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Apuntes sobre Virgilio Dávila
La obra poética de Virgilio Dávila puede parecer rezagada, carente de brillantez estilística y de una opacidad lírica que desentona en el conjunto de la poesía hispanoamericana, que ya ha alcanzado en este momento (1903-1917) su plenitud: las corrientes modernista y postmodernista han abonado un lirismo de estética y profundidad evidentes. En Puerto Rico, nuestros escritores se lanzan al cultivo de una poesía de temática y tono civil en la que impera la búsqueda y defensa de nuestros valores frente a la proximidad de una cultura diferente.
Virgilio Dávila continúa con este mismo propósito y en su poesía llana y sencilla, casi objetiva, nos va creando una imagen clara de lo puertorriqueño: la tierra, el paisaje, las costumbres, el hombre y de todo aquello que nos va inculcando un acendrado amor hacia lo nuestro. No obstante, cabe señalar que Virgilio Dávila se familiarizó con la nueva poesía en boga; y aunque desdeña la aparente superficialidad de la poesía modernista y se defiende de los temas exóticos y de lo novedoso en ritmos y metros, estructurando su poesía en formas y ritmos tradicionales; no dejan de aparecer en ella rasgos del nuevo impulso literario, tales como el uso del soneto en alejandrino, el tono sensual y erótico y algunos vocablos que revelan la nueva sensibilidad.
Otro elemento de la modalidad modernista presente en su obra es la nota de alegría y aliento de optimismo vital. Ese tono eufórico cumple cabalmente al propósito en su poesía de asentar un entusiasmo que lleva al encuentro amoroso de la patria. En sus poemas hay un júbilo que sugiere el canto. De hecho, muchas de sus poesías, con música del bayamonés Braulio Dueño Colón, se cantaron en nuestras escuelas alentando ese fervor patriótico que moduló un sentimiento puertorriqueño necesario frente a la situación de confusión espiritual de la época.
Otro aspecto, acaso el más valioso por su permanencia en el tiempo, es la nota de humor con que recrea costumbres y tipos de la tierra; humor fino que nace de la observación limpia y alegre de la realidad. Con él nos da una visión fresca, placentera de ese Puerto Rico de antes, que va gestando una personalidad en lindes de lo rural y lo urbano, que hoy se nos va ahogando en la excesiva urbanidad moderna.
Virgilio fue maestro en sentido de vocación firme y líder en empresas culturales. Tres pueblos típicos del Puerto Rico de la última mitad del siglo XIX fueron el ambiente permanente en la vida de Virgilio Dávila: Toa Baja (infancia), Bayamón (niñez y adolescencia) y Gurabo (juventud). Finalmente, Bayamón recoge sus años maduros. Estos tres pueblos le ofrecen experiencias de la tierra, del amor, de la amistad, de la belleza, del dolor.
La soltura y la perfección del ritmo y la rima nos hace suponer que Virgilio Dávila compone un octosílabo o una décima a cuanta cosa ve. Va creciendo en él, junto con la habilidad, el orgullo de lograr en versos bien medidos la descripción cabal y objetiva de lo que observa y siente. Aprendió a pintar lo que veía con ojos parnasianos. Busca un contacto directo con la vida y el paisaje y sencillamente hace poesía de lo que capta a su alrededor- cosas y situaciones- sin considerar unos objetos más poéticos que otros. Con gran dominio de la síntesis logra impresiones de gran plasticidad, de penetración
psicológica muchas veces, y define con pincelazos gráficos que sorprenden dentro de ese encasillado formal, clásico de sus estrofas.
Ese afán didáctico tan presente en Virgilio Dávila que casi sacrifica lo poético en un empeño constante de moralizar. Virgilio es de igual modo poeta y maestro; enseñar es para él razón y sentido de su hacer. El carácter fuertemente nativista, criollista de la poesía de Dávila puede tener su origen en el impulso general que en Hispanoamérica ya se venía sintiendo desde que Andrés Bello hace un llamado a la poesía para que se preste a cantar lo nuestro, originándose desde entonces un afán en nuestra literatura de buscarle identidad artística al paisaje y al hombre americano; actitud que culmina en el criollismo. Encontramos en el criollismo el logro definitivo de una producción literaria auténticamente hispanoamericana. Tan americanos son los elementos -hombre, paisaje y naturaleza- como las vivencias espirituales y los medios expresivos con que se crea.
A Virgilio Dávila le vemos adelantándose, a pesar de su reclamada independencia, por los senderos del modernismo: enriquece en fuerza sensorial y ornamental sus descripciones, ensaya una variedad de acentos rítmicos, y estructura combinaciones métricas y los asuntos ganan en su concepción estética, como en Aromas del terruño y Pueblito de antes. Dávila se aferró a una poesía sencilla, descriptiva, de pura intención criollista hasta convertirse, como afirma Enrique Laguerre, en “nuestro mejor representante de la poesía sencilla, regionalista, con anécdota”.
Bien puede la situación particular de Puerto Rico, despertar en el poeta la necesidad de asignarle a su poesía el destino de llevarnos al encuentro con nuestro patrimonio. Virgilio compromete toda su poesía a este propósito, aunque se le acuse de exagerado regionalismo y localismo. El nativismo del autor es esencialmente jibarista, campesino y se recrea entre lo auténtico y lo meramente pintoresco. Evade el habla pura del jíbaro y le da un barniz culto a la presentación, pero sin llegar a la estilización puramente estética que le darán Luis Lloréns Torres y Francisco Manrique Cabrera.
La obra poética de Virgilio Dávila aparece publicada por primera vez en cinco libros: Patria (1903), Viviendo y amando (1912), Aromas del terruño (1916), Pueblito de antes y Un libro para mis nietos (1928). Los títulos de estos cinco libros apuntan concreciones reales y nos revelan ya de antemano el carácter descriptivo, realista y objetivo del mundo poético del autor.
Viviendo y amando: Se compone de 64 poemas, la mayor parte de los cuales están escritos en rima de redondilla y preferentemente en consonante. Del total, 48 son sonetos: dos compuestos en versos alejandrinos, uno en dodecasílabo y uno en eneasílabo. Puede notarse su aferramiento a las formas clásicas y la fijación inalterable del ritmo que rigió en casi toda su poesía. La temática de este libro no varía de la temática general en la lírica puertorriqueña de esta época: amor, patria, Dios, paisaje; pero predomina el tema amoroso en su aspecto sensual erótico. El tema de Dios es superficial y revela un catolicismo de corteza, de poca hondura espiritual. El tema de la patria aparece en este libro unido al tema de la lengua, al de la ausencia de la libertad, al de poesía como arma de defensa y el tema del llamado a la libertad. El amor es aquí esencialmente fuerza erótica en la contemplación y admiración de la mujer amada y en el impulso de sensualidad amorosa.
Aromas del terruño: Este libro, junto a Pueblito de antes recogen la poesía más representativa de Virgilio Dávila y son por esto sus mejores libros. Tienen mayor unidad temática, unidad de composición, pero ante todo, representan lo más auténticamente criollista en nuestra poesía, donde abundan más las sensaciones visuales que las olfativas. El libro contiene tres partes. Abre el poemario con doce poesías sobre el mismo tema de la tierra, expresado en variantes sobre el jíbaro: sus faenas, tradiciones, sentimientos y el llamado del terruño. Aquí aparece La tierruca, considerado casi himno nacional y que es una contemplación idílica de nuestra patria. El diminutivo tierruca revela no solamente el amor hondo y la aceptación cariñosa de su pequeñez, sino también esa su presencia suave y tierna, femenina.
Cinco poemas: Los Reyes, Amor criollo, Para el tiple, El jíbaro y Al sol, son voces del jíbaro que nos dicen de su alegría, de su querencia por la tierra y la criolla, del orgullo de su cepa y del entusiasmo vital de hombre conforme con su rincón y con su suerte.
La segunda parte se titula Sonetos de la campiña y es, a nuestro juicio, lo mejor del libro. No todos los poemas de esta sección son sonetos, pero es en esos sonetos en que se nota la gran fuerza plástica con que el poeta logra hacer unos bocetos, con trazos seguros y esquemáticos de los objetos y seres que le rodean. Las imágenes son eminentemente parnasianas, dibujadas con gran acierto interpretativo.
Cierra el libro con Variaciones de temas distintos, en donde hay poesía de ocasión, pero siguen apareciendo poemas sobre los elementos del paisaje.
Pueblito de antes: Treinta y cuatro sonetos en alejandrinos constituyen la armazón física y espiritual de este Pueblito de antes. Virgilio Dávila nos da en este poemario, en unidad temática y formal, el logro definitivo de lo que de artista y poeta había en él. Quería recoger en un puñado de versos parejos, los perfiles (seres y cosas) de aquel rincón, su mundo. Aquí, en este Pueblito de antes basta el vivir cotidiano- desde la intriguilla política hasta el “deambuleo” de la jeringa de Minga- para llenar el ancho espacio de la conciencia que aún espera, porque no ha perdido del todo la fe y la esperanza.
En este retablo de Virgilio Dávila, los tipos son de esencia hispánica. Así son: el cura, el alcalde, el barbero, el boticario y “amas y sobrinas” que forman el “cabildeo” en una esquina cualquiera al regresar de misa.
Los motivos que trabaja Virgilio Dávila en este libro son suficientes y eficaces en la creación del ambiente y la atmósfera: personajes, fiestas, costumbres, instituciones, entretenimientos, anécdotas y momentos de la vida cotidiana.
Queremos destacar el extraordinario valor didáctico, aprovechable en la formación de nuestros niños, en toda la obra de Virgilio Dávila. Escribió con sencillez, diáfanamente, como lo es todo acto de enseñanza. Las nuevas generaciones de puertorriqueños tienen mucho que aprender de este “poeta de antes”.
Benjamín Martínez López
Editado por Dennis C. Villanueva Díaz
Datos biográficos de Virgilio Dávila Cabrera
Virgilio Dávila nació el 28 de enero de 1869 en Toa Baja y falleció en Bayamón el 22 de agosto
de 1943. Hijo de un maestro, estudió en el Colegio de los Jesuitas de Santurce y en el Instituto Civil de
Segunda Enseñanza en el Viejo San Juan. Cursó la carrera de magisterio y se certificó como maestro,
profesión que desempeñó primero en Gurabo y luego en Bayamón, donde estableció una escuela en
1890. En 1897 abandonó el magisterio para dedicarse a manejar la finca familiar.
Su interés por la poesía surgió desde muy joven. Llegó a publicar sus versos en varias
publicaciones periódicas entre las que se encuentran El buscapié, semanario literario creado por Manuel
Fernández Juncos, El carnaval y La democracia, entre otras publicaciones. En 1909 fundó el semanario
Chantecler junto al compositor Braulio Dueño Colón.
La lírica de Virgilio Dávila pertenece a la corriente criollista que surgió en el siglo XIX, de la que
también era seguidor Manuel Alonso y, más adelante, Luis Lloréns Torres. Los versos incluidos en su
primer libro de poesías titulado Patria (1903) son característicos de su etapa lírica inicial. Se pueden
apreciar las influencias del romanticismo y del premodernismo.
Su segundo poemario Viviendo y amando (1912) es uno de transición. Presenta características
criollistas sin abandonar del todo el romanticismo. En 1916 publicó Aromas del terruño, con el que sigue
las tendencias modernistas. Se trata de un canto al jíbaro, así como a la cultura y las tradiciones
puertorriqueñas. En 1917 apareció Pueblito de antes, obra en la que refleja las costumbres del casco
urbano. Por último, en 1928 publicó Un libro para mis nietos, poemario con el cual demostró su
capacidad para escribir poesía infantil.
Dávila también incursionó en el teatro lírico con la zarzuela alegórica La génesis de un gran sol,
cuya música compuso Braulio Dueño Colón. Además, colaboró con Dueño Colón y Fernández Juncos en
Canciones escolares (1912), dirigidas a su uso en las escuelas públicas del país.
Virgilio Dávila participó activamente en la política. Formó parte del Partido Republicano
Puertorriqueño, cuya plataforma abogaba por la anexión de Puerto Rico a los Estados Unidos. En 1904,
se postuló para alcalde de Bayamón bajo la insignia de este partido. Su popularidad, acrecentada por sus
campañas políticas que se conocían por tener comida, bebida y música, lo llevó a ocupar el cargo desde
1905 hasta 1911, año en que el partido se dividió por problemas internos. Bajo su incumbencia se edificó
la Casa Consistorial (actual Museo Francisco Oller).
Su hijo José Antonio Dávila (1898-1941) fue igualmente poeta.
Hoy día, llevan su nombre una calle, un residencial público y una escuela.
Poemas de
Aromas del terruño
Editado por Dennis C. Villanueva
Distrito Escolar de Cabo Rojo
Notas de Cesáreo Rosa-Nieves
Aromas del terruño es obra por donde desfilan coplas, décimas, sonetos, poemas versolibristas, romances, etc. Es una gran muestra de variedad técnica dentro de una unidad temática, cual es el jibarismo artístico. En un estilo original, de ágil sencillez diáfana, el poeta va bordando sus sueños montañeses, con diestro pincel colorista, en melodías bucólicas. Son pues, fragancias de la tierruca de alta calidad literaria.
En torno a Aromas del terruño, dijo Enrique Lefebre, en su libro de ensayos literarios: Paisajes mentales (1918), lo siguiente:
“Ha hecho Virgilio Dávila con este libro, una poderosa y variadísima obra sugerente, de honda y franca amenidad nativa. Una obra de lo mejor que en su género ha producido nuestro
parnaso, poeta digno y emocional, secuaz inconsciente de ese dulce y quejumbrosamente melancólico murciano, Vicente Medina, de las estrofas pungientes y desconsoladoras.
Nada hay en él que no sea cariñosa ofrenda, regalo de amor apasionado a la tierruca; a sus bonachonas y seculares costumbres; a su variado colorido, su fisonomía, sus tipos, sus tardes, su sol, sus campos florecidos y agrestes, su cielo, su naturaleza. El libro, puede decirse, es un vívido panorama de ella. Un fragante sumario, musical, de lo que fue enantes”.
Han influido en la poemática culta de Virgilio Dávila: José de Diego, en el aspecto formal y Luis Lloréns Torres en el cordaje de la jibaridad terrígena. Hemos observado además, en sus estampas del solar boricua, reminiscencias del Julio Herrera Reissig del Éxtasis de la montaña (1900-1904). En la poesía campesina del poeta puertorriqueño, hacen relieve dos modos formales: el tema jíbaro en forma culta y el motivo del pálido en expresión jibarista. A veces se mezclan ambas tendencias.
Aromas del terruño es tesoro de lo que no se olvida. Perfume inmortal de esa hermosa mancha de plátano, que llevamos clavada en la profundidad de nuestra carne ontológica. Lo que no se pierde, lo que siempre estará presente en el espejo del alma: el íntimo amor de esta isla verde, mucho más verde cuando se nos dibuja azul en el añorar del recuerdo.
La tierruca
Es el móvil Oceano
gran espejo
donde luce como adorno sin igual
el terruño borincano,
que es reflejo
del perdido paraíso terrenal.
*
Son de fáciles pendientes
sus colinas,
y en sus valles, de riquísimo verdor,
van cantando bellas fuentes
cristalinas
como flautas que bendicen al Creador.
*
Primavera sus mejores
atributos
muestra siempre generosa en Borinquén.
En los campos siempre hay flores,
siempre hay frutos:
¡Es Borinquen la mansión de todo bien!
*
Aquí nace el puro ambiente
que respiro,
y se asienta la morada en que nací,
y ese sol resplandeciente
que yo admiro,
aquí nace, aquí brilla, y muere aquí.
*
De mis padres fue la cuna,
y ella encierra
las más santas afecciones de mi ser.
¡Yo no cambio por ninguna
esta tierra
donde tuve el privilegio de nacer!
Es el móvil Oceano
gran espejo
donde luce como adorno sin igual
el terruño borincano,
que es reflejo
del perdido paraíso terrenal.
El cafetal
En el monte riqueño, de la base a la cumbre,
las eurítmicas copas de las guabas se ven,
y debajo de ellas, cual soldados en filas,
los preciosos arbustos del precioso café.
Los arbustos florecen, y las albas corolas
a los ojos simulan del que ve el cafetal
mariposas enfermas, si en el suelo han caído,
estrellitas de nieve, si en las ramas están.
Se hacen frutos las flores, y las bayas jugosas
a los ojos simulan del feliz labrador
esmeraldas joyantes, las que verdes se encuentran,
y joyantes rubíes, las que están en sazón.
En el monte riqueño, de la base a la cumbre,
las eurítmicas copas de las guabas se ven,
y debajo de ellas, cual soldados en fila,
los preciosos arbustos del precioso café.
Es la tropa bizarra que se apresta a la lucha
para dar a Borinquen bienestar y esplendor,
escalando los muros de la gran fortaleza
donde el oro domina con su brillo de sol.
El jíbaro
En la montaña, junto al río,
y bajo el techo de un bohío
que el buen labriego de mi padre tejió con yaguas del palmar,
llegué a la vida en esa hora
en que la tierra se colora,
porque recibe apasionada el primer ósculo solar.
Tuve el trabajo por escuela;
tostó mi cuerpo la candela
del astro rubio que a Borinquen le pone trajes de arrebol;
bebí del campo la alegría,
y soy alegre como el día,
como la abeja laborioso, y tan ardiente como el sol.
Surge la aurora, y de la cama,
oigo al pitirre que me llama
con sus canciones monorrítmicas desde lo alto de un cupey;
el lecho dejo con premura;
llevo mi daga a la cintura,
y con orgullo de cacique poso mi planta en el batey.
Si el caminante se extravía,
se abre una puerta, que es la mía;
para las mozas que conozco, siempre en mi labio hay una flor;
para el que ofende a mi terruño
tengo el perrillo y tengo el puño,
y mi desprecio más solemne para el servil, para el traidor.
Es mi delirio mi caballo;
en las competencias de mi gallo,
es la victoria, y no el dinero, lo que cautiva mi interés;
no hay, como yo, quien salve un risco,
ni quien domine un potro arisco,
ni quien soporte la fatiga en seguimiento de una res.
Yo bailo el seis y la cadena
como en la tierra macarena
puede bailar un zapateado el más donodo bailarín;
tengo ribetes de coplero,
y al son del tiple vocinglero,
décimas bellas da mi numen, como da flores el jardín.
Yo sé del libro de un Cervantes
que, con sus prosas elegantes,
en un hidalgo- don quijote_ a todo un pueblo retrató;
sé del hidalgo alguna hazaña;
y si ese hidalgo era de España,
poner en duda no es posible que de españoles vengo yo.
Desde la hora placentera
en que se anima la pradera,
hasta que el sol, como un borracho, va en los abismos a caer,
en los rastreros batatales,
en los hojosos platanales,
doy a la tierra donde aliento las energías de mi ser.
Si entre las hojas de esmeralda
de la riquísima guirnalda
en que el cafeto enreda al monte desde su base hasta su fin
lucen cual pálidas estrellas
las olorosas flores bellas
que son más tarde granos verdes y luego granos de carmín.
Si por diciembre cubre a llano
el terciopelo soberano
con que a Borinquen da prestigio el ondulante tabacal;
si espigas dan los arrozales,
y dan mazorcas los maizales,
y brinda glóbulos de fuego el rumoroso naranjal.
Si de la caña los flautines
llevan a todos los confines
el nombre augusto de la patria como el de un nuevo Potosí’
esta magnífica riqueza,
esta aureola de grandeza
con que se nimba mi terruño, ¿a quién la debe, sino a mí?
¡Ved la campiña de mi tierra!
¡Cuanto ella vale, cuanto encierra,
es el producto generoso de mi fructífera labor!
Ved la campiña… ¡y ved si miente
el que me tacha de indolente,
y con el jugo de mi vida pasa la vida a su sabor!
En la zafra
Es enero, y en Borinquen
enero es igual que mayo:
ni para su curso el río,
ni viste el monte de blanco,
ni niega el sol sus fulgores,
ni pierde galas el árbol,
ni mudas quedan las aves,
ni faltan flores al prado.
Amanece. Del higüero
se tira al batey el gallo;
sus alas con fuerza agita;
llena el aire con su canto;
le dice sus galanteos
a la hembra que tiene al lado,
y el jíbaro, que lo escucha,
deja la hamaca de un salto;
bebe el café que su esposa
le preparó de antemano;
coge en la diestra el machete
y se lo tercia en el brazo;
mira al cielo, y se dirige
al cañaveral, cantando.
A veces, en el sendero
le sale un amigo al paso.
Se saludan, se aparean,
pide uno al otro tabaco,
hablan de las elecciones,
de los sucesos del barrio,
del pollo que acondicionan,
de la tala que sembraron,
y en este coloquio llegan
de sus labores al campo:
¡a la vega sorprendente
de mi solar borincano,
verde como una esmeralda,
fecunda como el trabajo,
placentera cual la aurora,
y radiante como un astro!
Ya en el terreno los hombres
se forman en grupos varios,
y cada grupo trabaja
de un capataz al cuidado,
que las órdenes recibe
del mayordomo de campo;
y mientras los carreteros
corren en pos del ganado,
y discute y porfían,
y hasta llegan a las manos,
queriendo uncir cada uno
la mejor yunta a su carro,
sobre la pieza de caña,
con el machete en la mano,
la emulación en el pecho
y la destreza en el brazo,
se lanzan los picadores,
como una tropa al asalto.
¡Oh, Rueda! ¡Ven a decirnos
lo pintoresco del cuadro!
¡Oye el rumor de las hojas,
y el crujido de los tallos,
y el zumbar de los machetes,
y el rechinar de los carros!
¡Mira aquella jibarita
que viene, ligero el paso,
con la jícara de leche
y la dita de malangos,
para restaurar con ellos
las fuerzas de su adorado!
Va por allá un mozalbete,
coplas de amor entonando;
sediento aquel, grita al pinche
que le traiga el calabazo,
y aquellos dos se disputan
al que rinda más trabajo.
El sol- que ya es mediodía-
arde como un insensato,
y al influjo de su hoguera,
hierve el líquido en los tallos,
se evapora lentamente,
y se esparce por el campo,
y el aire, que huele a templa,
es arrobo del olfato.
Viene a tierra la gramínea
del picador a los tajos;
éste le toma del suelo;
divídela en trozos varios
que, a su diestra y su siniestra,
en montones va dejando;
detrás llega el carretero;
pone la caña en el carro,
y la conduce a la hacienda,
del buey al seguro paso,
a correr, entre las masas
del trapiche duro y áspero,
igual suerte que el isleño
entre las garras del amo:
¡a brindar todas sus mieles
al que quebranta su tallo,
y lo tortura y lo exprime,
y lo suelta hecho un bagazo!
El buey
El buey al yugo la cerviz presenta,
y hala, sumiso, del crujiente carro;
y si abre surcos en el dócil barro,
ni una vez sola rebelarse intenta.
Cuando en sus lomos sin piedad revienta,
no mira el golpe que le da el guijarro,
ni maldirá, como maldice el guarro,
cuando en sus fauces el cuchillo sienta.
Él es un muerto desde el triste día
que abandonó la alegre vaquería
para servir humanas ambiciones.
Alguna vez da un lúgubre mugido,
porque el buey tiene un alma que ha sentido
como un derrumbamiento de ilusiones…
No des tu tierra al extraño
No des tu tierra al extraño
por más que te pague bien.
El que su terruño vende
vende la patria con él.
Dios, el mundo concluido,
tírole un beso al azar;
y el beso cayó en el mar,
y es la tierra en que has nacido.
En ella formas tu nido,
de amor rendido al amaño;
ella un año y otro año
te brinda con su tesoro;
ella vale más que el oro.
¡No des tu tierra al extraño!
Mira sus campos. Arriba
es ornato de la loma
la breve y fragante poma
del café, púrpura viva.
Fruto que la mente aviva
y es del criollo sostén
al par que orgullo. Si hay quien,
extraño, quiera tu suelo,
que no se colme su anhelo
por más que te pague bien.
De sus llanos la grandeza
admira la gente extraña.
En ellos canta la caña
la canción de la riqueza.
Como una enorme turquesa
allá el tabacal se extiende.
¡La imaginación se enciende
ante ese cuadro admirable!
¡Qué bajo y que miserable
el que su terruño vende!
En la playa el cocotero,
con su penacho elegante,
es asombro al navegante
y tentación al logrero.
No des por ningún dinero
tu pedazo de verjel,
que eres tú patriota fiel
y de legítimo cuño,
y el que vende su terruño
vende la patria con él.
¡Responde!
Te lo dijo Matienzo, y no quisiste
oír del prócer el consejo sano,
y poco a poco en extranjera mano
cayendo va la tierra en que naciste.
Si el alma del criollo no resiste
la tentación del oro americano,
en un futuro por de más cercano
llegará un día doloroso y triste.
Llegará el día triste y doloroso
en el que de este suelo primoroso
ni un solo palmo quedará al isleño.
Y cuando tal enormidad suceda,
si nada ya de Borinquén te queda
di: ¿Cuál será tu patria, borinqueño?
Nostalgia
¡Mamá! ¡Borinquen me llama!
¡Este país no es el mío!
¡Borinquen es pura flama,
y aquí me muero de frío!
Tras un futuro mejor
el lar nativo dejé,
y mi tienda levanté
en medio de Nueva York.
Lo que miro en derredor
es un triste panorama,
y mi espíritu reclama
por honda nostalgia herido
el retorno al patrio nido.
¡Mamá! ¡Borinquen me llama!
¿En dónde aquí encontraré
como en mi suelo criollo
el plato de arroz con pollo,
la taza de buen café?
¿En dónde, en dónde veré,
radiantes en su atavío
las mozas, ricas en brío,
cuyas miradas deslumbran?
¡Aquí los ojos no alumbran!
¡Este país no es el mío!
Si escucho aquí una canción
de las que aprendí en mis lares,
o una danza de Tavárez,
Campos o Dueño Colón,
mi sensible corazón
de amor patrio más se inflama,
y heraldo que fiel proclama
este sentimiento santo,
viene a mis ojos el llanto…
¡Borinquen es pura flama!
En mi tierra, ¡qué primor!
En el invierno más crudo
ni un árbol se ve desnudo,
ni una vega sin verdor.
Priva en el jardín la flor,
camina parlero el frío,
el ave en el bosque umbrío
canta su canto arbitrario,
y aquí… ¡La nieve es sudario!
¡Aquí me muero de frío!
Flamboyán
Déjame celebrarte, agradecido
al dulce encanto que en mi ser derramas
si el corazón del Iris en tus ramas
impone su matiz más encendido.
Y también cuando en mayo te sonrojas
y esplenden los nativos panoramas
con ese hermoso surtidor de llamas
que sobre el campo en que te ves deshojas.
Pues resolvió la Voluntad Divina
hacer acopio en ti de gracias tales,
que luces en tu copa esmeraldina
tan admirable y singular belleza,
como cuando en las épocas vernales
se te sube la sangre a la cabeza.
Coplas
Cuando más resuelto estoy
a pedirte que me quieras,
el habla se me atraganta
¡y me da una canillera!
***
Por retratarme en tus ojos
diera mi vaca soroca,
y mis dos yuntas de bueyes
por un beso de tu boca.
***
Son las niñas de tus ojos
dos criollas hechiceras
dormidas en las hamacas
de tus cárdenas ojeras.
***
Hay quien diga que tu boca
un cielo chiquito es.
¡Suba mi boca a ese cielo,
aunque se caiga después!
***
Si me dan el café puya,
nadita que a mí me importa.
¿Para qué quiero las mieles
que me has dejado en la boca?
***
La perrita de tu casa
es la mar de sinvergüenza:
apenas ve que me acerco
llama a gritos a la vieja.
***
Mi corazón está sucio
con el polvo del camino.
Pásale por caridad
la esponja de tu cariño.
***
No te quiero por tus ojos,
por tus labios ni tu tez.
Te quiero, mujer, te quiero
desde el pelo hasta los pies.
***
A ese que me sustituye
ahora le vas a decir
que él es tu pasión primera…
¡Lo mismo que me dijiste a mí!
***
Si te dije alguna vez
que eres la gracia en persona,
no lo tomes por lo serio,
que cualquiera se equivoca.
***
Antes de llevar a casa
una mujer respondona,
del infierno me traería
la misma diabla en persona.
***
Al morirme que me entierren
en la tierra en que nací,
pues quiero darle a mi tierra
lo que ella me ha dado a mí.
***
Poemas de
Patria
Editado por Dennis C. Villanueva Díaz
Distrito Escolar de Cabo Rojo
Notas de Cesáreo Rosa-Nieves
Patria (1903), es el primer libro de versos de Virgilio Dávila. En esta obra el poeta no ha entrado
todavía en el modernismo de Rubén Darío, aunque muchas de sus características estéticas de su obra
posterior, ya están apuntaladas. En este poemario ya Virgilio Dávila hace alarde de su diestro dominio
de la arquitectura del verso. Refleja también su ruta estilística hacia una manera de fácil decir, de
natural dicción, de lenguaje tomado de las cosas de todos los días; todo ello, sin dejar de ser poético. Su
posición estilística es de tipo moderado y de parca imaginería.
Patria no es un libro voluminoso. Es como una antología de motivos varios, pero todos
vinculados íntimamente con el temario de la tierra puertorriqueña. Está dividido en dos partes: Criollas y
Semblanzas. Las composiciones que más se destacan en la obra son el soneto, la décima y el cuarteto
endecasílabo. Los tres temas principales de la obra son el paisaje, el amor y los dibujos literarios de
grandes figuras de nuestro patriotismo isleño.
Patria, es pues, punto de partida en la magnífica obra poemática de Virgilio: cesta cargada de
promesas insignes. Ello significó para la futura gloria del poeta: hombre, paisaje, raza, historia. Patria es
también, clave espiritual de la tierruca: de ese lar que se adora, que se venera: lo que no se olvida.
Dedicatoria
A mis hijos
Negóme el cielo la fulgente chispa,
el hálito divino,
que hace del hombre un genio, y que perdure
su glorioso recuerdo entre los vivos.
Yo no puedo aspirar a que la Fama
consagre a mí sus inmortales himnos;
yo no puedo aspirar a que la Gloria
en su áureo templo me reserve un sitio;
mas quiero que al morir quede en el mundo,
siquiera entre los míos,
algo que obligue a recordar mi nombre…
¡Tengo horror al olvido!
Por eso mis canciones,
aves que tienen en mi pecho el nido,
y que son la expresión de mis anhelos,
y que son la expresión de mi cariño,
la voz de aliento que reanima al débil,
el justo aplauso al compatriota digno,
y hacia el soberbio que a mi patria aflige
de mi protesta varonil el grito,
salen hoy a volar en torno vuestro,
en vuestras almas reclamando asilo!
¡Haga el Dios de los justos
que su aleteo rítmico,
donde enredados van mis pensamientos,
jamás deje de herir vuestros oídos,
y cual la onda que en los aires canta,
también pase a los hijos de mis hijos!
Pues quiero que al morir quede en el mundo,
siquiera entre los míos,
algo que obligue a recordar mi nombre…
¡Tengo horror al olvido!
Antes y ahora
Yo odiaba cuando niño
el hierro, que destroza;
el plomo, que aniquila;
el fuego, que destruye cuanto toca.
Más tarde busqué el medio
de minorar las hondas
y múltiples desgracias
que a mi país agobian,
y fijé mis pupilas
En el sagrado libro de la Historia.
De entonces amo el hierro, que convierte
en hombre libre al infeliz ilota;
amo el plomo, que mata el despotismo…
¡Amo el fuego, que funde las coronas!
Patria
Cóndor que ves de cerca la viva lumbre
del astro que en el día muestra sus galas,
¡quiero subir, oh cóndor, a la alta cumbre!
Para lograr mi intento… ¡dame tus alas!
Huracán de temibles, gigantes bríos,
que llenas el espacio de ronco acento,
para hacer más vibrantes los cantos míos.
Huracán de los golfos… ¡Dame tu aliento!
Ruiseñor que te posas en la enramada,
y alegre das al aire solos divinos.
¡Cantar quiero a mi tierra, mi tierra amada!
Avecilla canora… ¡dame tus trinos!
Quiero subir muy alto, lejos del mundo,
para ahuyentar del alma pasiones ruines,
y entonar mis endechas de amor profundo
en lira que me presten los serafines.
¡Que unida a los alientos del gran Eolo
del pájaro que canta la melodía,
mis canciones se escuchen de polo a polo,
y en sus notas abracen la patria mía!
***
¡Yo no tengo más patria que Puerto Rico,
ni quiero más bandera que su bandera!
¿Tener uno dos madres? ¡No me lo explico!
¿Dos patrias para un hombre? ¡Linda quimera!
Yo nací en esta tierra de mis amores;
y el mar que mansamente sus costas baña,
que para mí- me dice con sus rumores-
Lo que no sea Borinquen… ¡es tierra extraña!
Y la brisa que juega con mis cabellos,
y el arroyo que cruza la altiva sierra,
y este sol que me anima con sus destellos…
¡Todo, todo me dice que esta es mi tierra!
Que es para mí su flora, su rico ambiente,
el ave que en sus bosques las alas pliega,
su colina de suave, dulce pendiente,
su ruidosa cascada, su fértil vega.
Mas hay quienes, ansiosos de poderío,
anularnos pretenden llenos de orgullo…
Si yo no quiero nada que no sea mío,
¿por qué se apropian otros lo que no es suyo?
¡Oh, Virgen desdichada! ¡Bella Borinquen!
¡Oh, tierra de los años primaverales!
¿Es verdad que los hombres, cuando delinquen,
sobre sus hijos llaman acerbos males?
De las torpes hazañas de mis abuelos,
¿Serán nuestras desdichas acaso el fruto?
¿Venganza otorgarían los altos cielos
a los manes del indio de pelo hirsuto?
Porque es lo cierto, Patria, que desde el día
que a tus playas llegaron naves iberas,
los que arrullados fuimos, Borinquen mía,
por el vibrar sonoro de tus palmeras,
sin esperanza alguna tristes vivimos.
Nuestra tierra bendita viendo humillada,
y extraños en el suelo donde nacimos,
¡Ni somos hombres libres, ni somos nada!
Primero España, aquella nación ingente
que admiraban los mundos por su braveza,
el veneno del odio vertió imprudente
al pecho del isleño, toda nobleza.
Oprimiendo a los hijos de esta Sultana
que duerme a los arrullos del mar Caribe,
y a quien da Dios sus besos a la mañana…
¡Y a la tarde los besos de Dios recibe!
Después… después… ¡Oh, tiempos de bienandanza
que el Águila del Norte nos ofrecía!
¡Cual se abrieron los pechos a la esperanza,
creyendo en los albores de un nuevo día!
Mas ¡oh, fugaz deleite! Decepción nueva
viene a llenar las almas de desencanto,
y otra vez sometidos a dura prueba,
¡Otra vez a los ojos acude el llanto!
Que hoy, como ayer, desdichas en torno veo;
el Derecho es fantasma, la Ley es mito,
y amarrado a la roca de Prometeo,
el infeliz colono gime precito.
¡Y es que en el mundo impera la ley del fuerte!
¡Es que el mundo no es centro de la Justicia!
¡Lleva el hombre en el alma, por triste suerte,
el maldito gusano de la codicia!
Son ya cuatro centurias lo suficiente
a mostrar a este bello rincón indiano
que el respeto se guarda para el valiente;
pues si no… ¡lo conquista fusil en mano!
Libre será la altiva, la hermosa Cuba
que estoica padeciera males prolijos.
¡La libertad de un pueblo solo se incuba
al calor de la sangre que dan sus hijos!
Ella, Patria, es el fruto de los empeños
que en adquirirla ponen los pechos bravos;
los débiles, por ruines o por pequeños,
¡Ay,! ¡Condenados viven a ser esclavos!
Soportar las cadenas… ¡ese es tu sino!
¡Siempre serán tus hijos pobres ilotas!
Águilas ¡ay! Heridas por el Destino,
quieren volar… ¡y sienten las alas rotas!
¡Oh, Virgen desdichada! ¡Bella Borinquen!
¡Oh, tierra de los años primaverales!
¡Es cierto que los hombres cuando delinquen,
sobre sus hijos llaman acerbos males!
¡Eres tú lo que adoro, lo que deifico,
lo que con toda el alma mi ser venera!
¡Yo no tengo más patria que Puerto Rico,
ni quiero más bandera que su bandera!
Quimera
Cuando escribo los versos que te consagro
vierte el papel mi pluma, cual triste lloro,
ora el líquido negro, signo de luto;
ora el que finge sangre, líquido rojo,
o el verde, que es emblema de la Esperanza.
¡De esa deidad que quiere dejarme solo!
Y cuando en sueños veo las blancas hojas
del libro en que mis versos guardo amoroso,
se me antojan aquellas campos de lucha,
y las letras, soldados que van ansiosos
a morir por la tierra de mis amores
con uniformes negros, verdes y rojos;
Y al despertar ¡oh, Patria! Con pena exclamo:
“¡Oh, corazón enfermo! ¡cerebro loco!
Irredenta
Histórica ley enseña,
desde edades muy lejanas,
que en la lucha por la vida
al débil el fuerte mata.
Muere el humilde cordero
del lobo en las duras garras;
no resiste la avecilla
la constrictora mirada;
la zorra, sin gran esfuerzo,
el gallinero devasta;
mata el león a la zorra
sin que su astucia le valga,
y el morbosismo de Roma
a los bárbaros exalta.
¡Para ti no hay redención!
¡Pobre patria! ¡pobre patria!
¡Que en la lucha por la vida,
al débil el fuerte mata!
Alternativas
¡Sin cesar me preocupa la Patria!
Y unas veces la juzgo feliz,
y otras veces la veo sumergida
en un mar de dolores sin fin.
Y en mi alma tormentos y dichas
en continuo oleaje se están…
¡Olas negras que pasan y vuelven!
¡Olas blancas que vienen y van!
Y me explico muy bien todo esto;
soy un bardo, es decir… ¡soñador
que, en los ratos que vela, padece
la nostalgia de un mundo mejor!
Sinceridad
Piense de mí lo que pensar le plazca
aquel que, de altruista blasonando,
dice que tiene por su patria el mundo,
y son todos los hombres sus hermanos.
Piense de mí lo que pensar le plazca,
mientras que yo declaro
que entre todas las tierras conocidas,
es Borinquen la tierra que idolatro…
¡Esta hermosa esmeralda
que engarzó Dios en medio al Océano!
Funeraria
Mi cadáver no quiero lo encierre
ataúd de nogal ni de pino;
que en los bosques que tiene mi patria,
esos árboles nunca se han visto.
Aserrad la caoba o el cedro;
Aserrad un árbol que aquí haya nacido…
¡Yo quiero una caja hecha de madera
de los bosques míos!
¡Yo quiero que todo lo que me circunde
de la muerte en el triste recinto,
provenga del suelo, del suelo adorado
que da a mis pulmones el aire que aspiro!
Hermosura y desdicha
Un cristalino mar tus costas baña.
Y un cielo azul te sirve de dosel;
Puro es tu ambiente, y tu feraz campiña,
la obra más bella del Supremo Ser.
Dicen que la hermosura y la desdicha
inseparables compañeras son:
y tú eres, Patria mía, de esa tesis
una prueba de insólito valor.
Lo mismo
Cuando en el lecho del dolor, sintiendo
el cruel influjo de dolencia grave,
el padre, el hijo o la adorada esposa
por negra suerte yace,
y vemos ya, sin esperanza alguna,
que su vida se acaba por instantes,
notamos, al rigor del infortunio,
¡Ay! ¡que se vuelve nuestro amor más grande!
Yo así también ¡oh Patria! cuando veo
que va avanzando el nubarrón gigante,
que de mi raza la absorción se impone,
y en tu suelo envidiable
ni del pasado quedarán reliquias,
ni de tus hijos quedarán señales…
¡Ay! ¡al compás de tus desdichas lloro,
comprendo que te quiero más que antes!
Esclavo
Desde que falta de mis almenas
el orgulloso pendón hispano,
cuando derramas tu luz bermeja
por otros mares, por otros campos,
¿qué decir oyes, sol esplendente,
sobre este bello rincón indiano?
-¡Que hoy, como antes, jardín del trópico,
gimes esclavo!
-Desde que ondula sobre mis valles
el pendón rojo, y azul y blanco,
cuando, celosa, constante sigues
la ardiente huella del sol, tu amado,
¿qué decir oyes, cándida luna,
sobre este bello rincón indiano?
-Que hoy, como antes, jardín del trópico,
gimes esclavo!
-Desde que el Águila sentó sus reales
en estos bosques y en estos prados,
cuando a otros sitios el vuelo tiendes
a los rigores del clima cálido’
¿qué decir oyes, tú, golondrina,
sobre este bello rincón indiano?
-¡Que hoy, como antes, jardín del trópico,
gimes esclavo!
-Desde que aquella nación vetusta
perdió su imperio sobre estos campos,
cuando al impulso de ronco viento
ruedas en otros mares lejanos.
¿Qué decir oyes, ola rugiente,
sobre este bello rincón indiano?
-¡Que hoy, como antes, jardín del trópico,
gimes esclavo!
-Sol, luna y ave, y ola rugiente,
¡Por Dios! ¡Decidme, decidme cuándo
vendrán los días en que mi suelo
no gima esclavo!
Poemas de
Pueblito de antes
Editado por Dennis C. Villanueva Díaz
Distrito escolar de Cabo Rojo
Notas de Cesáreo Rosa-Nieves
La obra constituye un cromo manso de la vida nuestra, de aquel hispano de ribetes
románticos, en donde la quietud eglógica lanzaba al hombre boricua a ser chismoso, soñador,
estoico y feliz: nada, un ser de humildad intrascendente y temperamento aplatanado. Es esa
existencia de nuestros pequeños caseríos, en donde el ciudadano fenece de fastidio, de
conformidad campestre, de suavidades vacunas. Por esas páginas costumbristas cruza el cura,
el barbero, las solteronas, el maestro de escuela, el médico, el boticario, las comadres, el sastre,
el alcalde y el poeta. Un tipismo pintoresco e interesantísimo en sus pinceladas sicológicas de
penetraciones anímicas.
Láminas realistas, bordan este sonetario: son a manera de cuadros regionales, en jovial
manojo de hitos humanamente trazados al carbón. Se mueven estas pinturas entre la exactitud
del retrato y la traviesa línea de la caricatura amena. En Pueblito de antes se vislumbra una sutil
afinidad del poeta puertorriqueño con el Julio Herrera Reissig de los Éxtasis de la montaña. Son
estampas regionales de cargado sabor telúrico, en ritmo métrico alejandrino (en dos
hemistiquios con cesura en el medio) y en forma de sonetos. Pinturas costumbristas que
encarnan nueva levadura isleña en sus raíces más prístinas, son éstas, las de Pueblito de antes,
ese viejo pueblito de antaño, que tiene muchísimo todavía de este pueblito de ahora. Mañana
no seremos distintos en lo fundamental de lo étnico. Si los historiadores y los sociólogos de
nuestro lar, conocieran a fondo este bello tomito lírico, le podrían sacar mucho partido a estos
versos perfumados de lejanías útiles y gratas: filones del terruño de solariega prosapia, en
donde el coro de los tipos isleños, teje el drama gris del diario vivir.
Pueblito de antes es un cofre de memorias de esas remembranzas que no morirán
nunca: visión diecinuevista de aquel siglo tainoafrohispánico de nuestros fecundos surcos
sonoramente luminosos.
Nota: Este poemario fue traducido al inglés por su hijo y también poeta, José Antonio Dávila.
El pueblo
Es el pueblo chiquito, y alegre y pintoresco.
Su treintena de casas de antigua construcción
y algunas nuevas. Todas pintaditas al fresco,
y unas, con antepechos; las otras, de balcón.
En el medio, la iglesia, de ligeros perfiles,
con su media naranja de subido punzó,
ostentando orgullosa en dos torres gentiles,
en una, las campanas; en la otra, el reló.
A compás de la iglesia la placita cuadrada,
que simula por mayo una alfombra floreada.
(En el centro, ella tiene un viejo flamboyán.)
¿Lo demás? Los bohíos, hogar del desconsuelo,
por detrás de las casas, pegaditos al suelo,
como si en ocultarse vincularan su afán…
El alcalde
Era un hombre que vino de lejanas regiones.
Su paisano, el cacique, lo pidió al General.
(Un cacique empeñado en ganar elecciones
contra los muchos votos del bando liberal.)
Del Concejo encauzaba los debates, y cuando
por las calles salía, facistol y marcial,
ostentaba orgulloso por insignia de mando
un bastón que él pensaba que era el cetro real.
Al maestro tenía por revolucionario;
como a un mísero siervo trataba al secretario;
imponiendo tributos, su capricho era ley.
El domingo iba a misa, y luego a la gallera.
Por las noches, su brisca con el cura. Tal era
el alcalde del pueblo donde yo me crié.
El cura
Era el cura rechoncho, de grosero talante,
de repletas alforjas y ninguna instrucción.
Él dormía la siesta con tranquilo semblante
en una gran hamaca que colgaba al balcón.
Si algún torpe chicuelo quién es Dios no sabía,
al maestro increpaba con coraje y tesón.
Todos los Viernes Santos al púlpito subía,
y mataba a los fieles con el mismo sermón.
Cifraba su cariño en su perro y su gato,
y anatemas lanzaba contra el concubinato
y el vicio del cigarro. (Él usaba rapé.)
A la vera del templo una moza vivía
fresca, gorda y lozana, que por la sacristía
al terminar la misa, le llevaba el café.
Las comadres
Doña Paz, doña Luisa, doña Inés, doña Juana
y otras cuantas comadres que hay en la vecindad
van cotidianamente a la misa temprana,
ansiosas de indulgencias para la eternidad.
Pobres sexagenarias y míseras jamonas
que sólo han obtenido desdenes del amor.
Las unas, costureras, las otras, comadronas,
y aquella, ama de llaves de algún viejo señor.
Al salir de la iglesia, yo, que fui monaguillo,
las he visto en el atrio departiendo en corrillo
sobre temas, algunos no muy santos a fe:
“Que si Fulana quiere que le cosan de balde…”
“Que si ya salió encinta la mujer del alcalde…”
“Que si del padre cura se dice no sé qué…”
El maestro
Mi mentor era un viejo de ojos claros y vivos
que al llegar los exámenes, a su terminación,
pronunciaba un discurso de muchos adjetivos,
y alcanzaba del pueblo una gran ovación.
Mientras cura y alcalde cobraban sin retrasos
y en duros relucientes la nómina mensual,
el maestro cambiaba sus haberes escasos
por viandas en la tienda del cacique rural.
Él sabía retórica y sabía latines.
Si cualquiera moría por aquellos confines,
él era fatalmente el fúnebre orador.
A pesar de su celo y su labor constante,
por mambí lo tuvieron, y dejaron cesante
cuando vino Laureano Sanz de gobernador.
El médico
De Madrid o Santiago muy orondo llegaba.
Su criterio exponía con petulancia atroz,
y ninguno en el pueblo a replicarle osaba,
porque el médico era, si no un dios, casi un dios.
Él saltaba del lecho a las doce del día,
que ayer y hoy trasnochaba, y mañana también;
y si alguno del campo sus auxilios pedía,
sin verlo, una receta daba en un santiamén.
De los gallos del pueblo lo mejor fue su banca,
y apostaba a su gallo hasta quedar sin blanca
si a su encuentro salía un adversario audaz.
Visitaba a una enferma y divina vecina
a la cual su señora miraba con inquina,
viendo que le tomaba el pulso y algo más…
El poeta
Cuando a la prima noche, de tertulia en la acera
de la botica, hallábase todo el oro social,
el que más peroraba, un hombrezuelo era
de perilla y quevedos y dalia en el ojal.
Era el feliz poeta, galante él y muy cuco,
de las simples mozuelas el más bello ideal,
porque les dedicaba en lenguaje caduco
ya un acróstico infame, ya un soso madrigal.
De sus sobados términos mirad aquí el derroche:
“El rubicundo Apolo en su dorado coche,
el piélago insondable, la Parca adusta y cruel,
los hados inclementes y la rastrera insidia,
la casta luna, etcétera…” ¡Yo le tenía una envidia!
¡Y hubiera dado un mundo por igualarme a él!
Cuando tuve seis años
Cuando tuve seis años fui por la vez primera
a que me desasnara el maestro del lugar.
Llevóme de la mano la vieja cocinera.
Agitóse a mi entrada todo el grupo escolar.
Cual me instó a que ocupase un asiento a su vera,
y cual otro abrigaba la misma pretensión.
¡Aquello fue el disloque! Nunca en mi vida viera
tan ostensible muestra de insubordinación.
El maestro, un viejito paliducho y enclenque,
empuñando furioso en la diestra un rebenque,
mostró ser una estrella de la Pedagogía.
Y yo, que vi en tal trance las barbas del vecino,
aproveché el tumulto y: “Por aquí es camino!”,
dije; tomé la puerta y salí de estampía.
De madrugada
Cuando del dormidero se lanza la gallina,
despierta Sinforiano, mi antiguo y fiel peón,
y va, por una puerta de las de la cocina
en pos de “La Berrenda”, que está en el corralón.
Ella, por saludarlo, muge desde su encierro.
(Es la mejor vaquita que existe en el lugar.)
Él la achica, la traba y le pega el becerro,
y cuando está apoyada, comiénzala a ordeñar.
Al rumor, me despierto y salto de la cama,
y voy a la cocina, desde donde me llama
el líquido al que en vano quiere igualar el té.
Y en mi impaciente anhelo por la infusión sabrosa,
acércome a la vaca, y de leche espumosa
hago llenar mi coco, ya medio de café.
La jeringa de Minga
La jeringa de Minga no paraba un momento…
¡No contaba con otras aquella vecindad!
(Lo que os digo, lectores, no lo toméis a cuento.
Yo juro por mi madre que es la pura verdad.)
La jeringa de Minga, si el alcalde se enferma.
La jeringa de Minga cuando se enferma el juez.
La jeringa de Minga, que está muy grave Anselma.
¿Se enfermó el padre cura? ¡La jeringa otra vez!
¿Pasará en todas partes lo que aquí pasa ahora
y por eso la llaman también “visitadora”?
Al ver lo que ocurría me preguntaba yo.
Y cuentan las historias que a la pobre Dominga
tanto la jeringaron, que rompió la jeringa,
Y de allí en adelante nadie más jeringó.
Poemas de
Un libro para mis nietos
Editado por Dennis C. Villanueva Díaz
Distrito Escolar de Cabo Rojo
Notas de Cesáreo Rosa-Nieves
La primera edición de Un libro para mis nietos se hizo en Bayamón en 1928. El poemario se
divide en las siguientes secciones: Versos sencillos, Cantos escolares, Siemprevivas y Apéndice. Recoge
una variedad de motivos para niños y para grandes, pero siempre pensando profundamente en los
niños. Aquel que una vez fue maestro, eternamente será maestro.
Los poemas incluidos en Versos sencillos y Cantos escolares se dividen en dos categorías
principales: temas infantiles para ser leídos por adultos y temas escritos para ser interpretados por los
niños. Cabe señalar que a los versos incluidos en Cantos escolares les puso melodía el célebre
compositor Braulio Dueño Colón. La parte que corresponde a Siemprevivas está recogida también en el
poemario Patria, de 1903. Son semblanzas de hombres y mujeres ilustres de Puerto Rico, como Lola
Rodríguez de Tió, Federico Degetau, Manuel Fernández Juncos, José de Diego, Luis Muñoz Rivera,
Salvador Brau y José Celso Barbosa, entre otros. La última parte del libro, Apéndice, está constituida por
curiosidades pedagógicas en versos, sobre el uso de las letras de escritura dudosa, en donde el autor,
entre bromas y veras, borda su lección de preceptor de escuela.
El ingreso
Aquí está la escuela
que desde mañana
yo frecuentaré.
Aquí está la escuela
que ha de redimirme.
¡Qué bonita es!
Mi ajuar
Para mis estudios
ya estoy aviado.
Una libretita
papá me ha comprado;
un “Libro primero”
que dice primores,
y un juego de lápices
de todos colores.
Mi conducta
Cual si mi padre fuera,
respetaré al maestro;
y así en horas de clase
como en las de recreo,
seré como un hermano
para mis compañeros.
¡Qué gozo!
¡Qué gozo ir a la escuela!
¡Qué bueno es estudiar!
¡Ya escribo como un sabio
mesa, papá y mamá!
¡Ya sé lo que es un nombre!
¡Ya sé lo que es plural!
Mi premio
Porque hice mi trabajo
como ninguno,
mi libreta hoy se adorna
con los cien puntos;
y al saberlo, admirada
de mis progresos,
me dio un beso mi madre…
¡Pero qué beso!
Soñando
El día que me porto
bien en la escuela
sueño toda la noche
cosas muy buenas.
¡Y qué intranquilo
me revuelvo en la cama
si malo he sido!
La chiringa
Dame la chiringa
Para encampanarla,
Que yo te la presto
Cuando esté bien alta.
¡Mira cómo sube!
¡Mira cómo cambia!
¡Qué chiringa buena!
¡Da gusto mirarla!
El aseo
Si quieres que a todos
tu presencia agrade,
sé limpio en tu cuerpo
y limpio en tu traje.
La muñeca
Tiene una hermosa muñeca
mi hermanita Soledad,
que cierra y abre los ojos
y dice “mamá” y “papá”.
Ella le pone un vestido
y en la cabeza un gran lazo,
y la lleva de paseo
bien cogida de la mano.
Luego la duerme y la acuesta
en una cuna muy linda,
lo mismo que hace una madre
que quiere mucho a su hijita.
El nido
Cuando en la campiña
hacia un árbol miro
y en su verde copa
descubro algún nido,
pienso que los padres
de los pichoncitos,
si al volver encuentran
el nido vacío,
sentirán la pena
que los padres míos,
si algún ser aleve
les roba sus hijos.
Un nido es sagrado…
¡Yo no toco un nido!
La tierra
Yo vuelvo con cariño
mis ojos a la tierra,
porque es la que sostiene
del hombre la existencia.
La tierra da los frutos
que el cuerpo me sustentan,
el traje que me viste,
la casa que me alberga.
Por ella vive todo
lo que mi ser deleita;
el árbol con su sombra,
con su verdor la vega,
las aves con su canto,
las flores con su esencia…
¡Yo vuelvo con cariño
mis ojos a la tierra!
Mi cabrito
Es mi cabrito
muy retozón.
Él corre y salta
como no hay dos.
Lo pego a un carro
que le compré,
y lo conduce
requetebién,
cargando arena
para un sendero
que desde casa
me lleva al huerto.
Le doy trabajo;
pero a la vez
como le cuido
tendrán que ver.
No solo yerba
come el pillín:
le doy batatas,
le doy maíz,
y cuando el tuno
quiere beber,
se da un hartazgo
de agua de miel.
Mi padre
Yo quiero mucho a mi padre,
que en el campo de la vida
no cesa de combatir
por mamá y mis hermanitos
y por mí.
Él nos procura el sustento,
el abrigo y el hogar;
él fomenta en nuestras almas
el amor a la verdad,
y nos profesa un cariño
al que solo es comparable
el de mamá.
Mi maestra
Mi maestra es mi orgullo,
mi maestra es tan buena,
que todas mis diabluras
las sufre con paciencia.
Ella es como una madre
por cariñosa y tierna.
¡Qué dulces sus palabras
cuando a leer me enseña!
¡Cómo goza, si aprendo
alguna frase nueva!
¡Saber leer! ¿Hay cosa
que igualarse pueda?
Por esto solamente
merece mi maestra
mi afecto más profundo,
mi gratitud eterna.
¡Mi maestra es muy buena!
¡Mi maestra es mi orgullo!
La escuela
La escuela es un nido,
y son los maestros
las aves adultas
que llenas de celos
dan a los pichones
abrigo y sustento.
Unos, los implumes,
son los niños tiernos,
esos chiquitines
del grado primero.
Luego vienen otros
chicos más traviesos:
unos pichoncitos
más fuertes y diestros
que de suaves plumas
se van revistiendo,
y dentro del nido
alargan sus cuellos
para ver el mundo
de sorpresa llenos.
Los que se gradúan,
los que llevan dentro
un mundo de afanes
y un mundo de ensueños,
son esos pichones
de plumas cubiertos,
de cuerpos ya duros
y de ágiles remos
que el nido abandonan
y emprenden el vuelo.
La tierruca
Es el móvil Oceano
gran espejo
donde luce como adorno sin igual
el terruño borincano,
que es reflejo
del perdido paraíso terrenal.
*
Son de fáciles pendientes
sus colinas,
y en sus valles, de riquísimo verdor,
van cantando bellas fuentes
cristalinas
como flautas que bendicen al Creador.
Primavera sus mejores
atributos
muestra siempre generosa en Borinquén.
*
En los campos siempre hay flores,
siempre hay frutos:
¡Es Borinquen la mansión de todo bien!
*
Aquí nace el puro ambiente
que respiro,
y se asienta la morada en que nací,
y ese sol resplandeciente
que yo admiro,
aquí nace, aquí brilla, y muere aquí.
*
De mis padres fue la cuna,
y ella encierra
las más santas afecciones de mi ser.
¡Yo no cambio por ninguna
esta tierra
donde tuve el privilegio de nacer!
Es el móvil Oceano
gran espejo
donde luce como adorno sin igual
el terruño borincano,
que es reflejo
del perdido paraíso terrenal.
No importa que aferrado a mi bandera
pueda la muerte recibir,
que dar la vida en aras de la patria,
eso no es muerte… ¡Eso es vivir!
(fragmento de Himno regional)
La vuelta a la escuela
Cual bandada de palomas
que regresan del vergel,
ya volvemos a las escuela
anhelantes de saber.
Ellas vuelven tras el grano
que las ha de sustentar,
y nosotros tras la idea,
que es el grano intelectual.
Saludemos nuestra escuela
con cariño y gratitud,
que ella guarda el faro hermoso
que la mente baña en luz.
Ni un momento la olvidamos
en los meses de solaz…
¡Nunca olvida la paloma
Su querido palomar!
Lola Rodríguez de Tió
(Semblanza)
Por ambiente mefítico amagado
un ruiseñor de mi vergel querido,
tendió las alas y formó su nido
de Cuba libre en el solar amado.
¡Es Lola, la de vuelo arrebatado!
¡Es la gentil Dolores, que ha vertido
su pensar, al diamante parecido,
de Fray Luis en el molde cincelado!
¡Ved de la patria el llanto de amargura
al alejarse mi gentil paisana
a los rudos embates de la ola!
El triste llanto por su ausencia aún dura…
¡Y allá, en el suelo de la Antilla hermana,
es el orgullo de Borinquen, Lola!
C, Q, K, Z
Los sonidos ca, co, cu,
con c los has de escribir:
k en las voces extranjeras,
q en los sonidos que, qui.
Tiene la c otro sonido
en ce, ci, linguodental;
y si un vocablo termina
en z, cual feliz, paz,
al dar nacimiento a otro
y al formarse su plural,
la z se cambia en c:
de feliz, felicidad,
de paz, pacificación,
y de voz, vociferar.
M
Antes de b y p, pondrás
en todo vocablo, m
y en las siguientes palabras
en que precede a la n:
indemnización, alumno,
himno, amnistía, omnipotente,
calumnia, autumnal, gimnasia,
insomnio, crimno, solemne,
ómnibus, columna, omnímodo,
damnificar y omnisciente.
R
Cuando en medio de dicción,
estando entre dos vocales,
es fuerte, sin excepción
duplicada la r pon,
como en arroz y corrales.
Suena fuerte una r sola
en cualquier otro lugar,
como resina, abrogar,
ráfaga, ramo y robóla.
Y
La y se debe emplear
con su sonido vocal,
haciendo de conjunción;
o cuando en fin de dicción,
de un diptongo o de un triptongo
siendo la letra final,
en ella no ha de cargar
la mayor pronunciación.
Se usa como consonante
en tiempo de un verbo que
no tenga en infinitivo
sonido de ll ni y,
como de roer, royera,
y cayendo de caer.
Poemas de
Viviendo y amando
Editado por Dennis C. Villanueva Díaz
Distrito Escolar de Cabo Rojo
Notas de Cesáreo Rosa-Nieves
El modernismo en Puerto Rico se extenderá, más o menos, desde 1907 a 1921. Se incorpora
a nuestra poesía dentro de una dirección de arte por el arte, pero a este clima del verso puro,
se le añaden los elementos sentimentales del postromanticismo a la manera de las rimas
becquerianas, y además el movimiento apunta con firmeza los asuntos puertorriqueñistas:
paisaje, costumbres, campesinaje, flora y fauna.
Viviendo y amando se da a la luz en 1912 en Bayamón. Los poemas recogidos en este
volumen fueron redactados entre 1907 y 1912, precisamente cuando se libraba aquí, la batalla
entre la vieja y la nueva poesía: romántico-parnasianos y modernistas.
La poemática de Virgilio Dávila adquiere después de su libro Patria (1903), una tonalidad
ecléctica, en cuyos versos, lo becqueriano se alía con las características parnasianas, amén de
los aires recién llegados de Rubén Darío y sus seguidores. El poeta puertorriqueño no rechaza el
modernismo de plano, sino que va de lo de ayer a lo de hoy, tímidamente, aunque lo que más
se advierte en este poemario es una fuerte simpatía hacia las formas clásico-románticas. Este
panorama lírico de Dávila, en su órbita estética, se extiende desde los lindes de Bécquer hasta
la aurora misma del modernismo en Puerto Rico. Pertenece Virgilio Dávila, dentro de esta zona
temporal, a la generación de los iniciadores del nuevo ritmo de la poesía, que en Europa
llamaron decadentistas, por el uso preferente que ella hacía de los temas raros. En Viviendo y
amando, en un estilo de agradable sencillez, el poeta logra una dulce emoción literaria de cala y
adornismo.
Las fragancias del modernismo hispanoamericano se ven fácilmente cuando observamos
cómo el poeta recurre a los vocablos que usaban los rubendarianos (bulbules, azul, pompadour,
perlar, stambul) y las frecuentes alusiones a los mitos y a las piedras preciosas. Además,
advertimos inmediatamente los clásicos ritmos remozados por los modernistas, tales como el
eneasílabo, el dodecasílabo, el alejandrino; y también el uso del serventesio, la quintilla, el
rondo francés, la sextina de arte mayor, el soneto de final sorpresivo y un vocabulario luciente
que cubre el sonetino de fáciles armonías en tono menor.
Los asuntos preferentes en estos poemas son el amor, la religiosidad, el paisaje narcista, los
motivos campesinos de jibaridad lírica y su ambiente pintoresco, usando la técnica de estampas
eglógicas. Lo que más llama la atención de este poemario es su ancho optimismo. Es un
breviario de alegría, en donde la angustia es flor exótica. Todo el volumen nos revela un canto a
la esperanza, a ese vivir y amar más allá del tedio y de la pena: azul aurora del júbilo, canción
regocijada de pájaro, yerba y melodía. Canción a campo abierto, en donde sonríen el cielo, la
tierra y el agua, a pleno sol, a plena luna.
Quijote
Una mujer a don Quijote inflama,
haciéndole brillantes narraciones,
y así lo induce a conquistar regiones
de las que un tiempo fue señora y ama.
También la Poesía, gentil dama,
despierta en mí sublimes ambiciones,
y me lleva, por campo de ilusiones,
a conquistar los reinos de la Fama.
¿Y qué me importa que resulte vano
lo que realice mi labor de artista?
Es noble mi afanar, y ya es bastante.
¡Salud, manchego ilustre! ¡Soy tu hermano!
¡Yo voy también de un mundo a la conquista!
¡Yo soy también un caballero andante!
Amor
Ama a la flor la gota de rocío;
al suelo mira con amor la estrella,
y en él dejando su amorosa huella,
va al río la fuente, va a la mar el río.
Ama la yedra al murallón sombrío;
ama al doncel la púdica doncella,
y un ósculo de amor es la centella,
que dos nubes se dan en el vacío.
Quiere romper la cárcel que lo encierra,
cuando en las noches iracundo brama,
el mar, que siente amores por la tierra;
hace el éter caricias a la llama,
como el árbol al sitio en que se aferra…
¡Todo es amor…! ¡El Universo ama!
Notas
I
Cuando hallamos más límpido el espacio,
más aroma en la flor,
más dulzura en las notas del salterio
y más brillo en el sol,
es que sentimos algo que aletea
en nuestro corazón…
¡Es que forma su nido en nuestras almas
el ave del amor!
II
Yo vi a dos amantes en mísera choza,
Con los pies descalzos, los trajes raídos
y dos corazones muy grandes,
y dije al mirarlos: -¡Qué ricos!
Yo vi a dos amantes en regio palacio,
con trajes de seda, lacayos y coches
y dos corazones muy chicos,
y dije al mirarlos: -¡Qué pobres!
III
Cuando dos sus amores se dicen
y es muy noble el concepto amoroso
por temor de que el labio lo empañe,
brota en hilos de luz por los ojos.
IV
En materia de amor, la que es honrada,
da todo el corazón, o no da nada.
Venus criolla
No surgió, cual la griega, de la espuma,
al horrísono estruendo de los mares:
nació en cojín de flores singulares
que dieron a su ser fragancia suma.
Del alborear en la rosada bruma,
coronada la frente de azahares,
bajo el glauco dosel de los palmares
su silueta magnífica se esfuma.
Llevó, por gracia, la inmortal Poesía
dulcísimos ensueños a su mente;
puso Dios en sus labios ambrosía,
todo el brillo estelar bajo su frente,
y para obrar le dio el Deber por guía,
y para amar, un corazón ardiente.
Como la noche
Como la noche soy. Lloro, cual ella,
de un sol- la Libertad- los desamores,
y destrozan mi alma los dolores,
como al nocturno velo la centella.
Yo soy como la noche. La flor bella
de la ilusión me brinda sus olores,
y luce en mí, con mágicos fulgores,
la llama del amor, como una estrella.
Yo soy como la noche silenciosa;
y, cual la noche al imperar el día,
no dejaré de mi existencia rastros.
¡Asómate a mi alma, niña hermosa,
y verás como tiene el alma mía
rocío, olor, relámpagos y astros!
Astral
Noche esplendente. En la serena altura
el diamante de un astro refulgía.
La luna junto al astro se veía
como un arco de luz cándida y pura.
Pasó ante mí tu angélica figura,
y quedé deslumbrado: parecía
que de todo tu ser se desprendía
como una casta emanación de albura.
Quise dar a tu pecho y tu cabeza
tributo digno de tu real belleza;
luego, morir de rabia y de despecho,
al ver dignos de ti, tan solamente,
el astro aquel para adornar tu pecho,
y el arco aquel para adornar tu frente.
Stella matutina
Llegaba el alborear. Sólo se oía,
dominando en el monte y la llanura
cual la voz de un gigante que murmura,
el sordo ruido precursor del día.
Yo a Venus vi que en el espacio ardía,
bañando el cielo con su lumbre pura…
¡Rico fanal de espléndida hermosura!
¡Fanal alado que al zenit subía!
¡Ya viene el sol! Su lampo refulgente
pronto será la dotación más bella
con que engalane sus dominios Flora.
Van a abrirse las puertas de Oriente…
¡Temblando de pudor la blanca estrella,
se rebuja en el manto de la aurora!
Grito lúbrico
Quiero ahogar de mi pecho las querellas,
bebiendo mieles en tus labios rojos;
quiero vivir ante tus pies de hinojos,
para extasiarme con tus formas bellas.
Quiero mi alma constelar de estrellas
con chispas de la luz que arde en tus ojos,
y venciendo tus púdicos sonrojos,
tentar tus pomas y besar en ellas.
¿No ves la fiebre que mi ser devora,
huérfano de tus ósculos y abrazos?
¡Oye la voz que tu piedad te implora!
¡Cúbreme con el haz de tus cabellos,
y apriétame después entre tus brazos,
para morirme de placer en ellos!
Rosas y espinas
Del jardín del amor en un arbusto
dos yemas encontramos,
y una en tu corazón y otra en el mío
solícitos sembramos.
Un sol de fuego fecundó mi entraña;
la tuya, el sol del polo,
y dio mi arbusto flores solamente,
y el tuyo, espinas sólo.
Quiero de ti lo que a brindarme alcanzas:
la espina dolorosa…
¡Por cada espina que mi pecho hiera,
te ofrendaré una rosa!
Acuarelas
VI
Mientras la anciana en el sillón dormita,
aquel buen viejo de la testa cana
vuelve los ojos a la noble anciana,
en otros tiempos su ilusión bendita.
Y al ver pálida, y mustia, y cieguecita
a la que fue de sol, jazmín y grana
añora goces de su edad temprana,
y una perla en su párpado se agita.
Deja el sillón, al despertar, la vieja,
y cada nieto sus quehaceres deja
para ponerse de la anciana al lado;
mas el buen viejo a todos se adelanta,
y con febril solicitud que encanta,
corre a prestarle su senil cuidado.
¡Ella!
Perdonaré la mano que me hiera;
dispensaré, por única venganza,
al que me desaliente, la esperanza,
al falso amigo, la amistad sincera.
¡Todo lo doy por bien! Como bandera
en esta lucha a que el vivir nos lanza,
tengo mi corazón. Su afecto alcanza
a cobijar la humanidad entera.
¡Que me abandonen mis amigos fieles!
¡Que mi voz no obedezcan mis lebreles!
¡Negadme, estrellas, vuestra limpia llama!
¡Negadme vuestro canto, ruiseñores!
¡No perfuméis a mi redor, oh, flores!
Todo lo doy por bien… ¡Ella me ama!
Para hacer un soneto
Lucha primero con fervor constante
para anular lo que te estorbe el paso:
y luego que a la cima del Parnaso
te lleven tus anhelos de gigante,
elige el verbo culto y elegante
que diera prez a Lope y Garcilaso,
y forja el verso, el apolíneo vaso
de esbeltas curvas y cristal brillante.
En molde de tan mágico atavío
has de verter idea tan hermosa
que el mundo, al contemplarla, mire en ella
algo como un cambiante de rocío,
algo como el perfume de una rosa,
algo como el fulgor de alguna estrella.
La jibarita
Por la vereda angosta que baja de la sierra,
y con el calabazo terciado en el cuadril,
poblando viene el aire de rústicas canciones
la jibarita anémica, la jibarita triste,
como una flor escuálida de malogrado abril.
¡Y es bella! Son sus ojos humedecidas murtas
prendidas en jirones de cielo tropical;
su talle y pie menudos; sus labios fueron hechos
de la rosada pulpa que brinda la guayaba,
y son sus blancos dientes botones de azahar.
Allá en la verde cumbre levántase el bohío
de yaguas, superpuestas a débil armazón;
en él jamás penetra la luz de la alegría;
lo bañan a su antojo las lluvias torrenciales,
y mécelo a su antojo del ábrego el furor.
Y allí ¡la pobre! habita… Su traje es un harapo
que cubre a duras penas su cuerpo virginal;
algún jergón le sirve de lecho miserable,
y raros son, muy raros, los venturosos días
en que sus labios tocan el codiciado pan.
Por eso en sus canciones se nota el dejo amargo
del que la ausencia llora de un suspirado bien;
por eso cuando ríe parece que solloza
la bella adolescente de talle y pie menudos
que alberga en sus montañas la pobre Borinquén.
Simbólica figura de esta región tendida
entre apacibles mares y cielo de zafir,
allá va con su carga por la vereda angosta
la jibarita anémica, la jibarita triste,
como una flor escuálida de malogrado abril.
Luz y aroma (A la memoria de Hostos)
¿Quién escaló jamás cima tan alta?
¿Qué más noble misión que la del vate
que cuando tiene que exaltar, exalta,
y si es preciso combatir, combate?
El verso ha de ser luz a cuyos lampos
la muchedumbre se despierte y vea
lo que discurre en los celestes campos,
lo que en el sucio muladar rastrea.
Quien da a los aires la canción insulsa,
quien solamente en lo trivial se inspira,
¡suelte la lira que su mano pulsa,
porque es indigno de pulsar la lira!
Si es que te anima la esperanza ¡oh bardo!
de redimir al pueblo que sucumbe,
sea tu lira al par clarín y dardo:
¡clarín que aclame y dardo que derrumbe!