desmantelamiento del concepto de democracia

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Universidad de Chile Facultad de Derecho Cátedra de Derecho Parlamentario Profesor José Antonio Viera-Gallo Primer Semestre 2015 Desmantelamiento y análisis del concepto de democracia

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Análisis del concepto de democracia moderno.

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Page 1: Desmantelamiento del Concepto de Democracia

Universidad de Chile

Facultad de Derecho

Cátedra de Derecho Parlamentario

Profesor José Antonio Viera-Gallo

Primer Semestre 2015

Desmantelamiento y análisis del concepto de

“democracia”

Conall Morrison (14.665.441-K)

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¿Qué es una “democracia”? No es una pregunta fácil de responder, y como consecuencia de tal interrogante hemos visto nacer en décadas recientes una enorme cantidad de doctrina al respecto. Históricamente hablando, la palabra “democracia” ha sido manoseada incesantemente por toda clase de políticos, politólogos, demagogos, sociólogos, antropólogos y hasta juristas. Se ha usado para hacer referencia a un sinnúmero de sistemas de gobierno y/o estructuración social en materia de toma de decisiones, muchos de los cuales no pareciesen tener nada en común sino una ilusoria legitimidad derivada de la opinión colectiva de que aquellos regímenes constituyen un sistema “democrático”. ¿Qué tienen en común, por ejemplo, el gobierno de David Cameron con el de Salvador Allende, el de Shinzō Abe, o con la democracia ateniense de hace milenios? Pareciese ser que solo el título, y sin embargo, a todos ellos se les denomina gobierno democrático.

Los intentos de delimitar el concepto por parte de la enorme mayoría de la población son sinceramente tristes: un ejemplo de aquello es la identificación de la democracia con concepciones numéricas. No es poco común escuchar a alguien decir que un gobierno se halla legitimado democráticamente si es que obtiene la mayoría de los votos válidamente emitidos. Sin siquiera entrar a cuestionar de fondo cómo es que un sistema que se limita a adoptar las decisiones de quienes sean más en número puede denominarse “democracia” (gobierno del pueblo, no de la mayoría del pueblo), tal argumento se desmorona simplemente haciendo las siguientes preguntas: 1) ¿Qué porcentaje se necesita?, y, más importantemente, 2) ¿Por qué ese número en particular? No me sorprendería que en el futuro no tan distante empezásemos a exigir un 60% de aprobación para el cargo de Presidente de la República, tras lo cual las futuras generaciones se reirán de que alguna vez permitimos a alguien salir electo con 50.0001% de los votos emitidos, y lo llamaremos “poco democrático”.

Lo que busco señalar con todo esto es que dentro de la palabra democracia se hallan mezclados varios sistemas que para fines prácticos, ilustrativos y pedagógicos debiesen dividirse, y es precisamente lo que vemos en “Modelos y teorías sobre la democracia”, cuando se analizan las reflexiones de Robert Dahl en su texto “La Poliarquía” (1971). Según la distinción que hace el escrito (noción con la que concuerdo a grandes rasgos) existen tres subcategorías insertas en la palabra democracia:

Democracia Clásica: hace referencia al concepto de democracia que surge en la Edad Grecolatina en alusión al sistema político imperante en Atenas en aquel entonces. Era un sistema que, francamente, no tenía mucho de democrático, pues la participación política era bastante baja. Demos significa pueblo; habría, entonces, que entrar a definir el concepto de pueblo. Sin embargo, lo realmente importante aquí es hacer hincapié en la baja tasa de inclusión de la gente en los procesos políticos.

Democracia Contemporánea o Moderna: este es el concepto al que hace mención la mayoría de la gente cuando habla de democracia, i.e., el sistema de organización política que existe de manera imperante en la mayoría del mundo “occidental”, consistente en un grupo de agentes políticos que ocupan cargos de elección popular, cuyas atribuciones y normas de determinación varían de sistema a sistema.

Democracia Ideal o Pura: sistema político y de estructuración social que encarna los principios propios consagrados en la etimología de la palabra “democracia”, i.e., “gobierno del pueblo”. Es razonable señalar que, siéndonos sinceros, jamás se ha

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alcanzado en la práctica. Existen diversas teorías cuyo fin, inmediato o último, es alcanzar una democracia ideal. E.g.: Marxismo, anarquismo, socialismo utópico, etc.

Lo que hace aquí Dahl es desprender del concepto de democracia el de poliarquía, término que usa para referirse a la democracia moderna o contemporánea (terminología con la que no concuerdo, pero eso requeriría de una elaboración que no es realmente atingente al asunto en cuestión). Esto, me parece, es la decisión correcta, puesto que el sistema no es realmente democrático; el pueblo no gobierna. En el mejor de los casos gobiernan las mayorías, y eso en la práctica es difícil de encontrar, si no es que inexistente, puesto que estos gobiernos como consecuencia del lobbying, el corporativismo, la corrupción, la ignorancia popular, entre otras cosas, terminan siendo dirigidos realmente por las elites oligárquicas. Es precisamente esto a lo que hago alusión en mi trabajo anterior (“El ciclo de los sistemas políticos”), cuando señalo que “estamos actualmente en una oligarquía enmascarada de ‘democracia’, lo cual se evidencia en el caso Dávalos”. La influencia de sectores poderosos, como la familia Luksic, conlleva un enorme peso, y repercute finalmente en una toma de decisiones que no se condice con los intereses del pueblo chileno. ¿Cómo hemos de tildar de democrático un gobierno que toma decisiones evidentemente contradictorias con lo que pide a gritos la nación? Hoy por hoy es muy difícil encontrar a alguien que se manifieste contento con el sistema de las AFP, y sin embargo nadie dentro de la esfera política hace algo al respecto para remediar la situación.

Lo que ocurre realmente en una poliarquía es que existe un sistema de toma de decisiones que viene dado desde hace siglos, i.e., se gobierna a través de la clásica trilogía de poderes constituido por el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial, o a través de alguna variación de esto, según la tradición histórica-material-política de la zona. A este sistema que, reitero, existe hace mucho tiempo, se le agrega el factor de elección de cargos por votación popular, con el fin de evitar que las masas cuestionen la legitimidad, al menos de forma, de las decisiones que se tomen con posterioridad. A este sistema se le da el nombre de “democracia”, “gobierno del pueblo”, y a través del tiempo las personas asocian este sistema de votación periódica con el concepto de gobierno de la demos. Como mencioné en la parte introductoria del texto, llegamos a la falaz conclusión de que gobierna el pueblo, porque gobierna alguien que obtuvo un 1-2% más de votos que su contrincante en las elecciones. No importa si sus decisiones encarnan la voluntad del pueblo, no importa si se le soborna, amenaza o extorsiona, nada de ello importa, porque el pueblo, ignorante, cree que el problema es de la persona que gobierna, y no del sistema. Si uno conversa con el taxista, la tía del quiosco, el vendedor de la feria, lo más probable es que te dirán lo mismo: que los políticos son unos corruptos, unos ladrones, y lo resumirán todo con la yuxtaposición de dos palabras: una un apellido correspondiente al del actual Presidente de la República, la otra una coprolalia propia de nuestra bella nación. Y sin embargo, rara, rarísima vez uno oirá la crítica dirigirse contra el sistema en vez de contra los oficiales electos.

No hemos de sorprendernos con ellos: el sistema entero se halla diseñado sobre la base de la necesidad de una masa ignorante (conclusión extraíble, por ejemplo, si se observan los escuálidos esfuerzos de la esfera política por proveer educación gratuita y de calidad al grueso del pueblo). En clases, el profesor Viera-Gallo señalaba la ironía del hecho de que, tras décadas de luchar por el derecho a votar, hoy la gente no vota. Ello se debe porque la clase dominante, al otorgar a

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regañadientes tal derecho, no podía quedarse de brazos cruzados, y permitir que el sistema se tradujese efectivamente en soberanía popular: tenían que asegurarse de que ello no ocurriese, y lo hicieron a través de la edificación de una sociedad de consumo y decadencia intelectual sin precedentes. Hoy por hoy, la enorme mayoría de las personas tienen acceso a una cantidad de información francamente insondable, y mis hermanas por ejemplo, que comparten mucho de mi material genético, se hallan sumidas en una ignorancia política que personalmente hallo inconcebible. Y ello es consecuencia del hecho de que, no importa quién seas, el sistema tiene un nicho de comodidad e ignorancia listo para ti, donde lo único que tienes que hacer es “seguirles la corriente”, joue le jeu, y ellos se encargarán de todo lo demás.

De más está decir que, si este sistema no constituye una democracia en su real significado, menos lo hará el sistema de democracia clásica; difícilmente gobernará el pueblo cuando se hallen excluidos del voto los esclavos, pobres y mujeres –faltaría también excluir a los feos– salvo que, osadamente, trate de argumentarse que aquellas personas no constituyen parte del pueblo. Entonces, no podemos sino concluir que si se interpreta etimológicamente (como debiesen interpretarse a mi juicio todas las palabras), no ha existido nunca un Estado realmente democrático, al menos desde el origen del sedentarismo, y definitivamente no desde la concepción moderna del Estado.

La democracia ideal o pura es muchas veces desestimada por ser considerada un mero producto de la fantasía, una noción onírica/utópica que nunca ha de ser alcanzada en la realidad. Ello se utiliza como fundamento de la existencia de la poliarquía, y también podría usarse para justificar el hecho de que a ello se le llame comúnmente democracia; después de todo, es lo más cercano, por lejos que igualmente esté, de una democracia pura. Se halla basado en el argumento del conformismo. Entonces, la gran interrogante que debe uno plantearse es la siguiente: ¿Es realmente la democracia pura inalcanzable? Para muchos la respuesta será sí, consecuencia de lo cual el curso de acción a tomar debe ser el de perfeccionar el sistema de poliarquía como el real y pragmático acercamiento al menos a la pseudo-manifestación de la voluntad popular.

Si su respuesta es no, entonces lo felicito, y le doy la bienvenida al club de los que creemos. Póngase cómodo; tenemos un largo camino que recorrer.