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Formación docente y riesgo social: La pobreza en el/del discurso pedagógico
Silvia Serra y Evangelina Canciano
Universidad Nacional de Rosario
Para ser sospechoso ya no es necesario manifestar síntomas de peligrosidad o anomalía, basta
con presentar algunas particularidades que los especialistas, responsables de la definición de
una política preventiva, han instituido en factores de riesgo.
Robert Castel
Introducción
No es novedoso afirmar que la pobreza creciente que ha experimentado nuestro país en los
últimos años afecta directamente el escenario educativo. Las escuelas, instituciones que
vienen siendo vistas como espacios de contención social, albergan actualmente en su seno
desde comedores hasta debates acerca de cómo tejer los límites de lo escolar.
Pero estos debates no se instalan sólo en el ámbito de las escuelas, sino que recorren todo el
campo de la pedagogía, produciendo sus efectos. ¿Desde qué cultura debe enseñar un maestro
a sectores empobrecidos? ¿Existe una cultura de la pobreza? ¿Qué papel debe jugar el maestro
frente a ella? ¿Se necesita una estrategia pedagógica especial? ¿Cómo se concibe al otro-pobre
en el campo de la educación? ¿Cómo se posicionan las teorías sobre la diversidad y/o
diferencia frente al problema de la pobreza? ¿Constituyen las diferencias de clase diferencias a
ser respetadas?
En el presente trabajo nos detendremos a analizar la propuesta de dos instituciones de
educación terciaria, que ofrecen títulos y postítulos especializados en cuestiones de riesgo
social. Nos proponemos indagar acerca de las perspectivas y discursos que se sostienen en
relación al “otro pobre”. Consideramos que abrir un espacio para interrogar el discurso de la
pedagogía acerca de qué se dice y qué se calla, qué miradas se tienen sobre la pobreza del
otro “pobre”, resulta de fundamental importancia para comenzar a desnaturalizar aquellos
discursos que contribuyen al establecimiento de circuitos diferenciados al interior de la
educación básica y que planteándose “democratizadores” producen una estigmatización del
otro pobre que sólo viene a profundizar aún más la situación de desigualdad social en la que se
encuentra.
Nuestra hipótesis de trabajo es que ante la desigualdad socioeducativa de los niños de
sectores socialmente desfavorecidos desde la pedagogía se sostienen y justifican políticas de
“discriminación positiva”, centradas en el propósito de ofrecer una atención especializada a la
población escolar considerada “deficitaria”, “desfavorecida”, “necesitada”, “carenciada”, en
“desventaja”. Este gesto, lejos de colaborar a que dichos sectores se ubiquen en mejores
condiciones frente al acto educativo, atenta contra la posibilidad misma de que la educación se
produzca.
La pobreza en el/del discurso pedagógico
Si bien los discursos que circulan tanto en el sistema educativo como en las políticas públicas y
educativas son partidarios de pensar a la educación como una respuesta política que debe
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redoblarse frente a la pobreza -lo cual constituye claramente un elemento propio del discurso
pedagógico moderno-; por otro lado, y ante el estudio de la presente problemática,
encontramos que lo que interrumpe esta lógica moderna es precisamente la idea de que la
educación común no es suficiente, más aún es inadecuada para los sectores carenciados,
quienes necesitan de una pedagogía especial, una pedagogía que atienda la diversidad.
Convirtiendo a la pobreza en un rasgo que diferencia al alumno, se sostiene que para enseñar
en contextos de pobreza los docentes deben poseer una formación específica que les otorgue
conocimientos acerca de lo que la pobreza es. Es decir, que les brinde conocimientos acerca de
cuáles son las características de los niños que viven en estos contextos, cómo enseñar y qué
enseñar en estos sectores de la sociedad, qué cuestiones se deben tener en cuenta para que el
aprendizaje sea significativo para estos niños adjetivados como pobres.
Así la adecuación de la intervención pedagógica a la pobreza que porta el sujeto que aprende
es una de las formas que asume el trabajo pedagógico con el otro pobre. Según esta
perspectiva, la formación brindada a los docentes hasta las últimas décadas no resulta eficaz
para más del 50% (1) de la matrícula, razón en la que se basa el diseño de políticas de
formación docente específicas para una población escolar que lejos de ser marginal va siendo
cada vez más dominante en el espacio de las escuelas.
En este marco se inscriben las propuestas de formación docente a analizar: el "Profesorado de
formación docente nivel EGB1 y 2 con Orientación en niños en riesgo social" (formación
docente clásica con "posgrado especializado") y el "Postítulo de Capacitación en niños en
riesgo social", que constituyen propuestas de instituciones privadas -la primera confesional
católica, la segunda, laica- con reconocimiento oficial.
El Postítulo "Niños en Riesgo Social" lleva por subtítulo "Capacitación y perfeccionamiento
docente para el seguimiento y la asistencia del alumno con déficit social", y su dictado está
organizado en núcleos y problemáticas que llevan por nombre:
Núcleo del Desarrollo del Niño
Núcleo Didáctico del conocer y aprender
Núcleo del Tiempo Libre
Problemática Cultural y de la familia
Problemática de los pequeños grupos
Problemática Institucional
El "Profesorado de Formación Docente con Orientación en Niños con Riesgo Social", por su
parte, ofrece las siguientes asignaturas:
Neurobiología
Psicopatología de la Conducta Antisocial
Antropología
Psicopedagogía Diferenciada
Sociopatología
Problemática de la Disfunción Familiar
Aprendizaje por el juego
Seminario Derecho del Menor y la Familia
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Taller de Educación para el Amor
Catequesis del Niño en Riesgo Social
Como se puede apreciar a simple vista, las dos propuestas se ubican en diferentes líneas de
abordaje, estando la última atravesada por la cosmovisión religiosa. Sin embargo, no hemos de
ocuparnos de lo que en ellos se enseña y desde qué perspectiva, sino del hecho mismo de su
emergencia: el hecho mismo de que se hayan formulado, se hayan reconocido por el
Ministerio, y se encuentren actualmente funcionando como ofertas en la formación docente.
Desde esta perspectiva, las diferencias ideológicas que puedan existir entre las dos propuestas
no diluyen nuestro análisis sino, muy por el contrario, enfatizan el problema que nos ocupa: la
emergencia en el discurso pedagógico de estrategias formalizadas que proponen
especializarse para educar a los pobres.
El problema de la de-nominación
El acto de nombrar no es inocente ni neutral, por el contrario, produce sus efectos: hay un
carácter performativo del lenguaje. Las proposiciones o definiciones que se realizan no sólo
desde las propuestas de formación docente, sino también desde otros lugares del campo de la
pedagogía en torno a la pobreza, terminan operando como performativas. Por lo general, al
definir las características identitarias de algún grupo cultural o social pensamos que estamos
simplemente describiendo una situación existente, un “hecho” del mundo social. No obstante,
aquello que decimos forma parte de una red más amplia de prácticas y actos lingüísticos que,
en su conjunto, contribuyen en la definición o refuerzo de la identidad que supuestamente sólo
estamos describiendo (da Silva, 2000).
De este modo, al instalar la caracterización de un sector de la población como "en riesgo
social" no se hace más que construir un nuevo patrón bajo el cual a aquellos antes pensados
como educandos ahora se les adjudica otras características. De algún modo, la institución y
legitimación de esta formación docente específica no hace más que continuar y darle estatuto
"científico" a las más usuales apreciaciones que circulan acerca de la pobreza. Proposiciones
como “son incapaces...”, “y... qué podes esperar con la familia que tienen”, “los pobres no
aprenden porque son como son, pobres” operan como performativas, es decir, además de
enunciar/describir cómo son los niños de sectores carenciados, instituyen una forma de ser.
Lo que queremos poner de manifiesto es que estas propuestas de formación no se limitan a
describir o a abordar de otro modo la relación de la escuela con la pobreza, sino que participan
en la construcción de esa relación, participan en la definición de lo que es ser pobre, de lo que
la pobreza causa en el acto de aprender (basta comparar las asignaturas que allí se enseñan
con las que figuran en cualquier curricula de formación docente). En suma, participan en la
producción de los efectos que, según su perspectiva, la pobreza genera en el aprendizaje de
los niños de sectores carenciados. Estas propuestas de formación docente instauran en un
espacio de saber/poder la relación entre contexto/posibilidad de aprendizaje como algo natural,
dado e inmodificable, ya que no interrumpen ni cuestionan la repetición de aquellas
expresiones de sentido común, más aún, se constituyen y justifican a partir de ellas.
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Es precisamente en la interrupción de las mismas donde consideramos, reside la posibilidad de
la instauración de identidades que no representen simplemente la reproducción de las
relaciones de poder existentes, esto es, donde reside la posibilidad de mirar al “otro pobre” de
un modo distinto y de darle un lugar diferente al que comúnmente se le asigna.
¿De qué hablamos cuando hablamos de "riesgo social"?
El concepto de "riesgo social", que nombra a las dos propuestas analizadas, no es privativo del
campo de la educación. Constituye un "nuevo" modo de nombrar a un colectivo de sujetos, y
se hace presente en el campo de las políticas sociales.
¿En qué consiste esta "novedad"? R. Castel plantea:
"Un riesgo no es el resultado de un peligro concreto del que es portador un individuo o incluso
un grupo determinado, sino que es un efecto de la correlación de datos abstractos o factores
que hacen más o menos probable la materialización de los comportamientos indeseables"
(1986: 229)
Para Castel las estrategias de intervención social vienen sufriendo cambios en cuanto a que se
ha instalado en los últimos años la noción de riesgo, acompañada de una nueva modalidad de
trabajo. La novedad consiste en el abandono de las intervenciones de modalidad directa, que
se ocupaban del sujeto o individuo concreto, y su reemplazo por la construcción de un flujo de
población a partir de la articulación de factores abstractos factibles de producir un riesgo
(Castel, 1986: 119-120).
En las propuestas pedagógicas tomadas en cuenta, estos factores se construyen a partir de la
vulnerabilidad de un grupo social por sus condiciones socioeconómicas de vida: en una de las
propuestas se las enuncia como "niño con déficit social", y en la otra se hace especial hincapié
en la familia: "la 'situación de riesgo' está presente en el niño toda vez que la familia no brinda
las condiciones requeridas para su normal inserción social. El 'riesgo' surge de toda exposición
a violencias, abandonos y negligencias de distintos tipos."
Determinados los factores que ponen en riesgo al sujeto, y reconocidos dentro de un colectivo,
sólo queda que los docentes se formen en asignaturas específicas que, de antemano a las
situaciones conflictivas observables, previenen operando sobre esos factores.
Veamos entonces cuáles son las consecuencias de este cambio para el campo pedagógico.
1. Inversión de la función de la escuela (del educar al asistir)
¿Pero de qué hay que prevenir al niño que vive en condiciones de pobreza? De la clásica
función de la escuela como distribuidora de saberes y conocimientos se ha pasado a otorgarle
la de ámbito de contención social. El foco se fija así en la permanencia de los niños y jóvenes
en la escuela, en la recuperación de los que se van y el apoyo frente a situaciones límite. Y
nuevas preguntas se imponen: ¿se trata de educar? ¿de contener? ¿de asistir? ¿de prevenir?
¿todo eso junto? ¿En qué medida y proporción? Estas preguntas vuelven a interrogarnos acerca
de cuáles son los bordes o fronteras de la escuela.
Por otra parte, la “pobreza” del otro en cuanto carencia, déficit o falta fue el sustento mismo
de la educación, su razón de ser. La educación moderna es resultado de la idea de
perfectibilidad (2): se enseña porque se considera que el otro es perfectible, que podrá a
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través de la educación ser diferente de lo que es. Si la escuela actualmente se enfrenta a una
pobreza "extra", plus, que va más allá de la carencia desde la que se parte en la educación,
debemos tener cierto cuidado en cuanto a que su atención corre de eje la posibilidades de que
la educación ocurra hacia otras tareas como prevenir, atender, asistir, proteger, etc.; acciones
éstas que, como sabemos, no pueden ser sinónimos de educar.
2. Inversión del concepto de alumno
La figura del alumno tampoco es la misma, no es aquel a quien se debe enseñar, sino a quien
hay que tutelar, asistir, proteger, prevenir. ¿Cuáles son las consecuencias de esta
metamorfosis?
Históricamente, se ha considerado alumno a aquel “niño o joven que en moratoria social
transita por una institución proveedora de los saberes que lo harán alcanzar la autonomía que
exige la conformación de un sujeto socialmente integrado” (Duschatzky y Birgin, 2001: 134). El
“otro” podía llegar a ser un sujeto socialmente integrado no sólo por su pasaje por la escuela
sino porque se depositaba en él la creencia de que en ese tránsito denominado escolarización
el niño- alumno podía aprender, se le suponía la capacidad de hacerlo.
Así como el maestro ha dejado de ser aquel que tiene algo para enseñar, el alumno ya no es
quien puede aprender, sino un sujeto en riesgo al que hay que asistir y proteger. Es más, las
condiciones en las que se lo ubica pareciera que afectan sus posibilidades de aprender, al
punto que sus docentes deben estudiar Neurobiología, o Psicopedagogía Diferenciada.
Dentro de estas perspectivas que venimos analizando, la noción de “otro” se desdibuja y
desaparece para ser absorbida y resignificada por el adjetivo “pobre”, el cual viene a
determinar la identidad del sujeto. El otro pobre se presenta entonces como una identidad
homogénea, unificada, estable, sin contradicciones, una identidad que viene siendo lo que es
desde su nacimiento y que tiene poco margen para modificarse.
3. Inversión de la histórica relación entre educación y pobreza.
Indagar la relación entre escuela y pobreza nos remite a la instauración misma de los sistemas
educativos. Es un vínculo que se constituye recién entre fines del siglo XIX y comienzos del XX,
cuando los términos educación y escuela se entrecruzan hasta llegar a identificarse. En otras
palabras, esta relación nace con el surgimiento de la escuela en la modernidad, la cual
tradicionalmente fue concebida para la transformación de las sociedades.
Son los debates en torno a la función de la escuela, desarrollados entre las corrientes que
sostenían que la escuela contribuiría a la integración social y las que consideraban que la
misma sólo era uno de los aparatos fundamentales en la reproducción del orden social
desigual, los que nos permiten visualizar que el problema de la pobreza ha estado en el centro
de las preocupaciones pedagógicas desde el nacimiento de los sistemas educativos modernos.
Así pues, la escuela puede ser definida como un modo institucionalizado de educar en tanto se
le atribuye la capacidad de formar a los sujetos diluyendo los rastros de orígenes y
pertenencias sociales y culturales. Este modo de nombrar a la institución escolar muestra
claramente que la integración social y la instauración de la igualdad fue la promesa que
la escuela nos trajo desde su nacimiento. Así la educación se nos va a presentar hasta nuestros
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días como uno de los elementos claves para erradicar la extrema pobreza y amortiguar la
pobreza que se vive en las sociedades.
En nuestro país, la educación de los niños pobres adquirió un lugar en la conformación del
sistema de instrucción pública que alcanzó un nivel significativo de expansión entre 1914 y
1930 (Duschatzky, 2000: 130). Más aún, la constitución de este sistema estuvo signada por la
idea de reunir en un mismo espacio a niños pobres y ricos con el objetivo de eliminar las
diferencias sociales y constituir una nación unificada.
Desde fines del siglo XIX, como bien señala Adriana Puiggrós, existen circuitos de
escolarización en el sistema, es decir, rutas invisibles que recorrían mayoritariamente los
miembros de uno u otro sector social, pero la promesa de movilidad social y el efecto de la
educación sobre el ascenso social constituyeron una realidad para muchas generaciones de
argentinos provenientes de sectores obreros.
Teniendo en cuenta esta relación, abordar a los sectores más vulnerables desde una propuesta
pedagógica especializada y adecuada a las características del niño pobre no hace más que
convalidar la ruptura de la impronta común del sistema educativo público quedando el campo
de la educación polarizado en circuitos progresivamente desconectados. De manera tal que en
la actualidad asistimos a un proceso de fragmentación y estratificación del sistema educativo
que genera rutas diferenciadas que llevan ineludiblemente a destinos distintos según las
posibilidades materiales y simbólicas que la población escolar tenga de acceder a los bienes
culturales.
Podemos señalar aquí cierta inversión presente en las propuestas pedagógicas analizadas, en
cuanto que la pobreza deja de ser punto de partida, para ser, además, punto de llegada. Si la
educación se encontraba con sujetos que vivían en condiciones de pobreza, esa condición no
se anteponía a la posibilidad de poder educarse sino que la educación tenía por objetivo diluirla
como diferencia, superarla, completarla. Hasta cierto punto, la pobreza era vista como propia
del escenario social, en cuanto a que marcaba el territorio donde los sujetos estaban inscriptos,
nos hablaba de sus raíces, de sus filiaciones y de sus herencias (Castel, 1986). La educación
apuntaba a trabajar sobre ellas. El escenario que las políticas preventivas abre invierte la
estrategia en cuanto delimita un grupo de población específica y lo conduce a ocupar un lugar
específico en el escenario social, en cuanto a que lo trata de modo diferenciado no por sus
rasgos actuales, sino por lo que puede devenir, en función de sus factores de riesgo. Si estos
factores afectan la educación de un grupo social, el resultado después de esa educación no
será el mismo que el de otros grupos. Las semejanzas con la ingeniería social presente en la
ciencia ficción son cada vez más preocupantes.
Aunque en estas propuestas no se trata de recluir en instituciones “especiales” a los niños de
sectores pobres, al interior del mismo sistema educativo tampoco se los considera como a los
demás niños ya que se les atribuye un status especial. Sus docentes deben ser formados de
modo tal que sean capaces de darles una educación a su “medida”, una educación según lo
que se considera son sus “capacidades”.
Podríamos decir que a través de esta modalidad de inclusión que ha sido definida como
“inclusión excluyente”(Castel, 2001) se pretende dar a cada uno el lugar que se “merece”
según sus propias posibilidades.
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De modo que las propuestas de formación docente en cuestión forman parte, a la vez que son
el resultado, de un nuevo sistema de ordenar y controlar la alteridad, en este caso al otro
pobre.
4. La pobreza como obstáculo
En el discurso que sostienen las propuestas aquí analizadas encontramos una fuerte
correspondencia entre el aprendizaje de los niños y su condición social. Si el niño no aprende y
vive en condiciones socioeconómicas desfavorables esta es la causa de su fracaso. Se sostiene
que las oportunidades educativas de los niños, ya sea de acceder a diversos niveles educativos
como a las posibilidades de aprender en cada uno de ellos, son influidas por la posición social
que sus padres ocupan en la estructura social.
De manera tal que el hecho de nacer y vivir en condiciones de pobreza ubica directamente al
niño en una situación de “déficit” social y cultural. Desde esta perspectiva el otro pobre es un
ser deficitario, carente, no sólo de bienes materiales sino también simbólicos.
Uno de los problemas que encontramos en esta postura es el modo lineal, causal y
determinado a través del cual se piensa al “otro pobre” en tanto se sostiene que la privación
de un conjunto de elementos conlleva ineludiblemente la privación de todo tipo de
productividad simbólica, o lo que es lo mismo, la dificultad/imposibilidad de aprender y pensar.
Así pues, en la educación de los niños de sectores pobres opera una certeza que viene a
instalarse como punto de partida: se tiene la convicción de que los niños presentan un “déficit
cultural” dada la pobreza del medio ambiente en el que viven.
La diferencia cultural aquí es pensada en términos de falta, defecto, imposibilidad, de modo
que podríamos decir que, según esta perspectiva, el hecho de ser pobre no constituye
solamente uno de los rasgos identitarios del sujeto sino que pasa a definir toda su identidad.
Esto es, el otro, el alumno, no es y no puede llegar a ser otra cosa, más que pobre.
Por lo tanto, las perspectivas pedagógicas basadas en este supuesto colocan en el centro de
sus preocupaciones la idea de que ante la educación de los niños de sectores carenciados de lo
que se trata es de echar mano de algunas estrategias especiales que vengan a operar sobre
esa falta, carencia o defecto a fin de reducir la distancia que media entre el que tiene déficit y
los alumnos que se ubican del otro lado de la línea, en el lugar de la normalidad.
Ahora bien, ¿quiénes son los que tienen superavit? ¿Por qué habría que pensar que toda
situación de pobreza ubica al otro en el lugar del déficit, o sea, de la falta, la ausencia, la
carencia, la imposibilidad? Creemos que cuestionar e interrumpir esta idea es otro de los
caminos a tomar para comenzar a pensar la educación en contextos de pobreza.
Cuando la pobreza se convierte en desconfianza
No obstante, el problema más grave en torno a la educación de la infancia pobre puede ser
situado en otro lugar: en lo que Leandro de Lajonquiere ha denominado “trampa escolar”.
Este autor plantea:
“...aunque la escuela sea ofertada, el cotidiano está invadido por una desconfianza
reaccionaria en la posibilidad del pueblo de beneficiarse de una educación escolar”. (de
Lajonquière, 1999: 189).
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Esta hipótesis está presente en las posturas antes analizadas y encierra una gran riqueza para
pensar la relación educación - pobreza, ya que nos permite mirarla desde una perspectiva
diferente.
Nos permite problematizar aquella idea - hoy común- que afirma que ante la pobreza, el
discurso pedagógico debe multiplicar su oferta, es decir, ante esa falta que la pobreza supone
generada por el vínculo entre las condiciones socioculturales y la historia personal y familiar de
lo que se trata es de que la (psico)pedagogía sea quien redoble la apuesta (3).
Por el contrario, aquí se nos advierte que aún cuando la oferta educativa sea mayor, se abran
institutos de formación docente orientados en la problemática de la pobreza y los docentes
obtengan una formación especializada, se conozca al niño, se trabaje con la teoría de la
atención a la diversidad, no se resuelve nada. El problema reside en otra parte. Nada más ni
nada menos que en la desconfianza hacia el aprendizaje de los niños pobres. Otro modo de
interpelar en este sentido sería: ¿puede ser reducida la problemática de la infancia pobre y su
escolarización a un problema de falta de educación?
La desconfianza en las posibilidades de la infancia de sectores empobrecidos de usufructuar de
la educación escolar, se monta sobre otro supuesto que la potencia - en cuanto a los efectos
que produce- y le sirve de andamiaje. Nos referimos a aquella idea –sumamente difundida- que
sentencia que sólo cuando hay un umbral mínimo de necesidades básicas satisfechas, existe el
derecho a lo pedagógico, el derecho al conocimiento y por ende la posibilidad/capacidad de
aprender lo enseñado en el espacio escolar. Por debajo de ese umbral, la urgencia que genera
la necesidad invade el acto de educar dejando al otro imposibilitado para aprender.
La confianza trata siempre de una hipótesis sobre la conducta futura del otro (Cornu, citado en
Antelo y Abramowski, 2000). Se podría decir que en el campo pedagógico predomina la
ausencia de esta hipótesis o, mejor aún, la creencia acerca de la imposibilidad de que algo
diferente al otro le pueda suceder o, lo que es lo mismo, de que la educación pueda abrir un
espacio para que el que viene pueda habitarlo sin ser reducido a la lógica de la normalización,
de los discursos de la diversidad, en suma, sin ser reducido a lo esperado.
Como lo que hay es una desconfianza, una no creencia en que el otro puede aprender, ya que
en la base del vínculo pedagógico lo que hay es la sospecha de que su posición social lo
condena, lo determina en su capacidad simbólica; entonces no queda más espacio para
continuar pensando al otro como alumno. Tal vez por esto resulte tan fácil pasar de una noción
a otra. De la noción de “alumno” o “sujeto de la educación” al concepto de “niño en riesgo
social”.
Por otra parte, junto a esta desconfianza encontramos aquella postura que afirma que “no se
puede enseñar si no se conoce a los chicos”. Esta máxima que se ha instalado de un modo
hegemónico en nuestro sistema educativo es la que al mismo tiempo que crea un nuevo tipo
de educación especial – la educación para pobres- basada en argumentos del tipo de una
pedagogía de la diversidad, viene a impedir que la educación acontezca.
Como nos recuerda Antelo, la confianza suele presentarse como un problema de conocimiento,
esto es, “porque lo conozco confío en él”. No obstante, la confianza es tal en la medida en que
está basada en un desconocimiento del otro. Es esto precisamente lo que ocurre en la
educación del otro pobre: porque se cree saber y conocer al otro y acerca de su pobreza no se
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confía en sus posibilidades para aprender. Este conocimiento del otro pasa a constituir
entonces un obstáculo para que algo del orden de la educación suceda.
Este breve rodeo, nos permite pensar que los discursos sobre el “otro pobre”, lejos de
constituirse en torno a políticas de reconocimiento de la diferencia, se fundamentan en las
débiles retóricas de la diversidad que circulan cada vez más por escuelas, seminarios,
profesorados, libros pedagógicos y que bien pueden legitimar la producción de sujetos
desigualmente posicionados en la esfera pública y, sobre todo, cristalizar un imaginario social
polarizado (Duschatzky, 2000: 125).
La atención a la diversidad como principio igualitario que permite que el aprender sea posible
en los diversos contextos sociales tal como está planteado encierra la peligrosa trampa de
contribuir a la conformación y legitimación de itinerarios diferenciadores en el sistema de
educación formal. Los pobres con los pobres, los ricos con los ricos y nada entre ellos. La lógica
que rige aquí es la de una relación directamente proporcional: a alumnos pobres, escuelas y
docentes para pobres. La pregunta que se impone aquí es si esta ecuación introduce alguna
diferencia en la vida de los niños.
Conclusión: restituirle al otro-que-se-educa el enigma
Por último, nos interesa plantear que ante los discursos pedagógicos centrados en la
problemática de la pobreza de lo que se trata es de recuperar la noción de la niñez como
enigma (4), aceptar que el no saber acerca de la persona del alumno no es despejable, que se
trata de un desconocimiento ontológico, que la alteridad del otro es irreductible y que allí
reside precisamente el poder del acto de educar.
Si ya sabemos todo acerca del otro, si sabemos (suponemos saber) de antemano quién es y
qué necesita, si anticipamos sus posibilidades, si nada se espera del otro, si los efectos ya
están prácticamente determinados de antemano ¿qué espacio queda para que el otro pueda
ser otra cosa de lo que es? Como solemos decir, la tarea de educar es del orden de una
apuesta, de una apuesta a que el otro pueda ser diferente en algún aspecto.
Notas:
1) Según datos oficiales revelados por el Indec, el 70,3% de los niños del país es pobre,
mientras que apenas el 29,7% todavía se alimenta de manera satisfactoria. En el Gran Rosario
existe un 41% de menores de 14 años en situación de indigencia, mientras que el total de
chicos pobres suman un 73,5%. Los problemas de indigencia infantil en Rosario superan a los
del conurbano bonaerense (39,4%) pero están por debajo de los de Córdoba (42%). (Diario La
Capital, 22/08/02)
2) Perfectibilidad es el término que Rousseau utiliza para nombrar una de las cualidades que,
según él, distingue al hombre del animal.
3) El concepto utilizado por de Lajonquière es el de (psico) didáctica, refiriéndose a los
desarrollos al interior de los discursos y las prácticas educativas que insisten en ocuparse de
los niños que no aprenden.
4) La idea del enigma del otro está desarrollada en el trabajo de Jorge Larrosa (1997): “El
enigma de la infancia”.
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