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"DOMINA ANÓNIMA: DE SANCHO, SUS POSADERAS Y EL FRÍO DESEO DE LA DUQUESA" O JUAN DIEGO VILA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES 1. Si Dulcinea hay en la tierra, en el Cielo y en el Infierno, lógico resulta que el texto coro- ne, en el centro de atención de los andantes protagonistas y de los lectores todos, la figura de quien, mediante una sutilísima red asociativa, está llamada a decir en el mundo la imagen impredicable de una Dulcinea que las concentre a todas; dado que allí, en el punto culmine de su errancia y de su vagabundeo anómico, resultarán capturados por una "duquesa, cuyo título aún no se sabe"(II, 30, 614).' El primer retrato que se ofrece de la duquesa insiste en una serie de datos que permiten vincularla con la dama ejemplar amada por don Quijote, 2 tal cual él la ha soñado, tal cual Sancho adujo contemplarla, tal cual cree haberla visto en el Más Allá de la Cueva. La "hacanea blanquísima" (II, 30, 613) recuerda la montura primera de Dulcinea en la secuencia de su encantamiento, 3 pasaje en el que se debe privilegiar que la grandeza de esa figura era puntualizada por el mismo escudero en función de la individuación de ese tipo de caballería digna de damas o príncipes. La duquesa no lleva sus pies sobre la tierra. Y el carácter aéreo de su figura se precisa porque en la "mano izquierda traía un azor" (II, 30, 613). La metaforización de lo femenino absoluto en función del campo semántico la altanería se había forjado cuando el exultante Sancho exclamaba que Dulcinea se asemeja- ba, en su huida al galope, a un alcotán. 4 1 Ed. Sabor de Cortázar y Lcnicr, 1983 Muchos editores del texto, a partir de Pclliccr, insistieron en la probable intención autorial de haber figurado tras este anónimo matrimonio a doña María Luisa de Aragón y a don Carlos de Borja, duques de Villahcrmosa y de Luna, poseedores del palacio de Bucnavía en las inmediaciones de Pcdrola, provincia de Zaragoza. Más allá de lo indirimiblc de esta afirmación que muchos tienen por válida, lo cierto es, sin embargo, que amen de la sátira de cos- tumbres que se podría estar hilvanando por medio de estos afiebrados y enajenados superiores estamentales, el texto precisa, enfáticamente, la intención de cortar toda dilación entre referentes c imágenes. La fábula reclama ser leída, según nuestro punto de vista, como una especulación donde se narra el espectacular combate de un individuo ante un absoluto -la duquesa como el absoluto femenino a partir de su preeminencia estamental- y no, claro está, desde la óptica de una individuación fallida ya que, de esc otro modo, no se estaría diciendo algo del código de la cortesanía sino de los desvíos perversos de un referente puntual. Este segmento del texto, a nuestro entender, deviene por sobre la profusión de máquinas y engaños, mucho más filosófico en lo que a erótica se refiere de lo que suele aceptarse. 3 Sancho, recuérdese, había anunciado que por el camino que unía el Toboso con el punto de encuentro donde don Quijote aguardaba, venía "la princesa nuestra ama vestida y adornada; en fin, como quien ella es. Sus doncellas y ella todas son una ascua de oro, todas mazorcas de perlas, todas son diamantes, todas rubíes, todas telas de brocado de más de diez altos; los cabellos, sueltos por las espaldas, que son otros tantos rayos del sol que andan jugando con el viento; y sobre todo, vienen a caballo sobre tres canancas remendadas, que no hay más que ver" (II, 10, 494). 4 Recuérdese que en II, 10, 496 Sancho exclamaba: "—¡Vive Roque, que es la señora nuestra ama más ligera que un alcotán, y que puede enseñar a subir a la jineta al más diestro cordobés o mejicano! El arzón trasero de la silla pasó de un salto, y sin espuelas hace correr la hacanea como una cebra. Y no le van en zaga sus doncellas, que todas corren como el viento." EL QUIJOTE EN BUENOS AIRES. Juan Diego VILA. «Domina anonima»: de Sancho, sus posaderas y ...

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"DOMINA ANÓNIMA:

D E SANCHO, SUS POSADERAS Y EL FRÍO DESEO DE LA DUQUESA"

O

JUAN DIEGO VILA

UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES

1.

Si Dulcinea hay en la tierra, en el Cielo y en el Infierno, lógico resulta que el texto coro­

ne, en el centro de atención de los andantes protagonistas y de los lectores todos , la figura

de quien, mediante una sutilísima red asociativa, está l lamada a decir en el m u n d o la imagen

impredicable de una Dulcinea que las concentre a todas; dado que allí, en el punto cu lmine

de su errancia y de su vagabundeo anómico , resultarán capturados por una "duquesa , cuyo

título aún no se sabe"(II , 30, 614) . '

El pr imer retrato que se ofrece de la duquesa insiste en una serie de datos que permiten

vincularla con la dama ejemplar amada por don Qui jo te , 2 tal cual él la ha soñado, tal cual

Sancho adujo contemplarla , tal cual cree haberla visto en el Más Allá de la Cueva.

La "hacanea b lanquís ima" (II, 30, 613) recuerda la montura pr imera de Dulcinea en la

secuencia de su encan tamien to , 3 pasaje en el que se debe privilegiar que la grandeza de esa

figura era puntual izada por el mismo escudero en función de la individuación de ese tipo de

caballería digna de damas o príncipes. La duquesa no lleva sus pies sobre la tierra.

Y el carácter aéreo de su figura se precisa porque en la " m a n o izquierda traía un azor"

(II, 30, 613) . La metaforización de lo femenino absoluto en función del campo semánt ico la

altanería se había forjado cuando el exultante Sancho exclamaba que Dulcinea se asemeja­

ba, en su huida al galope, a un a lcotán . 4

1 Ed. Sabor de Cortázar y Lcnicr, 1983 Muchos editores del texto, a partir de Pclliccr, insistieron en la probable intención autorial de haber figurado tras

este anónimo matrimonio a doña María Luisa de Aragón y a don Carlos de Borja, duques de Villahcrmosa y de Luna, poseedores del palacio de Bucnavía en las inmediaciones de Pcdrola, provincia de Zaragoza. Más allá de lo indirimiblc de esta afirmación que muchos tienen por válida, lo cierto es, sin embargo, que amen de la sátira de cos­tumbres que se podría estar hilvanando por medio de estos afiebrados y enajenados superiores estamentales, el texto precisa, enfáticamente, la intención de cortar toda dilación entre referentes c imágenes. La fábula reclama ser leída, según nuestro punto de vista, como una especulación donde se narra el espectacular combate de un individuo ante un absoluto - la duquesa como el absoluto femenino a partir de su preeminencia estamental- y no, claro está, desde la óptica de una individuación fallida ya que, de esc otro modo, no se estaría diciendo algo del código de la cortesanía sino de los desvíos perversos de un referente puntual. Este segmento del texto, a nuestro entender, deviene por sobre la profusión de máquinas y engaños, mucho más filosófico en lo que a erótica se refiere de lo que suele aceptarse. 3 Sancho, recuérdese, había anunciado que por el camino que unía el Toboso con el punto de encuentro donde don Quijote aguardaba, venía "la princesa nuestra ama vestida y adornada; en fin, como quien ella es. Sus doncellas y ella todas son una ascua de oro, todas mazorcas de perlas, todas son diamantes, todas rubíes, todas telas de brocado de más de diez altos; los cabellos, sueltos por las espaldas, que son otros tantos rayos del sol que andan jugando con el viento; y sobre todo, vienen a caballo sobre tres canancas remendadas, que no hay más que ver" (II, 10, 494). 4 Recuérdese que en II, 10, 496 Sancho exclamaba: "—¡Vive Roque, que es la señora nuestra ama más ligera que un alcotán, y que puede enseñar a subir a la jineta al más diestro cordobés o mejicano! El arzón trasero de la silla pasó de un salto, y sin espuelas hace correr la hacanea como una cebra. Y no le van en zaga sus doncellas, que todas corren como el viento."

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La duquesa, cuya única individuación por medio de un título nobiliario permite centrar su figura en los valores sémicos de superioridad, preeminencia estamental , elevación y dig­nidad, construye, por su sola presencia, un afuera que es s iempre abajo, un universo de már­genes en los que la nimiedad pulula, un espacio de soberanía al cual se accede o del cual, infaustamente, se es exiliado.

La duquesa dice ese centro que el ojo del narrador privilegia y habilita, y concentra , en su figura, las potenciales tensiones entre quien figura un absoluto - y por ende no lleva nom­bre sino t í tu lo - y todos los demás que penan, con sus nombres , el delirio de acceder, de ingresar, de progresar, en ese mundo de órdenes y estados.

La crítica ha enfatizado la precisión cromática de su indumentaria con variados y opina­bles pareceres sobre el sentido del color verde de sus ropas - "Ven ía la señora as imismo ves­tida de verde, tan bizarra y r icamente, que la misma bizarría venía transformada en el la" (II, 30, 6 1 3 ) - pero no se percató, en cambio, de que su figura es mentada para decir un cuerpo alquímico, un ser humano donde lo absoluto se encarna y se transforma en la quimérica ima­gen de una perfección viviente. La duquesa es "bizarra" y rica, y la "bizarr ía" y la r iqueza se catalizan en ella al punto que ese concepto muta y deviene una entidad otra.

El misterio que rodea a "la bella cazadora" (II, 30, 614) se c imenta en la perfecta y aza­rosa individuación de la figura de la dama, perfecta encarnación de un título en un cuerpo, de un nombre en su referente. Nunca el texto revela que ella y su mar ido sean duque y duque­sa, pero el primer par lamento de don Quijote ante el duque vuelve manifiesto este saber, como si el absoluto estamental se hubiese leído, sin lugar a dudas, en su figura:

pero como quiera que yo me halle, caído o levantado, a pie o a caballo, siempre estaré al servicio vuestro y al de mi señora la duquesa, digna consorte vuestra y digna señora de la hennosura y universal princesa de la cortesía (II, 30, 615).

El par lamento de don Quijote actualiza una situación tr iangular que si bien podría infe­rirse no era un dato cuya certeza fuese previa a la interacción verbal.

El, como ella, es también un absoluto, aunque resulte apostrofado, sugest ivamente, como "valeroso pr íncipe" (II, 30, 615), título que en la coordenada honorífica podría implicar el reconocimiento de una inferioridad en esa superioridad visible, o, dicho de otro m o d o , la misteriosa cara de un soberano también él vasallo cuya degradación habla el poder sin lími­tes de su mujer.

Esta equívoca alabanza de don Quijote se complemente con la de Sancho:

No se puede negar, sino afirmar, que es muy hermosa mi señora Dulcinea del Toboso, pero donde menos se piensa, se levanta la liebre; que yo he oído decir que esto que lla­man naturaleza es como un alcaller que hace vasos de barro, y el que hace un vaso her­moso también puede hacer dos, y tres, y ciento; dígolo porque mi señora la duquesa a fee que no va en zaga a mi ama la señora Dulcinea del Toboso (II, 30, 615-616)

Las loas de Sancho no podían ser más ambiguas pues para celebrar la individualidad de ambas, las subsume en la noción de colectivo genérico - l a s mujeres como vasos de alfare­ros que son todos igualmente bellos si el alfarero es dotado en su arte. Sancho apela, en su discurso, a un binarismo contrastivo - " n o se puede negar, sino af i rmar"- impostando, por el des lumbramiento que le produce la duquesa, una inteligencia y un raciocinio del que carece, y clausura su intervención con una frase que apuntala, a través de la negación de un sistema

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de preeminencias - " n o le va en z a g a " - , una identificación precisa "mi señora la duquesa" nada tendría que envidiarle a "mi ama la señora Dulcinea del Toboso".

Pero lo más llamativo en esta contienda estética es que la aparición de "la bella cazadora" suscite el recuerdo folklórico de "donde menos se piensa, se levanta la liebre" pues esta expre­sión ya había sido empleada por el escudero para augurar la pronta reconversión de Dulcinea, a su más prístino estado.

Dulcinea y la duquesa no sólo se hermanan en belleza, sino que los vínculos metafóricos con que resultan predicadas -vasos hermosos de un mismo alfarero, metafóricas liebres que hablan del huidizo deseo y soberanas aves del imaginario de la altanería en las que se lee su señorío y pode r - enhebran, en los pliegues del texto y en las mudables dicciones de los personajes, una urdimbre única en la que se dicen los riesgos y los peligros, para todo enamorado, de una mujer que figure un absoluto.

2. La dupl icación y el espejamiento son dos principios construct ivos de lo que podr íamos

llamar la secuencia ducal de 1615 y se emplean para extremar el absurdo que se sigue de la contraposición nihilista y descarnada de los códigos eróticos: el encumbramien to señorial de ese t iempo a través de las figuras de los duques , frente a la idealización ingenua del código de la cortesanía que el enamoramiento de oídas de don Quijote pretende reinstaurar.

Una y otra faz se articulan como contrapartes recíprocas negadas y, en tanto tales, c o m o interdictos fundacionales regulatorios de sendos disposit ivos y las geminaciones más impor­tantes son las siguientes:

• El duque y la duquesa aceptan los servicios de cortesanía de amo y escudero por cuan­to sus farsas exploran situaciones triangulares genéricamente inversas. Si el marido de "la bella cazadora" afirma que Dulcinea también es su señora - impostando para ello los sentidos figurados de la cortesanía-, con lo cual habilita el deseo conjunto de ambos por esa misma mujer, la duquesa, en contrapartida, disfruta con la equívoca situación -for­jada por las cartas a la esposa de Sancho- de compartir con Teresa la posesión carnal del marido.

• Cuando las situaciones triangulares se quiebran y se reafirma la pareja originaria de amo y escudero - d o s hombres - el texto no se centra en la figura potencialmente armónica de un matrimonio sino en una inversión genérica. La duquesa, para divertirse, suele acompañarse de alguna doncella suya, la más de las veces la desenvuelta Altisidora - d o s mujeres- . Parejas monosexuadas cuya focalización y preeminencia tiene por cometido la potenciación de un vínculo quiasmático donde el término superior del con­junto existe, en tanto tal, para vincularse con el término inferior de la pareja opuesta.

• La imposible reciprocidad erótica entre quienes figuran los soberanos de las parejas monosexuadas - l a duquesa en las mujeres, don Quijote en los hombres- , se duplica también en el caso de Altisidora y Sancho Panza con la ilustrativa variación de que en el único punto en el que esto se quiebra es en el momento del egreso del castillo, cuan­do la doncella reclama prendas íntimas supuestamente hurtadas por el caballero cuya responsabilidad repercute, parcialmente, en el escudero. 5 Toda la primera estancia en la

5 Esta impensada unión de destinos de don Quijote y Sancho no sólo potencia todo el trabajo de duplicación y espe­jamiento que el texto ha ido forjando en la secuencia ducal de la tercera salida, sino que anticipa la equívoca resu-

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casa de placer de los duques puede ser leída, desde el ángulo de los códigos y variables eróticas puestas en juego , en función de la insuficiencia de los mismos . Ni la dama puede vincularse con el caballero, ni la figura erót icamente desenfrenada se intere­sa por la contraparte camal de la pareja antagónica.

• En tanto códigos insuficientes los vínculos quiasmáticos de los cuatro personajes involucrados exploran, imaginariamente, la potencial desintegración de los mismos .

• La duquesa extrema, inusi tadamente, la relación de servicio de un vasallo con su dama y para ello se apropia de Sancho. Su juego reside en sojuzgar, al máx imo, la sensualidad del escudero a través de un gozoso y perverso análisis en el que frial­dad, pose , aniquilación y consigna van s iempre de la mano .

• Altisidora, en contrapartida, dice anhelar un interludio erótico con quien no sólo reniega de tales intereses sino que también resulta la persona menos idónea para tales batal las.

• Sendas lides eróticas, la gélida de la duquesa y la cálida de Altisidora, tienen la pecu­liaridad de organizarse como planes iniciados, regulados y digitados por la mujer. 6

• Allí , donde todo es código y convención, en las frías pautas y consignas de la cor­tesana duquesa, en ese territorio amoroso en el que toda cercanía se trastrueca en distancia, y todo deseo se habilita en tanto sublimación, el valor posit ivo de un ero­t ismo socialmente controlado y poét icamente celebrado, se exhibe para destruir, paradój icamente , el capital frustrante y frustrado que se celebra.

Altisidora y la duquesa son las dos caras negadas de la terrestre Aldonza Lorenzo deve­nida Dulcinea. Cuentan el peligro de un erot ismo sin límites para el cual la corporeidad mal­trecha del caballero ya está muy enjuta. En tanto tal se limitaría a un j u e g o físico sin deseo porque no hay tal atracción entre ambos , y advierten, as imismo, de los inimaginables anega­mientos psíquicos en los que todo deviene código y convención sin anclaje corpóreo y sub­jet ivo individuante alguno.

Una y otra, como dos perversiones contrapuestas y complementar ias del Amor, enfren­tan al caballero y a su doble - e l quijotizado Sancho, vanidoso y anhelante de las torres de viento de su gobernac ión- , a la aventura más peligrosa y al tránsito úl t imo de su peregrina­ción, aquella que dirima si pueden, cara a cara, enfrentar a una mujer.

3. Para entender la escena en que Sancho recibe la gobernación no hay que perder de vista

que desde su ingreso al palacio el escudero asume c o m o propios, para decirse a sí mi smo , una retahila de refranes que enfatizan el voluntar ismo de todo individuo y la valía de las bue­nas compañías . Sancho afirma:

rrccción de Altisidora en el final de la obra cuando la que murió de amor por el hidalgo enloquecido debe ser resu­citada, finalmente, por el escudero que no se ha flagelado para desencantar a Dulcinea. 6 Este punto es uno de los más enfatizados en lo que respecta a la figura de Altisidora, motejada reiteradamente de "desenvuelta", cuyo accionar suele describirse, de un modo recurrente, como una transgresión o liberalidad impro­pia de las de su genero.

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soy quien 'júntate a los buenos y serás uno de ellos'; y soy yo de aquellos 'no con quien naces, sino con quien paces' y de los 'quien a buen árbol se arrumba, buena sombra le cobija'. Yo me he arrimado a buen señor, y ha muchos meses que ando en su compa­ñía, y he de ser otro como él, Dios queriendo; y viva él y viva yo, que ni a él le falta­rán imperios que mandar, ni a mí ínsulas que gobernar (II, 32, 625)

Y ello es relevante porque Sancho re toma el valor de las obras por sobre las prerrogati­vas de la sangre, preeminencia que, por lo que respecta al escudero, s iempre había estado invertida por cuanto había insistido en su condición de cristiano viejo.

Esta po lémica de nobilitate entronca sus palabras con un hipotexto si lenciado pero suma­mente presente . Lázaro de Tormes, c o m o Sancho reconoce haberlo hecho, también se ha arr imado "a los buenos" , se cree en la cumbre de su buena fortuna y, sin embargo , hay habl i­llas que pregonan, m u y contra su voluntad, su deshonra. Agravio que, sugerentemente , depende de su indolente colaboración en un muy evidente ménage á trois.

Que Sancho reciba el gobierno tanto t iempo anhelado, jus to en el contexto donde , cazu­rramente , pueden leerse sus palabras como la voluntaria declaración de que, por bienestar, sacrificará su honra, resemantiza, a los ojos de los lectores todos, el b ien que recibirá y anun­cia el t r iángulo invert ido del que será partícipe necesario. Sancho, como una manceba com­partida entre la duquesa y Teresa, virilizadas por los mismos anhelos desmedidos del s imple , se verá definido, progres ivamente , por variables caracterológicas propias de la mujer. Puesto que los valores de complacencia , debil idad, medros idad y sujeción psíquica emergen, con claridad, en aquellas secuencias en las que debe enfrentar a la duquesa.

Sancho es capaz de todo por triunfar, y no hay humil lación que le resulte ext rema cuan­do el p remio es grande. El, que tan quisquil loso se ha mostrado s iempre ante las obl igacio­nes que surgen del propio código caballeresco en las desastradas aventuras que ha tenido en sus salidas con su amo, no demuestra, desde el ingreso en los confines del duque y la duque­sa, el menor at isbo de incomodidad, reticencia o instinto de sublevación ante las burlas sobrevinientes en su dilatada es tancia . 7 Todo es posible , y pasible de ser tolerado, porque la gobernación es su sueño.

Por eso mismo es de peculiar interés el acto concreto del legado y del agradecimiento a tributar:

—No, por cierto, Sancho amigo -dijo a esta sazón el duque-; que yo, en nombre del señor don Quijote, os mando el gobierno de una que tengo de nones de no pequeña calidad. —Híncate de rodillas, Sancho -dijo don Quijote-, y besa los pies a su excelencia por la merced que te ha hecho. Hízolo así Sancho (II, 32, 625).

La escena encripta, en primer lugar, las condiciones necesarias para que Sancho se escinda progresivamente de don Quijote, creyendo vanamente que podrá ser como él, porque el legado no lo recibe de su amo a quien tanto tiempo ha acompañado, sino de la figura del duque.

El único quiebre evidente, y por ello se manifiesta en el momento de la última burla, aquella donde debe dejarse punzar, pellizcar y sufrir mamonas para resucitar a Altisidora, sirve para clausurar, doblemente, el momento del juego. No sólo puede regresar don Quijote a su aldea porque ha sido vencido y se le ha impuesto un termino de reti­ro domiciliario, también puede retomar Sancho porque demuestra que ha vuelto a ser quien era.

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Anuncia, en segundo orden, cómo en la dinámica humil lante de la orden y la gratifica­ción, su subjetividad no decide nada. Es el duque quien quiere dar la ínsula, es don Quijote quien ordena . 8

Que el agradec imiento se art icule c o m o una escena en suspens ión, una pose m u d a en la que la voz del inferior no cuenta, ante la benevolencia o la exigencia de un m i s m o y único padre - p u e s el duque ha usurpado el lugar que le cor respondía a don Quijote c o m o benefac to r - debe complementarse , a s imismo, con la re i teración, ad nauseam de escenas en las que Sancho, ya un s imple jugue te , queda a los pies de la domina anónima de la esce­na, la sibilina duquesa .

El mejor e j emplo de es to es la p lá t ica de la s iesta. All í Sancho o b e d e c e , no só lo a una ley previa que "de puro bien c r i a d o " ( I I , 3 3 , 634) le indica la i nconven ienc ia de sentar ­se, s ino t ambién al capr icho de la duquesa que lo desea ante el la, en c o m p a ñ í a de sus "donce l l a s y d u e ñ a s " (II, 3 3 , 634) pero en un e scaño más bajo. Y es útil r ecordar que su m o d o de ser, en presenc ia de su soberana , deber ía saber conjugar la mascu l ina au to r idad del m a n d o que de la figura de un " g o b e r n a d o r " (II, 3 3 , 634) se p r e suponga , con la f eme­nina servic ia l idad de un " e s c u d e r o " (II , 3 3 , 634) cuyas únicas a rmas e ins ignias de pode r ser ian su habla .

Resultar ía obvio que esa escena se calca en un antecedente ilustre con mot ivo del esca­ño de marfil que el Cid ganó al rey Búcar y regaló a Alfonso VI , pero es igualmente evi­dente que el sent ido de esta rememorac ión , en boca de la duquesa , t iene in tencional idades paródicas . Su burla, a partir de la homologac ión de Sancho y el Cid, anula al padre s im­bólico del reino, y esto se complementa , minu tos más tarde, cuando una lúbrica doña Rodr íguez recuerda, aparentemente por otros mot ivos , las angus t iosas palabras que diría el cast igado Rodrigo al m o m e n t o de expiar su culpa por la pérd ida de la un idad cr is t iana en la península: "ya me comen, ya me comen / por do más pecado hab ía" (II, 3 3 , 636) . La muerte del r e y 9 , como bien Sancho lo s a b e , 1 0 se inicia cuando culebras y otras a l imañas comienzan a devorar lo por el pene.

La ginecocracia que la duquesa const ruye no sólo se funda en la expuls ión del h o m b r e - y a por degradación en el caso del Cid, ya por apropiac ión de su falo en el caso de Rodrigo, símiles poét icos en los que también se puede leer el dest ierro de don Quijote y el de su m a r i d o - sino también sobre el verosímil de que la var iedad femenina allí reunida no cuenta pues to que todas son una. La duquesa enfatiza un sent ido de pr ivacidad, reserva y soledad en el encuentro que sólo por vía s imból ica podr ía mantenerse y ello es lo que la lleva a iniciar su plática af i rmando: "Ahora que es tamos solos, y que aquí no nos oye nad ie" (II, 33 , 634) , cuando, en efecto, hay todo un cenáculo femenino en derredor.

Todo este diálogo sobre el encan tamien to de Dulcinea tiene por comet ido exprop ia al escudero de su capacidad ficcional - r e c u é r d e s e que tan sólo unas cuantas répl icas antes

8 Sobre el sado-masoquismo, véase Dclcuzc, 1969. 9 Sobre la funcionalidad de las citas del romancero, muy particularmente aquéllas que refieren escenas de monar­cas abatidos y subyugados por el ejercicio del poder, léase la fina interpretación de Julia D'Onofrio (2000-2001). 1 0 "y yo he oído decir que detrás de la cruz está el diablo, y que no es oro todo lo que reluce, y que de entre los bueyes, arados y coyundas sacaron al labrador Wamba para ser rey de España, y de entre los brocados, pasatiempos y riquezas sacaron a Rodrigo para ser comido de culebras, si es que las trovas de los romances antiguos no mienten" (II, 33, 636).

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aquél había af i rmado " m e atrevo a hacer le creer lo que no lleva pies ni c abeza" ( I I , 33 , 6 3 5 ) - y reafirma, en ese m i s m o instante, la prerrogat iva propia de su condic ión y género de ser la rectora del un iverso ficcional. La ment i ra de la duquesa iguala a Sancho con don Quijote , los dos deben creer en aná logo engaño . Sancho debe esperar, c o m o el a t r ibulado don Quijote , poder ver a Dulc inea en su pr ís t ino estado.

La tens ión de esta pugna s imból ica puede en tenderse , inc luso , c o m o un deba te por la debida recc ión del cuerpo femenino s o ñ a d o " ya que si p r ev i amen te Sancho había afir­m a d o que "¡Tan encan tada está c o m o mi p a d r e ! " (II , 3 1 , 622) la duquesa p re tenderá vol­ver c ier to ese aser to p re tenc ioso del e scudero ins is t iendo en "que está encan tada c o m o la m a d r e que la p a r i ó " (II, 3 3 , 637) . La duquesa no liga el cuerpo idea l izado y a la vez gro­tesco de la d a m a al v íncu lo con un padre que oficie de pa rangón , s ino que rec lama, c o m o era de prever , el re torno a una madre cuya condic ión se predica , a d e m á s , en tanto geni to-ra de la dama . Todo el mis ter io , en definit iva, se r emonta a una mate rn idad inmemor ia l y fundante desde la cual toda madre rige s i empre el des t ino de la hija.

Si de recciones se trata no puede soslayarse el recuerdo de que el diálogo de la soberana feudal con su vasallo sólo se quiebra en la oportunidad en que, aduciendo un cargo de con­ciencia, la duquesa revela, con la mayor ingenuidad que alcanza a fingir, la clave emponzo­ñada de su burla. Se habla a sí misma, delante de aquél a quien tiene por cabal gobernador, precisando que le "anda br incando un escrúpulo en el alma y un cierto susurro llega a (sus) o ídos" (II, 33 , 635) que le dice:

Pues don Quijote de la Mancha es loco, menguado y mentecato, y Sancho Panza su escudero lo conoce y, con todo eso, le sirve y le sigue, y va atenido a las vanas prome­sas suyas, sin duda alguna debe de ser él más loco y tonto que su amo; y siendo esto así, como lo es, mal contado te será, señora duquesa, si al tal Sancho Panza le das ínsu­la que gobierne; porque el que no sabe gobernarse a sí, ¿cómo sabrá gobernar a otros? (II, 33, 635)

La d u q u e s a no t iene neces idad de Sancho ni es , aunque lo af i rme, la que le ha ced ido la ínsula para gobernar ; su único interés radica en que el s imple c a m p e s i n o , deven ido es tól ido e scudero y, po tenc ia lmente , nec io gobernador , sea consc ien te de sus p rop ios l ímites . A lo único que aspira es a que se r econozca a sí m i s m o c o m o l imi tado y depen­diente de esa soberana m u j e r 1 2 .

Tal, p o r c i e r to , el " e s c r ú p u l o " de la d a m a , t é r m i n o l éx ico que , s u g e s t i v a m e n t e , i nd ica t an to la d u d a que inquie ta y d e s a s o s i e g a , c u a n t o , po r el c o n t r a r i o , una m e d i d a de p e s o ín f ima con que los bo t i ca r ios ca l cu l an los v e n e n o s . ¿ D ó n d e es tá el l ími te en t re su sa t i s f acc ión y el t ó s igo l íc i to pa ra i nocu la r al o t ro? S a n c h o , n o h a c e falta r e c o r d a r ­lo, t o d o lo c ree rá .

Aquí también podría leerse una nueva expulsión del elemento masculino en la organización de esta sublrania. ' 2 Rcmárqucsc, en la isotopía de la anonimía recurrente, que en el parlamento donde ella se habla a sí misma, la duquesa tampoco usa su nombre propio ni la designación de un confín que precise su título, ella es, para si misma, la "señora duquesa".

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' 3 Redondo, quien realiza el más exhaustivo análisis de esta tradición cultural en el Quijote, plantea, con sumo acierto, cómo el tópico de la caza salvaje se vincula con el de la liebre mágica. Sobre este punto véase, también, Riley y Vila.

La duquesa , r ecu r ren temen te , sale a cazar, y es p rec i so que r e m a r q u e m o s este de ta­lle por cuan to habi l i ta , en la cons t rucc ión imaginar ia de su f igura ante el m e d r o s o gober ­nador, la imagen de una mujer cuyo pode r ío sin l ími tes se mani f ies ta por el e m p l e o de a t r ibutos y va lores gene ra lmen te mascu l inos . Y el lo cuen ta a la hora de c e n t r a r n o s en el ep i sod io n o c t u r n o de la estantigua o caza sa lva je que p r e a n u n c i a la a p a r i c i ó n de l o rbe m á g i c o de la muer te , del más allá, y del j inete n e g r o . 1 3

Todos sabemos que en mitad de la noche empiezan a aparecer carros con encantadores y que el texto precisa que

fue menester que don Quijote se valiese de todo su corazón para sufrirle; pero el de Sancho vino a tierra, y dio con él, desmayado, en las faldas de la duquesa, la cual le recibió en ellas, y a gran priesa mandó que le echasen agua en el rostro (II, 34, 644)

Este desen lace descr ipto de un mero pre l iminar del engaño lo dice todo. Sancho ter­mina "en las faldas de la duquesa" (II, 34, 644) f igurando un t ipo de v íc t ima en la que amor y agres ión se unen, y la reacción de la soberana erót ica se encamina , antes que a la suspens ión del plan, a su repet ic ión.

El goce de la duquesa radica en el lo. La suspens ión con t inua y el j u e g o con el l ímite , el artificio modé l i co y la frialdad y la dis tancia especula t iva de su imagen , s i empre a ten-la a los detal les y a la codif icación es tablecida . N o es cues t ión de abor tar el engaño , con que le echen "agua en el ro s t ro" (II, 34 , 644) y r enueve su par t ic ipac ión , a lcanza . N o hay, en su men te y en el v ínculo que desea entablar con Sancho , margen a lguno para el resul­tado espontáneo y el desenlace no previs to . Pues to que Sancho , c o m o otro Cr is to en el regazo de una nueva madre dolorosa , debe pode r renacer.

Sancho debe l legar a ver el car ro triunfal de la p roces ión , aquél donde se han coloca­do, rodeados de discipl inantes de luz, el actor que hará las veces de Dulc inea encan tada y aquel que "con voz a lgo dormida y con lengua no m u y desp ie r t a" (II, 35 , 646) f ingirá ser Mer l ín quien regresa a la t ierra para proferir, poé t i camen te , la c lave del desencan to de la d a m a del cabal lero.

Esta Dulc inea de los duques , aunque esté encan tada , no puede dejar de ser bel la . La codif icación estét ica que rija su represen tac ión debe ser p rop ia de la adocenada cul tura alta s ignada por el pe t ra rqu i smo. Debe ser una encan tada que conse rve "un h e r m o s í s i m o ros t ro" (II, 3 5 , 646) y su bel leza, conforme lo indica ese j u e g o de ves t iduras y cenda les que la cubren , debe leerse c o m o un bien esqu ivo suger ido en los mater ia les suntuar ios que la enga lanan y en el pecul iar r ég imen de vis ión que instaura su presencia .

Se la con templa , nunca de un m o d o di rec to , s ino a t ravés de "un t ransparente y deli­cado c e n d a l " (II, 35 , 646) y los " l izos"( I I , 35 , 646) deben permi t i r que su be l leza subs is ­ta c o m o una certeza. Punto éste por d e m á s sugeren te ya que , en comparac ión con la gro­tesca imagen que Sancho elige para decir una enca rnac ión de Dulc inea , y de aque l la que don Qui jote cree haber visto en la C u e v a de Montes inos , ésta se des taca por los supues ­tos va lores pos i t ivos , en té rminos es té t icos , que organizan su imagen .

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Obsérvese , no obstante, que nadie se pregunta en qué consiste el encantamiento ya que lo único extraño de su condición debería ser que, en vez de libre, se encuentre en poder de Merl ín cuyas peticiones son bien precisas y definen el sentido úl t imo del engaño:

que para recobrar su estado primo la sin par Dulcinea del Toboso, es menester que Sancho tu escudero se dé tres mil azotes y trescientos en ambas sus valientes posaderas, al aire descubiertas y de modo que le escuezan, le amarguen y le enfaden. Y en esto se resuelven todos cuantos de su desgracia han sido los autores, y a esto es mi venida, mis señores (II, 35, 647)

Sancho debe escribir, como disciplinante de sangre, el amor por la dama y debe saldar, con su propio cuerpo, la desmesura de haberla vuelto distinta de lo que era. La burla requie­re la predisposición del escudero para la autoflagelación y tensa, en oposición a la encanta­da, una peculiar gramática corporal.

La amada - e s a Dulcinea encantada por él y ahora por los d u q u e s - es sólo un rostro, una mirada alerta por entre los pliegues del cendal y sus vestiduras. Ella debe ser un cuerpo cuya sustracción predique el entronizamiento de su persona y en cuyo dis tanciamiento se lea la preexistencia de una ley. La dama, Dulcinea, la duquesa, sólo puede volver al enamorado si éste se ofrece como baja materia en la que escribir la propia humil lación y el imposible espe-j amien to en un paladín victorioso.

De ese rostro, cuyo encierro glacial lo diría todo, a las "valientes posaderas" del flage­lante "al aire descubier tas" se tensa el sentido últ imo de la burla erótica de la duquesa con el escudero. Mutación que invierte la subl imación estetizante en grosera sangría, cambio que extrema, hasta sus úl t imas consecuencias , la necrosis femenina del código cancioneril .

Por ello no puede pasarse por alto, de entre todos los diálogos poster iores a la consigna, la siguiente aclaración suplementaria que br inda Merlín:

—No ha de ser así, porque los azotes que ha de recebir el buen Sancho han de ser por su voluntad, y no por fuerza, y en el tiempo que él quisiere, que no se le pone término seña­lado; pero permítesele que si él quisiere redemir su vejación por la mitad de este vapula­miento, puede dejar que se los dé ajena mano, aunque sea algo pesada (II, 35, 648)

Sancho, valiente esclavo que duplica la sumisión del deseo sin límite de don Quijote, debe internalizar la consigna de los azotes y ser él m i smo quien por propia voluntad se los aplique, aunque también es posible que delegue el castigo en "ajena m a n o " pero para ello, claro está, debe ser él quien elija, voluntariamente, a su flagelante. En la escena masoquis ta la iniciativa reposa, efectivamente, en la dimensión con t r ac tua l . 1 4 Y no es superfluo preci­sar, t ampoco , el sinfín de precisiones arguméntales que resultan regulatorias de la fantasmá-tica escena flagelatoria.

Adviértase que no deja de ser un guiño irónico brillante el que sea Sancho, el más interesado en los negocios en la gesta caballeresca, quien sea el colocado en la situación de regular un rédito contractual de tal naturaleza.

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A Sancho no se le pide - insiste la dama encantada- que se coma "una docena de sapos, dos de lagartos y tres de culebras"(II, 35, 648), precisamente las mismas alimañas que devoraban el falo del rey Rodrigo, ni que asesine a su familia con "algún truculento y agudo alfanje"(II, 35, 648). Y no es menor el detalle de que Sancho debería comprender que detrás de la mujer que clama por su castigo siempre estaría la sombra de un hombre, el padre de la relación que a él lo define, la autoridad que lo ha llevado hasta allí. Esta fantasmagoría genérica se actualiza, tam­bién, en la condición del actor pues, como bien se revelará posteriormente, quien hace de Dulcinea es, a las claras, un "Dulc ineo" , un paje de esa corte a quien se le ha encargado que haga las veces de la a m a d a . 1 5

Este "Dulc ineo" , tercera y últ ima degradación encarnada de la dama del caballero marca el escaño más ínfimo al que se puede llevar a la enamorada, ya que para mostrarla hace falta un hombre travestido.

De nada sirve que el medroso escudero remarque su novel condición de g o b e r n a d o r 1 6 o que peticione un p l a z o 1 7 para considerar la propuesta porque en el final del callejón sin sali­da de esa burla lo aguarda el rígido y persuasivo cariño de la duquesa:

Ea, buen Sancho -dijo la duquesa-, buen ánimo y buena correspondencia al pan que habéis comido del señor don Quijote, a quien todos debemos servir y agradar por su buena condición y por sus altas caballerías. Dad el sí, hijo, desta azotaina, y vayase el diablo para diablo y el temor para mezquino, que un buen corazón quebranta mala ven­tura, como vos bien lo sabéis (II, 35, 650)

Como una madre que interpela a su "hi jo", la duquesa comprende que la carga convict i-va de sus palabras reposan en la actualización de un pequeño drama familiar. Es al " p a d r e " don Quijote, cuyo "pan" se ha comido , a quien hay que "servir y agradar" aunque la requi-rente, " m a d r e " de la escena, sea quien se encargue de puntual izar que lo solicitado es, por sobre todas las cosas, un acto de amor. Sancho debe probar, con la sangre de sus posaderas , "que un buen corazón quebranta mala ventura".

Si se dudara de este componente erótico de la fábula masoquis ta que se impone al escu­dero, cabría tan sólo precisar que, una vez aceptada la prueba con ciertas exigencias de Sancho, la duquesa será quien realice el seguimiento de los azotes en los capítulos subsi­guientes, actitud en la que hay una motivación bien diversa de aquella que podría signar el más genuino interés de don Quijote en el cumpl imiento de la prueba:

Preguntó la duquesa a Sancho otro día si había comenzado la tarea de la penitencia que había de hacer por el desencanto de Dulcinea. Dijo que sí, y que aquella noche se había dado cinco azotes. Preguntóle la duquesa que con qué se los había dado; respondió que con la mano.

1 5 "Tenía un mayordomo el duque de muy burlesco y desenfadado ingenio, el cual hizo la figura de Mcrlín y acomo­dó todo el aparato de la aventura pasado, compuso los versos y hizo que un paje hiciese de Dulcinea" (II, 36, 652). 1 6 "Y habían de considerar estos lastimados señores que no solamente piden que se azote un escudero, sino un gobernador, como quien dice: 'bebe con guindas'" (II, 35, 649).

' 7 "—Señor -respondió Sancho-, ¿no se me darían dos días de termino para pensar lo que me está mejor? - N o , en ninguna manera -dijo Mcrlín-. Aquí, en este instante, y en este lugar ha de quedar asentado lo que ha de ser deste negocio; o dulcinea volverá a la cueva de Montesinos y a su prístino estado de labradora, o ya, en el ser que está, será llevada a los clíseos campos donde estará esperando se cumpla el número del vápulo" (II, 35, 650).

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—Eso -replicó la duquesa- más es darse de palmadas que de azotes. Yo tengo para mí que el sabio Merlín no estará contento con tanta blandura; menester será que el buen Sancho haga alguna disciplina de abrojos, o de las de canelones, que se dejen sentir, porque la letra con sangre entra, y no se ha de dar tan barata la libertad de una tan gran señora como lo es Dulcinea, por tan poco precio; y advierta Sancho que las obras de caridad que se hacen tibia y flojamente no tienen mérito, ni valen nada (II, 36, 654)

Sancho no debe flagelarse "tibia y f lojamente" por cuanto, como bien se lo enseñará la visionaria domina anónima, economía, deseo y dolor escriben la cara oculta de eso que los hombres , lejos de esa "casa de placer", l laman amor.

Bibliografía

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D'Onofrio, Julia (2000-2001 ), "'Ya me comen, ya me comen / por do más pecado habla'. Funciones ideológ­icas del romancero para el gobierno de Sancho enei Quijote de 1615", Filología, XXXIII, 1-2 (131-156).

Deleuze, Gilles, 1969, Sacher-Masoch y Sade, Cordoba, Editorial Universitaria de Cordoba.

Kristeva, Julia, 1997, "Le Christ mort de Holbein" en Soleil noir. Dépression et mélancholie, Paris, édi­tions Gallimard, collection Folio, 117-150.

Redondo, Augustin, 1998, "Las tradiciones hispánicas de la 'estantigua' ('cacería salvaje' 'Mesnie Hellequin') y su resurgencia en el Quijote" en Otra manera de leer el 'Quijote ', Madrid, Editorial Castalia, Nueva Biblioteca de Erudición y Crítica, 101-119.

Riley, Edward, 1979, "Symbolism in Don Quixote, Part II, Chapter 73", Journal of Híspante Philology, III, 2, (Winter), 161-174.

Zizek, Slavoj, 1999, "El amor cortés o la mujer como cosa", en El acoso de las fantasías, México, Siglo XXI S.A., 218-219.

Vila, Juan Diego, 1993, "Eternidad y finitud de Alonso Quijano: don Quijote, la Sibila y la jaula de grillos", Filología, XXVI, 1-2, 223-257

—, "Abismos aéreos para la Dulcinea celeste: una fábula de alcotanes, cebras y galopes enalmagra­dos", Anuario de Estudios Cervantinos, 2 (en prensa)

—, "El infernal más allá femenino: una visio erótica debajo del faldellín de Dulcinea", Revista de Literatura de la Universidad Nacional de Chile (en prensa)

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