discurso pío xii a las congregaciones marianas

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Discurso pronunciado, en diciembre de 1945, por el Papa Pío XII, en el 50 aniversario de su propia consagración a la Virgen en la Congregación Mariana.

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Habéis venido con devoto pensamiento,

amados hijos e hijas, para conmemorar junto a

Nos el L aniversario de un dulce recuerdo de

Nuestra vida: el de Nuestra consagración a la

Santísima Virgen en la Congregación Mariana del

Almo Colegio Capránica. Y al acogeros, nuestra

primera palabra ha de ser para exclamar con todo

el fervor de Nuestro corazón agradecido:

«Magnificate Dominum mecum et exaltemus

nomem eius simul» (Ps. 33, 4) (Magnificad

conmigo al Señor y exaltemos juntos su nombre).

La consagración a la Madre de Dios en la

Congregación Mariana es un don completo de sí

mismo para toda la vida y para la eternidad. Un

don no de pura fórmula o de puro sentimiento, sino

efectivo, que se verifica en la intensidad de la vida

cristiana y mariana, en la vida apostólica, que

hace del congregante el ministro de María, y por

decirlo así, sus manos visibles en la tierra, con la

espontánea profusión de una vida interior

superabundante que se derrama en todas las

obras exteriores de la sólida devoción, del culto,

de la caridad y del celo. Es lo que con especial

Page 4: Discurso Pío XII a las Congregaciones Marianas

energía inculca vuestra regla primera: darse

seriamente a la propia santificación, cada uno en

su propio estado; dedicarse, no de cualquier

manera, sino con ardor, en la medida y en la forma

compatible con las condiciones sociales de cada

uno, a la salvación y a la santificación de los

demás. Aplicarse, por fin, valerosamente a la

defensa de la Iglesia de Cristo. Ésta es la

consigna del congregante, aceptada libre y

resueltamente en el momento de su consagración.

Tal es el magnífico programa que le trazan las

reglas.

En realidad, estas reglas no han hecho

más que expresar con términos precisos y casi

codificar la historia y la práctica constante de las

Congregaciones Marianas, providencialmente

instituidas por la benemérita Compañía de Jesús y

aprobadas y repetida y calurosamente alabadas

por la Santa Sede.

Como veis, estamos bien lejos del

concepto de una simple unión piadosa, tranquila y

ociosa; de un simple refugio contra los peligros

Page 5: Discurso Pío XII a las Congregaciones Marianas

que amenazan a las almas débiles; pero también

del de una simple liga de acción solamente

exterior, pueril por artificial y que no puede

provocar o encender más que un fuego de pajas,

de mayor o menor duración. «Numquid potest

homo abscondere ignem in sinu suo ut vestimenta

eius non ardeant?» (Prov., 6, 27). ¿Por ventura

puede un hombre esconder el fuego en su seno

sin que ardan sus vestidos? Y si esto es cierto

hablando de la pasión humana, desordenada una

vez encendida en el corazón, ¿cuánto más lo será

el amor de caridad, del que el Espíritu Santo

enciende y reaviva constantemente la llama?

La devoción mariana de un congregante de

la Virgen no puede ser, pues, una piedad

mezquinamente interesada, que en la potentísima

Madre de Dios no ve más que la distribuidora de

beneficios, principalmente de orden temporal; ni

una devoción de seguro descanso, que no piensa

más que en apartar de su vida la cruz de los

afanes, de las luchas, de los sufrimientos; ni una

devoción sensible de dulces consuelos y de

entusiastas manifestaciones, y ni siquiera, por muy

Page 6: Discurso Pío XII a las Congregaciones Marianas

santa que sea, una devoción demasiado

exclusivamente cuidadosa del propio provecho

espiritual.

Un congregante, verdadero hijo de María,

caballero de la Virgen, no puede contentarse con

un sencillo servicio de honor. Debe estar a sus

órdenes en todo: hacerse su guardián, el defensor

de su nombre, de sus excelsas prerrogativas, de

su causa, llevar a sus hermanos las gracias y los

favores celestiales de su Madre común, combatir

sin tregua bajo el mando de Aquella que «cunctas

hæreses interemit in universo mundo». Se ha

enrolado bajo su bandera con un compromiso

perfecto. No tiene ya derecho a dejar las armas

por miedo a los ataques o a las persecuciones. No

puede, sin ser infiel a su propia palabra, desertar y

abandonar su puesto de batalla y de honor.

Vosotros os habéis comprometido a

defender la Iglesia de Jesucristo. La iglesia lo sabe

y cuenta con vosotros, como en el pasado contó

con las generaciones de congregantes que os han

precedido. No quedó engañada su expectación.

Page 7: Discurso Pío XII a las Congregaciones Marianas

Vuestros mayores os han abierto y trazado

noblemente el camino.

En todas las luchas contra el contagio y la

tiranía de los errores y para la defensa de la

Europa cristiana, las Congregaciones Marianas

han combatido en primera línea con la palabra,

con la pluma y con la Prensa; en la controversia,

en la polémica y en la apología; con la acción,

sosteniendo el valor de los fieles, socorriendo a los

confesores de la fe, colaborando con su asistencia

y ayuda en el arduo y combatido ministerio de los

sacerdotes católicos, persiguiendo la inmoralidad

pública con métodos algunas veces singulares,

pero siempre enérgicos y eficaces. En alguna

ocasión, hasta con la espada en las fronteras de la

cristiandad para la defensa de la civilización, con

Sobieski, Carlos de Lorena, Eugenio de Saboya y

tantos otros caudillos, todos congregantes, como

mil y mil de sus soldados.

Pero, ¿para qué ir a buscar ejemplos en el

pasado, cuando en nuestros tiempos, y no en una

sola nación, millares y millares de heroicos

Page 8: Discurso Pío XII a las Congregaciones Marianas

congregantes han combatido y han caído

aclamando e invocando a Cristo Rey?

Nos, confiamos que sabréis llevar

dignamente el peso de tan gloriosa herencia. Más

aún: querríamos afirmar que el modelo del

católico, como la Congregación Mariana desde

sus orígenes se ha dedicado a formarlo, acaso

nunca ha estado tan de acuerdo con las

necesidades y con las contingencias de cada uno

de los tiempos como ahora, y que acaso ningún

otro tiempo lo ha exigido con tanta insistencia

como el nuestro.

Porque en realidad, ¿qué pide hoy la vida

en su aspecto civil? Hombres verdaderos,

hombres no de los que solamente piensan en

divertirse y atolondrarse como niños, sino

sólidamente templados y dispuestos a la acción,

para los cuales es deber sagrado no abandonar

todo lo que pueda servir a su perfeccionamiento.

Nos mismo quisiéramos ver en el rostro de la

juventud de hoy un poco más de la sana alegría

de otro tiempo. Pero hay que aceptar los tiempos

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como son; y el nuestro es grave, amargo y

dulcemente grave.

Este tiempo exige hombres que no teman

marchar por los ásperos senderos de la presente

misérrima condición económica y que sean

capaces de sostener también a los que la

Providencia ha puesto a su cuidado. Hombres, en

fin, que en el ejercicio de su profesión huyan de la

mediocridad y busquen aquella perfección que,

después de tanto desastre, exige de parte de

todos la obra de reconstrucción.

¿Y qué es lo que pide la Iglesia? Católicos,

verdaderos católicos, bien templados y fuertes. En

otra ocasión hablamos de la profunda

transformación social de nuestros tiempos. La

guerra la ha apresurado desmedidamente y puede

decirse que está ya casi realizada. Por desgracia,

bien reducido ha ido haciéndose, sobre todo en las

grandes ciudades, el número de quienes,

defendidos y guiados firmemente por la santa

tradición católica, que penetra y llena toda su vida,

avanzan eficazmente llevados por esta corriente

vigorosa. Es una crisis que alcanza a la mujer lo

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mismo que al hombre y a la juventud femenina no

menos que a la masculina. La mujer de hoy día se

ve arrastrada y sumergida en la lucha por la vida,

en las profesiones y artes, y ahora también en la

guerra. Más aún: es a ella a quien tal

transformación, tal trastorno de las condiciones

sociales más llega y más afecta.

La época presente tiene, pues, necesidad

de católicos que ya desde su primera juventud

tengan sólidas raíces en la fe para que no vacilen

aunque no se vean sostenidos y reconfortados por

el fervor de cuantos les circundan. Católicos que,

con la mirada fija en el ideal de las virtudes

cristianas de pureza y santidad y conscientes de

los sacrificios que ello impone, tiendan a ese ideal

con todas sus fuerzas en la vida cotidiana, rectos

siempre y sin que consigan doblegarles las

tentaciones y seducciones. He ahí, amados hijos e

hijas, un heroísmo muchas veces oscuro, pero no

menos precioso y admirable que el martirio

cruento.

La época actual pide católicos sin miedo,

para quienes sea cosa perfectamente natural

Page 11: Discurso Pío XII a las Congregaciones Marianas

confesar abiertamente su fe con palabras y actos

siempre que la ley de Dios y el sentimiento del

honor cristiano lo requieran. Verdaderos hombres

integérrimos, firmes e intrépidos. Los que no lo

son más que a medias se ven apartados,

rechazados y pisoteados por el mismo mundo de

nuestros días.

La formación de tales hombres y de tales

católicos ha sido siempre la mira de las

Congregaciones Marianas bien ordenadas y

activas. Ahora bien, vosotros sabéis que los

enemigos de Cristo y de su iglesia jamás dejan las

armas, aun cuando aparentan pacíficas

intenciones. Además de las persecuciones

sangrientas y de los asaltos violentos tienen otros

métodos de guerra: la perversión, la intoxicación

de los espíritus, a la que se añade la contribución

inconsciente de no pocos ilusos que se dejan

extraviar y seducir por ellos.

En estas luchas incesantes, la generosidad

y el valor, la piedad y la humildad, la constancia

infatigable son presupuestos indispensables en

todo congregante. Mas ello sólo no basta. Con la

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protección de Maria debéis ganar para Cristo a los

hombres de hoy; debéis combatir en favor de la

verdad con las armas de la verdad; pero, para eso,

es necesario saber manejarlas. ¿Y, cómo

conseguiréis adquirir esta segura maestría?

Antes que nada, con el estudio de la

religión y de su dogma, de su moral, de su liturgia,

de su vida interna y pública, de su historia. Ante

todo, pero no únicamente, sería romper con el

pasado de las Congregaciones de la Santísima

Virgen, en las que siempre se ha buscado, con los

medios más a propósito, e! favorecer la cultura,

tanto general como profesional, y ambas, ya se

comprende, en armonía con la calidad y el estado

personal de cada uno. Es ésta precisamente una

de sus características, de la que dan testimonio

sus academias; y, gracias al cielo, tal tradición no

ha sido abandonada.

Indudablemente, la cultura general y

profesional no pueden tener en todas partes la

amplitud conseguida, por ejemplo, en la

Congregación Mariana de Valencia, España,

donde las diferentes secciones jurídica, científica,

Page 13: Discurso Pío XII a las Congregaciones Marianas

literaria y técnica, dotadas de todos los

instrumentos de estudio y trabajo, especialmente

la sección médica, con su clínica y su dispensario,

aseguran a los congregantes - gracias a la

cooperación de los ilustres maestros,

pertenecientes también a la Congregación - un

puesto eminente en el campo de sus respectivas

profesiones.

Pero, aunque en medida más modesta, en

todas partes las Congregaciones dignas de tal

nombre tienen este cuidado, y muestran este

carácter propio suyo; en primer lugar, porque la

eficacia del trabajo apostólico de cada uno de los

congregantes depende en gran parte de su valor

intelectual, social y profesional y no solamente de

sus cualidades morales y espirituales. Además,

porque desde sus orígenes, las Congregaciones,

teniendo como finalidad la restauración de una

sociedad cristiana, han ejercido su apostolado

especialmente en las profesiones y por medio de

las profesiones.

Con el impulso de este ideal se han

formado separadamente, pero también en

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estrecha unión y colaboración entre sí,

Congregaciones para los diversos estados de la

vida y para todos los grados de la escala social,

desde las Congregaciones de sacerdotes, de

intelectuales, de caballeros y de damas de la alta

sociedad, de estudiantes universitarios de ambos

sexos hasta de los humildes limpiabotas de Beirut

o de los muchachos vendedores de periódicos de

Buenos Aires. De la Congregación de los

estudiantes de medicina de París salió el primer

núcleo de la Unión de San Lucas para médicos

católicos. Los Estados Unidos de América tienen

su Congregación de enfermeras.

Y para traer a la memoria un recuerdo personal

Nuestro de Munich, ¡qué riqueza de vida familiar

verdaderamente cristiana, qué valor y fervor en la

pública profesión de la fe, producía en la capital de

Baviera la benéfica acción de la Congregación

para hombres de San Miguel, entonces tan

floreciente! Finalmente, cerca, cerquísima de Nos,

en la Congregación Mariana de la Guardia Suiza,

bajo el nombre de Nuestra Señora del Rosario,

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estáis de alguna manera representados todos - de

día y de noche - junto a Nuestra persona.

Cuánto bien hacen estas Congregaciones

en sus ambientes respectivos! ¡Cuánto con su

cooperación a los fines comunes para los cuales

cada una aporta la contribución de su

especialidad! ¡Cuánto en las más variadas obras

de celo y caridad! Nuestro glorioso predecesor,

Pío XI, en una solemne ocasión recordó lo que las

Congregaciones «en toda su historia secular y

multisecular, han hecho en este campo, en estos

amplios horizontes de bondad, cooperando al bien

donde quiera que se presentase su necesidad y

su posibilidad y cooperando de las maneras más

humildes y más altas, más exquisitas y más

sencillas, ni más ni menos como una madre,

Reina, Patrona, como la suya podía enseñar a las

almas redimidas con la sangre de Jesucristo»

(Audiencia 30 marzo 1930).

Casi para confirmar la verdad de estas

palabras Nos habéis anunciado dos preciosos

dones: vuestros ricos obsequios espirituales que

nos sirven de gran apoyo y consuelo en el

Page 16: Discurso Pío XII a las Congregaciones Marianas

cumplimiento de Nuestro gravísimo oficio y

vuestros dones materiales, que Nos ayudarán a

proteger contra el frío a los míseros prófugos hijos

Nuestros amadísimos y hermanos vuestros en

Cristo. Pero nuestra gratitud va mucho más allá de

esta íntima aunque numerosa reunión. Se dirige a

todas las Congregaciones de todo el mundo que

han querido unirse a vosotros con el corazón y con

la oración.

De acuerdo con el precepto del Divino

Maestro y siguiendo el ejemplo incomparable de

su celestial Patrona y Madre, las Congregaciones

buscan hacer el bien «in absconditis», y las más

de las veces el Padre celestial, «que ve en el

secreto» (Mat 6, 4) es el único testigo. Muchas

veces prestan también a otras obras la aportación

de su actividad entregándoles los mejores

soldados.

No existe casi forma de apostolado o de

caridad de las que no hayan sido iniciadores en el

pasado, observando siempre las nuevas

necesidades para satisfacerlas, y las nuevas

aspiraciones para contentarlas. Estas obras,

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comenzadas modestamente por ellas, han tomado

luego impulso para volar con sus propias alas,

seguras siempre de tener en las Congregaciones

un apoyo y una participación tan solícita como

discreta.

¿Y cómo podría así dejar de recordar a dos

ardientes congregantes y fieles campeones de la

Acción Católica Italiana, Mario Fani y Juan

Acquaderni?

Pero, ¿cuál es el manantial íntimo de toda

esta fecundidad, sino la vida fervorosa, que,

alimentada por la devoción más tierna, y al mismo

tiempo, más eficaz a María, debe tender, según

vuestras mismas reglas, a la santidad? Mora

escondida en el secreto de los corazones; pero, a

pesar de todo, se la ve transparentarse en los

frutos que produce en las numerosas vocaciones

que hace brotar, en la admirable falange de

santos, de beatos y de mártires que la representan

en el cielo.

Amados hijos e hijas: bien podéis hacer

vuestra la piadosa invocación de San Juan Eudes

a la Virgen: «¡Qué reconocido os estoy (...) por

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haberme admitido en vuestra santa Congregación,

que es una verdadera escuela de virtud y de

piedad! (...) Y aquí tengo, oh, Madre de gracia,

una de las mayores gracias que yo he recibido de

mi Dios por vuestra intercesión» («El corazón

admirable de la sacratísima Madre de Dios»,

París, 1908. Lib. 12, página 355).

En la confianza de que sabréis

corresponder a tan gran beneficio con una

fidelidad cada vez mayor, mostrándoos cada día

más dignos de él, invocamos sobre vosotros y

sobre todos las congregantes esparcidos por el

mundo los favores de Jesucristo y de su santísima

Madre, mientras que con toda la efusión de

Nuestro corazón paternal os damos a vosotros, a

vuestras amadas familias, como augurio de las

más escogidas gracias, Nuestra paternal

Bendición Apostólica.

Roma, 20 de diciembre de 1945.