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LA GUERRA FRÍA EN EUROPA. Durante los veinte años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, Europa debilitada y relegada a un segundo plano en la política mundial, fue el principal escenario de la Guerra Fría. Allí las potencias intentaron limitar la influencia de su enemigo mediante programas de ayuda económica, como el Plan Marshall , implementado por Estados Unidos desde 1947 y que consistía en el otorgamiento de préstamos de bajo interés destinados en su mayor parte a Gran Bretaña, Francia, Alemania e Italia; y el Consejo de Asistencia Económica Mutua (CAME o CAMERCON) creado por la URSS para impedir que los países de Europa Oriental aceptaran la ayuda económica norteamericana y cuyo propósito era promover la industrialización de los países miembros y el intercambio comercial entre las naciones del bloque. En el terreno militar, el enfrentamiento entre las potencias se manifestó a través de la constitución de alianzas. En 1949, los norteamericanos impulsaron la creación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), que agrupaba a la mayoría de los países capitalistas noratlánticos en una alianza defensiva que comprometía a sus miembros a prestarse ayuda en caso de agresión a terceros. En 1955, los soviéticos respondieron con la creación del Pacto de Varsovia, una organización militar que reunía a los países comunistas. La mayor tensión de la Guerra Fría en Europa se relacionó con la crisis de Berlín en 1947, cuando ambos bloques se disputaron el control y la ocupación de esa ciudad. División de Alemania y construcción del muro de Berlín. Un primer síntoma de lo que sería la Guerra Fría se pudo apreciar con motivo de la repartición que los aliados hicieron de Alemania, después de la derrota de los nazis. Las diferencias entre la URSS, por un lado, y las potencias occidentales, por el otro, impidieron unificar las cuatro zonas de influencia que se habían establecido en 1945 y así, en 1949, nacieron dos Estados nuevos: la República Democrática Alemana (RDA) y la República Federal de Alemania (RFA). La capital, Berlín, También permaneció dividida, lo cual implicó que al interior de la RDA hubiera un enclave occidental que se regía por otras leyes. La tensa situación en la frontera que separaba los dos sectores de Berlín, los atentados y sabotajes de que fue victima Berlín Oriental originaron, en 1961, la construcción del emblemático “muro de Berlín”, símbolo de la Guerra Fría. Primavera de Praga. El movimiento renovador checoslovaco del socialismo, conocido como la “Primavera de Praga”, intentó alcanzar un socialismo menos rígido. Apoyado por gran parte de la ciudadanía, el presidente comunista Alexander Dubcêk procuró liberalizar el régimen, proceso que se inicia en 1968. Un año después, las tropas de la URSS invadieron el territorio checo, se depuso a Dubcêk y se anularon las reformas. LA GUERRA FRÍA EN ASIA ORIENTAL. Asia fue la región del planeta en que las superpotencias compitieron durante todo el desarrollo de la Guerra Fría, y por lo tanto, donde mayores Las fuerzas comunistas eran muy poderosas y habían tenido un gran protagonismo en la liberación del país del dominio francés, por lo que rechazaron la división del país postulando que Vietnam era uno solo. Pero Estados Unidos se opuso a la unificación y envió tropas desde 1962 para rechazar la guerrilla comunista, pues el Ejército de Vietnam del Norte comenzó a invadir el Sur para unificar el país. Desde esa fecha y hasta 1974, los Estados Unidos intervinieron en el conflicto, bombardeando y destruyendo gran parte del país. Si embargo, la resistencia del ejército comunista hizo que las tropas de Estados Unidos se retiraran sin lograr su objetivo. De hecho, al año 1

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LA GUERRA FRÍA EN EUROPA.

Durante los veinte años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, Europa debilitada y relegada a un segundo plano en la política mundial, fue el principal escenario de la Guerra Fría. Allí las potencias intentaron limitar la influencia de su enemigo mediante programas de ayuda económica, como el Plan Marshall, implementado por Estados Unidos desde 1947 y que consistía en el otorgamiento de préstamos de bajo interés destinados en su mayor parte a Gran Bretaña, Francia, Alemania e Italia; y el Consejo de Asistencia Económica Mutua (CAME o CAMERCON) creado por la URSS para impedir que los países de Europa Oriental aceptaran la ayuda económica norteamericana y cuyo propósito era promover la industrialización de los países miembros y el intercambio comercial entre las naciones del bloque.

En el terreno militar, el enfrentamiento entre las potencias se manifestó a través de la constitución de alianzas. En 1949, los norteamericanos impulsaron la creación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), que agrupaba a la mayoría de los países capitalistas noratlánticos en una alianza defensiva que comprometía a sus miembros a prestarse ayuda en caso de agresión a terceros. En 1955, los soviéticos respondieron con la creación del Pacto de Varsovia, una organización militar que reunía a los países comunistas. La mayor tensión de la Guerra Fría en Europa se relacionó con la crisis de Berlín en 1947, cuando ambos bloques se disputaron el control y la ocupación de esa ciudad.

División de Alemania y construcción del muro de Berlín.

Un primer síntoma de lo que sería la Guerra Fría se pudo apreciar con motivo de la repartición que los aliados hicieron de Alemania, después de la derrota de los nazis. Las diferencias entre la URSS, por un lado, y las potencias occidentales, por el otro, impidieron unificar las cuatro zonas de influencia que se habían establecido en 1945 y así, en 1949, nacieron dos Estados nuevos: la República Democrática Alemana (RDA) y la República Federal de Alemania (RFA).

La capital, Berlín, También permaneció dividida, lo cual implicó que al interior de la RDA hubiera un enclave occidental que se regía por otras leyes. La tensa situación en la frontera que separaba los dos sectores de Berlín, los atentados y sabotajes de que fue victima Berlín Oriental originaron, en 1961, la construcción del emblemático “muro de Berlín”, símbolo de la Guerra Fría.

Primavera de Praga.El movimiento renovador checoslovaco del

socialismo, conocido como la “Primavera de Praga”, intentó alcanzar un socialismo menos rígido. Apoyado por gran parte de la ciudadanía, el presidente comunista Alexander Dubcêk procuró liberalizar el régimen, proceso que se inicia en 1968. Un año después, las tropas de la URSS invadieron el territorio checo, se depuso a Dubcêk y se anularon las reformas.

LA GUERRA FRÍA EN ASIA ORIENTAL.

Asia fue la región del planeta en que las superpotencias compitieron durante todo el desarrollo

de la Guerra Fría, y por lo tanto, donde mayores Las fuerzas comunistas eran muy poderosas y habían tenido un gran protagonismo en la liberación del país del dominio francés, por lo que rechazaron la división del país postulando que Vietnam era uno solo. Pero Estados Unidos se opuso a la unificación y envió tropas desde 1962 para rechazar la guerrilla comunista, pues el Ejército de Vietnam del Norte comenzó a invadir el Sur para unificar el país. Desde esa fecha y hasta 1974, los Estados Unidos intervinieron en el conflicto, bombardeando y destruyendo gran parte del país. Si embargo, la resistencia del ejército comunista hizo que las tropas de Estados Unidos se retiraran sin lograr su objetivo. De hecho, al año siguiente de su retiro, en 1975, los comunistas se tomaron la capital de Vietnam del Sur, Saigón, y unificaron el país bajo un gobierno comunista.fricciones se produjeron entre ambas. Allí el enfrentamiento se hizo presente en:

La Revolución China: en 1949 el líder comunista Mao Tse-Tung se impuso y extendió el régimen comunista a toda China. Inicialmente, la relación entre este país y la URSS fue cooperativa. Durante la Guerra de Corea, China reforzó su alianza con los soviéticos mientras rompía con los Estados Unidos y sus aliados. Hacia fines de los años cincuenta las relaciones chino-soviéticas se tensaron y culminaron con una ruptura total con la URSS a comienzos de la década del sesenta, donde plantearon una vía de construcción de una nueva sociedad y una nueva cultura. Entre las medidas adoptadas más importantes, desarrolladas por el Partido Comunista Chino, destaca una gran reforma agraria, pues la mayoría de la población china era campesina y, por otra parte, una gran reforma cultural.

En la actualidad, el gobierno chino sigue siendo dirigido por el Partido Comunista, pero ha desarrollado un proceso donde abrió la economía a la inversión extranjera y a la empresa privada.

La Guerra de Corea (1950-1953):Lo mismo que Alemania, la Península de

Corea fue dividida luego de la Segunda Guerra Mundial. En 1948 se formaron dos Estados: Corea del Norte: comunista y aliada de la URSS; y Corea del Sur, aliada de Estados Unidos. A raíz de una disputa fronteriza, el ejército de Corea del Norte invadió el país del Sur. Estados Unidos se involucró de inmediato en esta guerra, enviando tropas para pelear contra el ejército coreano comunista. Luego de que el país más poblado del mundo, China, se hiciera comunista en 1949, Estado Unidos temía que todo el sudeste asiático se hiciera comunista. Era el llamado “efecto dominó”: si cae un país (en el comunismo) caen todos. De esta forma, Estados Unidos intervino agresivamente en ese conflicto, incluso algunos de sus generales propusieron lanzar una serie de bombas atómicas en la zona de la frontera chino-coreana. Pese a todo, al cabo de tres años de guerra, la frontera de las dos Coreas se mantuvo como en un comienzo.

La Guerra de Vietnam (1962-1974). La Guerra de Vietnam fue la más larga y

cruenta de todo el período. Liberada del Colonialismo Francés en 1954, Vietnam fue dividida en dos por la comunidad internacional: el Norte Comunista y el Sur capitalista.

AMÉRICA LATINA DURANTE LA GUERRA FRÍA.

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En los años sesenta, la mayor parte de los gobiernos latinoamericanos eran democráticos. Sólo Paraguay, República Dominicana, El Salvador, Haití y Nicaragua permanecían bajo regímenes dictatoriales.

El caso cubano:En 1959 una revolución dio fin a la

dictadura de Fulgencio Batista, que se había instalado en Cuba en 1952 con el apoyo de los Estados Unidos, dado que protegía sus intereses. El nuevo gobierno, encabezado por Fidel Castro, realizó profundas reformas: distribuyó las tierras de cultivo, alfabetizó a la población e implementó un amplio programa de salud. En 1961 los Estados Unidos, preocupados por la política cubana, impusieron un bloqueo económico a la isla, y en el contexto de la Guerra Fría, la URSS acudió en apoyo de Castro. La orientación de la Revolución cubana se definió como pro-soviética en ese momento y tras el intento de Kennedy de invadir la isla.

En 1962 se vivió uno de los momentos más tensos de la Guerra Fría, cuando instalaron misiles soviéticos en Cuba, en respuesta a los misiles norteamericanos emplazados en Turquía y que apuntaban a Rusia. El gobierno estadounidense respondió a la amenaza declarando el bloqueo económico a Cuba: cualquier buque que se acercara a la isla con material estratégico sería detenido o hundido. La URSS no desafió el bloqueo y después de algunas negociaciones, en las que Estados Unidos se comprometió a no atacar a Cuba y a renunciar a sus misiles en Turquía, la URSS aceptó retirar sus misiles de la isla caribeña.

La Revolución cubana y la crisis de los misiles provocaron un importante cambio en la política de Estados Unidos hacia América Latina, teniendo como objetivo el evitar que la experiencia socialista de Cuba se repitiera en otro lugar del continente. Con esa finalidad se implementó bajo el gobierno de Kennedy un programa de ayuda económica, denominada “Alianza para el Progreso”, y se formó a las fuerzas armadas del continente bajo la doctrina de seguridad interior del Estado, que perseguía combatir a los enemigos internos que se desarrollaban en cada país y que, desde el punto de vista de Estados Unidos, correspondían a todas las fuerzas y organizaciones que se identificaran con el ideario socialista.

LA GUERRA FRÍA EN ÁFRICA.

En este continente las luchas de liberación nacional que jalonaron el proceso de descolonización, se entrelazaron en muchos casos con el conflicto entre los Estados Unidos y la URSS.

Aunque el presidente de Estados Unidos, T. Roosevelt, había sido uno de los principales defensores del derecho de las colonias a independizarse, el temor a que los nuevos Estados optaran por un modelo socialista llevó a Washington a respaldar a sus aliados europeos en la conservación de los imperios.

El apoyo de la URSS al proceso descolonizador, condujo a Estados Unidos a practicar una política fluctuante, muy atenta a impedir que los nuevos países derivaran hacia el bloque comunista. La descolonización: con el fin de la Segunda Guerra Mundial, los imperios coloniales se desintegraron y dieron lugar va un conjunto de nuevas naciones. Si antes de la guerra alcanzaban los dedos de una mano para enumerar los estados independientes de Asia y África, a fines de 1960 se mantenían muy pocos dominios coloniales y decenas de nuevos Estados

habían surgido a la vida independiente. Se trató de un cambio producido, en gran parte, por el debilitamiento de las potencias coloniales y por el auge del nacionalismo independentista en las antiguas colonias, estimulado por la disputa entre la URSS y Estados Unidos en el marco de la Guerra Fría.

La primera etapa del proceso se desarrolló en Asia; luego surgieron las nuevas naciones del mundo árabe en Oriente Medio y el norte de África y, por último, las del África subsahariana, que se formaron en rápida sucesión desde fines de la década de 1950.

a) Dos modelos: para analizar el proceso de descolonización es útil contraponer el modelo de las potencias coloniales más importantes del siglo XIX, Gran Bretaña y Francia. Cuando Gran Bretaña fue consciente de su declinación, inició un largo proceso de negociación con sus colonias, en el marco del cual, algunas de ellas accedieron al estatuto de “dominios” y adquirieron una semiautonomía. Cuando llegó la hora de la descolonización, Gran Bretaña no se opuso a un curso de los acontecimientos que consideraba irreversible y buscó, en muchos casos con éxito, limitarse a mantener los vínculos económicos y cierta comunidad política con las colonias que accedían a soberanía.

El modelo francés se opuso al británico, particularmente, en el caso de las colonias del sudeste asiático y de Argelia. Francia resistió los procesos de independencia y buscó integrar sus colonias con la metrópoli, otorgando, por ejemplo, la ciudadanía francesa a los nativos dominados. Al desconocer la profundidad, la amplitud y el carácter del nacionalismo rebelde, facilitó el desarrollo de cruentas y prolongadas guerras de liberación.

Entre 1954 y 1961, las tropas francesas enfrentaron la acción del frente de Liberación Nacional Argelino, que propició la rebelión contra la administración colonial. Después de un violento conflicto, Francia se vio obligada a conceder la independencia. En Indochina, durante la Segunda guerra Mundial, los japoneses habían controlado el territorio con el consentimiento del régimen colaborador de Vichy, lo que provocó la expansión del movimiento de liberación de orientación comunista. A la derrota japonesa en la contienda le siguió la inmediata declaración de la Independencia, que fue rechazada por los franceses. Derrotada militarmente en la famosa batalla de Dien Bien Phu, Francia fue obligada a aceptar el curso de los acontecimientos y, en 1954, liberó el territorio.

La situación de Indochina no se resolvió, sin embargo, en ese momento. Durante los años de la Guerra Fría, la retirada francesa dio lugar a la conformación de cuatro Estados diferentes: en 1953, y de una forma relativamente calma, se formaron Laos y Camboya.

b) Descolonización sin modelo: la descolonización en oriente medio no siguió ninguno de los dos patrones anteriores. Palestina, por ejemplo, no era una colonia, sino una administración de Gran Bretaña por “mandato” de la Sociedad de las Naciones, desde el fin de la Primera Guerra Mundial. En su territorio, se desarrollaba el proyecto sionista para la creación del Estado de Israel, lo que produjo una expansión importante de la comunidad judía. El también pujante nacionalismo árabe, que ya había logrado la independencia de varios Estados en torno de las

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fronteras palestinas, se oponía a este objetivo, en el que se veía un cercenamiento de su propio territorio. Cuando terminó la Segunda guerra mundial, los británicos transfirieron la responsabilidad del problema a las Naciones Unidas, donde se resolvió la creación de dos nuevos estados en Palestina: uno judío y otro árabe.

La insatisfacción árabe ante esta solución llevó, en 1948, a la primera Guerra Árabe-israelí, comienzo de un ciclo de inestabilidad y conflictos, que se continuó con la Guerra de los Seis Días, en 1967, y la Guerra de Yom Kipur, en 1973. Después de varios ciclos de calma y tensión, en 1999, el conflicto recrudeció; las nuevas formas de enfrentamiento (los atentados y los ataques a la población civil de ambos bandos) han adquirido una dimensión terrible.

En cuanto al África negra, las comunidades nativas, poco organizadas, habían sido muy vulnerables a la penetración y la explotación coloniales durante el siglo XIX. En el momento de su independencia, las condiciones institucionales y políticas estaban lejos de garantizar la creación de estados modernos. De todas maneras, en un lapso de veinticinco a treinta años se crearon allí, aunque bastante artificialmente, unos treinta nuevos Estados, en muchos de los cuales, la inestabilidad política, las guerras, las hambrunas y las enfermedades serían permanentes.

OTRAS FORMAS DE DIVISIÓN.

La división del mundo en dos bloques de poder antagónicos y su enfrentamiento en la Guerra Fría, no se expresó solamente en la lucha por sus zonas de influencia territorial. Con mucha frecuencia, el conflicto alcanzó gran relevancia en el plano de las ideas, en un debate en que ambas potencias atacaban a su rival destacando las bondades del sistema que ellos defendían y el lado oscuro del propiciado por su enemigo.

La “demonización” del adversario fue utilizada a menudo por los aparatos de propaganda de ambos bandos, dando lugar a toda una producción cultural muy propia de estos años, que se expresó en la literatura, el cine y la gráfica, en ocasiones de manera irónica y, en otras, con mucha seriedad. Así daban cuenta del ambiente que caracterizó el período y de la visión que cada bando tenía de si mismo y de su enemigo. El miedo a la guerra nuclear: con el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki el mundo entró en una nueva época, la era atómica.

En 1945, sólo Estados Unidos poseía la bomba atómica. Con la Guerra Fría, la URSS se lanzó a su fabricación, enseguida Gran Bretaña, más tarde Francia, China, Israel, India y África del sur. El arsenal atómico amenazó la sobrevivencia del planeta, Apocalipsis dejaba de ser un tema bíblico para convertirse en el horizonte de varias generaciones. Con el arma atómica, la “paz nuclear” reposaría en el equilibrio del terror. La competencia tecnológica: en el contexto de la guerra fría, los Estados Unidos y la Unión Soviética vivían enfrentados en una competencia permanente por el prestigio y el poder, y uno de los terrenos donde se manifestaba esa competencia era el orden de los avances científicos y tecnológicos. En 1957, los soviéticos aventajaron a los norteamericanos al convertirse en los primeros en enviar al espacio un satélite artificial (el Sputnik) y ese mismo año, pusieron en órbita al primer ser vivo, la perra Laika. En

1961, el soviético Yuri Gagarin fue la primera persona en comandar un vuelo espacial. Los norteamericanos respondieron con la creación de la Agencia espacial y Aeronáutica (NASA), en 1958, y con el inicio de una agresiva política espacial que tuvo un gran hito en 1969 con la llegada a la luna de los astronautas de la nave Apolo XI. En 1968, más del 80% de los fondos destinados a la investigación y el desarrollo en los estados Unidos, y más del 60% en Gran Bretaña y en Francia, se concentraban en las áreas de defensa, investigaciones atómicas y espaciales.

EL TERCER MUNDO Y LAS MOVILIZACIONES SOCIALES DE LOS SESENTAS.

La voz de los excluidos: El Tercer Mundo.

Los pueblos de los países descolonizados irrumpieron con todo en el escenario mundial. Primero, porque mostraron al mundo la magnitud de los problemas sociales, económicos y políticos que afectaban a más de la mitad de la población del planeta y que habían permanecidos ocultos bajo el régimen de dominación colonial. Segundo, porque naciones autónomas comenzaron hacer sentir su voz en el concierto mundial y a construir organizaciones que potenciaran sus demandas. Y tercero, porque el control de ciertas materias primas clave permitió a algunos de ellos ejercer cierto poder y presionar a las potencias industrializadas.

Encarar el subdesarrollo.

El cambio de colonias a estados independientes trajo a los nuevos países el desafió de transformar sus economía, crear una institucionalidad y superar los enormes problemas sociales no solucionados y muchas veces provocados por el dominio colonial. El subdesarrollo era el panorama común y muchos de los nuevos países quedaron anclados en un estado precario. Los nacientes Estados tuvieron que reorganizar sus economías coloniales, abasteciéndolas de los productos manufacturados a los que se habían hecho dependientes, readecuando la infraestructura productiva orientada a la extracción de materias primas y contando con personal calificado para organizar este proceso. En la mayoría de los países de África y de Asia, se mantuvo la estructura económica colonial y las elites locales que tomaron el poder, cedieron el control de la explotación de las materias primas a consorcios internacionales.

Por otra parte, para desarrollar otras áreas económicas, las ex-colonias requerían del apoyo financiero que ofrecían las superpotencias. Para obtenerlo, se hacía necesario definir una posición en la Guerra Fría. La Unión Soviética y Estados Unidos se opusieron en su momento a la mantención de los imperios coloniales, pero no dejaron de proyectar su influencia a través del condicionamiento de su ayuda financiera a la ubicación geoestratégica y a la actitud más o menos favorable del país que la solicitaba. Una vez que se recuperó la economía europea, los países de la región también otorgaron créditos, imponiendo una gran cantidad de condiciones a los solicitantes, las que aumentaban la distancia con las empobrecidas economías de los nuevos países.

Este panorama que afectó y aún afecta a la mayoría de los países africanos, asiáticos y

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latinoamericanos fortaleció la toma de conciencia de identidad del Tercer Mundo y se tradujo en la búsqueda de una posición común para abordar los dilemas que planteaba la vida económica independiente. Desde la década de los '60, comenzó a debatirse la necesidad de un nuevo orden económico internacional que evitara el aumento de la brecha entre los países pobres y los países ricos, y a generar agrupaciones de países y conferencias internacionales en torno al tema.

La voz del Tercer Mundo

La descolonización y la creación de organizaciones internacionales después de la Segunda Guerra significo que cientos de pueblos pudieran expresarse en el concierto mundial, en foros y reuniones internacionales. El intercambio de opiniones y experiencias entre los representantes de los Estados contribuyó a la unificación de criterios y posiciones de los países del Tercer Mundo respecto de los problemas que los aquejaban y frente a las potencias industrializadas. Dos aspectos fueron centrales en este proceso: la posición frente a la Guerra Fría y el problema del subdesarrollo.

Un primer paso para aunar criterios entre los nuevos Estados descolonizados se dio por iniciativa de cinco jefes de gobierno asiáticos -los de Birmania, Ceilán, India, Indonesia y Pakistán-, quienes en 1955 convocaron a otros 25 países de Asia y África a una conferencia que se celebró en la antigua capital de Indonesia, Bandung (conferencia de Bandung). Los gobiernos afroasiáticos reunidos, que incluyeron también a Japón y China, hablaron por más de mil millones de seres humanos, que constituían más de la mitad de la población mundial.

Uno de los propósitos de esta reunión era también la definición de una postura en relación a la Guerra Fría. Por ello, se citó solo a países que no estaban aliados de uno u otro bloque. La conferencia de Bandung sirvió para demostrar que un nuevo actor había irrumpido en el escenario mundial, como también confirmar la voluntad del tercer mundo de no inmiscuirse en las contiendas entre los dos bloques y avanzaron en la formulación de los principios de no alineamiento y coexistencia pacífica.

LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y LA REBELDIA JUVENIL

A diferencia de los movimientos sociales tradicionales surgidos con la sociedad industrial, como el movimiento obrero o los nacionalistas, estos no se apoyaron en un grupo o clase social en particular ni forjaron su identidad en oposición a determinados sectores. Tampoco se desarrollaron en torno a los conflictos económico-sociales entre determinados grupos ni contaron con una ideología como el marxismo o el nazismo que diera identidad, cohesión u organización al movimiento. Los nuevos movimientos sociales de los sesentas, como el pacifismo, el ecologismo y el feminismo, así como los de nuevas organizaciones políticas, cuyo espectro abarca los denominados partidos de nueva izquierda y los partidos verdes, se nutrieron de activistas y simpatías de todos los sectores, independientemente de su posición en la estructura económica o social. Sus discursos, mensajes y demandas fueron dirigidas al conjunto de la sociedad. Se caracterizaron además por el carácter global de sus reivindicaciones y, a la vez, por el carácter particular de los objetivos y propuestas, actuando más en la

dirección de provocar cambios globales en la escala de valores que de provocar alteraciones en las bases funcionales del sistema político.

Los medios de comunicación.

La sociedad en que se desarrollaron estos nuevos movimientos presentaba diferencias significativas con la que vio nacer y desarrollarse a los primeros movimientos de la sociedad industrial. Al establecimiento de gobiernos democráticos, con un sistema pluralista de partidos políticos que mostraban mayor flexibilidad para acoger algunas de las reivindicaciones de estos nuevos grupos de presión, se sumaba el del auge económico, que posibilitaba el surgimiento de nuevas demandas. Pero uno de los cambios más significativos tuvo que ver con el avance de los medios de comunicación de masas, específicamente con la masificación de la televisión. Los cambios impulsados por esa generación joven y rebelde, se difundieron con gran rapidez gracias a este medio y, si bien ocupó un lugar primordial, no desplazó del todo a la radio, principal medio de difusión del rock, signo indiscutible de la nueva cultura juvenil.

En un principio, los jóvenes de los 60 comenzaron a expresar un malestar difuso, que no lograba identificar con claridad los motivos del descontento, pero que se expresaba en la fascinación que sentían por los nuevos ritmos musicales del pop y el rock and roll. La radio era el medio que difundía estos nuevos ritmos, cuyo desenfreno e irreverencia ya significaba un quiebre con la generación anterior. Más tarde, fueron las letras que pasaron del malestar difuso a la protesta explícita y luego las imágenes con todo el dramatismo de la guerra.

De la sociedad de bienestar a la sociedad de consumo.

El largo ciclo alcista registrado por la economía internacional tras la Segunda Guerra Mundial, que permitió la rápida reconstrucción de las economías y sociedades europeo-occidentales, generó un contexto económico favorable para el rápido desarrollo de las sociedades de bienestar.Entre 1944 y 1952, las medidas económicas adoptadas por los gobiernos de Gran Bretaña, Francia e Italia, sentaron las bases de lo que posteriormente serían los Estados de bienestar en Europa occidental, mediante la combinación de amplias políticas nacionalizadoras, particularmente de los servicios básicos; la extensión de las prestaciones sociales hasta su universalización, especialmente en los ámbitos de la sanidad, la enseñanza y las pensiones, haciendo surgir un potente sector público. Por otra parte, la creciente tensión entre los dos bloques de la Guerra Fría que estalló explícitamente con la crisis de Berlín (1948), llevó a los grupos sociales y los partidos políticos a unirse en un gran consenso político y social, en función de la unidad del bloque occidental, aceptando sin reservas el marco institucional democrático.

Diversos aspectos del modelo como el crecimiento económico, los sistemas democráticos y la paz social terminaron por cristalizar un amplísimo consenso social en torno a los Estados de bienestar, que permitieron la extensión y consolidación de la sociedad de consumo que había iniciado su despegue en los Estados Unidos en el período de entreguerras.En las sociedades industrialmente avanzadas, el pleno empleo y la elevación de los niveles materiales de vida

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transformaron radicalmente los modos de vivir y las costumbres, debido al surgimiento y consolidación de las clases medias. Además de la profunda transformación social y cultural que significó la sociedad de consumo, esta tuvo un doble efecto político: por un lado, significó una distensión en el tradicional conflicto por las reivindicaciones económicas entre trabajadores y capitalistas, característico de las etapas anteriores del desarrollo industrial, y, por otro, creó las condiciones para que surgieran nuevas demandas relativas a la participación e igualdad de derechos.

Los emblemas de la rebeldía juvenil.

El progreso económico, el consenso social y la estabilidad política hacían suponer que lo único que podía esperarse era un constante e ilimitado progreso. Sin embargo, la sociedad de los “60” poseía una serie de contradicciones, propias del desigual avance entre el progreso material y el desarrollo cultural, entre la difusión de la educación en las generaciones jóvenes y el conservadurismo y el atraso de las generaciones precedentes, entre el discurso público oficial y las prácticas cotidianas.

Con la agudización de las contradicciones comenzaron a surgir los signos que actuarían como catalizadores del malestar juvenil y que canalizarían su rebeldía. En lo privado, la proclamación de la libertad sexual en contraposición a la rígida moral que negaba la sexualidad o la restringía a la vida matrimonial; en lo público, la paz en contra de una sociedad permanentemente amenazada por la guerra nuclear y cuyas confrontaciones indirectas libradas en los alejados países del Tercer Mundo demandaban la recluta permanente de jóvenes, que no querían ni entendían su participación en ella; en la vida social, la igualdad de derechos frente a una sociedad que constantemente discriminaba a la gente de color, a las mujeres y a los jóvenes.

La autonomía juvenil y la libertad sexual.

Al iniciarse la década de 1960, antes que la rebeldía juvenil se volcara a las calles enarbolando las banderas del pacifismo, el ecologismo o el hippismo, en los campos universitarios de Francia y Estados Unidos, la libertad sexual fue una de las expresiones más claras en las movilizaciones contra la segregación de sexos. En efecto, la lucha por la libertad sexual fue uno de los elementos que surgió con mayor fuerza y con mayor capacidad movilizadora entre una serie de reivindicaciones relativas a la autonomía personal y de la universidad respecto del orden impuesto por las autoridades administrativas superiores.

Estas movilizaciones expresaban más que nada un cambio de los valores tradicionales de una sociedad patriarcal y de la liberalización de las convenciones, asociado al nuevo papel que las mujeres reivindicaban en la sociedad, al calor de su incorporación masiva al mundo del trabajo y poniendo en cuestión los tradicionales roles asignados a la mujer como esposa y madre de familia. Autonomía e independencia de la mujer y, por tanto, reivindicación de su propio cuerpo y de su sexualidad.

El Mayo francés y la Primavera de Praga

El Mayo del 68En 1967, el movimiento estudiantil europeo ya

tenía una larga trayectoria en la que había madurado sus posiciones y había definido con relativa claridad ciertos postulados que lo alejaban de las posiciones de la izquierda tradicional. Se trataba ciertamente de un movimiento de nueva izquierda cuyas principales reivindicaciones eran la lucha por los derechos individuales y las libertades públicas, la autonomía personal, la oposición a cualquier clase de autoritarismo, especialmente a los postulados del marxismo leninismo, y el distanciamiento de los postulados revolucionarios bolcheviques. Entre 1967 y los primeros meses de 1968, en Italia, Alemania y Francia se produjeron masivas movilizaciones en contra de la aprobación de leyes restrictivas que, finalmente de todos modos fueron aprobadas, provocando un momentáneo y relativo declive de estos movimientos.

Florece Praga.Los movimientos democratizadores no fueron

un fenómeno exclusivo del bloque occidental. En los países de Europa del Este se inició un proceso similar después de la muerte de Stalin en 1953, el que se expresó en la lucha por una mayor autonomía o la independencia absoluta de la tutela ejercida por la Unión Soviética y en el intento de llevar a cabo algunas reformas destinadas al reconocimiento de los derechos individuales y al respeto por las libertades públicas. Las tímidas expresiones de la segunda mitad de la década del “50” llevadas a cabo por Hungría y Polonia, fueron violentamente reprimidas por la URSS. Sin embargo, durante la década del “60”, tras el reconocimiento del gobierno soviético de los crímenes cometidos por el gobierno de Stalin y la controversia iniciada con el gobierno chino, que se convirtió en una confrontación ideológica, se fortalecieron las tendencias autonomistas y reformistas en algunos países del Este, como Albania, Rumania y Polonia, alcanzando en este último su mayor expresión. El proceso se inició en 1963 con algunas reformas llevadas a cabo por el gobierno de Antonin Novotny, las que se intensificarían después del triunfo de los sectores reformistas que lograron la elección de Alexander Dubček en enero de 1968. El nuevo gobierno inició un proceso de democratización conocido como la Primavera de Praga, que se caracterizó por la eliminación de la censura de prensa y radio, el reconocimiento del derecho a huelga, de libertad de movimiento y la aceptación del pluralismo político. La profundidad de las reformas despertó los temores de los gobiernos de Alemania Democrática y Polonia, en ese entonces regidos por gobiernos conservadores, lo que motivó la intervención militar de la URSS en agosto de ese año que puso fin al movimiento reformista.

Arde París.En mayo de 1968, en París, se inició una

cadena de acontecimientos que transformó una de las habituales movilizaciones estudiantiles de la época, en una movilización social generalizada. Se involucraron las organizaciones sindicales y lograron poner en jaque al gobierno del general De Gaulle. Los acontecimientos se desataron el l3 de mayo cuando los estudiantes se concentraron en el patio de La Sorbonne para protestar contra el cierre de la universidad de Nanterre, ocurrida dos días antes a causa de las movilizaciones, y por la comparecencia de ocho estudiantes ante el consejo de disciplina. El rector llamó a la policía y el edificio fue desalojado. Los estudiantes invadieron el Barrio Latino

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y en la noche del 3 al 4 de mayo las calles se llenaron de barricadas y enfrentamientos con la policía. Entre el 3 y el 11 de mayo la revuelta se extendió a lo largo y ancho de las calles del Barrio Latino. La movilización continuó en los días siguientes, cuando se sumaron los estudiantes secundarios. A partir del 13 de mayo, y ante la continuidad del movimiento, se sumaron las organizaciones sindicales que llamaron a la huelga general, logrando la paralización del país. Pronto las centrales sindicales integraron sus demandas y asumieron el control de las negociaciones con el gobierno que se veía sobrepasado por una situación que no comprendía. Las negociaciones entre el gobierno y los trabajadores culminaron en un acuerdo que recogía las reivindicaciones por mejoras salariales, la aprobación de un salario mínimo garantizado y el reconocimiento de ciertos derechos sindicales, pero que no logró desactivar el movimiento.

El estallido del “68” no consiguió grandes transformaciones, pero tuvo un efecto de demostración respecto de las dimensiones que podía alcanzar el movimiento juvenil, con su singularidad y la novedad de sus demandas; En este sentido, fue una síntesis de los movimientos que se gestaron en Francia y en el resto de las sociedades industrializadas desde mediados de la década de los “50” y el comienzo de una nueva fase, en la que los objetivos e intereses de los movimientos sociales se perfilarían con mayor nitidez. Cuestiones tales como el reconocimiento de los derechos de la mujer, la liberalización de las costumbres y las convenciones sociales, cambio de los valores tradicionales, la democratización de las relaciones sociales y generacionales, la destrucción del autoritarismo en la enseñanza cristalizaron en las calles de París la búsqueda de un cambio de cultura.

Grafitis de protesta del mayo francés, que manifiesta que más que nada fue un movimiento reivindicativo de carácter cultural más que político.

1) SEAN REALISTAS: PIDAN LO IMPOSIBLE (Facultad de letras, Paris)2) Basta de tomar el ascensor, toma el poder. (Paris)3) Exagerar: esa es el arma, (Facultad de letras, Paris)4) El alcohol mata. Tomen LSD. (NANTERRE)5) Desabotónese el cerebro tantas veces como la bragueta (Teatro Odeon, Paris.)6) La imaginación toma el poder (Facultad de ciencias políticas, Paris.)

El caso Latinoamericano.A diferencia del negativismo voluntarista que

caracteriza a la juventud europea y que la lleva a desechar toda imagen política de lo que debiera ser la sociedad, los movimientos juveniles Latinoamericanos se caracterizaron por un marcado optimismo modernizante. La crítica de las estructuras sociales vigentes se lleva a cabo en nombre de un proyecto de modernización y racionalización de la sociedad. La desilusión de los jóvenes europeos con el resultado histórico de la ilustración- y por ende de la modernidad- contrasta con la confianza que frente a este proyecto muestran los jóvenes latinoamericanos. Las preocupaciones del continente latinoamericano hacia fines de la década de los sesentas pueden resumirse en el problema del desarrollo y de las distintas vías que conducen a él. Desde el inicio de su vida como estados independientes la preocupación prioritaria en América Latina la constituyen su

modernización, su intento por emular la cultura y los logros de las sociedades noreuropeas o norteamericana. Pero el 68 el problema se sitúa al interior de estrategias globales de cambio en las estructuras sociales. Ellas obedecían en lo fundamental a la estrategia neocapitalista (estado de bienestar) impulsada por la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) de las Naciones Unidas y reforzada por la Alianza por el Progreso diseñada por los Estados Unidos; y a la estrategia socialista que veía en la experiencia cubana a su modelo. Ambas vías se contraponían en sus procedimientos, pero apuntaban al objetivo central de modernizar y democratizar las oligárquicas sociedades latinoamericanas. De este cuadro general quizás convenga excluir a México, país que por haber vivido una revolución a comienzos de siglo presentaba otras características. En lo fundamental las exigencias de los jóvenes mexicanos iban dirigidas contra el oligarquismo del Partido Revolucionario Institucional (PRI) que gobernaba sin contrapeso al país desde la revolución.

El caso de los países de la Europa Central, especialmente Checoslovaquia, donde las tropas del Pacto de Varsovia fueron movilizadas para detener al movimiento estudiantil, este se encontraba impregnado por una intención democratizante que se vinculaba estrechamente a un nacionalismo antisoviético. Esto se explica a que cincuenta años después de la Revolución de Octubre de 1917, la Unión Soviética presentaba una imagen de una sociedad petrificada y el Partido Comunista parecía perder su hegemonía sobre los movimientos revolucionarios. Sin embargo los Checos habrían de comprobar que las debilidades ideológicas no necesariamente implican una debilidad militar.

Estos argumentos nos permiten en el fondo caracterizar los distintos ambientes en que se despliegan los movimientos estudiantiles de 1968. En Europa Occidental y Estados Unidos ellos asumen la forma de una protesta cultural; en América Latina su carácter es más bien de protesta social. No se aspira tanto a un hombre nuevo como a una sociedad moderna. En Europa oriental el movimiento tiene un sello antiimperialista que, a diferencia del antiimperialismo occidental, se encuentra dirigido contra la Unión Soviética.

El aporte histórico del movimiento estudiantil

Uno de los rasgos más sorprendentes que presentan las rebeliones juveniles de finales de la década de los sesentas es el universalismo. El movimiento del 68 se identifica con los acontecimientos que tuvieron lugar en Paris. No cabe, sin embargo, duda alguna que si bien el mayo parisino simboliza la rebelión estudiantil, ésta de ninguna manera se deja reducir a lo que allí ocurrió. La tragedia de la plaza de Tlatelolco y la Primavera de Praga son acontecimientos que en absoluto obedecen al patrón parisino y que no por eso tiene menor importancia. Y es precisamente lo sorprendente en la universalidad de las rebeliones juveniles es que ella no puede ser explicada a partir de un principio único común a todas. Sólo el sujeto de la rebelión -los estudiantes- permanece, mientras sus motivos varían enormemente. Si tuviésemos que identificar algo común a todas ellas nos inclinaríamos a destacar su carácter antiautoritario. Pero incluso así habría que resaltar las diferencias: En Praga el anti autoritarismo tiene un sello nacionalista; en Paris un tinte anarquista; en Latinoamérica en general una aspiración democratizante; en Estados

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Unidos un sabor anticivilizatorio marcado por los escritos de Marcuse contra la unidimensionalidad a la que la sociedad capitalista avanzada somete al hombre.

La aparición de los jóvenes universitarios como protagonista de la transformación era algo que no estaba en ningún libro. De hecho, lo que estos movimientos sucintan ante todo es el desconcierto generalizado. Ante la arremetida juvenil no hay líneas prefijadas de acción. Tanto las autoridades públicas como los partidos revolucionarios contemplan atónitos el desarrollo de los acontecimientos. A veces el desconcierto conduce a la tragedia. En Ciudad de México las tropas apostadas en torno a la plaza de Tlatelolco, donde se lleva a cabo una protesta estudiantil, reciben la orden de abrir fuego, lo que cuesta la vida de alrededor de trescientos de jóvenes. La conducta de los partidos Comunistas no es menos errática. En el caso checoslovaco opta por una feroz represión. En Europa occidental se retuerce entre el apoyo y la condena, entre la movilización y la abstención.

En el año 1968 la izquierda celebraba el 150º aniversario del nacimiento de Marx. Entre los hechos que opacaban la celebración se encontró el notorio traspié corrido por algunas de las más conocidas de las predicciones marxistas acerca del destino de las sociedades capitalistas. No sólo las tesis de una creciente polarización de las clases sociales y de una acelerada pauperización del proletariado se habían demostrado equivocadas. Tampoco la revolución había tenido lugar donde Marx lo había previsto: ni Rusia, ni China, ni Cuba constituían ejemplos de sociedades altamente industrializadas. Pero, lo que era peor, el sujeto histórico (el proletariado) sobre el que Marx había hecho descansar la transición al socialismo se negaba asumir su responsabilidad. El proletariado de las sociedades capitalistas avanzadas no sólo no presentaban un espíritu revolucionario, sino que más bien mostraba una actitud acomodada, por no decir burguesa y conservadora frente a los niveles de bienestar alcanzado por las sociedades capitalistas hasta ese momento. La aparición de los jóvenes como protagonistas de la transformación social despertaba por ello enormes aprensiones. Aceptar que los universitarios fueran el sujeto de la revolución significaba renunciar al núcleo de la interpretación marxista de la historia: a la teoría de las clases sociales.

Hay un factor poco entendido del movimiento estudiantil: es él quien pone en jaque al marxismo sin darse mucha cuenta de ello. El intento de alguno de sus líderes por dar cuenta del movimiento en términos marxistas no hace sino poner en evidencia la falta de autocomprensión que tuvieron los estudiantes. El lenguaje marxista difícilmente podía servir para expresar una crítica cultural que irremediablemente comprometía al mismo marxismo. La radicalidad de la crítica estudiantil y la no disponibilidad de un marco teórico que la pudiese canalizar adecuadamente dieron lugar, por una parte, a una serie de sincretismos teóricos: por otra -y esto es quizás lo más relevante-, llevó a que el lenguaje en que se expresó la rebelión juvenil fuese estrictamente no teórico: fue el lenguaje imaginativo del graffiti, con expresiones comunes escritas en las calles de Paris, como sean realistas, pidan lo imposible; Basta de tomar el ascensor, toma el poder.

Pero aún más importante esto fue el lenguaje del cuerpo. El 68 va por ello acompañado de una revalorización del erotismo y de una revolución sexual, que es hoy día quizás el rasgo más perdurable. Hay en

ello algo de sorprendente: los estudiantes, el grupo más culto de la sociedad, recurrió al lenguaje de los iletrados.

La crisis en torno al sujeto de la revolución que se vive en los círculos de la izquierda europea contrasta con el optimismo revolucionario que se vive en el “tercer mundo”. El curso de la historia parecía demostrar que la esperada revolución se desplegaría contrariamente a lo pronosticado, desde el campo a la ciudad y desde la periferia hacia las metrópolis industrializadas. El ambiente parecía propicio para los pueblos maginados. En América Latina, La Habana se constituye como la capital del programa oficial revolucionaria. Extraoficialmente la exportación del modelo cubano es asumida por el “Che” Guevara en su intento por hacer de los andes su Sierra Maestra continental.

Hay en el optimismo revolucionario de la izquierda latinoamericana de la época un importante factor que conduce a su alienación: su incapacidad de reflexionar críticamente sobre el marxismo. El asumir una lectura marxista de la sociedad latinoamericana y de su historia lleva a ocultar precisamente lo que se quiere comprender. El intento de construir un nuevo sujeto revolucionario que sustituyese al pasivo proletariado de las opulentas sociedades capitalistas estuvo por ello fatalmente destinado a construirlo sin subjetividad.

La herencia del “68”

El movimiento de Praga y el de París, repercutieron profundamente en la sociedad de su tiempo y provocaron efectos de mediano y largo plazo. Como la mayoría de estos movimientos fueron protagonizados por grupos de izquierda, fue en estos donde se apreciaron los mayores efectos.

En primer lugar, provocaron una división entre los partidos tradicionales y los movimientos de la nueva izquierda en la Europa Occidental. Los partidos comunistas tradicionales se alejaron de las posturas revolucionarias de la Revolución Rusa, derivando a nuevas posturas que dieron origen al eurocomunismo, esta vía europea al comunismo estuvo vinculada principalmente al Partido Comunista Italiano (PCI), al Partido Comunista Francés (PCF) y al Partido Comunista de España (PCE). El eurocomunismo abandonaba en buena medida el marxismo ortodoxo y el leninismo, rechazaba el liderazgo del comunismo internacional ejercido desde la URSS y considera que es extremadamente difícil realizar una revolución socialista en los países capitalistas. Por este motivo, el partido debía de ejercer el papel de liderazgo y vanguardia social. Dicha táctica conduciría en un futuro, ampliar su base social, con lo que sería posible llegar al gobierno en elecciones pluripartidistas. Apostaba por adaptarse a los regímenes occidentales caracterizados por el sistema político de democracia parlamentaria. Aceptaba las reglas de ésta, renunciaba a la revolución como medio y a la dictadura del proletariado como fin, y abogaba por programas políticos de corte reformista.

Por otra parte, el movimiento de la nueva izquierda, principal protagonista de los acontecimientos del “68”, rompió definitivamente con Moscú y los partidos tradicionales, reafirmando los postulados izquierdistas del marxismo (leninismo,

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trostkismo y maoísmo); se disgrego dando origen a una serie de grupos marginales que asumieran demandas específicas y, en algunos casos, se radicalizó asumiendo la lucha armada guerrillera y formando grupos terroristas. Este terrorismo político europeo aparece en las brigadas rojas italianas o en la Rote Armee Fraktion alemana nacida de la Bader-Meinhoff. Estos movimientos contenían una crítica dirigida contra el Partido Comunista, en el sentido de que no se podía ser un partido revolucionario y aceptar simultáneamente las reglas del juego de una sociedad burguesa. La desesperanza tras el desenlace del “68” termina por transformar el negativismo revolucionario en nihilismo terrorista.

Resulta quizás hoy día demasiado optimista, pero no por ello desacertado, sostener que en la reconciliación de América Latina con su historia se abre la posibilidad de pensar un camino hacia lo moderno a partir de un sustrato cultural distinto al ilustrado. En ello se contiene la posibilidad de dar respuesta a las intenciones subyacentes al “68” europeo y latinoamericano: crear una sociedad a partir de una cultura nueva.

EL DERRUMBE DEL MUNDO SOCIALISTA.

En la década de 1980 este clima de creciente tensión comenzó a cambiar significativamente, pues un número importante de situaciones demostraban que algo andaba mal en los sistemas socialistas. La principal manifestación fue el estancamiento y deterioro que desde 1970 comenzaron a ser palpables en la economía de la URSS, incapaz de satisfacer las necesidades alimenticias de su población, la URSS se veía obligada a importar trigo a Estados Unidos y Canadá como consecuencia de la crisis de su sistema productivo agrícola.

En 1960 su desarrollo industrial le había permitido basar sus exportaciones en la venta de maquinaria, medios de transporte y manufacturas metálicas. En 1985 el 53% de sus exportaciones correspondía a materias primas, petróleo y gas, y el 60% de sus importaciones a maquinarias y artículos de consumo industrial.

El deterioro económico repercutió en la calidad de vida de los habitantes del mundo socialista. Entre 1960 y 1985 la mortalidad en la URSS subió desde el 0.7 % al 1.08 %; la esperanza de vida descendió de los 70 a los 67.7 años; la mortalidad infantil alcanzaba el 2.5% frente al 0.6-0.7% de los países desarrollados. Estas condiciones fueron sin lugar a dudas un telón de fondo muy importante en el derrumbe de la URSS y de sus aliados. Las mismas condiciones generaron a su vez situaciones nuevas que contribuyeron aún más a acelerar la crisis.

Una de las más importantes potencias del mundo contemporáneo, con su proyecto económico, político y social, se desmoronaba como un castillo de naipes, al igual que las ilusiones y los sueños de varias generaciones, ¿cuáles eran las causas que habían conducido a este abrupto final? El estancamiento económico: los sectores que iniciaron reformas en la URSS a mediados de la década de los ochenta denominaron “años de estancamiento” al período que había gobernado Leonid Brezhnev (1964-1982). De acuerdo a los especialistas, se conjugaron al menos tres elementos en el proceso de estancamiento económico experimentado por la URSS.

1. La Crisis Agrícola, ya que crecía la incapacidad de la agricultura para alimentar a su

pueblo. Ella se intentó solucionar incrementando la compra de alimentos en el mercado externo, pero ahora más allá de los límites del mundo socialista, lo que aumentaba progresivamente la dependencia de la economía soviética de la economía capitalista, quedando expuesta a sus fluctuaciones.

2. Por otra parte, una situación de potencialidades aparentemente positivas terminó por convertirse en una causa importante del deterioro económico soviético. La presión de los países productores de petróleo, OPEP, hizo que el precio del crudo, que desde la Segunda Guerra Mundial se mantenía bajo y en descenso, subiera abruptamente a partir de 1973. En 1970, el barril de petróleo se vendía a US $2.53 y a fines de los ochenta su precio había aumentado a US$ 41.

Los gigantescos yacimientos de petróleo y gas natural descubiertos en la URSS a mediados de los años sesenta y el alza en el precio del crudo a partir de 1973, permitieron la entrada de importantes recursos a la economía soviética sin mayor esfuerzo, posponiendo la necesidad de reformas económicas y permitiendo a la URSS parar sus crecientes importaciones del mundo capitalista occidental con la energía que exportaba. Esta inesperada bonanza permitió que, a mediados de los años sesenta, el régimen de Brezhnev intentara una carrera por igualar la superioridad de Estados Unidos en armamentos, que terminó agobiando su ya debilitada economía. Según datos de 1989, la URSS se situaba en el puesto 51 de renta per cápita mundial, siendo al mismo tiempo la segunda potencia militar del mundo.

3. El gasto militar fue la tercera causa del estancamiento económico soviético. Al comenzar la década del ochenta, el aumento de los costos de producción y el agotamiento de los pozos de petróleo sumía a Europa Oriental en una aguda crisis energética, indicando lo que sería su década final. Crisis política: la crisis económica que se había incubado en la URSS vio la oportunidad de tener una expresión política luego de la muerte de Brezhnev en 1982. Existía la necesidad de elegir a un nuevo gobernante. Era evidente la presencia de un número importante de disidentes provenientes de las clases medias cultas y capacitadas técnicamente, incluyendo a importantes sectores del partido y del estado, es especial en los servicios de seguridad y exterior. Entre ellas primaba una visión muy crítica de cómo habían sido conducidas la economía y la política, especialmente durante los últimos veinte años y la necesidad de que el sistema hiciera reformas profundas al sistema que garantizasen la sobrevivencia.

En marzo de 1985 se nombró a Mijail Gorbachov reformador como secretario del Parido Comunista de la URSS. Su candidatura se impuso a los ortodoxos partidarios de la continuidad del modelo comunista sin cambios y su audaz proyecto recibió el nombre de Perestroika y Glasnot.

La Perestroika, palabra rusa que significa reestructuración, apuntaba a reemplazar el rígido sistema de economía planificada, por la cual el estado controlaba toda la producción y distribución de los productos, por un modelo donde se priorizaban las necesidades reales de la población, se estimula el trabajo bien realizado; los obreros se transformaban en accionistas de sus empresas, y los campesinos podían vender en forma particular los excedentes de producción.

El objetivo final de ella era permitir a la URSS aumentar la productividad y la competitividad de su

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economía y conducirla así al nivel de las economías capitalistas más dinámicas. Para lograrlo debía liberalizarse el funcionamiento de la economía, disminuyendo el hasta entonces protagónico papel del Estado e introducir la acción del mercado como regulador de la economía.

A pesar de las buenas intenciones del plan, los resultados fueron bastante desalentadores para Gorbachov.

La Glasnot o transparencia aludía a una cierta apertura política y social, incorporando mecanismos democráticos. La perestroika política implicaba la democratización de la sociedad, fomentar la iniciativa de las masas y replantear las relaciones internacionales de la URSS, transformándose en un país que aceptaba la pluralidad de sistemas políticos y que trataba de evitar el desastre nuclear mediante una modalidad de acercamiento a los países de Occidente.

También suponía una mayor libertad de prensa y la aceptación de opiniones críticas sobre el funcionamiento de la economía y de la política soviética. Se manifestó en una mayor tolerancia hacia los cambios culturales inspirados en los modelos occidentales, en la liberación de presos políticos y el retorno del exilio de muchos disidentes.

En cuanto a la política internacional, Gorbachov adoptó una línea coherente con sus intensiones reformistas en la URSS e inició conversaciones con el presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, que culminaron en 1987 con un tratado que comprendía una importante reducción de arsenales nucleares. De este modo, Gorbachov procuraba disminuir el peso del importante gasto militar de su país, imprescindible si se aspiraba a una recuperación económica.

El preludio de la caída y sus efectos.

Fue hacia esta época y bajo esta política que Cuba comenzó a perder rápidamente el respaldo incondicional de la URSS a su precaria economía. Ya no le comprarían los excedentes de azúcar a precios artificiales. Poco a poco se acabaría el suministro ilimitado de petróleo y los numerosos subsidios que la mantenían a flote. En tal encrucijada Cuba no tuvo más reme dio que abrir su economía al dólar.

En Europa Oriental la fe en la utopía marxista, estaba mucho mas debilitada. Después de las revueltas de Praga y Hungría, quedó claro que muchos de los regímenes comunistas habían perdido legitimidad. En Polonia, la opinión pública estaba fuertemente unida por sus al régimen comunista, y se había organizado una intrincada red de imprentas clandestinas para difundir sus ideas en un país esencialmente católico. La clase obrera había mostrado su fuerza política con huelgas desde los años “50” y ya para 1980 había triunfado el sindicato “Solidarnösc” (Solidaridad), como movimiento organizado de oposición al sistema. A la cabeza de solidaridad estaba Lech Walesa, quien llegaría a ser presidente de Polonia.

Por su parte en China, en abril de 1989, medio millón de estudiantes y trabajadores salieron a las calles de Pekín en protesta por la continua política de línea dura de Denziao Ping. Las manifestaciones fueron pacíficas, exigían una mayor democratización de la sociedad, libertad de expresión y el término de la corrupción al interior del Partido Comunista chino. El cual para detener las movilizaciones envió a tanques del ejército popular chino a la Plaza de Tian´anmen y los estudiantes desarmados se enfrentaron al ejercito,

teniendo como resultado miles de heridos y 1300 muertos por la represión.

Tres meses después de la masacre, Hungría decidió eliminar parte de una reja de 240 kilómetros que los separaba del mundo occidental, permitiendo de este modo el paso a cualquiera. Mientras estuvo abierta esta reja alrededor de 15.000 alemanes, en su mayoría doctores, abogados y demás profesionales de la RDA, cruzaron hacia occidente por medio de Hungría. El gobierno comunista germano presionó y logró detener el flujo de refugiados alemanes en Checoslovaquia, paso obligado de los alemanes para su salida por Hungría, pero los emigrados se asilaron en la embajada de Alemania Federal en Checoslovaquia, quien los acogió como cualquier residente de la República Federal Alemana (RFA)

Ante la incontenible presión social, el gobierno comunista de Berlín del Oriental tuvo que ceder y dejar salir en tren a estos refugiados en Checoslovaquia hacia la RFA. Esta regulación de emigración entre la RDA y Checoslovaquia ayudó también a descongestionar el Palacio Lobkowitz, sede de la Embajada de la República Federal Alemana (RFA) en Praga, que mantuvo en sus dependencias a unos 4.500 alemanes del Este. En poco tiempo, el 70% de los profesionales jóvenes y el 50% de los médicos de Alemania del Este habían logrado escapar.

La caída del muro

El 7 octubre de 1989, la República Democrática Alemana celebró su 40 aniversario. El país, sin embargo, iba camino al desmoronamiento. Las manifestaciones y protestas iban en aumento, con el apoyo de intelectuales, líderes religiosos e incluso algunos líderes del Partido Comunista, exigiendo reformas económicas, políticas y sociales.

En una reacción en cadena, las protestas masivas recorrieron todas las grandes ciudades de la RDA, donde cientos de miles de alemanes se manifestaron principalmente en Leipzig y Dresde.

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Imagen que recorrió el mundo también conocida como el Rebelde Desconocido, es el apodo que se atribuyó a un hombre anónimo que se volvió internacionalmente famoso al ser grabado y fotografiado en pie frente a una línea de varios tanques durante la revuelta de la Plaza de Tian'anmen.

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El líder comunista Germano, Erick Honecker fue marginado del cargo el 18 de Octubre de 1989, el politburó designó en su lugar a Egon Krenz. El primer objetivo de su gobierno fue la de regularizar el sistema de viajes para los residentes de la RDA. Para el 10 de noviembre se tenia previsto anunciar que cualquier habitante de la República Democrática Alemana podría cruzar libremente el Muro de Berlín, pero la medida no iba a entrar en vigor sino hasta el día siguiente, para dar tiempo a que la guardia fronteriza estuviera debidamente preparada.

Günter Schabowski, miembro del politburó este alemán, fue el encargado de conducir la conferencia de prensa el 9 de noviembre en la que se anunció el trascendental paso. Él, sin embargo, no había participado en la junta de la cual surgió la decisión, de tal modo que al preguntar los periodistas sobre cuándo entraría en vigor el anuncio, él respondió: “De inmediato”.

Las palabras de Schabowski fueron escuchadas por miles de personas, que desde la parte oriental de Berlín, se lanzaron a los puntos de cruce fronterizo para cruzar hacia la República Federal de Alemania. En un principio los guardias no supieron qué hacer y en algunos casos estuvo a punto de gatillarse

una masacre, pero las guardias fronterizas abrumados por la multitud, dejaran finalmente que las personas cruzaran hacia la RFA.

Este hecho fue el preludio del derrumbamiento de bloque socialista, manifestándose en el siguiente proceso de caída de estos regímenes:

En Diciembre terminó el gobierno Comunista en Checoslovaquia. El país fue dividido entre la República Checa y Eslovaquia sin disparar un solo tiro. En Rumania el más sangriento de los dictadores comunistas, Nicolás Ceaucescu, seguía en pie y sin dar la menor señal de introducir cambios en su régimen. Solo el asesinato de un connotado opositor encendió la chispa de la revolución contra Ceaucescu. Mientras las turbas saquearon los cuarteles generales del partido comunista rumano, Ceaucescu y su esposa trataron de huir en helicóptero, pero fueron atrapados. Tras el juicio sumario por genocidio, fueron fusilados en la Navidad de 1989. En abril de 1990, los comunistas fueron desplazados del gobierno en Hungría; dos meses después Bulgaria celebró sus primeras elecciones libres. En Octubre de 1991 se extinguió definitivamente la RDA y Alemania volvió a ser una sola mediante la reunificación Alemana. En Diciembre de 1991, se disuelve la URSS, creándose la CEI (Confederación de Estados Independientes).

El problema mayor que trajo la caída del mundo socialista fue la de integrar a generaciones completas acostumbradas a tener seguro lo más básico (techo, comida y trabajo) e integrarlos a un sistema que ahora no garantizaba nada.

De esta manera, con la caída del mundo socialista comienza a gestarse la nueva realidad u orden mundial caracterizado por la Multipolaridad o

hegemonía de varios centros de poder con los EE.UU. a la cabeza, estableciéndose el concepto de globalización en términos de paradigma, comenzando el dominio del nuevo orden mundial.

EL ASCENSO DEL NEOLIBERALISMO

¿Qué es el neoliberalismo?

El neoliberalismo es comprendido como una doctrina a través de la cual se expresa el antiguo liberalismo económico, virtualmente extinguido intelectual y políticamente hasta los “80” en el mundo, como doctrina se expresa como una manera de organizar la vida, que consiste en una concepción del capitalismo radical que absolutiza el mercado y lo convierte en el medio, el método y el fin de todo comportamiento humano. El “mercado absoluto” exige una libertad total, es decir que no haya restricciones financieras, laborales, tecnológicas o administrativas de ninguna institución, ni mucho menos de un Estado. El neoliberalismo se expresa en políticas de ajustes y apertura económica que con diversas connotaciones pueden aplicarse en países tanto desarrollados como subdesarrollados.

Actualmente, el neoliberalismo al oponerse a la intervención redistributiva del Estado, perpetúa la desigualdad socioeconómica tradicional y la acrecienta. Este sistema introduce el criterio de que solamente el mercado posee la virtud de asignar eficientemente los recursos y fijar a los diversos actores sociales los niveles de ingresos. Se abandonan así los esfuerzos por alcanzar la justicia social mediante una estructura progresiva de impuestos y una asignación del gasto público que privilegie a los más desfavorecidos.

El neoliberalismo se encuentra asociada al desarrollo de una cultura que radicaliza la ambición por poseer, acumular y consumir, y que sustituye la realización de todas las personas en comunidades participativas y solidarias por el éxito individual en los mercados. Exacerba esta crisis al llevar a la desaparición el bien común como objeto central de la política y la economía. El bien común es sustituido por la búsqueda de equilibrio de las fuerzas del mercado.

Algunas características sobresalientes del neoliberalismo económico son conocidas por:

Expresar políticas de ajuste y apertura económica. Restringir la intervención del Estado hasta despojarlo de la posibilidad de garantizar los bienes mínimos a todo ciudadano. Privatizar empresas bajo la premisa de que la administración privada es mejor que la pública. Eliminar programas sociales que generan mayores oportunidades y calidad de vida, sustituyéndolo por apoyos ocasionales a grupos focalizados. Abrir los mercados para mercancías, capitales y flujos financieros y deja sin suficiente protección a los pequeños productores. Eliminar obstáculos que podrían imponer las legislaciones sobre protección a los obreros. (Leyes antisindicales) Liberar de impuestos y de obligaciones a grupos sociales que concentran la riqueza. Una concepción del ser humano valioso únicamente por su capacidad de generar ingresos y tener éxito en los mercados. Incentivar la carrera por poseer y consumir. Exacerbar el individualismo y la competencia llevando al olvido el sentido de comunidad, logrando

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cierta deshumanización de la sociedad, basada ahora eminentemente en el consumo y el éxito.

La vuelta del liberalismo acérrimo

A principios de los “80” se vivió en el mundo entero la vuelta del liberalismo como doctrina económica. Será sin dudas en Sudamérica y en particular Chile, el lugar donde se comenzarán la aplicación de las primeras reformas neoliberales a nivel mundial hacia 1975.

Sin embargo el epicentro de todo este proceso serán Inglaterra y los EE.UU., que mediante una serie de reformas instalarán este modelo o paradigma.

El concepto de Neoliberalismo suele ser explicado por varios autores como “una actualización de los principios del liberalismo decimonónico, es por esto que recibe el nombre de Neo liberalismo”

La resurrección de esta doctrina reconoce como líder intelectual al filósofo y economista austriaco Friedrich Von Hayek y como líder político a Margaret Thatcher. Ambos se encuentran por primera vez en 1974. "Es mi única alumna -diría Hayek- en materia política. Con ella veremos si la doctrina liberal es o no traducible y vendible en un régimen democrático".

La política económica de Ronald Reagan en los Estados Unidos y el modelo económico aplicado en Chile por los llamados Chicago Boys durante el régimen del General Pinochet, son los casos donde líderes aplican las doctrinas y políticas del neoliberalismo. Más tarde, las principales recomendaciones de tales políticas adquirieron difusión casi universal, donde desregular, privatizar, desestatizar, ajustar, equilibrar fueron verbos conjugados en todas las latitudes.

Las reformas de Thatcher y Reagan

La hegemonía del programa neoliberal no se impuso de un día para otro; demandó algo más de un decenio.

Sin embargo, desde fines de los años 70, exactamente 1979, una nueva situación política se configuró. En este año comenzó el Gobierno de Margaret Thatcher en Inglaterra. Siendo el primer gobierno de un país capitalista avanzado que se comprometió públicamente a poner en práctica el programa neoliberal. Un año más tarde, en 1980, Ronald Reagan fue elegido para la presidencia de los Estados Unidos. Ambos pertenecieron a movimientos políticos de una derecha conservadora, en el caso de Thatcher pertenecía al Partido Conservador Inglés y Reagan al Partido Republicano de los EE.UU. Por lo cual este periodo histórico es también conocido como la “Revolución Conservadora”.

En términos prácticos, ¿cuáles son las realizaciones de los gobiernos neoliberales de la época? El modelo inglés es el más puro y constituye a la vez una experiencia pionera. Los diferentes gobiernos dirigidos por Thatcher refrenaron la emisión de la masa monetaria (dinero), elevaron las tasas de interés, redujeron drásticamente los impuestos hacia los grupos sociales de ingresos más altos, abolieron los controles sobre los flujos financieros (entrada y salida de capitales), elevaron fuertemente la tasa de desempleo, aplastaron las huelgas, pusieron en vigor una legislación antisindical e impusieron recortes en los gastos sociales. Finalmente se lanzaron a un amplio programa de privatizaciones, comenzando por las empresas públicas y afectando después a sectores de la industria básica, tales como el acero, la electricidad, el petróleo y la distribución de agua. Este conjunto de medidas constituyó el proyecto más sistemático y ambicioso de todos los experimentos neoliberales en los países capitalistas avanzados. La variante norteamericana es diferente. En Estados Unidos, donde no existió un Estado Social similar al de Europa, el presidente Reagan y su administración dieron prioridad a la competencia militar con la Unión Soviética incrementando el gasto de la carrera armamentista. Esta fue considerada como una estrategia orientada a minar la economía soviética y, por esta vía, hacer caer el régimen comunista de la URSS.

En el plano de la política interior es preciso revelar que también Reagan redujo los impuestos en favor de los grupos más pudientes, elevó las tasas de interés y aplastó la única huelga importante desarrollada durante su mandato, la de los controladores aéreos. Sin embargo, Reagan no respetó la disciplina presupuestal; al contrario, se lanzó en una carrera armamentista sin precedentes que implicó enormes gastos militares, provocando un déficit en las finanzas públicas superior a todos los conocidos bajo los otros presidentes. Además, ello significó una subvención directa e indirecta a un vasto sector industrial. Se recurrió a una especie de keynesianismo militar y este desenfreno no fue imitado por los otros países.

En el continente europeo, los gobiernos de derecha de esa época –frecuentemente de origen demócrata cristiano– pusieron en marcha el programa neoliberal con un poco más de moderación. Insistieron más en priorizar la disciplina monetaria y las reformas fiscales y menos en los recortes drásticos de los gastos sociales. No buscaron deliberadamente el enfrentamiento con los sindicatos. No obstante, la distancia entre esas políticas y aquellas dirigidas por la socialdemocracia en el curso de los períodos anteriores es grande.

En tanto que la mayor parte de países del norte de Europa eligieron gobiernos de derecha que aplicaban diversas versiones del programa neoliberal, al sur del continente –es decir, en los países donde reinaba Franco, Salazar, De Gaulle y los coroneles griegos– llegaron por vez primera al poder gobiernos de izquierda ligados al Partido Comunista. Se habló entonces de eurocomunismo. Esta fue la época de François Mitterrand en Francia, Felipe González en España, Mario Soares en Portugal, Bettino Craxi en Italia y Andreas Papandreu en Grecia, todos se presentaron como una alternativa progresista, frecuentemente apoyados por el movimiento obrero y popular, y en oposición a las orientaciones reaccionarias de los gobiernos de Reagan y Thatcher. En efecto, en un primer período, por lo menos François

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Ilustración del Presidente de los EE.UU. Ronald Reagan y la Primer Ministro de Inglaterra Margaret Thatcher conocida también como la dama de hierro.

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Mitterrand y Andreas Papandreu se esforzaron en realizar una política de redistribución, de “pleno empleo” y de protección social. Esta tentativa se inscribía en la perspectiva de crear en el sur de Europa un modelo análogo al establecido en la postguerra por la socialdemocracia del norte de Europa.

No obstante, el proyecto del gobierno socialista francés se desvaneció desde finales de 1982 y fue abiertamente suspendido a partir de marzo de 1983. Esta administración, bajo la presión de los mercados financieros internacionales, cambió radicalmente de curso económico.

Se empeñó en una orientación muy próxima a la ortodoxia neoliberal, con prioridades tales como la

estabilidad monetaria, el control del déficit de las finanzas públicas y las concesiones fiscales a los detentadores de capitales (privados). El objetivo del “pleno empleo” fue abandonado. A finales de los 80, el nivel de desempleo en Francia era más elevado que en Inglaterra.

AMÉRICA LATINALAS REVOLUCIONES SOCIALES DEL

CONTINENTE

La Revolución Cubana

Cuba, la última colonia en emanciparse de la dominación colonial española, ofrece un caso, excepcional, porque el quiebre del orden oligárquico tuvo una expresión única en el continente y el nuevo ordenamiento repercutió fuertemente en el resto de América Latina.

La independencia de Cubo se logró recién en 1898, en un proceso en el que colaboró decisivamente Estados Unidos, cuya intervención se concretó con la ocupación militar de la isla hasta 1902. Desde entonces, la presencia de EE UU marcó el desenvolvimiento económico y político cubano: consiguieron el arriendo por 99 años de la base naval de Guantánamo, sus empresarios hicieron fuertes inversiones en la pujante industria azucarera y en varias ocasiones tropas estadounidenses desembarcaron en Cuba para asegurar la mantención de un estado de cosas conveniente a sus intereses.

Pero el descontento popular ante esta situación no tardó en expresarse, agravado aún más por los frecuentes casos de fraude y corrupción que se producían entre los políticos cubanos. En vez de la independencia y democracia que el pueblo aspiraba con la independencia, solo desfilaban gobiernos banales y autoritarios, en tanto que se profundizaba la desnacionalización del azúcar, su principal producto de exportación. En el umbral de la gran crisis de 1929, la propiedad estadounidense de las centrales azucareras cubanas bordeaba el 15% y para 1950, todavía era de un 47%. Hacia fines de la década de 1950, la economía de la isla se encontraba casi por completo en manos del capital estadounidense, quien controlaba, además de la industria azucarera, el 90% de las minas y de las haciendas, el 80% de los servicios públicos y el 50% de los ferrocarriles y de la industria petrolera.

En ese contexto, y tal como sucedió en el resto de América Latina, el nacionalismo comenzó a polarizar a la opinión pública en la década de 1930. Para evitar brotes de insurgencia –como de hecho surgieron-, EE UU contó desde 1934 con un leal colaborador: el militar Fulgencio Batista (1901-1973). Ya sea al frente del gobierno o en la sombra, Batista dominó la política cubana durante los 25 años siguientes, transformando a Cuba en un dócil socio de los Estados Unidos y en el paraíso de sus inversionistas. A partir de 1952 ejerció el poder en forma dictatorial, generando una oposición cada vez mayor debido a sus métodos represivos y a la excesiva

complacencia con los representantes de Estados Unidos.

La hora de la revolución

La democracia y una real independencia nacional eran las banderas de lucha de amplios sectores sociales cubanos, particularmente de las capas medias del proletariado que se desempeñaba en la industria azucarera. Como el gobierno de Batista no respondía a esas demandas se empezó a levantar un fuerte movimiento de oposición liderado por un joven abogado de condición social acomodada: Fidel Castro, quien desde 1953, llevó a cabo maniobras para derrocar a Batista, como el fallido ataque al cuartel militar de Moncada, el 26 de julio de ese año. Encarcelado y luego amnistiado, Castro se exilió en México donde organizó el Movimiento 26 de julio, que pretendía liberar a su país mediante la lucha guerrillera. Se sumaron a este grupo otros exiliados cubanos y políticos revolucionarios latinoamericanos, como el médico argentino Ernesto Che Guevara.

En Cuba, la burguesía azucarera también se fue distanciando de Batista, por su política de defensa de los intereses estadounidenses que impedían elevar la producción de azúcar o comercializarla con los países del bloque socialista. Se produjo entonces un acercamiento entre los guerrilleros de Castro y la burguesía, que culminó en la conformación de un Frente Cívico Revolucionario Democrático que adoptó la estrategia de la lucha armada, con el objetivo de poner fin a la dictadura de Batista e implantar un régimen constitucional y democrático. El partido Comunista cubano –uno de los más poderosos en el continente- también se sumó al Frente, aunque no colaboró en los preparativos militares.

En

noviembre de 1956 se daba el paso siguiente con el desembarco de los guerrilleros del Movimiento 26 de julio en la isla. Castro y sus hombres se internaron en la Sierra Maestra, desde donde se enfrentaron a las fuerzas de Batista. Paralelamente se produjeron huelgas e las centrales azucareras y muchos campesinos se fueron adhiriendo a las filas revolucionarias. Durante 1958 la lucha se intensificó, mientras aumentaba la

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Ilustración de dos de las principales figuras de la Revolución cubana: Fidel Castro y Ernesto “Che” Guevara

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impopularidad de Batista por sus medidas represivas. Los propios estadounidenses le restaron su colaboración, temiendo que los estallidos sociales afectaran sus intereses económicos. Así las cosas, a fines del año Batista abandonó el poder y huyó del país. El 1 de enero de 1959, Fidel Castro entró triunfalmente en la Habana, con el respaldo mayoritario de sus compatriotas.

Un estado socialista a 145 kilómetros de los Estados Unidos.

Las fuerzas sociales que participaron en la Revolución Cubana eran muy heterogéneas. Al momento del triunfo, había distintos proyectos de país que diferían en cuestiones esenciales: el sector más liberal y burgués abogaba por una reforma del Estado sin salirse del modelo capitalista, en tanto que los guerrilleros se inclinaban por un régimen que permitiera avanzar hacia mayores niveles de igualdad y justicia social. Como Fidel Castro era el líder indiscutido del proceso y estaba acompañado de otras figuras emblemáticas, como Guevara y su propio hermano Raúl, no tuvo inconvenientes para imponer sus directrices.

Los problemas comenzaron en mayo de 1959, cuando se puso en práctica una Reforma Agraria que permitía expropiar las posesiones con más de 400 hectáreas cultivables y se nombró a un comunista para dirigir el Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA). Estas medidas preocuparon a los sectores que habían apoyado el derrocamiento de Batista solo para instaurar un régimen capitalista democrático y que veían ahora el establecimiento de un régimen pro-comunista. Se inició entonces el éxodo de parte de esos sectores de la población hacia los Estados Unidos, desde donde desplegaron una activa propaganda anticastrista.

El giro de la revolución hacia la izquierda con la consiguiente expropiación de compañías petroleras, eléctricas, telefónicas y las minas de níquel que hasta la fecha estaban en manos estadounidenses, alarmaron al vecino del norte. Muy pronto, EE.UU. fue tomando medidas para obstaculizar el desarrollo económico de la isla: no adquirió azúcar, amenazó con suspender los créditos a aquellos países que cooperaran con Cuba y emprendió acciones encubiertas a través de la CIA, como el sabotaje o la colaboración militar con sectores anticastristas. El rompimiento definitivo de las relaciones entre Cuba y EE.UU. se produjo en 1961, tras el fracaso del movimiento contrarrevolucionario que pretendía desembarcar unos 1.300 exiliados armados e invadir la isla, con apoyo logístico de la CIA.

La actitud de Estados Unidos radicalizó aún más el proceso revolucionario. En adelante, Cuba buscó el acercamiento a la Unión Soviética y pasó a convertirse en una república socialista. La guerra Fría se traslado a las propias inmediaciones de EE.UU. y tuvo un episodio especialmente complicado en 1962, cuando los soviéticos empezaron a instalar bases de misiles de alcance medio en Cuba. El presidente de EE.UU. John F. Kennedy, anunció el bloqueo naval de la isla para presionar a su rival, mientras el mundo entero se estremecía ante la inminencia de una guerra nuclear. Finalmente, se impuso la cordura y los soviéticos desmantelaron los misiles a cambio del compromiso estadounidense de permitir que continuara el experimento socialista de Cuba.

Los cubanos sacaron sus propias conclusiones de lo acontecido durante los primero años de la revolución: había que exportar el modelo revolucionario, para poder liberar a los pueblos del Tercer Mundo del imperialismo norteamericano y de la explotación de que eran víctimas por parte de las élites dominantes.

La vía chilena al socialismo

Tras una reñida elección a tres bandas en 1970, Salvador Allende (Socialista), obtuvo la primera mayoría relativa de un 36,3%, siendo electo por el Congreso Nacional como Presidente de la República de Chile. De ese modo, se convirtió en el primer presidente que adscribía al marxismo como ideología, en acceder democráticamente al poder en el mundo.

El gobierno de Allende, apoyado por la Unidad Popular (un conglomerado de partidos políticos de izquierda), destacó tanto por el intento de establecer un camino alternativo hacia una sociedad socialista –proceso conocido como la “vía chilena al socialismo”– esta postulaba la posibilidad de que un país capitalista subdesarrollado efectuara un tránsito no violento al socialismo, o sea por vías electorales. Dicho paso facilitaría y crearía las condiciones durante el proceso político para transitar al socialismo. Todo lo anterior se desarrollaría por la vía democrática y por medio del uso de la legalidad del Estado. Sin la necesidad de contar con un partido único que lo efectuara, solo la coalición de todas las fuerzas democráticas que estuvieran a favor de los cambios sociales y democráticos. Dicha idea influyó posteriormente en el eurocomunismo. La vía chilena al socialismo, iba en sentido contrario de la vía armada que se propugna en Latinoamérica en la década de 1960 y 1970.

Partiendo de una crítica de la gestión del gobierno del democratacristiano Eduardo Frei Montalva, el proyecto de gobierno de la UP se plasmó en el Programa básico de la Unidad Popular y Las 40 primeras medidas del Gobierno Popular. Dentro de los distintos puntos que componían su programa, desarrolló la nacionalización del cobre, la Reforma Agraria, la creación del área de propiedad social y la redistribución del ingreso, todos estos cambios apuntaban a transformar radicalmente la estructura de propiedad del país, favorecer a las clases más postergadas y el fortalecimiento del estado como agente económico.

Sin embargo la naturaleza radical del programa de Allende despertó una frontal oposición tanto en el interior del país como a nivel internacional.

En el plano interno, todas estas medidas revolucionarias tuvieron un fuerte impacto sobre los intereses de los grupos tradicionalmente dominantes, tanto la pequeña burguesía chilena como la clase latifundista, lo cual redundó en una férrea oposición al proyecto de la Unidad Popular. Esta oposición de los grupos tradicionales fue apoyada y financiada por los EE.UU.

En el contexto internacional de la guerra fría, el gobierno norteamericano decidió utilizar todos los medios necesarios con la finalidad de derrocar al gobierno de Salvador Allende. Quien bajo la presidencia de Richard Nixon no deseaba que se desarrollara otra Cuba en el continente Latinoamericano, por ello se inicio un proceso de intervención para desestabilizar el gobierno de la Unidad Popular asfixiando a la economía chilena, que en conjunto con las clases que detentaban el poder

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económico iniciará una desestabilización de la económica que repercutirá en el desabastecimiento de productos básicos, reflejándose en la escases de estos en el mercado y como subproducto de esto, el acaparamiento.

Todo esto, unido a un ambiente de constantes movilizaciones sociales callejeras, una alta polarización de la sociedad reflejada en opositores y los partidarios del gobierno, lo cual allanó el terreno para las conspiraciones, atentados terroristas ultraderechistas, grupos paramilitares de Izquierda y las huelgas, alimentaron un ambiente de crisis y desgobierno cada vez más evidente.

En Octubre de 1972 se produjo un paro de los dueños de camiones, cuya función era clave para de productos a lo largo del país. A él se unieron los colegios profesionales (médicos, ingenieros y abogados) y buena parte del comercio, que sumió a Chile y al gobierno en una profunda crisis de funcionamiento. Allende logró terminar el conflicto llamando a integrar el gobierno a comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas.

Sin embargo la polarización política en medio de la Guerra Fría, una grave crisis económica y financiera y los persistentes rumores de un golpe militar, contribuyeron a crear en la población una sensación colectiva de desgobierno. Su gobierno, que alcanzaría a durar mil días, terminó abruptamente mediante un golpe de Estado el 11 de septiembre de 1973. En el participaron las tres ramas de las Fuerzas Armadas y el Cuerpo de Carabineros. Siendo el Palacio de la Moneda bombardeado por aviones de la fuerza aérea de Chile. Ante este acontecimiento Salvador Allende prefirió terminar con su vida en el palacio de gobierno antes que entregar su cargo. De esta forma se pone fin al experimento chileno e instalándose en el poder una junta militar encabezada por Augusto Pinochet Ugarte, iniciándose de este modo una dictadura militar que duraría 17 años.

¿Revolución o reforma?

Las décadas del “60” y del “70” fueron muy tormentosas en América Latina, a causa de los efectos de la Revolución Cubana y la cada vez mayor intervención de Estados Unidos, preocupado de reforzar su hegemonía en la región en el marco de la Guerra Fría. Ambos fenómenos colocaron a los países de nuestro continente y a sus pueblos entre dos alternativas: la revolución socialista o la reforma en el marco del sistema capitalista.

Estados Unidos y América Latina

La marcada influencia de Estados Unidos en América Latina constituye un hecho indesmentible. A la luz de lo ocurrido en Cuba, la Casa Blanca puso prioridad a su política exterior respecto a América Latina. Ya en la primera parte del siglo XX, el ejército estadounidense había intervenido en Cuba, Panamá, Nicaragua, Haití y República Dominicana, sin contar la guerra con México del siglo XIX. Centroamérica y el Caribe eran regiones estratégicas para la seguridad y la economía de EE UU, por lo que procuró mantener regímenes favorables a sus intereses. Es lo que ocurrió en un primer momento con Batista en Cuba, con Rafael Leonidas Trujillo en República Dominicana o con los Somoza en Nicaragua. En América del Sur, en cambio, la presencia estadounidense no era tan determinante porque se cultivaban relaciones bastantes fluidas con

otras potencias, como Inglaterra, Francia y Alemania. Sin embargo, cuando finalizó la Segunda Guerra Mundial, la situación cambió con Europa debilitada y la Guerra Fría en plena génesis. A la ya significativa penetración económica, EE.UU. desarrolló una abierta intervención en los asuntos internos de los países sudamericanos, con el objetivo de contrarrestar la posible influencia de los soviéticos.

Desde el mismo fin de la segunda guerra mundial, Estados Unidos montó un sistema de seguridad hemisférico basado en una compleja red de pactos multilaterales y bilaterales. El Tratado Interamericano de Asistencia Reciproca (TIAR), firmado en Río de Janeiro en 1947, sentó los principios de solidaridad colectiva frente a una eventual agresión extracontinental. Todos los Estados americanos excepto Canadá, Ecuador y Nicaragua, firmaron el acuerdo, con lo que EE UU se aseguró la lealtad de sus vecinos en caso de alguna amenaza proveniente del mundo socialista.

Por otra parte, los norteamericanos promovieron la creación de la Organización de Estados Americanos (OEA), como alianza regional que reuniera a todas las naciones del continente americano. La OEA fue fundada por 21 países el 30 de abril de 1948 y, a pesar de promover objetivos como la erradicación de la extrema pobreza, la cooperación económica y la paz, fue utilizada por los Estados Unidos para atraer a los demás países hacia sus posiciones. Más aún, como la sede de la OEA se encuentra en Washington, se vio favorecida la supervisión de este organismo por parte de EE UU.

El avance de la izquierda en América Latina, especialmente después de la Revolución Cubana, constituyó un reto especial para la política exterior estadounidense, pues se ponía en duda el sistema económico liberal y se cuestionaba la democracia como forma de gobierno. Bajo la presidencia de John F. Kennedy (1961-1963), Estados Unidos redefinió las directrices de su política hacia América Latina abocándose a dos aspectos centrales: la ayuda económica y la lucha antisubversiva.

Así, en el marco de la Guerra Fría, América Latina pasó a jugar un papel clave por su proximidad geográfica con el poderoso vecino del norte. La política estadounidense buscaba evitar la propagación de las ideas socialistas en los países latinoamericanos, ideas que amenazaban sus propios intereses económicos en la región. En consecuencia, las cuatro décadas finales del siglo XX en América Latina estuvieron decisivamente afectadas por sus relaciones con los Estados Unidos. Es cosa de ver las influencias de orden cultural, político y económico que percibimos hasta el día de hoy.

El avance de la izquierda latinoamericana

La desmedrada situación económica y social de amplios sectores de la población latinoamericana es una de las principales causas que explican el fortalecimiento de las organizaciones de izquierda desde la década de 1930. Por lo tanto, el mejoramiento de la situación de lo más pobres en la URSS y los primeros éxitos conseguidos por los cubanos (por ejemplo, la alfabetización de la población y la reforma agraria), constituyeron una señal de que la solución socialista era viable, más todavía al comprobarse que los gobiernos populistas no eran capaces de cumplir con gran parte de sus promesas.

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La Revolución Cubana tuvo una enorme repercusión entre los partidos y movimientos de izquierda de América Latina. Hasta esas fechas, habían sido los partidos obreros, principalmente el comunista, los que habían abrazado la causa del socialismo, saliéndose de la movilización de sus bases proletarias (como los sindicatos) y participando del sistema electoral. El caso cubano presentó una serie de enseñanzas: por un lado, quedó demostrado que era posible llegar al poder a través de la lucha armada, apoyándose en sectores rurales, y por otro, se rompió la pretensión del partido Comunista de ser la única organización capaz de encabezar un proceso de tal envergadura, ya que la revolución se había llevado a cabo sin que su concurso fuera decisivo.

A lo largo de la década de 1960, en varios países surgieron organizaciones que se propusieron imitar el modelo cubano. La denominada táctica del foco guerrillero sería adoptada en Colombia, donde se conformaron diferentes grupos armados que actúan hasta el día de hoy, como el Ejercito de Liberación Nacional (ELN), el Ejército Popular de Liberación (EPL) y el M-19, además de las Fuerzas Armada de la Revolución Colombiana (FARC), surgidas al alero del partido Comunista de ese país. También hubo guerrillas, o intentonas de guerrillas, en México, Guatemala, Venezuela, Perú y Bolivia, esta última patrocinada por el propio Ernesto Che Guevara a fines de los años “60”. Sin embargo, en ninguno de los países mencionados lograron las guerrillas concitar un respaldo importante de los campesinos, y menos, irradiar su influencia a las capas medias o a los trabajadores urbanos por entonces más propensos a seguir a líderes populistas o reformistas.

En Centroamérica la historia fue algo distinta, pues en Nicaragua la guerrilla logró avances significativos en los años “70”. Desde 1962 el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) -una amplia coalición integrada por elementos marxistas, católicos y nacionalistas- desplegó exitosamente la táctica guerrillera y consiguió el derrocamiento del dictador Anastasio Somoza en 1979, a pesar de los esfuerzos estadounidenses para evitar que muriera una nueva Cuba. También en El Salvador actuó una guerrilla, el Frente de Liberación Nacional Farabundo Martí, que en los años “80” jugó un papel decisivo en la transición política de un régimen autoritario a otro democrático.

En el Cono Sur, la influencia cubana se percibió en la radicalización de la izquierda no comunista que optó por una estrategia de guerrilla urbana en vista del alto porcentaje de la población que vivía en las ciudades y los escasos resultados de la guerrilla rural en otras partes.

En Argentina actuaron desde fines de los años’60 los Montoneros, que trabajaron dentro del partido peronista, con el objeto de conseguir el retorno del caudillo al poder. El otro caso importante fue el de los Tupamaros de Uruguay, que emprendieron numerosas operaciones urbanas en contra de un régimen tildado de haberse vendido al imperialismo estadounidense. La cruenta represión que afectó a sus militantes, acabó por convencer a los Tupamaros de participar en un gran movimiento de izquierda –el Frente Amplio- que buscaba alcanzar el poder por vía electoral, en vez de perseverar en la vía armada.

En suma, la Revolución Cubana ejerció un poderoso influjo entre los partidos y organizaciones de izquierda de América Latina, los que, sobre todo en los años “60”, se empeñaron en la lucha por una sociedad

más justa y con mayores oportunidades para todos, con la importante colaboración de la URSS. El ejemplo cubano reveló que el camino electoral no era el único para hacerse con el poder, pero al mismo tiempo provocó un endurecimiento de los sectores que no estaban dispuestos a perder sus privilegios. De ese modo, las sociedades latinoamericanas se polarizaron entre quienes deseaban avanzar hacia la revolución socialista y quienes seguían apostando por el modelo capitalista patrocinado por los Estados Unidos.

La vía reformista y la Alianza para el Progreso.

Muchos países latinoamericanos, como Brasil, Argentina, Chile, Venezuela, Colombia y Perú, adoptaron una senda reformista, persuadidos de que para contrarrestar el entusiasmo que despertaban las ideas socialistas, era necesario hacer reformas profundas o estructurales en el plano económico y social, donde las diferencias entre los más ricos y los pobres eran abismales. EE.UU. compartía ese diagnóstico y ofreció su cooperación para apaciguar la explosiva situación social por medio de reformas graduales que permitieran avanzar hacia mayores niveles de desarrollo.

La vía reformista recibió un importante apoyo por parte del presidente estadounidense John F. Kennedy, quien patrocinó un vasto programa de desarrollo para América Latina: la Alianza para el progreso. El acuerdo se formalizó en una reunión llevada a cabo por todos los países miembros de la OEA, en agosto de 1961 en Punta del Este (Uruguay). En esta reunión EE.UU. se comprometió a apoyar el crecimiento económico y las reformas sociales en el marco de gobiernos democráticos. Kennedy ofreció la colaboración de su país en aspectos técnicos y financieros, que incluían el envió de especialistas, créditos e inversiones.

Las experiencias reformistas en América Latina permitieron enfrentar algunos problemas, pero en general, se toparon con demasiadas limitaciones como para producir cambios de fondo en nuestras sociedades. En el plano interno, a menudo las élites económicas y sociales se opusieron a las reformas estructurales. Los proyectos de reforma agraria, por citar un ejemplo, fueron firmemente resistidos por los grandes terratenientes y solo en algunas excepciones se pudo implementar.

La izquierda, por su parte, ejercía una constante presión a los gobiernos reformista para que avanzaran más rápido hacia el socialismo, lo cual tradujo en un persistente estado de agitación. Los movimientos guerrilleros recurrieron a prácticas como el secuestro y el asesinato, lo cual restó apoyo a importantes iniciativas reformistas que por temor no se llevaron a cabo. Resultado de esto fue la extrema polarización política y social que dividiría a los latinoamericanos hasta bien entrados los años’80.

En el escaso éxito de la vía reformista también fue determinante la actitud de los Estados Unidos. La ayuda norteamericana nunca llegó en la magnitud que Kennedy había prometido al lanzar su iniciativa de la Alianza para el Progreso, entre otras cosas, porque tras el asesinato del mandatario, sus sucesores tuvieron otras prioridades. Por otro lado, los principios democráticos, que constituían una especie de justificación moral de la Alianza para el Progreso por parte de EE.UU., se toparon con el deseo aún más enérgico de evitar el surgimiento de una segunda Cuba

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en sus proximidades. Esto implicó incrementar la ayuda militar, lo que constituía el otro pilar de la política exterior estadounidense respecto a América Latina. En los inicios de la década de 1970, ya era evidente que la Alianza para el Progreso había fracasado.

En busca del enemigo interno

Los EE.UU. durante la Guerra Fría se concentró, en un primer momento, en el adiestramiento de militares latinoamericanos, donaciones de material excedente o usado y créditos para la compra de equipos. Sin embargo, la aparición del Estado socialista de Cuba modificó el tipo de asistencia. La defensa común contra una agresión extranjera, estipulada en el TIAR de 1947, cedió su lugar a una nueva orientación: la lucha antisubversiva que asignaba otro papel a las fuerzas armadas latinoamericanas.

A partir del gobierno de Kennedy, se incrementaron los vínculos entre el Pentágono y los ejércitos de América Latina. Para combatir el creciente influjo de las ideas socialistas, Estados Unidos comenzó a inculcar una firme ideología anticomunista a los oficiales latinoamericanos que participaban en cursos de formación en centros como la US Army School of the Americas (Escuela de las Américas), que funcionaba desde 1963 en Fort Gulick en el canal de Panamá. A la Casa Blanca le interesaba contar con cuerpos armados bien entrenados que pudieran enfrentar a las guerrillas y también con fuerzas de policía adecuadamente equipadas para controlar los disturbios urbanos y asegurar la mantención del orden. Así, a quienes predicaban la revolución socialista se les pasó a identificar como “enemigos internos” y se los concibió como el mayor obstáculo para el desarrollo en el marco del sistema capitalista. Todas estas ideas se resumieron en la Doctrina de Seguridad Nacional, que pasó a ser la piedra angular en la formación de los militares y policías de América Latina. Pero la intervención norteamericana no se quedó ahí. El objetivo de evitar el surgimiento de otras Cubas llevó a la implementación de métodos para abortar cualquier tentativa revolucionara que pudiera surgir en América Latina. Contaron para esto con la complicidad de los sectores más poderosos de nuestro continente que tampoco deseaban ver a sus países en la órbita soviética. Ya sea por medio del financiamiento de las actividades de grupos anticomunistas o por acciones encubiertas (el espionaje, el asesinato o el sabotaje), se pretendió ahogar cualquier atisbo de revolución. Muchos gobiernos reformistas, que incluso habían recibido el respaldo norteamericano, como el brasileño Joao Goulart, terminaron siendo acusados de dirigir a sus países peligrosamente hacia la izquierda y fueron depuestos por los militares, con el beneplácito estadounidense. Igual cosa sucedió en Chile con el gobierno de la Unidad Popular. Aunque las causas más profundas de estos y otros golpes militares hay que rastrearlas al interior de cada país, no cabe duda que la política exterior de EE.UU. fue un factor que ayudó a la proliferación de regímenes militares en América Latina, desde mediados de los años “60”.

LAS DICTADURAS MILITARES

Las instituciones armadas adquirieron gran protagonismo en América Latina durante la segunda mitad del siglo XX. La década de 1930 marcó el inicio de lo que seria la intervención militar en la política, ya

que muchos regímenes populistas se habían apoyado en las fuerzas armadas e incluso, importantes caudillos populistas, como Perón en Argentina, provenían de sus filas. Sin embargo, su participación en la política regional llegó a niveles inéditos tras la Revolución Cubana.

Desde mediados de los años “60”, la radicalización de las posturas políticas en América Latina y la intensidad de la Guerra Fría, empujaron a muchos ejércitos a tomar un rol más activo frente al debate nacional entre revolución y reforma. Se inauguró desde entonces un período en el cual los militares dejaron de lado la sumisión a los líderes políticos y protagonizaron un gran número de golpes de Estado que les permitieron acceder al poder en casi todos los países latinoamericanos.

Los militares al poder

Durante las décadas de los “60” y los “70”, los golpes militares se convirtieron en un fenómeno corriente en América Latina. Pero a diferencia de otros períodos de nuestra historia –como el caudillismo tras la independencia de España- no se trató tan solo de algún militar de rango con ambiciones de poder, sino de la institución militar en pleno, que comenzó a intervenir en la vida política.

América Latina vivió un período de inestabilidad en los años “60” debido a la crisis del modelo de Industrialización para la institución de importaciones y a los vaivenes propios de la política. Esa situación fue generando un sentimiento de frustración entre las fuerzas armadas. Muchos militares consideraban que los partidos políticos y el propio sistema no funcionaban a la hora de encarar los problemas más urgentes del desarrollo nacional y ese malestar fue incubando en las filas de la instituciones armas cierta hostilidad hacia los políticos.

Por otra parte, el adoctrinamiento de los oficiales latinoamericanos en Estados Unidos y el temor de los sectores económico y socialmente más privilegiado, a que avanzara la participación de la izquierda, fueron creando una suerte de espíritu de cruzada contra el denominado “enemigo interno”. La doble presión, ejercida por los grupos más poderosos de la sociedad civil y por los Estados Unidos, no tardaría en empujar a muchos ejércitos a involucrarse en el acontecer político, con la firme convicción de ser la única institución capaz de afrontar los conflictos que se estaban viviendo.

La casi totalidad de los países latinoamericanos se vio enfrentada a golpes de Estado, protagonizados por los militares en convivencia con algunos sectores políticos (generalmente representativos de las elites). Particularmente sangrientos fueron los golpes perpetrados en Chile y Uruguay, dos países donde las fuerzas armadas habían mantenido por largos años la obediencia al poder civil. También se hizo bastante común pasar desde un régimen militar a otro mediante un nuevo golpe. En Brasil, Argentina o Bolivia, la casi totalidad de las décadas del “60” y “70” estuvieron dominadas por las intervenciones militares.

La mayoría de los ejércitos latinoamericanos tendió a alinearse junto a los Estados Unidos, aunque hubo otros que retomaron algunos ideales populistas (como el nacionalismo y el antiimperialismo) y fueron derivando hacia posiciones reformistas e incluso izquierdistas.

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Los casos más emblemáticos fueron los de Perú (con el general Juan Velasco Alvarado), Bolivia (con los generales Alfredo Ovando y Juan José Torres), Ecuador (con el general Guillermo Rodríguez Lara) y Panamá (con el general Omar Torrijos), donde entre 1968 y 1972 militares progresistas alcanzaron el poder por medio del golpe de Estado. Sus experimentos, sin embargo, fueron ambiguos, no contemplaron mayormente la participación popular y fueron liquidados por nuevos golpes militares que contaban con las simpatías de los sectores más acomodados y las capas medias.

Costa Rica, México, Venezuela y Colombia fueron los únicos Estados latinoamericanos que entre los años “60” y los “90” estuvieron regidos por gobiernos civiles. Aunque no faltaron los intentos de golpe y grandes conflictos internos como la guerrilla en Colombia, las instituciones siguieron funcionando normalmente en estos países.

Los regímenes militares en los años “70” y “80”

Mucho se ha especulado acerca del carácter de los regímenes militares surgidos a partir de la segunda mitad de la década del “60”, pero la que los sindica como regímenes burocráticos–autoritarios, parece ser una denominación que permite comprender a gran parte de ellos. Esta denominación, surgido en la década del “80”, destaca los siguientes aspectos como los más característicos de los regímenes militares latinoamericanos:

La institución militar asume el poder para reestructurar la sociedad y el estado de acuerdo con la doctrina de seguridad nacional.

Un elemento común esta dado por la burocratización de las funciones, a través de la concentración de cargos de importancia en miembros del ejército o civiles partidarios del gobierno. Con este mecanismo se excluye de cualquier forma de participación a las organizaciones políticas y sociales tradicionales. Lo cual se traduce en la eliminación o reducción drástica de la actividad política, prohibiendo los partidos políticos, clausurando el congreso y evitando la competencia electoral pluralista.

Reforzamiento del ejecutivo y centralización del poder que deriva en el establecimiento de un poder ejecutivo que dependerá de los tecnócratas y de las fuerzas armadas.

La burocratización de las funciones en estos partidarios trajo consigo una gran desmovilización de la población y la difusión de ideas anti políticas, buscando eliminar la participación de los sectores populares en la política, instaurando un sistema excluyente, con marcadas actitudes antidemocráticas y promoviendo la apatía de las masas. Se culpa a la política tradicional de llevar al país a la crisis, se definen los problemas como técnicos y se niega el espacio para cualquier debate de ideas, por ello se entiende que la supresión de la libertad de prensa y la censura serán las premisas de un férreo control de la información. Por ello no cabrá posibilidad de manifestar alguna oposición al régimen.

La desmovilización de la población incluye una alta cuota de represión. El estado organiza departamentos o grupos especiales para “controlar” a la oposición política y acabarla. Son grupos que funcionan con el conocimiento y el consentimiento

de las máximas autoridades del país, con una política represiva sistemática, que puede incluso traspasar las fronteras e involucrara una cooperación de otros grupos militares. Tal fue el caso de la “Operación Cóndor”. Ya no se recurre solamente a la cárcel o al exilio, sino también a la tortura y el exterminio físico.

La represión política motivó la organización de la sociedad civil, en el caso chileno encontraron un importante apoyó en la iglesia católica, no así en el caso argentino. Los familiares de las víctimas de secuestro y tortura y de ejecutados y desaparecidos se organizaron y levantaron la voz en defensa de los derechos fundamentales de las personas.

S e i m p o n e u n s i s t e m a e c o n ó m i c o c a d a v e z m a s

abierto a las corporaciones transnacionales. concentrándose en una política económica que implicó la vuelta al liberalismo. La política neoliberal intenta lograr crecimiento económico mediante la consolidación de los vínculos con el mercado y la inversión extranjera; implicando una drástica reducción del tamaño del estado y su papel en la economía, así como el impulso de las exportaciones y a medidas antiinflacionistas que golpearon severamente a los sectores sociales bajos. Con estas medidas, algunos gobiernos militares lograron un nivel de recuperación que llevó a hablar de “milagro económico”. No obstante lo que señalan las cifras macroeconómicas, el costo social del “milagro” fue enorme: aumentaron los bolsones de pobreza, se acentuó la diferencia en la ya mala distribución del ingreso y se establece una brecha considerable entre la calidad de vida de quienes tienen más y de quienes poseen menos recursos.

Un primer objetivo de los regímenes burocráticos-autoritarios fue la campaña contra los partidos y organizaciones de izquierda, especialmente las que promovían la lucha armada. La represión terminó por liquidar a parte importante de la izquierda, con la justificación de detener la expansión marxistas-leninista en el mundo.

También se lidió con dureza contra la clase obrera, poseedora de una significativa tradición sindicalista en varios países, como Argentina, Chile, Uruguay y Brasil. Esta política generó un problema de violación a los derechos humanos. La violación de estos derechos se refiere básicamente a los casos de violencia política ejercidos desde organismos y funcionarios del Estado que atentan contra la vida y la dignidad de las personas. Al mismo tiempo, cabe recordar que los derechos humanos incluyen también toda serie de derechos económicos, sociales y culturales que son frecuentemente vulnerados por situaciones como la pobreza, la falta de oportunidades y la discriminación, las que se expresaron un importante número de victimas, entre detenidos desaparecidos, ejecutado políticos, torturados y exiliados. Hasta el día de hoy, la lucha a favor del

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Ilustración de la Junta militar argentina integrada por el Almirante Emilio Massera, el General Jorge Rafael Videla y el Brigadier Orlando Agosti en un acto oficial.

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pleno esclarecimiento de estas violaciones ocupa un lugar central en el debate de muchos países latinoamericanos. La alianza entre los militares y quienes detentaban el poder económico fue otro de los fenómenos propios de este periodo. Muchos uniformados se integraron a los directorios de importantes empresas nacionales, estrechando los lasos con los tecnócratas de las clases dominantes. Aunque hubo militares que reivindicaron una política económica nacionalista, la tendencia general fue la de reformular el desarrollo, vinculando a las economías de América Latina más estrechamente con el capital transnacional. Nuestras economías se abrieron al mercado y a la inversión extranjera y se redujo el papel del sector público. En algunos casos, como el chileno, la alianza militar-tecnócrata, significó la implantación de un modelo económico neoliberal.

La penetración de empresas transnacionales fue creciendo hasta terminar por sepultar los procesos de industrialización que se habían iniciado hacia varias décadas. El sector industrial nacional se estancó e incluso fue parcialmente desmantelado, de modo que América Latina nuevamente volvió a centrar su atención en el fomento del sector exportador. Para encarar los problemas sociales, que había sido uno de los motivos esgrimidos por los militares para hacerse del poder, los regímenes burocráticos-autoritarios recurrieron masivamente a los préstamos. Esto tuvo como consecuencia el incremento de la deuda externa Latinoamericana, que entre 1970 y 1980 paso de 27.000 millones a 231.000 millones de dólares y en 1990 llegaba a los 417.000 millones.

La violación a los derechos humanos

Las dictaduras militares, y los grupos de poder económico y político que las impulsaron y las sostuvieron llevando adelante la transformación de las economías latinoamericanas apelando a la represión y a la violencia sobre la población. Esta represión consistió, fundamentalmente, en la detención, la desaparición y el asesinato de los opositores al gobierno, incluso de muchos que no lo eran. Por otra parte, se eliminó todo derecho a la defensa y juicio, haciéndose el poder judicial muchas veces cómplices de estos delitos al no ejercer su rol. La tortura se transformó en el método corriente para la obtención de información sobre la actividad de los opositores.

El mecanismo de control social fue básicamente por medio del terrorismo de estado, esta denominación se refiere a las acciones represivas llevadas a cabo por grupos de militares y civiles que conformaban las dictaduras militares de América latina, consistentes en el secuestro, la desaparición, la tortura, exilio y el asesinato de hombres, mujeres y niños, con el propósito de atemorizar y evitar cualquier tipo de disconformidad o descontento frente a las políticas económicas o de gobierno llevadas adelante.

Fue por medio del terrorismo de estado que se buscó generalizar el miedo  entre la población. La amenaza y el uso permanente de la fuerza amenazó a toda la sociedad: obreros, estudiantes, empresarios jóvenes, adolescentes, ancianos, bebés y niños; deportistas, intelectuales. Todos se transformaron en posibles víctimas.

A pesar de las diferencias que presentaban, las dictaduras militares poseían una forma política común, caracterizada por la supresión de la mayor parte de los derechos civiles, políticos y sociales. Las Fuerzas Armadas se consideraron como la institución  que

representaba los valores de la nacionalidad y que tenía la misión de “curar” a la sociedad de los males que la afectaban. Se disolvieron los partidos políticos, o se suspendió su actividad, y las Fuerzas Armadas controlaron todos los recursos de poder y la institucionalidad democrática.

La desaparición de personas

Los desaparecidos constituyen una de las más pesadas herencias dejadas por la dictadura militar, tanto en Argentina como en otros países de América Latina. A diferencia de lo ocurrido con los detenidos y encarcelados, la mayoría de los secuestrados eran encerrados en centros clandestinos de detención, de los cuales se los trasladaba para ser asesinados. A partir de su secuestro, los familiares que comenzaban a solicitar informes a las autoridades, creyéndolos prisioneros en alguna cárcel del país, encontraban que los miembros de las Fuerzas Armadas siempre negaban tener conocimiento de estas personas y de lo que les había ocurrido y mucho menos el motivo de su detención.

El drama de los desaparecidos es aún hoy una herida abierta en las sociedades que lo padecieron y que sólo puede cerrar la justicia.

Uno de los aspectos más sorprendentes de las dictaduras militares que se desarrollaron en América Latina, lo constituye el hecho de que todas ellas se ejercieron elaborando un discurso en el cual se decía preparar las condiciones para el ejercicio de la “verdadera democracia”, aun cuando para ello se debieran anular algunas o todas las premisas de la misma. Los dictadores accedían al poder diciendo proteger la democracia, amenazada por la crisis económica y las protestas sociales. En nombre de la democracia, los gobiernos dictatoriales violaban todos sus principios, despreciaban la voluntad de las mayorías y anulaban o reemplazaban las Constituciones para adecuarla y legitimar su régimen.

La caída de los regímenes burocrático-autoritarios.

A comienzos de los años “80”, una fuerte crisis económica mundial complicó el panorama a los regímenes burocrático-autoritario, quienes debían pagar cuantiosos intereses por la deuda externa.

El malestar social comenzó a crecer y se fue canalizando hacia una reinstitucionalización de la sociedad civil: los viejos partidos se reorganizaron y otros nuevos se conformaron. Fuerzas opositoras de líneas muy heterogéneas se unieron, dando lugar a grandes movilizaciones contra gobiernos militares. La represión que se ejerció contra estos movimientos fue restando el apoyo a los militares, a lo que se sumo una creciente presión de organismos internacionales que exigían el retorno a la democracia. A la vez, estados Unidos adopto una actitud más cautelosa y se fue distanciando de los regímenes que habían respaldado inicialmente. El clamor popular por elecciones libres y justas fue extendiéndose, mientras las coaliciones que se hallaban tras los regímenes burocráticos-autoritarios revelaban su fragilidad. En este contexto, muchos países iniciaron la transición hacia la democracia durante la década del “80”.

La difícil reconstrucción de la democracia

Entre 1979 y 1990 la totalidad de los países Latinoamericanos restauraron el gobierno civil y procuraron avanzar hacia un régimen democrático. Sin

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embargo, la escasa experiencia democrática de nuestro continente conspiró frecuentemente, y sigue conspirando, en contra de ese ideal. Tras un largo periodo de divisiones internas, todavía quedan muchas heridas y la reconciliación entre la clase política no ha sido fácil.

Un rasgo central del período que siguió a la retirada de los militares del poder ha sido su tutela sobre las instituciones democráticas. En muchos casos, se habían auto asignado un papel de garantes de la institucionalidad, por lo que presionaron a las nuevas autoridades en decisiones que las afectaban. En países como Brasil, Uruguay y Chile, los militares se encontraban en una posición tan fuerte, que les permitió entre otras cosas, hacer valer leyes de amnistía para evitar una sanción por las violaciones a los derecho humanos.

El derrumbe de la unión soviética coincidió con un viraje de la política estadounidense hacia América Latina. Al terminarse la Guerra Fría desapareció también la amenaza comunista tan temida en los años’60. Ya no había motivo para mantener los dispositivos de inteligencia que EE.UU. había montado a lo largo y ancho de nuestro continente. La propia casa blanca desde entonces ha apoyado a los gobiernos civiles, sin recurrir a los procedimientos de los años “60” y “70”. Además, sus capitales reingresaron masivamente en América Latina, luego de la consolidación de un modelo económico neoliberal.

La izquierda, por otra parte, en términos de fuerza política se ve disminuida tras la represión sufrida, en el plano ideológico sufrirá un fuerte traspié con la caída de muro de Berlín, que derrumbó el paradigma del socialismo real y mucho partidos que antes se declaraban marxistas-leninistas abandonaron esas posiciones para abrazar ideas socialdemócratas. La misma experiencia autoritaria permitió a la población revalorizar el mecanismo electoral para el acceso al gobierno, desechando la vía armada. Algunos grupos guerrilleros depusieron sus armas y se integraron a la vida política de sus países. En otros, persistió el fenómeno de la guerrilla, como en el caso de Perú con Sendero Luminoso o en Colombia, donde las FARC todavía controlan parte del territorio nacional. En el plano socioeconómico, América Latina sigue registrando los mismos desequilibrios de antaño. Las enormes diferencias sociales y la ausencia de una verdadera igualdad de oportunidades estaban en la base de la polarización registrada a lo largo de las décadas pasadas.

A comienzos de los “90”, un 46% de la población Latinoamericana era considerada pobre y mientras el 10% más rico percibía un 40% de la renta nacional, el 20% más pobre recibía apenas el 4%.

LATINOAMERICA, UN LABORATORIO NEOLIBERAL.

El impacto del triunfo neoliberal en Europa se hizo sentir en otras partes del globo. Sin embargo será en particular Chile, el lugar donde se comenzarán a aplicar las primeras reformas neoliberales en el mundo hacia 1975.

La oleada del neoliberalismo en América Latina durante los ochentas, transformará a nuestro continente en la tercera gran región de experimentación de las políticas neoliberales.

El caso chileno

En el continente latinoamericano se desarrolló la primera experiencia neoliberal aplicada de forma sistemática en el mundo. Nos referimos al caso de Chile, que bajo la dictadura del General Augusto Pinochet, hacia 1975 aplicó un programa económico a cargo de un grupo de economistas conocidos como los “Chicago Boys”, quienes llevaron adelante una profunda reforma de la economía, basada en un plan económico conocido popularmente como el “plan ladrillo”, el cual buscó proponer reformas que desarrollaran una apertura de la economía, la privatización de empresas estatales y un menor control gubernamental sobre la actividad económica privada.

Estas reformas se llevaron a cabo en las circunstancias económicas y políticas muy crudas: desregulación, desempleo masivo, represión antisindical y política, redistribución de la riqueza a favor de los sectores empresariales, privatizaciones de empresas públicas y del área social como la salud (Isapres), pensiones (AFP) y la educación (El estado se desentiende de la administración de la educación, ahora sólo la subvenciona).

En Chile, la inspiración teórica de la experiencia del General Pinochet fue directamente norteamericana; la del economista estadounidense Milton Friedman, quien a finales de los años “70” plantea como respuesta al fracaso del modelo keynesiano (Estado de Bienestar) y su pleno empleo, la reducción de los gastos del Estado, la defensa de la libertad individual, propugnando medidas de corte liberal como la flexibilización de precios, la desregulaciones y privatizaciones de las economías dirigidas por el estado, sistemas de pensiones individualizadas, transformándose entonces en una referencia directa de este nuevo modelo económico.

El neoliberalismo chileno, en términos de acción política bien entendido, presuponía la abolición de la democracia y la puesta en marcha de una dictadura.

La aplicación del modelo en Latinoamérica

En 1985, bajo el gobierno del presidente Bolivia Víctor Paz Estensoro, se aplicó por primera vez el proyecto neoliberal en forma de una política de “Shock”, consistente en la puesta en práctica de forma simultánea de todas las medidas o reformas y con la mayor rapidez posible.

Tres años mas tarde (1988), durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, se comenzó a extender el modelo neoliberal en México, consiguiéndose incluso la firma del Tratado de Libre Comercio Norteamericano (TLC) entre los EE.UU., Canadá y México. La fidelidad de Salinas de Gortari en la aplicación del proyecto neoliberal le valió ser condecorado públicamente por Margaret Thatcher.

El presidente de Argentina, Carlos Saúl Menem fue el encargado de implementar el neoliberalismo en su país hacia el año 1989.

En tanto que en Venezuela, fue el gobierno de Carlos Andrés Pérez (1989-1993), quien aplicó inicialmente el modelo, lo que dio origen a violentas manifestaciones por parte de la población. La inestabilidad y corrupción permitió la llegada al poder del militar Hugo Chávez, que retomo políticas de corte más nacionalistas, recordando los antiguos populismos.

Alberto Fujimori, ganó las elecciones presidenciales del Perú en 1990 con un programa no neoliberal y compitiendo contra el neoliberal declarado -Mario Vargas Llosa-. Una vez en el Gobierno,

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Fujimori abandonó su programa, recurriendo a un paquete de medidas basadas en el neoliberalismo para enfrentar una crítica situación económica.

También en el “90”, en Brasil se empezó a materializar este modelo durante el corto gobierno de Fernando Collor de Melo (1990-1992). Luego el economista Fernando Enrique Cardoso, vinculado en los años ‘60’ a la CEPAL, fue el mayor impulsor de medidas de corte neoliberal, primero como ministro de Hacienda y después como presidente, desde 1995 al 2003.

El Consenso de Washington

El nombre "Consenso de Washington" fue utilizado por el economista inglés John Williamson en la década de los ochenta, y se refiere básicamente a los temas económicos de ajuste estructural que formaron parte de los programas del Banco Mundial y del Banco Interamericano de Desarrollo, entre otras instituciones, en la época del re-enfoque económico durante la crisis de la deuda desatada en el mundo hacia 1982.

Años más tarde y tras la caída del muro de Berlín, el socialismo real como sistema económico colapso siendo finalmente abandonado. Williamson convocó a una cincuentena de economistas de varios países, entre ellos varios latinoamericanos, a una conferencia que tuvo lugar el 6 y 7 de noviembre de 1989, en la capital federal, destinada a analizar los avances alcanzados y las experiencias obtenidas de la aplicación de las políticas de ajuste y de reforma estructural impulsadas por el consenso de Washington, que tanto Chile, Inglaterra y los EE.UU. ya habían implementado en sus reformas neoliberales.

Pero es en aquel momento en que estos círculos económicos formulan un listado de medidas de política económica que constituya un "paradigma" único para la triunfadora economía capitalista. Este listado serviría especialmente para orientar a los gobiernos de países en desarrollo y a los organismos internacionales (Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial)

Mediante un conjunto de reglas, el consenso de Washington establece, también, un ambiente de transparencia económica.

Para los países desarrollados, y en especial para los EE.UU., la formulación de este consenso representaba también un reto: la creación de medidas que ayudaran a los países desarrollados a aprovechar las oportunidades de la nueva realidad mundial y evitar los inconvenientes de la emergencia de nuevos mercados.

Para muchas personas, el consenso de Washington pareció marcar un momento decisivo de los asuntos económicos mundiales. En la medida que empezó a retirarse de las economías del Tercer Mundo el Estado como agente económico primordial, ahora que los inversionistas empezaban a ser conscientes de las enormes posibilidades de beneficios de estas economías, el mundo estaba preparado para un dilatado período de crecimiento rápido en países pobres y para los movimientos masivos de capital. La cuestión no era si se cumplirían las expectativas optimistas sobre el crecimiento en los grandes mercados emergentes, sino si los países industrializados serían capaces de afrontar la nueva competencia y aprovechar las oportunidades que les ofrecía ahora este crecimiento.

En todo caso, los conflictos que habían sacudido la teoría y la práctica económica, especialmente en la América Latina cuestionada por el FMI y por el BM, se daban por terminados. El

estatismo excesivo era descartado; pero el FMI y el BM, también habían evolucionado e incorporado (en virtud de su carácter práctico) propuestas sociales en sus programas de ajuste. Ahora no se trataba ya de discusiones globales que contrapusieran planificación y mercado, políticas de demanda y políticas de oferta, sustitución de importaciones y apertura de las economías. Se habían terminado las ideologías.

La primera formulación del llamado "consenso de Washington" se debe a John Williamson y data de 1990. El escrito estipula diez temas de política económica, en los cuales, según el autor, "Washington" está de acuerdo. Al hablar de "Washington" significa el complejo político-económico-intelectual integrado por los organismos internacionales (FMI, BM), el Congreso de los EUA, la Reserva Federal, los altos cargos de la Administración y los grupos de expertos. Entre los temas sobre los cuales existiría acuerdo son:

1) Disciplina presupuestaria (no gastar más de lo que se tiene)

2) Cambios en las prioridades del gasto público (de áreas menos productivas como la salud, educación e infraestructuras);

3) Reforma fiscal encaminada a buscar bases imponibles amplias y tipos marginales moderados;

4) Liberalización financiera y comercial en pos de la apertura de los mercados que permitan la entrada de inversiones extranjeras

5) Un programa de privatizaciones de empresas públicas, la desregulación del mercado por parte del estado y garantizar los derechos ante la propiedad privada.

LA

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