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    Sofi naci el da en que muri su abuelo. Decid quedarme al lado de mi hermana y de mi nueva sobrina. Haba odiado en vida a mi padre; ahora no iba a cambiar de sentimiento. Nadie en-tendi bien que Enrique fuera al entierro, si era solamente el yerno, y su primera hi-ja acababa de nacer. Para llegar a Baha Blanca haba que viajar seiscientos kil-metros. Toda una noche arriba de un au-to. Sandra, mi hermana, nunca le perdon que la dejara en un momento as. Y nadie, jams, se enter de las verdaderas razo-nes del viaje de Enrique. l tampoco haba querido a su suegro. Cuando le pregunta-mos, no pudo, o no quiso, contestar.

    Desde ese da, hasta la cuarta navidad de Sof, muchas veces me despert con el mismo sueo. Al principio los aconteci-mientos se repitieron casi sin diferencias. El sobresalto era el de las pesadillas, aun-que el relato del sueo no suponga nin-gn tipo de miedo. Aparezco sentado en la cocina de mi infancia, con seis o sie-te aos. Mi madre me sirve la leche en un jarro de cermica. El jarro es azul con un asa blanca. Estoy vestido para ir al co-legio, con pantalones de franela, camisa

    y corbata. Levanto el jarro por el asa. Mi madre me habla, pide que coma algo. Mi mano pequea acerca el jarro a los labios. Pero no alcanzo a probar el contenido. El asa se rompe, inexplicablemente. Y la le-che se me derrama, ntegra, sobre la ropa limpia del colegio.

    Am a Sofi desde el primer segundo en que la vi, casi por contraposicin al odio que le tuve a mi padre. Le ense a leer a los cuatro aos, porque me lo pidi. Aprendi fcilmente.

    Sofi es una nia de gran inteligencia; lo dicen sus maestras. Al ao y medio pre-gunt por el abuelo. Lo haba encontrado en una foto, abrazndome. Enrique le dijo que estaba en el cielo, al lado de Diosito. Tengo dos aos ms que Enrique, y mi in-tencin es no involucrarme en la educa-cin de los hijos de los otros. Siempre ha sido as. Sin embargo, cuando Sofi vino a preguntarme, le dije: Dios no existe. Dios es un invento. Ella me mir y abraz a su Barbie sin ojos. Les agujereaba los ojos ni bien se las compraban. Despus fue a la-varse los dientes sin hablar.

    No tuve hijos. Decid no tener hijos, as como decid no tener Dios. Soy arquitec-

    to: construyo las casas donde ustedes vi-ven. Si alguna vez tuviera que disear una sociedad, lo primero que inventara es la idea de Dios. Alguien capaz de perdonar, pero sobre todo de castigar. Y castigar vio-lenta, metdica, exactamente. Como ha-ca el abuelo de mi Sofi conmigo.

    La semana anterior a esa navidad me haba quedado a dormir una noche en ca-sa de mi hermana. No era la intencin; simplemente haba ido a comer y, cuan-do estaba a punto de regresar a mi depar-tamento, Sofi dijo: To, ya te arm el si-lln. Hasta me haba puesto su almohada a lunares, para que soara cosas lindas. Qu ira a soar ella, mientras tanto, en una almohada ajena?

    Mi trabajo de arquitecto comienza muy temprano. Al da siguiente tena que ter-minar una obra en Caballito. La casa de mi hermana queda lejos del centro, y pre-tenda dormir. Pero a la una de la maana se abri la puerta del estar. Sofa vena en camisn y pantuflas, con un vaso de agua en las manos.

    Me peli con pap dijo.Separ el cubrecama para meterse.

    Cuento Lo nuevo de Nielsen

    Este texto integra el libro de relatos

    homnimo del escritor argentino,

    aparecido en Espaa en 2009 y recientemente

    publicado en el pas por La Compaa

    POR GUSTAVO NIELSEN

    La fe ciega


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