguimos un dinerito para la compra de una pequeña
propiedad. Y, también hicimos un cuartito independiente para poder alquilar, lo que
permite una pequeña entrada económica.
24
Hoy los gemelos Tomás y Gisela son los niños más alegres y simpáticos del Centro. Han
mejorado mucho en cuanto a salud se refiere. Igualmente, Luisa, está en una fase
estable, esforzándose día a día para mejorar con el objetivo de alargar su vida y poder
acompañar, el mayor tiempo posible, a sus precisos hijos.
“Dios escuchó el grito de los niños”. En su nombre fuimos a rescatarlos. Se abrió un
pozo en el desierto para darles “de beber” (El centro hakumana). Surgieron varias
iniciativas de ayuda que están posibilitando una nueva vida. En medio de las cenizas de
relaciones rotas, de la esclavitud de una vida de sometimientos y humillaciones, de la
miseria absoluta al no tener NADA y sufrir de una enfermedad considerada
despreciable, del abandono de los de la propia sangre surge Dios con su poder-amor a
través de sus siervas; De ahí, otros dos hijos de Hakumana fueron protegidos y
levantados, junto a su valiente, fuerte y abnegada madre.
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ESTAMOS JUNTOS PARA DEVOLVER A LA VIDA A QUIEN PERDIÓ LA ILUSIÓN Y LOS SUEÑOS.
“Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque quien pide
recibe, quien busca encuentra, a quien llama se le abrirá. ¿Quién de ustedes, si su
hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide pescado, le da una culebra? Pues si
ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡Cuánto más dará el
Padre del cielo cosas buenas a los que se las pidan! Traten a los demás como quieren
que los demás los traten.” (Mt.7,12)
Iba saliendo de mi oficina cuando observé, a poca distancia, una mujer que llevaba en
la espalda, atada con un paño africano, una joven. Esta última jadeaba en cuanto era
conducida rumbo a Hakumana. ¿Qué pasará con esa joven? Fue la pregunta que me
hice. Instintivamente seguí la comitiva que era precedida por la mujer que llevaba a la
joven y seguía una fila de niños (unos 5 ó 6). El más pequeño era llevado a caballito por
otro más grandecito. Me dirigí yo también para allá. Mi intuición, sazonada con un
poquito de curiosidad, me indicó el camino.
Lo que contó Doña Leticia me parecía exagerado. ¿Cómo es que pueden existir
personas tan inhumanas? ¿Será que está a inventar para ganar algún provecho? ¿Será
un drama bien montado? ¡No, no puede ser! La joven está mal de verdad y no es
fingimiento. “Rápido, vamos a enviarlos al hospital; esa joven tiene mala pinta”. Fue así
que, sin antes investigar nada, llamamos al motorista de hakumana y los enviamos
para el hospital. De hecho, Odete fue internada con un cuadro agudo de tuberculosis
como enfermedad asociada de HIV-SIDA.
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Al día siguiente Leticia vino a nuestro encuentro. Nos contó el último episodio de sus
vidas: tras ser abandonada por el padre de los chicos, imposibilitada de pagar alquiler,
se arrimó en la casa de una anciana vecina, quien les dio posada a cambio de conseguir
comida para ella también; pero, cuando llega su hijo del interior, este los obliga a
dormir afuera. Cuando llueve se abrazan debajo del alero de la casa y se cubren con un
plástico. Ya llevaban varios días durmiendo afuera bajo lluvia.
Esta situación activó el problema de salud de Odete. “Por lo menos ahora está en el
hospital, pero cuando salga, no sé lo que haré con ella”, repuso Doña Leticia un tanto
contrariada. Luego dijo estar igualmente preocupada por el pequeño Emerson, una
vez que padece de la misma enfermedad que su hermana. “¿Ambos tienen SIDA?”;
“Sí”, respondió Leticia. “¿Y los otros chicos, también?”. “no”, negó enfáticamente. “¿Y
la Señora está infectada?”. “No, yo no tengo”, reveló con prontitud. “Entonces, ¿cómo
se contagiaron?”. Después de asomarse lágrimas en sus ojos, nos dijo: “Hermanas, por
inyecciones contaminadas”.
El caso de Odete nos puso en camino y en reflexión. Había que procurar solución. Por
un lado, la abuelita quería continuar viviendo junto con Leticia y sus hijos; por otro,
estaba en frontal conflicto con su hijo mayor, quien reprobaba el convenio entre su
madre y Leticia. De hecho, Leticia y sus hijos necesitaban un techo propio cerca de la
abuelita Petra.
En cuanto se analizaba el caso de la familia de Leticia, Odete salió del hospital. Debido
a su estado convaleciente, no nos pareció apropiado enviarla a dormir debajo del alero
junto con su madre y hermanos. Decidimos llevarla con nosotras a la Comunidad de
Hakumana. El único problema era procurar un lugar para ella en nuestro minúsculo
apartamento. Después de pensar, no encontramos mejor sitio que en el pequeño
oratorio, colocando una cortina para dividirlo; el extremo derecho, para orar; el
izquierdo para contemplar y acompañar a Odete. De hecho, nunca nuestro oratorio
fue mejor honrado con la presencia de una persona: una adolescente de 15 años, llena
de sueños e ilusiones aún estando enferma de tuberculosis como enfermedad
asociada a HIV-SIDA.
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La joven estuvo con nosotras unos 20 días. Mejoramos su alimentación y
aprovechamos para esclarecer algunas cosas relativas a la vida de su familia. Nos contó
que su Papi agredió a su mamá cuando supo que ella tenía SIDA, acusándola de
haberla llevado para prostituirse como medio de rendimiento financiero. Luego, nunca
fue cariñoso con ella como antes; la rechazaba como si fuera alguien que provocaba
repugnancia. ¡Cuánto sufrió! Esto fue peor que la propia enfermedad, según nos reveló
entre sollozos.
Entre los grandes sueños de Odete se encuentra estudiar medicina general y después
especializarse en pediatría. “Quiero cuidar de los niños y evitar que sufran lo que estoy
sufriendo yo a causa de una vacuna infectada”, nos dijo. Y, de hecho, es bien aplicada
en los estudios. A pesar de perder un año escolar, por causa de su estado de salud, ya
se encuentra cursando la 9na. Clase.
Pasado ese periodo de recuperación con nosotras y tras recibir la noticia de que el hijo
de abuela Petra ya había regresado a la casa de campo, vimos que era prudente llevar
a Odete con su madre y sus hermanos. No sin antes decirle que podía volver siempre
que se sintiese débil y precisase apoyo o reposo. Ciertamente, esos días de
convivencia, coloquios, buena alimentación y descanso sirvieron para fortalecer y
animar a Odete. Ahora sabía que tenía 3 amigas dispuestas a cualquier sacrificio en su
favor. Entendió que su enfermedad no podía constituirse en impedimento para realizar
sus sueños, que era posible ultrapasar todos los obstáculos y recuerdos dolorosos de
recobrar la confianza y la esperanza. También adquirió muchos presentes: una mochila
para la escuela, una maleta pequeña con algunas ropas nuevas, sandalias, artículos de
higiene y hasta prendas de fantasía. Se fue feliz y siempre que nos visitó llegaba al
lugarcito que fue su cuarto y decía: “este era mi lugar, junto a Jesús”.
Mucho nos preocupaba la suerte de esta familia: 7 menores de edad y una mujer
abandonada y humillada. Leticia procuraba alimento pilando maíz, lavando ropa casa
por casa, limpiando, allí donde la solicitasen; sólo que no conseguía un trabajito
estable, era apenas una jornalera. El fogón de la casa de la abuela Petra se encendía
apenas los días que Leticia tenía suerte. Los días que no aparecía nada, enviaban los
chicos a pedir por el vecindario de lo que les sobraba a los vecinos en la cena del día.
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Todo esto con el agravante de tener dos hijos con SIDA, los cuales necesitan buena
alimentación para poder tolerar los efectos colaterales de los anti-retrovirales, sin
olvidar que los otros cinco se encontraban también medio desnutridos.
Conscientes de la situación urgentísima de Leticia, decidimos emplearla en el propio
centro Hakumana como cocinera, una vez que íbamos a comenzar a ofrecer una
comida por día a los participantes del programa. Leticia lloró de emoción; ahora tenía
asegurada la comida diaria de sus hijos y de la abuela Petra, quien con tanto cariño los
había acogido en su casa.
Más tarde, con el dinero que ganaba en el Centro Hakumana y una ayudita adicional,
consiguió alquilar una dependencia de dos ambientes cerca de la abuela Petra.
También, con nuestra intervención, a través de una asociación que ayuda a mujeres
desamparadas, le cedieron un terreno en las afueras de la ciudad, donde hoy tiene una
huerta de verduras y tubérculos, además de que está a levantar, poco a poco en este
mismo terreno su propia casita con la ayuda de sus dos hijos adolescentes.
El estado de salud de Odete, ciertamente, es delicado y precisará acompañamiento
médico de por vida. Sin embargo, ha aprendido a lidiar con su condición y no está
dispuesta a renunciar a sus sueños. Su entrega y seriedad en los estudios nos lleva a
pensar que podrá llegar hasta donde quiera. Emerson, por su parte, es un niño de 5
años de edad alegre, bonito y muy amado por su madre y todos sus hermanitos. Juega
despreocupadamente con todos los niños de Hakumana, aún sin entender el porqué
debe tomar aquellos medicamentos y ser sometido, mensualmente, a control médico.
Dios es Padre y forma parte de su voluntad expresa dar TODO aquello que sus hijos
piden, cuando se corresponde con auténticas necesidades y no se constituye en
motivo de desvío del camino de la vida. Pero, no quiere actuar sin nosotros. Desea
utilizar nuestras manos, nuestros corazones para manifestar su misericordia, su
paternidad entrañable.
29
La necesidad del hermano es ocasión para vivir nuestra identidad de “hijos desde el
hijo”, asumiendo el mismo comportamiento del Padre. No sin olvidar que a veces nos
tocará vivir el misterio de la paternidad amorosa de Dios desde la dimensión del Padre,
como aquel que es pródigo, tierno, gratuito; y mañana nos puede tocar vivir el misterio
desde la dimensión del hijo necesitado, desamparado, desprovisto. Es por eso que
Jesús nos advierte desde el evangelio: “Traten a los demás como quieren que los
demás los traten.” (Mt.7,12).
30
ESTAMOS JUNTOS PARA CONSOLAR Y SANAR LAS HERIDAS
“Consolad a mi pueblo, dice el Señor”.
La primera vez que la vi capté que se trataba de una persona que llevaba mucha
angustia dentro de sí: su rostro duro, sus movimientos lentos y apesadumbrados, uno
de sus párpados caídos, entre otros indicadores. Su lenguaje corporal gritaba
fuertemente una historia de sufrimientos y evidenciaba la existencia de graves heridas
por sanar y consolar.
Me encontraba en una sesión de terapia en grupo con las participantes del programa.
Como en aquella altura todavía no teníamos psicóloga y viendo que era necesario abrir
espacios para “ventilar” experiencias dolorosas, dedicaba tiempo, una vez por semana,
para este fin. En cada sesión o encuentro dábamos oportunidad a una de ellas para
contar “su historia” y el grupo podía intervenir, al final, con algunas preguntas o
sugerencias. Yo me limitaba a escuchar y me quedaba maravillada de la capacidad
natural de ellas para tratar los asuntos tan delicados que tejían el entramado de sus
vidas.
Ese día fue el turno de Marlene. Nunca la había oído hablar, pues en las sesiones
anteriores siempre guardaba silencio y aunque se le saltaban las lágrimas al escuchar
situaciones dolorosas de la vida de sus compañeras, nunca intervenía. Al principio
pensé que no aceptaría, una vez que podían recusar libremente y nadie debía pasar
factura. Permaneció en silencio mucho tiempo. Le pregunté si prefería dejarlo para
otro día. Me dijo que no, que deseaba hablar. Suspiró profundo, yo también junto con
ella; Y, finalmente, comenzó.
“A mí me quitaron todo lo que poseía por culpa de esta maldita enfermedad”, expresó
con mucha amargura. Seguidamente contó que su marido, el papá de sus cinco
primeros hijos, fue el primero en caer enfermo y no quiso tratarse. En consecuencia,
no tardó mucho tiempo en perder la vida. Entonces, sus cuñados fueron a su casa, la
acusaron de asesina, la golpearon, le llevaron todas sus pertenencias y la expulsaron
de la casa.
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También se llevaron a su hija, quien en aquel entonces tendría unos 9 años de edad.
Según ellos, la niña, no podía continuar viviendo con la asesina de su padre. Sólo le
dejaron el más pequeño, César, porque apenas era bebé y decían que tal vez ni hijo era
de su hermano. Los tres hijos mayores, a raíz de la enfermedad del padre, ya habían
sido distribuidos entre los familiares.
La humillación fue grande; nadie salió en su defensa. Según ella, hasta consiguieron
poner a sus hijos en su contra; estos, confundidos la miraban como verdadera asesina.
Deambuló por las calles de Maputo, solicitó auxilio a sus familiares directos, pero
siempre existía el peso de las acusaciones y la tristeza de haber perdido TODO lo que
había formado parte de su vida.
Pasado un tiempo, conoció otro hombre de quien se apasionó o en quien se refugió
(bien, bien, nunca supo lo que sentía) y engendró a Ramoncito. No tardó mucho
tiempo en darse cuenta que este Señor no valía nada, que la utilizaba y no asumía
responsabilidades en el hogar; no trabajaba y bebía mucho.
Es así como lo abandona, ahora con dos niños pequeños con diferencia de dos años de
edad; el primero, un poco rezagado en el desarrollo en relación a su edad, con graves
problemas de salud; el segundo, su preferido, un bebé bonito y simpático, aunque
seropositivo al igual que su madre.
Luego de este auto relato, las compañeras más antiguas en el programa se esforzaron
por animar a Marlene, como a su vez ya habían sido animadas. Dijeron cosas muy
bonitas como: “aquí en Hakumana ahora no vas a estar sola, estamos juntas; es tu
oportunidad para recomenzar; la enfermedad no es impedimento para retomar tu
vida; mira como nosotras estamos a superarnos; aquí vas a aprender muchas cosas
buenas que te ayudarán para conducirte y para mejor acompañar a tus hijos”.
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Yo me limitaba a escuchar y a dar la palabra a quien desease hablar. Me di cuenta que,
en la medida que animaban a Marlene, terminaban animándose a sí mismas. Marlene
escuchaba con la cabeza inclinada hacia el suelo y lloraba; al final, espontáneamente,
se levantaron, levantaron a Marlene, se turnaron una a una para abrazarla y cantaron
el siguiente canto de acción de gracias a Dios, en lengua Ronga:
Khanimambo Hosi Yanga, Khanimambo TatanaKhanimambo Murisiwanga, Khanimambo xikwembu xanga.
Al igual que algunas de sus compañeras, Marlene fue apoyada por el Centro Hakumana
para alquilar una pequeña dependencia. Y, asistía al Centro todos los días, participando
de las actividades programadas; incluyendo, alfabetización. Los niños, igualmente,
fueron atendidos en todos los sentidos: medicamentos, comida, ropa; actividades
recreativas, de desarrollo psicomotor, etc. También, con ayuda de las técnicas de
acción social, conseguimos traer de vuelta a Alicia, su única hija mujer, en aquel
momento con 14 años de edad. Pero, descubrimos que Marlene estaba con problemas
de adicción a la bebida. Esto último, estaba a ser difícil de superar y era totalmente
incompatible con el tratamiento de anti - retrovirales, además de que se constituía en
un verdadero problema de cara al atendimiento de sus hijos.
Y, sucedió un día lo que no tendría que haber sucedido: César y Ramoncito se
encontraban jugando en el patiecito de la dependencia, cerca del fogón a carbón.
Marlene dormía bajo los efectos del alcohol y Alice, en principio, debía cuidar a sus
hermanos. En una pequeña distracción de esta, Ramoncito, accidentalmente, fue a
parar en la panela de agua hirviendo. Las quemaduras fueron gravísimas. Su cuerpecito
quedó, de la cintura para abajo, en una única llaga. Y como era de esperarse, debido a
su condición de SIDA, no consiguió superar la infección que se apoderó de sus heridas.
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En realidad, la muerte de Ramoncito nos azotó a todos. Era un niñito de dos años
simpático, cariñoso, muy activo. Marlene, a partir de este acontecimiento, hizo una
gran regresión. En principio nuestras estrategias no conseguían hacerla reaccionar. Su
tristeza la sepultó todavía más en la bebida. En aquella altura, temíamos que
cometiera cualquier disparate. Se sucedieron acusaciones inútiles; madre e hija se
recriminaban mutuamente por el accidente fatal. Esto trajo como consecuencia un
rompimiento afectivo entre ambas que desató otro acontecimiento desagradable:
Alicia huyó de la casa y, pasados unos meses, regresó embarazada.
En medio de todos estos acontecimientos, el equipo de Hakumana se deshacía
procurando la forma de acompañar. Experimentamos, en no pocas ocasiones,
impotencia en nuestro deseo de encaminar hacia la superación de la tragedia y la paz
familiar. A veces tuvimos la tentación de dar el caso por perdido, pero César se
agarraba a nosotras como una tabla de salvación. No desistimos y continuamos
acompañando aún cuando no parecía que acontecía nada positivo.
El tiempo, la paciencia, la tolerancia, la actitud de siempre acompañar
incondicionalmente, aún cuando los resultados no fueran positivos, se encargó del
resto. Poco a poco Marlene fue poniéndose de pie. La estimulábamos sutilmente con
algunas estrategias: trabajitos remunerados, encomiendas pagadas, regalitos de
artículos del hogar que sabíamos que necesitaba, entre otras. Sus compañeras,
también, ayudaron como pudieron para levantarla. El sentirse acogida, apoyada,
amada, ayudada preferencialmente en no pocas ocasiones, surtió el efecto esperado.
Trascurrieron unos seis meses….
Un día Alicia, quien se encontraba viviendo con una de las mamás del Centro, a causa
de su rompimiento afectivo con su madre, fue llevada de emergencia al hospital:
estaba de parto. Los dolores la sacudieron fuertemente y para nuestra sorpresa,
llamaba a gritos a Marlene. Sin pensarlo dos veces, Marlene, deseosa de
reconciliación, acudió y estuvo a su lado todo el tiempo hasta recibir en brazos a su
PRECIOSA nietecita, quien misteriosamente llenó el vació ocasionado por Ramoncito y
consiguió unir a madre e hija en un abrazo profundo, adolorido y festivo.
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En definitiva, con este caso entendimos que tantas heridas abiertas no pueden hacer
otra cosa sino dejar desnortada a cualquier persona. El alma de Marlene y Alicia se
encontraban en llaga viva, así como quedó el cuerpecito de nuestro ángel Ramoncito.
Entonces, entendimos que no podíamos hacer otra cosa a no ser colocar nuestro
corazón en esas llagas, ofrecer un poco de energía, comprender, apoyar, acoger desde
la fragilidad sin reprensiones, esperar contra toda esperanza, ser bálsamo que se
derrama en las heridas para aliviar, conscientes de que el amor redime, salva, levanta.
Un día ellas reaccionarán y podrán liberarse de todas sus ataduras: recuerdos
dolorosos, experiencias frustrantes, temores, complejos. Un día ellas podrán tomar la
vida en sus propias manos y caminar por sí misma.
Continuamos a decir para Marlene, César, Alice e su preciosa bebita Eleane:
“Hakumana: Estamos Juntos”. Aún cuando no siempre acertemos con la metodología
de acompañamiento; aún cuando los problemas superen nuestras posibilidades
inmediatas de respuesta. “Hakumana: Estamos Juntos”.
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ESTAMOS JUNTOS PARA EDUCAR Y MOSTRAR EL CAMINO DEL BIEN
“Aquel que ama a su hijo, lo corrige sin demora” (Prov. 13,24b).
A la primera que conocí de la familia Falcón fue a Elisabeth; ¡Qué niña encantadora!
Tenía 4 años de edad cuando llegó al Centro. Me llamó la atención que, desde el
primero día, se hizo amiguísima de la Hna. Janete y no la dejaba en paz, haciéndole
preguntas tras preguntas y persiguiéndola por todos los lugares donde se movía.
“Janete, ¿Y esa niña, de dónde salió?”. “Nos llegó otra participante con 5 hijos; esta es
la penúltima y la más experta de todos”, me dijo con aire resignada.
Desde el primer día Elizabeth pasó a ser la “pequeña asistente” de la Coordinadora e
informante principal de todos los eventos nebulosos acontecidos en el Centro.
Rápidamente quise conocer a su Madre Lidia y a sus hermanos: Alberto, Sandra, Úrsula
y Diana.
De primera impresión Lidia me pareció muy joven para esa cantidad de hijos: bajita,
delgada y con aspecto externo de tímida o retraída. Tras una pequeña conversa no fue
difícil percibir, a través de su lenguaje corporal, que había un tanto de fingimiento, que
no era tan timorata como parecía. No obstante, llevaba pintado en el rostro su
situación de vulnerabilidad: viuda, abandonada por su propia familia, en la calle con 5
hijos y enferma de HIV-SIDA.
Al principio, cuando Lidia llegaba al Centro, traía a Diana en la espalda amarrada con
una capulana y permanecía, casi todo el día, con ella guindando del cuerpo. Los gritos
llegaban hasta el ISMMA cuando intentaba dejarla en la estera junto con las otras
crianzas: era un bebé de unos 6 meses demasiado caprichosita para nuestro gusto.
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Por su parte, Alberto, el hijo mayor de la casa, además de epiléptico, tiene una
considerable secuela psicomotora a causa de una parálisis cerebral, que afectó el
extremo izquierdo de su cuerpo; por lo cual, camina cojeando y con el brazo izquierdo
un tanto encogido. Beto llegaba al Centro y se sentaba en una silla y no hacía nada en
todo el día, salvo comer y reír. Desde pequeñito fue tratado como inútil y dispensado
de cualquier esfuerzo físico y mental.
La más intrigante de todos era Sandra: una adolescente de 14 años de edad, con
apariencia un tanto agresiva, con vestuarios provocativos y peinados de revista; visual
que desentonaba con la situación de miseria en la que se encontraban. Según me dijo,
era la tía Teresa que ofrecía esos atuendos cada vez que iba “para allá” los fines de
semana. “¿Quién es la tía Teresa y dónde es allá?”. Desde esa conversa identifiqué que
ahí había “gato encerrado” y que a su debido tiempo teníamos que descubrir.
Úrsula, quien en aquel entonces tendría unos 9 años de edad era la que más sufría de
todos, pues sobre ella recaían casi todos los trabajos del hogar. Claro, a Beto no se le
exigía nada, Sandra era una adolescente rebelde e indisciplinada, Elisabeth era todavía
muy pequeña y Diana era apenas un bebé. En consecuencia, Úrsula buscaba leña,
barría, lavaba ropa, cargaba agua, pilaba maíz, iba al mercado, cuidaba de Diana y
hacía todos los recados de mamá. Para colmo, es asmática y sufría de crisis con
bastante frecuencia.
A simple vista era evidente que nos encontrábamos con un caso difícil. La pregunta
básica era: ¿por qué están en la calle? ¿Dónde está la familia de Lidia? Y ¿Qué
podemos hacer por ellos desde el Centro Hakumana?
En el momento que llegaron nos encontrábamos en crisis financiera. Apenas teníamos
dinero para operar por tres meses. Nos preguntamos: ¿Los recibimos o los enviamos a
otra parte? Respondimos con otra pregunta: ¿A dónde los vamos a enviar? Sabíamos
de sobra que si los despachábamos, servicios sociales no haría nada por ellos. Y, con
Elisabeth husmeando entre medio de nosotras me interrogaba: ¿Qué será de esta
muñequita? Luego que terminamos de almorzar Isabel comentó: “vamos a confiar que
algunas de las entidades solicitadas nos responderán”.
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Y sus palabras fueron proféticas, pues pasados unos días, APARF, una ONG portuguesa,
respondió nuestro proyecto.
Una vez decidido que la familia Falcón sería acompañada desde el Centro, nos dimos a
la tarea, a través de las técnicas de acción social, de investigar el caso. Fueron a la casa
de los padres de Lidia. ¡Oh, qué situación! Su propia madre la expulsó de su casa.
Según contaron sus hermanos, madre e hija nunca se llevaron bien. Tras la muerte del
marido de Lidia (papá de los cuatro más pequeños), la Sra. Gertrudis se negó a asumir
los gastos de la familia Falcón, una vez que su hija no hacía nada: ni traía dinero a casa,
ni colaboraba en los quehaceres domésticos.
Según la versión de la propia Lidia, en el fondo se trataba de rechazo por causa de la
enfermedad (SIDA). “¡No puede ser, Lidia, no juzgues así a tu madre”, reprendió Isabel.
“Hermana, Usted no conoce a Doña Gertrudis”, agregó con énfasis. “Yo tengo derecho
a estar en mi casa. Soy hija legítima. Esa casa es de mi Papá. Ella no puede echarme
fuera”; espetó con rabia. De hecho, aún teniendo razón en sus reclamos, iba ser difícil
hacer valer sus derechos, una vez que tanto su madre como sus hermanos no estaban
a favor de que ella volviera. Además, fuera de esa casa en ruinas, de la cual apenas le
correspondería un cuarto, no tenían nada para ofrecer; Doña Gertrudis y sus hijos
apenas conseguían encender el carbón para hacer una única comida diaria.
Con el correr de los días nos fuimos dando cuenta que, de hecho, Lidia era perezosa en
grado sumo. En cuanto las otras mamás participantes se ofrecían para ayudar en los
oficios del Centro, Lidia se quedaba sentada con Diana colgando de la espalda, y, cerca
de ella, Beto. De toda la familia Falcón, las únicas que se integraban en los trabajos
eran Úrsula e Elisabeth; la primera ayudaba a barrer el patio y la segunda, era la
“asistente particular” de la Hna. Janete.
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Un día dijimos ¡Basta!; decidimos poner en órbita a Lidia y a los hijos mayores.
Esperamos a Beto con una escoba y a Sandra con una vasija con paños para lavar. Por
su parte, Lidia fue destinada a la cocina para ayudar a mamá Leticia. Beto rezongó,
justificándose con su deficiencia física; Sandra colocó cara de disgusto aunque no se
atrevió a abrir la boca. Lidia salía resignadísima a la cocina, con Diana en la espalda,
cuando fue interceptada en el camino por la Hna. Janete, quien le ordenó dejar a Diana
con las otras crianzas en la sala contigua. Ella repuso, “Hermana, va a gritar todo el
día”; Janete le respondió: “Todavía no conozco bebé que muriese por haber llorado;
ella se va a acostumbrar”. Ese día fue el primero de un largo camino de re-educación
familiar.
EL esfuerzo por educar a la familia Falcón se prolongó hasta en la pequeña
dependencia que fue alquilada para ellos; de vez en cuando alguien del equipo llegaba
allí inesperadamente para ver cómo se encontraba el lugar: limpieza, orden, etc. Hubo
días que fue necesario retirar todo para el patiecito y mandar hacer limpieza y colocar
las cosas en orden. De hecho, los niños se pusieron en guardia; cuando veían venir a
alguien del Centro Hakumana, avisaban y todos en movimiento ordenaban y escondían
lo aparentemente sucio. A veces la misma Lidia, según ella misma nos contó, para
poner en acción a los hijos gritaba: “Por ahí vienen las hermanas”; rápidamente, a la
velocidad de un rayo, hacían lo que había sido solicitado desde el amanecer del día.
Había otra mala costumbre que necesitaba de ser extirpada en la familia Falcón:
“tomar prestado lo ajeno”: innumerables veces fueron cogidos “con las manos en la
masa”; desde Elisabeth hasta la propia Lidia, ninguno se salvaba de esa mala maña.
¡Qué desgracia! Cada uno se apropiada de aquello que más le interesaba; Elisabeth de
dulces y crayolas para pintar; Úrsula de útiles escolares, Sandra de capulanas o
material para hacer adornos de fantasía; Lidia de alimentos de la despensa o artículos
de higiene; Beto, de cualquier cosa que pudiera vender para comprar cerveza. El colmo
de Beto fue encontrar alguien epiléptico como él para venderle los medicamentos que
con tanto sacrificio le comprábamos. Luego, a cada paso caía desmayado; hasta que la
pequeña Elisabeth (la informante principal de la Hna. Janete) contó lo que hacía su
hermano. Hubo un momento que ya estábamos para desistir de todos ellos.
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No parecía surtir efecto las llamadas fuertes de atención y los castigos impuestos por
cada hurto. Una vez más constatamos cuánto cuesta modificar hábitos inapropiados.
También, no tardamos mucho tiempo en descubrir quién era la Tía Teresa. Nos dijo “la
pequeña informante” que su mami quedaba muy disgustada cada vez que Sandra se
iba de fin de semana para la casa de la referida tía y que ella cuando fuera grande iría
también. Le preguntamos: “¿Ella es hermana de tu mamá o de tu Papá?”, “no”,
respondió la pequeña. “Y, entonces ¿por qué le llaman de tía?” preguntamos curiosas.
Elizabeth explicó que todas las chicas que iban de fin de semana le llamaban así. Una
vez que nos informó que iba junto con otras chicas de la misma edad, nos imaginamos
el resto. Se trataba de una casa de citas nocturnas; y la Tía Teresa no es más que una
dueña de burdel. Ese sí que fue el colmo de los colmos. Tanto Lidia como Sandra
fueron cuestionadas y reprendidas; una por ser tan permisiva y sin carácter; la otra por
ser tan atrevida y sinvergüenza. Concordamos con Lidia que, de Sandra volver para la
casa de la Tía Teresa, tendrían que abandonar el Centro. Sandra, por su parte, fue
sometida a entrevistas de orientación y acompañamiento por las técnicas de acción
social del centro.
Por otro lado, nos preocupaba la influencia de Sandra en el comportamiento de sus
hermanitas Elizabeth e Úrsula; era preciso retirarlas de ese ambiente. Es así como
conversamos con las hermanas de los Sagrados Corazones para que las recibieran
como internas del nuevo hogar que en aquella altura estaban inaugurando en la
localidad de Boane. Estando en el hogar, además de beneficiarse de una buena
formación humana- espiritual y salir del círculo viciado de malos ejemplos familiares,
podrían asistir a la escuela con un debido acompañamiento.
No obstante estas situaciones desafiantes anteriormente relatadas, también se
verificaron otras más halagüeñas, tales como: los adelantos de Beto en las aulas de
alfabetización, la mejoría de salud de la propia Lidia, pasos significativos en la higiene
personal y hogareña de todos los miembros de la familia, el buen estado de salud de
Diana, entre otros. Estos indicadores nos mostraban que alguna cosa estábamos
haciendo para ayudarlos en orden a una mejor calidad de vida, aun cuando éramos
conscientes de que faltaba mucho por hacer.
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En estos momentos continuamos a apoyarlos: las pequeñas Elizabeth y Úrsula
continúan en el hogar de las hermanas de los Sagrados Corazones, Sandra volvió a la
escuela, Beto nos ayuda con la huerta del Centro, Diana ya juega y corre con los otros
niños pequeños y Lidia, dentro de poco, recibirá una casita propia para ella y sus hijos.
Con esta familia aprendimos a no desistir, aún cuando parezca que no tenemos nada
por hacer; que es preciso asumir una postura de “esperanza activa”, creer contra toda
evidencia contraria que los cambios acontecerán a su debido tiempo. También, a no
tener miedo de REPRENDER cuantas veces sea necesario, pues de esa forma estaremos
demostrando que amamos, indicando lo que es bueno, lo que puede conducir hacia el
camino del bien. Pues, de hecho, quien ama, corrige.
En una primera fase, el camino del bien no es otro que aquel que permite mayor
calidad de vida, que posibilita relaciones serenas y auténticas, que permite el
desarrollo de potencialidades innatas y robustece la personalidad. Luego,
encontrándose a sí mismo, reafirmándose como ser humano con derechos inalienables
y sentido de dignidad personal podrá dar el paso hacia “el otro”, acogiéndolo desde su
verdad. Encontrándose con la “alteridad”, como carne de la propia carne, como
humanidad compartida, podrá encontrarse con el Dios autor de la vida y entender su
proyecto de salvación.
El camino que lleva a la vida es TAN HUMANO, TAN HUMANO, TAN HUMANO, que de
tanto ser humano pasa a ser DIVINO. A veces nos imaginamos que indicar el camino
que conduce a la vida significa entrarnos en altas elucubraciones teológicas o en
asumir posturas piadosas un tanto fingidas y en someter a los destinatarios de nuestro
servicio a sesiones intensivas de CATEQUESIS DOGMÁTICA. Sin restar valor a estas,
pienso que cuando nos encontramos en el campo ministerial no podemos dejar de
traducir las altas consideraciones teológicas en “gestos de vida sencillos y auténticos”.
Es tan simple el camino que conduce a la vida que se torna complicado cuando lo
queremos reducir a conceptos abstractos.
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La familia Falcón nos ayudó a “abajarnos” o “alzarnos” en el camino de la auténtica
humanidad. A llevar la buena noticia de la salvación orientándoles sobre cómo vivir
con sencillez el proyecto de Dios; ayudándoles a modificar los comportamientos que
no les permiten progresar como seres humanos y potenciar posibilidades personales
y/o familiares. Así estamos junto a ellos: Hakumana, mostrando el camino del bien, el
camino que conduce a la vida verdadera.
ESTAMOS JUNTOS PARA AJUDAR A ENTENDER Y ASUMIR EL DRAMA DE LA PROPIA VIDA.
Javier llegó al Centro enviado por la doctora Raquel (dominicana del Rosario) para
recibir orientación e información relacionada con su enfermedad. Ya estaba llegando a
la adolescencia y todavía no sabía qué era el SIDA y los cuidados que requerirían de
por vida, incluyendo las consecuencias en lo concerniente a su vida sexual.
En realidad, físicamente, parecía mucho más joven; cuando llegó tenía 12 años y
apenas representaba unos 9. También, no abría la boca para nada y no miraba a las
personas a la cara. Parecía como si quisiera pasar desapercibido. Se veía como
ausente. No era agresivo, ni mal educado, apenas reflejaba una tristeza mortal. Le
daba lo mismo todo: si le decían que se sentara, lo hacía, sin motivación personal.
Su padre, por el contrario, es un hombre muy abierto, locuaz y se manifestaba
cariñoso con el jovencito. Estaba sumamente preocupado con la condición del niño, no
sólo por la enfermedad, sino también por su actitud general. De hecho, hasta que el
niño ganó confianza lo acompañaba personalmente cada vez que tenía cita con la
psicóloga clínica del Centro. Tenía la gran dificultad de que su actual esposa no
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aceptaba el niño y le recriminaba contantemente el haberlo traído tras la muerte de su
madre. Apenas llevaba un año con ellos.
La madre del niño murió de alguna enfermedad asociada al SIDA; posiblemente,
tuberculosis. Ambos vivían en la casa de la abuela materna. Aparentemente, la
relación entre sus padres duró pocos años. El asunto es que Javi heredó el SIDA y su
padre no padece de la enfermedad; una de dos, o todavía no se manifestó o es
portador del tipo de sangre que transmite, pero no padece. Eso también no lo
supimos.
Nunca me olvido que el primer día que llegó coincidió con el cumpleaños de la hna.
Herminia (La psicóloga Clínica). El equipo de Hakumana le había organizado una
pequeña sorpresa: un bizcocho, un presente y una danza festiva. Javi y su padre fueron
integrados en el festejo. Le pedimos al chico para llevar el bizcocho, en cuanto
nosotras entrabamos danzando. Fue gracioso: Javi entró ceremoniosamente, pero no
sonrió en ningún momento mientras nosotras danzábamos, reíamos y cantábamos
jubilosamente. De esa forma, el designado para iniciar el festejo desentonaba,
totalmente, con el espíritu de fiesta pretendido y esto causó mucha gracia. Eso sí, a la
hora de comer bizcocho, Javi no tuvo reparos en pedir una segunda ración. Su padre
intentó impedir que le sirvieran nuevamente, pero aprovechamos y le servimos un
pedazo bien grande con mucha crema. No sonrió ese día, pero se fue satisfecho.
Poco a poco la Hna. Herminia consiguió que Javi saliera de su letargo. De hecho, hizo
un trabajo fenomenal. Después se desinhibió de tal forma que hasta nos jugaba
algunas travesuras, como por ejemplo, esconderse en la despensa a la hora de ir a la
escuela para quedarse en el centro en compañía de los otros pres adolescentes o
esconder los trapos de limpieza para no limpiar las ventanas que le correspondía a la
“cuadrillita” de los pres adolescentes. “¿Dónde están los paños?” (Un día preguntaron
las mamás) “Javi los escondió” (respondieron los más chiquitos). Javi, traído de una
oreja era obligado a buscar los paños. Luego, reía hasta más no poder…
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Por su parte, la Hna. Herminia ideó una forma gráfica para ayudar a los pres
adolescentes a entender en qué consistía la enfermedad, utilizando dibujos y
personajes. También, se inventó un sistema de símbolos para enseñarles a tomar los
medicamentos (retrovirales) correctamente, una vez que no siempre corresponde el
mismo medicamento, ni la misma cantidad. Y lo mejor de todo, a través de
acompañamiento grupal y personalizado los ayudó a elevar la autoestima.
Ella logró que Javi asumiera la responsabilidad de su enfermedad y se cuidara por sí
solo. Pues, lamentablemente, no podía contar con su madrasta, quien no se mostraba
interesada por el niño y su papá pasaba mucho tiempo fuera de casa trabajando como
guardia de seguridad.
Javi llegaba temprano al Centro Hakumana, participaba del programa de refuerzo
escolar, de los encuentros de formación para los pres adolescentes, de los oficios o
tareas domésticas, de los encuentros con la Hna. Herminia y después del almuerzo era
llevado por el Señor Macome (motorista de Hakumana) a su escuela, que quedaba un
poco distante del Centro. Luego, de la escuela, se regresaba sólo a su casa.
Los niños más pequeños lo adoraban, ya que le gustaba jugar con ellos. De hecho, al
principio manifestaba dificultad de relacionarse con los niños de su edad. Poco a poco,
con la colaboración de todos, Javi fue entrando en sintonía.
Pese a que mejoraba día a día y se mostraba contento en el Centro, se percibía que
llevaba por dentro un dolor muy grande: se trataba de la pérdida de su madre y de que
extrañaba mucho a su abuelita materna, con quien vivió desde que nació. También, no
le hacía ninguna gracia su madrasta, pues ella le demostraba constantemente que no
lo quería; Desafortunadamente, ya había escuchado discusiones acaloradas entre su
padre y esta por su presencia en la casa.
Aún cuando nos gustaba tener a Javi en el centro, pues con el tiempo se ganó el
aprecio de todos, aconsejamos a su padre que lo llevara a vivir con su abuela materna.
Primero, porque no resultaba saludable para el niño la tensión que generaba el
rechazo de su madrasta. Segundo, porque él mismo no disponía de todo el tiempo
necesario para dedicarle. En tercer lugar, porque La falta de atención y alimentación
sistemática podía atentar contra la vida del chico. Sabíamos que su abuelita lo quería y
él, por supuesto, la extrañaba mucho.
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Un día su Papá lo llevó al campo y nunca más lo vimos. Algunos meses después
supimos que Javi se reintegró muy bien en la casa de la abuela y que al parecer no
necesitaba ayuda para tomarse los medicamentos, además de que daba orientaciones
a su abuelita de los alimentos apropiados para su condición.
Por su parte, Javi nos enseñó cómo podíamos preparar a un pre adolescente para
saber lidiar de forma responsable con su condición, a visualizar que no existe bloqueo
psicológico que no pueda ser ultrapasado; a entender que por más cruel que pueda ser
la situación del afectado, siempre es posible encontrar una razón para vivir y
superarse incorporando nuevas habilidades sociales.
A propósito del caso de Javi, formamos un “corillo” de pres adolescentes que nos
dieron trabajo, pero también momentos de grandes alegrías; como por ejemplo,
cuando se inventaban sus travesuras para escapar de los oficios, o cuando montaban
bailes e/o dramatizaciones, incluyendo imitaciones de algunos “personajes” del propio
centro; reíamos a rabiar con ellos, eran geniales.
El nombre de Javi resonaba por el centro constantemente: lo solicitaban los pequeños
para jugar y los pres adolescentes para las sesiones de formación o para “bromear” y
las mamás para jalarlo de la oreja, la hna. Herminia para orientarlo, el Señor Macome
para llevarlo a la escuela, la Hna. Sandra para hacer los deberes escolares, Doña Leticia
para almorzar antes de ir a la escuela y la Hna. Elena cuando se escondía. TODOS, de
una forma u otra, estaban pendientes de Javi y él lo sentía y lo disfrutaba. Sabía que
era objeto de un trato preferencial, esto lo hacía “respirar aire puro” y le ayudaba a
sanar heridas. Llegando al Centro, se sentía “lo máximo” y esto le confería energía
para relativizar tantas nimiedades del diario vivir relacionadas con su madrasta.
¿Les gustó el relato? ¿Qué se pensaban? ¿Esperaban otra cosa? Acompañar estos
casos es apenas proporcionar un ambiente apropiado que permita a los afectados caer
en tiempo real, rescatar su propia autoestima, su autonomía, la capacidad de gestionar
la propia vida, de encontrar sentido en medio del drama de la propia enfermedad y un
porqué para continuar viviendo.
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Les aseguro que no hicimos otra cosa, a no ser cuidar de él y motivarlo para que su yo
verdadero saliera de adentro, para que se abriera a la vida y ultrapasara todo lo que le
impedía constituirse en un niño feliz. Sentirse amado, respetado y tomado en cuenta
fue la medicina de su enfermedad, de la verdadera enfermedad que era más
perniciosa que el mismo SIDA: la falta de amor y atención cualificada. Cada gesto
proferido era como si le estuviéramos diciendo, con la misma autoridad de Jesús,
“levántate y vuelve a la vida”.
Nos satisface pensar que Javi no necesita de nosotros, que consiguió retomar su
camino existencial con un talante diferente. Hoy día es un jovencito de 15 años de
edad animoso, jocoso, amistoso, conversador. Aún cuando no le gusta mucho estudiar,
continúa en la escuela y disfruta en compañía de sus amistades. ¡Qué diferencia de
aquel niñito taciturno, serio y angustiado que llegó al Centro unos años atrás!
¡Estamos Juntos, nuestro querido Javi! En donde quiera que estés, estamos contigo
desde ese nuevo “estilo de vida” que absorbiste con nuestra ayuda y
acompañamiento; desde ese “espíritu amoroso” que se prendió de tu ser; desde ese
modo sencillo, transparente y natural de relacionarte con todos; desde esa forma
positiva de encarar tu enfermedad. Estamos juntos en cada gesto que denote aprecio a
la vida y entusiasmo existencial.
¿Y tú, qué esperas? Ve por los caminos y “levanta” a tantos pres adolescentes que con
o sin SIDA necesitan ayuda para asumir el drama de sus propias vidas. Diles, a través de
acciones y gestos concretos, lo que le dijo Jesús a la adolescente del evangelio: Talita
Kum (levantate, niña bonita) ¡Podemos hacer tanto con tan poco! Ojalá que al final de
nuestros días nadie nos pase factura por el bien que dejamos de hacer y por no haber
experimentado la felicidad verdadera haciendo ese bien.
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LA COMUNIDAD DE HAKUMANA: UN SUEÑO A REALIZAR
La experiencia de trabajo en el Centro Hakumana nos demostró la necesidad de una
comunidad de referencia para acompañar más de cerca algunos casos concretos. El
acompañamiento desde el Centro, en su horario regular, no resulta suficiente en
algunos casos. Sobre todo cuando se trata de situaciones críticas relacionadas con
cuidados médicos, modificación de hábitos, desamparo, entre otros. En una primera
instancia urge un lugar para recibir estas personas, ayudarlas a ultrapasar la situación
crítica en la que se encuentran y entrar dentro de la dinámica de los servicios de
Hakumana.
Como ya referí anteriormente, tuvimos algunos casos delicadísimos. Hakumana
debía contar no apenas con el “buen samaritano”, sino también con un “hospedero”
para poder cumplir cabalmente con la obra de “levantar al caído”. Pensamos que
sería una oportunidad impar para vivir a profundidad esta experiencia humana –
divina, tomando en consideración otros aspectos que la hacían, además, profética.
Entre ellos:
1. Experiencia Intercongregacional:
A la luz del espíritu vimos que urge enfatizar la importancia de trabajar en comunión
como congregaciones religiosas, porque se percibe una tendencia de cada cual
construir “su parcela de servicios”, con pocos nexos de comunión en la dimensión
pastoral – evangélica.
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Por otra parte, pensamos que frente a un problema tan grave, como es el HVI-SIDA en
África, se impone una respuesta en conjunto, unir esfuerzos y posibilidades. También
por razones prácticas: el trabajo es fuerte y los miembros disponibles por
Congregaciones en este contexto, pocos.
Por último, creemos que la riqueza humano – espiritual de cada Congregación
enriquece, tanto a los miembros que participan del proyecto como a la propia Iglesia
Local. Y ni hablar del efecto edificador del testimonio de unidad entre los religiosos
inseridos en un mismo trabajo pastoral.
2. Integración de los laicos en nuevas formas de presencia apostólica:
Son muchos los laicos que manifiestan interés de hacer una experiencia puntual, por
algún periodo de tiempo, en comunión con religiosos. Pero, experiencias reales, que
engloben no sólo la dimensión apostólica o ministerial, sino que contemple también la
vida de oración y comunitaria. Pues estas dimensiones no son privativas de la Vida
consagrada, forman parte del estilo de vida que Jesús enseñó a sus seguidores. Y, para
muchos laicos se presenta como una exigencia en su camino de crecimiento humano –
espiritual.
No son pocas las Congregaciones que reciben laicos misioneros en Moçambique y no
saben qué hacer con ellos, porque no tienen CLARO qué tipo de participación les
pueden dar y hasta qué punto pueden permitirles ENTRAR dentro de sus vidas y/o
comunidades de servicio, de oración y de vida, además de no estar preparados para
ello. De hecho, la estructura que hemos creado, en no pocas ocasiones, carece de
apertura y flexibilidad para recibirlos, tanto a ellos, como a los destinatarios de este
servicio.
Vimos que Hakumana podría ser ocasión para abrir un espacio de integración entre
religiosos y laicos en una misma experiencia apostólica. Creemos que ambos
podríamos salir altamente beneficiados. Tanto unos como otros necesitamos recibir un
mensaje para mejorar nuestros estilos de vidas.
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3. Estilo de vida abierto y en función de los destinatarios del servicio.
Desde la óptica de nuestro proyecto, el caído es concebido como el centro y figura más
importante de la comunidad. Es acogido en el SENO de la misma, no en un lugar aparte
para “no interrumpir la vida de la comunidad”, sino en un lugar privilegiado para
enriquecerla. Su situación se convierte en tema de reflexión persistente, en ámbito de
oración e inspiración para la acción apostólica.
La comunidad, constantemente, se reorganiza en función de la situación del caído. Los
espacios de servicio, oración y vida se conjugan en torno a las necesidades reales de la
persona o personas que se encuentran en la comunidad. La vida de la comunidad deja
de ser rutinaria y un fin en ella misma, para convertirse en espacio sagrado de acogida
de la novedad que nos trae Jesús en cada una de sus visitas.
Los gestos concretos de amor, acogida, servicio, disponibilidad, flexibilidad se hacen
realidad y desafío cada día. Así se descubre que la vida puede ser programada, pero no
determinada en una estructura inmutable.
La oración se convierte en un espacio necesario para colocar la situación del caído,
para acogerla desde el corazón, para procurar luz en la tentativa de acompañarla y
desentrañar su mensaje salvífico. No será más “rito fabricado” sin conexión directa con
la vida real.
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4. Unidad en la diversidad
Tanto los religiosos como los laicos, durante el tiempo de estadía en la comunidad
hakumana, se comprometen a PONER TODO EN COMUN, a VIVIR CON LO
INDISPENSABLE y a UNIR ESFUERZOS en la consecución de un único proyecto. Quiere
decir, no hay parcelas en el proyecto, no hay división individualista de funciones y
nadie es dueño del proyecto. Apenas puede haber responsabilidades diferenciadas, en
las cuales TODOS están implicados. Esto requiere mucho diálogo, renuncia a cualquier
postura de protagonismo y disposición sincera de poner todo en común: bienes,
talentos, posibilidades…
De plano se requiere suficiente madurez humana para acoger a cada uno desde su
estilo de vida y diferencias individuales, percibiéndolos como una riqueza y nunca
como una amenaza.
Los Objetivos específicos que nortean el proyecto son:
Reforzar el trabajo del Centro Hakumana, sirviendo de punto de referencia y
acompañando fuera de las horas de atendimiento del Centro los casos que así
lo ameriten.
Crear una oportunidad de compromiso apostólico inter – congregacional en el
servicio a los afectados e infectados por el HVI-SIDA en Maputo.
Ofrecer una experiencia de compromiso de vida, oración y apostolado, en
comunión con religiosos, a laicos interesados en profundizar su vida de fe.
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Experiencia concreta
Fue así como pedimos autorización a nuestras respectivas Congregaciones
(Missionárias da Consolata y Mercedarias de la Caridad) para abrir la comunidad de
Hakumana. Nos urgía comenzar lo más rápido posible, porque teníamos algunos casos
gravísimos para acompañar: el caso de Carlota y Karol, el de los gemelos Tomás y
Gisela, el de la adolescente Odete, entre otros.
En pocos meses, una laica brasileira que hacía tiempo estaba solicitando participar en
algún proyecto de esta naturaleza llegó a Moçambique con el corazón abierto y feliz
por ver realizado su sueño. Su nombre es Valda. Ella aceptó formar comunidad con
nosostras (Hna. Janete e yo). La experiencia fue maravillosa. Hubo, desde el inicio una
excelente sintonía entre las tres.
No fue difícil acertarnos en la caminada; cada caso a ser acompañado dictaba las reglas
del juego. El diálogo constante, el análisis y la planificación de las acciones a
desenvolver para cada caso nos ponían en comunión, en compromiso apostólico y en
actitud de oración constante.
Los eventos se sucedían con naturalidad, sin forzarlos: de las reflexiones pasábamos a
las acciones y de éstas a la oración; de la oración volvíamos a las acciones y a la
reflexión. Los momentos se presentaban y apenas se trataba de acogerlos y vivirlos
con intensidad.
Fueron seis meses de VIDA INTENSA. Puedo decir sin engaños que modificó muchos
aspectos de mi vida: mi manera de verme a mí como Consagrada (dedicada tiempo
integral a los asuntos de mi Padre y mi Dios); la gestión de mi tiempo, ahora 24 horas
sobre 24 en función de la misión, en una integración de vida, apostolado y oración
REAL; mi manera de mirar al destinatario de mi servicio (ahora como aquel que me
revela mi dimensión de vulnerabilidad y requiere de mí apoyo para levantarse;
entendiendo también que el caído, levanta; que el herido, cura; que el último entre los
últimos se constituye en el primero y en el más importante).
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Cada día nos preparábamos desde la oración para acoger la novedad que el día nos iría
a traer. Orábamos por las personas que teníamos a nuestra cuenta y pedíamos luz para
saberlas conducir. Luego, llegábamos al Centro Hakumana y/o ISMMA para orientar los
servicios y recibir nuevos desafíos. De vuelta a casa el descanso, la misión continuada y
la oración acontecían entretejidas y de manos dadas.
En un inicio nos ubicamos en un apartamentito de tres habitaciones, una sala-
comedor, baño y cocina, con un balcón grande al frente y otro pequeño en la parte de
atrás. En principio, cada una disponíamos de una habitación, salvo las veces que la
debíamos ceder para algún huésped; entonces, dependiendo del caso dejábamos uno
de los cuartos para ellos y en el otro nos juntábamos la hna. Janete y Yo; o cuando se
trataba de niños, los dividíamos: uno para el cuarto de Janete y el otro para el mío. El
balcón grande pasó a ser nuestro oratorio y, en una ocasión, lo tuvimos que dividir
para aumentar otro cuarto, pues coincidieron dos casos urgentes en el mismo tiempo.
Por su parte, el balcón pequeño pasó a ser nuestro lavadero y tendedero de ropa.
Para la realización de nuestra misión no se requería de una “hospedería” grande. Lo
que sí se precisaba era un ambiente agradable y acogedor; un lugar sencillo y limpio
donde el huésped se sintiera seguro y relajado. La actitud de nosotras para con ellos
era lo esencial. De hecho, cuando llegaban a nuestra casa, nos “repasaban” con la
mirada, tanto los niños como los adultos, intentando auscultar nuestro grado de
aceptación. Para mí era el momento más importante del cual dependía el éxito del
proceso a seguir. Por nuestra parte exigía vivir en ACTITUD constante de acogida,
manifestando alegría por la presencia de ellos en nuestro hogar. Desde una
perspectiva espiritual, era preciso entender sin entender que se trataba de una visita
singular del mismo Jesús.
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Los primeros tres meses corrieron sin grandes sobresaltos. Aún cuando hubo algo de
resistencias por parte de algunas de nuestras hermanas de congregación, todo parecía
indicar que la experiencia se realizaría. Tanto Janete como Yo debíamos ir a nuestras
comunidades de origen una vez por semana y un fin de semana por mes, porque
continuábamos a pertenecer a nuestras respectivas Congregaciones. Apenas habíamos
sido autorizadas, por dos años, a vivir esa experiencia viviendo fuera de la comunidad,
pero sin dejar de pertenecer a ellas.
Un día, antes de iniciar el cuarto mes, el dueño del apartamento fue a conversar con
nosotras. Nos explicó que se encontraba en una situación financiera muy delicada y
que debía vender el apartamento para poder salir de su aprieto; de hecho, ya se había
presentado un candidato para comprarlo. Nos pedía de favor aceptáramos romper el
contrato contraído. Nos mostró pruebas fácticas de su situación. Nosotras vimos que
no podíamos constituirnos en obstáculo, por eso, aceptamos salir del apartamento. El
problema era a dónde nos podíamos dirigir.
Después de procurar otra vivienda, infructuosamente, pensamos que era posible
ubicarnos, temporeramente, en el mismo Centro Hakumana. Apenas debíamos
habilitar dos de las oficinas como cuartos, pues el resto del Centro ya ofrecía las
condiciones necesarias para morar y recibir los participantes del programa que
necesitasen apoyo. No fue difícil trasladarnos, primero porque no teníamos muchas
cosas; segundo, porque el apartamento no dista mucho del Centro Hakumana. De
hecho, allí todo resultaba más fácil, no había necesidad de trasladarnos a ningún sitio.
La continuidad del servicio era todavía más evidente y armoniosa.
Pero, la vida nos guardaba alguna sorpresa. Aún cuando entramos a vivir en Hakumana
con autorización del presidente de la CIRM CONFEREMO por un tiempo breve, hasta
que encontráramos otro lugar, se levantaron comentarios mal intencionados que
vinieron a empañar nuestro proyecto. Para algunas religiosas, la experiencia que
estábamos haciendo era un tanto dudosa. Pensaban que podía traer confusión a las
jóvenes candidatas a la vida religiosa que allí en el ISMMA se formaban.
Interpretaban los hechos como abandono de nuestras respectivas congregaciones. Y,
además, no se establecía CLARAMENTE la diferencia entre el compromiso de los laicos
y el ESTILO DE VIDA de las religiosas consagradas.
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Fue así que se sucedieron comentarios y comentarios cada vez más intrigantes,
acusatorios y hasta denigrantes. Hubo personas que se dieron a la tarea de expiarnos
para comprobar lo que hacíamos o no hacíamos, de realizar reuniones clandestinas
para analizar nuestro comportamiento; otras interrogaban a nuestras hermanas de
Congregación, de forma insidiosa, creando confusión y desconcierto. Hubo quien
cuestionó si yo debía continuar siendo la Directora del ISMMA, dada mi “debilitada
reputación”.
No conformes, todavía fueron a presentar quejas al Arzobispo de Maputo, colocando
el asunto como un “escándalo”. De hecho, fui llamada por Él y tuve que responder a
algunas preguntas relacionadas con nuestro proyecto y su procedencia. Aún cuando fui
tratada con alta consideración y comprensión, no obstante fui convidada a retornar a
mi Comunidad de origen para evitar mayores escándalos.
Siendo así, después de concluido el primer semestre del tiempo solicitado, regresamos
a nuestras Comunidades con grande desilusión y muchos interrogantes:
Por qué resultó escandaloso nuestro proyecto? En qué consistía,
concretamente, el escándalo?
De qué tienen miedo los religiosos en este contexto socio – cultural?
Será que en otros contextos los religiosos “padecen” de las mismas
inseguridades?
De ser una experiencia escandalosa e inadecuada, por qué yo me sentí tan
realizada?
Qué estilo de vida religiosa debemos favorecer?
A mí particularmente me llamó la atención el hecho de que los religiosos
escandalizados no tomaron en consideración la labor que se estaba a realizar. El bien
en favor de los “caídos”, desde la dimensión de “hospedaje”, no fue ponderado; la
opinión de los destinatarios del servicio, al parecer, no tenía relevancia. Nadie los
interrogó para saber cómo se sentían, lo que las hermanas hacían con ellos. Una vez
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más se constató que al final, hasta para nosotros los religiosos, “los últimos” no tienen
derecho a opinar, a dar su parecer, ni a enseñarnos algún camino nuevo a seguir.
Para nuestros jueces, ellos no tenían nada que opinar, porque eran considerados
personas que “no saben” o no comprenden lo que es la Vida Consagrada.
Nuestro proyecto no pretendía “edificar” a los consagrados de Maputo; apenas
queríamos dar una respuesta evangélica a partir de la situación concreta de los
destinatarios de nuestro servicio. No medimos la resonancia que causaría en los
Consagrados, porque estábamos concentradas en la aflicción de los “Caídos”. Por eso,
hasta nos tomó de sorpresa la reacción de ellos.
Todavía estamos sin ENTENDER los motivos del “escándalo”, porque nunca vinieron a
hablar directamente con nosotras. No tenemos conciencia da haber actuada de forma
inapropiada. Cuando cuestioné al Arzobispo, condujo el asunto por la vía de la falta de
suficiente comunicación sobre la Comunidad y su procedencia; pero nunca se llegó al
cerne del asunto: POR QUÉ ESCANDALIZÓ.
Después de esta experiencia, decidimos redimensionar el proyecto, pues no podíamos
abandonar nuestros “caídos”. Con hospedería o sin ella, debíamos continuar. Así,
regresamos a nuestras comunidades y trazamos estrategias para que, mínimamente,
pudieran ser atendidos los casos urgentes fuera del horario de atendimiento del
Centro Hakumana. Aún cuando nos dolía en el corazón todo lo acontecido, no
podíamos detenernos en lamentaciones inútiles. Decidimos mantener silencio y
continuar haciendo lo que debíamos hacer.
Para nuestra sorpresa, poco a poco, los vientos se llevaron las habladurías. Algunas de
las personas participantes del enredo, fueron trasladadas o desaparecieron del
escenario. Amanecimos un día y constatamos que ya no había más acusadores.
Todavía más, aumentaron el número de participantes en el Centro Hakumana y
también las ayudas financieras.
Con las nuevas ayudas aumentaron las posibilidades de acoger más personas y ampliar
los espacios disponibles para el servicio. En este momento, estamos construyendo un
salón para los niños, otro para los trabajos manuales de las Mamás, un comedor y un
almacén de material artesanal.
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El sueño continua a latir por dentro, procurando espacio y tiempo para renacer.
Evidentemente, el tiempo oportuno no llegó. Resta prepararlo, como se prepara la
tierra para la siembra: limpiarlo de dudas, impurezas, esquemas mentales
inconvenientes, estilos de vida poco evangélicos, falsas expectativas de identidad
social, entre otras malezas.
Conseguimos iniciar el servicio del Samaritano. El Centro Hakumana recoge los
“caídos” del camino y los lleva en el lomo de su servicio diario. Falta instituir el servicio
del hospedero, aquel que se encarga de acompañar de cerca los momentos más
difíciles y dolorosos del proceso de cura, que proporciona las condiciones óptimas para
la irrupción de las mudanzas significativas. Quién sabe si esta experiencia firmada a
precio de “sangre interior” abre un camino futuro de realización.
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A GUISA DE CONCLUSIÓN
Quiero terminar dando gracias a Dios por esta “palabra viva”, pronunciada en nuestras
vidas. Por darnos la oportunidad de escucharla. Su eco continúa resonando en lo
profundo de nuestros corazones y nuestras conciencias. Ella nos reveló un camino
evangélico para este contexto concreto y dado las circunstancias especiales de la
pandemia del HVI-SIDA. Camino que se caracteriza por la atención abnegada a los
caídos, al estilo de la parábola del Buen Samaritano. Camino que debe realizarse en
comunión con otros carismas y estilos de vida en la Iglesia.
Una vez escribí un canto para intentar expresar lo que Dios había provocado en mi
interior como fruto del regalo de mi vocación como Mercedaria de la Caridad (Carisma
de la Caridad Redentora). Me parece oportuno, en este momento referirlo. Decía:
Quema mis pies me impulsa a caminar
Senderos de ignorados, empobrecidos y olvidados.
Quema mis pies me lleva a encontrar a Jesús crucificado
En el que espera en su dolor.
Quema mis pies, mis manos, mi corazón,
Es pasión de reino, carisma de amor.
Quema mis pies, mis manos, mi corazón,
Caridad Redentora, Merced de Dios.
Quema mis manos me invita a ofrecer
El bien atesorado dentro de mi ser.
Quema mis manos me alivia estrechar
A quien necesita calmar su soledad.
Quema mi corazón un carisma de amor
Que me urge salir en servicio y donación.
Quema mi corazón obliga a sentir
El clamor de quien implora
Reclamando Redención.
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Hacer esta experiencia de estar junto a los caídos de Maputo (Hakumana) me ha
ayudado a aliviar la urgencia de REINO que me quema por dentro. A pesar de los
momentos difíciles, de los sinsabores del camino, agradezco a Dios por darme
participación en esta obra de salvación.
Agradezco, de igual forma, la experiencia de comunión con otras hermanas que al igual
que yo se sienten urgidas por el Espíritu, desde otro prisma carismático, a dar esta
respuesta de amor. ¡Cómo Dios es inmenso y cómo consigue comprometer en servicio,
enriqueciendo mutuamente, a sus siervos!
Agradezco a mi Congregación que no dejó de confiar en mí. De forma particular, a
Maria Josefa Larraga Cortés, Hermana carísima y Superiora General de mi
Congregación. Porque aún en los momentos más críticos y difíciles no dejó de
tenderme la mano, respetando mis opciones y hasta mis silencios.
Es mi deseo que esta página abierta de mi vida sea estímulo para ti, Mercedaria de la
Caridad o no, para ser heraldo de Evangelio y constructora del Reino allí donde te
encuentres. Atrévete a escribir tu propia parábola, en el nombre del Señor. “Que no
quede en todo el mundo un solo ser abandonado, afligido, desamparado, sin
educación y sin recursos”. (P. Zegrí).
Hna. Evelyn Aponte mc