dominacion_franckpoupeau (alicia gutierréz)

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    Dominacin y movilizaciones

    Estudios sociolgicos sobre el capitalmilitante y el capital escolar

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    Traduccin: Alicia B. Gutirrez

    Ferreyra Editor, 2007Av. Valparaso km. 6 - 5016 CrdobaE-mail: [email protected]

    ISBN N 987-1110-

    Impreso en ArgentinaPrinted in ArgentinaHecho el depsito que marca la Ley 11.723

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    Dominacin y movilizaciones

    Estudios sociolgicos sobre el capitalmilitante y el capital escolar

    Franck Poupeau

    Coleccin Enjeux

    Directora: Alicia B. Gutirrez

    Ferreyra

    Editor

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    ndice

    Introduccin .................................................................................................. 9

    Parte 1LA MOVILIZACIN DEL CAPITAL MILITANTE

    1. Pensar la dominacin. La filosofa a prueba

    de las ciencias sociales .........................................................................152. El capital militante. Intento de definicin......................................... 37

    3. Volver a las luchas. Elementos para una crtica de la protesta ..... 45

    4. La guerra del agua. Cochabamba, Bolivia, 1999-2001 .................... 55

    5. Otro mundo es posible? Autogestin contra privatizacin ......... 63

    6. Polticas de la penuria ..........................................................................69

    7. Sobre dos formas de capital internacional.Las "elites de la globalizacin" en Bolivia ......................................... 89

    Parte 2LA DEVALUACIN DEL CAPITAL ESCOLAR

    8. La escuela de la remediacin. De la internacionalizacinde los sistemas de educacin a la administracininstitucional de los flujos escolares ..................................................105

    9. Lo que est en juego en la descentralizacin de la educacin ..... 129

    10. Violencias escolares: falta de la escuela? De la ilusinpromocional a la remediacin social .............................................. 135

    11. La medicin de la "democratizacin escolar". Notas sobrelos usos sociolgicos de los indicadores estadsticos ....................143

    12. Colegios de suburbios y liceos prestigiosos. Notassobre los tratamientos diferenciales de dos movilizacionesescolares ............................................................................................... 169

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    13. Profesores en huelga. Las condiciones sociales de unmovimiento de protesta docente ...................................................... 179

    14. Evitacin escolar y clases sociales. Esbozo de modelizacin

    estadstica sobre la escolarizacin de las "clases medias"en Pars .................................................................................................203

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    Introduccin

    La sociologa de los movimientos sociales ha devenido una sub-disciplina consagrada, hiperespecializada y rutinaria. En Amrica La-tina, la ndole aburrida y repetitiva de los innumerables libros que tra-tan sobre las protestas polticas constituyen, de hecho, el reflejo de unacrisis ms amplia que atraviesa el campo de las ciencias sociales: teo-ras de la accin racional, de la movilizacin de los recursos, de la pri-vacin relativa, de los actores sociales, son tantos paradigmas que se

    encuentran con frecuencia compilados, segn un orden dado o desor-denados, al comienzo de cada estudio sobre las protestas que se hanmultiplicado en el continente en estos ltimos aos. Pasada la etapa delmarco terico, se llega entonces a exposiciones de meros aconteci-mientos de movilizaciones, antes de terminar con conclusiones quemezclan confusamente descolonizacin del Estado, mundializacin ycrtica del neoliberalismo.

    La constatacin es dura, sin duda demasiado rgida pero ape-nas caricaturesca, desgraciadamente. El trabajo presentado aqu no

    pretende resolver definitivamente este problema: ante todo, est com-puesto de una serie de estudios que permiten, en su conjunto, esbozaruna reestructuracin terica, en espera de un trabajo ms sistemticosobre la cuestin. Sin embargo, los artculos reunidos tienen su cohe-rencia: se trate de protestas sociales en Bolivia, de los movimientos al-termundialistas recientes o de protestas docentes en Francia, todos gi-ran en torno a un mismo problema: Qu es lo que permite explicar, enel sentido fuerte, que se movilice la gente, individual y colectivamente?En el sentido fuerte : porque dar cuenta de formas de compromiso nopuede consistir simplemente en describir un encadenamiento de mo-tivaciones supuestas, y reconstruidas a posteriori en la ilusin empiris-ta del investigador que cree develarlas de los hechos all donde no hacesino proyectar sus categoras de pensamiento y, frecuentemente, suspropios deseos polticos.

    A fin de elaborar un anlisis del compromiso poltico escapandoa esos defectos, ha sido necesario, en primer lugar, reubicar las luchassociales en el marco de un anlisis ms general de la dominacin: unono se moviliza si no acepta un estado de hecho, una situacin presente.

    Como lo ha mostrado Pierre Bourdieu, esta aceptacin es uno delos efectos ms fuertes de una violencia simblica, que no se imponesino por la mezcla de desconocimiento y de reconocimiento implcito

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    del orden que ella legitima. En consecuencia, la resistencia a la domina-cin no es espontnea: es necesario estar en situacin de analizar lasituacin, de sentirse autorizado a juzgar y a evaluar. La puesta en evi-dencia de los vnculos entre opinin pblica y capital cultural constitu-ye sin ninguna duda uno de los grandes aportes de la sociologa bour-dieusiana a las ciencias polticas: el hecho de tener una opinin polticay de expresarla pblicamente, requiere un cierto nmero de condicio-nes, entre las cuales la posesin de un capital escolar. Numerosas in-vestigaciones, como la de Bernard Pudal sobre los dirigentes comunis-tas o la de Pierre Rimbert sobre los obreros siderrgicos de Lorena, hanconfirmado esta relacin1.

    Pero si el capital escolar constituye con frecuencia una condicinesencial del capital militante, no es forzosamente la condicin suficien-te, y sera errneo considerar un vnculo mecnico entre las dos formasdel capital: el compromiso poltico pone en juego formas de aprendiza-je que se sitan menos en la escolarizacin que en la socializacin en elseno de un grupo movilizado o de un marco organizacional (partido,sindicato, asociacin, etc.). Aqu se puede hacer referencia a la figuradel obrero autodidacta cara a la literatura proletaria, que encuentra enel horizonte revolucionario la motivacin y los medios (cursos de no-che, libros prestados, etc.) para completar su formacin. Por esta razn,

    la nocin de capital militante responde no solamente a la necesidad detomar en cuenta un conjunto de recursos que designan el hecho deposeer diversos capitales (cultural, escolar, social, incluso econmico),sino tambin el dominio prctico de un cierto nmero de tcnicas, fre-cuentemente aprendidas en el taller saber hablar en pblico, escri-bir un pasqun, dirigir un grupo, planificar una accin militante comouna pegatina de carteles o la organizacin de una manifestacin. Comoel capital cultural, el capital militante puede as existir bajo tres for-mas : en estado incorporado, como conjunto de disposiciones corporales,

    lingsticas e intelectuales para producir las actitudes ms esperadaspor el medio, gracias a las tcnicas polticas indispensables para dirigirun grupo, o realizar una accin ; en estado objetivado, bajo la forma decultura poltica materializada en los libros, revistas, carteles, fotos, perotambin bajo la forma de locales, de material (banderas, pancartas, etc.)o de personal organizado disponible y movilizable para conducir unaaccin, producir un informe, etc.; en estado institucionalizado, bajo la for-

    1

    Bernard Pudal, Prendre parti. Pour une sociologie politique du Parti communistefranais, Paris, Presses de la fondation nationale de sciences politiques, 1989;Pierre Rimbert, Devenir syndicaliste ouvrier. Journal dun dlgu CGT dela mtallurgie, Actes de la recherche en sciences sociales, n155, 2004, pp.34-75.

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    ma de puestos que pueden ocuparse o ponerse a disposicin de suscamaradas, en el nivel local o nacional: secretario sindical, responsablede seccin de un partido poltico, diputacin electa local, o cualquierotra forma de puestos ligados a ese tipo de instituciones. Estas tres di-mensiones estn evidentemente vinculadas: la facultad de movilizareficazmente esos recursos materiales u organizacionales no es indepen-diente de la incorporacin exitosa de disposiciones militantes.

    La nocin de capital militante no est presente explcitamente entodos los textos reunidos aqu, consagrados a la sociologa de diversasmovilizaciones (francesas, bolivianas o altermundialistas), pero tam-bin al anlisis de las transformaciones de la funcin social de la escue-la, de los efectos y de la rentabilidad del capital escolar, tanto en elplano de la formacin internacional de las lites como de la gestinnacional de los nios de medios populares. Agrupando estos textos dis-pares, esperamos, sin embargo, colocar los primeros jalones sobre lava de un trabajo de sistematizacin del concepto de capital militante, yde sus articulaciones con las otras formas de capitales efectivos en cadaespacio social considerado.

    Franck Poupeau, marzo de 2007.

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    Parte 1

    LA MOVILIZACIN DELCAPITAL MILITANTE

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    Pensar la dominacin

    La filosofa a prueba de las ciencias sociales*

    La cuestin de la universalidad: la universalidad en cuestin

    Uno de los puntos ms interesantes, pero menos estudiado de lasociologa crtica de Pierre Bourdieu, es que es posible seguir buscandoformas racionales de la universalidad, al mismo tiempo que criticar launiversalizacin como estrategia de legitimacin: es posible escapar ala contradiccin si se toma en cuenta que el inters por lo universalpermanece como el principal factor de promocin de lo universal. Enesta perspectiva, es necesario estudiar las condiciones de realizacin de launiversalidad, sea con el estudio de las estrategias histricas de mono-polizacin de lo universal1, sea en el nivel de la constitucin de univer-sos sociales (campo poltico, campo cientfico, etc.) en los cuales los agen-tes pueden tener un inters en hacer avanzar lo universal2.

    Si uno llama razn, no solamente al conjunto de los principiosdirectores del pensamiento, sino tambin a las reglas que aseguran lacomprensin comn y la comunicacin de un grupo social dado, es ne-cesario constatar que Bourdieu no llega a reconocer su universalidad apriori: se separa de una aproximacin universalista tpicamente filos-fica, por la reivindicacin de una Realpolitik de la razn que permitepensar lo universal sin presuponer una razn universal. Es en esta perspec-tiva como toman todo su sentido las alusiones cada vez ms frecuentesque hace de Habermas3. Este ltimo intenta, en efecto, repensar la ac-cin humana gracias a la elaboracin de una teora de la sociedad fun-

    dada sobre la razn (o incluso gracias a una teora del conocimientoconcebida como una teora de la sociedad4) pero, mientras que l pre-

    * Reasons for domination, in Bridget Fowler (ed.), Reading Bourdieu on Cultureand Society,Oxford, Blackwell Publishers/Sociological Review, 2001, p.69-87.1 Pierre Bourdieu, Esprit d tat, in Raisons pratiques, Paris, Seuil, 1995, p.133 [Razones prcticas. Sbre la teora de la accin, Barcelona, Anagrama, 1997.2 Ibid., pp. 166 y 233.3 Las referencias a los textos de Bourdieu son tomadas esencialmente de los

    libros anteriores a 1995, fecha en la cual este trabajo ha sido realizado. Lasobservaciones posteriores a esta fecha, bastante numerosas en las MditationsPascaliennes, no cambian la problemtica desarrollada aqu.4Connaissance et intrt, 1, 3, Paris, Gallimard, 1976.

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    supone la universalidad de la razn y la existencia de intereses univer-salizables para fundar, a la vez, el consenso racional y la posibilidad dela vida social, Bourdieu parte de la singularidad del hecho social paraestudiar las condiciones de emergencia de lo universal y de la raciona-

    lidad. Es en sus pensamientos de la dominacin que se pueden compa-rar los proyectos de Bourdieu y Habermas, all donde la ambicin te-rica del proyecto crtico se encuentra confrontado con la realidad de losocial, con la violencia de una dominacin cuyos mecanismos y cuyasrazones es necesario explicar. La presuposicin de una razn univer-sal, constituye un punto de apoyo necesario y suficiente para dirigirbien la crtica?

    Dominacin y legitimidad

    Bourdieu y Habermas entienden, en la elaboracin de sus teo-ras, superar un cierto nmero de tradiciones de pensamiento o de di-vergencias intelectuales, tal como la oposicin entre las relaciones defuerza puestas al da por Marx (el hecho de la dominacin), y las relacio-nes de sentido estudiadas por Weber (la justificacin de la dominacin:sus razones). Tienen en comn la voluntad de combinar en una mismateora, el anlisis del hecho de la dominacin y de los mecanismos porlos cuales se hace aceptar: pero si admiten las dos perspectivas, eso noquiere decir que concuerden sobre la articulacin entre relaciones defuerza y de sentido. La comparacin de sus aproximaciones respecti-vas no puede sino iluminar un anlisis de las razones de la dominacin.

    La particularidad de la teora boudieusiana de la dominacin esla de no presentarse como una teora filosfica clsica: no investigacinsobre la esencia del poder, no tentativa por fundar la poltica. Bour-dieu parte de objetos que escapan habitualmente al reconocimiento fi-

    losfico: los campesinos bearneses o kabyles, la frecuentacin de losmuseos, la fotografa, o incluso el sistema escolar francs. Mostrando,por ejemplo, que ste es una instancia de seleccin y de segregacinsocial en beneficio de las clases superiores, en la medida en que, a pesarde su aparente neutralidad, contribuye a la reproduccin de las relacio-nes sociales de dominacin, Bourdieu pone en evidencia la legitima-cin del orden dominante que la escuela cumple naturalizando las di-ferencias sociales, gracias a la ideologa de los dones naturales o elotorgamiento de ttulos escolares.

    Como Weber, Bourdieu seala el lazo entre dominacin y legiti-midad. Si toda dominacin debe ser reconocida para ser aceptada comolegtima, se trata entonces de explicar este reconocimiento que da lafuerza de la razn a la razn del ms fuerte. La produccin de la legiti-

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    midad de las relaciones de dominacin no puede ser reducida a la coac-cin exterior de una relacin fsica de obediencia, ni al engao genera-lizado de una persuasin totalmente ideolgica: ella es explicada porlas diferencias de posicin en la jerarqua social. As, el reconocimientode una consigna no puede ser comprendido si ese poder de imposicinno est ligada ms que a una fuerza ilocucionaria (cumplir una ac-cin diciendo algo), en lugar de ser relacionada con sus condicionessociales de eficacia, lo que remite a las disposiciones a tomar la consig-na por una orden, y a la estructura del campo donde son producidasesas disposiciones. Los dominantes sacan de la adhesin de los domi-nados, la autoridad que ejercen sobre ellos en nombre de sus pretendi-dos dones, que no seran nada sin el reconocimiento del cual se bene-fician y que mantienen por el ejercicio de su autoridad. Bourdieu llamaviolencia simblica a este poder de producir el reconocimiento de la do-minacin desconocida como tal, imponiendo significaciones que disi-mulan la verdad de las relaciones sociales.

    En consecuencia, si los dominados adhieren al principio de sudominacin, es porque aceptan, como los dominantes, el orden socialestablecido y legitimado por esos dones. La funcin ideolgica cum-plida aqu por la cultura, o, ms exactamente, los usos sociales de lacultura, aparece en este anlisis de los aspectos simblicos de la domi-

    nacin: la violencia simblica es esta forma de violencia que no se ejer-ce sobre un agente social sino con su complicidad. Pero cmo esta com-plicidad permite explicar la produccin del consenso sobre el manteni-miento del orden establecido, e incluso la adhesin a los valores domi-nantes?

    Segn Bourdieu, este reconocimiento no es posible sino gracias aun desconocimiento fundado en el ajuste inconsciente de las estructu-ras subjetivas con las estructuras objetivas. La aceptacin dxica delmundo producida por esta correspondencia est anclada en lo ms pro-

    fundo del cuerpo, donde se interiorizan los esquemas de accin, de per-cepcin y de apreciacin, es decir, los esquemas del habitus. Estructu-ras estructuradas ajustadas a las condiciones objetivas de las cuales sonlos productos, son tambin estructuras estructurantes, que permitenconstituir el mundo como yendo de suyo, mundo tanto ms aceptadocomo esas estructuras operan al nivel prerreflexivo de la motricidad:La violencia simblica se cumple a travs de un acto de conocimientoy de desconocimiento, que se sita ms all de los controles de la con-ciencia y de la voluntad, en las tinieblas de los esquemas del habitus5.

    5Rponses, Paris, Seuil, 1992, p. 146. [Respuestas, por una antropologa reflexiva,Barcelona, Anagrama, 1995].

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    La dominacin se inscribe, pues, en las prcticas ms ordinarias: la teo-ra de la dominacin se realiza en Bourdieu en una teora de la prcticacentrada alrededor del concepto de habitus, que explica el proceso dereconocimiento/desconocimiento por el cual la dominacin es legiti-mada.

    As, en el orden de las prcticas culturales, muestra Bourdieu, lacultura dominante, hacindose reconocer como universal, legitima losintereses del grupo dominante, forzando a las otras culturas a definirsenegativamente por relacin a ella6. De hecho socio-histrica, la domi-nacin deviene tambin una categora de anlisis poltico: la divisinentre dominantes y dominados funciona como un esquema explicativoen los diferentes dominios estudiados por Bourdieu (campo intelectual,artstico).

    Para Habermas al contrario, la dominacin corresponde a la acti-vidad terica de inscribirse en la realidad histrica. Si la dominacin esel ejercicio ilegtimo, por una fraccin de la poblacin, de un poder queenmascara el inters particular bajo el inters general, el proyecto crti-co est entonces ligado a un inters emancipatorio, a una accin sobrela sociedad: tiene un alcance normativo que gua su relacin con loreal. Pero no basta interpretar el ejercicio del poder ligndolo a las rela-ciones de fuerza del trabajo asalariado; es necesario tambin constatar

    en la sociedad moderna la coaccin annima de un mandato indirec-to, pues el sistema no vive solamente de la explotacin de los trabaja-dores. Un anlisis del trabajo social no debe hacer olvidar la dimensinde la interaccin: como lo ha mostrado Weber, la dominacin es laposibilidad para rdenes especficas (o para todas las otras) de encon-trar obediencia por parte de un grupo dado de individuos7. La domi-nacin no es solamente un poder sobre un grupo dado, es tambin una

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    En el artculo Sobre el poder simblico, Pierre Bourdieu escribe: la culturadominante contribuye a la integracin real de la clase dominante asegurandouna comunicacin inmediata entre sus miembros y distinguindolos de losmiembros de las otras clases; a la integracin ficticia de la sociedad en su con-junto, por tanto a la desmovilizacin (falsa conciencia) de las clases domina-das; a la legitimacin del orden establecido por el establecimiento de distin-ciones (jerrquicas) y la legitimacin de esas distinciones. A este efecto ideol-gico, la cultura dominante lo produce disimulando su funcin de divisin bajosu funcin de comunicacin: la cultura que une (medio de comunicacin) estambin la cultura que separa (instrumento de distincin) y que legitima las

    distinciones constriendo a todas las culturas (designadas como sub-culturas)a definirse por su distancia a la cultura dominante.7Economie et Socit, Pars, Plon, 1971, p. 56. [Economa y sociedad, Mxico, FCE,1944].

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    relacin de sentido entre individuos donde el reconocimiento de la legi-timidad asegura la perennidad de las relaciones de fuerza. Si la carac-terizacin weberiana de la modernidad como proceso clave de raciona-lizacin (marcado por la previsin y el desencantamiento del mundo)aporta nuevas armas a la crtica, la teora de la sociedad debe, pues,hacer intervenir otras categoras de anlisis que la de la racionalidadinstrumental, incapaz de dar cuenta, al lado del trabajo, de la interac-cin.

    En efecto, para Habermas el problema est en ligar racionaliza-cin y dominacin sin desembocar en una crtica de la razn, como lohaca la escuela de Frankfurt. La nica solucin est entonces en mos-trar que la racionalizacin no es solamente el desarrollo de la razninstrumental: adems de la accin racional por relacin a un fin (estra-tgica), es necesario distinguir un modelo de accin comunicativa, repre-sentada como interaccin mediatizada por smbolos. Por relacin alideal de comunicacin revelada en la accin (relaciones de sentido), lasrelaciones de fuerza aparecen entonces como un desregulamiento: lasuposicin de una intersubjetividad exenta de dominacin (la situa-cin ideal del habla) permite a la crtica asegurar su rol normativo deaccin sobre la sociedad, dndole un criterio. De la divisin trabajo/interaccin, Habermas ha pasado a la distincin entre modelo de ac-

    cin estratgica y modelo de accin comunicativa, nueva categora polticade la cual la dominacin est excluida, no siendo percibida sino como la figurahistrica de un desregulamiento.

    A fin de cuentas, Habermas elabora una teora de la sociedaddonde las relaciones de fuerza ceden el paso a las relaciones de sentido,donde el hecho de la dominacin se borra detrs de la normatividad delas categoras de anlisis: para ser llevada a trmino, la crtica de lasrazones de la dominacin debe presuponer que la razn escapa a ladominacin y es la accin comunicativa la que, luego del giro lin-

    gstico tomado por el pensador alemn, sirve de criterio. Las reglasde la interaccin tienen, en efecto, una pretensin a la validez que nopuede ser honrada sino por la discusin: la exigencia de llegar a unconsenso racional lleva a la hiptesis prctica de una situacin ideal delhabla8, gracias a la cual el entendimiento puede ser realizado.

    Esta caracterizacin, sin duda demasiado esquemtica, de las re-laciones establecidas por Bourdieu y Habermas entre el hecho de ladominacin y las categoras puestas en prctica para aprehenderla, per-mite, sin embargo, mostrar, ms all de sus diferencias, que el anlisis

    de las razones de la dominacin conduce un anlisis de paction huma-

    8Sociologie et thorie du langage, Pars, PUF, 1990, pp. 110 y sg.

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    na: la prctica en Bourdieu, el actuaren Habermas. Por este rodeo, serposible quizs preguntarse si, para salvar la razn (y su universali-dad), necesariamente hay que pensarla fuera de las relaciones de domi-nacin.

    Actuar estratgico y actuar comunicativo

    En su anlisis de la racionalidad de la accin social9, Habermasutiliza la distincin entre la racionalidad cognitiva-instrumental quedesigna la aplicacin de un saber descriptivo10, y la racionalidad comu-nicativa que designa la fuerza sin violencia del discurso argumentati-vo que permite realizar el entendimiento y suscitar el consenso11. Tresmodelos de acciones (que pueden ser reducidos a dos) son entoncesconstruidos, y expuestos sistemticamente en la Teora de la accin co-municativa: la accin instrumental y la accin estratgica, relacionndo-se al mismo tipo de accin orientada hacia el xito12, acciones adapta-das respectivamente a las cosas y a las personas: adecuacin de losmedios (reglas tcnicas de acciones) en vistas del xito para la primera,y para la segunda, eleccin reflexiva de un comportamiento (reglas deeleccin racionales) para influenciar el comportamiento de otro: la ac-

    cin comunicativa, refirindose a planes de accin que no estn coor-dinadas por clculos de xito egocntricos, sino por actos de intercom-prensin, es decir, persiguiendo racionalmente objetivos fijados colec-tivamente sobre la base de una discusin orientada hacia un acuerdo.

    Es sobre todo la distincin entre actividad comunicativa (AC) yactividad estratgica (AE) la que esclarece la actividad social, siendo laactividad instrumental slo una variante (tcnica) de la AE. La AC esrelativa a un consenso entre agentes sociales que no buscan su xitopropio o propiamente individual, pues quieren antes que nada acordar

    sus planes de acciones sobre el fundamento de definiciones comunesde situaciones. El problema de esta definicin es que no elimina todanocin de xito, no es buena, pues, para distinguir la AC de la AE, en lamedida en que es difcil de concebir este consenso de otro modo quecomo un fin colectivo planteado por todos para cada uno. Es necesario,pues, ver si la AE no se diferencia de la AC ms que por el carcter

    9 Habermas define una accin como el dominio de situaciones (Thorie de

    lagir communicationnel, tomo 2, p. 148)10T.A.C., tomo 1, p. 20.11 Ibid., p. 27.12 Ibid., p. 295.

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    colectivo del xito que persigue y en este caso no hay gran inters endisociarla, o bien si llega a desprenderse del tipo de accin racionalpor finalidad que da cuenta de la accin orientada hacia el xito.

    Es entonces la nocin de intercomprensin pretendida por la AC laque permite distinguirla de la AE, orientada hacia un fin13. Esta nocindesigna un saber pre-terico de los hablantes que perciben cuandoejercen una influencia sobre otros y cuando se entienden con otros. Esun proceso de entendimiento que permite un acuerdo que descansasobre convicciones comunes que no puede de ningn modo ser im-puesto14, ni incluso estratgicamente por un partenaire que persigue supropio xito. Habermas reconoce la posibilidad de coacciones objeti-vas, pero de manera visible por el exterior o por el empleo de la vio-lencia, lo que no puede, pues, contar subjetivamente. Finalmente, ladistincin se lleva al nivel de las intenciones, y entonces, una de dos:

    i) o es una distincin puramente conceptual, destinada a separardesde un punto de vista terico dos descripciones analticas de la ac-cin, pero Habermas rechaza esta solucin15; ella no aporta verdaderaluz sobre la accin social, ya que su estructura (orientacin hacia unfin) es idntica en los dos casos. La nica diferencia sera intencional, locual uno no puede juzgar exteriormente: Slo usted sabe si usted esbueno o cruel, leal o devoto, deca Montaigne, para expresar el lmite

    mismo de toda tentativa de juzgar el comportamiento de otro;ii) o bien esta distincin no se reduce a maneras subjetivas y psi-colgicas de vivir acciones, y debe dar cuenta de la lgica real de laaccin. Pero es retroceder para saltar mejor: nada permite distinguir lasdos actitudes, la orientada hacia el xito y la otra hacia la intercom-prensin. Cmo no recaer en las motivaciones individuales e indiscer-nibles? Habermas puede aqu hacer intervenir la necesidad del paso deuna teora de la conciencia a una teora de la comunicacin: las signifi-caciones adquieren una validez no en las estructuras intencionales de

    los sujetos sino en las relaciones entre sujetos16

    .Es necesario ahora dedicarse a las condiciones mismas de la in-tercomprensin. Apoyndose en J. Austin, del cual retoma la distincinentre ilocuciones (actuar diciendo) y perlocuciones (causar algo por elhecho de que uno acta diciendo)17, Habermas afirma que la eficaciadel lenguaje reside en el lenguaje mismo, y por lo tanto, que la comuni-

    13 Ibid., p. 296.14

    Ibid., p. 297.15 Ibid., p. 296.16Sociologie et thorie du langage, op. cit., p. 56.17T.A.C., p. 298.

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    cacin apunta al entendimiento: la intercomprensin es inherente allenguaje humano como su telos18. La AE estara ligada a las perlocu-ciones, exteriores a la significacin de lo que es dicho, mientras que lafuerza interna de la ilocucin garantizara el acuerdo de las AC19: porrelacin a las interacciones estratgicas, la actividad comunicativa sedistingue por el hecho de que todos los participantes persiguen sin res-triccin objetivos ilocucionarios, a fin de obtener un acuerdo que ofreceel fundamento de una coordinacin consensual de los planes de accinperseguidos individualmente20.

    Si la intercomprensin es, afirma Habermas en sus Explicacio-nes sobre el concepto de actividad comunicativa21, un saber pre-teor-tico compartido por los agentes, que los compromete en la interaccin,se opone al fin individual buscado en el actuar estratgico, que separaal agente de todo lazo con los otros, lo remite a la esfera cerrada de susintereses egostas. El consenso obtenido por el lenguaje permite la coor-dinacin de las acciones, y compromete tres pretensiones a la validez:la verdad del enunciado, la rectitud de la accin con respecto a las nor-mas en vigor, la sinceridad de las intenciones del hablante22. El hechode que un acuerdo pueda ser obtenido por engao, por ejemplo, escapaa esta lgica y entra en la categora de lo que es posible de llamar co-municaciones distorsionadas: la obtencin de un acuerdo es compren-

    dida en un sentido limitado, disociando la realizacin de un proyectode accin de la intercomprensin. La objecin evidente, y un poco fcil,que consiste en decir que uno puede llegar a sus fines por el lenguaje eimponer un acuerdo sobre motivos no racionales, toma todo su sentidosi uno considera que es la dimensin del ejercicio de un poder por el len-guaje (de un poder simblico) lo que se encuentra excluido del anlisisde Habermas. La nocin de intercomprensin parece, pues, insuficien-te para realmente distinguir los diferentes tipos de accin social. O, msexactamente, ella no opera esas distinciones sino al precio de una clasi-

    ficacin de las acciones por lo menos discutible, que descansa sobre elpostulado de que las pretensiones a la validez estn ligadas de mane-ra interna a razones23, y por lo tanto que mientras que las pretensio-

    18 Ibid., p. 297.19 Ibid., p. 303.20 Ibid., p. 305.21Logique des sciences sociales, p. 416.22 Ibid., p. 430. En Sociologa y teora del lenguaje, Habermas no refiere ms que

    la verdad y la rectitud a la comunicacin, y remite la sinceridad a la accin, loque no cambia realmente los datos del problema, en la medida en que es lalgica de las interacciones la que est puesta en la mira.23 Ibid., p. 310.

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    nes a la validez estn enlazadas a razones de manera interna y confie-ren al rol ilocucionario una fuerza racionalmente motivante, las preten-siones al poder deben ser cubiertas por un potencial de sancin a fin depoder realizarse24

    Cul es, entonces, la validez de esta distincin entre AE y AC,que disocia las razones de la dominacin y las razones del discurso?Pierre Bourdieu la recusa totalmente25 : inoperante en el caso de las so-ciedades precapitalistas (la dominacin pasa tanto ms por el lenguaje,cuanto carece de los cimientos econmicos para mantenerse26), seraincluso insuficiente para comprender las sociedades ms diferenciadasla palabra no es el principal vector del poder?. Pero su crtica esttambin unida a su teora de la prctica: una filosofa de la accin de-signada a veces como disposicional que levanta acta de las potenciali-dades inscriptas en el cuerpo de los agentes y en la estructura de lassituaciones donde actan, o, ms exactamente, en su relacin27. El con-cepto de habitus (ligado al de campo) se encuentra entonces en el cora-zn del problema: permite incluso superar la oposicin entre actuarcomunicativo y actuar estratgico.

    En primer lugar, la nocin de estrategia tal como es empleadapor Habermas choca por el campo restringido de las acciones que su-pone recubrir: no designa sino la accin de un sujeto racional que apunta

    a un fin explcitamente planteado como el fin de su accin. Para estu-diarla, bastara con circunscribir las reglas que orientan hacia el xito.Esta racionalidad calculadora podra generar modelos en los que otroes tomado en cuenta en la mira del resultado, pero el acuerdo entreindividuos permanecera inexplicable. Habermas no se pregunta si elacuerdo es la condicin o no de las acciones y si llega verdaderamenteal modelo de accin estratgico para dar cuenta de ello. Restringe a talpunto los datos antropolgicos sobre el agente: consciente, racional,calculador, que lo reduce casi al estado de homo oeconomicus.

    En consecuencia, de ninguna manera Bourdieu puede sentirseconcernido por la caracterizacin habermasiana de la accin estratgi-ca o instrumental. En una entrevista, De la regla a las estrategias28,explica la confusin que se corre el riesgo de tener cuando se habla de

    24 Ibid., p. 312.25 In Rponses, op. cit., p. 113.26 Ver el artculo Los modos de dominacin, Actes de la recherche en sciences

    sociales, 1976, n 2, o incluso los artculos sobre los campesinos bearneses.27Raisons pratiques, op. cit., p. 928Choses dites, Pars, Minuit, 1987, pp. 75-93. [Cosas dichas, Mxico, Grijalbo,1989].

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    reglas: no se sabe jams si se trata de principios de tipo jurdico, de unconjunto de regularidades objetivas, o de un modelo. Por esta razn, eluso de la nocin de estrategia est destinado a evitar el empleo teoricis-ta del trmino regla (remitiendo a la objetividad del pensador estruc-turalista que da por principio real de la prctica la teora que construyepara dar razn de ella) sin caer en el subjetivismo opuesto (reduccinde la prctica a la accin de un individuo que decide libremente susacciones): uno encuentra en el empleo habermasiano de la nocin deregla, el mismo sesgo escolstico. La nocin bourdieusiana de estra-tegia no debe ser comprendida como una eleccin, subjetiva y racional,sino como sentido del juego, sentido prctico, que emana de un sistemade disposiciones, del habitus. Esta nocin reintroduce, pues, al agenteall donde el estructuralismo no pona ms que la aplicacin incons-ciente de un sistema de reglas, sin caer en la ficcin, no menos terica,del homo oeconomicus. As, Bourdieu muestra en El sentido prctico quelas estrategias matrimoniales no son el producto de la obediencia a re-glas sino del sentido del juego en funcin del juego disponible (desus triunfos).

    La intercomprensin entre individuos puede entonces ser eluci-dada de manera nueva, gracias al habitus: como participacin en elmismo juego, por la adhesin a las apuestas de ese juego, en funcin

    del juego que cada uno dispone, y que pone en juego un sentido deljuego, producto del habitus en la base de la elaboracin de estrategias.La nocin de habitus permite pensar la elaboracin prctica de estrate-gias sin recurrir a ningn clculo estratgico: ste no interviene sinocuando la lgica del habitus es tenida en jaque. El habitus explica laparticipacin en un juego social, la inversin realizada por el agente, suillusio.

    Esta imagen del juego permite comprender que haya regularida-des (y no reglas) observables estadsticamente, en cuanto producidas,

    por un lado, por la suma de las acciones individuales orientadas por lasmismas coacciones inherentes a la estructura del juego, y, por otro, porla incorporacin, desigualmente repartida, del sentido del juego: lahomogeneizacin objetiva de los habitus de grupo o de clase que resul-ta de la homogeneidad de las condiciones de existencia es lo que haceque las prcticas puedan estar objetivamente acordadas fuera de todo cl-culo estratgico y de toda referencia a una norma y mutuamente ajusta-das fuera de toda interaccin directa y, a fortiori, de toda concertacin explci-ta29.

    29Le sens pratique, Pars, Minuit, 1980, p. 98. [El sentido prctico, Madrid, Tau-rus, 1990].

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    En el marco de la AE al contrario, los agentes no son considera-dos sino como hablantes y oyentes que se refieren a un elemento co-mn del mundo y que emiten, unos frente a otros, pretensiones a lavalidez susceptibles de ser aceptadas o discutidas: la intercomprensinse contenta con coordinar la accin, ya que permite el reconocimientomutuo de las pretensiones a la validez reivindicadas mutuamente porlos agentes. La sociologa est entonces reducida al anlisis de las signi-ficaciones sociales, y se prohbe tener en cuenta regularidades empri-cas observables.

    Sera posible objetar que Habermas abre nuevas perspectivas ala sociologa, introduciendo el concepto de mundo de la vida para expli-car la posibilidad misma de la actividad comunicativa30: es un saberimplcito, no tematizado, que constituye el segundo plano de la com-prensin comn. Este mundo de la vida no es solamente el contexto dela AC sino el proceso constituyente de la intercomprensin: una suertede pre-comprensin que no constituye el objeto de un saber explcito,utilizado ms all de toda tematizacin. Habermas elabora el conceptode mundo de la vida en referencia a Husserl (en la Crisis), al ltimoWittgenstein y a Searle31. Pero este saber no tematizado permanece com-prendido en el marco de una visin clsica del agente: de un agenteconsciente. En ningn caso es explicado el modo por el cual el modo de

    la vida deviene objeto de un saber pre-ttico, prerreflexivo, que com-promete una toma sobre el mundo que escapa a la conciencia. La deslo-calizacin de la relacin con el mundo hacia el cuerpo, operada porMerleau-Ponty a partir de Husserl, no es retomada por Habermas, quepermanece prisionero de posiciones intelectualistas incapaces de darcuenta de la complicidad ontolgica entre el agente y el mundo, puestaal da por Bourdieu. El hecho de que haya inversin en un juego, illusiocreada en contacto con un campo, es ignorado por Habermas. Privile-gia un modelo de un sujeto no solamente consciente sino que domina

    integralmente sus actos de habla y las situaciones en las cuales se en-cuentra: le es, pues, imposible analizar todo lo que se juega de uno yotro lado del discurso, y de lo cual el concepto de habitus da cuenta32.

    Adems, la lgica del habitus permite dar cuenta de la distincinentre AC y AE en el sentido de Habermas. Basta con referirlas al tipo deaccin general que ellas eliminan: el hecho de que pueda haber unaaccin objetivamente orientada hacia un fin sin ser conscientemente orientada

    30

    Logique des sciences sociales, op. cit., p. 43431 Ibid., p. 431.32 Ver al respecto el artculo de Charles Taylor, Qu es seguir una regla, en elnmero especial de Critique, consagrado a Bourdieu en 1995.

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    hacia ese fin. A partir de este modelo de accin, es posible, entonces,distinguir varios casos:

    - este modelo conservado como tal: es la relacin habitus-campo

    la que explica la illusio, el inters por el juego del que se lo tomaen serio. Este modelo vale para la mayor parte de las accionessociales. Pierre Bourdieu lo ha puesto al da en sus trabajos deetnologa y luego lo ha aplicado a las sociedades diferenciadasen La distincin.

    - este modelo puede ser especificado en AE cuando hay dominio,por el agente, de las razones de su accin, o bien cuando es pues-to en prctica una racionalidad calculadora en un campo deter-minado, el de la economa moderna por ejemplo.

    La AC encuentra su lugar, pero solamente si es comprendidasobre la base de un dominio prctico de la situacin, de un sentido prc-tico como sentido de la situacin de comunicacin. La intercompren-sin no es automticamente racional. Es, en primer lugar, adhesin prc-tica a apuestas, a valores comunes, de los que el concepto intelectualis-ta de mundo de la vida forjado por Habermas no puede dar cuenta,dejando escapar la dimensin relacional de la accin (lazo habitus-cam-po). Entonces, no hay ms necesidad de decir de las desadaptaciones

    que son disfuncionamientos por relacin a una comunicacin normalla situacin ideal de habla, sino ms bien que la transparencia de laintercomprensin no es sino un caso particular que resulta de condicio-nes idealesen el sentido corriente. Lejos de ser la norma, la AC no essino un caso muy particular, lo que no excluye que pueda jugar el rolde un ideal normativo.

    En consecuencia, la intercomprensin no puede ms ser comprendidacomo un acuerdo con fundamento racional, basado sobre convicciones comu-nes e independiente de las presiones del exterior: al contrario, es la illusio la

    que explica la base comn de las relaciones, la adhesin prctica a apues-tas comunes, el consenso. Desde entonces, puede haber conflicto, o dis-cusin racional, en el caso particular en que las relaciones de compe-tencia de un campo determinado (la produccin terica por ejemplo)estn eufemizadas.

    Los fundamentos no racionales del consenso

    Es en el nivel de la concepcin misma del lenguaje que es necesa-rio asir estas divergencias entre Habermas y Bourdieu: no es ms posi-ble reducirlo, sea a un medio de transmisin de informaciones (AE),

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    sea a una fuente de integracin social (AC) sin evacuar el problema dela violencia simblica y de las condiciones de su eficacia. Habra, segnHabermas, una fuerza racionalmente motivante de acuerdos empren-didos en vistas al entendimiento: en ningn caso percibe el lenguaje

    como instrumento de dominacin, vector de una violencia simblica ensus efectos mismos. Su teora de la dominacin se detiene en las puer-tas del lenguaje y de la fundacin filosfica.

    Si es verdad que un acuerdo puede ser suscitado por otros me-dios que la argumentacin racional, la concepcin habermasiana dellenguaje debe ser criticada porque oculta el hecho de que la autoridadviene al lenguaje del exterior33. El carcter performativo de las palabrasrequiere bastante ms que el reconocimiento de su validez: una creenciasocial. El anlisis de la magia performativa de los ritos de institucin34

    permite poner al da que, del mismo modo que la creencia en un ritualque preexiste al ritual es la condicin de eficacia de ese ritual, la creen-cia en la autoridad del sujeto hablante que preexiste a su acto de len-guaje es la condicin de la eficacia de ese acto: la magia de las palabrasno hace sino desencadenar resortes disposiciones previamente mon-tados. La fuerza ilocucionaria de las palabras no se encuentra en laspalabras: para ser performativas deben encontrar ciertas condicionesde eficacia, es decir, las disposiciones socialmente constituidas paraconocer y reconocer las condiciones de su accin performativa. Parabautizar un barco, no basta que alguien pronuncie yo bautizo este bar-co... sino que es necesario que el que lo bautice est autorizado a pro-ferir el enunciado performativo que constituye la institucin de la ape-lacin, y que esta autoridad sea reconocida por los agentes presentes oausentes que tendrn relaciones con ese barco; lo que, en este caso, sederiva generalmente de la institucin oficial de la persona como autori-zada para bautizar ese barco: somos pues remitidos al habitus, al siste-ma de disposiciones socialmente constituidas que predisponen a reco-

    nocer una autoridad instituida como tal, y por lo tanto, al poder dele-gado de la institucin35.En consecuencia, la eficacia performativa de las palabras depen-

    de tambin del status del que las enuncia: la comunicacin no es sola-mente transmisin de informaciones, es un intercambio entre personassocialmente situadas. La competencia lingstica no basta , es necesariouna competencia estatutaria36. El modelo comunicativo que funda la

    33Rponses, p. 123.34 Les rites dinstitution, Ce que parler veut dire, especialmente p. 127 y 132-133. [Qu significa hablar, Madrid, Akal, 1985].35Rponses, p. 123.36 Ibid., p. 121.

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    intercomprensin slo sobre el lenguaje, est invalidado por ese poderdelegado del portavoz, que da sentido a lo que dice no solamente por-que lo dice, sino porque es l (en cuanto portavoz) el que lo dice y por-que aquellos a quienes l lo dice le reconocen la autoridad para decirlo.Puede actuar sobre lo real con palabras (aspecto performativo) porqueacta sobre las representaciones de lo real que su autoridad estatutariale permite imponer. Por lo tanto, la comunicacin no est exenta derelaciones de poder, que nacen de las diferencias de status entre loshablantes y los oyentes: pero es necesario comprender que esas relacio-nes de poder son relaciones de fuerza simblicas, es decir, que las rela-ciones de fuerza entre los hablantes y los grupos a los cuales pertene-cen son puestas en forma (eufemizadas) en las relaciones lingsticas37.

    As, el anlisis estrictamente lingstico deja, pues, escapar unaparte importante del acto de comunicacin: el sentido que toma des-borda las palabras y la gramtica. El reconocimiento de las pretensio-nes a la validez no puede limitarse a un anlisis de las condiciones deverdad sino que debe comportar una determinacin del valor de ver-dad, que es bastante ms que una relacin entre las palabras y las cosas(verdad-adecuacin), o una relacin entre hablantes abstractos (verdad-consenso): una relacin entre hablantes reales, dotados de un cuerpo yde un status social. Por no ver que la prctica lingstica es una prctica

    entre otras, que el lenguaje es una tcnica del cuerpo38

    , que compro-mete un habitus lingstico ligado al habitus de clase del hablante, elanlisis lingstico deja escapar toda una parte de la produccin delsentido, que resulta de la interaccin concreta entre hablantes. Es en-tonces fcil de comprender que la actividad comunicativa, si puede,eventualmente, tener lugar de modelo parcial, no puede de ningn mododar cuenta de las condiciones reales de un acuerdo entre hablantes, puessus condiciones no nacen del lenguaje. No hay necesidad de concerta-cin explcita.

    Ms precisamente, el acto de comunicacin puede suscitar acuer-dos, animar a un consenso, pero no en razn de una fuerza ilocuciona-ria o de motivos puramente racionales: el anlisis lingstico olvida laviolencia simblica que se escurre en todo speech act, cuyo aspecto per-formativo reside ms bien en la perlocucin y sus condiciones (hacerpor el hecho de decir) que en la fuerza ilocucionaria (hacer diciendo) para hacer diciendo, es necesario, en primer lugar, que exista el hechoconcreto de decir, en situacin. La creencia precede al acto comunicati-

    37 Ibid., p. 118.38 La expresin de Marcel Mauss es retomada por Pierre Bourdieu en Rponses,p. 124.

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    vo, la persuasin desborda las razones explcitas y remite tambin a lacreencia en la autoridad del hablante39 que detenta entonces el poderde decir lo que es, de actuar sobre la realidad por la imposicin simb-lica de la representacin de la realidad: el poder simblico, poder deconstituir lo dado enuncindolo, de actuar sobre el mundo actuandosobre la representacin del mundo, no reside en los sistemas simbli-cos bajo la forma de una fuerza ilocucionaria. Se cumple en y poruna relacin definida que crea la creencia en la legitimidad de las pala-bras y de las personas que las pronuncian y no opera sino en la medidaen que los que lo sufren reconocen a los que lo ejercen40.

    Habermas elude, pues, con los aspectos concretos de la comuni-cacin, la dimensin social del lenguaje, lo que es por lo menos curiosocuando se trata de fundar una teora de la sociedad sobre los actos delenguaje y el actuar comunicativo. Por qu est inducido a descuidarel hecho de que todo intercambio lingstico contiene la virtualidadde un acto de poder41, es decir, a caer en la ilusin de la autonoma dela esfera lingstica ligada al olvido de las condiciones sociales de sueficacia?

    En ese sentido, si el poder de las palabras no es puramente racional,las razones por las cuales suscitan la adhesin remite al crculo institu-cionalizado del desconocimiento colectivo que funda la creencia en el valor de

    un discurso: las condiciones de eficacia de la accin performativa delas palabras no les permiten persuadir, o ser reconocidas, sino por laviolencia simblica que ejercen. Por ejemplo, las razones por las cualesun texto es reconocido como filosfico, constituyendo autoridad, fre-cuentemente estn bien lejos de ser racionales: Bourdieu ha mostrado apropsito de Heidegger o de Althusser como un texto puede reivindi-car su cualidad de texto filosfico, afirmando su altura retrica y teri-ca. Hay una puesta en forma adaptada a cada campo o cada mercadolingstico al cual el mensaje es destinado, puesta en forma que consis-

    te en respetar las formas definidas por ese mercado e incitando a pro-ducir efectos conformes a los que son legtimamente producidos y acep-tados en ese mercado.

    El desconocimiento de Habermas de la violencia simblica dellenguaje aparece claramente durante observaciones que hace sobre

    39 No hay ejemplo ms claro que el de la nominacin: dotar a alguien de unnombre, es darle una suerte de esencia social, intimarlo a ser lo que l tiene

    que ser, significarle que debe conformarse a su definicin. Esta magia perfor-mativa sostiene los ritos de institucin.40Rponses, p. 123.41 Ibid., p. 120.

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    Heidegger, en las cuales descuida la altura estilstica por la cual untexto se hace reconocer como filosfico como un pensador de ese ran-go ha podido en su Discurso de rectorado de 1933 bajarse al modo depensamiento tan evidentemente primario que aparece ser a simple vis-ta lcido el pathos sin estilo de este llamamiento a la auto-afirmacinde la universidad alemana42. Ese sentido de la altura, de la distincin,inherente al discurso filosfico tradicional, anuncia ese discurso comoautorizado, investido de la autoridad para ejercer su magisterio teri-co. La reflexin de Habermas sobre el lenguaje ignora pues las condi-ciones de su propia reflexin sobre el lenguaje. Como dice Pierre Bour-dieu43: la violencia simblica que encierra todo discurso ideolgicocomo desconocimiento que apela al re-desconocimiento no se ejerce sinoen la medida en que l llega a obtener de sus destinatarios que lo tratencomo demanda ser tratado, es decir, con todo el respeto que merece, encuanto forma.

    Digresin sobre la filosofa y las ciencias humanas, o: cmo hacerfilosofa hoy?

    Habermas no trata, pues, el lenguaje sino como un objeto de an-

    lisis, olvidando su dimensin prctica, y los aspectos frecuentementeno racionales que acompaan su uso ordinario. Es entonces posible,aplicando los anlisis de Bourdieu, ver que esta visin puramente te-rica del lenguaje, esta visin escolstica, no es sino el producto de lascondiciones escolsticas de la cual ha surgido44. Los escritos de Haber-mas, con pretensin universal, son pues dependientes de la particulari-dad del punto de vista del universitario Habermas, poco enfrentadocon las realidades del poder, del lenguaje y de los poderes del lenguaje:remiten a la palabra de alguien habituado a ser escuchado como profe-

    sor eminente, cuya certidumbre en la verdad universal de lo que diceest reforzada por la adhesin que suscita en tanto que profesor Ha-bermas, no viendo justamente que ella proviene tambin del hecho deque l es un profesor cuya palabra es reconocida como digna de serescuchada.

    No es slo el retorno a las condiciones sociales de su produccinterica lo que est en juego: es tambin la relacin de la filosofa con las

    42

    Citado por Pierre Bourdieu, en Ce que parler veut dire, p. 102.43Lontologie politique de Martin Heidegger, Paris, Minuit, 1988, p. 102 [La ontolo-ga poltica de Martin Heidegger, Barcelona, Paids, 1991.44Rponses, p. 117.

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    ciencias humanas. El discurso de Habermas sobre la sociologa es unmeta-discurso, poco referido a la prctica misma de esas ciencias: lamarcha inversa de Bourdieu, que parte de estudios concretos, que ela-bora conceptos y teoras a partir de esta prctica. Lo que caracteriza a lateora de Habermas es una incapacidad de aproximarse a hechos: elactuar comunicativo, puede aplicarse a otra cosa que a una conversa-cin privada de profesores de filosofa, que creen en la fuerza racionalde las palabras, y que han firmado un pacto de no agresin simblica?Lo que explica quizs un cierto entusiasmo por Habermas entre los fi-lsofos franceses, ms inclinados a pensar los fundamentos de la socie-dad y de la moral que a reflexionar sobre los problemas sociales exis-tentes, ms inclinados a encontrar los privilegios de la posicin de pen-sador por encima de la contienda, de lo emprico y de los hechos, que aanalizar su tiempo. Incluso, no tienen ms el deseo de ser intempesti-vos, como la generacin precedente: oponerse a su tiempo, era inclusoser de su tiempo. La adhesin al pensamiento de Habermas es revela-dora de un repliegue sobre lo intemporal de la philosophia perennis, so-bre las prerrogativas tericas de los pensadores profesionales que for-ma la institucin filosfica.

    En el fondo, lo que se juega en las crticas que Bourdieu dirige aHabermas, es una relacin con la filosofa que cuestiona la existencia

    misma de la filosofa hoy o, ms exactamente, el modo de filosofaractual: no porque ella deba inclinarse ante la sociologa, sino porquela concurrencia que las ciencias humanas le hacen sobre su propio te-rreno le imponen redefinir sus objetivos, sus mtodos, sus maneras,en el sentido de maneras de hacer y maneras de ser; tener en cuentaesas condiciones nuevas, sin contentarse con dar cuenta de lejos (oms bien desde lo alto), en el nivel de los principios...Habermas re-presenta quizs la ltima tentativa de hacer filosofa como antes: unavoluntad de englobar los saberes especficos bajo una razn universal

    que sera incluso el dominio reservado del filsofo. Bourdieu es quizsel primer filsofo moderno: no el de la disolucin de la razn sino elde la reflexin sobre sus condiciones de emergencia en los universossociales particulares donde ella se ejerce; el que propone una nuevarelacin, desprendida del sesgo escolstico, entre teora y prctica,razn especulativa y fenmenos concretos. Una nueva relacin tam-bin entre filosofa y ciencias humanas, donde la investigacin empri-ca enriquece la teora sin ser reducida a su simple aplicacin, donde losmtodos cientficos son incorporados a la reflexin de otro modo que

    bajo la forma de principios...El problema es que estas diferencias deactitud parecen tener repercusiones sobre los temas, teoras y concep-ciones de cada pensador. Si Platn o Descartes, para no tomar ms que

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    a esos pilares de la institucin filosfica, hubieran estado contentos conexaminar de lejos los principios de la geometra, o de la fsica, susobras no habran alcanzado las alturas conceptuales que admiran toda-va filsofos y no filsofos...

    Ciertamente, es posible objetar que la situacin de las cienciashumanas no es la misma que la de las otras ciencias, que se trata inclusode fundar estos nuevos saberes sobre la sociedad, mientras que lafsica descansa sobre bases aseguradas. Quizs la bsqueda de un puntode vista fijo y seguro, como deca Descartes, es el primer paso hacia laciencia; todava es necesario que esta ciencia sea practicada. Es necesa-rio aqu reconocer que el inters del pensamiento de Habermas residems en la reflexin sobre la normatividad del discurso sociolgico queen el anlisis concreto de la sociedad.

    Una poltica de la razn

    Para llegar a la crtica conducida por Bourdieu, es posible decirque ella cuestiona la tentativa habermasiana de hacer del concepto deilocucin la llave de una nueva teora de la razn y de la sociedad45.Pero ms all de Habermas, la crtica de la ilusin de la fuerza pura-

    mente racional del discurso no toca nada menos que el status de la ra-zn: si los fundamentos del consenso no son en derecho racionales, pa-rece difcil pensar la razn fuera de las relaciones de fuerza (simblicaso no) que animan el mundo social. El estudio de la racionalidad puedeahorrar una reflexin sobre las condiciones sociales de la ubicacin deesta racionalidad? Una teora de la sociedad puede permitirse no obje-tivar su contexto de objetivacin?

    A la pragmtica universal de Habermas, Bourdieu opone unapraxeologa46 que insiste sobre la violencia simblica inherente al uso

    del lenguaje: es necesario completar la bsqueda de la verdad por unadeterminacin del valor de la verdad y del sentido tomado en situacinreal, ms all de la esfera lingstica. Las relaciones de sentido, muestraBourdieu, no constituyen un dominio aparte: estn atravesadas por re-laciones de fuerza, que ellas refuerzan incluso ocultndolas. Intentardisociarlas, incluso bajo forma normativa, no puede sino acentuar eldesconocimiento de su funcin social. No es el proyecto de una teoracrtica de la sociedad lo que est en cuestin: es ms bien la tentativa defundarla apelando a conceptos normativos tales como el consenso ra-

    45Logique des sciences sociales, p. XI.46Rponses, p. 113.

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    cional o la situacin ideal del habla. Si el giro lingstico tomado porHabermas tiene el mrito de mostrar que la crtica no puede ahorraruna vuelta sobre los valores que le sirven de criterio, no es seguro queel precio que se pague valga la pena: hacer abstraccin de las condicio-

    nes reales de utilizacin del lenguaje lleva a evacuar la dimensin sim-blica de la dominacin y a recurrir a la presuposicin injustificada deuna razn universal.

    Porque no puede admitir el absolutismo del nuevo racionalismoencarnado por Habermas, Pierre Bourdieu recuerda que la razn tieneuna historia47. Este racionalismo historicista se opone entonces ennumerosos puntos al pensamiento del filsofo alemn: al Kant ticoy universalista que inspira la moral comunicativa, Bourdieu prefiere elaspecto crtico y metodolgico que prolonga planteando la cuestin de

    las condiciones sociales de la posibilidad del discurso, especialmentedel discurso crtico48. Es, de alguna manera, una crtica de la raznescolstica el hilo director de su teora del conocimiento del mundosocial49. Dos concepciones diferentes de la razn estn as comprometi-das en la comparacin entre Habermas y Bourdieu: para este ltimo, sila razn tiene una historia, es porque ella no est inscripta en las es-tructuras del espritu humano o en el lenguaje. Reside ms bien en cier-tos tipos de condiciones histricas, en ciertas estructuras sociales dedilogo y de comunicacin no violenta50. Entonces, ya no es posibledescartar la relacin habitus-campo, que introduce una doble historici-dad: la de las estructuras mentales, socialmente constituidas, la de lasestructuras sociales que las forman. Los esquemas de percepcin, deapreciacin y de accin del habitus invalidan pues la idea de una uni-versalidad a-histrica de la razn. Esta debe entonces ser re-contextua-lizada, relacionada con las estructuras sociales que determinan sus con-diciones de emergencia. Un nuevo dominio de bsqueda se ofrece en-tonces: el estudio de los principios constituyentes de la razn humana,

    por la puesta en evidencia de los esquemas de ese trascendental hist-rico51 que es el habitus. En lugar de trascendentalizar lo social, comoHabermas, se trata ms bien de socializar lo trascendental, es decir,de mostrar la historicidad de las estructuras mentales que condicionanla aprehensin del mundo. Como escribe Bourdieu en Razones prcti-

    47 Ibid., pp. 38 y 163.48Choses dites, p. 36.49 O, ms exactamente, es el resultado, como lo muestra el comienzo de Mdi-

    tations pascaliennes (Paris, Seuil, 1997) [Meditaciones pascalianas, Barcelona, Ana-grama, 1999].50Rponses, p. 162.51 Ibid., p. 163.

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    cas52: la historia de la razn es la historia singular de la emergencia deesos universos sociales particulares que, teniendo por condicin deposibilidad la skhol y por fundamento la distancia escolstica respectode la necesidad y de la urgencia, econmicas especialmente, ofrecen lascondiciones favorables para el desarrollo de una forma particular deintercambio social, de concurrencia, incluso de lucha, que es indispen-sable para el desarrollo de ciertas posibilidades antropolgicas.

    Un nuevo dominio de accin, donde teora y prctica estn liga-das, hace intervenir entonces una Realpolitik de la razn. Sin tener quepresuponer universales transhistricos de la comunicacin53 como lohace Habermas, es posible reconocer la existencia de formas de orga-nizacin social de la comunicacin, que estn destinadas a favorecer laproduccin de lo universal54. Slo una realpolitik de la razn cientficapuede trabajar para transformar las estructuras de la comunicacincontribuyendo a cambiar a la vez los modos de funcionamiento de losuniversos donde la ciencia es producida y las disposiciones de los agen-tes que rivalizan en ese universo [...], por lo tanto, la institucin quems contribuye a formarlos, la Universidad [...] La razn cientfica serealiza no cuando llega a estar inscripta en las normas ticas de unarazn prctica o en las reglas tcnicas de una metodologa cientfica,sino en los mecanismos sociales de la competencia aparentemente anr-

    quica entre estrategias armadas de instrumentos de accin y de pensa-miento capaces de regular sus propios usos, y en las disposiciones du-raderas que el funcionamiento de ese campo produce y presupone.[...].Es el campo cientfico quien hace posible la razn cientfica por la lgi-ca misma de su funcionamiento55.

    Realpolitik de la razn y realizacin de lo universal se unen aqu:la universalidad de la razn no est presupuesta pero constituye un fina alcanzar, racionalmente e institucionalmente. Favorecer las condicio-

    nes institucionales de un inters por lo universal va junto con la eleva-cin de las condiciones de ejercicio de la razn cientfica. Es un asuntocolectivo, como lo explica Bourdieu en Razones prcticas: consiste enobtener la esencia sublimada de lo universal a partir de las leyes defuncionamiento de los diferentes campos sociales56, esos microcosmos

    52 Ibid., p. 234.53 Ibid., p. 162. Se trata de los universales pragmticos clasificados por Ha-

    bermas.54 Ibid.55 Ibid., pp. 162-163.56Raisons pratiques, p. 80.

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    sociales singulares donde los agentes luchan, en nombre de lo univer-sal, por el monopolio legtimo de lo universal57. Es en esta relacinentre la razn y sus condiciones institucionales como la Realpolitik de larazn toma todo su sentido: poltica realista en la medida en que haceposible una crtica de las estrategias de legitimacin por lo universal, ylos medios de combatirlas gracias a tests de universalidad58 en cadacampo; pero tambin poltica realista que puede apoyarse sobre ciertasleyes antropolgicas universales, como el hecho de que hay beneficiospor someterse a lo universal59. Y si contra Habermas es necesario recor-dar que la pretensin a la universalidad es siempre susceptible de en-mascarar la dominacin, se puede siempre esperar que la presuposi-cin de una situacin ideal de habla pueda jugar un rol regulativo enel establecimiento de estructuras de comunicacin, de bases institucio-nales del pensamiento racional: lo importante es saber si las astuciasde la razn, que se encarnan en luchas donde los agentes tienen inte-rs por lo universal, podrn un da promover lo universal por la bs-queda concertada de un consenso racional sin, sin embargo, dar a ladominacin las razones de legitimarse. Pero aqu se trata de otra ta-rea: la invencin de estructuras de trabajo colectivas, y, especialmente,de una internacional de los intelectuales.

    57 Ibid., p. 235.58 Ibid., p. 243.59 Ibid., p. 240.

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    El capital militante. Intento de definicin*

    Era un hombre joven de veinticinco o veintisis aos, de espal-das fuertes, el cabello rubio rojizo, el aire inflexible. Llevaba su gorracon visera de cuero ferozmente inclinada sobre el ojo. Lo vea de perfil:el mentn tocando el pecho, las cejas fruncidas como delante de unrompecabezas, contemplaba la carta que uno de los oficiales haba des-plegado sobre la mesa. Algo en ese rostro me conmova profundamen-te. Era el rostro de quien es capaz de cometer un asesinato y de dar su

    vida por un amigo, el tipo de rostro que uno espera ver en un anarquis-ta aunque este hombre fuese quizs un comunista. Ese rostro reflejabala buena fe, al mismo tiempo que la ferocidad, y, tambin, ese patticorespeto que los iletrados consagran a quienes consideran sus seres su-periores. Se vea en seguida que este miliciano no comprenda nada dela carta y que consideraba a la lectura como un prodigioso giro de fuer-za intelectual. No s por qu, pero raramente he visto a alguien seentiende, un hombre a quien le tome as una simpata instantnea. [...]Era corriente en Espaa contactos de este tipo. Si hablo de este milicia-

    no italiano, es porque he guardado de l un recuerdo vivaz. Con suuniforme lamentable y su rostro feroz y pattico, ha permanecido param, el smbolo vivo de la atmsfera particular de aqul tiempo. Siem-pre en Hommage la Catalogne, el autor de estas lneas, George Orwel,agrega, algunas pginas ms adelante: Haba venido a Espaa con laintencin de escribir algunos artculos para los peridicos, pero apenasllegu me compromet con las milicias, pues en esa poca y en esa at-msfera, pareca inconcebible poder actuar de otro modo.

    Este pasaje es revelador en ms de una cuestin. Lo es del carc-ter esperado del militante revolucionario inflexible, feroz, mos-traba buena fe, al mismo tiempo que ferocidad militante revolucio-nario que se confunde aqu (en la percepcin social del cuerpo del otro)con un militante obrero1, como del modo de la evidencia por la cual,

    * Escrito con Frdric Matonti, Le capital militant. Essai de dfinition, Actesde la recherche en sciences sociales, n 155, 2004, pp. 5-11. Artculo que introduceel nmero de la revista, completamente dedicado al Capital militante.1

    Sobre los orgenes y las trayectorias sociales de los combatientes franceses delas brigadas internacionales, en su gran mayora originarios de las clases po-pulares, ver Rmi Skoutelsky, LEspoir guidait leurs pas. Les volontaires franaisdans les Brigades internationales, Paris, Grasset, 1998.

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    parece, se han podido vivir ciertos compromisos. El texto de Orwel,prendado en las coacciones literarias del relato pero, sobre todo, en lu-chas polticas que han sido fsicamente, y no slo simblicamente, lu-chas a muerte, participa de una visin idealizada del militantismo, don-de el compromiso es visto, a la vez, como total (casi natural), y expli-cado por una forma de vocacin. Ahora bien, los militantes cuyas tra-yectorias son dibujadas y analizadas en este nmero, viven al contrariode los compromisos en apariencia improbables: sindicalistas proyecta-dos en el universo de las instituciones europeas, estudiante devenidodelegado de la CGT en una fbrica del este de Francia, militantes de laUFD socializados, sin embargo, en la desconfianza hacia la poltica,sacerdote que se inclina hacia la guerrilla revolucionaria. Y es este con-traste el que permite clarificar la condicin militante.

    Sealar la separacin entre el compromiso natural de los mili-cianos de Orwel y esos compromisos improbables, no implica, sin em-bargo, ratificar una oposicin cmoda entre compromiso total y com-promiso moral o consciente, entre don de s y accin circunscriptay eficaz2. En efecto, como muy bien lo ha mostrado Annie Collovald,esta oposicin oculta ms o menos bien una descalificacin eufemiza-da del militantismo pasado, centralmente obrero, y justamente olvidaque esos militantes obreros, frecuentemente desclasados por lo alto

    no se asemejaban ya a aquellos cuya causa defendan3

    . No se puedeignorar aqu la multiplicacin actual de los estudios sobre el militantis-mo: en efecto, luego de un eclipse, la sociologa poltica nuevamente seinteresa por l. La renovacin del inters tiende, por una parte, a lamovilizacin (y, en consecuencia a la construccin) de categoras (casi)inditas (sin-papeles, seropositivos, inmigrantes, gays, lesbianas...) oantiguas, pero que acceden a una visibilidad desconocida hasta ahora(desocupados, sin-techos), a la aparicin o a la multiplicacin de orga-nizaciones que tambin parecen nuevas (comenzando por las asocia-

    2 Emmanuelle Reynaud, Le militantisme moral, in Henri Mendras (dir.), LaSagesse et le dsordre, Paris, Gallimard, 1980, pp. 271-286 ; Jaques Ion,Lvolution des formes de lengagement public, in Pascal Perrineau (dir.),LEngagement politique. Dclin ou mutation, Paris, PFNSP, 1994, pp. 23-39 y Lafin des militants ?, Paris, d. De lAtelier, 1997.3 Annie Collovad (dir.), LHumanitaire ou le management des dvouements. Enqu-te sur un militantisme de solidarit internationale en faveur du Tiers-Monde, Ren-nes, Presses universitaires de Rennes, 2002, y, especialmente, el captulo 5,

    Pour une sociologie des carrires morales des dvouements militants, pp.177-229. Annie Collovad se apoya aqu especialmente en los trabajos de Ber-nard Pudal, Prendre parti. Pour une sociologie historique du PCF, Paris, PFNSP,1989.

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    ciones humanitarias o por la nebulosa del movimiento altermundialis-ta), incluso a la invencin (o a la reinvencin) de formas de accin (zap,die-in, foros sociales, huelgas de hambre...)4. Tiende, ms generalmente,a lo que uno podra describir, siguiendo a Ccile Pchu5, como una di-ferenciacin entre campo militante y campo partidario, siendo des-considerada desde entonces, la bsqueda de un poder legtimo, alldonde, hace todava veinte aos, la mayor parte de las asociaciones serelacionaban con el conjunto de las organizaciones polticas. Sin em-bargo, debe sealarse sin duda cunto esta disociacin va a la par deuna desagregacin profunda del militantismo partidario y sindical tra-dicional. En efecto, siguiendo a Stphane Beaud y a Michel Pialloux6,para dar cuenta de ello, es necesario evocar toda la implosin de laclase obrera, ella misma ligada al desempleo de masas y a la preca-riedad estructural y sus rplicas (casi ausencia de portavoces de lasclases populares, discriminacin sindical, muy dbil relevo en las j-venes generaciones, desaliento de las ms viejas...). En consecuencia,esas modificaciones profundas del orden social han repercutido sobreel orden poltico las relaciones entre esos dos rdenes permiten, porejemplo, comprender que el dficit de militantes se debe tambin alhecho de que toda una generacin de militantes de ciudades no hasido integrada por los partidos de la izquierda tradicional7.

    Estas precisiones planteadas invitan a no abandonar las estruc-turas sociales en beneficio de las simples interacciones o de las trayec-torias individuales. Aqu, trataremos particularmente de interesarnosen los aprendizajes conferidos por el militantismo, en las competenciasimportadas del exterior, as como en las que son aprendidas en el ta-ller8, en lo que hemos elegido llamar, al menos provisoriamente, capi-tal militante. Un capital militante que se adquiere pues, y en gran medi-da, en el campo poltico, que all se valoriza, pero tambin que se recon-vierte en otros lugares, en caso de salida. En los aos de 1970, Daniel

    Gaxie haba mostrado como, en razn del dbil dominio ideolgico

    4 Eric Agrikoliansky e Isabelle Sommier (dir.), Radiographie du mouvement alter-mondialiste, Paris, La Dispute, coll. Pratiques politiques, 2005.5 Ccile Pchu, Gnrations militantes Droit au logement, Revue franaisede science politique, 1-2, febrero-abril de 2001, Devenirs militants, pp. 73-103.6 Sthphane Beaud y Michel Pialoux, Violences urbaines, violences sociales, Paris,fayard, 2003, p. 282 y sg.7 Olivier Masclet, La Gauche et les cits. Enqute sur un rendez-vous manqu, Pa-

    ris, La Dispute, , coll. Pratiques politiques, 2003.8 Aqu nos referimos a los anlisis de Jacques Lagroye, a propsito del oficiopoltico, que son en parte transferibles a los militantes, tre du metier, Poli-tix, 28, 1994, pp. 5-15 y On ne subit pas son rle, Politix, 38, 1997, pp. 7-17.

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    de los electores en general y de los adherentes de los partidos de masaen particular, la adhesin a la causa y la satisfaccin de defendersus ideas no podan sino constituir un dbil mvil a la adhesin a unpartido a un sindicato9 por ello, se opona tambin a todos los modelos

    que ven la adhesin partidaria o sindical como la materializacin deuna creencia poltica. En cambio, haba hecho aparecer cunto el pasopor esas instituciones sociales aportaba un capital escolar sustituto, ori-ginario de una capacidad adquirida gracias a ese paso, para orientarseen el espacio poltico10. Para dar cuenta de esta capacidad para orien-tarse, de los mecanismos de su adquisicin y de su incorporacin, se harevelado til la nocin de capital militante.

    Hablar de capital militante, es insistir en una dimensin del com-promiso, del cual el capital poltico da cuenta de manera insuficiente.

    En efecto, el capital poltico puede ser considerado como una forma decapital simblico, crdito fundado en las innumerables operacionesde crdito por las cuales los agentes confieren a una persona social-mente designada como digna de confianza los poderes que ellos le re-conocen11. El poder simblico que est asociado puede ser analizadocomo una expresin del fetichismo poltico por el cual un grupo so-cial se reconoce en la representacin que se da de s mismo, y de surelacin con los otros grupos. Ese capital, ligado a la representacincolectiva que el grupo le atribuye, est fundado en la creencia, con laapuesta esencial de acumular el crdito y de evitar el descrdito. Elcapital militante se distinguira entonces del capital poltico que es, enbuena medida, un capital de funcin nacido de la autoridad reconocidapor el grupo y en ese sentido, inestable12: incorporado bajo las formas

    9 Daniel Gaxie, conomie des partis et rtributions du militantisme, Revuefranaise de science politique, 27 (1), 1977, pp. 123-154 ; ver tambin del mismoautor, Le Cens cach, Paris, Seuil, 1978.10

    Para una puesta en perspectiva de esta nocin de competencia poltica, verDaniel Gaxie, Une construction mdiatique du spectacle politique? Ralitet limites de la contribution des mdias au dveloppement des perceptionsngatives du politique, in Jacques Lagroye (dir.), La Politisation, Paris, Belin,coll. socio-histoire, 2002, pp. 325-356 y La comptence politique ciyoyen-ne, comunicacin en la mesa redonda sobre La competencia poltica, programade cooperacin franco-chileno, ECOS CO1H02, CRPS, 18 de octubre de 2004.11 Pierre Bourdieu, La rpresentation politique, in Langage et pouvoir symboli-que, Paris, Seuil, 2001, especialmente p. 241 y sg. Para un ejemplo de anlisisen trminos de capital poltico, ver Jean-Yves Dormagen, Le marche de

    lemploi public de lItalie fasciste comme espace de mise en conformit politi-que, in Jacques Lagroye, op. cit., Paris, Belin, 2003, pp. 403-424.12 Claude Pennetier y Bernard Pudal muestran as cmo, en la Rusia stalinia-na, las verificaciones a las cuales estn sometidos regularmente los cuadros,

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    de tcnicas, de disposiciones a actuar, intervenir, o simplemente obe-decer, recubre un conjunto de saberes y de saber-hacer movilizablesdurante acciones colectivas, luchas inter o intra-partidarias, pero tam-bin exportables, convertibles en otros universos, y, as, susceptibles defacilitar ciertas reconversiones13.

    Estos modos de conversin permiten aprehender dos fenmenosque, en esas materias, no son sino en apariencia contradictorios. En pri-mer lugar, los aprendizajes han sido siempre necesarios y los artculospresentados aqu, porque tratan de casos lmite, ayudan a aprehender-lo. En segundo lugar, la modificacin de una parte de las reglas de fun-cionamiento del campo poltico, y especialmente del campo partidarioy de sus relaciones de fuerza, hacen esos aprendizajes, a la vez, msinciertos y ms necesarios: los pasadores y los lugares de transmi-sin, por ejemplo, las escuelas de partido, tienden a desaparecer14, mien-tras que las exigencias tcnicas a las cuales estn confrontadas los mili-tantes son cada vez ms elevadas. Pero, paradjicamente, esos apren-dizajes son a veces tambin ms fciles en razn de la elevacin delnivel de escolarizacin de los miembros de los partidos polticos o delos sindicatos.

    La transformacin de las condiciones de adquisicin del capitalmilitante aparece en los procesos de internacionalizacin del sindica-

    lismo en el seno de la Confederacin europea de los sindicatos: en Es-trasburgo como en Bruselas, competencias y saber-hacer especficos severifican como necesarios en la actualidad para el oficio de sindica-lista, pero tambin, son poco reconocidos en las disposiciones de unaparte (y de una generacin) de militantes sindicales franceses. stos,surgidos en su mayora de las fracciones superiores de las clases popu-lares y de las clases medias, poco provistos de recursos sociales, cultu-

    entre otras cosas para recordar al cuadro comunista que debe su fortuna a lainvestidura que slo el Partido puede otorgar; ver La volont demprise. Lerfrentiel biographique stalinien et ses usages dans lunivers communiste(lments de problmatique), in Claude Pennetier y Bernard Pudal, Autobio-graphies, autocritiques, aveux dans le monde communiste, Paris, belin, 2002, p. 25.13 Estas reconversiones son menos el resultado de simples carreras individua-les, que de estrategias por las cuales ciertos grupos sociales se esfuerzan pormantener, incluso por transformar, su posicin en la estructura social, como lomuestra, por ejemplo, el posicionamiento (sea progresista, sea conservador)de los cargadores de puerto norteamericanos estudiados por Howard Kimel-

    dorf (Reds or Rackets? The Making of Radical and Conservative Unions on the Watre-front, Berkeley, University of California Press, 1988).14 Natalie thuin, Lducation et la formation des militans et des cadres auParti communiste franais (1970-2003), tesis de ciencia poltica, Lille II, 2003.

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    rales y lingsticos internacionales, sacan su legitimidad del lazo con elterreno y se encuentran confrontados a una redefinicin del trabajo ydel capital militantes. En efecto, a los saber-hacer y a las capacidadesde adaptacin, en gran parte fundados en las relaciones interpersona-

    les, que ellos pueden movilizar en el sindicalismo europeo, se oponeuna legitimidad de experto, exterior al campo sindical, que no tienetanta necesidad de inscribirse en la duracin para ser eficaz y que espromovido por un personal tendencialmente ms joven, ms diploma-do, ms feminizado, y de orgenes sociales ms elevados.

    Esta importancia creciente del capital escolar aparece en el dia-rio de un joven obrero de Lorena15. Ciertamente, su aprendizaje dedelegado sindical da lugar a varios tanteos: le es necesario aprender aredactar un pasqun, a hablar en pblico, a osar dirigirse a la Unin

    departamental, etc., pero su escolaridad anterior facilita tambin laadquisicin de las tcnicas de escritura y de resmenes de reuniones, lalectura de la prensa militante, la toma de notas, la asimilacin de cono-cimientos jurdicos durante las estancias de formacin sindical, la cons-titucin de dossier de defensa de asalariados, la capacidad para argu-mentar contra la direccin, etc. Este aprendizaje hace aparecer las difi-cultades actuales de las condiciones de movilizacin, que se deben tan-to a la precarizacin de la relacin salarial, a las divisiones de los asala-riados, cuanto a la invisibilidad del empresariado. Y son esas dificulta-des las que, en su momento, contribuyen a explicar la labilidad de loscompromisos. Pero sobre todo, el diario permite ver cmo el capitalmilitante adquirido y la posicin conquistada constituyen una oportu-nidad de reconocimiento para individuos que viven un desclasamientoproducto del desfase entre las aspiraciones ligadas a una escolariza-cin prolongada y la realidad de la posicin (social y profesional) ocu-pada. Desde este punto de vista, el compromiso de un joven obrero esmenos diferente de los compromisos intelectuales que no le dejan

    pensar la divisin social, particularmente anclada tanto en las organi-zaciones polticas cuanto en las instituciones acadmicas, entre los quepiensan y los que ejecutan: como los jvenes normalianos en bs-queda de identidad social de los siglos XIX y XX, cuyo compromisosocialista ha estudiado Christophe Charle, el autor del diario conoceuna incertidumbre sobre [su] propia posicin social redoblada poruna adhesin imperfecta al rol que la trayectoria anterior fija al indivi-duo considerado16.

    15 Cf. Pierre Rimbert y Sebastian Crespo, Devenir syndicaliste ouvrier, Actesde la recherche en sciences sociales, n 155, diciembre de 2004, pp. 35-46.16 Christophe Charle, Paris fin de sicle. Culture et politique, Paris, Seuil, 1998, p.237 y sg.

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    Estos dos casos sealan pues, cunto el capital militante se trans-mite cada vez menos en sus lugares tradicionales y de generacin engeneracin, y cmo, en consecuencia, son las competencias escolareslas que (re) devienen el incentivo de su adquisicin. En consecuencia,sin duda es necesario concluir en un mayor cierre (an) del campo po-ltico al personal socialmente ilegtimo17, ms que en la hipottica emer-gencia de sociedades individualistas. Ciertas explicaciones de la crisisdel militantismo toman, en efecto, como un nuevo individualismolo que es en realidad el producto de transformaciones de las relacionesentre universos sociales, que modifican la estructura de la distribucinde los capitales entre agentes, ofrecindoles as (u obligndoles a) nue-vas posibilidades de inversin. Por lo tanto, slo a condicin de no se-parar las disposiciones incorporadas por los agentes sociales de los es-pacios sociales en los cuales se invierten, es que la nocin de capitalmilitante aparece como un modo de analizar la lgica de las inversio-nes militantes, de las que las creencias individuales no bastan para darcuenta.

    Porque el sentido de la inversin depende de la posicin en elespacio social y en las luchas de concurrencia especficas que all seproducen, es necesario aprehender la lgica de las inversiones que de-penden de la estructura de la distribucin de los capitales entre los agen-

    tes concernidos. Por esta razn, incluso si los compromisos estudiadosen este nmero son improbables, no son sin embargo comprensiblessino porque estn ms o menos ajustados a las disposiciones anterior-mente incorporadas. Ese peso de las disposiciones aparece en el casode los militantes UDF18: en efecto, encuentran en el modo de compro-miso flexible o poco estructurado de ese partido de centro-derecha,una actualizacin de todo lo que ha sido incorporado en el curso de laeducacin religiosa en el seno de su familia y de las instituciones cat-licas (catecismo, coro, scoutismo, etc.). Prolongacin de la preocupa-

    cin de comprometerse con el prjimo, el compromiso en el partidoconstituye as una forma entre otras de la devotio que les plantea brin-darse a los otros sin compensacin. En el inters por el desinters queresume la expresin dar todo al partido y no recibir nada de l, esos

    17 Sobre esta cuestin de la ilegitimidad del personal poltico obrero, ver Mi-chel Offerl, Illgitimit et lgitimation des personnels politiques ouvriers enFrance avant 1914, Annales ESC, julio-agosto de 1984, pp. 681-713, y B. Pudal,

    Prendre parti, op. cit.18 Cf. Julien Fretel, Quand les catholiques vont au parti. De la constitutiondune illusio paradoxale et du passage lacte chez les militants de la UDF,Actes de la recherche en sciences sociales, n 155, diciembre de 2004, pp. 77-90.

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    19 Para otro ejemplo de anlisis de las disposiciones a militar de militantescristianos, ver el captulo 7 de Johanna Simant, La Cause des sans-papiers, Pa-

    ris, Presses de la fondation nationale des sciences politiques, 1998.20 Cf. Hugo Jos Surez, Une mystique de la politique. Sur lengagement deprtes ouvriers dans la gurilla rvolutionnaire en Bolivie, Actes de la recher-che en sciences sociales, n 155, diciembre de 2004, pp. 91-101.

    catlicos militantes reclutados en las capas medias y superiores de lapoblacin francesa encuentran un modo de gestionar los bienes de unasalvacin tanto individual como colectiva19. Esta inversin en una sali-da legtima permite conciliar disposiciones ambivalentes, que oscilanentre el deseo de devocin, incluso de sacrificio, y la voluntad de pre-servar su libertad de conciencia. Incluso en el caso extremo de la en-trada de los sacerdotes obreros en la guerrilla revolucionaria en Amri-ca Latina en los aos de 1960, el desplazamiento de las creencias indivi-duales hacia una mstica de la poltica no puede estar separada de lasinversiones en un campo religioso donde la ruptura con el conservadu-rismo de la jerarqua eclesistica y de su relacin con las clases popula-res subtiende el compromiso sacrificatorio en la lucha armada20. En uncontexto marcado por la emergencia controvertida de las preocupacio-nes sociales en el seno de la Iglesia, el paso de un catolicismo conserva-dor a un cristianismo revolucionario se opera al precio de una recom-posicin de las categoras de pensamiento, ligadas a la invencin deuna toma de posicin poltica indita, que contribuye, recprocamente,a trastornar y a reestructurar el espacio de las posiciones posibles.

    Este intento de definicin trata, de manera provisoria, de plan-tear las bases de investigaciones y de profundizaciones posteriores. Enefecto, el capital militante designa, ms all de la diversidad de las for-

    mas de compromiso, un saber-hacer adquirido, en particular gracias apropiedades sociales que permiten jugar, con mayor o menor xito, enun espacio que est lejos de estar unificado. Pero, ms all de la manerapor la cual los agentes sociales lo adquieren y luego lo usan, es impor-tante aprehender la lgica de las transferencias por las cuales el capitalmilitante (una parte, al menos) puede ser utilizado en otros espacios e,inversamente, el modo por el cual ciertas propiedades eficientes en otrosdominios pueden ser transferidas en esas instancias. En este punto,queda establecer las reglas de las tasas de cambio entre las diferentes

    especies de capital segn los universos sociales donde estn compro-metidos, y mostrar la forma especfica que reviste, en el caso del mili-tantismo, la relacin entre inversiones sociales y las transformacionesdel campo en el cual se producen.

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    Volver a las luchasElementos para una crtica de la protesta*

    Nosotros, nosotros nos alejamos de la masa: en-tre nosotros y la masa se forma una pantalla deequvocos, de malentendidos, de juego verbalcomplicado. Terminaremos por aparecer comogente que quiere conservar su lugar

    Antonio Gramsci

    Volver a las luchas y dudar de la buena salud de la protesta rena-ciente: tales son las evidencias impuestas por una reflexin sobre lasperspectivas de la protesta anticapitalist