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www.elortiba.org Dossier Nicolás Casullo Entrevistas, fragmentos, notas, adioses Nicolás Casullo (Buenos Aires, 10 de septiembre de 1944 - 9 de octubre de 2008) filósofo y escritor argentino. Filósofo, novelista, ensayista y docente. Fue profesor titu- lar, director de posgrado e investigador en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad Nacional de Quilmes. En 1968, participó en el Mayo Francés. Plasmó sus experiencias y su visión del fenómeno en su libro París 68 (1998). Militante peronista, se exilió en 1974. Estuvo en Cuba y Venezuela. Finalmente se radicó en México. Fue profesor en la Universidad de México (UNAM) y consultor de la Uni- versidad de París. Regresó a su país en 1983. En abril de 1995 fundó la revista Pensamiento de los confines, en la que colaboraron Héctor Schmucler, Oscar del Barco, Alejandro Kaufman y Ricardo Forster, entre otros. En 2004 ganó el premio Konex de Ensayo Filosófico. Fue miembro del Consejo Asesor de la Biblioteca Nacional. Fue uno de las figuras principales del grupo "Car- ta Abierta", que nuclea a intelectuales kirchneristas. Falleció a los 64 años el 9 de octubre de 2008. [info Wikipedia] Nicolás Casullo, según los relatos de La Voluntad [Publicado 11/10/08 Miradas al Sur] Los siguientes fragmentos, del primer tomo de La Voluntad, de Anguita y Caparrós, son posta- les donde aparecen su abuelo protestante, su madre peronista, su pasión por Racing, sus ini- cios en Telenoche y La Nación y su viaje al mayo francés del ’68, donde coincidió con Cortázar y Santucho. Miradas al Sur - [email protected] Abuelo protestante, madre peronista Nicolás Casullo había nacido en el barrio de Almagro el 10 de septiembre de 1944, en la casa de tres plantas y treinta habitaciones de su abuelo Nicolás, un extraño inmigrante italiano inte- lectual que prosperó como puestero de frutas y verduras en el mercado del Abasto y llegó a tener una empresa con media docena de barcos que remontaban el Paraná transportando naranjas. Nicolás creció en esa casa interminable, plagada de tías, tíos, primos y primas, donde a pesar de la muerte del abuelo varios seguían rezando cada noche, antes de acostarse, y revisaban sus actos del día porque el Dios de los protestantes exige que sus fieles, en la mayor de las soledades y sin ningún avemaría absolutorio, le rindan cuentas de todo lo que hacen y se arre- pientan de todas sus faltas. Durante los años de su infancia, la familia de Nicolás participaba,

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Dossier Nicolás Casullo Entrevistas, fragmentos, notas, adioses

Nicolás Casullo (Buenos Aires, 10 de septiembre de 1944 - 9 de octubre de 2008) filósofo y escritor argentino. Filósofo, novelista, ensayista y docente. Fue profesor titu-lar, director de posgrado e investigador en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad Nacional de Quilmes. En 1968, participó en el Mayo Francés. Plasmó sus experiencias y su visión del fenómeno en su libro París 68 (1998). Militante peronista, se exilió en 1974. Estuvo en Cuba y Venezuela. Finalmente

se radicó en México. Fue profesor en la Universidad de México (UNAM) y consultor de la Uni-versidad de París. Regresó a su país en 1983. En abril de 1995 fundó la revista Pensamiento de los confines, en la que colaboraron Héctor Schmucler, Oscar del Barco, Alejandro Kaufman y Ricardo Forster, entre otros. En 2004 ganó el premio Konex de Ensayo Filosófico. Fue miembro del Consejo Asesor de la Biblioteca Nacional. Fue uno de las figuras principales del grupo "Car-ta Abierta", que nuclea a intelectuales kirchneristas. Falleció a los 64 años el 9 de octubre de 2008. [info Wikipedia]

Nicolás Casullo, según los relatos de La Voluntad [Publicado 11/10/08 Miradas al Sur] Los siguientes fragmentos, del primer tomo de La Voluntad, de Anguita y Caparrós, son posta-les donde aparecen su abuelo protestante, su madre peronista, su pasión por Racing, sus ini-cios en Telenoche y La Nación y su viaje al mayo francés del ’68, donde coincidió con Cortázar y Santucho. Miradas al Sur - [email protected] Abuelo protestante, madre peronista Nicolás Casullo había nacido en el barrio de Almagro el 10 de septiembre de 1944, en la casa de tres plantas y treinta habitaciones de su abuelo Nicolás, un extraño inmigrante italiano inte-lectual que prosperó como puestero de frutas y verduras en el mercado del Abasto y llegó a tener una empresa con media docena de barcos que remontaban el Paraná transportando naranjas. Nicolás creció en esa casa interminable, plagada de tías, tíos, primos y primas, donde a pesar de la muerte del abuelo varios seguían rezando cada noche, antes de acostarse, y revisaban sus actos del día porque el Dios de los protestantes exige que sus fieles, en la mayor de las soledades y sin ningún avemaría absolutorio, le rindan cuentas de todo lo que hacen y se arre-pientan de todas sus faltas. Durante los años de su infancia, la familia de Nicolás participaba,

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cada Navidad, en las representaciones que se hacían en el templo Central, en Rivadavia y Ya-tay. Cuando era chico, pocas cosas le gustaban más que actuar en el grupo de los pastorcillos y ver cómo esos señores y señoras muy correctos y vestidos de oscuro durante todo el año, se disfrazaban y convertían de pronto en Marías, Josés, Reyes Magos, soldados romanos, Pilatos y burros para el pesebre por un rato. Y lo más raro era que después volvían a ser iguales que antes. En la casa grande nunca había menos de una docena de personas a la mesa, que charlaban con orden y mesura hasta que terminaban a veces en discusiones a los gritos entre radicales, socia-listas y Mercedes, su madre, peronista irredenta. Las mujeres de la familia empezaban a coci-nar temprano, cuando Nicolás salía para la escuela, ayudadas por un par de mucamas. Menos Mercedes, que nunca había dejado la fábrica textil, donde pasó a ser supervisora y después una de las varias secretarias de gerencia. Nicolás tenía once años cuando el barrio se puso de fiesta para celebrar la caída del tirano. En la calle, almaceneros y carniceros bailaban alrededor de una fogata donde quemaban las fotos de Perón y Evita que, por años, habían exhibido en sus negocios. En la casa, su padre y sus tíos y tías brindaban con champán y se felicitaban a las carcajadas; sólo faltaba Mercedes, encerra-da en su pieza, ausente, dolorida. Casi de golpe, Nicolás se encontró con algo que llamaban política: esos gritos y silencios, los nombres prohibidos, el recuerdo de unos bombardeos, los insultos y la alegría despiadada. Meses después, Mercedes volvió con dos obreros que traían un busto de Evita envuelto en cartón y escondido en una chata gasolera. Su marido, que solía tolerarle casi todo, pensó que hasta ahí se podía llegar: –¿Qué hacés con eso? –Era el busto que teníamos en la fábrica. Si no me lo llevaba lo iban a romper en pedacitos. –Vos no vas a guardar en esta casa la estatua de esa. –¿No? Durante un tiempo el busto de Eva Perón estuvo escondido en un rincón del altillo. El padre. Ricardo, el padre, era un hombre tranquilo, que abandonó pronto su título de quími-co industrial y se dedicó a trabajos diversos y a encerrarse en la sala a leer junto a la biblioteca del abuelo o a escuchar música clásica alemana. De joven había viajado mucho por el interior del país, y a Nicolás le encantaba escucharlo cuando contaba sus historias sobre las salinas santiagueñas, sobre tempestades nocturnas en estancias cordobesas, sobre interminables días de navegación remontando el Paraná. –...vos estabas por nacer, pero yo tuve que irme al Paraguay para tratar de reflotar un barco hundido del abuelo, era el “Quo Vadis”. La tripulación estaba nerviosa, se peleaban; yo tenía miedo de que alguno perdiera el control y sucediera una desgracia. Y lo peor era que tenía la cabeza tan lejos, pensando cómo estarían vos y tu madre. Pero tenía que seguir adelante. Atamos unas sogas gruesísimas... –¿Cómo de gruesas? –Gruesas como las anacondas más gruesas.

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Nicolás había escuchado cada historia docenas de veces, pero seguía oyéndolas con el mayor placer: le gustaba la manera que tenía su padre de contarlas. De llevar el ritmo, de construir los diálogos, de esconder el desenlace, de usar palabras que no se oían en las conversaciones diarias. En la casa grande había una buena biblioteca del finado abuelo. Cuando tenía catorce o quince años, Nicolás volvía del Nacional Sarmiento y, muchas tardes, se ponía a leer los libros que encontraba, o los que le daba su hermana que ya estudiaba Psicología. Así desfilaron Hes-se, Thomas Mann, Kafka, Sartre, Maupassant, Homero, Poe, Milton, el Dante, Leopardi y los primeros cuentos de Cortázar o los segundos de Borges. A veces, se pasaba tardes enteras escribiendo historias que después rompía o no rompía: por el momento, le importaba menos el resultado que el raro éxtasis de hacerlo. Después, cuando se cansaba, Nicolás salía a la vereda: Almagro todavía era un barrio bravo y las barras solían agarrarse en la esquina de la lechería o en la canchita, detrás de la Algodonera de Córdoba. Ahí se daban como en bolsa, se fumaban los primeros cigarrillos, se acababan las tres cuartos de Quilmes y se contaban historias de mujeres perfectamente falsas. Ahí se respi-raba un peronismo natural, sin teoría, silvestre, trasmitido a veces por los padres de aquellos once adolescentes que los domingos se ponían la misma camiseta. Nicolás era flaco pero fuer-te, se defendía bastante bien con la redonda, según el modelo de su ídolo Corbatta, y no le molestaba una buena pelea de tanto en tanto. Por eso armó con algún otro el equipo del ba-rrio, donde también hacía de director técnico para aplicar el 4-2-4 de Vicente Feola en los en-trenamientos de Parque Centenario. Aunque también sabía que la barra era otro mundo y que no podía hablarles de Leopardi o de esa frase que se le había ocurrido un rato antes y le parec-ía tan enigmáticamente bella. No había que mezclar los tantos: Nicolás sabía que si los mucha-chos llegaban a enterarse de sus aficiones literarias lo menos que le iban a decir sería que era puto. El periodismo. A principios de 1965 Nicolás empezó a trabajar en periodismo: cubría partidos de fútbol de 1ªB o 1ªC para La Nación: la formación de los equipos, los goles y cinco líneas de comentario transmitido por teléfono. Pero lo que más lo entusiasmaba era su participación, desde el año anterior, en el grupo Cero, que editaba una revista literaria. En Cero, Nicolás pu-blicó sus primeros cuentos y críticas; con ellos entró al circuito literario de la calle Corrientes: era un mundo que se le abría, y que se parecía mucho a lo que había estado buscando. Duran-te unos meses, Nicolás se compró todas las revistas atrasadas, todos los libros que se comen-taban y él no había leído: tenía que ponerse al corriente. Los de Cero se reunían en el estudio de uno de ellos, Vicente Zito Lema, su director, que ya era un abogado instalado en Sarmiento y Montevideo. También solían ir su amigo Jorge Carnevale, y Angélica Manero, Ramón Plaza, Raúl Castro, Alberto Szpunberg, Miguel Briante, Rodolfo Ramírez, para pasarse horas discutiendo los pros y los contras de cada texto que pensaban publicar, criticándose mutuamente los escritos, tratando de establecer si la literatura debía ser una práctica autorreferente y separada de las tentaciones del mundo, o si tenía que tomar partido y actuar en la ciénaga política de problemas contemporáneos. En 1965, Cero publicó una serie de poemas inéditos de Juan L. Ortiz, a quien descubrieron solitario en su provincia. También relatos de la guerra revolucionaria de Ernesto Guevara, poesía del líder vietnamita Ho Chi Minh, Saint-John Perse, Lovecraft, Marechal. Después de las reuniones, el grupo solía bajar hasta la Comedia, La Paz, el Politeama, donde seguramente se cruzarían con Luis Luchi, Humberto Constantini, Oscar Massota, Pedro Or-gambide, y también Abelardo Castillo con el resto de El Escarabajo de Oro, los más jóvenes como Ricardo Piglia o Germán García, o David Viñas con alguna de sus novias: la última que se

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le había visto era una actriz del teatro independiente que se llamaba Norma Aleandro. Y si no, se iban hasta el Tortoni donde, si era martes, era probable que estuvieran los comunistas de Hoy en la Cultura y se podía discutir un rato. O pasaban por la librería de Jorge Álvarez, en Talcahuano y Lavalle, donde siempre había alguien para charlar. De lo contrario se metían en el Lorraine a ver una de Bergman, Antonioni, Bresson o Godard, previo paso por el kiosco de enfrente, donde vendían entre otras La Gaceta Literaria y El Grillo de Papel, y los viernes llega-ba Marcha de Montevideo. O se iban a un sótano de la otra cuadra a escuchar a Piazzolla, que era tango pero tenía una búsqueda estética distinta. Más tarde recalaban en algún bodegón, que también podía ser Güerrin o Serafín para una grande de muzzarella. Y al final se iban a tomar licor más fuerte al tapiado boliche de una húngara en la calle Tres Sargentos. Nicolás, en esos días, había roto con su primer amor de hotelitos baratos por Palermo para recalar en un apasionado romance con Martha, bailarina de danza moderna. Y sus noches terminaban muy tarde, casi amaneciendo, en lugares extra-ños o demasiado previsibles: estaban llenas de alardes, miradas cómplices, proyectos literarios y virulencias ideológicas. A veces, alguien hablaba mal de Borges, por sus declaraciones y su ideología, pero, después de un par de copas, concluían por reconocer que era un gran escritor. Varios admiraban a Cortá-zar, que parecía haber encontrado la forma de una prosa argentina contemporánea. Se discut-ían los significados que podía tener un compromiso literario, la relación entre la literatura y la política, el perpetuo desfasaje entre el peronismo de los obreros y el marxismo de los intelec-tuales, la falacia democrática en un país donde el único poder real eran los milicos. Los poetas de Cero respetaban más que nada a Juanele Ortiz; los narradores habían descubierto a Leo-poldo Marechal, un viejo escritor católico y peronista demasiado olvidado, que todavía no había agotado, a veinte años de publicada, la primera edición de Adán Buenosayres. El equipo de José. A mediados de 1966, La Nación empezó a mandarlo a los partidos de la A, pero justo Racing estaba haciendo una campaña excepcional. Nicolás siempre había sido faná-tico de la Academia, y no se quería perder ni un partido del equipo de José, así que renunció para seguir a la camiseta domingo tras domingo. En esos días no era del todo difícil encontrar trabajo: tiempo después, Nicolás entró como redactor en el noticiero de Canal 13, su ojo en la noticia, donde estaba por empezar el exitoso Telenoche de Mónica Mihanovich y Andrés Per-civale. Lo mejor eran los días en que aparecía Dante Panzeri por la redacción, y a veces tenía tiempo para un café en la esquina del canal para charlar de fútbol y anti-fútbol. Una tarde, Nicolás estaba por ahí, entre los escritorios, cuando empezó a aparecer, en las teletipos, la noticia de que habían matado a Ernesto Guevara en las selvas bolivianas. Nadie lo podía creer. Nadie lo creyó. Tardaron varias horas en sacar la noticia al aire, porque esperaban un desmen-tido que nunca llegó, hasta que desde la gerencia de Proartel, dominada por el exiliado cubano Goar Mestre, bajó un texto celebratorio para acompañar las imágenes de archivo con que se dio la noticia. Mientras el viejo Alberto Rudni abría su cuarto atado de cigarrillos desde su puesto de comando, Nicolás se fue con Pepe Capdevila y algún otro para una larga noche de ginebras. Entretanto las charlas en La Comedia seguían muy parecidas a sí mismas. El mayo francés y Cortázar. El viaje podía durar unos meses, o la vida. Era cosa de ir a ver, sin demasiados planes. Nicolás y Jorge decidieron que en marzo se tomarían el barco para Francia. Al poco tiempo estaban sentados junto a Julio Cortázar que tenía, en persona, la misma cara de nene inverosímil que en las fotos y el mismo acento de erres belgas que en el disco, pero era mucho más grandote que lo que Jorge y Nicolás habían imaginado. En los dos años anterio-res, Jorge Carnevale le había escrito varias cartas y Cortázar se las había contestado. Así que, a los pocos días de llegar a París, lo llamaron, Cortázar les dijo que sí, que pasaran a verlo el vier-nes. El living de su casa en el Barrio Latino era chiquito y estaba lleno de libros y afiches: una

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cara del Che, un retrato de Poe y una reproducción de Modigliani, entre otros. El escritor los invitaba con un té, porque eran las cuatro de la tarde, y se lamentaba de no tener un mate que ofrecerles. Nicolás Casullo había pensado una serie de cuestiones que le quería preguntar, y algunas maneras de contarle su historia, pero ante cada insinuación literaria Cortázar insistía en indicarles cuáles eran los mejores lugares para comprar un vino decente, para ver ciclos de cine japonés o para encontrar un ejemplar de Cambio de piel, de Carlos Fuentes, que acababa de aparecer en México. Después les habló un poco de la Argentina de los años cincuenta, les preguntó por el gobierno de Onganía y, al final, se apiadó: –¿Y ustedes escriben? -Sí, pero yo prefiero mantener cierta prudencia... –dijo Nicolás

ADIOSES

Un intelectual sin miedo a la política

Estudiantes y activistas se asomaron gra-cias a él por primera vez al pensamieto crítico. Tuvo que exiliarse durante la dicta-dura y en 2004 ganó el Konex al Ensayo Filosófico. Fue uno de los impulsores del espacio Carta Abierta. Por Facundo García

Nicolás Casullo falleció ayer a los sesenta y cuatro años, víctima de un cáncer. Los libros van a recordar al intelectual comprometido que se centró en temas como la memoria, el peronismo, la escritura y la crítica cultural. Pero hay otra dimensión igualmente intensa por la que el inves-tigador, docente y escritor merece quedar para la posteridad: la lucidez con la que encaraba sus intervenciones políticas, y la calidad de sus clases en la universidad pública –donde aunaba erudición y giros callejeros– permanecerán en el recuerdo de los miles de estudiantes y activis-tas que gracias a él se asomaron por primera vez al pensamiento crítico. El maestro, nacido en Buenos Aires en 1944, era de los que se cuentan con los dedos de la mano. Pocos saben que su abuelo había sido pastor metodista, por lo que la frecuentación de la Biblia era casi obligatoria en su casa de infancia. “Cosa que agradezco –decía él– porque quizá lo que le falta en un noventa y cinco por ciento al pensamiento científico social, al pen-samiento de las humanidades, es una lectura de lo bíblico, una lectura en cuanto a darse cuen-ta de que todo proviene de ahí.” Junto a una inteligencia vivaz, Casullo era capaz dar sentido a las emociones, al plano mítico y las fiestas del cuerpo. Confesaba que en Almagro había aprendido desde temprano los rudi-mentos del peronismo. Y no asimilando frías concepciones, sino pateando veredas y relojean-do las cantinas. Su familia, de origen vasco-italiano, era un polvorín cuando se hablaba del asunto. Su madre era partidaria de Evita y su papá, un antiperonista recalcitrante. Avanzando

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en ese terreno minado, el hijo supo ver en el movimiento de los descamisados una senda posi-ble para el cambio social. La juventud confirmó el amor por las letras y las reivindicaciones populares. A los veinticuatro años Nicolás está en París, con el entusiasmo inflamándole la sangre. Corre Mayo del ’68 y el muchacho presencia, emocionado, una rebelión que intuye histórica. Las anotaciones en su diario íntimo llegarán a las librerías tres décadas después, en París 68. Las escrituras, el recuer-do y el olvido. Mao, Sartre, el Che, Lumumba, todos están en esas hojitas que ya muestran la pasión de quien quiere fundar un vivir-razonando a partir de las herramientas que daban las grandes figuras, pero también con trozos de política argentina concreta e impresiones perso-nales. Su primera novela carga un título de oro. Para hacer el amor en los parques se publicó en 1970 y casi inmediatamente fue prohibida y requisada. También en este caso hubo que esperar más de treinta años para conseguir el texto en las librerías; y a medida que las nuevas generaciones descubren ese relato salpicado de irreverencias, se remueve una porción del velo histórico que se impuso sobre el ambiente universitario de principios de los setenta. “Sentíamos que la revo-lución estaba a la vuelta de la esquina”, solía sincerarse el autor. En noviembre del ’74 la onda estaba tan pesada que Casullo debió exiliarse. Venezuela, Cuba y finalmente México fueron las sedes de una nostalgia que se haría más fuerte a medida que se conocían los desmadres de la dictadura. Como fundador de la revista Controversia (1979-1981), el investigador fue protagonista de un proceso de análisis sobre el sentido de la pro-gresía, que se dividía entre apoyar al peronismo o construir un proyecto más cercano a la or-todoxia marxista. El retorno de la democracia fue una luz que en su reverso trajo ciertas decepciones. El pero-nismo, con su flamante ala de caudillos neoliberales, estaba justo en las antípodas de lo soña-do por Casullo en el ostracismo. De esa etapa es El frutero de los ojos radiantes, una historia de inmigración y exilio en clave de novela familiar. Siguió una serie ilustre. Obras como Pensar entre épocas –donde Casullo se preguntó acerca del porqué de la hecatombe progresista– o Sobre la marcha –que recupera las entrevistas que le hicieron en su carrera– quedarán como referencia obligada para los que se atrevan a observar el país por fuera de las torres de marfil que ofrecen las teorías cerradas. Y hubo más. Casullo desarrolló una reconocida labor docente en las universidades de Buenos Aires, Quilmes, Entre Ríos y Córdoba, al tiempo que editaba la revista Pensamiento de los Con-fines. Asimismo, pasó por la Universidad de México (UNAM) y fue consultor de la Universidad de París. Publicó Comunicación, la democracia difícil en 1985; El debate modernidad–posmodernidad en 1989; Viena del 900, la remoción de lo moderno, en 1990, Itinerarios de la modernidad en 1994; París 68, las escrituras y el olvido en 1998 y Modernidad y cultura crítica, en ese mismo año. A esto hay que sumarle una catarata de trabajos periodísticos, muchos de los cuales aparecieron en PáginaI12. Con La cátedra (2000), el querido cultor del bigote y el jopo aflequillado se despachó con una narración que alcanzaba proporciones alquímicas de calle y erudición. Más tarde, en vísperas del 19 de diciembre del 2001, Casullo ofreció una clase extraordinaria, fuera de horario y abierta a quien quisiera pasarse por la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Los que estu-vieron ahí guardan esas dos horas como un tesoro para todo el viaje. El orador destiló roman-ticismo y conciencia social, y los que lo escucharon salieron convencidos de que había que integrarse, de una u otra forma, en los conflictos que se avecinaban.

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Esa efervescencia provocaba Casullo. Salir de una de sus charlas era sentir que se abría un uni-verso de capítulos, discusiones trasnochadas, cambios colectivos y señoritas que habían empe-zado a leer a Sade y deseaban romper la rutina burguesa. Su talento se fue perfeccionando, y no es casualidad que los últimos años hayan sido consagratorios. Ganó el premio Konex 2004 al Ensayo Filosófico, y en obras como Las cuestiones o Peronismo. Militancia y Crítica (1973-2008) apostó por los vientos de cambio que recorren la región. “Lo que no se le perdona al populismo –denunciaba– es que restituya el terreno de la política a un primer plano.” La enfermedad no lo alejó del compromiso. Recientemente seguía difundiendo sus aportes en este diario; y se había ligado al grupo Carta Abierta, que defendió los postulados del Gobierno frente al lockout rural y se perfila como un polo de apoyo crítico a Cristina Kirchner. “Los me-dios, que evidentemente forman parte del establishment, se han convertido en los reales par-tidos de derecha”, se quejaba. Los restos de Casullo –que según trascendió padecía cáncer de pulmón– fueron velados en la Biblioteca Nacional y recibirán sepultura hoy en el Cementerio Británico. Su ausencia será un desafío, no sólo para su esposa y sus dos hijas. Los que lo leen añorarán sus consideraciones siempre reactualizadas. Los que disfrutaron sus clases echarán de menos al docente que con-vocaba a “los fantasmas de Nietzsche, de Baudelaire o de Sartre” como si fueran sus amigos de Racing. Y si el dolor permanece es porque el que se fue era un tipo generoso. Un tramo elegido al azar, en este caso de París 68. Las escrituras, el recuerdo y el olvido, sirve para demostrarlo. Semi-ocultas, las líneas tienen ya diez años y hablan de cómo el hombre registraba minuciosamente su propio crecimiento: “Cambió mi manera de marcar los párrafos. Ahora es con un lápiz suave y atildado, por si alguna vez les doy cualquiera de esas páginas a mis alumnos. Antes era con birome fuerte, definitiva, para ninguna otra cosa, calculo, que para esa gran historia que no habría de saber nunca de tal gesto”. Fuente: Página/12

En despedida a Casullo Federico Schuster (decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA): “Nicolás ha sido una persona excepcional, de esas figuras intelectuales que la Argentina nos regala, pero no en enorme can-tidad. Fue una personalidad destacada con una capacidad enorme de reflexión, una agudeza intelectual poco común para analizar los

más diversos temas de la cultura, de la política, de las formas de vida, de las grandes corrientes del pensamiento. En ese sentido, aun en las posiciones más duras (porque Nicolás no era un pensador soft sino alguien que tomaba los temas en la médula, en el corazón de las cuestiones y se metía a fondo sin quedar en la superficie), tenía un tono y una cadencia tanto en su pluma como en su voz que, aun en cosas muy fuertes y muy profundas que él decía en sus análisis, invitaba siempre a la reflexión. Siempre abría la puerta para el debate, para el diálogo y no lo cerraba. No era el discurso dogmático sino que era un discurso que siempre invitaba a debatir, a discutir y siempre daba una vuelta de tuerca sobre un tema que uno creía que ya había pen-sado hasta el final. Además de ser un gran intelectual, un intelectual comprometido que asu-mió en el último tiempo de nuevo una militancia intelectual de riesgo porque él ya había al-canzado el lugar destacado, ya era reconocido por todos o por casi todos (no sé si hay alguna persona que todo el mundo reconozca hoy en día); sin embargo, pese a eso, él consideró que

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tenía que arriesgar su nombre, su prestigio y se comprometió a debatir sobre la actualidad del país con el mismo nivel de profundidad y, en algunos casos, hasta a veces, más. Además de eso, era una persona con la que daba gusto hablar, a la que daba gusto escuchar y de la que uno siempre aprendía”. Ricardo Forster (filósofo): “Primero que nada, Nicolás es mi amigo del alma. Nicolás es de una generación de intelectuales que se están yendo. Fue alguien que logró mezclar en vida el ba-rrio, la política, la alta literatura, la filosofía, el fútbol, los amigos, el compromiso político. Vivió una vida intensa, plena, llena de matices, diversa. Un hombre que atravesó la literatura, el ensayo político y filosófico, el periodismo, vivió la experiencia del exilio. Siempre tuvo la nece-sidad de pensar a la Argentina. Y en estos últimos meses lo hizo más que nunca. Era un pensa-dor finísimo y va dejar un gran vacío. Además era un gran amigo de sus amigos”. Damián Loreti (vicedecano de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA): “Mi recuerdo sobre Nicolás va a ser el de alguien permanentemente activo, crítico, militante, con un ojo agudo puesto sobre el análisis de la realidad, con un altísimo compromiso con las causas populares, con sus principios, como un excelente amigo, un militante del sentimiento de la amistad y de compartir con su gente querida, de un diálogo extraordinariamente ameno, de alguien muy generoso con quienes se acercaban a conversar con él o a aprender de él, como un maestro infatigable. Nicolás se va en un momento en el cual él estaba fuertemente comprometido con el trabajo intelectual y de posicionamiento de modo descollante en Carta Abierta, en la cáte-dra, había publicado hacía muy poco Las cuestiones. Estaba con energías renovadas, con voca-ción de intervención en el debate público y en la defensa de lo que eran sus principios y sus convicciones”. Oscar González (secretario de Relaciones Parlamentarias de Jefatura de Gabinete): “Casullo fue un ciudadano ejemplar e intelectual comprometido. Continuó hasta el final de sus días con su compromiso de juventud y últimamente, a través de Carta Abierta, brindó su maduro es-fuerzo a la defensa del Gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner”. Jorge Bernetti (periodista): “Estoy hablando de uno de mis mejores amigos. Nicolás Casullo fue un ejemplo de intelectual crítico, que trabajó siempre con la conciencia de que debía refu-tar su propio trabajo, cuestionar su propio trabajo, para alcanzar una comprensión de la socie-dad y del proceso histórico. Pudo trabajar tanto los temas de la historia y del debate político inmediatos como los problemas más acuciantes del tiempo histórico universal, desde la mo-dernidad hasta la crisis de paradigmas o el mundo infernal de los medios. Era un hombre dota-do de un extraordinario sentido del humor, de una gran capacidad de análisis corrosivo, el adversario consecuente de toda solemnidad, amante de lo refinado y de las causas y sentidos populares. Y un irrenunciable hincha de Racing”. Eduardo Luis Duhalde, (secretario de Derechos Humanos): “El fallecimiento de Casullo es una sensible pérdida para la cultura nacional, que mucho dependía de sus aportes, como los reali-zados en el campo de la memoria. Fue un hombre comprometido con su tiempo, de larga tra-yectoria, y un claro defensor de los derechos humanos que sufrió persecuciones por sus firmes posiciones en defensa de la dignidad humana en la búsqueda de un mundo mejor y más iguali-tario. Quiero expresar mi profundo pesar por su fallecimiento y hacerles llegar mis más since-ras condolencias a sus familiares y amigos”.

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Adiós a un intelectual Murió Nicolás Casullo Era escritor, ensayista, novelista, docente de la carrera de Comuni-cación Social en la UBA, además de la Universidad de Quilmes, y director de la revista "Pensamiento de los Confines". Lo confirmó el

decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, Federico Schuster. “Es una enorme tristeza porque se trata de una persona entrañable a la que aprendí a querer mucho, un gran profesor de nuestra facultad y un gran intelectual”, dijo Schuster, quien agregó que sus restos serán velados después del mediodía en la Biblioteca Nacional. Schuster destacó la “estatura humana y envergadura intelectual” de Casullo y afirmó que era “un lujo poder leerlo”. Nicolás Casullo era escritor, ensayista, novelista, docente de la carrera de Comunicación Social en la Universidad Nacional de Buenos Aires, además de la Universidad de Quilmes, y director de la revista "Pensamiento de los Confines". Cuando se produjo el Mayo Francés, se encontraba en París. Producto de esa vivencia es el libro "París 68. Las escrituras, el recuerdo y el olvido". Como otros tantos intelectuales del país, Casullo debió exiliarse en noviembre de 1974. Su primer destino fue Cuba, por cuatro meses. Caracas fue su segundo destino en 1975. En 1976 viajó a México, donde vivió hasta el año 1983. En ese año regresó al país. Entre sus novelas se cuentan: "Para hacer el amor en los parques" (1970), "El frutero de los ojos radiantes" (1984) y "La cátedra" (2000). Entre sus ensayos: "La comunicación, una democracia difícil"(1986), "El debate modernidad-posmodernidad" (1988), "Viena del 900: la remoción de lo moderno" (1992), "Itinerarios de la modernidad" (1996), "Modernidad y cultura crítica" (1998), y "Palabras a destiempo" (1999). Su último libro fue "Las Cuestiones", del año pasado, donde analizó el fenómeno del populis-mo en América Latina y recorrió las vanguardias políticas de los años sesenta y las distintas formas de la memoria que reflexionan sobre aquel tiempo. Fuente: Página/12

Casullo, por Martín Caparrós Era un polemista inmejorable, alguien que manejaba como pocos el placer de encarar un problema y ensayarle todas las miradas. Últimamente no estábamos de acuerdo –Nicolás Casullo era uno de los animadores de Carta Abierta– pero no era grave: una buena

razón para seguir las discusiones. Igual, prefiero recordarlo hace diez años, en ese estudio chi-quitito y ahumado donde hacíamos Las Pelotas de la Patria. No recuerdo a quién se le ocurrió la idea, pero a los cuatro nos entusiasmó: transmitiríamos por FM La Isla las eliminatorias para

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el Mundial 98. Lo hacíamos a los ponchazos, mirando los partidos en una tele chiquitita, pero intentando un tono y una forma distintos de lo que suele ser el fútbol en la radio. Martín Zu-bieta llevaba el peso del relato; Nicolás y Elvio Vitali comentaban, cada uno en su estilo; yo hacía como que conducía, y todos discutíamos. Se nos habían ocurrido cosas que entonces nos parecían audaces y ahora, quizás, un poco tontas: el grito de gol del relator, por ejemplo, se fundía con los aullidos de un orgasmo. Nos habíamos conocido años antes: Nicolás recién volvía de México y paraba en el barcito de la librería Gandhi, Montevideo y Corrientes, que acababa de abrir su gran amigo Elvio con el Negro Tula. A todos nosotros, exiliados de vuelta, nos fascinaba recuperar esa idea tan porteña de “parar”, de tener un lugar donde poder ir –o no ir– a encontrarse con amigos y no tanto para beber, fumar y hablar de lo humano y lo divino y el culo de esa rubia. Nicolás era un po-lemista inmejorable; alguien que manejaba como pocos el placer de encarar un problema –político, social, literario, futbolístico– y darle todas las vueltas, ensayarle todas las miradas. Así fue cómo se hizo cargo de una cátedra en Comunicación –Principales Corrientes del Pen-samiento Contemporáneo, nada menos– donde Horacio González, Christian Ferrer, Ricardo Ibarlucía, Ricardo Forster, Miguel Wiñazki y yo lo acompañamos: los seminarios internos eran la excusa para seguir las discusiones. Que podían ser interminables: en esos días el país estaba, como siempre, al borde del abismo, y nos pasábamos las tardes tratando de pensar cómo sería un futuro sin futuro. Poco después le propuse que me contara su historia para La voluntad. Fueron horas y horas de más charlas y rememoraciones. Hoy, desde Bogotá, donde acabo de enterarme de su muerte –un puto cáncer–, quiero recordarlo con los primeros párrafos de su presencia en esa historia: “–¿Te parece que vale la pena seguir acá? –¿Acá? ¿En esta mesa? –No, acá, en esta inmensidad pampeana. Los milicos te bañan todos los días en agua bendita para que vayas a misa limpito y de uno en fondo, y parece como si nadie se opusiera en serio. El país está hecho una mierda, ¿no? Ya hacía tiempo que Nicolás estaba decepcionado y buscaba una respuesta imposible. Eran las dos de la mañana; el salón estaba repleto de barbudos, poetisas y escepticismo. Cafés y cigarri-llos humeaban en medio de charlas, ironías y ginebras: el clima de La Comedia, en Corrientes y Paraná, pretendía parecerse al de antes del golpe de Onganía pero no era el mismo. Manolo, el mozo, que seguramente se llamaba Rubén, le preguntó si quería otra. Nicolás volvió a mirar embelesado a la morocha de la segunda mesa a la derecha, sus labios, su pelo lacio. Se aflojó el nudo de la corbata e insistió en que nada era lo mismo. –Esto que le pasa al país debe ser culpa de alguno de nosotros cuatro, además de las tenden-cias del capitalismo mundial. Reconozco: como intelectuales desgarrados no somos perfectos. Seguir sacando la revista no tiene sentido, quizás sí hacer el amor un par de veces más antes de irnos de la patria. Pero da un poco de vergüenza seguir así como andamos, ¿no? Esto sofo-ca, corroe, provoca caries: si parece que nos fuéramos a aguantar cualquier cosa... Hacía unos días que Nicolás Casullo había cumplido veintitrés años y, por primera vez, tenía la sensación de que el tiempo se le iba sin remedio. Nicolás había nacido en el barrio de Almagro el 10 de septiembre de 1944, en la casa de tres plantas y treinta habitaciones de su abuelo Nicolás, un extraño inmigrante italiano intelectual que prosperó como puestero de frutas y

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verduras en el mercado del Abasto y llegó a tener una empresa con media docena de barcos que remontaban el Paraná transportando naranjas. (…) Nicolás tenía once años cuando el barrio se puso de fiesta para celebrar la caída del tirano. En la calle, almaceneros y carniceros bailaban alrededor de una fogata donde quemaban las fotos de Perón y Evita que, por años, habían exhibido en sus negocios. En la casa, su padre y sus tíos y tías brindaban con champán y se felicitaban a las carcajadas; sólo faltaba su madre, Merce-des, encerrada en su pieza, ausente, dolorida. Casi de golpe, Nicolás se encontró con algo que llamaban política: esos gritos y silencios, los nombres prohibidos, el recuerdo de unos bom-bardeos, los insultos y la alegría despiadada. Meses después, Mercedes volvió con dos obreros que traían un busto de Evita envuelto en cartón y escondido en una chata gasolera. Su marido, que solía tolerarle casi todo, pensó que hasta ahí se podía llegar: –¿Qué hacés con eso? –Era el busto que teníamos en la fábrica. Si no me lo llevaba lo iban a romper en pedacitos. –Vos no vas a guardar en esta casa la estatua de ésa. –¿No? Durante un tiempo el busto de Eva Perón estuvo escondido en un rincón del altillo. (…) En la casa grande había una buena biblioteca del finado abuelo. Cuando tenía catorce o quince años, Nicolás volvía del Nacional Sarmiento y, muchas tardes, se ponía a leer los libros que encon-traba, o los que le daba su hermana que ya estudiaba Psicología. Así desfilaron Hesse, Thomas Mann, Kafka, Sartre, Maupassant, Homero, Poe, Milton, el Dante, Leopardi y los primeros cuentos de Cortázar o los segundos de Borges. A veces, se pasaba tardes enteras escribiendo historias que después rompía o no rompía: por el momento, le importaba menos el resultado que el raro éxtasis de hacerlo. Después, cuando se cansaba, Nicolás salía a la vereda: Almagro todavía era un barrio bravo y las barras solían agarrarse en la esquina de la lechería o en la canchita, detrás de la Algodonera de Córdoba. Ahí se daban como en bolsa, se fumaban los primeros cigarrillos, se acababan las tres cuartos de Quilmes y se contaban historias de mujeres perfectamente falsas. Ahí se respi-raba un peronismo natural, sin teoría, silvestre, trasmitido a veces por los padres de aquellos once adolescentes que los domingos se ponían la misma camiseta. Nicolás era flaco pero fuer-te, se defendía bastante bien con la redonda según el modelo de su ídolo Corbatta y no le mo-lestaba una buena pelea de tanto en tanto. Por eso armó con algún otro el equipo del barrio, donde también hacía de director técnico para aplicar el 4-2-4 de Vicente Feola en los entrena-mientos de Parque Centenario. Aunque también sabía que la barra era otro mundo y que no podía hablarles de Leopardi o de esa frase que se le había ocurrido un rato antes y le parecía tan enigmáticamente bella. No había que mezclar los tantos: Nicolás sabía que si los mucha-chos llegaban a enterarse de sus aficiones literarias lo menos que le iban a decir sería que era puto. En 1964, los Casullo dejaron la casa grande. La familia se había ido disgregando y ya no tenía sentido seguir ahí. Se la vendieron a un grupo que planeaba instalar un colegio, y le pusieron una sola condición: que el instituto se llamara William Morris, un educador y utopista inglés de fin de siglo que había sido el gran héroe del abuelo. Poco antes, cuando Nicolás tuvo que em-

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pezar la universidad, aceptó cursar Derecho. No era lo suyo; lo dejó al cabo de un par de mate-rias y al año siguiente se fue a anotar en Letras.” Ahí, en realidad, empezaba el relato: sus búsquedas, sus días en el mayo de París, sus amores, sus trabajos como periodista, su primera novela, su militancia, las decepciones, la partida. Y después la vuelta y este cuarto de siglo de más libros, cátedras, Racing, la familia, más militan-cias y el esfuerzo largo, sostenido, por entender la patria: sus pelos, sus pelotas, sus pelotazos al vacío. Ayer se terminó una parte de esa historia; quedan las novelas, los ensayos, las revis-tas. Un abrazo, Casullo. Desde lejos, con esa rara presencia de la ausencia, sé que vamos a seguir discutiendo tantas cosas. Fuente: www.criticadigital.com/index.php?secc=nota&nid=12181

Nicolás, por Horacio González No podemos saber qué cultura, qué subsuelo, en qué mercado de frutos se produce alguien como Nicolás Casullo. Cómo viene a ser, de qué manera especial viene a formarse un puesto, un encargo en el que se habla con un sentido tal que no podemos dejar de verlo como algo elaborado por toda clase de elementos o matices de la

sociedad argentina, del mundo real de la existencia del que habla, del que escribe en un país. No otro país. Este. Casullo fue antes que nada un novelista, y de las varias novelas que escribió, El frutero de los ojos radiantes tiene un aire extenso, toma el tiempo largo de una familia de inmigrantes, en lo que puede ser entendido como una crónica aluvional de la espera de un lenguaje, mientras como un largo espectáculo se expone la política y la cultura del país duran-te más de un siglo. En La cátedra, escrita en los últimos años, un grupo de profesores, como si fuera también una familia de exilados, se desdobla en una conspiración que ocurre en el tiem-po, donde desfilan asimismo fantasmas salidos de nuestra propia conciencia insatisfecha. En las novelas de Casullo siempre hay personajes a ser liberados de un lenguaje irrisorio. Los instrumentos del novelista para invitar a esa liberación son el sarcasmo, la melancolía, los po-deres del absurdo que no nos permiten comprender nunca en qué realidad última estamos envueltos. Casullo dio mil vueltas, con artilugios de extrema fineza, a una lengua que expuso con sabia elevación. Así investigó el otro polo de las culturas, a los hombres y mujeres que no se deciden a abordar su oscura rusticidad, el problema de sus pasiones más groseras o ridícu-las, su lenguaje más animal. Por eso, Casullo podía descender a los últimos confines del idioma y encontrar allí la base del ludibrio, de la carnavalada, la fábrica oprobiosa de nuestras relaciones diarias. La descubría y la mostraba en él y en los demás. Y con asombro, podíamos percibir en una inesperada vuelta de sentido que todo podía transformarse en una narración viva sobre un mundo desencantado y con sus fisuras filosóficas a la espera de su cronista. Casullo fue uno de esos cronistas con una secreta piedad sobre las cosas y las personas, sentimiento guardado íntimamente en su incon-fesable suma teológica –la teología del Abasto, de Racing, de la política, las cenas amistosas, Musil o Breton, los populismos latinoamericanos o el cine de Tarkowsky–, conjunto entrevera-do en la ciudad argentina y expresado en grandes panoramas imaginativos y amargos sobre la civilización contemporánea, hasta la exasperación de un camino sin salida. Pero todo era un juego amoroso apenas entrevisto y en su forma extrema de pudor.

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Todos los ensayos de Nicolás –y hubiera sido inútil buscar si el ensayista estaba al acecho en el novelista o del otro modo, el inverso, en que muchos prefirieron verlo– tienen la elegancia de un montaje en que finalmente, luego de que el filósofo autodidacta hace su gran trabajo, se expone un descripcionismo radical, chispeante, jocoso, como el que pudiésemos encontrar en la mejor exposición de las existencias cómicas. Como los grandes optimistas encubiertos, Ni-colás hacía reír para pensar. Así lo recomiendan los sabios entre sabios. Como estilo intelec-tual, recordaba las atmósferas románticas del siglo XIX, en medio de grandes salones de deba-te, entre añoradas humaredas de cigarros y poetas de estilizadas enfermedades. Pero a la dis-tancia, se escucharía el gol de las canchas argentinas. Casullo estaba en la feria abigarrada y en la forma exquisita del espíritu, si es que ambas cosas no son la misma. Ausentes en nuestro medio los grandes atrevimientos de lenguaje y la gran filosofía hecha con medios intelectuales propios, Casullo –que provenía de los elocuentes fervores del país convulsionado y que había trabajado con Alicia Eguren, para poner un nombre posible, ahora, al lado del suyo– repartió esos frutos con toda clase de estilos, el llano, el áspero, el erudito, el sensitivo, el conceptual, y muchos ni se habían dado cuenta. Fuente: www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-113083-2008-10-10.html

NOTAS

El conflicto de las interpretaciones El paso de Néstor Kirchner por la presidencia planteó en todo el ámbito del centroizquierda un debate sobre las verdaderas características de un gobierno que se pretendió de signo de-mocrático y popular, en la misma línea con otras experiencias cercanas (como las de Lula, Evo Morales, Bachelet o Correa) que son miradas desde otro ángulo por la izquierda y cen-troizquierda locales. El papel del regreso de la política en la polémica. Por Nicolás Casullo

Me explicaba un profesor amigo, marxista, jamás peronista, no kirchnerista sino más bien dis-conforme con muchas cosas del gobierno, quien hace décadas dejó atrás las teorías revolucio-narias como viejo camino para domar la realidad: “Es una actualidad política extraña la que se vive”, me decía, “no sé cómo recobrar mi identidad con los fuertes paréntesis que sufro. Suce-de que me vuelvo un kirchnerista empedernido cuando escucho el 90 por ciento de las críticas que el progresismo les hace al presidente y a Cristina Fernández. Es un repertorio insólito, una cadena de pareceres sobre comportamientos, rasgos personales, calidades democráticas des-colgadas de cualquier norte social que se transforma para el que la oye en un curso acelerado de cómo hacerse oficialista en una sola charla. Después, cuando vuelvo a estar solo, regreso a lo que soy, un no kirchnerista”. Más allá del humor que impregnaba su relato, el tema es interesante en este fin del período de Néstor Kirchner como presidente, porque remite de manera significativa a encarar en qué consiste hoy el plano político argumentativo. El político intelectual deliberativo. El del intere-sado en la política, el del informador periodístico realmente independiente, en el marco de una época que podría sintetizarse como de contradictorio pasaje de un mundo partidario

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histórico con sus clásicos referentes, hacia otra escena política apenas atisbada pero todavía muy escasamente armada. Dejo de lado en este caso el espacio de pensamiento oficialista, el mundo kirchnerista de fun-cionarios y militantes que por supuesto en las conversaciones ejercen una ínfima crítica públi-ca a lo actuado en estos años desde la Casa Rosada, y reinscribe todo suceso en la lógica del acierto, las bondades, la perspicacia, el éxito y la justa visión del presidente saliente, una suer-te de sabiduría incuestionable en manos de una jefatura fuerte. Lo importante en todo caso es señalar aquel desfasaje entre la índole de un gobierno de cen-troizquierda de signo democrático popular dentro de una Argentina que busca salir con un capitalismo reconsolidado de los idus, pactos y maleficios que dejaron las lógicas de los pode-res tal cual los ’90 (o tal cual desde el ’76). Y lo reacio que le fue siempre un determinado pero extendido pensamiento progresista de corte socialdemocrático, o marxista, en cuanto a no situarse ni siquiera como apoyo crítico sino como oposición tajante al grueso de casi todas sus políticas. Una tendencia para nada coincidente con lo que viví en viajes recientes al Chile de la vacilante Bachelet, el Ecuador conmocionado por el bisoño y contradictorio Correa, o al Brasil de una izquierda que votó al ajustador Lula a pesar de tanto desengaño lulista con sus lugartenientes corruptos. O lo que me cuentan amigos de la socialmente áspera Bolivia por ejemplo y los res-paldos a Evo. En todas estas experiencias hay básicamente una actitud de apoyo a esos go-biernos capitalistas reformadores, antes que nada frente a una lectura mayor y decisoria: lo que hoy significan las exasperadas y económicamente jaqueadoras derechas neoliberales bus-histas, semidesplazadas en cada uno de esos conciertos nacionales. Preguntas de un hipotético diálogo ¿Cuáles son los nudos estructurales que dinamizó el kirchnerismo en estos cuatro años y no articularon con ciertos universos políticos e ideológicos progresistas de capas medias, sectores que tendrían que respaldar de distintas formas, autónomas, una gestión democrático-popular en un país que proviene de una devastación neoliberal? ¿Qué planteó de fondo el Gobierno, y qué se le criticó en el orden de las consecuencias? Es importante comenzar a elucidar esta cuestión en el balance de cuatro años. Teniendo en cuenta que se precisará del armado de una decisiva fuerza política democrático popular para hacer frente a una avidez de la derecha que representa el 50 por ciento del electorado, a un sentido común cotidiano bombardeado a golpes de “opinión pública” que culturalmente le pertenece a las ideologías de mercado, y a un mundo capitalista en estado salvaje con una crisis generalizada y epocal que se vaticina a no muy largo plazo. ¿Tal desencuentro entre progresismos es una cuestión de peronismo-antiperonismo que vol-vió a exacerbarse como nunca? ¿Es consecuencia de una fragmentación ideologista que impide leer con sabiduría, conocimiento del pasado y sin ceguera lo que realmente acontece? ¿Se podrá pasar de los acuerdos superestructurales entre pedazos partidarios a un encuentro de-mocrático popular de base, de políticas hermanables, de cuadros, de militantes, de intelectua-les, de mundos culturales? ¿Qué debe plantear cada actor político progresista? ¿Qué fue lo nuevo de estos cuatro años, más allá de los muchos asuntos que llenaron la superficie cotidia-na, más allá de la noticia diaria alarmista y los encontronazos sectarios?

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La política y el conflicto Entre los perfiles que caracterizaron al gobierno Kirchner aparece como dato central la pre-ocupación por un regreso neto de la política como capacidad decisoria y ejecutiva desde su esfera específica: los políticos. Hacer pesar el sillón de Rivadavia en tanto espacio de poder simbólico y material efectivo, sobre el resto de las presencias, dominaciones y lobbies econó-micos, financieros, empresariales, militares, eclesiásticos y sindicales, sectoriales y corporati-vos que en la Argentina hace mucho controlan los rumbos esenciales sobre “lo que tiene que pasar”. El kirchnerismo criticó de distintas maneras a esa sempiterna Argentina “normal” des-de las lentes del conservadurismo liberal, que propendió siempre a situar “un” ministro de economía “libre”, independiente, con personalidad casi bi-presidencial, (que en este caso se extinguió desde la ida de Lavagna) figura con la que los poderes de facto discuten “política-mente”. Esta ecuación del regreso del poder de lo político fue leída por lo general y desde múltiples voces de todo un arco ideológico, como intencionalidad hegemonista, prepotente, a-dialoguista, imponedora por parte del presidente, una variable semidictatorial antirrepublica-na, un molde de ejercicio del poder por lo tanto perturbador de lo que sería una calidad insti-tucional para un curso adecuado y natural del capitalismo argentino en sus relaciones naciona-les e internacionales. Aquí yace un nudo significativo de discusión que los años kirchneristas reponen para debate de la clase política democrática. En un país que, desde 1976 al menos, sepultó la idea de la política gobernando la economía, desde un credo neoliberal de mercado globalizado que hoy reina en Occidente en discusión crítica con varias experiencias lationoa-mericanas. El segundo aspecto de discrepancia acentuado fue el énfasis, por parte de la comandancia del kirchnerismo, en recolocar el sentido y el por qué de lo político en las sociedades democráti-cas. Recolocar el abc de lo político en el plano del conflicto. Del conflicto social histórico en la dimensión política de la disparidad de intereses societales a resolver. Lo político como conflic-to, desde el kirchnerismo, da otro teorema diferente de calidad institucional y democrática según el presidente, al estar atravesado en este caso por hecho primero y esencial de una jus-ticia social a reparar en todos los órdenes, cosa que redibuja la “cuestión democrática”. Por lo tanto, desde la mirada K la política en democracia es intervenir y actuar la conflictividad, no negarla. El conflicto hace inteligible la política en democracia. Se trató desde el presidente de reinstalar democráticamente la idea de por lo menos “dos” proyectos o programáticas en pugna real. Una lucha de perspectivas sociales distintas dentro del respeto a los marcos insti-tucionales. Contienda ya sea con los factores agroexportadores, con las empresas de servicios privatizadas, con los monopolios fijadores de precios, con los criterios corporativos de las fuer-zas armadas, con ciertos sectores de la iglesia, con organismos y dominancias en el plano in-ternacional. Gobernar sería partir de la conciencia de conflictos, de poderes en disputa, de intereses opuestos, de negociaciones, de acuerdos desde una programática político social y cultural a cumplir. Esto fue percibido muy críticamente por un campo no sólo empresarial, sino político, cultural, informativo como aparición de dimensiones por demás negativas de crispación, aspereza, “po-pulismo”, malos modos. Destemplanzas que corroen una cosmovisión de época dominante por excelencia: “Hay una única gran administración de las cosas y de la crisis contemporáneas, un modelo pactado por izquierdas y derechas que se alternan desde una programática consen-suada, salvo cuestiones menores a lo socioeconómico”. Esto es, la política necesita partir de un consenso como categoría natalicia de sí misma. Consenso de gobernabilidad que prescribe qué

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se discute, qué ya no se discute más, qué se plantea, qué se incluye y qué se excluye, espacio imaginario imprescindible donde todos se ponen de acuerdo: los con poder y los sin poder. Estado y derechos humanos El tercer elemento polémico fue la notoria predisposición estatalista del gobierno, en cuanto a presidir la lógica de las cosas. A retener ganancias, a intervenir y laudar, asumir superpoderes, acumular divisas, reponer presencias fuertes y “costosas” como la negociación gremial, las demandas educativas y de salud, financiar proyectos productivos y de obras, disputar con los sectores privados y tener como latente prospectiva la nacionalización y/o estatización de re-cursos y bienes. Esto implicó una crítica de anacronismo estatalizador a contramano de las experiencias social-demócratas de la época, de propender a una mayor corrupción administrativa, de suplantar erróneamente a la intervención financiera privada, usurpar genuinos espacios de mercado para volverlos recelosos, de un exceso de limitaciones o desprolijidades jurídico estatal. Final-mente y más en lo estratégico: gestar una ideología de Estado donde se privilegia el trípode con los sindicatos, los mundos empresarios, en desmedro de acuerdos más ligados a una ciu-dadanía en democracia a partir de expresas representaciones políticas partidarias. El cuarto factor a tener en cuenta del gobierno de Kirchner fue el nuevo cariz o el planteo de una cosmovisión política renovada sobre la cuestión de los derechos humanos. Heredero de la problemática sobre el Estado de Terror, de sus avances y retrocesos tribunalicios en los ’80 y del triunfo de la impunidad en los ’90, el kirchnerismo buscó pasar de un núcleo meramente jurídico del dilema a una perspectiva de juicio efectivo a los culpables, pero perspectiva cultu-ralmente refundadora de otra historia democrática en la Argentina. En este segundo sentido se hizo eco del reclamo ideológico y de la filosofía política de los or-ganismos más reflexivos sobre derechos humanos en cuanto al significado del exterminio pa-decido. No habría nueva edad argentina –argumentó Kirchner– sin una resolución plena de la justicia de los crímenes de lesa humanidad. Esta visión se evidenció en los planos de la Justicia, del discurso, de los actos y mundos simbólicos, y de la política en marcha de reordenamiento y nueva formación para las fuerzas armadas dentro de un espacio ministerial castrense que des-de 1983 había estado prácticamente vacío de nuevos contenidos y propuestas. Esta política en relación con los mundos profundos de la conciencia social, con los poderes de distinto signo en la Argentina, arañó, indispuso y violentó a una parte del país que tiene en ese atrás como una suerte de sombra siniestra en el alma, enterrada como trauma infantil ope-rando. La propuesta K fue acusada de doble discurso falsario por la izquierda clásica, que vio en ella una acción decorativa. También de planteo incompleto que acusaba a un solo “demo-nio”, desde el establishment cultural. De montonera y setentista por sectores procesistas de las fuerzas armadas y por cierto periodismo que se tomó del setentismo de gran parte del elenco kirchnerista. Y de política vengativa y humillante de las fuerzas armadas, por la doctora Carrió. Política gobernando la economía. Política como permanente conflicto entre intereses que es-tructuran la idea de justicia social, laboral y cultural. Política como Estado capitalista (bueno o malo) nuevamente protagónico de un desarrollo. Y política a refundar desde el tema de los derechos humanos y memoria del exterminio. Estos cuatro jinetes siembran debates y tempes-tades en muchas partes del mundo actual, no solo en la Argentina, en tanto representan parte sustancial de los grandes y pocos temas fundamentales que se discuten hoy de manera implíci-

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ta o vehemente en distintas encrucijadas nacionales con sus respectivos presentes y pasados, izquierdas y derechas. En todo caso el kirchnerismo agitó las aguas de un país que hacía mucho que no salía de sus escuálidas obediencias y consabidos mayordomos. Se esté de acuerdo o se critique lo actuado la escena pasó a ser otra. Esto para aquellos que se plantean las cuestiones de calidad de-mocrática. Sin duda el mejoramiento de la calidad democrática es indispensable para consoli-dar el sistema vigente. Pero para esto último hizo falta un paso previo indispensable, que la política haya vuelto para ser discutida no como sierva de las circunstancias globales, no como abstracta regla institucional, sino como un acontecimiento de un santo y seña argentino len-tamente recobrado, en un planeta tumefacto que produce políticas y miserias por todas partes contra los mundos terceros. Fuente: www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-95969-2007-12-10.html

ENTREVISTAS

Nicolás Casullo: “la gente es muchísimo peor que el peor de los diarios” Esta es la desgrabación completa de una entrevista que Marina Garber le hizo a Casullo en abril, para un artículo acerca del lugar de los medios en la vida política argentina, y de la que se publicó una pequeña parte en la revista Ac-ción. –En su último libro usted analiza las sociedades contem-poráneas como sociedades mediáticas, en las cuales los medios establecen las formas fundamentales de compren-sión y percepción de la realidad… –En todo los capítulos de Las cuestiones aparece el fenó-meno de la sociedad mediática. Yo denomino sociedad mediática no ya a aquella sociedad de hace 20 o 30 años,

donde los medios de comunicación tenían su importancia, eran “el cuarto poder”, tenían su incidencia en cuanto a la labor que cumplían –y esto se verifica a lo largo de la historia del siglo XX en la Argentina–, sino que la sociedad mediática ya es un nuevo fenómeno, una nueva di-mensión, donde la realidad es mediada y construida en lo fundamental y en donde es muy difícil escapar a la influencia de los medios y escapar a la producción de los medios, a la cons-trucción del acontecimiento, a la construcción de los hechos, a la narratividad de los medios. En ese sentido podríamos decir que estamos mediados y que esa mediación atraviesa la políti-ca, básicamente, pero atraviesa todos los otros niveles de nuestra vida, también los niveles personales y privados en tanto terminamos siendo hijos de los medios. En este sentido te diría que sí hay una modificación y una reformulación. Muchas veces se sigue pensando en la socie-dad anterior, la sociedad de los 60 y 70, la de los medios de comunicación y su importancia, cuando ya estamos en otro nivel podríamos decir mucho más decisivo en cuanto a la suerte de la sociedad a partir de qué performance de aquí en más tengan los medios.

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–¿Esta influencia se relaciona más con los temas que tocan los medios, es decir con la imposi-ción de una agenda, o con la forma de tratar esos temas? –Los medios lo que hacen es mediatizar todo, a tal punto que ya llega a ser imposible pensar algo en términos de autonomía frente a los medios. Mediatizan el fútbol, mediatizan la políti-ca, mediatizan el arte, mediatizan nuestras vidas, mediatizan la relación que tenemos con la ciudad, mediatizan la relación que tenemos con los valores, por lo cual es difícil pensar, por ejemplo, qué sería hoy el fútbol sin los medios. Qué sería la política sin los medios, si en reali-dad lo que menos nos interesa de la política es lo que dice el diputado, lo que dice el senador: a nadie eso le interesa, le aburriría soberanamente. Muchas veces, cuando se solicita que haya debate, que haya discusión, que aparezca la política, no se tiene en cuenta que los primeros demoledores de la política son los medios. Acá lo que importa es lo que dice el locutor, que además acá dicen bastantes cosas, no se manejan con discreción como en otros países. Lo que dice el animador cultural, lo que dice el comunicador. Desde esta perspectiva, ahí se nota la influencia, en el sentido de que los medios han generado que ya no haya más un adentro y un afuera de cada una de las circunstancias, sino que hoy los medios atraviesan también el saber, atraviesan los mundos del conocimiento, atraviesan las variables culturales. Cuando digo “atraviesan” quiero decir: es difícil pensar aquello que quedaría fuera de los medios o estaría-mos cada vez más incapacitados de enunciar algo que queda fuera de los medios. –Los medios y el sentido común… –A mí me parece que los medios son la nueva derecha, en términos culturales, que habita el mundo, que habita Occidente, pero no tanto en términos, o no sólo en términos, de acusar a las izquierdas o defender a figuras de derecha –que también lo hacen–, sino en términos de plantear una realidad, una construcción de lo real, lo que podríamos llamar un entendimiento de lo real, que constituye un sentido común de derecha. El miedo, la seguridad, la idea de de-terminadas víctimas, las variables en cuanto a cuáles serían las soluciones a tomar en cuenta, quiénes serían los culpables, en dónde está la problemática… Y esto lo construye el mercado en términos de una dramatización nueva, una narración nueva, a través de géneros. La noticia hoy se ha transformado en una instancia que se maneja a través de géneros, o sea que res-ponde a variables con que los viejos géneros hollywoodenses están constituidos y nos consti-tuyen, el género judicial, el género policial, el género de la violencia, el género turístico, son géneros donde el espectador sólo examina y se le hace audible la realidad si viene a través de un formato género. Es decir, se necesita el jefe de policía rodeado de micrófonos, se necesitan las tiras esas que pone la policía alrededor del cadáver, se necesita la escalinata judicial, se necesita la voz del abogado, se necesita el grito de la víctima, se necesita lo que podríamos llamar la constitución del género en términos casi ficcionales para que se haga audible. Porque acá también tenemos que pensar que hay otras voces que aparecen. Bueno, también está el género protesta, el género con cuestionamiento, el género podríamos decir piquetero, en donde también se construye una imagen que nosotros vemos en televisión y ya tenemos plan-teada la realidad y ya sabríamos de qué se trata porque la forma televisiva nos plantea la en-trada al género. Nos plantean la entrada: algo que reconocemos, que nos resulta familiar y que es lo único que se nos hace audible. Frente a eso, aquello que no aparece así constituido direc-tamente es inaudible, es algo que no incidirá. Entonces es el mercado el que construye esto, es el mercado el que entra en competencia… Uno podría decir que los noticieros de alta audien-cia en horarios pico de la noche construyen un noticiero donde el 90 por ciento son noticias policiales, noticias de violencia, noticias de violadas, noticias de asesinatos, noticias de secues-tros. Porque la cuestión es qué sería lo más conmocionante: no es lo que dijo el diputado ni lo que dijo la Presidenta ni lo que dijo un mandatario latinoamericano ese día. Pero al mismo tiempo están respondiendo a esa misma lógica que el mercado constituye como lo único audi-

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ble. Es decir, es casi un círculo vicioso. Una vez que vos constituís tu oyente, evidentemente lo único que podés es retroalimentar esa variable. Yo diría que el sentido común de derecha que el medio manifiesta no es tanto decir “viva Sar-kozy” sino plantearse eso: cómo es la vida, de qué manera hay que tomarla, cómo agarro el tenedor, cómo me relaciono con mi hijo, cómo pienso, qué pienso que es el morocho que está en la esquina juntando basura… En ese sentido se constituye un sentido común de derecha que hoy es hegemónico en los grandes centros urbanos de masas, no solamente aquí, y que es un sentido común reactivo, conservador, de corte reaccionario, racista, violentado y pasto fértil para cualquier neofascismo, lo que se evidencia acá con el 61 por ciento de votos de Ma-cri, donde se evidencia básicamente una actitud antipolítica y una gestión de limpieza, una cuestión gerencial que limpie, barra y nos aleje de cualquier acontecimiento donde aparece el otro social. Creo que forma parte de esto que yo llamo un armazón donde planteo además que los verda-deros partidos de la derecha entre comillas, los que construyen la agenda diaria, los que plan-tean qué tipo de problemáticas hay que discutir, los que consagran cuál es el hecho importan-te del día y cuáles son los hechos imprescindibles, no son los partidos en sí –porque nadie va a decir lo que dice López Murphy o Patricia Bullrich–, sino son los medios de comunicación. Cier-tos medios de comunicación gráficos, que tienen la capacidad de imponer la agenda. Por la mañana ciertos medios de comunicación radiales se imponen por la agenda impuesta por los medios gráficos y que concluye a la noche con los noticieros de altas audiencias donde se cie-rra el día y donde uno, si se preguntase qué es lo que realmente pasó con este país en sentido profundo, realmente no sabría. Sabría quién puede ser el asesino de Roxana, sabría si hubo algún raptado, sabría que hubo un choque de un camión en Boedo, sabría que hay un preso que se ha escapado… Tendría una suerte de pequeño melodrama que le esconde la realidad. Ahora, esto es la noticia. Es inimaginable pensar un noticiero de corte político en la Argentina, un noticiero donde el 80 por ciento sean los acontecimientos políticos, sindicales o sociales que suceden. En este sentido es donde yo decía que son productores de un sentido común de derecha y por eso son los, entre comillas, “partidos de la derecha” que, una vez que constru-yen ese sentido común, cuando llegan los momentos electorales plantean la defensa o la elec-ción de algún referente que represente eso que a lo largo del año han planteado como sentido comprensivo de la realidad. –Sin embargo los diarios mantienen, por lo menos en apariencia, cierta seriedad, de tratar primero los temas políticos, tener su columna de opinión, sus analistas… –Los diarios en ese sentido conservan la vieja usanza, pero no te olvides que los diarios hoy por hoy cubren una muy estrecha franja de lo que podríamos llamar la información diaria en rela-ción a la radio y en relación a la televisión. Muchas veces nosotros como somos lectores de diarios pensamos que eso es una práctica pero te alejás un poco y no hay Clarín, no hay Na-ción, no hay absolutamente nada que sea leído. –O por ahí hay Clarín pero se lee la sección de deportes o espectáculos o los clasificados… –Pero también mucho menos de lo que uno piensa por las propias tiradas. Lo que sí los diarios conservan es el análisis político, la reflexión política, algunos de ellos, el posicionamiento polí-tico, y desde esa perspectiva son los grandes organizadores de una agenda. En el campo del periodismo gráfico se da una pelea fuerte donde ninguna de las instancias está radiografiando la realidad sino que son trincheras y baluartes de oposición o de defensa de ciertas políticas que actúan construyen la noticia, el copete, el título, el armado, de acuerdo a los intereses que defienden. De todos modos, el periodismo gráfico sigue siendo todavía el mejor periodismo,

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pero, en relación a los millones de argentinos, es un mundo muy restringido el que lee el dia-rio. O el que accede a Internet, si lo ves en relación al que tiene la radio prendida todo el día o al que abre un canal de aire a la noche, a la hora en que se reúne la familia, familia humilde, familia popular o familia acomodada, el caudal de prensa gráfica es mismo. –En la radio parecería haber un poco más de diversidad… –Hay más diversidad, en la radio hay una especie de saturación. Eso también tiene que ver con una característica muy argentina: la radio alcanza un nivel muy alto de comentario, de re-flexión, de interpretación periodística, que evidentemente es una instancia de enorme impor-tancia en cuanto a lo que yo llamo la idea que nos hacemos del día que vivimos. Porque a vos te puede suceder por ejemplo que un grupo de 30 personas asaltan la puerta de la legislatura porteña como sucedió hace unos años. Y durante cinco o seis horas los canales de noticias, que también son una realidad muy importante, están ahí filmando cómo atacan, retroceden, tiran piedras, les tiran gases, tratan de voltear un… y podríamos decir que la sociedad vive que la Argentina está en un estado de insurrección, está en un estado de colapso… y por ahí no son más que 50 personas y el resto de las plazas y el resto de las fuerzas están en silencio y tran-quilos mirando. Pero la idea que te hacés del país es que la cosa está en el borde. Y esto lo está viendo el jujeño, el marplatense, el de Río Gallegos y el de Buenos Aires. Viendo como durante seis horas se asalta el palacio de la Legislatura, una suerte de Palacio de Invierno en 1917. Esto te indica la importancia de los medios. Después es muy difícil, frente a estas siete o seis horas, que un diputado, un senador o un ministro tenga la capacidad política para hacer frente a eso que te fue entrando en la piel. Frente a eso cómo se hace para realmente tener una capacidad, una potencia, un dinamismo como para explicar todo. Cuando se habla de la crisis de la política, de la crisis de los políticos, de la crisis de la represen-tatividad, es posible que mucho de esto tenga que ver con una actuación de la clase política lamentable, que tenga que ver con ciertos negociados y ciertos robos que la clase política ha cometido, ciertas estafas. Pero lo decisivo de la crisis de los políticos y la política es que hoy la política la transmiten los medios, hay una política mediática donde no se le puede exigir al pobre diputado que compita con esas cinco o seis horas de transmisión con locutores que están preparados para saber decir, para saber sonreír, para caer agradables, para hacerse en-trañables, y después decirle al gordo senador “a ver qué tiene para explicar la cosa”… O sea que también la crisis de lo político en términos civilizatorios se va dando a partir de que el polí-tico es reemplazado progresivamente por el locutor. El locutor es hoy el que nos dice y en el cual “confiamos”, entre comillas, nosotros, qué es lo que pasa. –Y por otro lado la lógica de los tiempos de la televisión que siempre es muy cruel con todos los que quieren argumentar algo un poco más complejo… –Sí, es terrible… –Pero por otro lado le otorga horas y horas, por ejemplo, a un incendio sin víctimas, como el de Once, al hecho este de la legislatura… –Sí, o al absoluto hecho. Es decir, hay un grupo de gente que incendia una estación porque el tren se retrasa, entonces lo que va a hacer el movilero, que es carne de cañón –que es uno de los grandes mediadores de la imbecilización de la Argentina–, el movilero lo que va a hacer es filmar el incendio, entrevistar a cuatro o cinco personajes que van a decir cualquier cosa cuan-do están en el acontecimiento, o sea asaltando la estación Constitución. No va a haber ninguna reflexión, ningún comentario, sino que uno se va a encontrar con el hecho en bruto. Podría-mos decir que eso sería casi lo posmoderno, el hecho en bruto, que luego los diarios al otro día

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sí lo van a analizar, pero lo que ven millones de personas es un hecho en bruto donde el movi-lero, jadeante, sin poder respirar, entrando entre el humo, arriesgándose –o sea jugando al héroe tonto–, lo que va a hacer básicamente es exponer uno de los elementos esenciales de las sociedades amedrentadas, que es “no salgas a la calle, no te comuniques con el exterior, no te relaciones con lo social porque todo es un espanto. En todo caso solicitá que haya muchísi-mos policías que te vayan acompañando en tu camino hacia el trabajo”. Entonces digo, desde esa perspectiva es el hecho en bruto lo que aparece en la televisión, y después el otro elemento: para la televisión un minuto de reflexión es como un exceso, es como una página entera de un diario. Entonces ya no te pueden dar más que ese minuto, a no ser que seas una figura muy destacada entonces la entrevista puede durar 20 minutos. Te digo los canales de audiencia. Podés tener también en canal 148 de cable donde hay una entrevista bien hecha, pero bueno, ahí estás en el 0,05 de audiencia. Son todas entrevistas extraordina-rias pero con una audiencia escasísima. –Cómo entra en toda esta situación la idea de la interactividad de los medios, por ejemplo los mensajes de los lectores en las versiones online de los diarios, o en los programas de radio, donde los mensajes de los oyentes ocupan dada vez más espacio… –Ahí tocás un tema difícil de interpretar donde en general la Argentina tiene un mito que es el mito de “la gente”, el mito de “la sociedad”. Yo creo que nosotros estamos perfectamente construidos y atravesados por algo que el peronismo –yo te hablo desde el peronismo– inculcó en la historia argentina, que es la santificación del pueblo. La santificación… eso luego se ha traducido en la santificación de la sociedad y luego en el lenguaje de los medios en santifica-ción de “la gente”: la gente nunca se equivoca, la gente siempre tiene la razón, y más si es víctima, la gente siempre… Si vos leés los comentarios a las noticias de los diarios, los que apa-recen en Internet, te das cuenta de que “la gente” es muchísimo peor que el peor de los dia-rios. “La gente” está mucho más situada en la equivocación, en el error, en el resentimiento, en el rencor, en la locura, en la histeria, que el peor de los titulares de los diarios. Si escuchás muchas veces los llamados telefónicos te encontrás con la misma situación, salvo que sea un buen programa de tango donde un viejo tanguero llame y pida un disco de Goyeneche. Pero en general, cuando la noticia es la noticia política del día o cuando la noticia tiene que ver con los políticos, con algún robo, con Chávez, uno dice: el diario es deplorable, pero los lecto-res son más deplorables. Entonces, desde esa perspectiva, yo no hago ningún mito de la socie-dad argentina, sobre todo en Buenos Aires. Es como si uno viviese en el peor lugar en el peor momento, así lo vivo yo en cuanto a lo que piensa la bella gente, lo que siente la bella gente, lo que considera la bella gente que habría que hacer, lo que considera la bella gente que habría que tomar como medida. Yo calculo que estamos en un momento podríamos decir feo. Ahora, se hace un mito de que esto, que sería la participación del lector da un tipo de pluralidad, cuando en realidad todos los análisis nacionales e internacionales estarían indicando que a medida que avanza y que se consolida la sociedad masssmediática, la sociedad globalizada, la sociedad del mercado mediático, el pensamiento va siendo único, unanimista. Es decir, en lo fundamental, en lo decisivo y en lo que verdaderamente importa, todos piensan lo mismo, con pequeñas diferencias… Alguno puede pensar que Chávez es un mal nacido, un histérico, un totalitario, una porquería, un asesino, con matices, pero la famosa pluralidad del mercado mediático es una absoluta mentira. –También está la idea o el mito de que el receptor tiene cada vez más libertad para armar su propio medio, su propia televisión, su diario a medida…

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–No tiene, no, porque en realidad el mercado con mucha capacidad, con mucha incidencia, con mucha dinámica, va creando realmente los niveles de un pensamiento único. A eso agre-gale las variables alternativas, las variables que planteaban un cambio cultural, las variables que planteaban un cambio histórico, las variables que otro acontecimiento que no fuese el que estamos viviendo o que planteaban cambiar la historia frente a la mala historia han entrado en una crisis muy profunda, han entrado en variables podríamos decir de hibernación o de fosili-zación, nos encontramos con que ese pensamiento unanimista se esparce. Y si vos vas a Espa-ña y vas a Italia y vas a Londres te vas a encontrar con un nuevo sujeto común y silvestre de derecha que frente a los diez problemas principales piensa exactamente lo mismo, sin ningún tipo de variación. Esto es producto básicamente de la supuesta pluralidad del mercado mediá-tico. –Y de los mismos grupos económicos que tienen sus diarios en España, sus radios acá… –Claro, están los oligopolios, están las cadenas, están las variables que dominan… Si los movi-mientos populares democráticos hoy en América latina –y yo llamo movimientos populares democráticos a los de Evo morales, lo de Chávez, lo de Correa, el propio kirchnerismo, lo de Lula– no resuelven el problema de los medios de comunicación de masas, no hay futuro para los movimientos populares en América latina. Porque van a ser derrotados por esa propia so-ciedad y por esa capacidad que tiene esta nueva derecha mediática de imponerse, generar las atmósferas, generar los climas y generar los sentidos comunes. –Más que resolver el problema de la comunicación sería una lucha, y muy desigual… –Claro, porque además el mercado plantea sus mitos de la libertad de prensa, de la indepen-dencia, de la autonomía, de que en realidad la libertad de prensa es lo que a nosotros nos pre-ocupa. Como si por ejemplo para el campesino boliviano su preocupación mayor fuese la liber-tad de prensa o votar cada cuatro años bajo el modelo histórico anglosajón. Digo, es otro tipo de problemática, por eso yo soy muy defensor de los populismos latinoamericanos. En ese sentido, es muy difícil plantearse esta lucha democrática contra la incidencia de los medios de derecha, porque efectivamente los medios de derecha hacen de sí mismos, como si no bastara con sus enunciaciones cotidianas, una especie de supremo valor que tendría la democracia, un valor intocable. Entonces es muy difícil, es mucho más difícil pelear contra esa derecha que pelear contra una derecha fascista explícita, que puede en algún momento aparecer como algo negativo en la conciencia del ciudadano. Las próximas dos décadas se va a dar este combate y según resulten las circunstancias los movimientos democráticos populares podrán avanzar y serán disueltos y vencidos y derrotados como lo fue López Obrador en México, como lo están bombardeando brutalmente desde todas las cadenas oligopolios y monopolios a Lula, como acá mismo se critican las variables que uno puede defender de la experiencia kirchnerista. Es decir, estamos frente a un reto fuerte donde los medios de comunicación son uno de los gran-des protagonistas. –Cuando usted habla de la influencia de los medios en la conformación de este sentido común reaccionario, ¿se refiere sólo a los noticieros o a los programas informativos, o también a la ficción y a otro tipo de géneros? –Si vos analizás más en profundidad, si te dedicás claramente a trabajar sobre lo mediático te vas a dar cuenta de que evidentemente esto que llamamos nosotros un sentido común de derecha respira en todas partes. Respira en una película de Hollywood supuestamente inocen-te, respira en la forma en que el héroe baja del avión en un país árabe y lo que hace, respira en un teleteatro y lo que puede dar un diálogo entre una madre y una hija, respira en la forma en que son presentadas las realidades en términos ficcionales, respira en cómo se organiza la

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grilla de los canales, cuáles son los canales que están en los primeros quince puestos y cuáles en el puesto 524 de Direct TV, es decir que es una gran orquestación donde lo mediático no es sólo el noticiero. Esto no significa plantear que se acaben los medios, que los medios transmitan otra cosa, no, al contrario, yo pienso que los medios plantean una lógica de masas, en una sociedad de ma-sas. Es difícil pensar, y yo soy muy escéptico en cuanto a que esta lógica podría ser tomada por la izquierda y cambiada. Yo creo que hay una lógica… si vos tenés 80 canales y estás encerrado en tu casa, ya te maneje la izquierda o la derecha, ya sonaste. Ya hay una lógica civilizatoria que te carcomió. O sea que acá estamos hablando de una lógica… esto lo digo porque muchas veces hay en las izquierdas una lógica alternativista: “déjenme los 90 canales a mí entonces yo voy a dar otra cosa y todo va a ser maravilloso”. No, entre otras cosas, habría que preguntarse el avance tecnológico, habría que preguntarse qué significan 80 canales que dan exactamente lo mismo todos. Desde esa perspectiva yo soy muy escéptico en cuanto a plantearme una alternativa. Sí creo que puede mejorar, y tampoco quiero hacer desaparecer a la televisión. A mí me gusta por ejemplo el fútbol y me gusta ver el fútbol por televisión. Lo que yo digo es tomar conciencia, tomar conciencia, expandir la conciencia y aplicarla a los medios, que aparecen como los impo-lutos, como aquellos que generan la gran narración y a los que vos no podés pensar porque son el gran narrador. Los medios son como el novelista que te escribe la novela: vos estás le-yendo la novela pero en Flaubert no pensás, pensás en la novela. Lo mismo en la cuestión dia-ria, vos creés que todo eso es la realidad pero no pensás cómo se maneja en tal canal o en tal diario la realidad. Son como narradores omniscientes y yo digo que hay que tomar conciencia y hay que tratar de que estos narradores omniscientes comiencen a dar cuenta en el sentido autocrítico y crítico del mundo que están dando, porque es una enorme responsabilidad la información y la formación de conciencia, pero en ningún momento plantear la idea de que las sociedades de masas pueden… En ese sentido, las sociedades de masas llegaron a un punto y un individuo no se puede manejar si no le ponés una pantalla en determinado momento para que cuando vuelva del trabajo esté una o dos horas y se vaya a dormir más o menos pacifica-do. En todo caso habría que discutir y cuestionar qué es esta sociedad civilizatoria, fabril, técnica, productiva, que avanza a pasos agigantados en una especie de nada, y no creer que lo que te está diciendo el locutor es lo que va a decidir tu vida. Hay una matriz civilizatoria que es más bien lo que habría que cuestionar y que lamentablemente el comunismo en su momento, el socialismo, o los socialismos reales o los estalinismos no cuestionaron… El verdadero modelo que tenían que haber cuestionado, que es el modelo tecnocivilizatorio productivista fabril del capitalísimo, no fue cuestionado por izquierda. Al contrario, la izquierda lo que quiso hacer es eso multiplicado por 100: donde había 20 fábricas, 500 fábricas, con una mejor distribución de la riqueza pero nunca puso en cuestionamiento una calidad y un modo de vida. Cuando hablamos de lo mediático estamos hablando básicamente de un elemento central y protagóni-co de la calidad y modelo de vida, qué calidad y modelo de vida queremos para vivir. En ese sentido, podemos decir que por un lado es inevitable que en sociedades de masas haya algo así como estos medios de masas, pero por otro lado tendrían que cumplir otro rol, tener otra conciencia y la propia sociedad tendría que tener sobre esos medios una enorme gravita-ción. No un poder político sino la sociedad: una enorme gravitación para saber qué se da y qué no se da y qué cosas se ven y no se ven. –¿Cuál era el papel de los medios antes de este proceso de mediatización?

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–Cumplían una función fuerte, no te olvides que la fuerza que podía tener en su momento el diario La prensa que Perón expropia en 1951-52 y se la da a la CGT, es decir que en ese sentido uno puede imaginar que La Prensa tenía un poder de capacidad opositora… Los medios siem-pre tuvieron fuerza, todo el siglo XX está cruzado por una cultura popular, mediática, indus-trial, una industria cultural que va avanzando donde los medios cumplen una faceta muy fuer-te pero con una mayor ingenuidad, una menor capacidad de hacer política, una menor capaci-dad de incidencia donde todavía había inmensas zonas donde no estaba tocado por los me-dios. Yo te recuerdo un ejemplo: yo era JP; nosotros salíamos en manifestaciones de cuadras y cuadras y cuadras y discutíamos con Perón y discutíamos con la CGT o íbamos acá… pero jamás pensamos en los noticieros. Y cuando volvíamos a casa no mirábamos el noticiero, un noticiero del Reporter Esso que duraba 15 minutos y que nadie lo miraba porque era espantoso. Hoy los estudiantes universitarios que son 300 y no 30 mil, salen a la calle cuando llegan las cámaras. En esa relación, la radio era importante pero no decisiva, nadie se ponía a escuchar el noticiero de Radio El Mundo a las 20:30 para ver qué podía decir. Lo mismo los canales de televisión. Había zonas muy amplias donde el político era un político, entonces vos ibas a escuchar a Balbín a Plaza Once o ibas a escuchar a Alfredo Palacios hablando en otra plaza o en un cine o en un teatro, había un espacio del fútbol donde vos podías escucharlo por radio pero el espa-cio del fútbol era básicamente el estadio de fútbol. Cuando sucedió un gol histórico, algún acontecimiento, eran solamente 50 mil los que lo habían visto. Hoy hay un gol que hace el Barcelona en Moscú y lo ven millones y millones de personas y al otro día están todos hablan-do de Messi. Entonces en ese sentido podríamos decir que los medios eran importantes, incid-ían, tenían su papel, los llamaban “el cuarto poder”, pero todavía había enormes franjas de cierta autonomía, en donde las cosas aparecían de por sí. Los medios por ejemplo publicaban en páginas inmensas el debate puntualizado, punto por punto, palabra por palabra, los deba-tes en diputados, en La Nación y en La Prensa. Pero porque era importante ver todo lo que el diputado y el senador decía, intervenía, era importante ver todo lo que el diputado y el sena-dor decía, contestaba, intervenía, eran páginas y páginas, hoy no. Hoy no, hoy más bien hay una barbarización. Es más, cuando se transmiten las sesiones, el que está comentando las se-siones no sabe lo que está transmitiendo. Los medios influían, no era tan homogéneo, tenías diarios de distintas tendencias, tenías revis-tas, la revista era muy importante, estaba Primera Plana, estaba Confirmado estaba Leoplán, Vea y Lea, Qué, de altas tiradas, la revista Qué tiraba 200, 250 mil. Estaba el mismo Clarín que era desarrollista, frondizista frigerista: entonces vos leías el diario y sabías que ahí había un determinado planteo que no era el de la Nación o La Prensa, que era más bien de variables agroexportadoras, pero yo creo que sí incidían, sí influían, sí se los leía. La radio tenía muchísi-mos menos programas periodísticos, la radio de los 50 y 60 tenía el 10 por ciento de los pro-gramas periodísticos que hay ahora, eran programas de entretenimiento, programas musica-les, pero sí incidía. La Razón quinta y La Razón sexta, los dos diarios de La Razón que salían a las tres y a las seis de la tarde eran diarios decisivos. Cumplían la función que hoy cumplen los noticieros de las 7, 8 y 9 de la noche. Había que comprar La Razón que salía a las 5 y a las 8 y media para enterarte de cómo venían los acontecimientos. Y en ese sentido lo que decía La Razón a la tarde tenía un fuerte impacto en el mundo político. Si La Razón te ponía “Se agrava la estabilidad del gobierno de Frondizi” todo el mundo planteaba que Frondizi estaba muy cerca de ser volteado. En ese sentido, sí tenía. Pero eran otras las dimensiones. No es como ahora cuando vos tenés servido en bandeja absolutamente todo, no solamente de acá sino de todas partes, y de todos los aspectos. Cosa que también es positivo pero, al mismo tiempo dónde quedó, dónde está lo que está fuera de eso. Porque el hoy es una época que también hay que hablarla en términos interesantes: vos ves el debate entre el PSOE y el PP en España y por ahí podés escucharla de punta a punta en vivo. O la conferencia de Santo Domin-go que fue algo extraordinario. Para mí fue una lección que habría que grabarla, porque fue un

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momento latinoamericano excepcional, de lo cual tendríamos que sentirnos orgullosos porque nunca ocurrió eso de tener ahí las 4 o cinco horas. -Pero gran parte medios destacaron, más que el contenido, las cuestiones anecdóticas, la mi-rada de Correa, los gestos de Cristina… -Se lo desvirtúa porque claro, la mirada, la sonrisa de Correa… Pero la famosa reunión de la OEA, que decidió la expulsión de Cuba, de esa nunca tuvo nadie imagen, nadie supo qué se discutía, nadie supo qué se debatía, cómo se pegaba. Pasaron 50 años, vos tenés una nueva reunión latinoamericana. Entonces, evidentemente no es para expulsar a los medios sino para que los medios tengan otro tipo de actuación,. Pero es cierto: la reunión de Santo Domingo es realmente un hecho excepcional de lo mediático en la historia de América latina, porque además la reunión fue excepcional… Fuente: http://artepolitica.com/nicolas-casullo-%E2%80%9Cla-gente-es-muchisimo-peor-que-el-peor-de-los-diarios/

Entrevista por la revista Vendetta Nicolás Casullo es profesor titular e investigador en la Uni-versidad de Buenos Aires y en la Universidad de Quilmes de las cátedras Corrientes del Pensamiento Contemporáneo e Historia del Arte. Del ´55 recuerda como su madre, sindica-lista peronista decidió esconder en su casa un busto de Evita que su madre, salvándolo de las manos fusiladoras. Estaba en París en el año 1968 y el Mayo Francés lo marcó a fuego tanto, que en octubre volvió a la Argentina con la idea fija de militar para la revolución. En esos años escribió la novela "Para hacer el amor en los parques" que fue prohibida por la dictadura en 1971 por considerarse "obra inmoral". Militó en un frente cultural del PRT y luego en la JTP, perteneciente a Montoneros. Tony Vendetta le intrigó semejante personaje y quiso sentarse a charlar sobre todas esas cosas que tanto le intrigan: la protesta, los medios de

comunicación, el peronismo, los populismos, la Universidad, el gobierno de Kirchner, América Latina, y tanto más. -Vendetta: ¿En qué consistía la protesta en los setenta? -Nicolás Casullo: La protesta estaba situada en la posibilidad de que los sectores subalternos obreros-trabajadores resolviesen la cuestión social en la Argentina y al mismo tiempo la cues-tión nacional, con lo que podríamos llamar un poder popular que plantease otro orden históri-co. Todo lo que aparecía como protesta fragmentada –el Cordobazo, el Rosariazo, el Mendocina-zo, las protestas estudiantiles universitarias que las llevaban a cabo izquierdas peronistas, cris-tianismos radicalizados, humanismos, vanguardias revolucionarias marxistas - de distintas ma-neras se proyectaba que iba a confluir en otro momento mayor que era el cambio histórico social y nacional desde un punto de vista peronista. Era social y nacional y tenía como sujeto con categoría decisiva la categoría pueblo.

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Las protestas en los 70 tenían la posibilidad de ser pensadas en un movimiento que las totali-zase y las reuniese un movimiento y un líder histórico, cosa que hoy no sucede, en el sentido de que había protestas por aumentos salariales, sindicales, universitarias y elementos contes-tatarios de todo tipo, pero la lectura que se hacía, tanto desde el peronismo como desde el socialismo marxista, era que eso debía concluir en el sujeto de la revolución social. -¿Cuál es la situación de la protesta hoy? -Hoy la cuestión es diferente. En crisis el proceso de la revolución en occidente, fracasados los socialismos reales, teniendo esa mítica revolución proletaria industrial atrás y no hacia delan-te, se hace necesario repensar todas las cosas, replantear y ver cómo se constituye un nuevo sujeto y una nueva subjetividad para la transformación y el cambio histórico. Hoy, la situación que tenemos a la vista, esta nueva escena histórica es de protestas fragmentadas, de protestas balcanizadas, de protestas que muchas veces se encienden y mueren en la propia consuma-ción de su problemática. Es decir, hay una protesta por violación de tres mujeres en un barrio, hay una protesta por la puesta de 5 o 10 semáforos que no existen, hay una protesta ecológica contra un basural, hay una protesta por Cromañón, hay una protesta sindical, hay una protesta por mal funcionamiento de un hospital. Son todas protestas que -y esta la característica de la época- parten de la reivindicación de la diferencia que las distingue, protestan por eso. Y, mu-chas veces, los propios cultores de esto dicen: "No, nosotros estamos discutiendo por esto pero no queremos politizar el asunto, a nosotros el peronismo, el socialismo, la política no nos interesa". Al contrario, ven a la politización como un elemento que corrompería a la propia protesta, contrario a esa clásica idea marxista y leninista del siglo XX de acceder a la conciencia política abarcadora del conflicto en su conjunto, y también peronista en cuanto todo desem-bocaba en una disputa política por el poder. -¿Y por qué se da ese escenario fragmentado? Si el sujeto pueblo sigue existiendo, la reivindi-cación tiene que seguir existiendo, ¿no? -Es relativo que aquel sujeto político e ideológico siga existiendo. Todo aquello que yo contaba del ´73 tenía un sujeto mesiánico, mítico, redencional que era el proletariado industrial, desti-nado por ley histórica -decía Marx- a hacer la revolución. Desde esa perspectiva, ese sujeto entra hoy en un anacronismo por circunstancias económicas. No ha perdido gravitación lo sindical, no ha perdido gravitación la organización de los trabajadores pero ha perdido gravita-ción esa idea cultural de que la clase obrera industrial está llamada a cambiar el curso de la historia, como planteaban el marxismo y el peronismo revolucionario. Una vez que se quiebra esa figura prometeica que contenía en sí el secreto del cambio histórico, aparece un pasaje de lo homogeneizador a lo fragmentario, a la diferencia. De la política a la post-política. A la frag-mentación hay que entenderla, no sólo como una astucia del mercado capitalista, sino que aparece aún en la misma protesta: las feministas se plantean fragmentariamente porque no quieren quedar incluidas en ninguna lógica totalizante que subsuma nuevamente a servidum-bre sus planteos, las minorías étnicas plantean su fragmentariedad en función de que no quie-ren entrar en un universalismo abstracto que desconsidere su identidad, los ecologistas se plantean una determinada protesta en donde quieren claramente diferenciarse de aquellas políticas progresistas pero que no cuestionan la lógica tecno-civilizatoria. En ese sentido, la crisis de la política en general y la crisis de la totalización revolucionaria producen una despoli-tización por una parte, y una repolitización por otro lado; una desconfianza profunda en la política. Eso es manifiesto en la Argentina y en todos lados diariamente. Las políticas institu-cionales despolitizan. Y en lo no representado por esas políticas, se vuelve a repolitizar la cosa. -Entonces la protesta así fragmentada, ¿qué finalidad tiene?

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-Yo creo que en este momento, la tensión es encontrar un momento superador a esta frag-mentariedad que se reconoce genética de políticas y a la vez reconoce sus limitaciones. En el sentido que aparecen y desaparecen, como por arte de magia y no modifican las circunstancias generales. Por ejemplo, se concretiza la guerra de conquista de Irak, hay una fuerte moviliza-ción en España y España se retira de la guerra con el socialismo. Pero se despliegan las pro-blemáticas de modificaciones más trascendentes de situaciones políticas y económicas del capitalismo y la imposibilidad de resolverlas desde una perspectiva transformadora. Las corre-laciones de fuerza se inscriben en lo siempre desfavorable. Por lo tanto, esta política de la dife-rencia también está en crisis, como lo están las viejas ideas totalizadoras de que el partido es la unificación de todo y el reduccionismo de todo a un centro hegemónico. Estas fragmentacio-nes aparecen por un lado como críticas de aquellas lógicas políticas totalizadoras reunificantes (donde la figura del Estado socialista apareció luego como la amenaza mayor a esta pluralidad, a esta polifonía cultural, social, de género, religiosa imprescindible). Pero al mismo tiempo, toda esta fragmentación termina reclamándole al Estado algo. Precisa que el poder que cam-bia las cosas sea realmente poder frente a los poderes del capitalismo y sus políticas históricas de dominio. Con lo cual -y esta es la gran discusión sobre kirchnerismo-no kirchnerismo, libera-lismo-populismo en América Latina-, lo fragmentario, que vendría a reunir una política antito-talizante y antiestatal, se confunde con lo estatal promotor de modificaciones. El populismo siempre en América Latina fue un complejo ensamble entre lo popular y un estatalismo fuerte. Es decir, hay una combinación perversa o nueva, una combinación interesante donde lo estatal aparece como un elemento esencial para cualquier modificación, en un tiempo que recela de los hegemonismos estatales, tanto desde la izquierda radicalizada de "lucha en la calle", como desde la socialdemocracia liberal. Entonces, el Tony Negri de Imperio, hace algunos años planteaba que la Argentina no tenía salida bajo un modelo kirchnerista, de un Estado nuevamente intervencionista. Cuestionaba un Estado que busque resolver contradicciones, un Estado guía de políticas que busque equida-des, que busque intervenir en la redistribución de la riqueza, que enfrente poderes económi-cos internacionales, que acote los márgenes de ganancia de las grandes empresas, que negocie la deuda externa con beneficios nacionales, que reformule la justicia corrupta. Eso tanto desde las neoizquierdas antiglobalización y "antipoder", como desde la derecha liberal republicana es visto como una nueva manera estalinista, fascista, a la vieja usanza europea de un Estado que impide la democracia o un nuevo tipo de representación genuina. Pero en la Argentina está visto que no fue así. En la Argentina –esta fue una discusión en el 2001- está visto que toda reformulación y toda nueva política y toda reinvención de la política -como plantearían estos defensores del acontecimiento, como plantearían estos defensores de las políticas de las ba-ses- exige la intervención del Estado. Precisa un Estado popular de corte latinoamericano, de-mocratizador de las reglas democráticas del anquilosado y normativista republicanismo. En este sentido es reivindicable toda la experiencia kirchnerista que vuelve a reafirmar que la critica a lo estatal -que plantea mucha neoizquierda en paralelo a la derecha- es una crítica falsa en el sentido que para ciertos países de América Latina como Bolivia, Argentina, Ecuador o Venezuela, la participación del Estado como organizador de los intereses del pueblo lesiona-dos, es imprescindible para cualquier modificación de las circunstancias. Al respecto de lo que muchos pensaban en las asambleas del 2001 y 2002, donde el Estado aparecía como el enemi-go duhaldista, populista, clientelista, corrupto y traidor a las esperanzas. Se vió que la salida del 2001, al contrario de lo que decía - estaba por un Estado mas interventor, por una refortifi-cación del Estado social, que por el sueño utópico de mi vecino como diputado naciendo de un repollo. -¿Qué papel creés que juegan los medios de comunicación en estas protestas fragmentadas?

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Hace 30 años decíamos que los medios de comunicación eran importantes, eran parte de la confrontación de clase, de la lucha social, hay que tenerlos en cuenta, hay que denunciarlos, hay que desmitificarlos, hay que tener medios propios. Bueno, esa era la lucha de los 70. Hoy es una cosa totalmente distinta. Hoy todo pasa por lo massmediático. Lo massmediático es la forma de ser de lo social y hace al ser social. Casi no se podría discutir nada si no fuese atravesado por lo massmediático. Aquello que no atraviesa lo massmediático es lo más intimo, mi relación con mi novia, con mi hija, con mis amigos. Hay que tener una posición de enorme crítica, de enorme recelo, no aceptar este modelo civilizatorio y al mismo tiempo, reconocer que lo massmediático se ha implantado y nosotros mismos somos los hijos de los massmediá-tico. Por otro lado, en cada una de las circunstancias históricas, lo massmediático hay que leer-lo de acuerdo a cómo se posiciona, qué papel o rol cumple en el campo de la lucha social y política. En el caso argentino, podríamos decir que hay una doble lectura sobre lo massmediático. Ha jugado y juega muy cercano a lo que se llamaría acompañamiento de la protesta social perma-nente, en el sentido de que la protesta social se nos aparece a nosotros a través de lo mass-mediático. Porque si no ¿quiénes se enterarían o cómo le daríamos importancia al problema que está sucediendo en ese mismo momento en la puerta del Hospital Garrahan? Es porque lo estamos viendo tomando un café con un amigo, en casa, en una estación de subte, porque se está amplificando de una manera poderosa en nuestros oídos y en los oídos de toda la gente. Hoy, cualquier problemática aparece, cubre el día, y es totalizada a tal punto que parece como que pone en juego la República. El presidente le plantea algo al general Menéndez o a la Cámara de Casación y se lo está viendo en vivo y en directo, mojado, acusando, y al otro día lo massmediático mismo ha hecho una cobertura, una construcción de esa realidad que nos sitúa en una situación de borde en cuanto a intensidad y presencia. Desde esta perspectiva diría: lo massmediático es insoslayable y hay que ver cómo juega en cada circunstancia. En la protesta social ha jugado, por una parte, apoyándola. Uno se preguntaría por qué apoyan la protesta social grupos empresarios, que en realidad, estarían más proclives al statu quo, que a darle minutos de cámara al PO cuando hace huelga en un subterráneo. Sin embargo aparece porque eso es noticia, porque forma parte del drama cotidiano, porque es el sentido común, porque forma parte de las historias silvestres con que los noticieros plantean. En fin, toda una serie de elementos que saben manejar muy bien los medios de comunicación para tener lo único que les interesa: gran audiencia. Para muchos analistas la actuación de los medios en 2001 y 2002 fue provechosa y positiva porque amplificó de una manera determinante y decisiva la protesta social. La propia izquier-da, que cuestiona los medios de comunicación de la clase dominante, cuando tiene que actuar está esperando imprescindiblemente la aparición del conglomerado de Clarín para hacer polí-tica frente a las cámaras filmadoras. -El Punto es si mas allá de la finalidad que tengan los dueños de los medios de comunicación, es mentiroso o no ese amplificador. -Yo diría que los medios de comunicación muchas veces pervierten, instrumentan, manipulan, trabajan y construyen la noticia, pero otras veces -y esto creo que no lo termina de entender el gobierno- son una válvula en donde aparecen cosas que la propia política cambia y esto hay que reconocerlo. Cuando hay una denuncia de determinado negociado, los medios de comuni-cación, bajo distintos intereses, hacen aparecer la cuestión, en donde después el legislador, el secretario o subsecretario tiene que salir a dar cuenta. Desde esa perspectiva, los medios de

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comunicación tienen un cierto plus, que podría ser pensado claramente como democratizador de la política, sobre todo cuando la política está concentrada en núcleos muy opacos. -¿Cómo ves la relación de este gobierno con los medios? -Mala. El gobierno tiene un enorme déficit, no en los contenidos de las políticas que lleva a cabo, ni en los horizontes-guías de las cuestiones que está tratando de resolver, pero sí en la construcción de la política. Esto se percibe también en la relación del kirchnerismo con la pren-sa, atravesada por una concepción de la política muy cerrada en sí misma, muy sectorizada en un grupo de poder muy receloso sin la grandeza para delegar poder y variables. Esto se nota en la incapacidad que tiene para abrirse a diálogos con la propia sociedad y con el periodismo. Se puede pensar que el periodismo es enemigo y que responde a intereses, pero no se puede negar una instancia decisiva, que es la información. Por otro lado, en la crítica, en la prensa, en el dialogo crítico con la prensa, Kirchner ha logrado desmitificar una infinidad de noticias que la prensa plantea como neutras y como naturales. Lo cual me parece muy interesante en el sentido de que ha producido una conciencia diaria de aquello que, como los medios, no son pensados como se piensa el resto de lo social. Los me-dios son como el novelista que escribió la novela que estoy leyendo: lo no pensado de la tra-ma. Esa mala relación que tiene Kirchner con la prensa, por anticua y a la vez por impericia, es por otra parte con la intención de discutir con la real oposición. Pero hoy uno no puede negar-se que la gran instancia organizadora que piensa y calcula a la sociedad argentina no son ni Macri ni Lavagna, sino el diario La Nación tanto como la iglesia, que organiza diariamente la agenda de lo que hay que discutir y que luego van a repetir como loros infinidad de medios y hasta los propios políticos. Es un excelente diario de intereses que están afectados por la polí-tica popular kirchnerista. Es un diario excelentemente hecho para lo que se propone, eviden-temente es un diario ideológico e ideologizante, que expresamente plantea opinión, además de información. -¿No será que Kirchner también aprovecha que hay una mala imagen de ciertos medios para hacer crecer su caudal político? -Los medios por un lado tienen mala imagen, pero por otro el periodismo aparece todavía con una tonalidad justiciera importante. Pero en general la sociedad no está tan apegada a los medios como uno puede suponer. El argentino es básicamente un despolitizado, no un des-concientizado. Yo diría que hay un 70% de la sociedad que vive al margen de la noticia política diaria, permanente y obsesiva. Los medios de comunicación, que son generalmente opositores o críticos, no tienen una relación como nosotros imaginamos que tienen con la sociedad. Kirchner avanza mucho más en serio con su propuesta que los propios medios de comunica-ción. Una familia media popular argentina no tiene una preocupación política importante por encima de cualquier otra cosa. El tipo de conclusión que hacen los sectores populares es más sabio, en el sentido de que parte de lecturas decisivas y esenciales y no de si estuvo bien Al-berto Fernández al decirle tal cosa a Borocotó. Esas son más bien problemáticas de un deter-minado nivel social lector, particularmente gorila, pensado en agigantar esas horribles anécdo-tas que tiene también el kirchnerismo y nadie las puede negar, y que refleja su poca capacidad de construir efectivamente política en el campo de la política y de los cuadros políticos dirigen-tes, intelectuales y universitarios. Los medios tienen incidencia fuerte pero en lo político deci-sivo la resemantización que hace la sociedad es distinta a la que uno puede pensar. En cada época los sectores populares mayoritarios apuestan a lo que se juega de fondo en la historia, y no a un encadenamiento de anécdotas impuestas por una lógica ajena a sus pesares. Esa es la historia del peronismo desde 1945: lo afortunadamente ininteligible para sociólogos y encues-

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tadores ilustrados saltando de rama en rama. Como decía Gatica, yo no hago política, soy pe-ronista. -En este momento donde hay cambios en Latinoamérica que demandan una nueva interpreta-ción de ciertas cuestiones, ¿cómo está campo de los intelectuales? -Estamos sobre una campana cultural de época que se inicia en los años 80, que se llama la revolución neoconservadora en lo cultural y liberal en lo económico, donde vuelve a releerse el mundo en términos claramente de derecha. Entonces aparecen las políticas de ajuste, el "pueblo" como una mala palabra, el fin de las demandas abusivas, la recetas para controlar las democracias, las izquierdas siempre totalitarias, el individualismo como la única libertad de consumo que vale, el parlamentarismo como única forma de representación aceptable, el libe-ralismo como falso sinónimo de democracia, y la política como un cuadriculado luego de acep-tar las lógicas performativas del mercado. Todo esto fue una tarea no solamente estructural de flujos de inversiones sino también periodística, intelectual, académica y de difusión. Podríamos decir que el 90% de los medios de masas responde hoy a estas doctrinas. El indígena del alti-plano debe hacer política como lo indica la tradición anglosajona, debe venerar el voto aunque se cague de hambre. Lo que podríamos llamar "el intelectual de los movimientos populares", está trabajando en otra dimensión, en tareas militantes que apuntan a otra articulación, a otro tramado, otra lógica. El credo republicano liberal en América Latina tiene una triste biografía de entrega, explotación, represión militar, despojo y exterminio social. Su prontuario en la Argentina es tan infame y criminal que es irrisorio que pretenda enseñarle democracia a al-guien. Pero en cuanto a los debates que se dan hoy en la sociedad y en el sentido común imperante, tanto la izquierda como los movimientos nacionales y populares pierden 5 a 1 frente a esta política neoliberal. Creo que este es otro elemento donde el kirchnerismo se limitó mucho, mostró su debilidad. Porque si uno quiere cambiar realmente una edad histórica del país y refundar elementos en términos culturales y éticos como lo quiere hacer Kirchner desde una impronta popular de nuevo cúneo, indudablemente hace falta una creación fecunda y profun-da en el mundo de las ideas, del debate ideológico. Hace falta un tiempo político intelectual nacional amplio, abierto, de primer orden y que de pelea, y que enfrente, que proponga sus lógicas de lecturas, que lleve a ese plano de las concepciones la lucha social y nacional. Que haga cultura, esto es, el punto máximo de hacer política. Esta es una materia pendiente del Kirchnerismo: abrir un tiempo intelectual, abrir un tiempo de creación de nuevas mentalidades e imaginarios epocales, abrir un tiempo crítico del pensamiento y de un pensamiento crítico que acompañe a la idea de una refundación del país. Hay que empezar a intervenir en la bata-lla cultural. Y la universidad es un punto estratégico. -¿Cómo? -No podés tener un Albistur al frente de los medios de comunicación. Tenés que tener una persona que piense y repiense las cosas en términos políticos ideológicos, de pensamiento noble, ni farandulesco, ni de espectáculo, ni académico, ni burocrático antidemocrático. Que piense cómo reconstituís ideas, qué papel le das a los artistas, a los intelectuales, qué papel le das a una Educación. Se necesita una gran reinvención cultural que alimente las grandes políti-cas de una Argentina sensible y pensante sobre si misma. Nada de eso se hizo ni se hace. No pensar políticamente el campo cultural, sino pensar culturalmente toda la política. Eso hace el sistema de dominio todos los días sobre nosotros. No ya una educación sistémica sino a una educación en todo lo asistémico, en relación al arte, a las variables artísticas. Creo en ese sen-tido, que tiene más olfato Cristina que Kirchner. Kirchner es más bien un personaje que no le da la suficiente importancia a lo que es la refundación de una historia en términos de ideas, de

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renacimiento cultural en disputa contra una cultura dominante. Hay una especificidad de la cultura hoy, que es vencer en la representación de las cosas y los mundos simbólicos. Y si esa contienda no la ganás se te viene inmediatamente en contra casi cualquier acto que hagas o digas. Estás viviendo permanentemente con un determinado dominio que te explica cómo son las cosas al contrario de lo que realmente son. -¿Cómo ves a la Universidad en este compromiso que tendría que asumir? -La Universidad tiene el desafío de reencontrarse con una causa nacional y popular, luego de lo que fue un profundo fracaso de la Universidad Nacional y Popular de los setenta. La Universi-dad no deja de ser un sector social privilegiado, una cultura que ha entrado de lleno en lo que podríamos llamar la ideología del individualismo, de la competencia, del triunfo personal, de la despolitización y de la antipolítica. El desafío es combatir contra eso, aprovechando que se está viviendo una época excepcional. Y si no es excepcional, uno se la inventa como excepcio-nal. Cuando se juntan 20 alumnos y se deciden colectivamente, tienen que pensar que parten la historia en dos, un antes y un después. Si no, no vale la pena ni empezar. Dar una batalla entre posiciones nacionales y populares contra posiciones liberales reaccionarias y reconstituir una Universidad en relación a un nuevo destino recuperado del pueblo. Es difícil, porque la Universidad viene de una crisis, ha sido patrocinada por lo melifluo del radicalismo durante dos décadas y hay una izquierda que toma la universidad como una especie de terreno utópi-co, de ciudad infantil donde juegan a la mancha leninista. Pero al mismo tiempo hay un mo-mento auspicioso en el sentido de que se está viviendo una situación donde las políticas más importantes que definen lo que es el país tienen que estar en la Universidad y la gente que está en la Universidad tiene que dar la batalla ante esa comunión de circunstancias, pero sa-biendo que se viene de años en donde las ideologías hegemónicas son otras. La lucha argu-mentativa, reflexiva, conceptual, teórica, y por ganar los pasillos, y por colgar los carteles más altos, y convocar, y politizar: todas son importantes. Es un momento propicio, porque aparecen con mucha más claridad los sectores populares y los sectores antipopulares. Las derechas y las izquierdas, cuando las derechas dicen ilusoria-mente que ya no existen más ni derechas ni izquierdas. Ya sea discutir sobre las fuerzas arma-das, sobre la Corte, sobre Moyano, o América Latina o el peronismo, o la seguridad, o el garan-tismo, o la miseria, o el arte, o los medios de masas, o los programas de estudio. O la ley, o qué cosa es hoy un abogado, un juez, un fiscal. Cosa que, con el menemismo y con la alianza no acontecía porque esa fue la Argentina de la muerte en el alma. Ese mar de confusión que duró diez o doce años no lo tienen ustedes. Hoy hay una situación mucho más clara. Más cotidia-namente confrontativa. Más la Argentina real, sin disfraces. Hoy la iglesias es lo que siempre fue la iglesia, y los ganaderos lo que siempre fueron, y los gorilas lo que siempre fueron los gorilas. De golpe, el peronismo volvió a ser la izquierda y esto no deja de ser un logro histórico del kirchnerismo porque el peronismo había dejado de ser izquierda en 1974 para pasar a ser Frankenstein. Esta es una situación netamente aprovechable para transportar a la Universidad a un debate que cuenta de eso. -A la vez ciertos sectores de izquierda, dicen que lo que logró el kirchnerismo fue fragmentar el campo popular. -La crítica al peronismo y al populismo tiene una historia larga que va desde el 45 al 74. Para la izquierda dogmática, el peronismo es bonapartismo, tiene un falso discurso, es conciliador de clase, es un pro imperialismo disfrazado. Y ahora la derecha vuelve al árbol, king kon vuelve a comer la banana nacional, vuelve a no depilarse y sale con todo y dice: "esta variable peronista sí que es la peor. Trae aparejada una serie de elementos que van a limitar profundamente nuestro poder de renta, nuestro poder de ganancia, nuestro descrédito con la embajada yan-

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qui, nuestro poder político, nuestro poder eclesial, y a decidir sobre cosas que son absoluta-mente nuestras por alcurnia y tradición, como lo son la Corte, la cancillería, el ministerio de defensa, la política internacional y la biblioteca nacional." Tenemos eso que se produjo en el 45 y en el 55: la reunión de izquierda y derecha. El peronismo -recojo aquella famosa frase de Cooke- es un hecho maldito. Algunas veces y en muchas épocas también para los peronistas. No solamente para la oligarquía vacuna, sino para todos los que están situados en la escena histórica. Imagínense un tipo que tiene mi edad -60 años- y que fue gorila. Está loco a esta altura. Hace 60 años que no puede desembarazarse del peronismo. Como digo, el gorila es un peronista que cumple la función de gorila en la historia nacional, es un imprescindible para un consumar un sentido completo. Es una cosa "que no se va a acabar nunca". Y que todos pensaban que se había terminado porque Menem lo había vendido, lo había subastado, lo había tirado como resaca. Aparece el flaco alto, habla de los 70' y vuelve a traer a colación una serie elementos. Entonces, digo, también ahí hay algo de maldito, en el sentido de, como diría Roland Barthes, maldito del tipo que no es invitado a comer y se mete y transfigura al resto. La izquierda no puede ser izquierda, como lo es en Chi-le. La derecha no puede ser derecha porque está metida también en el peronismo. Los radica-les terminan siendo peronistas porque descubren que en realidad un tipo como Kirchner es los dos movimientos juntos, es el radicalismo y el peronismo. Los comunistas terminan votando peronismo. El que abandonó el peronismo porque el peronismo no fue más de izquierda no lo soporta tampoco porque ahora ya es tarde para él y el peronismo se volvió de izquierda. El que era radical, de alguna manera nacional, tampoco soporta que la historia iba a terminar en tres candidatos peronistas con los radicales votándolos. Hay una cosa histérica. Uno se ríe de la eternidad del peronismo. Como me decía Mario Kestelboim en el exilio: "Perón es eterno y el peronismo es eterno, en serio, no te rías, no va a morir nunca". Está más allá hasta del efecto invernadero en el planeta. -¿Cómo ves a América Latina? -América Latina es un continente que es como la mujer de tus ensueños. Vos sabés que en algún momento te va a frustrar en algo, es media histérica. No que de acá se salga hacia una definitiva autonomía, pero creo que es un momento importante y que puede tener una conti-nuidad, que puede avanzar más. El llamado populismo es la forma que tuvo América Latina para que el pueblo inventase una política para sí mismo, que no lo dio la izquierda y no lo dio el liberalismo, que eran políticas de otros para los de abajo. La historia latinoamericana ha encontrado su autonomía política y su autenticidad, en la constitución de movimientos populares que rompían la lógica de una forma de inteligibilidad política que compartía el liberalismo y la izquierda. Todo lo que fue historia del pueblo en América Latina es popular nacional. No hay otra historia. O es liberalismo, con o sin dictadura, o es nacional y popular. En la Argentina, sobre todo con la historia del peronis-mo. La historia Latinoamericana te da eso. Lo más genuino es la construcción política en nombre del pueblo a través de un Estado popular que genera un proceso de democratización económi-ca, social y cultural. Esto se da contradictoriamente -como son los populismos-, equívocamen-te, exageradamente y en general terminan en derrotas (salvo la revolución Cubana que se perpetuó y que adquirió un signo marxista-socialista muy fuerte). Pero eso no significa que no dejan una impronta: la memoria de lo que podríamos llamar un piso de dignidad, de un piso de justicia. La mítica de un colectivo inmenso. En la Argentina eso es evidente. El peronismo es el

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piso de justicia, lo que al parecer no se transa, por eso el peronismo no muere, aunque anda brutalmente golpeado el pobre. Hoy aparecen regímenes de fuerte conmoción de corte populista en el continente. Por una serie de encrucijadas, de coyunturas y de azares, se dan hoy siete u ocho gobiernos que pue-den sentarse a conversar y tener una serie de elementos nacionales y populares de reivindica-ción de América Latina y de crítica a un actual dominio del mundo. Una situación excepcional, única. Hay que aprovecharlo de manera rotunda porque muy pocas veces se dio en América Latina como sinfonía democrática. O sea que es un panorama alentador. A diferencia de si vas al territorio europeo, a diferencia de si vas al territorio africano, a dife-rencia de los ex países del este europeo que pasan del comunismo impuesto al más desenfre-nado liberalismo, a querer ingresar a la OTAN y a querer ser siervo de los Estados Unidos. Des-de esa perspectiva, es una época democrática excepcional la que se está viviendo en América Latina. Fuente: www.mundo-perverso.blogspot.com/2008/10/entrevista-nicols-casullo.html

RESEÑAS & FRAGMENTOS

Las cuestiones/reseña En este volumen se analiza el populismo desde las diversas posturas que en diarios y revistas discuten la experiencia en el país y en Amé-rica. También recorre las vanguardias políticas de los años sesenta y las distintas formas de la memoria que reflexionan sobre aquel tiempo. Síntesis argumental: La revolución como horizonte que quedó atrás, el actual populismo,

los violentos años setenta, las derechas políticas, el papel del intelectual y lo religioso, son algunas de las cuestiones analizadas en este volumen. En el libro se plantea la experiencia de un presente que tiene la revolución obrera y socialista como pasado, y revisa la biografía y el eclipse de las ideas de cambio histórico. El autor analiza el populismo desde las diversas postu-ras que en diarios y revistas discuten esa experiencia, mostrando en qué consiste el debate y examina qué fueron los años setenta en la Argentina desde las vanguardias políticas y estéti-cas, las distintas formas de la memoria que indagan aquel tiempo. Sobre el autor: Nicolás Casullo es escritor, ensayista, novelista, docente de la carrera de Co-municación Social en la Universidad Nacional de Buenos Aires, además de la Universidad de Quilmes, y director de la revista "Pensamiento de los Confines". Cuando se produjo el Mayo Francés, se encontraba en París. Producto de esa vivencia es el libro "París 68. Las escrituras, el recuerdo y el olvido". Como otros tantos intelectuales del país, Casullo debió exiliarse en no-viembre de 1974. Su primer destino fue Cuba, por cuatro meses. Caracas, Venezuela, fue su segundo destino en 1975. En 1976 viajó a México, donde vivió hasta el año 1983. En ese año regresó al país.

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Entre sus novelas se cuentan: "Para hacer el amor en los parques" (1970), "El frutero de los ojos radiantes" (1984) y "La cátedra" (2000). Entre sus ensayos: "La comunicación, una democracia difícil"(1986), "El debate modernidad-posmodernidad" (1988), "Viena del 900: la remoción de lo moderno" (1992), "Itinerarios de la modernidad" (1996), "Modernidad y cultura crítica" (1998), y "Palabras a destiempo" (1999). Editorial: Fondo de Cultura Económica.

Las cuestiones/fragmentos Populismo Un vocablo en la industria cultural ¿Qué se busca discutir hoy con respecto al tema populismo? ¿Qué se escenifica en realidad en esta suerte de remisión a una huella que no es tal y sin embargo pretende evocar un pasado que vuelve? ¿Por qué aparece el tema entre candilejas, desde vetustos argumentos de la progresía liberal que lo desvinculan de lo sustancial de un debate latinoamericano en nuestra historia? La reposición política periodísti-

ca de dicho vocablo, trabajado con un eco "fatídico" frente a figuras como la de Néstor Kirch-ner y, a nivel latinoamericano, Evo Morales, Luiz Inácio Lula da Silva, Rafael Correa, Hugo Chávez, Daniel Ortega y Andrés Manuel López Obrador, pretende desarrollar una campaña con este denominador común aglutinante, con una carga simbólica fuerte en cuanto a su supuesta capacidad de hacer mermar la democracia y sabotear la salud de las repúblicas. La palabra populismo, de forja básicamente académica, de fortuna científico-social en el continente, sur-ge hace 40 años, se despliega luego en términos políticos, adecuada para tal fin, hasta encerrar un pecado casi de carácter subversivo para las actuales expectativas de una época regida por una única gran lógica del mercado mundial concentrado y un reiterado y obediente statu quo institucional como único gran reloj de las circunstancias históricas. Si bien es necesario fijar las coordenadas y los trazos que componen la experiencia histórica y reflexiva sobre los llamados populismos, lo importante en este caso es asentar políticamente el asunto en la siguiente interrogación: qué significa el regreso de una controversia sobre el tema. En este presente de ocasos, derivas y vampirizaciones argumentativas, de memorias (sobre un reciente siglo XX) que se sienten muchas veces encarceladas o maquilladas por la era difusora del mercado global, sería ocioso preguntarse por una temática -el populismo en este caso- sin partir de las señas discursivas que componen y arman el presente. Sin preguntarse quién alza el escenario de la crítica y pone los referentes en esta reyerta que -como casi todo lo que sucede en la actualidad- busca un triunfo cultural y no inmediatamente político, esto es: seguir esculpiendo una conciencia social domesticada en nombre de los buenos comporta-mientos políticos. En un tiempo de despolitización marcada de las explicaciones -vía teorías económicas mitifica-das, vía academicismos con sus pulcros objetos de estudio, vía sentido común periodístico o ideologías de supuesta neutralidad intelectual-, la preocupación de este texto es sustraer el problema que se discute de aquello que oculta lo que en realidad se discute. Desplazado tanto de una instrumentación publicitaria de las derechas que invade la comunicación de masas co-mo de un saber especializado que por terminología lo distancia demasiado de un posible deba-te diario de corte concretamente político, intelectual, militante, sobre la cuestión nacional y latinoamericana.

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Colocar entonces el problema del "populismo" en un sitio de debate donde las políticas de intenciones populares puedan recuperar su capacidad de designar las cosas en que quedan involucradas, reponer una mínima memoria del dilema, situar la real confrontación en térmi-nos adecuados. Entablar una incursión político intelectual en el tema. Hay sin duda un efecto de retorno: de lo que sería la réplica de un maligno ser político original que se pensaba irregresable para las nuevas y buenas costumbres del mundo bajo una predi-cada horma de los grandes organismos internacionales con sus recetas ecuménicas. El pregonar alarmista de los enemigos económicos y políticos del populismo ha desvirtuado a tal punto las referencias del debate, que la pregunta pertinente es qué se discute en realidad cuando se discute ese tema. De qué texto el populismo es el pretexto. Qué conflictos se estar-ían invocando en la presente disputa, qué contraproducente deidad retornaría a América Lati-na desde un supuesto cielo negro y para desdicha de la sociedad democrática republicana. O remedando humorísticamente lo que expresó Jacques Derrida entre originales y copias: "lo que se vuelve enigmático es la idea misma de la primera vez". Esto es, en este caso, la fuente de una biografía política popular que alimentó lo más decisivo de la crónica de masas en el continente. Avanzada la primera década del siglo XXI, las diatribas contra el populismo no remiten tanto a sus diversificadas experiencias históricas difíciles de catalogar, como a las falencias, astucias y pertrechamientos culturales de esta época: a una predisposición claramente confrontativa desde la derecha ideológica (la misma que predica el supuesto fin de las derechas y las izquier-das, lo anacrónico de las confrontaciones sociales o lo innecesario de hacer presente el conflic-to en un mundo mercadotécnico). Todo queda malversado en las operatorias ideológicas de la dominación económica y cultural cuando se expande en términos periodísticos y de columnis-tas la peste del populismo sobre el país desde un nuevo/viejo artefacto de terminología cata-dora construido para leer políticas latinoamericanas que -a duras penas y no sin contradiccio-nes- afectan intereses económicos (nacionales e internacionales) depredadores de la salud de las sociedades y considerados "intocables". Desde estas críticas usinas diversificadas el popu-lismo es, como vocablo, básicamente la forma de significar, recopilar y a la vez vaticinar la im-posibilidad de América Latina en el concierto de las naciones. Populismo es lo que connotaría, en un restringido mundo codificador de las políticas actuales, que el proyecto del país, o conti-nental, es imposible. Malogrado por la propia maldición del pueblo llano cuando de manera impertinente y con distintos "líderes" pretende medianamente protagonizar la historia. O, según dicha versión, "irracionalizada" con el voto de mayorías y Estados intervinientes: panorámica que concluye atentando contra la producción de riquezas, derrames del mercado, oportunidades y liberta-des. Una prueba a la vista de esta estrategia tematizadora del presente "populista": el regresivo populismo menemista (caudillista, lesionante de la gimnasia institucional, corrupto al máximo, clientelista, confidencial, mafioso y solapado con sus grupos de intereses extrapartidarios) que gobernó durante la década de 1990 a la Argentina obedeciendo los axiomas del mercado mundial, el grupo Davos, el consenso de Washington y el Fondo Monetario Internacional (FMI) como alianza del poder político unipersonal con la corporación empresarial contra el Estado nacional; ese poder no mereció en diez años un solo comentario, columna, suplemento, mesa redonda ni entrevista crítica al "populismo" desde las calderas que hoy, en cambio, alientan el sambenito diario en defensa de una calidad democrática desconsiderada (como tampoco a nivel latinoamericano lo mereció en el Perú durante ese mismo período el largo gobierno de Fujimori). Tal cual lo expone la analista Nelly Arenas "se puede decir que en ocasiones el popu-lismo puede resultar funcional alliberalismo". De tal forma, la actual abundancia de crítica al populismo debe ser interpretada como un fenómeno que responde a una escena de confrontación donde se dirimen, a nivel ideológico cultural, otras legitimidades políticas e intelectuales en el reacomodamiento de fuerzas y pers-pectivas en una etapa claramente posrevolucionaria en sus postulados de proyectos de alter-

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nativa popular. En una etapa hegemonizada por un capitalismo sin contendientes reales con su lógica económica y las lecturas políticas consecuentes. Como expresa el teórico del socialismo español, Ludolfo Paramio, crítico de muchas políticas populares en la América Latina de hoy: el populismo se sintetiza en aquello que dificulta o directamente sabotea "la importancia de las instituciones como marco imprescindible para el buen funcionamiento de los mercados". Se responde de esta manera a su pregunta previa: "¿De qué hablamos cuando hablamos de popu-lismo?". Por supuesto la pregunta abarca a toda América Latina. Y sus diversas respuestas resultan las formas expresivas más eficaces para una batalla cultural que tienen las políticas liberales del "mercado libre y abierto" a fin de contrarrestar la resistencia de contradictorias fuerzas de-mocrático populares. Las derechas económicas y financieras, en sus diversas sintonías de un dial que contiene también "voces de izquierda" y "progresistas" amigas, se plantean sin des-mayo esta ofensiva. En un muy pobre artículo, por demás paranoico pero revelador del cariz que asumen las actuales críticas que recibe hoy el populismo latinoamericano, Carlos Mala-mud señala la perniciosa influencia del viejo peronismo y sus veinte verdades (el de 1945-1955) que estaría determinando lo que sucede en "la Bolivia justa, libre y soberana que quiere construir el MAS de Evo Morales", en la nueva sensibilidad de izquierda que le imprime a su gobierno Néstor Kirchner, y también en la Venezuela bajo la presidencia de Hugo Chávez. En esos casos se percibiría tal ideología justicialista: "esa amplia carga ideológica que se repite permanentemente [ ] en Bolivia pese a la adopción de numerosos signos indígenas [ ] se puede rastrear la herencia y la simbología peronista" mientras en Chávez se expresa en su intento "de unir el mito de los dos libertadores, Bolívar y San Martín". Ambas experiencias según el autor reflejarían ese mismo intento de corte "peronoide" en el presente latinoamericano. A esta huella, agrega, se sumaría el giro de Fidel Castro que de apoyar hasta 1989 a "la ortodoxia revolucionaria [...] se ha convertido en el más firme sostén de aquellos políticos y gobiernos que sintonizan con el populismo". Un populismo que en la actualidad se caracteriza por "la búsqueda de la polarización social y la crispación permanente" gestándose desde raíces pero-nistas y respaldos castristas para quebrar o interrumpir un reciente ayer "donde éramos mu-chos los que pensábamos que el populismo estaba definitivamente enterrado en la región". El curioso esquematismo del autor en este caso sirve a los efectos de exponer la construcción de un sentido común político desde el credo liberal que busca reconstruir el "relato del mal" en tanto aparición de una novedad vieja. En similares condiciones de análisis en un artículo sobre el presente mexicano José Aguilar Rivera de manera crítica y re activa y para explicar el actual populismo del líder Manuel López Obrador recuerda al México político de las primeras tres décadas del siglo XX con sus secuelas de la revolución y sus caudillos. Desde ese prisma del pasado nacional embiste contra el re-ciente candidato a presidente del Partido de la Revolución Democrática (PRO) a quien de ma-nera fraudulenta el establishment y la derecha panista le robaron el triunfo electoral. López Obrador reviviría de manera neopopulista ecos de aquel caudillismo de la revolución antigua, por lo cual el articulista lo tilda consecuentemente de "nuevo mesías tropical [...] con preten-sión al liderazgo religioso en la política [...] representante de una izquierda autoritaria [...] que por su origen desconfía de las instituciones y los procedimientos formales que retrasan o impi-den la consecución de la justicia sustantiva". Resulta arduo situar en un primer encuadre, en una sola fotografía y en las actuales sociedades tardomodernas, las longitudes políticas e ideológicas que en verdad están en juego en lo que se discute: las operatorias que amparan e interfieren las representaciones políticas entre acto-res y bases sociales. Y esto también compete a la cuestión del populismo, sus trincheras y deri-vas. Sociedades también con indiscutibles síntomas posmodernos en cuanto a identidades históricas en mutación, a relación inédita de trauma y duelo con el propio pasado moderno nacional, y en referencia a valores en drástico cambio generacional. Sociedades por lo tanto caracterizadas por el cada vez más alto peso cultural que adquiere cada dato que la cruza. Cada acontecimiento que la conmueve. Cada cita por la cual se recuer-

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da a sí misma. y por la propia impronta culturalizadora que contienen los hechos, escenas y contiendas con que actúa la intervención política de manera cada vez más expresa. Hace 20 o 30 años una política respondía en su mayor porcentaje a su programa discernible, al largo tra-jinar de sus líderes, a la biografía de esa misma política actuada y/o consolidada estructural-mente. Porque se enunciaban perfiles políticos que hacían a identidades partidarias, o a ver-dades "objetivas" de la historia, o a destinos irreversibles de las clases. Hoy la escena de dispu-ta -hilvanada desde vectores mucho más estéticos que políticos, más ateniente a mundos cul-turales simbólicos mediadores que a argumentos precisos- es una escena circunstancial donde lo que sobresale es una construcción de efectos, estados de ánimo, sadismos, sentimientos inmediatos de disgustos o simpatías, comprensión pasajera, mundos episódicos ultra-recortados, reminiscencias desbocadas, éxtasis de la dispersión: un despliegue de política ciu-dadana descorporizada, amebeásica, que obliga al regreso recurrente de los cuerpos concretos a las calles, en protestas profundamente segmentadas. Sociedades entonces donde lo mediático, como poder concentrado de emisión, actúa como una acentuada política cultural que canoniza la escala de significados sociales. Y también como una cultura política que establece las formas receptivas/comprensivas de lo real. Lo hace des-de lo privado empresarial comunicativo, con una alta inversión económica, bajo la sapiencia y lógica de audiencias a retener, de géneros propicios en términos receptivos, de espectáculo informativo en horario ininterrumpido que siempre "está ahí" para contar el país, de reflejo de públicos. y donde todo este tinglado de articulación mensajera construye las formas decisivas de la politización despolitizadora. Edifica cultural mente esa política, que si bien no es irreduc-tible ni es ineludible en sus performances, resulta un dispositivo que por su lógica de "vivir de públicos-conciencias" con su accionar pretende por una parte un efecto de totalización com-prensiva. Y por otra, acciona mediáticamente desde el prisma de la permanente construcción ficcional-realista de la vida común de la gente. Vida común transmisora-receptora: una suerte de matrimonio ideológico mediático cotidiano de las distintas "hablas" de un idioma de pura comunicacionalidad que, más allá de sus simulacros e ilusionismos transgresores, exhibe el más natural conformismo de valores y conductas de un ser social tipo: instala una cultura polí-tica de derecha sin "partidos desprestigiados", en múltiples detalles y alocuciones (el ordena-miento de un noticiero, el tipo de pregunta de un movilero, la indignación de un locutor, la broma de un animador). Una cultura que atraviesa lo comunitario desde el alarmismo social, la antipolítica, el sentimiento ciego, el protolinchamiento permanente, el cinismo, el termómetro de la inseguridad, el analfabetismo frente a toda cuestión compleja, la vacuidad temática del rating, el comportamiento histérico. No obstante, este hegemonismo mediático es mucho más producto de una consumación técnica de la civilización consumista urbano masiva, que de un plan diabólico de animadores, periodistas y locutores contra la vigencia de la política, como frecuentemente se lo interpreta. De distintas maneras, este poder audiovisual ocupa los sitios abandonados por la profunda crisis, límites e indiscriminación de la propia dimensión política en el sistema histórico capita-lista contemporáneo. … Desde esta perspectiva, puede decirse que hoy se llegó al paroxismo en aquello que la teoría en el siglo XX, pre y pos segunda con tienda mundial, había percibido como el lugar de lo polí-tico invadido por el lugar de lo estético en las grandes experiencias totalitarias europeas y en los Estados Unidos de los años cincuenta durante la Guerra Fría. Lo que en aquellas circunstan-cias de la centuria pasada eran políticas que hicieron uso abusivo de estetizaciones de masas para lograr sus objetivos contra enemigos ideológicos a vencer, en la actualidad se ha trans-formado en una confrontación de carácter esencialmente cultural. En una estética politizable, para audiencias millonarias: estética de figuras, imágenes, dispositivos, formas de presenta-ción, iconografías, retóricas, evocaciones, estereotipos, marcas, armados esperpénticos y neo-bestiarios. Repertorios que en lo fundamental hacen presente el plano de lo político, en una edad donde sus representantes directos (intendentes, legisladores, ministros, gestores) han quedado casi sustraídos de la verdadera escena que politiza la realidad (a excepción de los

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nombres impresos en las boletas en la muy particular jornada de comicios). Las calles vacías de Londres después de un atentado, un viejo noticiero en blanco y negro, una madre llorando a su hijo secuestrado, un vallado protector de un edificio público, cuerpos descuartizados en Irak, una idealizada exposición de libros, cartoneros revolviendo basura, inmigrantes ilegales dete-nidos, un comisario rodeado de micrófonos, cuerpos alineados de narcotraficantes contra un paredón, barras bravas arrojando piedras en la vía pública, médicos en guardapolvo blanco y en huelga son sintagmas performativos de la mirada, de lo inteligible: imágenes filiares que instituyen y fijan cultural mente el drama de la política como una proceso decididamente de efectos ficcio-reales sin concesiones nI pausas. … Las disueltas fronteras entre políticas y estéticas de masas obligan a la política y al análisis crítico a re-pensar las cuestiones. A actuar en una situación histórica de compleja estructura-ción de las gramáticas relatoras de lo social, donde la cultura se experimenta como el inmenso y sobrecargado almacenaje que contiene una larga modernidad histórica agotada que se ha vuelto desván, que se ha vuelto viejo baúl utilizable de mundos simbólicos e imaginarios, ya casi tradición en su totalidad y no proyecto. Se vive un mundo donde casi todo lo que sucede ya ha sucedido alguna vez. Esto es: política como cita de un original pasado, como réplica de un pretérito auténtico, como copia de lo ya vivido. Condición desde donde también hay que encuadrar el debate sobre el populismo entre nuevas barricadas de derecha y de izquierda irguiéndose ahora insomnes. La experiencia social es un dato atravesado hoy culturalmente de manera ilimitada: de difícil medición. Mirado desde este cuadrante, el mundo de la vida da cuenta -en muchos planos- de una situación poshistórica de valores, de comprensiones, de subjetividades, de temporalida-des, memorias, conductas y proyecciones interpretativas agotadas. Enfrentar estos lugares habituales -pero caracterizados hoy por la ausencia de temporalidades precisas con sus signifi-cados obliga a un nuevo tiempo, invertebrado, de retóricas alusivas. A futuros que son tam-bién pretéritos a revivir. A presentes que no pueden inducir, "como antes", a ninguna otra temporalidad. A biografías o recuerdos de un yo personal o colectivo más bien extenuado. A una permanente querella de representaciones que la política y la crítica intelectual no pueden eludir; este estado de las cosas exige un ser cultural protagónico. A un tiempo lingüístico e histórico: tiempo de cosas devenidas "textos" de cultura, de decisiones concretas transfigura-das en pura praxis simbolizadora, y viceversa. De gestiones sociales convertidas en sedimentos discursivos. De territorios de "hechos" trans formados ahora en retículas de escrituras y poéti-cas comunicativas, a partir de lo cual la política debe enfrentar y actuar la cancelación de for-mas dadas, de idiomas propios, de tradicionales modulaciones modernas, y asumir un mundo de representaciones tan flotantes como saturadoras. Una selva de post-signos en lo social, en lo teórico, en lo político, en lo religioso, por lo cual todo se establece como una exploratoria cultural desde la práctica y la reflexión. En esta culturalización abusiva de las imágenes, esce-nas, gestos, ceremonias y ritos sociales, la política es pura fragilidad que siempre pareciera llegar tarde. Entonces, pensar la política es pensar culturalmente en una pospolítica. Situación donde muchas señales e ideas de las cosas se deslizan de sus casilleros reconocidos hacia otros inhabitados, para hacer presente al pobre, a la miseria, a la demanda, a la denun-cia, al sistema, al triunfador, a la confrontación, a la seguridad, a la libertad, a la muerte, a la esperanza, al culpable, al miedo, al delito, al intelecto, a la confianza, a lo económico, al arte, al prestigio, a las identificaciones. En este sentido puede decirse que la cultura es hoya la política lo que la ley de la razón científi-ca y la libertad de la ciencia filosófica fue para el plexo inaugural de la modernidad hace 250 años: lo que funda un tránsito reontologizador entre lo que caduca y lo todavía mentalmente in-compuesto. No ya para pensar desde la política "el campo de la cultura", sino lo contrario: pensar la producción cultural como planeta donde la política lidia por su vida entre su final y su

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recomienzo, entre su muerte o su retorno, tal vez provista de nuevos mundos simbólicos, re-presentacionales, fabulados y mitos. Desde esta sintonía que se pregunta por las construcciones culturales en un nuevo estadio de la modernidad tardía, las andanadas condenatorias al populismo también responden no sólo a una encrucijada capitalista latinoamericana de disputa entre proyectos de gobierno divergen-tes, sino a una encrucijada ideológica muy particular. Encrucijada donde las cargas semánticas del pasado ocupan un lugar privilegiado en la compo-sición del tiempo político, donde el pasado del presente, o su otra lectura posible, el recurren-te "presente del pasado", suple la falta de un énfasis utopizable a futuro. Herencias y balances predominan en la fundamentación de las gestiones y retóricas. La categoría populista es utilizada como un ideologema de alta negatividad para el curso de una memoria histórico-social, en una época donde la utilización cultural abusiva del pasado como museo o galería de frustraciones suplanta aquello que era entendido como una crítica a la historia, a lo transcurrido, en el marco del progreso indetenible de la misma. Frente al actual miedo o vaciamiento de la historia -que destila la campana cultural de época- decreció drásti-camente a niveles ínfimos la imaginación sobre el cambio histórico y la forja hegeliana del mismo. Por el contrario, el tiempo de lo acontecido se vuelve entonces referencia insoslayable, se transforma política, teórica y éticamente en algo que sobre todo tira hacia atrás como un futuro anterior. También la tematización actual del populismo en América Latina propone una suerte de acción diferida en la propia biografía de las políticas populares en el continente. Una rara imbricación anunciadora -de avanzada contestataria contra ciertas formas de dominios establecidos- que hablaría, pero desde sus propias ruinas "populistas". La connotación que hoy establece la noción de populismo conduce a su propia espectralidad. Su permanente referencia periodística instrumental instaura la idea de una repetición que entre otras cosas daría cuenta de lo difícil que resulta enunciar este presente que finalmente posterga siempre su inteligibilidad. Porque aquello que se repite nunca es igual a lo ya enten-dido: rompe su propia representación. Es la repetición de otra cosa. Refiere lo reprimido en tanto reiteración de un tiempo estigmatizado o reverenciado: algo extinguido pero que en realidad permanecería intacto. En el actual debate político, el expreso vocablo populismo no es asumido por nadie en el discurso latinoamericano, como si no existiese su corporización más allá de lo traumático de referirlo. Es algo pesado que vaga. … El nombre desborda su matriz teórica conceptual y desde la comunicación de masas pareciera apuntar con una enorme eficacia política para definir e! secreto de una historia generalmente de contradictorios rasgos populares. Al carecer de una representación claramente verificable, e! término asume oblicuamente en el debate intelectual y político esta "identidad" sensitiva demasiado llena de drama histórico, sobrecargada de frustraciones. Sería lo inentendible "que todos entienden". El término es encubridor de lo que en realidad se endilga, en tanto la carac-terización se expone saturada de signos pétreos, gruesos, llevada a la discordia de un "ismo", imposibilitada de encontrar a esta altura una mínima autonomía comprensiva. Populismo consistiría en una historicidad semántica sofocante y acumulada en los altillos so-cietales de "especialistas", que gravita decididamente y no sin éxito en e! lenguaje político de masas que se pretende interpelador de lo inmediato. Populismo es la operatoria política ex-presa de un vocablo que llena un espacio en e! cual el sentido común de un dominio cultural quiere alertar sobre valores, morales y procedimientos alterados en sentido negativo, "irracio-nales". Incorporado en ámbitos de estudios sociológicos desde hace medio siglo para estudiar un tiempo industrializador en América Latina, el largo recorrido de! populismo como texto de autoridad explicativa insertado en las batallas de las izquierdas pasó a formar parte -como dice Rouquié- de una vulgarizada y recurrente categoría del "mal político" en la cual nadie se reco-noce. Lo curioso de esta era antipopulista que transportó e! mote maldito desde circunscriptos libros sociológicos a comunicadores radiales de buen rating es que esos programas en e! éter,

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las mismas radios, los medios, las páginas editoriales, revistas, los suplementos culturales, periodistas de televisión, e! cientificismo gráfico, el columnista intelectual, el nuevo teatro, la banda de rock, los entrevistadores, la joven generación de cine, los obispos, cardenales, gana-deros indispuestos, todos, conforman un inmenso muestrario acabadamente populista de distintos tamaños, tonos, colores y figuras. También populista es e! ser de! mundo bajo lógica mediática. Dos presidentes Quizás hay una cita ejemplificadora de este juego de tiempos histórico-políticos superpuestos en esta alto modernidad latinoamericana: la referencia de! presidente Kirchner antes de asu-mir el gobierno sobre su identidad biográfica inscripta en la generación política de la juventud peronista de los años sesenta y setenta. Esto es, sobre un pasado que, en el ahora de su cita, simula abrir cursos de resignificación por su compleja carga simbólica. O propone otro encuen-tro interpretativo como un aplazamiento sufrido. Y esto podría ser la puerta de entrada para escenificar también la discusión sobre el populismo que nos preocupa, a contrapelo de lo que se viene proponiendo como lecturas rectoras. Lo inesperado de la referencia presidencial fue la intención de devolverle legitimidad a ciertas dimensiones políticas e ideológicas de aquellos años peronistas, sustrayéndolos de las sombras donde permanecían atados al recuerdo de un vanguardismo militar iluminista y suicida que planteó una experiencia revolucionaria despren-dida de las mayorías sociales: e! montonerismo como voz mayor de una cultura política de izquierda extrema generalizada, y fundida a su vez con el puro duelo que provocó el extermi-nio dictatorial.

La revolución como pasado La escena ausente La emblemática revolución socialista o comunista pensada como pa-sado es un dato crucial en el proceso de caducidad de los imaginarios que presidieron la modernidad. Dato crucial hoy, cuando muchos avizoran el epílogo del sueño ilustrado moderno que tuvo durante tres siglos el proyecto de hacer-rehacer la historia para la emancipa-ción social del hombre. Ese tiempo pasado de la revolución es, hasta hoy, un pensar no pensado, o quizás, en muchos aspectos, no pensa-ble, en tanto nuevo mundo que establece. Se asemeja a una suerte de conjugación cultural que hace años entró en errancia sin recaudos, en

desmembramiento verbal, en desmemorización de aquel referente que supo ser la actualidad por excelencia. Lo no pensable de una historia tiene que ver sin duda con condiciones del pre-sente, pero también con las formas catastróficas que adquiere el fin político de un proyecto histórico. ¿Qué exige pensar la extirpación de una legendaria configuración de la historia, de una metafí-sica del futuro? Esta interpelación se aproxima al argumento de Carl Schmitt cuando reflexiona sobre lo teológicopolítico, en cuanto a que la imagen metafísica del mundo que se hace una época tiene la misma estructura que la política que ilumina a esa época. Identidad, sobreim-presión, juego de espejos entonces que se precipita cuando una dimensión se apropia de la otra y exige inquirir qué se dice, cuál es el juego idiomático de ese diálogo entre el nuevo pre-sente y el nuevo pasado. ¿Cómo es pensable una época transida prioritariamente de paisajes históricos y discursivos hundidos, por mundos políticos y estadios culturales piranesianos?

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Una ambigua exploración intelectual sobre los males de la historia se esparce hoy sin embargo desde un sentimiento de ruinas dispersas. Ruinas políticas, estéticas y conceptuales que abundan como metro que mide esta tardomo-dernidad: un dato finalmente que no es nuevo. El siglo XVIII lo contuvo con recurrentes moti-vos, ilustraciones, caprichos, dibujos de ruinas y restos de la legendaria Roma; también el ro-manticismo melancolizó sus nuevos mundos “vaciados” con imágenes de abadías y portales abandonados. Georg Simmel habla de las ruinas a principios del siglo XX: una visión de lugares en los que ha desertado la vida, un estado del espíritu que descubre de pronto a la biografía humana en estado de naturaleza erosionada, más escombros que legado de ideas. La revolu-ción, ahora, también como piedras de un templo callado, antiguo, para conjeturar este paisaje del presente todavía con muy pocas escrituras que lo narren en su real profundidad.1 No se trata en este caso de contabilizar las dotes o los estigmas que acumuló la revolución. Tampoco los por qué de su auténtica caída, cuestiones que pertenecen a una historiografía aún no reali-zada plenamente. Sí se trata de interrogar el inmenso espacio deshabitado que se abrió en la inteligibilidad de las cosas, cuando este espacio sobre una ausencia no logró ni logra transfor-marse en una conciencia de época medianamente elaborada, y se subsume en cambio en sim-ple duelo o en negación de una larga y fallida crónica; en un lugar de reflexividad ahogado, donde se acumulan básicamente patologizaciones ideológicas, psicológicas, intelectuales. Sig-nificantes descuajados, yermos, elucubraciones deshistorizantes de la historia. Es decir, impo-sibilidad de pensar críticamente la cura política sobre el propio pensar lo nuevo. Un hueco no asumido, como condición decisiva del estado de la crítica. La dificultad de preguntarse, enton-ces, qué quedó de esa revolución que concluiría con una historia injusta a partir de una socie-dad futura sin explotadores ni explotados. Preguntarse en este caso: ¿dónde antes había eso, que pasó a haber? ¿Un alivio ético, una superación histórica, una tumefacción demasiado ar-dua de explorar, un nuevo tiempo crítico, un mundo mejor, una mayor calidad políticointelec-tual, un pasado finalmente puesto al desnudo, un agujero indecible, el puro cinismo, la dere-cha como derecha y la izquierda también como derecha? Esto es, el tema no es tratado fundamentalmente por un pensamiento de teoría histórica críti-ca, sino simplemente manipulado por la propia desorientación acomodaticia e interpretativa de las “críticas a las historias” en la era de las mercancías culturales “cultas” de gran mercado, o por campañas ideológicas interesadas, por modas académicas y oportunismo periodístico, donde una historia deja de respirar y es centrifugada, para reaparecer como decoración o co-mo pasados momificados en una era de reiterada “ideologización de la víctima” y no del parti-sano. Una era con un sentido férreamente individualista, mediático y desde una métrica políti-ca liberal en la que los sujetos subalternos colectivos perdieron la voz teórica propia, la legiti-midad de sus ideas y las concepciones de democracia, las batallas por los poderes, la capacidad de definir qué es la política o de volver predominante la caracterización de un presente desde un proyecto de los que nada tienen. Puede afirmarse que ese discurso de la revolución que integró teoría, política, masas, partidos, experiencias históricas, sagas bibliográficas y una suerte de iglesia mundial, es ahora parte de la tradición moderna. Como el amor romántico, las mafias de Chicago y otras variaciones de las modas retro, cada tanto la trama de algún filme nos recuerda o revive en fotogramas a sus creyentes en acción. Es decir, la revolución como una portentosa y estetizada cita del pasado, cada vez menos cita-ble por las izquierdas en su sentido social más amplio. El fenómeno que se extenuó en el plano de las mentalidades -con infinidad de aristas y ángulos-gravita sobremanera en tanto extenua-ción no sólo en este ahora social que se habita, sino como influencia específica en la historia intelectual. Acerca de esto se pretende reflexionar. Construir el hilo que hizo presente la revo-

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lución, el universo que trajo aparejado en las conciencias durante los períodos sucesivos de la modernidad, y su partida ahora del tiempo histórico a la manera de un nuevo alejamiento de los “mitos y dioses” de los asuntos mortales. El propósito, en este caso, es que comparezcan los significados e interrogantes que provoca esta ausencia en la escena actual de lo que fue figura protagónica, y no las causas de su exte-nuación en las intensidades políticas del presente. Sobre las causas de esta desfuturización del proyecto revolucionario socialista-comunista, de la concreta perspectiva que pondría fin al capitalismo por decisión política de la clase trabajadora industrial, se ha hablado bastante. Hubo factores de distinta envergadura, dimensiones e incidencias. El teórico y ex militante revolucionario Régis Debray, por ejemplo, en un elaborado trabajo en tres tomos de fines de los años setenta, afirma que la revolución declinó de manera irreversible en Occidente, cum-plió su último capítulo, con el fracaso de todas las vanguardias revolucionarias armadas en América Latina (objetos de su investigación) impulsadas por la experiencia cubana, mientras que el continente había mostrado histórica y teóricamente que poseía todos los datos indis-pensables para la hazaña de los pueblos.2 Sin duda las determinantes son más vastas y com-plejas que dicho indicador de la revolución en América Latina. Podrían contabilizarse las largas y tenaces campañas de denuncia contra los socialismos reales por parte de las izquierdas eu-ropeas entre 1968 y 1990, que desollaron una mítica. Las estrepitosas caídas seriales de estos modelos del Este europeo que cerraron la biografía de la lucha más importante del siglo XX. Lo desilusionante de muchos procesos de liberación africanos y asiáticos triunfantes, en relación a las nuevas sociedades instauradas. El giro de la intransigente ortodoxia comunista china hacia el capitalismo de mercado. La reva-lorización política de la cuestión democrática contra las tesis de partido único, asalto abrupto al poder, dictadura del proletariado y fin del mundo burgués. La expansión reflexiva sobre la crisis del marxismo en los aspectos político, filosófico y científico, que anacronizó infinidad de ideas, textos, experiencias e hipótesis. El evidente resquebrajamiento de los estatismos capita-listas benefactores, sustentados en el apoyo de masas trabajadoras sindicalizadas a la manera de un gradual presocialismo. La crisis del optimismo capitalista que muestra conservadora-mente lo ilusorio de sus propias prospectivas democratizadoras con respecto al bienestar ge-neral sostenido. Las mutaciones tecnológicas productivas de corte cibernético-informático-comunicacional que quebraron el rol de los actores sociales de la clásica era industrial, y deses-tructuraron el poder político, ideológico e institucional obrero y el destino que les fijaba una “vieja” historia. El miedo social a un kaput del desarrollo histórico de las sociedades. La categó-rica y afiatada embestida cultural de las derechas capitalistas patrocinadoras de duros ajustes a las democracias y a las expectativas de cambio, con la propuesta del liberalismo de todo el poder al mercado, lo prioritario en las tesis de gobernabilidad de las sociedades, y el conserva-durismo de los mundos intelectuales en apoyo a esta nueva metafísica publicitaria de lo “in-exorable”. 1 Georg Simmel, Sobre la aventura. Ensayos filosóficos, Barcelona, Península, 1988, pp. 117-124. 2 Régis Debray, La crítica de las armas, 3 vols., México, Siglo XXI, 1975.