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DESPERTAR

TRAS LA MUERTE

EMMANUELS~DENBORG

DESPERTAR

TRAS LA MUERTE

El viaje del alma

hacia los reinos espirituales tras la muerte del cuerpo

EDICIONES OBELISCO

Si este libro le ha interesado y desea que le mantengamos informado de nuestras publi­caciones, escríbanos indicándonos qué temas son de su interés (Astrología, Aucoayuda,

Ciencias Ocultas, Artes Marciales, Naturismo, Espiritualidad, Tradición ... ) y gusrosamente le complaceremos.

Puede consultar nuestro catálogo en www.edicionesobelisco.com

Colección Nueva Consciencia DESPERTAR TRAS LA MUERTE

Emmanuel Swedenborg

1. a edición: mayo de 2006

Título original: Awaken from Death Traducción: Amalia Peradejordi

Maquetación: Marta Rovira

© 2006, Ediciones Obelisco, S.L. (Reservados los derechos para la presente edición)

Edita: Ediciones Obelisco S.L. Pere IV; 78 (Edif. Pedro IV) 3. a planta 5. a puerta

08005 Barcelona-España Te!. 93 309 85 25 - Fax 93 309 85 23

Paracas, 59 -1265 Buenos Aires (Argentina) E-mail: [email protected]

ISBN: 84-9777-286-5 Depósiro Legal: B-22.725-2006

Printed in Spain

Impreso en España en los talleres gráficos de Romanyá/Valls S.A. Verdaguer, 1 - 08076 Capellades (Barcelona)

Ninguna parte de esta publicación, incluso el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada, transmitida o utilizada en manera alguna

por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, de grabación o electrográfico, sin el previo consentimiento por escriro del ediror.

11 Despertar tras la muerte y entrar en la vida eterna

Cuando el cuerpo ya no puede seguir desempeñando sus funciones en el mundo físico, es decir, todas aquellas ac­tividades relacionadas con los pensamientos e inclinacio­nes de su espíritu (que la persona recibe del mundo espi­ritual), entonces, decimos que ha muerto. Esto sucede cuando el movimiento respiratorio de los pulmones, así como el movimiento sistólico del corazón se detienen.

No obstante, la persona no muere, sino que simplemen­te es separada de su componente físico, el cual le resultaba de gran utilidad en el mundo. La persona real sigue viva.

Decimos que sigue viva porque la persona no es una persona a causa de su cuerpo, sino a causa de su espíritu. El espíritu es el que crea los pensamientos, y éstos, junto con el afecto, son los que constituyen la persona.

De ello podemos deducir que, cuando alguien fallece, simplemente pasa de un mundo a atto. Éste es el motivo por el cual, en las Escrituras, el significado más profundo de la palabra «muerte» hace referencia a la resurrección y a la con­tinuidad de la vida.

Con lo que más íntimamente se comunica el espíritu es con la respiración y con los movimientos del corazón. Los

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pensamientos del espíritu se comunican con la respiración,

yel afecto, característica del amor, con el corazón. Así pues, cuando estos dos movimientos cesan en el cuerpo, inme­diatamente tiene lugar una separación. Estos dos movi­mientos (el movimiento respiratorio de los pulmones y el sistólico del corazón) son los verdaderos vínculos entre el cuerpo y el espíritu, cuya ruptura hace que lo único que permanezca sea el espíritu. El cuerpo, al carecer de la fuer­za de su espíritu, empieza a enfriarse y a descomponerse.

La razón por la cual el espíritu de una persona se co­munica mucho más profundamente con la respiración y con los movimientos del corazón se debe a que todas las funciones vitales del cuerpo dependen de estos dos movi­mientos, no sólo en general, sino también en todas y cada una de sus partes.

Después de esta separación, el espíritu de la persona sigue permaneciendo en el cuerpo durante un tiempo, pero nunca después de que el corazón se haya detenido completamente. Esto depende de la causa que haya pro­vocado la muerte de la persona porque, en algunos casos, el corazón sigue funcionando durante bastantes minutos y, en otros, durante muy pocos.

En el momento en el que esta función se detiene, la persona es despertada, esto es algo que únicamente puede hacer el Señor. «Despertan> significa sacar el espíritu de una persona fuera de su cuerpo para conducirlo hacia el mundo espiritual, es lo que normalmente se denomina «resurrección».

El hecho de que el espíritu de las personas no sea se­parado de su cuerpo antes de que el corazón haya dejado de funcionar se debe a que el corazón es el órgano que se

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corresponde con el afecto procedente del amor, determi­nante en la vida real de la persona, ya que todos consegui­mos el calor vital a través del amor. En consecuencia, esta correspondencia existe hasta que dura el vínculo, y como resultado la presencia de la vida del espíritu dentro del cuerpo.

De este modo se produce el despertar. No sólo lo sé porque así me lo han contado, sino porque las experien­cias de la vida también me lo han demostrado, por ello poseo un profundo conocimiento de cómo sucede.

Fui conducido a un estado de inconciencia en cuanto a lo que concernía a mis sentidos físicos, es decir, práctica­mente a la condición de las personas que se están murien­do. De todas formas, mi vida más interior, incluidos mis pensamientos, permanecieron intactos, de manera que podía seguir percibiendo y recordando las cosas que habían ocurrido, lo cual es algo que siempre suele sucederles a las personas que son despertadas de la muerte.

Me di cuenta de que mi respiración física se iba debi­litando por momentos, mientras que mi aliento espiritual seguía manteniéndose unido a la ligera, pero todavía per­maneciente respiración de mi cuerpo.

Después, se estableció una especie de comunicación entre los latidos de mi corazón y el reino celestial (dado que este reino se corresponde con el corazón de la perso­na). Incluso llegué a ver unos cuantos ángeles, algunos a cierta distancia y dos de ellos sentados en mi cabecera. Ello provocó la desaparición de todos mis afectos perso­nales, aunque los pensamientos y las percepciones siguie­ron estando ahí. Permanecí en ese estado durante varias horas.

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Entonces, los espíritus que me rodeaban se alejaron

de mí, declarando que ya estaba muerto. Se podía perci­bir un olor aromático, parecido al que desprenden los cuerpos embalsamados. Cuando los ángeles celestiales se hallan presentes, cualquier cosa que tenga que ver con un cadáver es percibida como algo aromático, es lo que im­pide a los espíritus el acercarse a él cuando lo huelen. Ésta es la forma en la que los espíritus malignos son manteni­dos alejados del espíritu de una persona en el preciso mo­mento en el que ésta es conducida hacia la vida eterna.

Los ángeles que estaban sentados junto a mi cabecera permanecían silenciosos, sólo sus pensamientos se comu­nicaban con los míos. Cuando estos pensamientos son aceptados, los ángeles saben que el espíritu de la persona ya está preparado para ser separado de su cuerpo. La co­municación de sus pensamientos tenía lugar a través de su mirada ya que, de hecho, ésta es la forma en que la comu­nicación de pensamientos se lleva a cabo en el cielo.

Mientras permanecía inmerso en mis pensamientos y percepciones con el fin de conocer y de recordar cómo tiene lugar el despertar, me di cuenta de que lo primero que intentaban descubrir los ángeles era cuáles eran mis pensamientos y si eran los mismos que los de las personas que mueren, normalmente sobre la vida eterna. Al mismo tiempo, también pude darme cuenta de que éstos querían mantener mi mente ocupada en tales pensamientos.

Más tarde me explicaron que, cuando muere el cuer­po, el espíritu de una persona es mantenido en su último pensamiento hasta que vuelve a los pensamientos deriva­dos del afecto y relacionados con el amor que sintiera en este mundo, tanto de forma general como particular.

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Sobre todo, se me permitió poder llegar a percibir y a sentir como una especie de visión, es decir, toda una serie de dibujos relacionados con los elementos más interiori­zados de mi mente y, por lo tanto, de mi espíritu, fuera de mi cuerpo. Me explicaron que esto era algo que hacía el Señor y que era el origen de toda resurrección.

Cuando los ángeles celestiales están con personas que han sido despertadas, no las abandonan, porque aman a todas y a cada una de ellas. Pero, cuando se trata de espí­ritus que no pueden mantener una amistad con los ánge­les celestiales por más tiempo, entonces, éstos desean apartarse de ellos.

Cuando esto sucede, los ángeles del reino espiritual del Señor acuden directamente hacia aquellos espíritus a quienes les está otorgado el beneficio de la luz. Porque, llegados a este punto, ya no ven nada, tan sólo piensan.

También me enseñaron el procedimiento. En cierta forma, estos ángeles parecían abrir el párpado del ojo iz­quierdo, moviéndolo hacia el puente de la nariz, de forma que el ojo quedaba abierto y capacitado para ver. Aunque la percepción total de un espíritu es que las cosas suceden de este modo, tan sólo se trata de una apariencia.

En cuanto los párpados han sido abiertos, algo bri­llante, pero borroso, se va haciendo cada vez más visible, al igual que cuando una persona se despierta y mira a su alrededor con los ojos medio abiertos. Llegado a este punto, esa brillante nebulosidad me pareció de un color celestial, pero entonces me explicaron que esto era algo que podía variar.

Después, sentí como si alguna cosa resbalara suave­mente por mi cara, provocándome un pensamiento espi-

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ritual. El sentir algo que roza la cara también es una apa­

riencia que sirve para describir que la persona ya ha pasa­do del pensamiento físico al pensamiento espiritual. Los ángeles siempre tienen mucho cuidado a la hora de pre­venir la aparición de cualquier concepto por parte de la persona que ha despertado, a no ser que éste proceda del amor. Entonces, le explican que es un espíritu.

Una vez les ha sido otorgado el beneficio de la luz, los ángeles espirituales ofrecen a los nuevos espíritus toda la ayuda que puedan necesitar en tales condiciones y les im­parten enseñanzas sobre las cosas que existen en la otra vida, pero sólo de forma comprensible para ellos.

Pero si no desean ser enseñados, entonces, aquellos que han sido despertados ansían liberarse de la compañía de estos ángeles. Sin embargo, no son los ángeles quienes se alejan de ellos, sino que son ellos mismos quienes se apar­tan de su lado. Yes que, realmente, los ángeles aman a todos los individuos y lo que más desean es poder resultarles de alguna utilidad, enseñarles lo que saben y conducirlos hacia el cielo. Los ángeles siempre disfrutan haciendo esto.

Cuando el espíritu de las personas se ha alejado de su cuerpo de esta forma es conducido por los buenos espíri­tus, quienes le ayudan y acompañan en todo momento. Pero si su vida en el mundo ya hizo que el llegar a man­tener una buena relación con los buenos espíritus resulta­se prácticamente imposible, entonces, también desean alejarse ahora de ellos. Esto sucede tan a menudo y tantas veces como sea necesario, hasta el momento en el que por fin encuentran el tipo de espíritus que se adaptan total­mente a su vida en el mundo y entre los que pueden se­guir manteniendo su misma clase de vida. Y, entonces,

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aunque resulte extraordinario, llevan el mismo tipo de vida que llevaban en el mundo real.

Sin embargo, esta fase preliminar de la vida después de la muerte, apenas dura unos pocos días. En las páginas siguientes, primero describiremos la forma en que son guiados de un estado a otro y, después, cómo son condu­cidos al Cielo o al infierno. Esto, también es algo que he llegado a saber a través de múltiples experiencias.

Hablé con algunas personas al tercer día después de su partida, momento en el que los acontecimientos anterior­mente descritos ya habían sido completados. Incluso hablé con tres personas que había conocido en la vida y les expliqué que, en estos momentos, se estaban prepa­rando los ritos de su funeral para proceder al entierro de sus cuerpos. Cuando les hablé de su «entierro», se queda­ron sumamente sorprendidos y asombrados, asegurando que estaban vivos: la gente sólo estaba enterrando aque­llo que les había servido en el mundo físico.

Después, se sintieron muy extrañados al observar que, mientras vivieron dentro de su cuerpo, jamás habían cre­ído en esta clase de vida después de la muerte, así como que casi todo el mundo que acudía a la iglesia, también compartiese su misma incredulidad.

Todas aquellas personas que, mientras están vivas, jamás llegan a creer en la vida del alma tras la muerte del cuerpo, no salen de su asombro cuando se dan cuenta de que realmente aún viven. Sin embargo, este tipo de perso­nas hacen amistad con otras de su misma especie, es decir, con personas que piensan igual que ellas y que son sepa­radas de aquellas que siempre han tenido fe en la vida eterna. La mayoría de estas gentes entran a formar parte

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de una de las comunidades del infierno por haber negado lo divino y despreciado los verdaderos valores de la Igle­sia. De hecho, mientras las personas sigan convenciéndo­se a sí mismas en contra de la vida eterna de su alma, tam­bién se estarán convenciendo en contra de todo cuanto pertenece al Cielo y a la Iglesia.

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21 Una persona no deja nada tras ella, excepto un cuerpo terrenal

Numerosas experiencias en el mundo espiritual me han demostrado que cuando las personas pasan del mundo fí­sico al mundo espiritual, cuando mueren, se llevan con ellas todo cuanto les pertenece o, mejor dicho, todo cuan­to pertenece a su personalidad, a excepción de su cuerpo terrenal. Porque cuando las personas entran en el reino espiritual, es decir, en la vida después de la muerte, siguen estando en un cuerpo muy parecido al que tuvieron en el mundo físico. No parece existir diferencia alguna, puesto que ellas mismas no sienten ni ven ningún cambio. Pero su cuerpo es espiritual y por ello es purificado y separado de los elementos terrenales. Además, cuando algo espiri­tual percibe o entra en contacto con algo espiritual, se comporta igual que cuando algo físico percibe o entra en contacto con algo físico.

En consecuencia, cuando las personas se convierten en espíritus, no se dan cuenta de que ya no están en el mismo cuerpo que habitaban cuando estaban vivas y, por ello, todavía no saben que están muertas.

Además, en el mundo espiritual, las personas conti­núan disfrutando de cualquier sensación interna o exter-

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na, tal y como hicieran en el mundo físico. Al igual que

antes, todavía son capaces de ver, de oír, de hablar, de oler y de saborear, así como de sentir una especie de presión a través del tacto. Todavía siguen pensando, reflexionando, deseando y anhelando y se sienten tan motivadas, ama­das o conmovidas como antes. Por ejemplo, una persona que haya disfrutado de la lectura o de la escritura podrá seguir leyendo y escribiendo igual que antes. En una pala­bra, cuando una persona pasa de una vida a otra, o de un mundo a otro, es como si se hubiese trasladado de lugar y se hubiese llevado con ella todas sus pertenencias. Esto nos lleva a la conclusión de que no podemos afirmar que las personas pierden todo cuanto poseen después de la muerte, ya que sólo es el cuerpo el que muere.

Incluso se llevan con ellas su memoria física, ya que si­guen conservando en su recuerdo todas las cosas que han visto, oído, pensado, leído o aprendido en este mundo, desde su más tierna infancia hasta el último momento de sus vidas. De todas formas, y puesto que todas las cosas que albergan en su memoria pertenecen al mundo físico, éstas no pueden ser reproducidas en un mundo espiritual y se vuelven inactivas, tal y como sucedería con una per­sona que dejase de pensar en ellas. Sin embargo, éstas pueden ser duplicadas si ello complace al Señor.

De todas formas, más adelante, seguiremos hablando de esta memoria y de su estado después de la muerte.

Aquellas personas que no se dejan guiar más que por la razón, son incapaces de creer en una vida después de la muerte, ya que esto es algo que no alcanzan a compren­der. y es que, aun en el caso de algo tan espiritual como esto, estas personas tan sólo pueden pensar en términos

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físicos. Por ello, cuando no pueden demostrar algo, es decir, verlo con sus propios ojos y tocarlo con sus propias manos, dicen que no existe, al igual que hiciese el apóstol Tomás (Juan 20:25,27,29).

Sin embargo, la diferencia entre la vida de las personas en el mundo espiritual y su vida en el mundo físico es substancial, tanto con respecto a sus sentidos externos, como con respecto a sus afectos. Las personas que están en el cielo poseen unos sentidos mucho más refinados (es decir, pueden oír y ver con mucha más precisión) y razo­nan con más inteligencia que cuando estaban en el mundo físico. Ello se debe a que estas personas pueden ver las cosas a través de la luz del Cielo, superior a la de la Tierra en muchos grados, y también pueden oír a través de una atmósfera espiritual, distinción también muy superior.

Podríamos comparar esta diferencia entre el mundo es­piritual y el mundo físico con la distinción entre lo daro y lo oscuro, entre la luz del día y la sombra de la noche. La luz del Cielo, al ser la luz de la divina verdad, proporciona a la vista de los ángeles una gran habilidad para poder dis­tinguir y darse cuenta de las cosas más pequeñas. Además, su sentido externo de la vista se corresponde a una especie de visión interior o discernimiento. En los ángeles, esta vi­sión exterior se halla relacionada de tal forma con la inte­rior que ambas pueden actuar al unísono y llegar por ello a poseer tanta intensidad. De esta misma forma, su oído tam­bién se corresponde a su percepción interna, lo cual favore­ce su discernimiento e intencionalidad. Así, y tanto a través del tono como de las palabras de aquel que está hablando, pueden darse perfecta cuenta de los más pequeños detalles concernientes a sus afectos y a sus pensamientos: las cues-

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tiones relacionadas con el afecto a través de su tono, y las

relacionadas con los pensamientos a través de sus palabras. Sin embargo, en los ángeles, los demás sentidos no se

hallan tan desarrollados ni tan refinados como el de la vista y el del oído, porque éstos, más que ningún otro, son los que sirven a su inteligencia y a su sabiduría.

Si los demás sentidos actuasen a este mismo nivel de refinamiento, restarían gran parte de luz y de intensidad a su sabiduría y los inducirían hacia el deleite de los distin­tos placeres y anhelos del cuerpo. Estos anhelos encubren y paralizan el discernimiento de tal forma que pueden lle­gar incluso a asumir un papel principal, tal como sucede con las personas de este mundo, quienes suelen mostrar un total desinterés y muy poca preocupación por las ver­dades espirituales mientras puedan seguir saciando sus gustos y continuar entregándose a los placeres del sentido físico del tacto.

A través de los frecuentes encuentros con la sabiduría de los ángeles del Cielo, podemos llegar a la conclusión de que los sentidos más interiorizados de estos ángeles, es decir, aquellos pertenecientes a sus pensamientos y a sus afectos, son superiores y se hallan mucho más perfeccio­nados que cuando estaban en el mundo físico. La diferen­cia entre el estado de las personas en el infierno y en el mundo también es substancial. La perfección y la calidad de los sentidos externos e internos de los ángeles que están en el Cielo es tan grande como la imperfección de aquellas personas que están en el infierno.

En cuanto al poder de retención de la memoria global de las personas procedentes de este mundo, éste me fue ampliamente demostrado en más de una ocasión. Tuve la

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oportunidad de poder ver y escuchar algunas cosas dignas de mención, por lo que me gustaría explicar alguna de ellas. Había personas que negaron muchos de los críme­nes y maldades que habían cometido durante su vida en el mundo físico, y para que la gente no pudiese seguir considerándolas inocentes de todas sus atrocidades, éstas fueron desveladas y revisadas desde su más tierna infan­cia hasta el final de sus días. La mayoría de estos casos es­taban relacionados con el adulterio y la prostitución.

Algunas personas habían engañado a otras a través de diabólicas maquinaciones e incluso también habían llega­do a robar. Sus artimañas y sus robos fueron repasados uno a uno. Muchas de estas cosas no eran conocidas por nadie excepto por ellas mismas. Sin embargo, no tuvieron más remedio que admitirlas (ya que éstas se les hicieron tan claras como la luz del día), junto con cada pensamien­to, intención, placer o temor que, en esos momentos, se habían combinado para agitar sus espíritus.

Hubo gente que había aceptado sobornos y que supo cómo aprovecharse de las decisiones judiciales. La memo­ria de estas personas fue examinada de forma similar y, a partir de ahí, todo cuanto habían realizado durante el ejer­cicio de sus profesiones fue revisado de principio a fin. Los detalles relacionados con el cómo y el porqué, el número de veces que se habían aprovechado de las circunstancias, así como sus intenciones y el estado de su mente fue reu­nido en sus recuerdos y expuesto ante su vista.

Esto también fue llevado a cabo con otras personas y, sorprendentemente, sus propios diarios, aquellos en los que habían escrito cosas tan íntimas como éstas, fueron abiertos y leídos ante ellas, página por página.

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Las personas que habían deshonrado la virginidad de

otras y violado su castidad también tuvieron que responder ante un juicio similar en el que fueron apareciendo todos los detalles concernientes a sus fechorías. Las caras de las vírge­nes, así como de otras mujeres, fueron reproducidas como si estuviesen allí, con los mismos escenarios, las mismas situa­ciones y las mismas voces. Era tan real como cuando se nos muestra algo ante la vista. En algunas ocasiones, estas de­mostraciones llegaban a durar incluso hasta varias horas.

Había una persona que, durante toda su vida, no había hecho más que menospreciar a los demás. Pude es­cuchar perfectamente sus despreciativas observaciones, así como sus malsanas difamaciones. Todo ello fue ex­puesto y presentado ante ella de forma clara y concisa, co­mo si se tratase de la vida real, aun a pesar de que todos estos detalles habían sido escrupulosamente ocultados por ella misma mientras vivió.

Había otra persona que había despojado de su herencia a un pariente por medio de astutas estratagemas. Sus actos también fueron examinados y juzgados de forma similar.

Por extraño que parezca, las pruebas de este engaño, es decir, todas las cartas y documentos que habían sido utilizados, fueron leídos ante mi presencia, sin omitir ni una sola palabra. Poco antes de su muerte y, aunque jamás se llegó a descubrir, esta misma persona, envenenó a uno de sus vecinos. Ello fue revelado de la siguiente forma: ante la persona había una especie de fosa cavada a sus pies desde donde apareció el vecino gritándole: «¿Qué es lo que me hiciste?». Entonces, todo fue descubierto: lo que este hombre había estado planeando hacer con su ve­cino, la forma en la que había estado hablando amistosa-

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mente con él y ofreciéndole una copa, así como todo lo que había sucedido después.

Una vez descubiertas todas las atrocidades que había cometido a lo largo de su vida, quedó suficientemente claro que, en lo más profundo de su ser, esta persona se

sentía fuertemente atraída por todo lo diabólico e infernal. En resumen, todos los espíritus que han abrazado la

maldad, reflejan claramente en ellos sus diabólicas accio­nes, sus crímenes, sus robos y sus engaños y artimañas. Todo ello es rescatado de su propia memoria y pasa a ser demostrado de forma evidente; no existe lugar alguno para la negación, puesto que todas las circunstancias con­comitantes resultan visibles al momento.

Incluso pude llegar a escuchar las cosas que había pensado una persona durante todo un mes, pues éstas fueron revisadas una a una por los ángeles y rescatadas de su memoria sin error; todos estos pensamientos volvieron a ser repetidos en la persona exactamente igual que el día en el que sucedieron.

A través de estos ejemplos, podemos llegar a la con­clusión de que, tras la muerte, las personas conservan con ellas toda su memoria y que no existe nada en el mundo, por oculto que esté, que no pueda ser desvelado en públi­co ya que, y de acuerdo con las palabras del Señor:

Pues nada hay oculto que no se descubra, y nada se­creto que no se conozca. Por lo cual, todo lo que di­jisteis en la oscuridad será oído a plena luz; y todo lo que hablasteis al oído, será proclamado a los cua­tro vientos.

(Lucas 2:2-3)

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Cuando las acciones de las personas son descubiertas

después de su muerte, los ángeles encargados de examinar­las, las miran atentamente a la cara. Después, este examen se extiende a través de todo el cuerpo, empezando por los dedos de una mano, luego por los de la otra y, a continua­ción, por todo el resto del cuerpo.

Puesto que no pude evitar sentirme realmente perple­jo ante este hecho, éste me fue revelado tal y como sigue. De la misma forma en la que tanto las intenciones de la mente como sus más recónditos pensamientos son graba­dos en el cerebro, ya que allí es donde se encuentran sus orígenes, éstos también son grabados en todo el cuerpo, porque cualquier elemento que tenga que ver con los pen­samientos o intenciones de una persona es trasladado desde sus orígenes hacia el resto del cuerpo, donde pasa a adoptar su forma definitiva. Por ello, las cosas que se ha­llan grabadas en la memoria de una persona y que se deri­van de sus pensamientos e intenciones, no sólo se hallan grabadas en su cerebro, sino también en todo su ser, si­guiendo las pautas que marcan todas y cada una de las partes de su cuerpo.

Ello me permitió darme cuenta de que la cualidad glo­bal de las personas es exactamente la misma que la cuali­dad de sus intenciones y, por lo tanto, también de sus pensamientos, incluso hasta el punto de que las personas malas llevan implícita en ellas su propia «maldad» y las personas buenas, su propia «bondad».

A través de toda esta serie de consideraciones, también podemos llegar a una conclusión sobre el significado del «Libro de la Vida», tantas veces mencionado en las Escri­turas. Realmente es como si todo, tanto las acciones como

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los pensamientos, estuviese escrito en la persona, como si estos pensamientos estuvieran siendo leídos en un libro recuperado de la memoria y visionados al igual que cuan­do el espíritu es examinado bajo la luz del Cielo.

Me gustaría añadir un suceso digno de mención rela­cionado con la forma en cómo permanece la memoria humana después de la muerte; un suceso que me conven­ció de que no son sólo las líneas generales las que persis­ten en la memoria, sino también los detalles más peque­ños, los cuales jamás son borrados de la mente.

Vi algunos libros escritos, iguales que los libros que había en el mundo físico y me informaron de que éstos eran fruto de la memoria de las personas que los habían escrito, sin omitir ni una sola palabra. De esta misma forma, los más mínimos detalles de todo también pueden ser extraídos de la memoria de las personas, incluidas aquellas cosas que ellas mismas habían olvidado durante su estancia en el mundo.

Entonces, me fue revelado el siguiente hecho: las per­sonas humanas poseen una memoria interior y otra exte­rior; la exterior pertenece a la persona física, mientras que la interior pertenece a la persona espiritual. Todo cuanto haya podido pensar, intentar, decir o hacer una persona, incluido aquello que haya podido ver y oír, pasa a grabar­se con todo detalle en su memoria interior o espiritual. No hay forma de destruir nada de cuanto queda grabado allí, puesto que todo es escrito en el espíritu y en los miembros del cuerpo, tal como ya había mencionado an­teriormente. Así pues, el espíritu es formado de acuerdo con los pensamientos y los actos procedentes de la inten­cionalidad.

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Sé que estas cosas pueden parecer muy extrañas y que en este estado resultan casi imposibles de creer pero, sin embargo, son totalmente ciertas.

Así pues, no creáis que nada de cuanto hayáis podido pensar o hacer en secreto vaya a permanecer oculto des­pués de la muerte. Pensad más bien que todas las cosas se harán visibles a la luz del día.

Sin embargo, aunque la gente siga conservando su me­moria exterior (o física) en realidad, después de la muerte, los elementos físicos que contiene ésta no aparecen de nuevo en la otra vida sino que, en su lugar, los que apare­cen son los elementos espirituales conectados a los natura­les por sus correspondencias. No obstante, cuando éstos son presentados a la vista, parecen conservar la misma forma que tuvieron en el mundo físico. Porque todas las cosas que son visibles en el Cielo se parecen mucho a las de la Tierra, incluso aunque no sean esencialmente físicas, sino más bien espirituales. De todas formas, como la me­moria exterior o natural concierne a algunos de estos as­pectos, dado que se deriva de lo que es material, es decir, del tiempo y del espacio, así como de otras cosas propias de la naturaleza, no le sirve al espíritu de la misma forma que le servía en el mundo físico. Porque, en este mundo, cuando las personas piensan de acuerdo con su nivel sen­sorial exterior y, al mismo tiempo, no lo hacen de acuerdo con su nivel sensorial interior o «intelectuaI», es porque han pensado de una forma física y no espiritual. Sin em­bargo, en la otra vida, cuando se convierten en espíritus, ya no piensan de forma natural física, sino espiritual. Pensar espiritualmente es pensar con «discernimiento» o «racio­nalidad». Éste es el motivo por el cual la memoria exterior

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o natural permanece inactiva por lo que concierne a los elementos materiales, y tan sólo entran en juego aquellos elementos que las personas han rescatado de los elemen­tos materiales, convirtiéndolos en racionales mientras esta­ban en el mundo.

El motivo del cese de toda actividad por parte de la me­moria exterior con respecto a sus elementos materiales se debe a que éstos no pueden salir de nuevo a la luz. De hecho, los espíritus y los ángeles hablan de acuerdo con los afectos y pensamientos que pertenecen a sus mentes. Así pues, las cosas que no se ajustan a éstas no pueden ser arti­culadas, tal como podemos deducir por las declaraciones concernientes a las conversaciones de los ángeles en el Cielo y a sus conversaciones con los humanos en el mundo físico.

De ahí se desprende el por qué las personas siguen siendo racionales aun después de su muerte, porque se han vuelto racionales debido al lenguaje y a los datos de este mundo, no por su habilidad con respecto a éstos.

Hablé con muchas personas que estaban convencidas de haber sido cultas mientras vivieron en el mundo debi­do a sus conocimientos sobre las lenguas muertas, tales como el hebreo, el griego y el latín, pero que no llegaron a desarrollar su habilidad racional por medio de lo que estaba escrito en estas lenguas. Algunas de ellas parecían tan simples como aquellas personas que no poseen nin­gún conocimiento sobre estas lenguas, mientras que otras parecían realmente estúpidas, aunque acompañadas por una cierta arrogancia, ya que se consideraban mucho más inteligentes que la mayoría de la gente.

Hablé con algunas personas que, mientra vivieron, siempre pensaron que la sabiduría dependía de aquello

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que tenían almacenado en la memoria. Estas personas lle­

naban sus memorias con una gran cantidad de datos y de conocimientos y no hablaban más que de ello. En conse­cuencia, llegó un momento en el que ya no sabían hablar por sí mismas, sino que se limitaban a imitar a otros; como consecuencia no consiguieron perfeccionar ninguna habilidad racional por medio de la memoria:.

Algunos de estos individuos eran bastante estúpidos, otros necios e insensatos, incapaces de captar ninguna ver­dad, ni de distinguir en absoluto lo que era verdad de lo que no lo era, encerrándose en toda clase de falsedades, cuya supuesta erudición consideraban como cierta. De he­cho, no sabían ver si algo era verdadero o no por ellos mis­mos, lo cual significaba que no podían ver nada racional­mente cuando escuchaban a otras personas.

También hablé con gente que, mientras vivió en el mundo, había escrito mucho sobre diferentes temas y, en consecuencia, eran considerados grandes eruditos en la mayor parte del planeta. Algunas de ellas podían pensar realmente con una cierta lógica sobre los temas relaciona­dos con la verdad, o sea sobre las cosas que eran verdade­ras y sobre las que no lo eran. Algunas comprendían la ver­dad mientras estaban hablando con personas envueltas en la luz de la verdad pero, después, seguían sin querer com­prender. Así pues, normalmente, estas personas solían negar las verdades cuando estaban entremezcladas en sus propias falsedades y, en consecuencia, en sí mismas. Algu­nas no eran mucho más inteligentes que la masa analfabe­ta. Es decir, cada una de estas personas había desarrollado su propia habilidad racional a su manera a través, por así decirlo, de los estudios que había compuesto y copiado.

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Pero, en cuanto a las personas que se opusieron a los verdaderos elementos de la Iglesia, que formaron sus pen­samientos dejándose guiar por datos e informaciones y que, a través de estos mismos medios, se convencieron a sí mismas de toda una serie de falsas perspectivas, no de­sarrollaron su habilidad racional. Tan sólo desarrollaron la habilidad para utilizar la lógica; una habilidad que la gente de este mundo considera como racionalidad. No obstante, se trata de una habilidad diferente a la de la ra­cionalidad. Se trata de la facultad de «demostrar» lo que uno desea, haciendo pasar las cosas falsas por verdaderas por medio de los preconceptos y de las falacias.

No hay forma de que personas así puedan ser «enca­minadas» hacia un reconocimiento de las cosas verdade­ras, puesto que las cosas verdaderas no pueden ser distin­guidas de las falsas, aunque las cosas falsas sí pueden serlo de las verdaderas.

Podemos comparar la habilidad racional de las perso­nas a un jardín o a un terreno fértil en el que todo crece. Su memoria es la tierra y sus datos e informaciones son las semillas. La luz y el calor del Cielo las hacen florecer; sin éstas, ninguna planta podría brotar. Esto último es lo que sucedería si la luz del Cielo (que es la divina verdad) yel calor del Cielo (que es el divino amor) no penetrasen en ellas. Son las únicas fuentes de la habilidad racional.

Los ángeles se sienten profundamente apenados al com­probar que la mayoría de las personas instruidas proporcio­nan un crédito natural a todo y, en consecuencia, bloquean las facultades más interiores de sus mentes, de forma que no pueden llegar a captar ningún elemento de la verdad a tra­vés de la luz de la verdad, que es la luz del Cielo. Como re-

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sultado, en la otra vida, pierden la facultad del pensamien­

to lógico, lo cual les impide poder utilizar los conceptos de la lógica para difundir falsas comprensiones entre la gente más buena y más sencilla y llevarlos por el mal camino. Por ello, todas estas personas son desterradas a áreas desiertas.

Un espíritu en particular se hallaba muy resentido porque no recordaba la mayoría de las cosas que había conocido mientras estaba en el mundo y se lamentaba por los placeres que se estaba perdiendo, los cuales tantos deleites le habían proporcionado durante su vida ante­rior. De todas formas, se le explicó que no se estaba per­diendo absolutamente nada y que seguía conociéndolo todo incluso los más mínimos detalles. Además, en el mundo en el que se encontraba ahora, el sacar fuera de su conciencia cosas como éstas era algo que no estaba permi­tido. Bastaba con que ahora poseyese la habilidad de poder pensar y hablar mucho mejor y con más perfección que antes, sin tener que someter su habilidad racional, tal como hiciera anteriormente, a graves confusiones y a las cosas físicas y materiales, las cuales no resultaban de nin­guna utilidad en el reino en el que se encontraba ahora. También se le explicó que contaba con todo lo necesario para adaptarse a las costumbres de la vida eterna; no había otra forma a través de la cual pudiera alcanzar la fe­licidad. Así pues, era una ignorancia creer que en este reino la inteligencia moría tras la desaparición y el letar­go de las cosas materiales de la memoria. En lugar de ello, la situación era la siguiente: a partir del momento en el que la mente puede ser apartada de las cuestiones senso­riales en la persona exterior (o cuerpo), ésta es elevada a cuestiones espirituales y celestiales.

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Algunas veces, en la otra vida, la naturaleza de la me­

moria se nos presenta de una forma visible únicamente

allí. Y, también allí, hay muchas otras cosas que se nos

presentan de tal forma ante la vista que, aquí, únicamente

podrían ser entendidas como conceptos. Allí, la memoria

más exterior adopta la forma de una especie de callo,

mientras que la interior adopta una forma parecida a la de

la sustancia medular que se encuentra en el cerebro huma­

no, lo cual nos permite poder distinguir una de otra.

Las personas cuya mayor preocupación durante toda

su vida física ha sido la de la memoria y que por ello no

han llegado a desarrollar su habilidad racional, poseen

algo parecido a una callosidad, con una especie de tendo­

nes fibrosos que salen de su interior. Las personas que han

llenado su memoria con falsedades, tienen algo parecido a

una cosa peluda y tupida, debido a la gran cantidad de

material desorganizado. Las personas que siempre han es­

tado preocupadas por la memoria debido al amor hacia sí

mismas y hacia las cosas mundanas, tienen algo que pare­

ce estar como pegado y calcificado. Aquellos que han de­

seado sondear los secretos divinos por medio de informa­

ciones externas, sobre todo filosóficas, y que no han que­

rido creerse nada hasta no haber quedado convencidos a

través de estos medios, poseen una memoria que aparece

oscurecida por unos rayos que absorben la luz y la convier­

ten en sombra. En cuanto a la gente falsa e hipócrita, su

memoria se asemeja a algo duro, de apariencia ósea, muy

similar al mármol, y refleja rayos luminosos.

Pero en las personas que siempre han estado involu­

cradas en la bondad del amor y en la verdad de la fe, este

tipo de callosidades no es visible en ellas, puesto que su

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memoria más interior envía unos rayos luminosos hacia su memoria exterior, donde éstos encuentran su punto final en lo que se refiere a los conceptos de esta memoria exterior o, por decirlo de otra forma, su base o fundamen­to. Porque la memoria exterior es el último miembro de una secuencia en la que los elementos celestiales yespiri­tuales encuentran su punto final y llegan hasta allí para descansar, siempre y cuando haya buenos y verdaderos elementos en ellos.

Mientras viven en este mundo, las personas que aman al Señor y se preocupan por sus semejantes, poseen una inteligencia angelical, pero ésta se halla oculta en lo más profundo de su memoria interior.

No hay forma de que esta inteligencia y esta sabiduría se manifiesten ante ellas sin antes haber sido despojadas de lo físico. Entonces, la memoria natural se adormece y las personas despiertan a una memoria mucho más inte­riorizada y, después, poco a poco, a una memoria real­mente angelical.

Ahora expondremos brevemente cómo se desarrolla una habilidad racional. Una verdadera habilidad racional está constituida de verdaderos, y no de falsos, elementos: todo cuanto esté constituido de falsos elementos, no puede ser racional. Existen tres clases de elementos verda­deros: los elementos cívicos, los morales y los espirituales.

Los verdaderos elementos CÍvicos están relacionados con todo lo que tiene que ver con las decisiones lega­les, con los tipos de gobierno de las naciones y, en general, con todo cuanto sea justo y honrado dentro de este ámbi­to. Los verdaderos elementos morales se hallan relaciona­dos con la vida personal de cada individuo respecto de su

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vinculación con los grupos y asociaciones, generalmente relacionadas con aquello que es honesto y recto y, en par­ticular, con aquello que refleja toda clase de virtudes. Sin embargo, los verdaderos elementos espirituales están rela­cionados con todo aquello que concierne al Cielo y a la Iglesia, así como con la bondad que pertenece al amor y

con la verdad que pertenece a la fe. En todo individuo existen tres niveles de vida: el pri­

mer nivel, en el que se pone de manifiesto la capacidad racional a través de los verdaderos elementos cívicos; el segundo nivel, en el que se pone de manifiesto la capaci­dad racional a través de los verdaderos elementos morales y, el tercero, en el que ésta se pone de manifiesto a través de los verdaderos elementos espirituales. Pero una habili­dad racional no se forma ni se manifiesta porque los in­dividuos conozcan estos elementos, sino porque viven de acuerdo con ellos. «Vivir de acuerdo con ellos» significa amarlos con un afecto espiritual, y «amarlos con un afec­to espiritual» significa amar aquello que es justo y since­ro, simplemente porque es justo y sincero; amar aquello que es honesto y recto, porque es honesto y recto y amar aquello que es bueno y verdadero, porque es bueno y ver­dadero. Por otra parte, vivir en ellos y amarlos con un afecto físico, es amarlos por el prestigio, por la reputación y por los beneficios que éstos puedan reportar. Así pues, las personas son irracionales hasta el punto de amar estos verdaderos elementos con un afecto físico. No los aman realmente, sino que aman la forma en que éstos pueden llegar a servirles, de la misma manera que un esclavo sirve a su amo. Y cuando las cosas verdaderas pasan a conver­tirse en un grupo de esclavos, no facilitan la apertura de

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ninguno de los tres niveles de esta habilidad racional, ni

siquiera del primero. Simplemente, se limitan a permane­cer en la memoria de las personas, al igual que otros datos materiales y las vinculan al amor hacia sí mismas, el cual es un amor físico.

De acuerdo con estas bases, podemos establecer la forma en que se vuelve racional una persona, en el tercer nivel, a través de un amor espiritual hacia la bondad y la verdad, pertenecientes al Cielo y a la Iglesia, en el segun­do nivel, a través de un amor hacia lo que es honesto y recto y, en el primer nivel, a través de un amor hacia lo que es justo y correcto. Además, estos últimos dos amores se convierten en espirituales debido a un amor espiritual hacia lo que es bueno y verdadero, porque éste penetra en ellos, vinculándose a ellos y, por así decirlo, también pasa a formar parte de ellos.

Los espíritus y los ángeles poseen tanta memoria como las personas que viven en la Tierra. Las cosas que han visto, oído, pensado, hecho o intentado hacer, permanecen junto a ellos y sus facultades racionales siguen desarrollándose constantemente a través de su memoria, hasta la eternidad.

Éste es el motivo por el cual los espíritus y los ángeles son perfeccionados en inteligencia y en sabiduría por medio de sus ideas sobre lo que es bueno y verdadero, al igual que sucede con las personas que viven en la Tierra.

U na gran cantidad de evidencias me han permitido lle­gar a conocer que los espíritus y los ángeles poseen memo­ria. De hecho, pude ver que todo cuanto habían pensado y

hecho, tanto secreta como abiertamente, salía de sus me­morias cuando se hallaban en compañía de otros espíritus. Entonces, también pude darme cuenta de que las personas

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que habían estado involucradas en alguna cuestión relacio­nada con la verdad, eran iniciadas en las ideas y, por lo tanto, en la inteligencia y, después, conducidas hacia el Cielo.

Pero debéis saber que nadie puede ser iniciado en las ideas y, por lo tanto, en la inteligencia, más allá del nivel de afecto y de bondad que poseyera en el mundo físico. Cada espíritu y ángel conserva la misma cantidad y cuali­dad de afecto que tuviera en el mundo. Después, éste va siendo llenado y, por lo tanto, perfeccionado hasta la eter­nidad. Porque no hay nada que no pueda seguir siendo llenado hasta la eternidad; de hecho, todo puede ser di­versificado en un infinito número de formas y, por ello, enriquecido a través de distintos elementos, siendo así multiplicado y convertido en algo fructífero. No existe final para las cosas buenas, porque éstas proceden del In­finito.

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31 La calidad de la persona después de su muerte

Gracias a las Escrituras, todo cristiano sabe que la vida de cada individuo permanece con él después de su muerte. Porque en muchas partes de éstas se afirma que las perso­nas serán juzgadas y recompensadas de acuerdo con sus actos y con sus obras.

Además, todo aquel cuyos pensamientos estén basa­dos en la bondad y en lo que es realmente verdadero, no puede evitar ver que una persona que vive inmersa en la bondad, irá al Cielo, mientras que una persona que vive inmersa en la maldad, irá al infierno.

De todos modos, las personas involucradas en la maldad, no están dispuestas a creer que su estado después de la muer­te dependerá de la vida que hayan podido llevar en este mundo. Más bien suelen pensar (sobre todo cuando caen en­fermas) que el Cielo está garantizado por pura misericordia, sin tener en cuenta cómo se ha vivido, y que éste depende de una fe que, según ellas, nada tiene que ver con la vida.

Tal como he mencionado anteriormente, en las Escri­turas existen muchos pasajes en los que se afirma que las personas serán juzgadas y recompensadas de acuerdo con sus acciones y con sus obras.

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A continuación, me gustaría citar algunos de ellos a

este respecto:

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El Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles y, entonces, recompensará a cada cual de acuerdo con su conducta. (Mateo 16:27)

Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, que descansen de sus fati­gas, pues sus obras los siguen. (Apocalipsis 14:l3)

y os daré a cada uno según vuestras obras. (Apoca­lipsis 2:23)

Vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie, ante el trono, y los libros fueron abiertos. y fue abierto otro libro, que es el de la vida; y los muertos fueron juzgados por lo que estaba escrito en los libros, de acuerdo con sus obras.

[ ... ] El mar dio los muertos que en él estaban; y la muerte y el Hades dieron los muertos que en ellos estaban; y todos fueron juzgados según sus obras. (Apocalipsis 20:12-l3)

Mirad, vengo enseguida. Y traigo conmigo el salario para dar a cada uno según sus obras. (Apocalipsis 22:12)

En fin, todo aquel que escuche mis palabras y las ponga en práctica, se parecerá al hombre sensa­to que construye su casa sobre una roca. Y todo

aquel que escuche mis palabras, pero no las pon­ga en práctica, se parecerá al hombre insensato que construye su casa sobre la arena. (Mateo 7:24,26)

No todo el que me dice: ¡Señor, Señor!, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que cumpla la volun­tad de mi Padre que está en los Cielos. Muchos me dirán ese día: «¡Señor, Señor!, ¿acaso no profetiza­mos en tu nombre, en tu nombre arrojamos demo­nios y en tu nombre hicimos muchos prodigios?». Pero, entonces, yo les diré abiertamente: «Jamás os conocí; apartaos de mi, ejecutores de maldad». (Mateo 7: 21-23)

Entonces, empezaréis a decir: «Hemos comido y bebido en tu presencia, y has enseñado en nues­tras plazas». Pero, él os dirá: «No sé de dónde sois; alejaos de mi, ejecutores de injusticia». (Lucas 13:25-27)

y así les pagaré, de acuerdo con sus acciones y según las obras de sus manos. (Jeremías 25:14)

(Yahveh), cuyos ojos están abiertos sobre todos los caminos de los hijos de Adán, para retribuir a cada uno de ellos según su conducta y según el fruto de sus obras. (Jeremías 32:19)

Los castigaré por su conducta y los recompensaré según sus obras. (Oseas 4:9)

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Yahveh obró con nosotros según nuestros caminos

y nuestras acciones, tal como había determinado hacer. (Zacarías 1 :6)

Cuando el Señor predice el Juicio Final, tan sólo examina las obras, y en Mateo 25:32-46 afirma que todas aquellas personas que hayan obrado bien, entrarán en la vida eter­na; mientras que todas aquellas que hayan obrado mal, serán condenadas. Este mismo punto de vista se nos pre­senta en otros muchos pasajes relacionados con la salva­ción y con la condena de los hombres.

Podemos observar que tanto las acciones como las obras forman parte de la vida exterior de los hombres y que la calidad de su vida interior adopta una forma visi­ble a través de éstas.

No obstante, cuando nos referimos a las «acciones y a las obras», no sólo nos referimos a aquellas que aparecen en su forma exterior, sino también a las interiores. De hecho, todos podemos damos cuenta de que tanto las ac­ciones como las obras proceden de los pensamientos e in­tenciones de una persona. Y si no proceden de esta fuente, tan sólo serán un movimiento; un tipo de movimiento muy parecido al producido por las máquinas o por los mo­delos. Así pues, en sí misma, una acción o una obra no es más que un resultado que adopta su alma y su vida de las intenciones y del pensamiento. En consecuencia, se trata del aspecto exterior de las intenciones y del pensamiento.

De ello se deriva que la calidad de las intenciones y del pensamiento que provoca la realización de una acción o de una obra sea la que determine la calidad de dicha obra o acción. Por ello, si la intención o el pensamiento

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son buenos, las acciones y las obras serán buenas, mien­tras que si la intención y el pensamiento son malos, las acciones y las obras también lo serán, aunque exterior­mente ambos tipos de acciones puedan resultar parecidas.

Miles de personas pueden comportarse de forma simi­lar ante nosotros, es decir, realizando toda una serie de acciones parecidas, tan parecidas que apenas podríamos reconocerlas por su forma exterior. Pero, en sí misma, cada una de estas acciones es distinta, puesto que cada una procede de una intención diferente.

Tomemos como ejemplo el comportarnos de una for­ma honesta y bondadosa con nuestros semejantes. Una persona puede adoptar este tipo de comportamiento con el

único propósito de parecer honesto y bondadoso en bene­ficio propio y de cara a su prestigio personal. Otra puede hacer lo mismo para conseguir aquello que desea en este mundo y en su propio provecho; una tercera persona puede actuar así buscando un reconocimiento y una re­compensa; una cuarta para conservar una amistad; una quinta por miedo a desobedecer las leyes y a perder su re­putación y posición social; una sexta para convencer a al­guien de sus propias intenciones, que muy bien pudieran ser diabólicas; una séptima para poder engañar a los demás y, otras, por toda una serie de razones de semejante índole. Sin embargo, y a pesar del hecho de que las acciones de todas estas personas puedan parecer buenas (porque el comportarse de forma honesta y bondadosa con un seme­jante es algo que realmente está muy bien) siguen carecien­do de bondad y se convierten en malvadas, ya que no han sido realizadas por amor a la honestidad y a la bondad, sino por amor hacia uno mismo o hacia el mundo. Las per-

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sonas que utilizan así la honestidad y la bondad son como

esclavos que trabajan para su amo, quien los desprecia y los despide cuando no hacen bien su trabajo.

Las personas que, interiormente, sienten un verdadero amor hacia todo cuanto es honesto y bondadoso, también se comportan honesta y bondadosamente con sus seme­jantes. Algunas de ellas actúan así guiadas por sus creencias o por su obediencia, porque así lo mandan las Escrituras. Otras actúan de acuerdo con su fe, o conciencia porque, para ellas, el comportarse así es algo que forma parte de su religión. Otras actúan movidas por su deseo de amar a los demás, porque hacer el bien a una persona es algo que hay que tener muy en cuenta. Y otras actúan guiadas por el amor que sienten hacia el Señor y se muestran bondadosas sin esperar nada a cambio. Aquellos que son honestos y justos aman lo que es honesto y justo, porque proviene del Señor, y porque el elemento divino que proviene del Señor se halla en su interior y también los convertirte en divinos cuando son observados en su verdadera esencia.

Puesto que las acciones y las obras de estas personas son buenas interiormente, también lo son exteriormente. Porque, tal y como ya hemos mencionado con anteriori­dad, toda la calidad de las acciones y de las obras depende de la de los pensamientos e intenciones de donde proce­den. Sin ello, no serían acciones ni obras, sino simples mo­vimientos mecánicos. A través de todas estas consideracio­nes, podemos llegar a saber lo que significan las «acciones» y las «obras» de acuerdo con las Escrituras. Las acciones y las obras, al proceder de las intenciones y de los pensa­mientos, también proceden del amor y de la fe. Por lo tanto, su calidad siempre dependerá de la calidad de este

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amor y de esta fe, porque no existe diferencia alguna entre el «amor» o la «intención» de una persona, ni tampoco entre su «fe» o su «pensamiento». Si una persona ama algo, pondrá toda su intención en ello y, si cree en algo, lo hará. Si las personas aman aquello en lo que creen, entonces in­tentarán llevarlo a cabo y lo realizarán en la medida de sus posibilidades.

Todo el mundo es capaz de reconocer que el amor y la fe forman parte de las intenciones y del pensamiento hu­mano y que no se trata de algo exterior a ellos, puesto que las intenciones son las que encienden el amor, y los pen­samientos son los que iluminan la fe. En consecuencia, las únicas personas iluminadas son aquellas que son capaces de pensar sabiamente. y es precisamente en proporción a esta iluminación como piensan en lo que es verdadero e intentan lo que es verdadero, o creen en lo que es verdad y aman lo que es verdad, lo cual, en definitiva, viene a ser lo mismo.

No obstante, debemos saber que las intenciones son las que hacen a la persona. Los pensamientos influyen en las personas en la medida en que provienen de las inten­ciones, y las acciones y obras proceden de ambos. También podría decirse que el amor es el que hace a la persona y que la fe influye en las personas en la medida en que proviene del amor, y que las acciones y obras proceden de ambos. Por consiguiente, podemos deducir que la intención o el amor son los que constituyen a la verdadera persona. Por­que las cosas que proceden de éstos, pertenecen a la fuente de la que provienen; «proceder» significa ser conducido y presentado de una forma adecuada a la percepción y a la visibilidad.

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A través de estas consideraciones, podemos llegar a conocer lo que significa la fe sin amor. No se trata de una verdadera fe, sino tan sólo de una mera información sin ninguna vida espiritual en su interior. De este mismo modo, también podemos llegar a la conclusión de lo que representa una obra o una acción sin amor. Nunca será una obra o una acción a favor de la vida, sino de la muerte. Puede contener algo que se parezca a la vida, de­bido a lo malvado de su amor y a la falsedad de su fe. Este «algo que se parece a la vida» es lo que llamamos «muerte espiritual». Además, también debemos saber que la totalidad de la persona se halla presente en sus obras o acciones, y que sus intenciones y pensamientos (o su amor y fe), que son los elementos más interiores, no son completados hasta que no se ven reflejados a tra­vés de sus acciones o de sus obras, que son los elemen­tos más exteriores. El aspecto interior de la personalidad encuentra su forma de manifestación a través de su as­pecto más exterior. Si no pudiese ser manifestado a tra­vés de éste, entonces, todos estos elementos más interio­res serían como entidades indefinidas que todavía no han cobrado vida y que, por lo tanto, todavía no se ha­llan presentes en la persona.

Pensar en algo y tener la intención de hacerlo, pero no mover un dedo por ello cuando es posible, es lo mismo que un fuego encerrado en un contenedor, que se va apa­gando por sí mismo, o una semilla plantada en tierra es­téril que no florece y muere junto con su poder para re­producirse. Pero el pensar en algo, tener la intención de hacerlo y actuar en consecuencia es como un fuego que proporciona calor y lo ilumina todo. Es como una semi-

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lla plantada en tierra fértil que crece y se convierte en árbol o en flor y se halla realmente presente.

Todos somos capaces de reconocer que tener inten­ción de hacer algo pero no hacerlo, no es intentarlo real­mente, y que amar pero no actuar con bondad, tampoco es amar en realidad. Simplemente es pensar que con la in­tención será suficiente; es decir, un mero pensamiento que se desvanece y termina por desaparecer.

El amor y las intenciones son la verdadera alma de una acción o de una obra. Esta alma toma cuerpo a través de las cosas honestas y bondadosas que realiza la persona. De aquí es de donde procede el cuerpo espiritual de la persona, es decir, el cuerpo de su espíritu. Éste se halla formado en su totalidad por las cosas que realiza la persona por medio de su amor o de sus intenciones. En resumen, todos y cada uno de los elementos, tanto de las personas como de sus espíri­tus, se ven reflejados a través de sus acciones y de sus obras.

Esto nos permite llegar a la conclusión de lo que sig­nifica la vida que conservan las personas después de su muerte. Se trata de su amor y, por consiguiente de su fe y no sólo en potencia, sino también en actos. Así pues, se trata de sus acciones y de sus obras, dado que éstas con­servan en su interior todos los elementos del amor y de la fe de los hombres.

Existe un «amor dominante» que la persona conserva después de su muerte y que no cambia jamás durante toda la eternidad. Todas las personas poseen un considerable número de amores, pero todos vuelven al amor dominan­te y se funden en él.

Todos los elementos de intención que están en armo­nía con el amor dominante se consideran «amores» por-

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que son amados. Algunos de estos amores son más inte­riores y otros más exteriores; algunos se hallan vinculados directamente entre sí y, otros, indirectamente; algunos están muy cerca, otros más lejos, y existen muchos tipos de subordinaciones.

Tomados en su conjunto, forman una especie de reino. De hecho, así es como están organizados en el inte­rior de una persona, incluso aunque ésta se muestre total­mente inconsciente de su organización. De todas formas, esto es algo que, hasta cierto punto, se les da a conocer a las personas en la otra vida, ya que allí los pensamientos y los afectos que dependen de esta organización disponen de un mayor alcance. Si el amor dominante está compues­to por amores del Cielo, es un gran paso hacia las comu­nidades celestiales, pero un gran paso hacia las comunida­des infernales si el amor dominante está compuesto por amores del infierno.

A través del párrafo anterior, el lector puede llegar a la conclusión de que los pensamientos y los afectos de los espíritus y ángeles poseen un gran alcance dentro de las comunidades.

Pero todo cuanto hemos mencionado hasta ahora concierne tan sólo al pensamiento de una persona racional. Con el fin de presentar todas estas cuestiones bajo el punto de vista de la percepción, me gustaría añadir algunas expe­riencias para poder ilustrar y reforzar los siguientes puntos:

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l. o Después de la muerte, lo que permanece de las personas son su amor y sus intenciones.

2. o Durante la eternidad, las personas siguen sien­do igual que lo que eran antes en cuanto a lo

que concierne a sus intenciones y a su amor dominante.

3. o Las personas que poseen un amor celestial y es­piritual van al Cielo, mientras que las que pose­en un amor físico y mundano, sin ningún asomo de amor celestial o espiritual, van al infierno.

4. o Las personas no conservan su fe si ésta no pro­cede de un amor celestial.

S. o Lo que permanece es el amor convertido en acto; por lo tanto se trata de la propia vida de la persona.

6. o Después de su muerte, la persona se convierte en su amor y en sus intenciones.

Yo pude llegar a esta conclusión a través de toda una serie de experiencias observadas una y otra vez. Todo el Cielo se halla dividido en comunidades regidas por la bondad procedente del amor. Cualquier espíritu que llega hasta el Cielo y se convierte en ángel, es conducido a la comuni­dad en la que se encuentra su amor y, una vez allí, ambos están en el lugar al que pertenecen y, por así decirlo, es como si pensasen que están en casa, allí donde nacieron. Todos los ángeles experimentan estas sensaciones y enta­blan amistad con aquellos que se parecen a ellos.

Cuando abandonan este lugar y se van a otro, experi­mentan una constante y verdadera resistencia. Éste es el efec­to de su deseo por volver con aquellos que son como ellos, es decir, con el amor dominante. Así es como se forman las buenas amistades en el Cielo. Lo mismo sucede en el infier­no, donde las personas también entablan amistades, pero regidas por un amor totalmente opuesto al celestial.

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Así pues, podemos establecer que, después de su muer­te, las personas se convierten en su amor por el hecho de que, tras la muerte del cuerpo, también existe un cambio, es decir, una especie de traslado de aquellos elementos que no se hallan en consonancia con el amor predominante. Si una persona es buena, entonces, todo elemento disonante o desagradable será alejado de ella o eliminado y, de esta forma, terminará instalándose en su propio amor. Lo mismo ocurre con las personas que son malas (la única di­ferencia estriba en que, en este caso, las cosas buenas son alejadas de ellas, mientras que las falsas permanecen) has­ta que, al final, lo único que queda en ellas es su propio amor. Esto tiene lugar cuando el espíritu de la persona es conducido al tercer estado, anteriormente descrito. Una vez tiene lugar este hecho, las personas vuelven constante­mente sus rostros hacia su amor interior, manteniéndolo siempre ante su vista, vayan donde vayan.

Mientras siguen conservando su amor dominante, todos los espíritus sin excepción pueden ser conducidos a cual­quier lugar. Son incapaces de resistirse a ello, incluso aunque sepan lo que está sucediendo y piensen que lograrán hacer­lo. Con frecuencia se han hecho intentos para ver si pueden actuar contrariamente a este amor, pero todo ha sido en vano. Por decirlo de algún modo, su amor es como una es­pecie de cadena atada a su alrededor, mediante la que van siendo arrastrados y de la cual no pueden escapar.

Con las personas de este mundo sucede exactamente lo mismo: su amor es el que las dirige y también son arrastradas por los demás a través de este amor. Pero, este hecho todavía se acusa más cuando se convierten en espí­ritus ya que, entonces, no se les permite reflejar la aparien-

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cia de ningún otro amor, ni llegar a pretender un amor que realmente no sea el suyo.

Cualquier asociación personal que tenga lugar en la otra vida evidencia el hecho de que los espíritus de las personas son su amor dominante porque, de hecho, siempre que al­guien actúa y habla de acuerdo con el amor de otro, esta persona parece sentirse perfectamente realizada y muestra un rostro animado y lleno de vida y alegría. Pero, cuando al­guien habla y actúa en contra del amor de otro, el rostro de esta persona empieza a cambiar, a volverse confuso y a desa­parecer ante la vista. y, finalmente, la persona entera puede llegar a desaparecer, como si ésta jamás hubiese estado allí. Con frecuencia me he sentido muy extrañado ante este hecho, puesto que no existe nada igual aquí, en la Tierra. Sin embargo, me han asegurado que algo parecido a esto es lo que le sucede al espíritu de una persona, el cual ya no vuelve a encontrarse nunca más ante la vista de otra cuando es rechazado por ésta.

También he podido comprobar que el espíritu es el amor dominante de la persona a través del hecho de que, en el mundo espiritual, las personas se aferran y exigen como suyo todo cuanto se adapte a su amor, mientras que se desprenden y reniegan de todo cuanto no congenie con éste. El amor de cada cual es como una especie de tronco de árbol poroso y esponjoso que absorbe los fluidos que favo­recen el crecimiento de sus propias hojas y repele los demás. Es igual a cualquier tipo de animal que reconoce sus alimentos y busca los apropiados a su naturaleza, evitando aquellos que no lo son. Todo amor desea ser alimentado con aquello que le resulta apropiado; un amor maléfico por las cosas falsas, y un amor benéfico, por las verdaderas.

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Con frecuencia, he podido comprobar cómo la gente buena y sencilla quería educar a la gente malvada en la verdad y en la bondad y cómo estos últimos rehuían estas enseñanzas, prefiriendo reunirse con los de su calaña y aferrarse a los falsos elementos, típicos de esta clase de amor, con intenso placer. También pude ver a espíritus be­névolos hablando unos con otros sobre las cosas verdade­ras, que las personas bondadosas escuchaban con gran atención, mientras que las malvadas, que también se ha­llaban presentes, parecían no escuchar en absoluto, como si no oyesen nada.

En el mundo espiritual, los caminos siempre son visi­bles: algunos conducen hasta el Cielo, otros hasta el in­fierno; algunos hasta una comunidad en especial, otros hasta otra, etcétera. Los buenos espíritus tan sólo viajan a través de los caminos que conducen hasta el Cielo y hacia las comunidades benéficas, características de su amor. No ven ningún otro camino que conduzca hacia otras direc­ciones. Sin embargo, los espíritus malignos tan sólo si­guen los caminos que conducen hasta el infierno y hacia las comunidades maléficas, características de su propio amor y, aun en el caso de que pudieran ver otros caminos, tampoco desearían seguirlos.

En el mundo espiritual, este tipo de caminos son «apari­ciones reales» y se corresponden a las cosas falsas o verdade­ras y, por ello, en las Escrituras, los caminos también poseen este mismo significado. Estos ejemplos refuerzan las expe­riencias ya observadas en el ámbito de la razón, es decir, des­pués de la muerte, las personas se convierten en su propio amor y en sus propias intenciones. Decimos «intenciones» porque la verdadera intención de la persona es su amor.

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Durante la eternidad, las personas siguen siendo tal y como eran antes, al menos en lo que concierne a sus in­tenciones o a su forma de amar, lo cual también puedo confirmar a través de un gran número de experiencias. Pude hablar con algunas personas que habían vivido hacía más de dos mil años, personas cuyas vidas aparecían des­critas en los libros de historia y que, por lo tanto, eran muy conocidas. Estas personas seguían siendo iguales que mientras vivieron, tal y como aparecían descritas en los li­bros, incluido el aspecto de su amor, el cual había sido el origen y el principio determinante de sus vidas. También había personas que habían vivido hacía diecisiete siglos, muy conocidas a través de la historia, algunas que habían vivido hacía cuatro siglos, otras hacía tres siglos, etcétera, con quienes se me permitió hablar. Descubrí que en su in­terior seguía reinando el mismo afecto y que la única di­ferencia estribaba en que los placeres que habían amado en vida habían sido transformados en otro tipo de cosas que se correspondía a ellos.

Los ángeles afirmaban que el amor que rige la vida de una persona no cambia en toda la eternidad, porque cada uno es su propio amor. Así pues, cambiar éste por un es­píritu sería lo mismo que arrebatarle o acabar con su vida. Además, también me explicaron por qué, después de la muerte, las personas ya no pueden ser reformadas ni ser enseñadas de la misma forma en que lo fueron en el mundo, debido a que su nivel más bajo, que está forma­do por percepciones y por afectos de tipo físico, es silen­ciado y no puede ser manifestado al no ser espiritual. Los elementos más interiorizados, los cuales se hallan relacio­nados con la mente de la persona o con su espíritu (ani-

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mus) conservan este nivel, al igual que una casa conserva sus cimientos y por eso, durante toda la eternidad, las personas conservan el mismo amor que las regía en el mundo.

Los ángeles están bastante asombrados ante la igno­rancia terrenal de los hombres en cuanto al hecho de que la cualidad de cada ser es la misma que la de la cualidad del amor que los rige, así como ante la extendida creencia de una posibilidad de salvación tan sólo por la gracia divina y por la fe, sin tener en cuenta la cualidad de la vida de la per­sona. También están muy asombrados ante la ignorancia del hecho de que el perdón divino es indirecto y de que éste conlleva el ser guiados por el Señor en esta vida y, des­pués, también durante toda la eternidad, ya que las perso­nas cuyas vidas no se hallan involucradas en la maldad son las que pueden disfrutar de esta gracia. Las personas ni si­quiera saben que la fe es un afecto hacia lo que es bueno y verdadero, algo que surge de un amor celestial, el cual pro­cede del Señor.

Las personas que poseen un amor celestial y espiritual van al Cielo, mientras que las personas que poseen un amor físico y mundano, sin nada celestial ni espiritual que las sostenga, van al infierno. Todas las personas que vi, que habían sido elevadas hasta el Cielo o arrojadas al infierno, me ayudaron a convencerme de ello. Las perso­nas que habían sido conducidas hasta el Cielo habían ba­sado sus vidas en un amor celestial y espiritual, mientras que las que habían sido arrojadas al infierno, habían ba­sado sus vidas en un amor físico y mundano.

El amor celestial es amar aquello que es bueno, hones­to y justo, por el simple hecho de serlo, y llevarlo a cabo

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en nombre de este amor. Así pues, las personas que se

comportan de este modo llevan una vida llena de bondad,

de honestidad y de justicia, es decir, una vida celestial. Las

personas que aman todas estas cosas por sí mismas y que

las realizan o viven por ellas, también aman al Señor, dado

que todas estas cosas proceden de Él. También aman a sus

semejantes, pues ven el reflejo de todas estas cosas en

aquellos que aman.

Por el contrario, el amor físico es amar aquello que es

bueno, honesto y justo, no por ser bueno, honesto o justo,

sino en beneficio propio, es decir, por tratarse de un medio

a través del cual poder ganar fama, prestigio o riquezas.

Estas personas no utilizan aquello que es bueno, honesto

y justo en nombre del Señor ni a favor de sus semejantes,

sino para sí mismas y en su propio beneficio. Experimen­

tan un gran placer engañando a los demás y cualquier cosa

buena, honesta o justa que pueda proceder de sus enga­

ños es en realidad algo malvado, deshonesto e injusto, lo

cual es precisamente lo que les gusta de estos actos. Pues­

to que, en este aspecto, el amor es lo que define la vida de

cualquier persona, a todas se les examina la cualidad de

este amor en cuanto llegan al mundo de los espíritus, des­

pués de la muerte, y se las pone en contacto con personas

con un amor parecido al suyo. Las personas que están in­

volucradas en un amor celestial se relacionan con las per­

sonas que están en el Cielo, mientras que las personas que

están involucradas en un amor físico y mundano, se rela­

cionan con las del infierno.

Entonces, y después de que el primer y el segundo es­

tado hayan sido completados, estas dos clases de personas

son separadas de manera que ya no pueden seguir vién-

51

dose, ni tampoco reconocerse unas a otras. Todos los in­dividuos se convierten en su propio amor, no sólo en cuanto a los elementos más interiorizados de sus mentes se refiere, sino también en cuanto a los aspectos más ex­ternos, como su cara, su cuerpo o su forma de hablar.

Las personas involucradas en un amor físico y munda­no poseen una apariencia tosca, sombría y malhumorada, mientras que las que están involucradas en un amor celes­tial, poseen una apariencia alegre, animada y llena de vida. Estas dos clases de personas son totalmente distintas entre sí, tanto en espíritu como en pensamiento. Las per­sonas guiadas por un amor celestial son muy sabias e in­teligentes, mientras que las personas guiadas por un amor físico son bastante insensatas e impasibles.

Cuando uno está lo suficientemente capacitado co­mo para poder examinar los elementos más interiores y los más exteriores de las personas que se hallan involu­cradas en un amor celestial, puede llegar a percibir sus elementos más interiores como una luz, y sus elementos más exteriores como una variedad de hermosos colores, muy parecidos a los del arco iris. Pero los elementos más interiores de las personas que se hallan involucradas en un amor físico y mundano son muy parecidos a algo negro porque están muy encerrados y, en algunos casos, también se asemejan a un oscuro fuego. Estas personas son las que están relacionadas con maliciosos engaños. Sus elementos más exteriores adoptan un color sucio y deprimente ante la vista. En el mundo espiritual, los ele­mentos más interiores y los más exteriores de la mente y del espíritu (animus) son presentados ante la vista siem­pre que ello complace al Señor.

52

Las personas que se hallan involucradas en un amor fí­

sico apenas pueden ver la luz celestial. Perciben la luz del

Cielo como una penumbra, mientras que la luz del infier­

no (que es muy parecida a la luz de unas ascuas ardiendo),

la ven como algo brillante. Ante la luz celestial, se les

nubla la vista de tal forma que acaban por volverse locas.

En consecuencia, huyen de esta luz y se ocultan en cuevas

o en cavernas, más o menos profundas, de acuerdo con las

falsedades, derivadas de sus maldades, que albergan en su

interior. Pero, con las personas involucradas en un amor

celestial sucede todo lo contrario. Cuanto más profunda­

mente se elevan o penetran en la luz del Cielo, con más

claridad pueden ver las cosas y más hermoso les parece

todo. De esta misma forma, también perciben las cosas

verdaderas con mucha más inteligencia y sabiduría.

Las personas que están involucradas en un amor físi­

co son totalmente incapaces de vivir en el calor del Cielo,

puesto que ese calor es el amor celestial. Sin embargo,

son capaces de vivir en el calor del infierno, el cual es un

amor de crueldad hacia otras personas que no pueden

soportarlo. Estos seres experimentan un intenso placer

despreciando a los demás y están llenos de odio y de de­

seos de venganza. Cuando se hallan involucrados en este

tipo de placeres, se hallan involucrados en su propia vida

e ignoran totalmente lo que significa hacer algo bueno

por los demás, simplemente por el mero hecho de hacer

el bien; tan sólo hacen el bien si con ello pueden llegar a

beneficiarse a sí mismos o a sus propias maldades.

Las personas que están involucradas en un amor físi­

co tampoco pueden respirar en el Cielo. Cuando un espí­

ritu maligno es conducido hasta allí, respira con dificul-

53

tad, como si estuviese sofocado y tuviese que realizar un tremendo esfuerzo para respirar. Pero las personas que se hallan involucradas en un amor celestial, respiran con mucha más libertad y viven mucho más plenamente cuanto están más dentro del Cielo.

A través de estas consideraciones, podemos llegar a la conclusión de que una persona que posee un amor celes­tial y espiritual entra en el Cielo, mientras que una perso­na que posee un amor físico y mundano, sin uno espiri­tual y celestial que la sostenga, entra en el infierno.

Las personas no conservan su fe si ésta no procede de un amor celestial. Esto es algo que me resultó tan claro a través de todas mis experiencias, que si tuviese que citar todo cuanto vi y escuché sobre este tema, podría llegar in­cluso a llenar un libro. Puedo afirmar que no hay ni pue­de haber ninguna fe en aquellas personas que están invo­lucradas en un amor físico y mundano, sin uno celestial y espiritual que las sostenga; tan sólo existe un conocimien­to, un impulso de considerar algo como verdadero, sim­plemente porque les resulta útil a su amor.

Muchas de las personas que afirmaban tener fe fueron conducidas hasta personas que, realmente, sí la habían te­nido. Una vez concedida una comunicación real entre ambas, se daban cuenta de que no habían tenido fe en ab­soluto. Después, incluso también llegaron a admitir que el hecho de creer en lo que es verdad, así como en las Es­crituras, no es fe: fe es amar lo que es verdadero a través de un amor celestial y desear hacerlo simplemente por un impulso interior.

También me fue demostrado que su necesidad de creer en algo tan sólo era como la tenue luz del invierno. Al no

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haber calor alguno en esta luz, toda la Tierra se halla ador­

mecida, dominada por el frío y enterrada bajo la nieve. Así

pues, en el momento en el que los brillantes rayos de la luz

del Cielo empiezan a traspasar la luz de esta fe oportunis­

ta, ésta no es simplemente extinguida sino que, realmente,

es transformada en una especie de profunda penumbra a

través de la cual los espíritus no pueden verse a sí mismos.

Al mismo tiempo, los elementos más interiores de las per­

sonas están tan oscurecidos que éstas no entienden nada

en absoluto y, como resultado de sus falsedades, terminan

por volverse locas. Por ello, todo cuanto es verdadero es

alejado de este tipo de personas, es decir, todas aquellas

cosas que han conocido a través de las Escrituras y de las

enseñanzas de la Iglesia, asegurando que formaban parte

de su propia fe. En lugar de eso, absorben todas y cada una

de las mentiras que están en armonía con la naturaleza

maligna de sus vidas. Todas ellas se hallan involucradas en

sus propios amores y, a través de éstos, en las mentiras que

rigen sus vidas. Y puesto que las cosas verdaderas entran en

conflicto con las mentiras de su malvada naturaleza, expe­

rimentan un tremendo rencor hacia éstas verdades, las des­

precian y se apartan de su lado. Los actos de amor son los

únicos que permanecen, puesto que éstos son los que

constituyen la vida de una persona. Ésta es una conclusión

lógica, tanto por las cosas ya demostradas a través de la ex­

periencia, como por las declaraciones anteriormente reali­

zadas en cuanto a las obras y a las acciones. Los actos de

amor son estas obras y estas acciones.

55

41 El cambio de los placeres

después de la muerte

En el capítulo anterior, mostrábamos cómo el afecto o el

amor que motiva a una persona permanece junto a ella

durante toda la eternidad. Ahora, debemos mostrar cómo

cambian los placeres procedentes de este afecto o amor y

cómo son transformados en cosas que se corresponden a

ellos. Al decir que son transformados «en cosas que se co­

rresponden a ellos», queremos decir «en las cosas espiri­

tuales que se corresponden a las físicas».

Podemos llegar a la conclusión de que los placeres

son transformados en cosas espirituales por el hecho de

que las personas se hallan involucradas en un mundo ma­

terial mientras están en sus cuerpos terrenales, y que una

vez han abandonado su cuerpo físico, entran en un mun­

do espiritual y, por consiguiente, adoptan un cuerpo espi­

ritual. Todos los placeres de los que han disfrutado las perso­

nas pertenecen al amor que las rige, puesto que éstas tan

sólo experimentan como placenteras las cosas que aman

y, sobre todo, aquellas que aman por encima de todas las

demás. No existe diferencia alguna entre decir «el amor

que las rige» o decir «lo que aman por encima de todo».

57

Estos placeres pueden ser de varias clases, tantas clases

como personas, espíritus o ángeles existan, porque el amor que rige a una persona siempre es diferente al de otra. Éste es e! motivo por el cual la cara de una persona nunca será igual que la de otra, dado que la cara es la ima­gen del espíritu de la persona (animus) y, en e! mundo es­piritual, es la imagen de! amor que rige a la persona.

Los placeres de las personas, tomados de forma indivi­dual, también disponen de una infinita variedad. Ninguno de los placeres de una persona será igual a los de otra, aun­que tengan lugar de forma consecutiva o, incluso, al mismo tiempo. No existe ninguna posibilidad de que estos pue~ dan ser iguales entre sí.

Sin embargo, tomados en las personas de forma indi­vidual, estos placeres siempre terminan por dirigirse hacia su único amor, es decir, hacia el amor dominante. De hecho, luchan por recuperarlo y por llegar a formar uno solo con él. De forma parecida, todos los placeres termi­nan por desembocar en e! amor que los domina univer­salmente: en e! Cielo, un amor hacia e! Señor y, en e! in­fierno, un amor hacia uno mismo.

El conocimiento de las correspondencias es la única fuente de conocimientos en cuanto a la naturaleza y a la cualidad de los placeres espirituales en los que son trans­formados los placeres físicos de un individuo después de la muerte. Por lo general, esto nos demuestra que no exis­te ninguna entidad física sin algo espiritual que se corres­ponda a ella. Y, en particular, también nos enseña la natu­raleza y la cualidad de ese «algo» que se corresponde a ella.

En consecuencia, las personas involucradas en este conocimiento son capaces de reconocer y de saber cual

58

será su estado después de la muerte, simplemente cono­

ciendo su amor, así corno su cualidad con respecto a la

del amor universal que las rige y al que regresan todos

los amores, tal corno se ha demostrado anteriormente.

Pero, conocer el amor que las rige, resulta totalmente im­

posible para las personas que se hallan involucradas en

un amor hacia sí mismas, puesto que tan sólo aman

aquello que les pertenece; llaman buenas a las cosas

malas y consideran verdaderas las más terribles falseda­

des, las cuales utilizan para reforzar sus malévolas cuali­

dades. Pero, incluso así, si lo deseasen realmente, podrí­

an llegar a conocerlo a través de otras personas más sa­

bias, porque éstas son capaces de ver lo que ellas mismas

no pueden. Pero esto no suele suceder con este tipo de

personas, ya que están tan cegadas por el egoísmo y tan

extasiadas por el amor hacia sí mismas que siempre en­

cuentran muy desagradables las enseñanzas de los

demás. Sin embargo, las personas que están involucra­

das en un amor celestial, sí aceptan ser enseñadas. Son

capaces de ver las cualidades malévolas con las que na­

cieron, incluso cuando se sienten atrapadas en ellas.

Estas personas siempre se dejan guiar por la verdad y, de

hecho, son estas verdades las que las ayudan a desvelar

sus cualidades malévolas. Basándose en aquello que es

bueno y verdadero, una persona puede llegar a ver y a

comprender realmente la maldad, así corno las falseda­

des implícitas en ésta. Pero nadie puede darse cuenta de

lo que es realmente bueno y verdadero tornando corno

base la maldad. Esto se debe a que las falsedades, carac­

terísticas de la maldad, son y se corresponden a la oscu­

ridad. Así pues, las personas que viven rodeadas de false-

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dades y se hallan inmersas en la maldad, son como per­

sonas ciegas que no pueden ver la luz y que, incluso, huyen de ésta al igual que las lechuzas.

Pero, las cosas buenas y verdaderas se corresponden a la luz. Así pues, todas las personas que viven rodeadas por la verdad y se hallan inmersas en la bondad, poseen una mente muy abierta, así como una excelente vista: pueden ver aquello que está a la luz y también aquello que está en la sombra.

Todas estas cosas me fueron confirmadas a través de la experiencia. Los ángeles que están en el Cielo ven y perciben todas las maldades y las falsedades que, de vez en cuando, también brotan de su interior y, de este mismo modo, pueden ver las falsedades y las maldades que, de forma permanente, rodean a los espíritus que se hallan involucrados en los infiernos mientras están en el mundo de los espíritus. Sin embargo, estos espíritus no son capaces de ver su propia maldad ni su falsedad. No comprenden la bondad procedente de un amor celestial, ni tampoco lo que es la conciencia ni nada que sea ho­nesto y justo, si no es en su propio beneficio, pues ni si­quiera saben lo que es sentirse guiados por el Señor. Afir­man que estas cosas no existen, que no tienen ninguna importancia.

Hemos mencionado todo esto con el fin de que las personas puedan examinarse a sí mismas y que, al recono­cer su amor por los placeres, posean la suficiente informa­ción sobre las correspondencias como para poder conocer el estado de su vida después de la muerte.

De acuerdo con estas correspondencias, podemos lle­gar a saber la forma en cómo son transformados los place-

60

res de la vida de un individuo después de su muerte. De

todos modos y puesto que estos conocimientos todavía no

resultan lo suficientemente conocidos, me gustaría aclarar­

los un poco por medio de algunos ejemplos procedentes

de la experiencia.

Todas las personas inmersas en la maldad y que se han

fortalecido a sí mismas a través de los falsos principios, en

contraposición a los verdaderos elementos de la religión

cristiana, sobre todo aquellas que se han apartado de las

Escrituras, se alejan de la luz del Cielo. Se ocultan en ca­

vernas oscuras y tenebrosas y en el interior de las rocas.

Esto les ocurre porque han amado todo lo que es falso y

han rechazado lo verdadero. Experimentan un tremendo

deleite viviendo en estos lugares pero, sin embargo, en­

cuentran muy desagradable vivir al aire libre y a plena luz

del día. Aquellas personas que experimentan un gran placer

en conspirar secretamente y en elaborar ocultas estratage­

mas, se comportan de forma muy parecida. También vi­

ven en estas cavernas, se susurran al oído y se ocultan en

unos rincones tan oscuros que no pueden llegar a verse

unas a otras. Esto es en lo que se convierte todo el encan­

to de su amor.

Las personas que han demostrado un gran interés por

el estudio con el único propósito de parecer instruidas,

que no han llegado a desarrollar ninguna capacidad racio­

nal a través de estos medios y que han albergado el placer

del orgullo en cuestiones de memoria, prefieren los terre­

nos arenosos a los campos y a las tierras abonadas y culti­

vadas. Esto se debe a que las zonas arenosas se correspon­

den a este tipo de objetivos.

61

Las personas que se han interesado por los conoci­mientos de las formas doctrinales, tanto de su propia Igle­sia como de otras, y no los han aplicado en su vida, prefie­ren los lugares rocosos. Evitan las tierras cultivadas porque éstas les desagradan.

También hay personas que, por naturaleza, se creen con derecho a todo y que utilizan toda una serie de estra­tagemas para aumentar su prestigio y su riqueza. En la otra vida, lo único que pretenden es utilizar la magia para abusar del orden divino, experimentando en ello el ma­yor de los placeres. Las personas que han venerado las ver­dades divinas en su propio beneficio y que, al hacerlo aSÍ, las han transformado en falsas, aman todo cuanto tenga que ver con la orina, pues ésta se corresponde a los place­res de este tipo de amor.

Las personas que han sido terriblemente avariciosas, viven en casuchas y aman la suciedad, igual que los cer­dos, así como los malos olores y los gases provocados por las comidas indigestas.

En cuanto a las personas que han malgastado sus vidas en los placeres y que han vivido en la opulencia, preocupándose tan sólo de su estómago y de las cosas buenas de la vida, en la otra vida aman los excrementos y los retretes. Después de su muerte se deleitan con este tipo de cosas, porque sus placeres no son más que una sucie­dad espiritual. Evitan los lugares en los que reina la lim­pieza y en los que no hay suciedad, porque los encuen­tran sumamente desagradables.

Las personas que han gozado cometiendo actos de adulterio pasan su tiempo en los burdeles, donde todo es suciedad y locura. Aman este tipo de lugares y evitan las

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casas en las que reina la castidad. En el momento en el

que entran en estas casas, pierden todas sus fuerzas. Nada

les resulta tan agradable como destrozar matrimonios.

Las personas que, durante toda su vida, siempre se

han mostrado sedientas de venganza y que por ello han

poseído una naturaleza cruel y depravada, aman los luga­

res llenos de cadáveres y pueden ser encontradas en infier­

nos como éstos. Otras personas se encuentran en otras cir­

cunstancias. Como contraste, los placeres de la vida de las personas

que en el mundo físico siempre han vivido involucradas

en un amor celestial, se transforman en aquellas cosas que

existen en el Cielo y que se corresponden a este amor. Estas

cosas toman forma a través del Sol que hay en el Cielo y

de la luz que procede de él, la cual ilumina todos los ele­

mentos divinos que estas personas poseían ocultos en su

interior. Todo cuanto es visto bajo esta luz transforma las

facultades más interiorizadas de los ángeles, pertenecien­

tes a sus mentes, junto con los elementos más exterioriza­

dos, pertenecientes a sus cuerpos. Y puesto que una luz di­

vina (la de la divina verdad que procede del Señor) pene­

tra en sus mentes, previamente abiertas a través de un

amor celestial, los placeres correspondientes a su amor

también pueden llegar a adoptar una forma exterior.

Las cosas que en el Cielo resultan visibles alojo huma­

no, se corresponden a los elementos más interiorizados de

los ángeles, es decir, a todo aquello cuanto se halla relacio­

nado con su fe y con su amor y, por lo tanto, también con

su inteligencia y sabiduría. Puesto que ya habíamos empe­

zado a corroborar este hecho a través de los ejemplos sur­

gidos de la experiencia, con el fin de arrojar algo más de

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luz sobre todo aquello cuanto ha sido mencionado ante­riormente a este respecto, me gustaría que tomáramos en consideración los placeres celestiales en los que se convier­ten los placeres físicos o naturales para todos aquellos seres que, durante su estancia en el mundo, siempre han vivido involucrados en un amor celestial.

Las personas que a partir de un afecto más interioriza­do, es decir, de un afecto por la verdad en sí misma, han amado las cosas divinas y verdaderas, así como la palabra de Dios, viven en lugares elevados, muy parecidos a mon­tañas, y en los que siempre brilla la luz del Cielo. Desco­nocen lo que significa la oscuridad de la noche y siempre viven en un clima primaveral. Están rodeadas de campos, de viñedos y de tierras de cultivo. Sus casas están llenas de pequeños objetos que brillan como si estuviesen hechos de cristal. Mirar por las ventanas de sus casas es como mirar a través del más puro cristal. Éstos son sus placeres visuales. Pero, a un nivel más elevado, estos placeres se co­rresponden con las cosas celestiales y divinas. Porque las verdaderas cosas que amaron a través de las Escrituras co­rresponden a las tierras fértiles, a los viñedos, a las gemas, a las ventanas y a los cristales.

Las personas que han aplicado en sus propias vidas los modelos doctrinales de la Iglesia, extraídos de las Escritu­ras, están en el más profundo de todos los cielos y se ha­llan mucho más involucradas que otras en los placeres de la sabiduría. Ven los elementos divinos en los objetos que las rodean. Lo que ven realmente son los objetos, ya que los elementos divinos correspondientes fluyen en sus mentes instantáneamente y las llenan de una felicidad que aviva todos sus sentidos. Como resultado, ante ellas,

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todas las cosas parecen sonreír, divertirse y estar llenas de vida. En cuanto a las personas que han amado los conoci­mientos y, gracias a ellos, han podido desarrollar una gran capacidad racional, sin llegar a despreciar por ello lo divi­no, en la otra vida, sus placeres racionales se transforman en placeres espirituales con respecto a lo que es bueno y verdadero. Viven en jardines llenos de flores y de césped, rodeados de árboles, de grandes verjas y de paseos. Los ár­boles y las flores varían de un día para otro y esta aparien­cia de conjunto proporciona un gran placer a sus mentes, mientras que las continuas variaciones los renuevan cons­tantemente. Puesto que todas estas cosas se corresponden a los elementos divinos y estas personas son conscientes de esta correspondencia, siempre están siendo renovadas con nuevas ideas, a través de las cuales su habilidad racio­nal y espiritual es conducida hacia la perfección. Estas cosas son las que constituyen sus placeres, puesto que los jardines, las flores, el césped y los árboles corresponden a los conocimientos y a las ideas y, en consecuencia, tam­bién a la inteligencia. En cuanto a las personas que han creído firmemente en lo divino y que han considerado el aspecto físico y material del ser humano como algo relati­vamente muerto, decantándose por ello hacia las cuestio­nes espirituales y convenciéndose a sí mismas de este punto de vista, se hallan inmersas en una luz celestial. Todo cuanto las rodea refleja esa luz, y todo su ser parece alimentarse directamente de ella. Este proceso hace que experimenten un intenso placer interior. Los muebles con los que decoran sus hogares parecen diamantes y poseen innumerables matices de luz. Me explicaron que las pare­des de sus casas parecían estar hechas de algo cristalino y,

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por lo tanto transparente, por lo que se podía ver a través de ellas una especie de formas fluidas que representaban temas celestiales y que cambiaban constantemente. Esto es debido a que este tipo de transparencia corresponde a un entendimiento que ha sido iluminado por el Señor y en el que toda sombra originada por una fe y un amor hacia las cosas físicas desaparece. Así son estos fenómenos aunque existen muchos más. Las personas que han estado en el Cielo suelen decir que han visto cosas que el ojo hu­mano sería incapaz de ver.

También afirman que, a través de una percepción de los elementos divinos comunicados a través de estas vi­siones, han oído cosas que ningún oído humano podría llegar a oír. También hay personas que jamás se compor­taron secretamente y que, en lugar de ello, prefirieron que todo cuanto habían pensado fuese aireado hasta donde la vida cívica lo permitiese. Puesto que tan sólo habían pensado en aquello que era honesto y justo, ba­sado en lo divino, en el Cielo, sus rostros aparecen suma­mente iluminados. Como consecuencia de este resplan­dor, los detalles de sus afectos y pensamientos pueden verse reflejados en sus caras, como si sus pensamientos hubiesen adquirido forma; incluso sus mismos actos y palabras son como reflejos de sus afectos. Debido a ello, son mucho más amadas que otras personas. Cuando hablan, sus caras palidecen un poco, pero una vez han terminado de hablar, todo cuanto han dicho aparece re­flejado en su rostro y se hace visible ante los ojos.

Puesto que las cosas que ocurren a su alrededor co­rresponden a lo más profundo de su naturaleza, éstas adoptan una forma visible con el fin de que las demás

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personas puedan llegar a percibir claramente lo que repre­sentan y significan. Los espíritus que disfrutan compor­tándose secretamente, evitan acercarse hasta los lugares en los que se encuentran estas personas y huyen de ellas deslizándose como serpientes.

Aquellas personas que han juzgado los actos de adulte­rio como algo incalificable y han vivido de acuerdo con el casto amor del matrimonio, se encuentran mucho más cerca de los principios y de las formalidades del Cielo que otras y, en consecuencia, conservan toda su belleza y la flor de su juventud. Los placeres que les proporciona este amor son indescriptibles y llegan hasta la eternidad, porque todos los placeres y alegrías del Cielo desembocan en este amor. Esto se debe a que este amor procede de los vínculos del Señor con el Cielo y la Iglesia o, dicho de otra forma, de los vínculos entre lo que es bueno y lo que es verdadero, sien­do este vínculo el mismo Cielo, tanto en general como para cada ángel en particular. Sus placeres son de tal naturaleza que no pueden ser descritos con una terminología humana.

Pero todas las cosas que hemos mencionado sobre las correspondencias de los placeres de las personas involu­cradas en un amor celestial tan sólo son unas pocas.

A través de estas consideraciones, podemos llegar a saber que, después de la muerte, los placeres de cada per­sona son transformados en algo que se corresponde con ellos, así como que su amor perdura durante toda la eter­nidad. Esto puede aplicarse, por ejemplo, a un matrimo­nio por amor; a un amor por la justicia, por la bondad y la honradez; a un amor por los conocimientos y por las ideas; a un amor por la inteligencia y por la sabiduría, etcétera. Todo cuanto procede de estas fuentes, al igual

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que los arroyos que nacen de una cascada, son placeres

que también permanecen, pero son elevados a un nivel más alto en el momento en el que tiene lugar la transi­ción, es decir, cuando las cuestiones físicas o naturales son convertidas en cuestiones espirituales.

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51 El primer estado después de la muerte

Después de la muerte, existen tres estados por los que tienen

que pasar las personas antes de alcanzar el Cielo o el infier­

no. El primer estado concierne a sus aspectos más externos,

el segundo a los más internos y, el tercero, es un estado de

preparación. Las personas pasan a través de estos estados al

mundo de los espíritus.

El primer estado, es decir, el estado concerniente a los

aspectos más exteriores de las personas, es alcanzado inme­

diatamente después de la muerte. Todas las personas pose­

en más aspectos exteriores y más aspectos interiores en sus

espíritus. Los aspectos más exteriores son los medios a tra­

vés de los cuales el cuerpo de la persona se adapta al mun­

do (sobre todo en lo concerniente a sus facciones, a su

modo de hablar ya su forma de ser) para asociarse con

otras personas. Pero los aspectos más interiores del espíritu

son aquellos que pertenecen a las intenciones y a los pen­

samientos, los cuales rara vez se manifiestan a través del

rostro o de la forma de hablar y de comportarse.

Desde su más tierna infancia, las personas acostumbran

a manifestar simpatía y a mostrarse amables y sinceras ex­

teriormente, ocultando sus verdaderas intenciones tras sus

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pensamientos. Así pues, para ellas, el adoptar una vida moral y cívica de cara al exterior se convierte en un hábito y no tiene nada que ver a cómo se sienten interiormente.

Estas costumbres son el origen de la ignorancia virtual de las personas en cuanto a lo que existe en lo más pro­fundo de su ser, así como de su falta de atención hacia estos temas.

El primer estado de las personas después de la muerte es bastante similar al de su estado en el mundo ya que, en este estado, se sienten igualmente involucradas en los asun­tos externos. Conservan básicamente las mismas facciones, la misma forma de hablar y el mismo espíritu y, en conse­cuencia, poseen también una misma vida cívica y moral.

Por este motivo no suelen ser conscientes de que ya no están en este mundo, a no ser que presten mucha aten­ción a todo cuanto les sucede, lo cual ya les ha sido expli­cado por los ángeles en el momento de su despertar, como por ejemplo, que ahora son espíritus. Así pues, una vida continúa en la otra y la muerte no es más que un paso entre ambas.

Porque así es cómo son los espíritus de las personas justo después de su vida en el mundo, y así es como son reconocidos por sus amigos de este mundo. De hecho, cuando los espíritus se acercan a ellos, no sólo los perci­ben a través de sus rostros y de su forma de hablar, sino también a través de la esfera de su vida.

Cada vez que, en la otra vida, algún individuo piensa en alguien, en sus pensamientos, se le aparece el rostro de la persona junto con muchas de las cosas pertenecientes a la vida de esta persona. Cuando lo hacen, la persona convocada aparece ante ellos en forma de pensamiento.

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Este tipo de cosas suceden en el mundo espiritual por­

que, allí, los pensamientos pueden ser comunicados y las

distancias no poseen las mismas características que poseían

en el mundo físico. Éste es el motivo por el cual, a su llega­

da a la otra vida, todo el mundo es reconocido por sus ami­

gos, por sus conocidos y por sus relaciones de uno u otro

tipo, y también por eso siguen hablando unos con otros de

acuerdo con las mismas pautas que habían establecido du­

rante su amistad en el mundo físico.

Con frecuencia pude escuchar que las personas que

llegaban del mundo físico estaban realmente contentas

de poder volver a ver a sus amigos y, a su vez, sus amigos

también se mostraban encantados ante su llegada. Uno

de los acontecimientos más frecuentes era el de las pare­

jas casadas que, al volverse a encontrar, se saludaban con

gran alegría. Permanecían juntas durante un corto o largo

período de tiempo, dependiendo siempre del grado de fe­

licidad que habían disfrutado mientras vivieron en el

mundo. Pero a menos que un verdadero vínculo las hu­

biese unido (siendo este amor una unión de sus mentes a

través de un amor celestial), se separaban tras haber esta­

do juntas durante un rato.

Pero si la mente de las parejas había estado en conflic­

to habían vivido alejadas unas de otras, caían en una ene­

mistad declarada y, a veces, llegaban incluso a pelearse

entre ellas. Sin embargo, no eran separadas hasta haber

llegado al siguiente estado, el cual será descrito en breve.

Así pues, queda claro que la vida de los nuevos espíri­

tus es muy parecida a la vida que han llevado en el

mundo físico y que no conocen nada sobre las condicio­

nes de la vida después de su muerte, ni sobre el Cielo y el

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infierno, aquello que han aprendido de forma literal a través de la Palabra de Dios o de los sermones basados en ésta. Por este motivo, una vez repuestos de su primera sor­presa al encontrarse en un cuerpo y seguir disponiendo de los mismos sentidos de los que habían disfrutado en el mundo y viendo el mismo tipo de cosas que habían visto allí, sienten una enorme curiosidad por conocer cómo son el Cielo y el infierno, así como por saber dónde están.

Entonces, son aleccionados por sus amigos sobre el es­tado de la vida eterna y conducidos por diferente lugares y en distintas compañías. Algunos son conducidos hasta ciu­dades, jardines y parques; otros son conducidos hasta luga­res realmente maravillosos, puesto que este tipo de lugares deleita la naturaleza exterior por la que se hallan envueltos. Entonces son llevados de forma intermitente hacia los pen­samientos que tuvieron durante su vida fisica sobre el esta­do del alma después de la muerte, sobre el Cielo, el infier­no, etcétera. hasta que terminan por darse cuenta de su an­terior y absoluta ignorancia sobre cosas como éstas, así como de la total ignorancia por parte de la Iglesia.

Casi todos se muestran ansiosos por saber si van a ir al Cielo. La mayoría de ellos así lo creen, pues están con­vencidos de haber llevado una vida moral y cívica en el mundo, sin tener en cuenta que, exteriormente, tanto las personas buenas como las malas llevan un tipo de vida muy parecido, ya que estas últimas también hacen favores a los demás, van a la iglesia, escuchan los sermones y rezan. Son prácticamente inconscientes de que tanto su comportamiento como su forma de actuar de cara al exte­rior no sirve para nada, sino que lo que importa son los elementos interiores de los cuales proceden los exteriores.

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Apenas uno entre varios miles conoce lo que son los

elementos interiores o sabe que están en el mismo lugar que

ocupan el Cielo y la Iglesia en el interior de una persona. Y

aún son menos conscientes de que la cualidad de los actos

exteriores es la cualidad de las intenciones y de los pensa­

mientos. Incluso, aunque esto les sea explicado, no entien­

den que los pensamientos y las intenciones sean efectivos

pues, para ellos, tan sólo lo son las palabras y los actos.

Actualmente, muchas de las personas que pasan a la

otra vida desde la cristiandad todavía siguen pensando así.

No obstante, la cualidad de estas personas es examina­

da por los buenos espíritus, que utilizan varios medios ya

que, en este primer estado, la gente mala dice las mismas

verdades y realiza las mismas buenas obras que la gente

buena. Esto se debe (tal y como ya hemos mencionado

antes) a que, exteriormente, las personas malas han podi­

do vivir con la misma moral que las buenas, seguir las

mismas leyes, involucrarse en asuntos cívicos, ganarse

una excelente reputación por su bondad y honestidad,

despertar la admiración de los demás y llegar a alcanzar

incluso el prestigio y la riqueza.

Una de las primeras señales reveladoras que distingue

a los espíritus malignos de los benignos es que los espíri­

tus malignos escuchan con avidez todo cuanto haga refe­

rencia a los aspectos externos y prestan muy poca aten­

ción a todo cuanto se refiere a los internos, los cuales son

los verdaderos elementos de la Iglesia y del Cielo. Escu­

chan estas cosas, pero sin alegría y sin prestar demasiada

atención. Otra de las señales características es que siempre

se dirigen a unas áreas en particular y cuando son dejados

a su libre albedrío, viajan por caminos que conducen a

73

estas áreas. La cualidad del amor que los domina puede ser percibida a través de las áreas hacia las que se dirigen y de los caminos que recorren.

Todos los espíritus procedentes del mundo son pues­tos en contacto con una comunidad celestial o infernal en particular; pero esto se aplica únicamente a sus elementos más internos. Sin embargo, mientras los espíritus se hallan involucrados en cosas externas, estos elementos más inte­riorizados no resultan visibles a nadie, ya que las cosas ex­ternas cubren y ocultan las internas, sobre todo aquellas personas que se hallan involucradas en algo maléfico a un nivel mucho más interiorizado. Después, y una vez alcan­zado el segundo estado, estos elementos más interioriza­dos se hacen mucho más obvios ya que, llegados a este punto, las facultades más interiores aumentan, mientras que las más exteriores disminuyen.

Para unas personas, este primer estado después de la muerte suele durar unos pocos días, para algunas, unos po­cos meses y, para otras, incluso un año. En realidad, en pocas ocasiones suele durar más de un año para nadie. Para algunas de estas personas en particular, esta diferencia de­penderá de la armonía o de la discordia entre sus faculta­des más interiorizadas y las más exteriorizadas.

Realmente, los elementos más internos y los más externos actuarán como uno solo de acuerdo con la pro­pia individualidad del ser. En el mundo espiritual, no está permitido pensar y albergar unas intenciones deter­minadas, mientras se habla y se actúa de otra forma. Todas las almas se convierten en una imagen de su afec­to y de su amor. Así pues, poseen la misma cualidad tanto en las cosas más externas como en las más internas.

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Por ello, los elementos más exteriorizados de un espíritu

son los primeros en ser descubiertos y revelados, de

forma que puedan servir como guía con respecto a los

más interiorizados.

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61 El segundo estado después de la muerte

El segundo estado de las personas después de la muerte es

«el estado de los elementos más interiores» porque, una

vez han llegado hasta este punto, las personas se hallan in­

volucradas en los elementos más interiores, pertenecientes

a sus mentes o a sus intenciones y pensamientos, mientras

que las cosas más exteriores en las que se hallaban involu­

cradas durante su primera fase se adormecen.

Si alguien presta atención a la vida de las personas y a

todo lo que dicen o a lo que hacen, podrá reconocer que

existen aspectos tanto interiores como exteriores, así como

toda una serie de pensamientos y de intenciones. Este re­

conocimiento se halla basado en los siguientes hechos. Si

las personas están involucradas en una vida CÍvica piensan

en los demás en base a su reputación o a las conversacio­

nes que hayan podido mantener con ellas, pero siguen sin

hablarles de acuerdo con lo que piensan e, incluso aunque

se trate de personas malvadas, siguen tratándolas con civis­

mo. Esto sucede sobre todo en el caso de los aduladores y

de los impostores, cuyas intenciones y pensamientos difie­

ren bastante de su forma de hablar o de actuar. También es

el caso de las personas hipócritas, las cuales hablan sobre

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Dios, sobre el Cielo, sobre la salvación de las almas, sobre las verdades de la Iglesia, sobre la bondad de su país y sobre la de sus semejantes como si estuviesen hablando con fe y con amor, mientras que, en lo más profundo de su corazón, lo que creen es totalmente distinto de lo que dicen y tan sólo se aman a sí mismas.

De acuerdo con estas consideraciones, podemos esta­blecer la existencia de dos «pensamientos», uno más exte­rior y otro más interior, y llegar a la conclusión de que las personas hablan y actúan de acuerdo con estos pensamien­tos más externos, mientras que lo que sienten realmente se halla estrictamente vinculado a sus pensamientos más in­ternos. También podemos establecer que estos dos tipos de pensamientos se hallan muy distanciados entre sÍ, ya que las personas toman precauciones para evitar que sus pensa­mientos más ocultos puedan llegar a exteriorizarse y, en cierto modo, acaben haciéndose visibles. La naturaleza hu­mana ha sido creada de tal forma que, por medio de la co­rrespondencia, los pensamientos más interiores actúan junto a los más exteriores como si fuesen uno solo. Ade­más, éstos siempre actúan al unísono en aquellas personas que se hallan involucradas en la bondad, puesto que tan sólo piensan y dicen cosas buenas. Pero ello no sucede así con las personas que se están involucrando en la maldad pues, aunque digan cosas buenas, en el fondo, tan sólo piensan en las malas. En estas últimas, el orden se halla in­vertido, es decir que, exteriormente, aparentan una cierta bondad mientras que, interiormente, son sumamente mal­vadas. Por este motivo, en ellas, la maldad domina por en­cima de la bondad y las convierte en sus esclavas, de forma que utilizan estos medios para conseguir sus objetivos.

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Dado que este tipo de objetivos son inherentes a cual­

quiera de las cosas buenas que digan o que hagan, podemos

ver que no hay nada «bueno» en ellas, sino que todo está

manchado por la maldad, aunque exteriormente pueda lle­

gar a parecer algo bueno a aquellas personas que no poseen

conocimientos sobre las cosas más interiores.

Ello es distinto para aquellas personas que están invo­

lucradas en la bondad. En éstas, el orden no se halla inver­

tido, sino que la bondad fluye desde sus pensamientos

más interiores hacia sus pensamientos más exteriores y, de

esta forma, influyen en sus palabras y en su conducta.

Hemos mencionado estas cuestiones con el fin de que

la gente sepa que todas las personas poseen unos pensa­

mientos más interiores y otros más exteriores y que ambos

son distintos entre sí. Cuando decimos «pensamiento»,

también queremos decir intención, porque los pensa­

mientos proceden de la intención. De hecho, nadie puede

pensar sin intención. A través de estas consideraciones, po­

demos llegar a comprender lo que significa el «estado de

las cosas más exteriores», así como el significado del «esta­

do de las cosas más interiores».

Cuando decimos «intención y pensamiento», «inten­

ción» significa afecto, amor y también todos y cada uno de

los deleites y placeres pertenecientes al afecto y al amor.

Porque cuando las personas intentan conseguir alguna

cosa es porque la aman y la sienten como algo agradable y

placentero. Lo mismo sucede a la inversa; cuando las per­

sonas aman algo y lo encuentran agradable y placentero,

también intentan conseguirlo.

Además el «pensamiento» concierne a todo aquello

cuanto sirva para reforzar el «afecto» o el amor de las per-

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sonas, ya que es la forma adoptada por sus intenciones, es decir, un medio para hacer que aquello que desean pueda llegar a ver la luz. Esta forma es establecida a través de va­rios procesos analíticos y racionales que tienen su origen en el mundo espiritual y que, estrictamente hablando, forman parte del espíritu de las personas. Hay que saber que la cua­lidad completa de la persona es la cualidad de sus elemen­tos más interiores y no la de los más exteriores. Esto se debe a que sus elementos más interiores pertenecen a su espíri­tu, y la vida de las personas es la vida de su espíritu. De hecho, éste es el origen de la vida de sus cuerpos. Y, por ello, durante la eternidad, lo que permanece de las perso­nas es la cualidad de sus elementos más interiores. No obstante, y dado que sus elementos más externos se hallan relacionados con el cuerpo y que éste desaparece tras la muerte, todos estos elementos, al tener que perma­necer aferrados en el espíritu, terminan por adormecerse. A través de estas conclusiones, podernos llegar a ver cuáles son las cosas que verdaderamente forman parte de una persona y cuáles no. En el caso de las personas malvadas, los elementos que pertenecen a sus pensamientos más ex­ternos, los cuales dan pie a sus palabras, así corno a sus in­tenciones más externas, que a su vez dan pie a sus accio­nes, no forman realmente parte de ellas. Lo que realmente forma parte de ellas es aquello que pertenece a los elemen­tos más interiores de sus pensamientos e intenciones.

Una vez superado el primer estado (el estado concer­niente a las cuestiones relativamente externas, ya tratado en el capítulo anterior), las personas son dirigidas hacia un estado mucho más interiorizado, al estado de sus intencio­nes y pensamientos más interiores, es decir, al estado en el 80

que se encontraban en el mundo cuando estaban a solas consigo mismas y daban rienda suelta a sus pensamientos. Se introducen inconscientemente en este estado cuando (al igual que hicieran en el mundo) hacen que sus pensa­mientos se reflejen a través de sus palabras o que los pen­samientos que dan pie a sus palabras surjan de lo más pro­fundo de sí mismas, permaneciendo involucradas en ellos. En consecuencia, cuando las personas se encuentran en este estado, se hallan involucradas en sí mismas y en su propia vida, porque los pensamientos más profundos son los que constituyen la verdadera vida de una persona y, por lo tanto, a la verdadera persona. En este estado, las personas piensan de acuerdo con sus intenciones, lo que significa que piensan guiadas por su propio afecto o amor. Llegadas a este punto, sus pensamientos forman una uni­dad junto con sus intenciones, una unidad tal que, de hecho, apenas parecen estar pensando, sino simplemente intentando. Lo mismo sucede cuando hablan pero, en este caso, existe un cierto miedo a que las cosas que piensan aparezcan tal como son. Esto se debe a que el miedo pro­vocado por las exigencias de la vida cívica, pasa a formar parte de sus intenciones.

Absolutamente todo el mundo es dirigido hacia ese es­tado después de la muerte, porque éste es el verdadero estado del espíritu. El estado anterior es la forma en la que las personas habitaban en sus espíritus cuando estaban acompañadas, el cual no es su verdadero estado.

Un sinfín de consideraciones nos permiten llegar a la conclusión de que el estado de las cuestiones relativamen­te exteriores, es decir, el primer estado de las personas des­pués de su muerte no es su verdadero estado.

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Por ejemplo, los espíritus no sólo piensan, sino que también hablan de sus afectos, porque éstos son la base de su lenguaje, como podemos deducir a través de las cuestiones anteriormente presentadas. También entonces, las personas pensaban de forma parecida cuando estaban en el mundo y se encontraban a solas «consigo mismas». Porque, en esos momentos, no pensaban de acuerdo a su lenguaje físico, simplemente consideraban estas cuestio­nes y eran capaces de ver tantas cosas en un solo momen­to que, después, necesitarían más de media hora para poder explicarlas.

También otro fenómeno nos permite llegar a la con­clusión de que el estado de las cosas relativamente exte­riores no es el estado apropiado de las personas ni de sus espíritus. Cuando vivían en el mundo, estaban en compa­ñía de otras personas y, por ello, sus conversaciones se adaptaban a las leyes morales y a la vida cívica. En esos momentos, sus pensamientos más interiores controlaban los más exteriores, de la misma manera que una persona controla a otra, impidiéndole traspasar las fronteras del decoro y de la respetabilidad.

Esto también se refleja en el hecho de que cuando las personas están consigo mismas y piensan interiormente, lo que hacen es pensar en cómo hablar y cómo compor­tarse para agradar a los demás y, así, poder conseguir más amigos, más gratitud y más favores.

Estas consideraciones nos permiten comprobar que el estado de las cuestiones relativamente interiores hacia las cuales son dirigidos los espíritus son su verdadero y pro­pio estado. Así pues, también era su propio estado cuan­do vivían en el mundo.

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Una vez que las personas se encuentran en el estado

más adecuado a sus preocupaciones más interiores, re­

sultará obvio llegar a saber qué tipo de personas habían

sido en el mundo. Al llegar a este punto, no hacen más

que actuar de acuerdo con lo que realmente les pertene­

ce. Si, interiormente, en el mundo estaban guiadas por la

bondad, entonces, aquí, se comportan de una forma

sabia y racional, incluso mucho más sabiamente de lo

que se habían comportado en el mundo, porque se sien­

ten liberadas de las ataduras del cuerpo y, por lo tanto, de

todo aquello que oscurece y, por decirlo de algún modo,

enturbia las cosas.

Por otra parte, si en el mundo físico eran guiadas por

la maldad, entonces, aquí, se comportan de forma in­

consciente e insensata, de hecho, mucho más incons­

cientemente de lo que se habían comportado en el

mundo, porque aquí se sienten en libertad y no sufren

ningún tipo de represión. Cuando vivían en el mundo,

exteriormente, eran mucho más sensatas, pues utilizaban

este aspecto exterior para parecer más racionales. Pero

una vez despojados de este aspecto, sus locuras quedan

al descubierto.

Una persona malvada que presente el mismo aspecto

que una buena persona, puede ser comparada a un jarrón,

pulido y brillante por fuera, pero con toda clase de porque­

rías y de inmundicias ocultas en su interior, como se des­

prende de las palabras del Señor.

Sois como sepulcros blanqueados que por fuera pare­

cen vistosos, pero que por dentro están llenos de hue­

sos de muertos y de todo lo impuro. (Mateo 23:27)

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Todas las personas que en este mundo han vivido in­volucradas en la bondad y han actuado de acuerdo con su conciencia, es decir, aquellas que han sabido reconocer algo divino y que han amado las verdades divinas, yen es­pecial las que las han aplicado a sus vidas, cuando son conducidas hacia el estado concerniente a sus aspectos más íntimos, piensan que han sido despertadas de un sueño; dicho de otra forma, que han salido de la oscuri­dad para llegar a la luz.

Piensan de acuerdo con la luz del Cielo y, por lo tanto, con una sabiduría mucho más profunda; actúan en base a aquello que es bueno y, por lo tanto, con un afecto mucho más profundo. El Cielo impregna todos sus pensamientos y afectos y experimentan una sensación de beatitud jamás sentida anteriormente, porque poseen una comunicación real con los ángeles del Cielo. También en ese momento, reconocen al Señor y lo veneran durante toda su vida por­que, como ya hemos comentado anteriormente, cuando estas personas son conducidas hacia sus aspectos más ínti­mos, se hallan involucradas en su propia vida. Además, se muestran muy agradecidas con el Señor y lo veneran desde su libertad, porque su libertad forma parte de su afecto más profundo.

Además, de esta forma, se alejan de lo que es sagrado exteriormente para poder participar en lo que es sagrado in­teriormente, que es donde tiene lugar el verdadero culto. Así actúan todas aquellas personas que han llevado una vida cristiana de acuerdo con lo que ordenan las Escrituras.

Sin embargo, el estado de las personas que han vivido en el mundo involucradas en la maldad, sin ningún tipo de conciencia y, en consecuencia, negando todo lo divino,

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es completamente opuesto. Las personas que viven en la maldad, niegan en lo más profundo de su ser todo cuan­to es divino aunque, exteriormente, aparenten reconocer­lo, porque reconocer lo divino y vivir en la maldad son dos cosas totalmente incompatibles.

En la otra vida, cuando las personas como éstas son conducidas al estado de sus aspectos más íntimos, en el momento en el que las otras personas las oyen hablar y se dan cuenta de su forma de comportarse, las conside­ran unas auténticas estúpidas. Debido a sus malvados an­helos, cometen crímenes, alimentan deseos de venganza y desprecian a los demás, odiándolos, blasfemándolos y burlándose de ellos; planean conspiraciones, algunas tan astutas y depravadas que casi resulta imposible de creer que algo como esto pueda existir en el interior de una persona. Llegadas a este punto, gozan de toda libertad como para poder actuar de acuerdo con los pensamien­tos propios de su intencionalidad, puesto que se hallan totalmente alejadas de los factores relativamente exterio­res que, durante su estancia en el mundo, las había repri­mido, manteniéndolas a raya. Al poco tiempo de estar allí, empiezan a perder la racionalidad porque, en el mundo, su habilidad racional jamás había llegado a for­mar parte de sus facultades más íntimas, sino de las más externas. Sin embargo, estas personas siguen estando to­talmente convencidas de que son mucho más sabias que las demás.

De esta forma, y mientras permanecen en este segun­do estado, de vez en cuando, son enviadas brevemente al estado de sus aspectos más externos, al mismo tiempo que también se les recuerda todo cuanto hicieron mien-

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tras estuvieron involucradas en sus aspectos más íntimos. En esos momentos, muchas de estas personas pueden lle­gar a sentirse algo molestas y a reconocer que se habían comportado de una forma insensata.

Algunas de ellas no se sienten molestas en absoluto y otras lamentan el hecho de que no se les permita perma­necer constantemente en el estado concerniente a sus as­pectos más externos. Pero a estas últimas se les muestra cómo serían si estuviesen constantemente en ese estado, es decir, no harían más que dirigir secretamente su empeño hacia estas mismas finalidades, engañando a todas las per­sonas con fe y de corazón sencillo a través de una falsa apariencia de lo que es bueno, justo y honesto; ellas mis­mas terminarían también por encontrarse totalmente per­didas porque, finalmente, sus elementos más externos se asemejarían a los más interiores, y devorarían toda su vida.

Cuando los espíritus se encuentran en este segundo estado, es como si todavía estuviesen en el mundo; todas las cosas que hicieron o que dijeron en privado, son ex­puestas. Puesto que al llegar a este punto, no son contro­lados por los factores externos, hablan y actúan con total libertad sin estar asustados por su reputación, como les sucedía en el mundo.

Entonces, también son conducidos hacia muchas for­mas de maldad, de manera que puedan aparecer ante los ángeles y los buenos espíritus tal como son en realidad. De esta forma, las cosas privadas son reveladas, de acuer­do con las palabras del Señor:

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Pues nada hay oculto que no se descubra, y nada se­creto que no se conozca. Por lo cual, todo lo que di-

jisteis en la oscuridad será oído a plena luz; y todo lo que hablasteis al oído, será proclamado a los cua­tro vientos. (Lucas 12:2,3)

Pero, yo os aseguro que de toda palabra, sin hechos, que hayan proferido los hombres, tendrán que dar cuenta en el día del juicio final. (Mateo 12:36)

No podemos ofreceros ninguna breve descripción sobre cómo son las personas malvadas en este estado, puesto que cada individuo se halla constituido de acuerdo con sus pro­pios anhelos y éstos son todos distintos. Por ello, me gus­taría citar algunos ejemplos, que permitirán al lector trazar sus propias conclusiones a este respecto.

Hay personas que se han amado a sí mismas más que a nada en el mundo, centrándose en su propio prestigio, en sus deberes y funciones, realizando y disfrutando de las tareas útiles, no por ellas en sí mismas, sino por su propia reputación, utilizándolas para que los demás piensen que son más importantes que ellos y estando encantadas siem­pre que se habla de su propio prestigio. Cuando estas per­sonas entran en el segundo estado, son más estúpidas que las demás, porque cuando las personas tan sólo se aman a sí mismas, son alejadas del Cielo y, con ello, alejadas tam­bién de la sabiduría.

En cuanto a las personas involucradas en un amor hacia sí mismas y poseedoras de un gran ingenio, éstas no hacen más que intentar alcanzar situaciones de prestigio a través de sus estratagemas y entablar amistad con los peo­res individuos. Aprenden técnicas mágicas, con las cuales abusan de los designas divinos, utilizándolas para hostigar

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y molestar a todos aquellos que no les demuestran respe­to. Planean estratagemas, alimentan el odio y la venganza y se sumergen en todas estas maldades hasta el punto en el que la muchedumbre viciosa las apoya. Finalmente, re­flexionan sobre las distintas formas de llegar al Cielo, bien destruyéndolo, bien siendo venerados en él como dioses. Su locura puede llegar incluso hasta estos límites.

También existen otros tipos con diferentes característi­cas. Pero, de acuerdo con estos cuantos ejemplos, pode­mos trazar nuestras propias conclusiones sobre la cuali­dad de las personas cuyas facultades más interiores de sus mentes dan la espalda al Cielo, como es el caso de aque­llos que no han aceptado ningún influjo del Cielo al no reconocer lo que es divino y no haber llevado una vida llena de fe. Nadie entra en el infierno si no se halla invo­lucrado en la maldad y en sus falsedades. Esto se debe a que, allí, no está permitido tener una mente dividida, es decir, pensar y decir una cosa cuando, en realidad, se in­tenta otra. En el infierno, todas las personas malvadas piensan en aquello que es falso y hablan a través de sus malvadas falsedades. Tanto sus pensamientos como su forma de hablar proceden de sus intenciones y, por lo tanto, de su propio amor y de sus deleites y placeres. Así era cómo pensaban cuando estaban en el mundo a solas con sus espíritus, es decir, cuando pensaban interiormen­te, cuando pensaban a través de sus afectos más interiores.

Esto se debe a que la intención es la persona real y no el pensamiento, a no ser que éste se derive de la inten­ción. La intención es la verdadera naturaleza o caracterís­tica de la persona. Así pues, dirigirse hacia las propias intenciones es dirigirse hacia la propia naturaleza o carac-

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terística y, por lo tanto, hacia la propia vida, puesto que las personas adoptan una naturaleza a través de la propia vida. Después de la muerte, las personas conservan el mismo tipo de naturaleza que se han construido durante su permanencia en el mundo y, en el caso de las personas malvadas, ésta ya no puede ser corregida ni transformada por medio de la forma de pensar o de comprender aque­llo que es verdad.

Mientras los espíritus malvados permanecen en este se­gundo estado, es normal que sean castigados con frecuen­cia y con gran severidad, puesto que se sumergen en toda clase de maldades. Existen muchas clases de castigos en el mundo de los espíritus y no existe ningún tipo de favoritis­mo, tanto si se trata del más poderoso de los reyes como del más miserable de los esclavos.

Cualquier maldad lleva implícito su propio castigo. Ambas cosas se hallan unidas. Así pues, las personas que se hallan involucradas en la maldad, también se hallan invo­lucradas en su propio castigo. Sin embargo, nadie sufre un castigo por las cosas malas que pudiera haber hecho ante­riormente, sino por las cosas malas que hace actualmente.

Pero, en el fondo, es lo mismo decir que sufren un cas­tigo por las cosas malas que hicieron en el mundo que decir que sufren penalidades por las cosas malas que están haciendo en la otra vida, ya que después de la muerte, todo el mundo regresa a su propia vida y, por lo tanto a unas maldades similares; las personas siguen siendo lo que fueron durante su vida física.

El motivo para estos castigos es que el miedo al castigo es la única manera de poder controlar las maldades en estas condiciones. Los estímulos ya no funcionan; tampoco lo

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hacen las enseñanzas, ni el miedo a la ley o a la propia re­putación porque, ahora, el comportamiento de las personas se deriva de su naturaleza, la cual no puede ser controlada o transformada, a no ser a través de los castigos.

Sin embargo, los buenos espíritus no son castigados en absoluto, incluso aunque hayan cometido alguna maldad durante su estancia en el mundo, porque sus maldades no vuelven a aparecer. También debemos saber que, en el mundo, sus maldades eran de otra naturaleza. De hecho, se derivaban de una postura adoptada en oposición a la verdad y no por poseer un corazón lleno de maldad, excepto la recibida a través de sus padres como herencia. Eran conducidos hacia este estado por equivocación, cuan­do se hallaban involucrados en cuestiones externas y no en sus más íntimos pensamientos.

Todas las almas llegan hasta la comunidad a la que pertenecían sus espíritus cuando estaban en el mundo. De hecho, toda persona se halla vinculada a una comu­nidad celestial o infernal en particular. Una persona mal­vada, a una comunidad infernal y, una persona bondado­sa, a una celestial. El espíritu es guiado hasta allí, paso a paso, hasta que, finalmente, consigue su entrada.

Cuando los espíritus malvados se hallan involucrados en sus aspectos más interiorizados, son devueltos por eta­pas hacia su propia comunidad. A veces, son devueltos hasta allí incluso antes de que este estado haya sido com­pletado. Pero, una vez completado, estos espíritus malig­nos se lanzan al infierno en el que están las personas de su misma condición. Visualmente, esta forma de «abalan­zarse» es algo parecido a caer de cabeza, con la cabeza hacia abajo y los pies hacia arriba. El motivo de esta apa-

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riencia se debe a que el orden de la persona está inverti­do, es decir, ha amado las cosas diabólicas y ha desprecia­do las celestiales.

Durante el transcurso de este segundo estado, de vez en cuando, algunos malvados individuos entran y salen del infierno, pero no parecen caer de cabeza tal como ocurre cuando han sido totalmente devastados.

Mientras están en el estado concerniente a sus elemen­tos más externos, se les muestra la comunidad en la que estaban en espíritu mientras se encontraban en el mundo. Esto se hace para que puedan tomar conciencia de que ya estaban en el infierno, incluso durante su vida física. Sin embargo, no estaban en el mismo estado en que están las personas que se encuentran en el infierno, sino en un es­tado parecido al de las personas que están en el mundo de los espíritus.

Una separación entre los malos y los buenos espíritus tiene lugar durante el transcurso de este segundo estado, puesto que durante el primer estado ambos estaban jun­tos. Esto se debe a que mientras los espíritus siguen ha­llándose involucrados en sus aspectos más externos, se encuentran igual que cuando estaban en el mundo, es decir, que las personas malas y las buenas comparten el mismo espacio. Pero cambia cuando son conducidas hacia sus aspectos más íntimos y son abandonadas a su propia naturaleza o intención. La separación entre las per­sonas bondadosas y las malvadas tiene lugar de varias for­mas. Por regla general, se lleva a las malvadas hacia aque­llas comunidades con las que estuvieron en contacto a través de sus buenos pensamientos y afectos durante su primer estado. De esta forma, son conducidas hasta las

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comunidades que se dejaron persuadir por su apariencia exterior y pensaron que ellos [estos espíritus] no eran malvados. Normalmente, suelen ser guiados por un ex­tenso circuito y van siendo expuestos por todas partes para que los buenos espíritus puedan verlos tal como son realmente. Al verlos, los buenos espíritus se alejan de ellos y, conforme éstos se van alejando, los espíritus malignos también desvían sus rostros del de los buenos espíritus y lo dirigen hacia la región en la que se encuentra la comu­nidad infernal a la que realmente pertenecen, su destino.

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71 El tercer estado después de la muerte

El tercer estado del alma de una persona después de la muerte es un estado de instrucción. Este estado es sólo para aquellas personas que van al Cielo y se convierten en ángeles y no para aquellas que van al infierno, puesto que éstas no pueden ser instruidas. En consecuencia, su segundo estado es también el tercero, concluyendo así su ciclo y el regreso a su propio amor y, por ello, a la co­munidad infernal con la que se corresponde un amor así.

Cuando esto ha sido llevado a cabo, todas sus inten­ciones y sus pensamientos se derivan de este amor y, dado que se trata de un amor infernal, no intentan nada que no sea perverso y no piensan en nada que no sea falso. Éstos son sus máximos placeres, pues se correspon­den a su amor. De este modo, desdeñan cualquiera de las cosas buenas y verdaderas que pudieran haber adoptado con anterioridad por haber sido un instrumento útil para su amor.

Sin embargo, las personas buenas son conducidas del segundo estado al tercero; es decir, al estado de pre­paración para el Cielo mediante la instrucción. Nadie

puede ser preparado, a no ser a través de una visión

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sobre lo que es bueno y verdadero, es decir, a través de la instrucción.

Esto se debe a que las personas no pueden conocer lo que es bueno y verdadero a nivel espiritual, o lo que es perverso y falso, a no ser que se les enseñe. En el mundo es posible llegar a conocer lo que es bueno y verdadero, a un nivel cívico y moral, lo cual es considerado como justi­cia y honradez, gracias a que existen leyes civiles que nos muestran lo que es falso.

También existen contextos sociales en los que una persona aprende a vivir siguiendo las leyes morales, las cuales conciernen a aquello que es honesto y justo. Pero aquello que es bueno y justo a nivel espiritual, no puede ser aprendido a través del mundo, sino a través del Cielo.

Se pueden aprender algunas cosas gracias a las Escri­turas y a las doctrinas de la Iglesia, basadas en las Es­crituras. Pero, incluso estos conocimientos no pueden desembocar en la vida de las personas a no ser que, en lo más profundo de sus mentes, estén en el Cielo. Las per­sonas están en el Cielo cuando reconocen lo que es divi­no y, al mismo tiempo, actúan de forma justa y honrada, simplemente porque así lo mandan las Escrituras.

Esto equivale a comportarse de una forma justa y honrada, considerando lo divino como único objetivo y no el mundo o uno mismo. Pero nadie puede compor­tarse así, a no ser que antes se le haya enseñado, por ejem­plo, que Dios existe, que el Cielo y el infierno existen, que hay una vida después de la muerte, que Dios debe ser amado por encima de todas las cosas, que hay que amar al prójimo como a uno mismo y que el contenido de las Escrituras debe ser obedecido, porque éstas son divinas.

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A no ser que las personas se den cuenta y reconozcan estos hechos, no podrán pensar de forma espiritual. y, si no piensan sobre estas cuestiones, no podrán intentarlas; porque si uno no conoce algo, difícilmente podrá pensar sobre ello.

Cuando una persona intenta actuar de esta forma, en­tonces el Cielo penetra en su interior, es decir, que la vida del Señor entra en la vida de la persona a través del Cielo. Porque la divina esencia penetra en las intenciones y, a través de éstas, en los pensamientos y, a través de éstos, en la vida, ya que ambas cosas constituyen la fuente de la vida de una persona.

Por medio de estas consideraciones, podemos llegar a la conclusión de que no se puede llegar a aprender lo que es bueno y verdadero a nivel espiritual a través del mundo, sino sólo a través del Cielo y que nadie está pre­parado para entrar en el Cielo a no ser que sea enseña­do para ello.

El Señor enseña a las personas hasta el punto en que su propia naturaleza entra en sus vidas. Porque él reviste sus intenciones con el amor por conocer aquello que es bueno e ilumina sus pensamientos para que conozcan lo que es verdadero. Mientras esto sucede, las facultades más interiores de la persona son abiertas y el Cielo accede a ellas. Además, todo cuanto es divino y celestial pasa a for­mar parte de los elementos de honradez de la vida moral de las personas y de los elementos de justicia de su vida civil y los convierte en espirituales, porque al actuar en nombre de lo divino, también actúan a través de lo divi­no. De hecho, las cosas honestas y justas, propias de una

vida cívica y moral, realizadas a través de esta fuente, pue-

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den ser consideradas como resultado de su vida espirituat y de este resultado se deriva su actuación, puesto que la naturaleza de esta última determina la naturaleza de la primera.

Toda esta instrucción está realizada por ángeles de dis­tintas comunidades, sobre todo por los ángeles de las regio­nes del norte y del sur, ya que estas angélicas comunidades se hallan relacionadas con la inteligencia y la sabiduría y se derivan de las percepciones de todo cuanto es bueno y ver­dadero.

Los lugares donde tiene lugar esta instrucción están si­tuados en el norte y son muy variados entre sí; se hallan dispuestos de acuerdo con el tipo y con la especie de sus buenas cualidades celestiales, de forma que todos los in­dividuos puedan ser enseñados de acuerdo con su propio e intrínseco carácter y de su habilidad para recibir estas enseñanzas. Estos lugares se hallan diseminados por todas partes y a bastante distancia entre ellos.

Hasta aquí es donde conduce el Señor a los buenos espíritus para que sean instruidos después de que su se­gundo estado en el mundo de los espíritus haya sido completado.

De todas formas, esto no se aplica a todos los indivi­duos por igual, ya que las personas que han sido enseña­das en el mundo y han sido preparadas allí para su ingreso en el Cielo, son conducidas a éste por otro cami­no. Algunas son guiadas hasta el Cielo inmediatamente después de su muerte. Otras son llevadas hasta allí tras una breve estancia con los buenos espíritus, durante la cual resultan purificadas a través de la supresión de los elementos más ordinarios de sus pensamientos y de sus

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afectos relacionados con los aspectos de prestigio y de ri­queza característicos de nuestro mundo. Al principio, al­gunas de estas personas se sienten desoladas y ello tiene lugar en la parte que está situada en la planta de los pies, denominada «parte inferior de la Tierra». Otras, pasan por duras experiencias. Éstas son las típicas personas que, a pesar de haber crecido en falsas nociones, han continuado llevando vidas ejemplares. Porque las falsas nociones establecidas se aferran con tal tenacidad que las cuestiones verdaderas no pueden ser vistas y, en con­secuencia, no pueden ser aceptadas hasta que las falsas nociones han sido destruidas.

Enseñar en el Cielo se diferencia de enseñar en la Tie­rra en que las ideas no se hallan vinculadas a la memoria, sino a la vida. Las memorias de los espíritus están en sus vidas; de hecho, aceptan y absorben todos los elementos que armonizan con sus vidas, y rechazan y dejan de ab­sorber todos aquellos elementos con los que no armoni­zan. Los espíritus son afectos y, en consecuencia, adoptan una forma humana que se parece a sus afectos.

Puesto que ésta es su naturaleza, en ellos se respira continuamente un gran afecto hacia lo que es verdadero en cuanto a las actividades útiles de la vida.

El Señor proporciona al amor de estos individuos las actividades útiles que se adaptan a su naturaleza esencial, y este amor es intensificado mediante las esperanzas que alberga el individuo por convertirse en un ángel.

Ahora, todas las actividades útiles del Cielo son enfo­cadas hacia un mismo punto, es decir, hacia el reino del Señor que, ahora, también es su patria; todas estas activi­dades útiles se hacen mucho más efectivas cuanto más se

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adaptan a este uso común. Por este motivo, estas activi­dades útiles del individuo, que van más allá de lo palpa­ble, son buenas y celestiales. Así pues, el afecto hacia lo que es bueno se halla vinculado al afecto por una ac­tividad útil de forma en que las cosas verdaderas que aprenden son cosas verdaderas que forman parte de las actividades útiles.

Así son instruidos y preparados para su ingreso en el Cielo los espíritus angelicales.

Existen muchas formas diferentes en las que una ver­dad adaptada a una utilidad puede ser inculcada, algunas de ellas incluso desconocidas en este mundo. Con fre­cuencia, estos medios conciernen a descripciones de acti­vidades útiles que son presentadas de mil formas distin­tas en el mundo espiritual, con tanta gracia y encanto, que penetran el espíritu desde los elementos más interiores, pertenecientes a la mente, hasta los elementos más exte­riores, pertenecientes al cuerpo, afectando así a todo el ser de la persona.

En consecuencia, los espíritus se convierten práctica­mente en su propia actividad útil, de forma que cuando entran en la comunidad a la que pertenecen, tras haber sido introducidos allí después de su aprendizaje, se ha­llan involucrados en su propia vida al mismo tiempo que también se hallan involucrados en sus propias activida­des útiles.

A través de estas consideraciones, podemos concluir que las ideas, que son verdades externas, no influyen para nada en la entrada en el Cielo. Más bien es la vida misma quien lo hace, la cual es una vida de actividades útiles, impartidas por medio de las ideas.

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Había algunos espíritus que, en el mundo, se habían convencido a sí mismos a través del pensamiento de que iban a entrar en el Cielo y de que iban a ser aceptados antes que otros porque eran cultos y conocían muy bien las Escrituras y la doctrina de varias Iglesias. Así pues, es­taban plenamente convencidos de su sabiduría y estaban seguros de ser aquellos que la gente describía como «los sabios brillarán como el resplandor del firmamento y como las estrellas» (Daniel 12:3). Pero fueron examina­dos para ver si sus ideas pertenecían a sus memorias o a sus vidas.

Otros sentían un verdadero afecto por la verdad, es decir, por las actividades útiles que, al ser distintas de los asuntos físicos y mundanos, son esencialmente espiri­tuales. Tras haber sido enseñados, eran aceptados en el Cielo.

Entonces, se les permitía conocer el resplandor celestial, la divina verdad que es la de la luz del Cielo, a través de las actividades útiles, las cuales reciben los ra­yos de luz y los transforman en diferentes tipos de res­plandor.

Pero también había personas cuyas ideas permanecían únicamente en sus memorias, dirigidas hacia la adquisición de una habilidad para poder aplicar la lógica a cuestiones re­lacionadas con la verdad, así como hacia la «experimenta­ción» de todas aquellas propuestas que habían aceptado como principios. Incluso, aunque estos principios fuesen falsos, una vez los habían «experimentado», los veían como verdaderos.

Ahora, estas personas no se hallaban en absoluto in­mersas en la luz celestial, sino totalmente cegadas por

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una fe procedente del orgullo (con frecuencia relacio­nada con este tipo de inteligencia) y convencidas de que eran mucho más cultas que los demás y que, por ello, serían conducidas hasta el Cielo y los ángeles serí­an sus servidores.

Así pues, y con el fin de apartarlas de sus insensatas creencias, fueron conducidas hasta el primero o más ex­terior de los cielos para ser introducidas en una comuni­dad angélica en particular. Pero, mientras estaban en el proceso de entrada, sus ojos resultaron cegados por el in­tenso resplandor de la luz celestial; su discernimiento se hizo confuso y, finalmente, empezaron a hacer los mis­mos esfuerzos para respirar que hace una persona cuan­do está a punto de morir. Y cuando sintieron el calor del Cielo, que es el del amor celestial, empezaron a sentirse torturados por dentro. Y, en consecuencia, tuvieron que ser bajadas de nuevo. Después de esto, se les enseñó que las ideas no son las que convierten a alguien en ángel, sino que es la verdadera vida adquirida a través de las ideas puesto que, en sí mismas, las ideas están fuera del Cielo, mientras que la vida, adquirida a través de la ideas, está dentro del Cielo.

Una vez que los espíritus eran preparados para el Cielo a través de las enseñanzas impartidas en los luga­res anteriormente mencionados (esto no duraba mucho, puesto que los espíritus se hallaban involucrados en un sinfín de conceptos espirituales a la vez, los cuales abar­caban varios elementos a un mismo tiempo), eran vesti­dos con ropas angelicales, la mayoría de ellas blancas, al igual que pensamientos convertidos en lino. Así vesti­dos, los espíritus eran conducidos hasta un camino que

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se dirigía hacia el Cielo y, una vez allí, eran entregados a los ángeles guardianes. Entonces, pasaban a ser acepta­dos por otros ángeles e introducidos en las comunida­des y, desde allí, a otras muchas formas de felicidad.

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81 La vida en el Cielo no es tan dura como se cree la gente

Algunas personas piensan que la vida en el Cielo, deno­minada también vida espiritual, debe de ser muy dura porque han oído decir que, para acceder a ella, hay que re­nunciar al mundo, abandonar los apetitos asociados con el cuerpo y con la carne y vivir como seres espirituales. Creen que esto equivale a desechar todo cuanto pertene­ce a este mundo, en particular la riqueza y el prestigio, a permanecer sumidos en una meditación continua sobre Dios, sobre la salvación y sobre la vida eterna y a pasarse todas sus vidas rezando, leyendo las Escrituras y otros tipos de literatura religiosa. Están convencidas de que esto es renunciar al mundo y vivir con el espíritu en lugar de con la carne.

Pero un sinfín de experiencias, así como numerosas conversaciones con los ángeles, me han permitido llegar a descubrir que la situación es completamente distinta. De hecho, las personas que renuncian al mundo y viven con el espíritu de esta forma, no hacen más que crearse una aburrida vida a sí mismas, una vida en absoluto receptiva a las alegrías del Cielo, ya que la vida de cada uno está en su propio interior. Por el contrario, si las personas acep-

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tan la vida celestial, deben intentar vivir en el mundo tal como es involucrarse plenamente en él. Entonces, y a tra­vés de una vida moral y cívica, reciben también una vida espiritual. Ésta es la única forma en que se puede llegar a crear una vida espiritual en las personas, es decir, la única forma en que sus espíritus pueden ser preparados para el Cielo.

Porque vivir una vida interior sin vivir una exterior al mismo tiempo, equivale a vivir en una casa sin cimientos en la que, gradualmente, van apareciendo grietas y huecos y todo se tambalea hasta que termina por derrumbarse.

Si nos fijamos en la vida de una persona y la examina­mos de forma racional, descubriremos que es triple; veremos que existe una vida espiritual, una vida moral y una vida cí­vica, y encontraremos estas vidas muy distintas entre sí. Por­que hay personas que viven una vida cívica, pero no una vida moral o una espiritual. También hay personas que viven una vida cívica y una vida moral, al mismo tiempo que viven una espiritual. Estas últimas son las que, realmente, están vi­viendo una vida celestial, pues las demás no hacen más que vivir una vida mundana; una vida que no tiene nada que ver con la vida en el Cielo.

La primera conclusión a la que podemos llegar es que la vida espiritual no está reñida con la vida normal y cotidia­na, es decir, con nuestra vida en el mundo, sino que ambas se hallan tan unidas como el alma con el cuerpo; cuando éstas son separadas es como vivir en una casa sin cimientos.

Una vida cívica y moral es un claro reflejo de una vida espiritual, ya que las buenas intenciones están muy rela­cionadas con la vida espiritual, así como las buenas accio­nes también lo están con la vida cívica y moral. Si la vida

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cívica y moral se halla separada de la vida espiritual, ésta no estará formada más que por pensamientos y por pala­bras y, entonces, las intenciones, que son la verdadera parte espiritual de la persona, desaparecerán porque care­cerán de cimientos donde apoyarse. Las consideraciones que a continuación vamos a presentar a este respecto, nos permitirán poder ver que la vida en el Cielo no es tan dura como se cree la gente.

¿ Quién no puede vivir una vida cívica y moral al mismo tiempo? A todos se nos enseña a ello desde nues­tro nacimiento y se nos reconoce por ello a través de nues­tra vida en el mundo. Todos, buenos o malos, la viven por igual, porque ¿quién no desea ser considerado como al­guien honesto y amable?

Exteriormente, casi todas las personas practican la ho­nestidad y la justicia, incluso hasta el punto de llegar a pare­cer honestas y bondadosas. Las personas espirituales tam­bién necesitan vivir de esta misma forma, lo cual pueden hacer con tanta facilidad como el resto de la gente, la única diferencia estriba en que éstas creen firmemente en lo que es divino y se comportan de forma honesta y bondadosa, no sólo porque siguen las leyes morales y civiles, sino tam­bién porque siguen las leyes divinas. Las personas que pien­san en lo divino mientras actúan están en contacto con los ángeles del Cielo. Mientras hacen esto, permanecen unidos a ellos y, de esta forma, su personalidad interior se abre, la cual, en sí misma, es la persona espiritual.

Cuando las personas obran de este modo, son adopta­das y dirigidas por el Señor sin que se den cuenta de ello. Entonces, cualquier cosa buena u honesta que hagan du­rante su vida moral y cívica, es realizada a través de una

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fuente espiritual. Hacer algo bueno y honesto a través de una fuente espiritual es hacerlo a través de aquello que es genuinamente honesto y bondadoso, es decir, desde el co­razón.

Las leyes de la vida espiritual, las leyes de la vida cívi­ca y las leyes de la vida moral nos son transmitidas a tra­vés de los Diez Mandamientos. Primero están las leyes de la vida espiritual, después, las de la vida cívica y, por últi­mo, las de la vida moral.

Exteriormente, las personas menos espirituales viven estos preceptos de forma parecida a la que lo hacen las personas más espirituales. Al igual que éstas, van a la iglesia, escuchan los sermones, adoptan un aspecto pia­doso, no matan, no cometen adulterio, no roban, no le­vantan falsos testimonios, ni tampoco despojan a sus se­mejantes de sus posesiones, etcétera. Pero lo hacen por su propio egoísmo, es decir, para poder conservar las apariencias.

Pero las cosas son distintas para las personas que sien­ten en su corazón aquello que es divino, que han dejado que las leyes divinas guíen las acciones de su vida y que han vivido de acuerdo con los preceptos de los Diez Mandamientos. Cuando éstas se concentran en sus aspec­tos interiores es como si pasasen de la oscuridad a la luz, de la ignorancia a la sabiduría y de una vida triste y llena de amargura a una vida llena de felicidad. Esto se debe a que se hallan rodeadas por lo divino y, por lo tanto, en el Cielo.

Ahora podemos ver que vivir en el Cielo no es algo tan duro como se cree la gente. Cuando hay algo que no es honesto ni justo, las personas lo saben porque su espíritu

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se conmueve ante ello y, simplemente, piensan que no deben hacerlo porque va en contra de los preceptos divi­nos. Cuando las personas tienden a actuar así, conforme se acostumbran a ello, cada vez les cuesta menos hacerlo y, entonces, poco a poco, van consiguiendo entrar en el Cielo. Simultáneamente, también se van abriendo las fa­cultades más elevadas de su mente y, al abrirse, se dan cuenta de las cosas que son deshonestas e injustas y, al ser capaces de verlas, también son capaces de desprenderse de ellas. Nadie es capaz de desprenderse del mal hasta después de haberlo visto.

Éste es un estado que las personas pueden llegar a al­canzar gracias a su libertad. ¿Acaso hay alguien que no tenga la libertad de poder pensar de esta forma? En cuan­to empiezan a actuar así, el Señor les proporciona todas las cosas buenas, y no sólo las ayuda para que puedan ver los elementos malignos, sino también para que los des­precien y, en consecuencia, puedan evitarlos. Éste es el sig­nificado de las palabras del Señor.

«Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.» (Mateo 11:30)

Una vida en el Cielo no es una vida aislada del mundo, sino involucrada en él. Una vida de piedad sin una vida de caridad (lo que tan sólo ocurre en este mundo) no conduce al Cielo. Lo único que puede conducir al Cielo es una vida de caridad, de honradez y de justicia que im­pregne todos nuestros actos y nuestras obras, procedente de una fuente más interior, es decir, de una fuente celes­

tial. Esta fuente se halla presente en esta vida cuando una

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persona se comporta de una forma justa y honrada, sim­plemente porque desea seguir las leyes divinas. Este tipo de vida no es duro en absoluto.

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* I Índice

1. Despertar tras la muerte y entrar en la vida eterna ............................ 7

2. Una persona no deja nada tras ella, excepto un cuerpo terrenal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15

3. La calidad de la persona después de su muerte ... 35

4. El cambio de los placeres después de la muerte ... 57

5. El primer estado después de la muerte .......... 69

6. El segundo estado después de la muerte ......... 77

7. El tercer estado después de la muerte ........... 93

8. La vida en el Cielo no es tan dura como se cree la gente ........................ 103

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