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unos anteojos y un sombrero de fieltro echado hacia delante.El pobre Maurice haba estado durante tres das imaginndose el aspecto probable de aquel hombre a quien l tomaba por uno de los ms temibles bandidos de la hez de Londres. Su primera impresin al ver al verdadero Pitman fue de desencanto, pero una segunda ojeada que dirigi a la extraa pareja, le convenci de que, a pesar de las apariencias, no se haba engaado acerca del carcter real del encubridor de cadveres. La verdad es que en su vida haba visto hombres vestidos de un modo igual."Sin duda son seres habituados a vivir al margen de la ley", pens.Luego, dirigindose al hombre que acababa de hablarle dijo:-Deseo hablar con usted en privado!-Oh -respondi Pitman-, la presencia del seor Appleby no es un inconveniente, pues lo sabe todo! -Todo! ;Sabe usted de lo que vengo a decirle? -exclam Maurice-. Del tonel!Pitman se puso blanco como la cera; pero era su virtuosa indignacin lo que le haca palidecer.-Conque es usted! -exclam a su vez-. Miserable! -Verdaderamente puedo hablar ante l? -pregunt Maurice sealando al acompaante de Pitman. El epteto que ste acababa de dirigirle no le causaba impresin, por venir de semejante hombre.-El seor Appleby ha asistido a todas las peripecias del asunto -dijo Pitman-. l mismo fue quien abri el tonel. Por tanto, se halla en posesin del criminal secreto de usted.-Pues bien, en ese caso -dijo Maurice-, qu ha hecho usted del dinero?-Desconozco de qu dinero me habla! -respondi con energa Pitman.-Ah! A m no me engaa! -declar Maurice-. He descubierto y seguido su pista. Usted vino a esta misma estacin, despus de disfrazarse de eclesistico (sin miedo al sacrilegio de semejante dis-


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