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Desposesión, reconfiguración territorial y estrategias de los pobladores: esferas de relación
y esquemas de interpretación
Flor Edilma Osorio Pérez1
Los procesos de acumulación por desposesión constituyen escenarios privilegiados para
identificar, a manera de mapa, relaciones de dominación y resistencia que se tejen y destejen en
medio de una serie de estrategias, ensayos, pruebas y búsquedas que desarrollan diversos actores
en un mismo territorio. El propósito de esta reflexión es el de poner en diálogo tres dinámicas
específicas pero complementarias: los procesos de dominación desde el gran capital, la
reconfiguración territorial rural que éstos producen y las demandas y propuestas que la población
afectada por dichos proyectos realiza y reinventa.
Cada uno de estos procesos es, en sí mismo, bastante complejo. De hecho, al analizarlos de
manera aislada es posible construir esquemas analíticos específicos que permiten comprender
mejor sus rasgos generales. En este sentido, los esquemas permiten simplificar la complejidad allí
existente, dejando de lado muchas aristas y perspectivas, con el costo que ello tiene: paralizan -en
su diseño- realidades y prácticas que son muy dinámicas, que están en continuo movimiento.
Por ello, servir de herramienta descriptivo analítica para comprender realidades sociales conexas
con procesos de despojo territorial, especialmente, es el modesto propósito de estas reflexiones.
Se trata de mostrar algunas de las diferentes formas y expresiones que se dan en los procesos de
dominación y resistencia. En tanto instrumento pedagógico, es deseable que pueda ser
retroalimentado también desde tales experiencias y realidades. Ahora bien, no se trata solamente
de las complejidades que cada esquema intenta recoger, sino de las relaciones que se tejen entre
las tres esferas que aquí retomamos y que corresponden a un abanico de prácticas de dominación
y resistencia en perspectiva territorial rural que, para el caso colombiano, se inscriben en medio
de múltiples nexos entre la guerra y los procesos de expansión y concentración del capital.
El texto se divide en tres secciones. La primera se ocupa de mostrar la esfera de la dominación
que muestra algunas de las múltiples formas en que ingresa, se impone y se mantiene el capital en
territorios específicos empleando prácticas que van de un extremo, la seducción, a otro que es la
eliminación. La seducción se refiere a acciones amables y políticamente correctas, que
disminuyen prevenciones y aumentan adeptos y la eliminación se sitúa en acciones violentas e
ilegales para doblegar e imponer sus propias condiciones llegando a suprimir físicamente a
quienes se constituyan en obstáculo para sus intereses.
La segunda sección, se convierte en el eslabón obligado por el cual pasa el despojo. Las
incursiones del gran capital se concretan en territorios específicos ocupados por comunidades
1 Profesora Investigadora del departamento de Desarrollo Rural y Regional, Facultad de Estudios Ambientales y Rurales,
Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá.
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rurales campesinas, colonas, indígenas y afrodescendientes. El interés se orienta por territorios
ricos en recursos minero energéticos, en suelos para la explotación agroindustrial, en paisajes
para el turismo, en sitios estratégicos para el comercio, en reservas de agua, flora y fauna, entre
muchos otros bienes. Esa intervención genera una serie de recomposiciones en la territorio, tanto
de orden material como la configuración de sus paisajes, como de orden simbólico como las
representaciones sobre ese lugar, pasando por los usos y prácticas territoriales y las mismas
interacciones sociales. Precisamente, son las amenazas a ese lugar vivido las que activan y
fortalecen, en muchos casos, estrategias de resistencia colectiva para su defensa.
La tercera sección desarrolla esa esfera, la de las protestas y propuestas que los colectivos rurales
realizan para relacionarse con esos actores y prácticas de dominación. Allí se propone un
esquema que va del sometimiento a la resistencia en medio de una adversa correlación de fuerzas.
El texto cierra con unas reflexiones transversales de estos procesos que evidencian, por una parte,
su alcance destructivo y su camaleónica capacidad de expoliación prometiendo la quimera del
progreso y, por la otra, la capacidad de resistencia de pobladores que viven tales amenazas.
1. La esfera de las prácticas de la acumulación por desposesión2
Se estima que en Colombia, entre 1985 y 2010, cerca de 6,5 millones de hectáreas han sido
arrebatadas de sus dueños. Esta cifra, sin embargo, no incluye los territorios de las comunidades
indígenas y afrodescendientes, quienes han llevado la peor parte en el conflicto (Comisión de
Seguimiento a la Política Pública de Desplazamiento Forzado, 2011). Ese despojo monumental
ha sido posible por una alianza tácita y expresa entre capital, Estado y guerra. El marco de la
guerra se constituye en una eficiente cortina de humo que sirve para lograr con mayor rapidez las
apuestas por el enriquecimiento económico y por la ocupación de cargos públicos que permitan la
toma de decisiones arbitrarias en pro de intereses muy particulares. De manera simultánea, la
población queda sitiada en medio de un estado de shock fruto de las acciones de terror e
intimidación que se producen desde ese poder mancomunado que articula lo legal y lo ilegal,
creando situaciones límite que dejan vulnerables a la sociedad, a las personas y a sus colectivos
(Klein, 2000).
Sin embargo, la acumulación por desposesión que promueve el capital3 se acomoda a los diversos
procesos de cada sociedad y no siempre se ampara y alimenta una guerra explícita. Para ello el
discurso de desarrollo resulta bastante útil, pues sirve de carnada para facilitar la acumulación
2 Retomo planteamientos anteriores de Osorio y Herrera, 2012 3 En el caso colombiano, el despojo en medio de la guerra además del gran capital, representado en grandes empresas y
corporaciones, se ha gestado desde diversos actores con menores capacidades económicas pero no menos codiciosos. Estos
últimos han sido menos evidentes y menos estudiados. Aquí nos referiremos al gran capital dado que encontramos que con
frecuencia gozan de legitimidad, pues se supone que cumplen cabalmente con todas las normas; su capacidad económica los sitúa
aparentemente más allá de los intereses mezquinos; y tienen toda la capacidad y la usan plenamente para sobornar autoridades,
líderes y pobladores. Paulatinamente se han ido poniendo al descubierto sus sucias maniobras y alianzas Cfr., por ejemplo,
Valencia (2013), OXFAM (2013), Rodríguez y Orduz (2012), Moor y van de Sandt (2014)entre otros.
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concentrada y excluyente. “El desarrollo no se limita a una trama de palabras y prácticas, va
mucho más allá al dictar un régimen de conocimiento y poder. Es una peculiar manera de ver y
construir la realidad como un espacio que necesita intervención. El imaginario espacio temporal
que se construye y sus simbolismos legitiman y han legitimado la autoridad del “experto”,
silenciando otras voces; determinan formas de conocimiento y relaciones, asegurando su
reproducción y que los sujetos que habitan el espacio en cuestión sean objetos de la aplicación
del poder” (Cejas, 2000: 73).
La promesa y la realización de obras concretas como vías de comunicación, campeonatos,
actividades culturales y deportivas, dotación de escuelas y cobertura de las demás carencias
materiales y sociales que el Estado debería apoyar, son efectuadas de manera rápida y oportuna
por parte de la empresa. En estrecha relación con esta estrategia de oferta de recursos, se
propician las fragmentaciones comunitarias. Las propuestas se hacen a líderes y personas
influyentes en las comunidades, de manera que se consiga neutralizarlos y a la vez generar una
opinión afirmativa para facilitar su ingreso al territorio. Con frecuencia se dividen las opiniones y
se rompe la acción colectiva de resistencia, pues resulta más fácil -y mejor- negociar
individualmente que pelear colectivamente en una condición tan desigual de fuerzas. A ello se
suman las múltiples irregularidades en el proceso de la consulta previa (Betancur y Osorio,
2010). El uso de la fuerza pública para respaldar los intereses de las empresas en contra de las
reacciones y protestas de las comunidades, ilustra muy bien el papel del Estado liberal para
proteger el capital.
Los conceptos-realidades de seducción vista como desarrollo y de eliminación basada en
múltiples formas de violencia, aunque parecen polos opuestos, mantienen una característica
similar: el control y la dominación. Citando a Bloch, guerra y desarrollo4, “no son […]
contraposiciones en la época del capitalismo monolítico, ambas proceden del mismo mundo, y la
guerra moderna procede de la paz capitalista y se reviste de sus mismos rasgos espantosos”
(2006: 345).
La seducción se fundamenta en prácticas de persuasión y fascinación, a partir de la ilusión de que
el dinero y el consumo pueden satisfacer las necesidades y generar felicidad, además de
constituirse en el rasero que define la posición y estatus de las personas en la sociedad. Quien
tiene el poder económico, con frecuencia se convierte en una voz autorizada para tomar
decisiones: se le confiere credibilidad y autoridad, facilitando la imposición de sus intereses, en
una espiral que concentra cada vez mayor poder. La seducción actúa como un proceso de
obnubilación que facilita los objetivos del gran capital, de manera rápida y sencilla. En medio de
la racionalidad del sistema y de la ausencia secular de posibilidades reales para mejorar las
condiciones de vida, oponerse a beneficios materiales inmediatos y negarse a recibir dádivas y
propinas, es fácilmente visto como una estupidez y una pérdida de oportunidad.
4 Bloch se refiere a guerra y paz.
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La eliminación y la violencia, en tanto coacción y daño, se evidencian en la violencia física cuyo
extremo se concreta en el asesinato, la masacre y la desaparición. Sin embargo, utiliza prácticas
inaparentes pero muy contundentes, como la violencia psicológica que supone la intimidación y
la amenaza. La violencia tiene un campo amplio y diverso de expresiones que van más allá de la
violencia física, alcanzando la estructural y la simbólica como lo propone Galtung (1998), entre
otros estudiosos del tema.
Entre la seducción y la eliminación y sus equivalentes -desarrollo y violencia-, existe una gama
de prácticas cuyo propósito es la dominación, entendida como la imposición de autoridad a fin de
subordinar y someter la voluntad de otros, para satisfacer sus intereses, a partir de diversas
formas de ejercicio del poder. La dominación, si bien con frecuencia va acompañada de ejercicios
de fuerza y violencia, también va aparejada con recompensas y gratificaciones de tipo material y
simbólico que, pese a su apariencia, están enmarcadas en una desigual relación de fuerzas. Desde
la perspectiva de la colonialidad, la dominación surge con la modernidad, siendo la primera el
lado oscuro de la segunda y denominada por Mignolo (2010) como el sistema-mundo
moderno/colonial, en el cual el poder se expresa en niveles entrelazados que conjugan el control
de la economía, de la autoridad, de la naturaleza y sus recursos, del género y la sexualidad, de la
subjetividad y del conocimiento5.
Para el caso colombiano, el contexto de guerra constituye una ventaja comparativa que mezcla
prácticas legales e ilegales de dominación para facilitar y acelerar de manera contundente los
procesos de despojo y despeje necesarios para la imposición de lógicas de desarrollo extractivo
en el territorio, que favorecen la acumulación concentrada y excluyente, usando promesas de
bienestar y empleo.
Gráfico 1. Estrategias de dominación y despojo
Seducción
Manipulación
División
Desinformación
Soborno
Represión
Amenaza
Eliminación
Fragmentación social
Tomada y ajustada de Osorio y Herrera, 2012
5 Un panorama completo de diversos autores y sus discusiones puede consultarse en Restrepo y Rojas, 2010.
violencia desarrollo
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Este esquema da cuenta de manera relacional y crítica, del abanico de prácticas de dominación,
despojo y desterritorialización sobre poblaciones rurales, ejercidas por parte de empresas
nacionales e internacionales con miras a avanzar en sus dinámicas de acumulación. Allí
evidenciamos las prácticas de seducción que actúan como mecanismos de persuasión y
fascinación, para ingresar, imponer y mantener el dominio del capital en territorios específicos,
en donde convergen prácticas amables, legales y políticamente correctas, que disminuyen
prevenciones y aumentan adeptos. Estas se combinan con la eliminación, prácticas violentas e
ilegales para doblegar y fragmentar la fuerza y el poder colectivo de las comunidades que se
levantan para señalar los impactos negativos de tales intrusiones. Así, la dominación y el control
no sólo se ejercen por la fuerza y la violencia, sino por medio de gratificaciones de tipo material y
simbólico. Los medios y prácticas no son excluyentes y no tienen un orden o secuencia
determinado, sino que se definen de acuerdo con las circunstancias y características de los
territorios y comunidades. Para el caso colombiano, los actores que facilitan la acción del capital
son el Estado, las empresas y los actores armados ilegales, quienes intervienen en diversas
escalas territoriales, desde la transnacional hasta la local y microlocal.
Dos son los denominadores comunes de estos procesos de dominación para el despojo: por una
parte el terror, un dispositivo muy poderoso que se instala de manera profunda e inmoviliza,
despojando capacidades de lucha, actualizando temores y vulnerabilidades que han marcado sus
vidas, en estado de shock. Por el otro, la fascinación de la oportunidad, una ficción que da la idea
deformada de ganancia aún en medio de una especie de “servidumbre voluntaria” (La Boétie,
1980), que genera un estado acrítico de aceptación e inclusive de agradecimiento.
2. La esfera de la reconfiguración territorial
La dominación y el despojo se imponen sobre territorios concretos, lugares específicos que tienen
riquezas importantes en términos de recursos minero energéticos, agua, bosques, tierra o que
están estratégicamente situados de manera que se constituyen en objeto concreto de la codicia.
Esos lugares se ubican generalmente en zonas rurales -esas marginadas y poco viables regiones-
que ocupan históricamente las márgenes de los países. Indígenas, afros y campesinos,
poblaciones secularmente excluidas y empobrecidas, a las cuales se les ha señalado
reiteradamente sin valor y sin lugar digno en la sociedad hegemónica, son poblaciones que
estorban los ambiciosos planes que el capital busca afanosamente. Estos territorios parecen, a
primera vista, fácilmente recuperables para el gran capital.
¿Cómo se afectan los territorios con la entrada triunfante y arrolladora de las maquinarias que
anuncian el progreso? De ese ámbito nos ocuparemos a continuación. El esquema aquí se
modifica pues se trata de identificar las muchas afectaciones que sufren los territorios y para ello
es importante precisar cómo comprendemos el territorio y cuáles son sus dimensiones
principales.
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En primer lugar, el territorio es un producto social históricamente constituido por la dinámica de
las relaciones sociales, económicas, culturales y políticas; en síntesis, el territorio surge de las
relaciones entre la sociedad y la naturaleza. La territorialidad se refiere entonces a ese proceso
que se caracteriza por su carácter multidimensional que está en permanente construcción. La
territorialidad es múltiple, plural y conflictiva (Mançano Fernández, 2009). El territorio ha
pasado de ser una noción reconocida fundamentalmente como parte central de la construcción del
Estado, a instalarse muy rápidamente de manera incluso vaga y superficial como complemento de
cualquier acción, política y proceso. En Colombia, por ejemplo, se habla hoy de desarrollo
territorial, de paz territorial, al tiempo que se objetan desarrollos territoriales autónomos como las
Zonas de Reserva Campesina. Pareciera más una perspectiva que se acoge a las demandas de
figuración territorial y de descentralización básica, pero que rehúye la dimensión profundamente
política que tienen las dinámicas territoriales.6
Retomando a Lefebvre (1974) y en aras de buscar una propuesta analítica que recoja la
complejidad material y simbólica del territorio, propongo cuatro dimensiones presentes en el
proceso de configuración del territorio, las cuales se articulan y determinan entre sí
profundamente7. Se trata del paisaje, las prácticas territoriales, las representaciones -tanto propias
como foráneas- del territorio, y los intercambios sociales, que cobran vida a partir de los actores.
(Ver gráfico No.2).
El paisaje es la dimensión física y perceptible. Algunos la definen como la fotografía del
territorio. El paisaje es, al mismo tiempo, recurso de vida, marcador de emociones y
generador de prácticas concretas para su uso, según sus posibilidades y restricciones.
Recoge en su materialidad los diferentes recursos bióticos y abióticos, con todas sus
riquezas y potencialidades, pero también con sus restricciones, riesgos y fragilidades,
dándole particularidad. Se constituye además en marcador de sentido identitario, que
configura la memoria de sus pobladores y se mantiene como referente clave de sus
historias personales y colectivas. Pero sobretodo, “los paisajes son proyectos políticos, es
decir, procesos inconclusos y saturados de poder que se materializan en ensamblajes
concretos de naturaleza y sociedad” (Ojeda y otros, 2014). Constituyen entonces la
evidencia inscrita y tatuada de las relaciones que lo han configurado.
Las prácticas territoriales son los usos concretos que los pobladores le dan al territorio en
su vida cotidiana. En tanto conjunto de prácticas diarias de trabajo, ocio, producción,
encuentro, conflicto, la cotidianidad pasa por lugares concretos que le dan valor y sentido
tanto al lugar como a la vida diaria. A través de las prácticas el espacio es significado por
6 Una discusión al respecto hacemos en Osorio y Ferro, 2015 en prensa. 7 Una primera versión la propuse en “Recomposición de territorios en contextos de guerra. Reflexiones desde el caso
colombiano”. En: Las configuraciones de territorios rurales en el siglo XXI. Editores Fabio Lozano y Juan Guillermo Ferro.
Editorial Pontifica Universidad Javeriana. Bogotá, 2009. PP 417-440. Una versión revisada aparece en “Juventudes rurales e
identidades territoriales” en prensa.
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cada persona, a la vez que se construyen entramados sociales que dan sentido a la vida
colectiva.
Gráfico 2. Dimensiones de la configuración territorial
Osorio, 2015
Las representaciones del territorio corresponden a los códigos de sentido dados a los
lugares. Allí encontramos, por una parte, las representaciones de foráneos8 que son
concepciones derivadas de lógicas, saberes e intereses particulares que buscan imponer
una representación del mismo, tales como las de los científicos, los urbanistas y los
tecnócratas, pero también los citadinos, los inversionistas, los empresarios, esto es la
mirada ajena al territorio. Y por la otra, representaciones de quienes habitan9 el territorio
que son códigos de sentido, de símbolos complejos, lugares clandestinos y subterráneos
de la vida social que tienen su sentido para quienes habitan el lugar. En tanto espacios
vividos, representan formas de conocimientos locales y menos formales que construyen y
modifican los actores sociales. Las diferencias y sentidos antagónicos en las miradas y
los intereses entre las representaciones del espacio y los espacios de representación
configuran un escenario que es a la vez de dominación y resistencia.
Los intercambios sociales son una dimensión fundamental de la construcción territorial
que se teje a partir de las relaciones con los otros en un lugar concreto. Es allí que
8 Corresponden a lo que Lefebvre identifica como representaciones del espacio 9 Lefevbre los denomina como espacios de representación.
Paisaje
ppapa
Prácticas
Intercambios
sociales
Actores
Representaciones
propias y ajenas
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construimos referentes identitarios comunes, en medio de una multiplicidad de conflictos
y de ejercicios de reciprocidad y confianza. Los intercambios sociales constituyen la
piedra angular que va tejiendo el hilo invisible de las prácticas políticas y culturales. De la
mano de las representaciones territoriales, los intercambios sociales van definiendo la
cotidianidad de los vínculos que, bajo ciertas circunstancias, activan las dinámicas de
acción colectiva de defensa, reivindicación y resistencia.
Es aquí donde los territorios concretos se constituyen en el punto de encuentro y desencuentro de
las prácticas de dominación y de resistencia entre el gran capital y los pobladores rurales. En la
medida en que incursionan las corporaciones en los cerros, valles y ríos, muchas poblaciones
evidencian el riesgo de ese asalto a esos lugares vividos y requeridos para la continuidad de sus
existencia, y desde allí renuevan prácticas de resistencia y rechazo a tales proyectos. Eso es
precisamente lo que sucede frente a las acciones extractivas y despojadoras del gran capital
(Svampa, 2012); las diversas y cada vez más frecuentes respuestas de los movimientos
territoriales rurales en alianza con movimientos ecológicos, plantean nuevos escenarios de
coalición no solo entre comunidades rurales, sino entre estas y poblaciones urbanas, consolidando
redes mucho más amplias con capacidad suficiente para enfrentar de manera sostenida el poder
derivado de la alianza entre el Estado y el capital.
La dimensión política de los pobladores rurales, usualmente subestimada, se expresa y dinamiza
cuando está en riesgo su territorio y sus condiciones básicas para sobrevivir. Por supuesto, no son
respuestas mecánicas, ni generalizadas. Hay una serie de procesos intermedios que circulan entre
la percepción, comprensión, valoración y la acción que marcan cursos diferentes de respuesta y
propuesta para resolver tales situaciones. Esa es la tercera esfera que interactúa con las anteriores
y de la cual me ocupo a continuación.
3. La esfera de las estrategias de los pobladores frente a la dominación
¿Qué factores inciden en el tipo de respuesta que tenga un grupo frente a agresiones tan fuertes
como la afectación de sus territorios para explotaciones mineras o agroindustriales? Sin duda son
diversos y tienen una muy variada combinación que se deriva de sus propios procesos históricos.
Si, como lo señala Moore “la capacidad humana para soportar el sufrimiento y el abuso es
impresionante” (1989: 26) ¿en qué momento se deja entonces de soportar y se pone un límite a
quien o quienes infringen el sufrimiento? Según el mismo autor, “el agravio moral y el
sentimiento de injusticia social tienen que ser descubiertos y (…) el proceso de ese
descubrimiento es fundamentalmente histórico” (1989:28). Las cambiantes definiciones e
interpretaciones históricas de lo que es o no inevitable en las diferentes culturas y tiempos, va a
redefinir lo que se concibe como justo e injusto por las personas en tanto individuos y colectivos.
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Sin embargo, esas interpretaciones o marcos de sentido no están dados, no son fijos, no están
unificados, ni siempre están claramente construidos en las acciones colectivas. Surgen de los
procesos mismos y se construyen en medio de debates y disensos pues lo frecuente es que existan
marcos de sentido, heterogéneos y no siempre conciliables. Por lo mismo, son muchas las
encrucijadas de los colectivos para vivenciar un sentido similar de injusticia, una valoración
común del agravio moral recibido, de las causas, las responsabilidades y las acciones a seguir. La
construcción de los marcos esta mediada por varias formas de comprender y valorar la
dominación. Volveré sobre ellos más adelante.
Nos encontramos entonces con mecanismos de sometimiento ideológico que aseguran la
obediencia de los dominados y que van a incidir en la organización y mantenimiento del poder
político, incluso sin que seamos conscientes de su existencia y su peso en nuestras decisiones.
Reconociendo la complejidad de tales mecanismos y relaciones, Therborn (1991) señala seis
mecanismos de sometimiento que son útiles para dar cuenta de su importancia y al mismo tiempo
en su existencia inaparente:
La adaptación, en tanto especie de conformidad, pues los dominados “consideran que para
ellos hay otros rasgos del mundo más importantes que su actual subordinación” (1991:75) e
incluye la oposición adaptada, es decir que habiendo inconformidad no se está dispuesto a
combatir de manera sistemática, pues se tienen satisfechas las demandas importantes.
El sentido de inevitabilidad que lleva a la obediencia “por ignorancia de cualquier tipo de
alternativa” (1991:76)
El sentido de representación se da porque los dominados consideran que los dominadores
actúan en su favor.
La deferencia es una valoración de los dominadores como poseedores de cualidades
superiores necesarias para dominar.
El miedo en tanto mecanismo ideológico imprescindible para que el ejercicio de la violencia,
la fuerza o la amenaza funcionen.
La resignación reside en una visión pesimista muy arraigada de las posibilidades de cambio.
Es una forma de obediencia que deriva de las concepciones de la imposibilidad práctica de
una alternativa mejor, más que de la fuerza represiva de los poderes existentes” (1991:78)
Son varios los mecanismos ideológicos que condicionan la obediencia pero además, en un
colectivo no es fácil lograr consenso para acordar las maneras de confrontar al adversario. En ese
tránsito se pasa necesariamente por los disensos, pues como afirma Flórez, “los movimientos
sociales se mantienen activos en la medida en que dan cabida a los disensos como una dinámica
que acompaña y posibilita la búsqueda del consenso sobre sus principios de lucha” (2010: 133).
De esta manera las tensiones y diferencias internas se constituyen no en un hecho vergonzante u
obligante, sino en un lugar necesario para intercambiar, deliberar y tomar decisiones desde el
reconocimiento del valor de su heterogeneidad y polifonía.
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Los disensos van a plantear diferentes caminos que, retomando y ampliando a Hirschman (1997),
orientan las decisiones de un grupo de pobladores frente a realidades como la guerra y los
proyectos extractivos del gran capital, en cuatro sentidos diferentes: i) la sumisión, que implica la
aceptación pública de la dominación; ii) la lealtad que equivale a la alianza en términos de
colaboración activa, que no solo acepta la dominación sino que busca compensaciones y
oportunidades; iii) la salida que en concreto significa dejar el lugar y iv) la voz o sea la protesta
explícita (Osorio, 2009).
Ahora bien, la cuestión es mucho más compleja. Es necesario plantear aquí que hay una serie de
procesos no evidentes y poco claros en sus manifestaciones, que Bloch (2006) denomina lo-que-
todavía-no-es o que aparenta no ser. Según Scott (2000) el arte de la resistencia de los débiles
consiste en conspirar para reforzar las apariencias hegemónicas, mientras es posible una
verdadera rebelión. Por ello, es importante tener en cuenta que el discurso público no da cuenta
de todo lo que sucede en las relaciones de poder, dado que tanto subordinado como dominador
van a ajustar su comportamiento y su discurso a aquello que consideren más pertinente. Se trata,
dice el autor, de una puesta en escena que rebela mucho, al tiempo que oculta otro tanto. Por
supuesto hay también discursos ocultos. Y allí está la mayor apuesta del autor. “El análisis de los
discursos ocultos de los poderosos y de los subordinados hace posible, creo yo, una ciencia social
que revela contradicciones y virtualidades; que alcanza a penetrar profundamente, por debajo de
la tranquila superficie que a menudo presenta la adaptación colectiva a la distribución del poder,
de la riqueza y del rango social” (Scott, 2000:13).
Con el consenso relativo van emergiendo los marcos de sentido que se derivan de la evaluación
de la capacidad que tenemos para transformar una realidad. Ese es un factor clave para tomar las
decisiones sobre lo que hacemos, para identificar una situación como injusta, señalar los
responsables/adversarios y definir formas o caminos de resolver la situación (Chihu y López,
2004). Ello exige debate y deliberación permanentes “para transformar las definiciones colectivas
de las situaciones problema que motivan su acción, tanto en la dimensión cultural como en la
institucional” (Delgado, 2007:47).
He ahí entonces un campo muy importante que alimenta de manera constante las decisiones y va
recreando opciones para enfrentar las realidades que se quieren cambiar y los adversarios con los
cuales se confrontan las organizaciones, colectivos y movimientos sociales. Para el caso que nos
ocupa -los grandes proyectos minero energéticos y agroindustriales que agencia el gran capital-
los hallazgos, investigaciones y discusiones de tipo ambiental constituyen elementos muy
importantes para que estos colectivos encuentren allí fundamentos para valorar los riesgos
concretos de este tipo de actividades predatorias para su vida cotidiana: el acceso a recursos
básicas como el agua, los bosques y la tierra. No se trata entonces de que los marcos precedan a
las acciones de protesta sino que con frecuencia, es en medio de los procesos colectivos que se
construyen y “difunden nuevos significados en la sociedad a través de formas de acción
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colectiva” (Melucci, 1994: 120). Tales marcos muestran un intercambio que potencia la
comprensión de lo que sucede, permite asignar las responsabilidades respectivas, al tiempo que
contribuyen a que los pobladores se autositúen como sujetos de derechos.
Gráfico 3. Estrategias frente a la dominación y el despojo
Osorio, 2015.
Situando el abanico de posibles acciones de esta esfera entre dos polos: el sometimiento y la
resistencia, podemos apreciar ciertos pasos intermedios que incluyen respuestas como la
sumisión, la aceptación, la negociación, la alianza, la inconformidad, la oposición, la salida y el
rechazo. Cada una de estas categorías es elaborada, justificada y valorada de manera diversa tanto
por quienes viven la dominación como por quienes dominan. Estudiosos y observadores también
van a tener interpretaciones particulares. A manera de ejemplo: en un contexto de guerra como el
colombiano, salir de un territorio –sin una amenaza explícita, como ocurre en el caso
desplazamiento forzado- se convierte en una respuesta con múltiples lecturas. Mientras para
algunos es una forma de resistir para evitar ser dominados, para otros se trata de una forma de
protección vital frente a las amenazas; otros más señalan que es un acto de sumisión a las órdenes
de los armados. La salida se vive con profundo dolor y humillación, que se refuerza por los
estigmas y los señalamientos que dan cuenta de la “sospecha moral” (Agier, 2001) que se le
asigna a los sobrevivientes.
Para cerrar
Dominación y resistencia nos remiten a una discusión sobre el poder, entendiendo este como
“cualquier relación regulada por un intercambio desigual” (De Sousa Santos, 2003:303). Con
frecuencia hay una convergencia de formas de poder que configuran verdaderas constelaciones
de poder, que gobiernan y se imponen; son “como ríos (…) irreversibles, y que nunca pueden
regresar a las fuentes” (Ibid, 306). Todo ello hace mucho más difíciles las posibilidades de
Inevitabilidad
Resignación
Miedo
Adaptación
Sentido de representación
Deferencia
Marcos de injusticia
asignación de responsabilidades
valoración de su lugar en la sociedad
Sumisión
Aceptación
Negociación
Alianza
Inconformidad
Oposición
Salida
Rechazo
sometimiento resistencia
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desobediencia y de autonomía. Así, mientras las estrategias de usurpación y dominación del
capital se mueven, jugando con dos formas bastante eficientes, la oportunidad y la coerción; las
demandas e impugnaciones de la población se expresan en medio de la precariedad material y el
miedo. Y entre estas dos esferas se imponen el terror y la fascinación. El primero derivado de
las prácticas de violencia en todas sus formas, y la segunda emanada de la promesa del desarrollo
con todos sus espejismos. El terror, un dispositivo poderoso para lograr obediencia y sumisión; y
la fascinación, que se sustenta en el deseo de cada uno, “sea cual sea la posición social que ocupe,
de identificarse con el tirano haciéndose el amo de otro” (May, s.f.: 13).
Para Foucault (1994) desde el momento en que se da una relación de poder, se da una posibilidad
de resistencia; la resistencia no existe por fuera del poder sino que forma parte de este. En
palabras de De Sousa Santos, la emancipación, al igual que el poder es profundamente relacional.
Por ello, las relaciones emancipadoras se dan al interior de relaciones de poder “como resultados
creados y creativos de contradicciones creadas y creativas” (2003:306). La resistencia no
responde solo, ni principalmente, “a una acción meramente recuperadora, defensiva, de derechos,
sino a la necesidad de potenciar un campo estratégico con el poder, que transforma las
resistencias parciales, fragmentadas, en una estrategia de contrapoder (Nieto, 2008: 242). En ese
sentido el ejercicio del poder estaría situado tanto en los dominadores como en dominados,
posibilitando una mirada esperanzadora para conflictos con una correlación de fuerzas tan
adversa para los segundos, como lo son los referidos en este texto, donde el poder del gran capital
parece casi indestructible, pues cuenta además con el apoyo institucional, incluyendo el poder
militar del Estado, y en el caso colombiano también el poder militar ilegal, para defender sus
intereses.
Lo aquí esbozado en los esquemas es solo una forma de recoger prácticas y experiencias diversas
y no equivalen ni pretenden ser clasificaciones. Son herramientas analíticas teóricas, no
dicotómicas, que se mantienen en movimiento e interacción. Las prácticas señaladas en los
gráficos no son ni las únicas, ni las mejores. No son ni absolutas, ni permanentes, ni siempre
explícitas o tácitas. Son caminos diversos aun dentro de un mismo contexto. Tampoco tienen un
único ordenamiento y se viven en medio de profundas ambigüedades.
Soy consciente de las restricciones de los esquemas en la medida en que tienden a detener y
cuadricular procesos dinámicos y cambiantes. Por ello, es necesario recordar una vez más que se
trata solo de representar abanicos de posibilidades y de relacionar esferas de procesos, cada uno
complejo en sí mismo. Su movimiento constante e interactuante va a provocar que ante
situaciones aparentemente similares se gesten respuestas muy distintas en una dinámica con un
curso de acción específico que lleva a nuevas realidades y desafíos. La incertidumbre de procesos
abiertos a construirse y reorientarse de manera constante es parte de esa magia inagotable que
alimenta la sociedad. El carácter metodológico y didáctico de esta propuesta para mostrar de
manera agrupada los matices de las relaciones conflictivas entre la dominación y la resistencia,
~ 13 ~
busca aportar en tanto instrumento de lectura de tales procesos. Tiene un carácter abierto, en
construcción permanente para su relectura y adecuación por parte de activistas y estudiosos de
estos procesos.
La codicia exacerbada del capital está transformando y afectando los territorios de los pobladores
y con éstos, relaciones fundamentales y vitales. De allí que, en medio de varios caminos, la lucha
por la defensa territorial vaya siendo cada vez más frecuente en el continente. En medio de la
adversa correlación de fuerzas, la activación de “la chispa adecuada” vista como un proceso con
potenciales efectos en cadena, puede ser parte de un camino interesante para ampliar las
posibilidades de insubordinación gradual y global, asentada y sostenida en lugares concretos.
Necesitamos de esas miradas, lecciones y prácticas esperanzadoras. “El ser humano sabe hacer de
los obstáculos nuevos caminos, porque a la vida le basta el espacio de una grieta para renacer
(Sábato, 2005:158)
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