domingo_12_febrero

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Pon tus manos sobre mí, Jesús, tus manos humanas, curtidas y traspasadas: comunícame tu fuerza y tu energía, tu anhelo y tu ternura, tu capacidad de servicio y entrega. Pon tus manos sobre mí, Jesús, y abre en mi ser y vida surcos claros y ventanas ciertas para el Espíritu que vivifica: líbrame del miedo y de la tristeza, de la mediocridad y de la pereza. Pon tus manos sobre mí, Jesús, que están sucias y perdidas: dales ese toque de gracia que necesitan: traspásalas, aunque se resistan, hasta que sepan dar y gastarse y hacerse reflejo claro de las tuyas. Déjame poner mis manos en las tuyas y sentir que somos hermanos, con heridas y llagas vivas y con manos libres fuertes y tiernas que abrazan. Un mundo sucio La degradación del medio ambiente es un hecho que está cobrando en la actualidad un interés inusitado. Instituciones, organismos, ecologistas, organizaciones no gubernamentales, comunidad de científicos, etc., estudian con detenimiento las causas y las soluciones de la degradación de los bosques tropicales, praderas, estepas, sabanas, así como la acumulación de dióxido de carbono en la atmósfera y el calentamiento global, analizando sus consecuencias en el ámbito humano, político, económico y climático. La erosión de los suelos y la desertificación en el mundo es un problema que está alcanzando una gran magnitud. La contaminación atmosférica, junto con la cada vez mayor quema de combustibles fósiles, provoca lluvias ácidas, agujeros en la capa de ozono, efecto invernadero, elevación de la temperatura global, etc. Y uno se pregunta: Este comportamiento, ¿tendrá algo de parábola con el “otro medio ambiente” social, el medioambiente relacional? ¿Acaso estamos abocados a una destrucción compulsiva de nuestra convivencia en la tierra? La insolidaridad, la indiferencia, el afán compulsivo de poseer y consumir, la tiranía de nuestro “YO”, ¿no estará provocando una contaminación que esté haciendo inhabitable nuestro planeta? En esta jornada de lucha contra el hambre estamos convocados a promover una ecología profundamente humana como la de Jesús: él toca y sana la lepra del que le grita saliendo a su encuentro. El griterío de tantos millones de hambrientos debe tener un poco eco en nuestras conciencias dormidas y en nuestros hábitos consumistas. Es urgente apostar por un mundo más “humano”, más justo y solidario, más libre del dióxido de nuestros intereses ¿Te sumas a la campaña?

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HOja Parroquial 12 febrero 2012. Parroquia Corazon de Maria. Gijon.

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Pon tus manos sobre mí, Jesús, tus manos humanas,

curtidas y traspasadas:

comunícame tu fuerza y tu energía,

tu anhelo y tu ternura,

tu capacidad de servicio y entrega.

Pon tus manos sobre mí, Jesús,

y abre en mi ser y vida

surcos claros y ventanas ciertas

para el Espíritu que vivifica:

líbrame del miedo y de la tristeza,

de la mediocridad y de la pereza.

Pon tus manos sobre mí, Jesús,

que están sucias y perdidas:

dales ese toque de gracia que necesitan:

traspásalas, aunque se resistan,

hasta que sepan dar y gastarse

y hacerse reflejo claro de las tuyas.

Déjame poner mis manos en las tuyas

y sentir que somos hermanos,

con heridas y llagas vivas

y con manos libres

fuertes y tiernas que abrazan.

Un mundo sucio La degradación del medio ambiente es un hecho que está cobrando en la actualidad

un interés inusitado. Instituciones, organismos, ecologistas, organizaciones

no gubernamentales, comunidad de científicos, etc., estudian con

detenimiento las causas y las soluciones de la degradación de los bosques

tropicales, praderas, estepas, sabanas, así como la acumulación de dióxido

de carbono en la atmósfera y el calentamiento global, analizando sus

consecuencias en el ámbito humano, político, económico y climático. La

erosión de los suelos y la desertificación en el mundo es un problema que

está alcanzando una gran magnitud. La contaminación atmosférica, junto

con la cada vez mayor quema de combustibles fósiles, provoca lluvias

ácidas, agujeros en la capa de ozono, efecto invernadero, elevación de la

temperatura global, etc.

Y uno se pregunta: Este comportamiento, ¿tendrá algo de parábola con el

“otro medio ambiente” social, el medioambiente relacional? ¿Acaso

estamos abocados a una destrucción compulsiva de nuestra convivencia en

la tierra?

La insolidaridad, la indiferencia, el afán compulsivo de poseer

y consumir, la tiranía de nuestro “YO”, ¿no estará provocando una

contaminación que esté haciendo inhabitable nuestro planeta? En esta jornada de lucha contra el hambre estamos convocados a

promover una ecología profundamente humana como la de Jesús: él toca y

sana la lepra del que le grita saliendo a su encuentro.

El griterío de tantos millones de

hambrientos debe tener un poco eco en

nuestras conciencias dormidas y en

nuestros hábitos consumistas. Es urgente

apostar por un mundo más “humano”,

más justo y solidario, más libre del dióxido de

nuestros intereses ¿Te sumas a la campaña?

Lectura del libro del Levítico: Lv 13,9-2.44-46 El Señor dijo a Moisés y a Aarón: «Cuando alguno tenga una inflamación, una erupción o una mancha en la piel, y se le produzca la lepra, será llevado ante Aarón, el sacerdote, o cualquiera de sus hijos sacerdotes. Se trata de un hombre con lepra es impuro. El sacerdote lo declarará impuro de lepra en la cabeza. El que haya sido declarado enfermo de lepra andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: “Impuro, impuro” Mientras le dure la afección, seguirá impuro; vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento.”

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios: 1Co 10.31-11,1

Hermanos: Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios. No deis motivo de escándalo a los judíos, ni a los griegos, ni a la Iglesia de Dios, como yo, por mi parte, procuro contentar en todo a todos, no buscando mi propio bien, sino el de la mayoría, para que se salven. Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo.

Lectura del santo evangelio según san Marcos: Mc 1,40-45 En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme.» Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero: queda limpio.» La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente: “No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.» Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.

“Sintiendo lástima, extendió su mano y lo tocó diciendo: quiero, queda limpio” Siempre ha habido enfermedades malditas. También ahora. En tiempo de Jesús la lepra era peor que una maldición. Los leprosos eran

la escoria de la sociedad. Expulsados de las ciudades y de los pueblos vivían

una muerte lenta y sin esperanza. "El que haya sido declarado enfermo de

lepra —dice el Levítico— andará harapiento y despeinado, con la barba

tapada y gritando: ¡impuro, impuro! Vivirá solo y tendrá su morada fuera

del campamento”.

El Evangelio de hoy nos cuenta que en cierta ocasión un leproso quebrantó

gravemente la ley. Al ver a Jesús que pasaba, corrió a su encuentro y se

hincó de rodillas ante él:

—¡Si quieres, puedes limpiarme!

Los que acompañaban al Señor retrocedieron horrorizados. ¿Cómo se

atrevía a acercarse así al Maestro un pecador maldecido por Dios?

Pero la reacción de Jesús fue aún más extraordinaria. El relato de los tres

evangelistas subraya que Jesús “extendió la mano y le tocó”.

Te imaginas el desconcierto de los apóstoles? Jesús podía haber curado al

leproso a distancia —ya lo hizo en otra ocasión— con sólo expresar un

deseo; pero esta vez quiso poner sus manos en la herida y hacerse maldito

con el maldito .

Jesús nos muestra el rostro de Dios que no se desentiende de la situación

del mundo. Todo lo contrario. Antepone la desgracia de cualquier ser

humano a cualquier ley. Por eso, allí está Él “manchándose”, incluso

religiosamente, con el leproso. Su fe en Él, rompió la maldición atrayéndose

la curación de su lepra.

Ahora es mi turno. Soy seguidor de Jesús, encarnación del Cristo que pasa.

Y el Cristo que no “pasó” del sufrimiento humano, sino que se comprometió

con él me conmina a hacer lo mismo: a pasar entre mis contemporáneos

implicándome en su liberación, en su curación, en el restablecimiento de su

dignidad que les devuelva a una vida social digna.

¿Me dejo curar mis llagas por Él?

¿Paso por la vida curando heridas?