Cuando Magallanes salió de Sevilla con la intención

de dar la vuelta al mundo, no podía imaginar que

aquella aventura le costaría tantos sacrificios. Sólo

regresó una nave con 18 supervivientes. Todo viaje

que se hace a pecho descubierto deja secuelas,

sobre todo si es permanentemente de regreso.

Pero pasa a la historia.

Desde que aquella expedición tomó partida y los

barcos aún bajaban las aguas del Guadalquivir, su

único objetivo era volver. Sevilla es una ciudad de

vuelta de todo. Es el eterno punto de llegada de

cuantas personalidades la componen. Por eso estas

medallas de la ciudad son una especie de

circunnavegación sobre el océano de nuestras

esencias.

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Son medallas que van a lucir sobre el pecho de

muchos aventureros que, cada uno en su mundo, le

han dado la vuelta al de todos. Y se han dejado en el

camino muchos jirones de Sevilla, muchos ecos de

la ciudad. Repetir sus huellas supone, por tanto, ir

pisando Sevilla por cada rincón de sus vidas.

Lo cantó el legendario rockero Silvio, que representa

como nadie las hermosas secuelas que deja esta

ciudad en el alma: “Rezaré ante ti porque eres

madre universal”.

Yo rezaré también como Silvio, y como el

polifacético, humanista e inclasificable Eduardo

Ybarra, para que Sevilla esté siempre a la vuelta de

toda experiencia, para que sea la meta permanente

de todos los que la amamos sin condiciones.

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Mariano Bellver y su esposa, Dolores Mejías, se han

dejado la vida en su vuelta al mundo para buscar por

colecciones de todo tipo las obras de nuestros

costumbristas. Y a su regreso, después de mil

avatares e incluso penurias, su único objetivo ha

sido dejar su legado en la ciudad a cambio de nada.

Con las medallas que hoy les concedemos no les

estamos condecorando a ellos, sino a todos los

sevillanos, que hemos tenido siempre el orgullo de

ser agradecidos con quienes han puesto todas sus

naves a nuestra disposición sin pedir nada a cambio.

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La inmensa colección de los Bellver se mostrará

pronto en el Pabellón Real de la Plaza de América,

enfrente del Museo Arqueológico, donde a diario se

pueden respirar los suspiros de la catedrática de

Arqueología Pilar León-Castro, académica de

número de la Real Academia de la Historia y de la

Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de

Hungría.

He dicho muchas veces que nuestra historia es

también clave para nuestro futuro. Por eso el

reconocimiento a Pilar es sobre todo un impulso,

como el de Laura Roa, ingeniera eximia de nuestra

Universidad que representa la desbordante

excelencia que, gracias a las nuevas tecnologías, da

la vuelta al mundo sin salir de Sevilla.

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Su prestigio internacional es un honor para la ciudad.

Y lo mismo ocurre con otra viajera, Isabel Sánchez,

jugadora de baloncesto que ha ganado numerosos

títulos nacionales e internacionales, ha dejado su

sello en Estados Unidos y ha representado a nuestro

país por todas partes, nadando a veces

contracorriente, como el Club Náutico, que lleva más

de 60 años criando deportistas y forjando

campeones a la vera del río de nuestros sueños y

nuestros desvelos.

O con los empresarios Manuel Barea y Juan Ramón

Guillén, que se han obstinado en derribar falsos

mitos de nuestra ciudad a base de trabajo,

perseverancia, inteligencia y cultura del esfuerzo.

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El primero, recogiendo el testigo familiar con la

sabiduría y arrojo necesarios para progresar y

adaptarse a los nuevos tiempos. El segundo,

haciendo historia exportando trocitos de Sevilla en

botellas de oro líquido con olor a campo y etiquetas

de nuestro aceite.

Es también una vuelta al mundo la de Los Morancos

de Triana para exportar otra de nuestras más

exquisitas materias primas: el humor. César y Jorge

Cadaval son un ejemplo exacto de que nuestra

gracia no es un sambenito mal puesto, sino la

consecuencia de muchos años de trabajo denodado

y de esfuerzo a veces sin recompensa.

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Eso que se lo digan a Toni Benítez, que sigue

soñando cada día con vestir a la Giralda después de

haber conseguido ser uno de los mejores

diseñadores españoles de todos los tiempos gracias

a su pasión y respeto por el oficio.

No quiero ser sentencioso, porque para eso está hoy

aquí mi querido Antonio Moreno Andrade,

magistrado y exdecano de los jueces de Sevilla,

hombre de ley del que tomar ejemplo y enseñanza,

pero me atrevo a decir que las medallas que la

ciudad entrega a sus grandes hijos en esta festividad

del Santo Rey (y otra vez tengo que acordarme de

Silvio cuando el Rey don San Fernando conquistó

Sevilla), son una proclamación de justicia que está

por encima de sabios y jueces.

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Y también por debajo de cuerpos como la Cuarta

Unidad de Intervención Policial, que celebra su

vigésimo quinto aniversario de abnegación absoluta

por nosotros, de velar por la seguridad de los

sevillanos como ángeles de la guarda con uniforme.

La Hiniesta y las Cigarreras han cumplido 450 años

por encima de épocas, de corrientes, de veleidades,

de personas. Son el paradigma de esta aventura de

ciudad que navega por nuestras venas porque su

puerto de salida y llegada es siempre éste que me

señalo. El corazón. Ya sé que encomendarlo todo al

sentimiento es insuficiente. Sé que las cátedras, las

magistraturas, los teatros llenos, los triunfos

deportivos y los éxitos económicos no se consiguen

sólo a través de la emoción.

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Hay sobre todo que trabajar mucho para lograr cada

objetivo que nos ponemos en la vida. Pero también

es imprescindible tener fe. Creer en nosotros.

Apostar por nosotros. Mejorar lo que nos rodea. Y en

esa tarea el corazón también juega. Juega para que

podamos beneficiarnos del trabajo de Paz y Bien,

que lleva 35 años repartiendo su propio nombre a

quienes más lo necesitan para que todos seamos

iguales desde nuestras diferencias.

Y del de Unicef, porque una Ciudad Amiga de la

Infancia como la nuestra debe reconocer la labor de

quienes velan por mantener la sonrisa de quienes

escribirán nuestro futuro.

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Como del de la Fundación Sevillana Endesa, que

ilumina nuestro patrimonio para que esa luz guíe

nuestro destino, tomando como referencia las joyas

de nuestro pasado.

O de la Asociación de Donantes de Sangre, Tejidos

y órganos de Sevilla. ¿Qué son acaso todos estos

sevillanos que hoy se ponen la medalla de la ciudad,

sino donantes de su sangre? Son donantes del

tuétano de Sevilla, de su esencia, de su sustancia.

Son valientes que emprendieron un largo viaje

desde las aguas del Guadalquivir hasta las aguas

del Guadalquivir. Personalidades ante las que me

quito el sombrero en este acto final de un mandato

que para mí también ha sido un viaje de vuelta.

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Lo será siempre. Partí con una expedición

maravillosa en busca del talento de este paraíso

para reconocer e impulsar las virtudes de nuestra

ciudad y ahora regreso al puerto con la satisfacción

de haberme dejado el alma. He tenido la fortuna de

entregar medallas a personas que siempre he

admirado, desde Felipe González a Morales Padrón,

porque no he izado otra bandera en mi barco que la

de Sevilla. Una Sevilla mejor, más justa consigo

misma, más ambiciosa, más inconformista, en

definitiva más sevillana. En toda navegación es

fundamental el viento. Por eso yo me hago eco de la

famosa frase de Shopenhauer: “No hay ningún

viento favorable para quien no sabe a dónde se

dirige”.

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Rezaré, como Silvio, que proclamó que estar

descontento con este mundo es no haber entendido

nada, para que Sevilla le siga dando vueltas con

rumbo firme. Ojalá el nuevo viento sea plácido y

nunca dejemos de ponernos todos, vengamos de

donde vengamos, la medalla de la ciudad con orgullo

en cualquier parte y en cualquier circunstancia.

Sevilla es una medalla que siempre llevaré colgada

de mis entrañas. Enhorabuena a los galardonados y

felicidades a los sevillanos por mirarse en estos

espejos y por lanzarse a la aventura de seguir

trayendo oro a esta capital de nuestro mundo.

Gracias de corazón. No sé si mi corazón es

suficiente, pero siempre será vuestro.

Muchas gracias.

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