democracia, representación y derechos. l. salazar

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    Red de Revistas Cientficas de Amrica Latina, el Caribe, Espaa y Portugal

    Sistema de Informacin Cientfica

    Salazar Carrin, LuisDemocracia, representacin y derechos

    Andamios. Revista de Investigacin Social, vol. 9, nm. 18, enero-abril, 2012, pp. 11-34

    Universidad Autnoma de la Ciudad de Mxico

    Distrito Federal, Mxico

    Cmo citar? Nmero completo Ms informacin del artculo Pgina de la revista

    Andamios. Revista de Investigacin Social,

    ISSN (Versin impresa): 1870-0063

    [email protected]

    Universidad Autnoma de la Ciudad de Mxico

    Mxico

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    DEMOCRACIA, REPRESENTACINYDERECHOS

    Luis Salazar Carrin*

    RESUMEN. La democracia vive en nuestros das una situacin

    asaz paradjica. Conoce una extensin sin precedentes y, sin

    embargo, parece existir un difundido malestar con la democracia.

    Un malestar generado por una globalizacin capitalista anr-

    quica, dominada por los poderes salvajes de las finanzas y

    de los modernos medios de comunicacin, que obligan a losgobiernos a someterse a las demandas de esa entidad metafsica

    denominada los mercados. Por ello, resulta pertinente tratar de

    restablecer y precisar los principios y valores de la democracia en

    tanto forma idealde gobierno, para tomar en serio los derechos

    fundamentales en tanto precondiciones esenciales para que las

    reglas del juego democrtico sean algo ms que la fachada

    de sociedades injustas, autoritarias y gobiernos bsicamente

    autocrticos.

    PALABRAS CLAVE. Democracia, representacin, derechos funda-

    mentales, poderes salvajes, autocracias electivas.

    INTRODUCCIN

    La democracia vive en nuestros das una situacin asaz paradjica. Por

    una parte conoce una extensin sin precedentes, sobre todo despusde la llamada tercera ola que vio desplomarse dictaduras militares ypersonales, totalitarismos y regmenes autoritarios en Europa del Estey en Amrica latina, y surgir democracias ms o menos verosmiles enbuena parte del mundo. De pronto, como sealara Norberto Bobbio,

    *Doctor en Filosofa, Facultad de Filosofa y Letras (FFYL)-UNAM. Profesor-investigador,Departamento de Filosofa, Universidad Autnoma Metropolitana (UAM)-Iztapalapa.Correo electrnico: lsalazarc49@ hotmail.com

    Volumen 9, nmero 18, enero-abril, 2012, pp. 11-34

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    la democracia pareci quedarse sola como la nica forma de gobiernorealmente deseable, a pesar de la permanencia ominosa de sistemas

    autocrticos, policacos, en China, Corea del Norte y Cuba, y a pesarde la persistencia de dictaduras y regmenes teocrticos en algunassociedades musulmanas. Ms an, hoy parece irrumpir en estas mis-mas sociedades una especie de cuarta ola democratizadora, refutandola generalizada opinin de que la religin islmica es incompatible concualquier democratizacin real.1 Es cierto que el futuro de este incipientemovimiento es ms que incierto y repleto de desafos inditos, pero nodeja de mostrar, contra todos los culturalismos, el atractivo universal

    y universalista de los ideales que identifican a la democracia moderna,poltica, representativa, formal y pluralista. Atrs parecen haber quedado las pesimistas previsiones que en elsiglo pasado anunciaban la derrota o la crisis terminal de esta formade gobierno, sea por su incapacidad de defenderse de sus enemigostotalitarios o autoritarios, sea por una ingobernabilidad congnitaque le impedira enfrentar exitosamente las crecientes demandas so-ciales.2 Habiendo derrotado ampliamente a sus alternativas fascistas ycomunistas, las democracias se han mostrado, como ya indicaba Bobbio,

    perfectamente capaces de defenderse (1986a). Y a pesar de fuertes crisiseconmicas y de grandes desafos sociales, en la mayor parte de loscasos han sobrevivido en las condiciones ms difciles y adversas, assea en ocasiones reducidas a mera democracia electoral, es decir, agobiernos y parlamentos surgidos de elecciones que, manipuladas o no,otorgan algn barniz de legitimidad a los mismos. Por otra parte, sin embargo, parece existir un muy difundido malestaren (pero tambin con) las democracias, tanto en las supuestamenteconsolidadas, como en las recientes. Un malestar en buena medidagenerado por una globalizacin capitalista anrquica, dominada porlos poderes salvajes de las finanzas y de los modernos medios de

    1De hecho, en principio, todas las religiones son incompatibles con la democracia,por su dogmatismo y por su intolerancia hacia los infieles, herejes y apstatas. Por esoprecisamente es necesario separar claramente la esfera poltica de la esfera religiosa.2Como es sabido, el tema de la ingobernabilidad de las democracias fue puesto encirculacin por un grupo de intelectuales abiertamente conservadores.

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    comunicacin, que parece haber dado lugar a un verdadero vaciamientode las democracias, al obligar a los gobiernos del ms diverso signo

    a someterse a las inclementes demandas de esa entidad metafsica,casi teolgica, denominada los mercados. Lo que a su vez explica en par-te el xito de polticas antipolticas de corte neopopulista, claramente dederecha en las sociedades desarrolladas y pretendidamente de izquierdaen las sociedades ms pobres y desiguales. Polticas que explotan ycapitalizan exitosamente ese malestar promoviendo liderazgos y cau-sas xenfobas, racistas, nacionalistas, etnoculturales, religiosas y encualquier caso anti-institucionales como remedio al fehaciente fracaso

    de las polticas tradicionales y sus ideologas. En este sentido, desdepticas diversas, autores como Colin Crouch (1999), MichelangeloBovero (2000), Fareed Zakaria (2003) y Massimo Salvadori (2009) pa-recen coincidir en un diagnstico sumamente pesimista en relacin a lagran mayora de las democracias actuales.3

    Ese malestar en la democracia, que con gran facilidad puede con-vertirse en malestar con la democracia llevando a mucha gente apreferir una frmula de gobierno ms eficaz para encarar los problemaseconmicos y sociales, as se trate de frmulas claramente autocrticas,

    se ha generalizado tambin en buena parte de las democracias incipien-tes de Amrica latina, y en particular en Mxico. Sin duda dicho malestarse alimenta en estos casos de un largo estancamiento econmico y deuna intolerable desigualdad social, que slo pueden generar desencanto,desconfianza y resentimiento hacia un pluralismo poltico que, aunqueha vuelto verdaderamente competitivos los procesos electorales,parece totalmente incapaz de traducir la legitimidad democrtica engobiernos eficaces y eficientes, en gobiernos capaces de realizar reformasde fondo que logren conjugar un autntico desarrollo sustentable conla reduccin de las abismales desigualdades de nuestras sociedades.

    3 Mencin aparte merece la conferencia del profesor M. Bovero titulada Elecciones sindemocracia? Democracia sin elecciones? Sobre las formas de participacin poltica, queme ha servido de inspiracin y gua para este ensayo. Conferencia presentada en laUniversidad Autnoma Metropolitana (UAM)-Iztapalapa, el 9 de febrero de 2011, en elmarco del ciclo de conferencias Retos y desafos de la democracia, organizado porel rea de Procesos Polticos del Departamento de Sociologa.

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    Es cierto que los casos de Brasil, Chile y Uruguay permiten algnoptimismo en la medida en que muestran logros significativos en la

    reduccin de la pobreza y en el crecimiento econmico sostenido.Pero resta la duda de si tales logros son la consecuencia de una co-yuntura econmica internacional favorable que puede modificarserpidamente y sobre todo de que, con todo, las ingentes desigualda dessiguen incrementndose, amenazando la consolidacin de los avances so-ciales. No debiera olvidarse que no hace muchos aos, despus de ladestitucin de Collor de Melo, el rgimen poltico brasileo era unejemplo claro de una democracia disfuncional.4

    En este sentido, tanto los informes del Banco Mundial (2007) como losdocumentos del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD,2004; 2008), han insistido en que el mayor desafo que enfrentan lasdemocracias latinoamericanas y la mexicana en particular reside enla impotencia de los estados de esta regin para realizar las reformascapaces de realmente disminuir las desigualdades existentes medianteuna redistribucin efectiva de la riqueza, nica forma de superar loque Guillermo ODonell (2004 y 2008) ha denominado ciudadana debaja intensidad, misma que vaca a las democracia de valor y sustancia

    poltica. Lo que supone, para decirlo con Luigi Ferrajoli (2001 y2001a) y Michelangelo Bovero (2001), que sera necesario tomar enserio los derechos fundamentales en tantoprecondicionesesencialesparaque las reglas del juego democrtico sean algo ms que la fachada desociedades injustas, autoritarias y gobiernos bsicamente autocrticos.Sin embargo, en el debate nacional e internacional acerca de las medi-das que hace falta promover para enfrentar el deterioro y desprestigio delas democracias realmente existentes, parecen predominar visiones msbien simplistas cuando no claramente errneas que, lejos de conducira una verdadera consolidacin de las condiciones y precondiciones deuna democracia digna de ese nombre, ms bien se orientan a generar unagobernabilidad supuestamente eficaz, aun a costa de sacrificar los valorese ideales propiamente democrticos.

    4Sobre el gobierno de Lula vase el interesante ensayo de Perry Anderson (2011). Sobrela situacin poltica de Brasil en 1992 vase Bolvar Lamounier (1994).

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    Un ejemplo de ello son algunas propuestas de reforma polticarealizadas en nuestro pas tanto por el gobierno y su partido el

    Partido Accin Nacional (PAN), como por el Partido RevolucionarioInstitucional (PRI).5 En ellas, junto a demaggicas y hasta riesgosasiniciativas para legalizar pretendidas candidaturas ciudadanas lo mis-mo que plebiscitos y consultas populares, se expresa la intencin dereducir el pluralismo poltico existente, para hacer posibles mayorasde gobierno que superen el bloqueo que ese pluralismo presuntamenteha generado. Paradjicamente se trata de medidas que intentan echarpara atrs uno de los logros mayores de nuestra transicin a la

    democracia: el de haber terminado con las mayoras automticas queel sistema de partido casi nico garantizaba al titular en turno delPoder Ejecutivo. Ms sorprendente an es que un destacado grupode intelectuales y editorialistas, acaso exasperado por el ciertamentelamentable espectculo de nuestro incipiente e irresponsable pluralis-mo partidario, apoye sin cortapisas este retorno del presidencialismo sincontrapesos, aunque ahora sometido al veredicto forzado de las urnas. En este contexto resulta pertinente tratar de restablecer y precisarlos principios y valores de la democracia en tanto forma idealde go-

    bierno, es decir, en tanto modelo normativo que, si bien jams se harealizado ni se realizar plenamente en ningn lado, puede servirpara evaluar la democraticidad relativa tanto de las institucionesy prcticas existentes, como de las reformas que se proponen para,pretendidamente, mejorarlas y consolidarlas.

    DEMOCRACIADIRECTAODEMOCRACIA(REALMENTE) REPRESENTATIVA?

    Uno de los prejuicios ms extendidos en torno a la democracia es lacreencia de que la verdadera y autntica democracia es la democra-cia de los antiguos, es decir, la llamada democracia directa. En tantoque la democracia de los modernos, la democracia representativa,formal, poltica y pluralista es vista, en el mejor de los casos, como unademocracia demediada, producto de la necesidad de adaptar los valores

    5Sobre estas propuestas vanse Negretto (2010), as como Becerra, Attili, et. al. (2010).

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    democrticos a condiciones sumamente adversas para los mismos.6Porello, los adjetivos que califican a esta democracia son con frecuencia

    considerados como otras tantas limitaciones, cuando no perversiones,del cabal gobierno del pueblo por el pueblo; lo que explica la recurrentetentacin de complementar las democracias actuales con institucionescomo los referenda, los plebiscitos, las consultas populares, que superenesas limitaciones perversas de la democracia moderna. Poco importa,al parecer, la tambin reiterada experiencia de que tales expedientesms bien han servido o bien para generar verdaderas situaciones dedesgobierno o bien para justificar el surgimiento de pretendidos lide-

    razgos carismticos que, en nombre de la voluntad del pueblo, terminanpor suicidar a la democracia en beneficio de autocracias ms o menosdescaradas. De esta manera, en la literatura reciente y no tan reciente sobrelos problemas de la democracia se suele oponer la representacin a laparticipacin, los procesos electorales a la deliberacin, los partidospolticos a la ciudadana, las instituciones a los movimientos sociales,como si los rganos institucionales mismos de la democracia modernafueran otros tantos estorbos para la democracia verdadera y no medios

    para su realizacin. Ciertamente esta literatura expresa, en parte, elmalestar en y con la democracia antes mencionado, pero tambin seapoya en ese inveterado prejuicio que ha acompaado el nacimientoy la consolidacin de la moderna democracia representativa. Por esovale la pena detenerse a examinarlo con algn detalle preguntndonossi realmente es sostenible la idea de que la democracia verdadera ybuena es la directa, participativa, deliberativa y movilizadora, que enltimo trmino podra prescindir de la representacin poltica (o almenos corregirla), las elecciones, los partidos mismos y las institucionesestatales en general poderes legislativo, ejecutivo y judicial.

    6Esta parece ser, en parte, la postura asumida por el propio Bobbio en los ensayosreunidos en El futuro de la democracia(1986). Tambin es la que aparece bajo otra mo-dalidad en el clebre texto de Hans Kelsen, Esencia y valor de la democracia(1992). Enambos casos, sin embargo, esa perspectiva parece surgir de la necesidad de combatirposturas radicales extremas, de derecha o de izquierda, que cuestionaban la naturalezademocrtica misma de la democracia moderna.

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    Para empezar habra que reconocer que, efectivamente, la democraciaes un ideal antiguo, aunque excepcional en su tiempo; que surgi en

    algunas poleisgriegas y en particular en Atenas, en medio de un marde sociedades gobernadas por despotismos y teocracias de la ms diver-sa ndole.7Y un ideal que, en efecto, se realiz institucionalmente bajo laforma de una democracia directa en el que los miembros del demos, losciudadanos, participaban personalmente tanto en la Asamblea que le-gislaba y tomaba las decisiones polticas, como en los tribunales que seencargaban de aplicar las leyes. Quiz la mejor expresin de dicho idealse encuentre en el justamente clebre discurso que Tucdides atribuye

    a Pericles en ocasin de una ceremonia fnebre en honor a los cadosen batalla (Tucdides, 2007). En dicho discurso, el dirigente de Atenas,despus de definir a la democracia como gobierno de la mayora, expresasintticamente los valores de la misma como los de la isonoma (queno sin problemas puede entenderse como igualdad ante la ley), la isegora(que puede entenderse como igualdad poltica de todos los ciudadanos)y la libertad, tanto en sentido negativo como positivo, tanto como li-bertad privada cuanto como libertad pblica.8Apenas puede discutirseque, en un mundo en el que imperaban las jerarquas, los rangos, las

    desigualdades sacralizadas, esta reivindicacin de la igualdad de todoslos polites (ciudadanos) debe considerarse como un hecho capital dela historia poltica occidental (y no slo occidental en nuestros das).Por ms que el experimento democrtico ateniense tuviera una vidaconvulsa y relativamente breve, habra de marcar profundamente todoslos debates ulteriores al poner en cuestin el carcter natural o sagradode las desigualdades y jerarquas entre los seres humanos. Lo anterior, sin embargo, no debe hacernos olvidar que el sentidogeneral del discurso de Pericles es el hacer el elogio de los fallecidos enuna guerra en la que Atenas se haba comprometido a causa de lanaturaleza imperialista de su poltica exterior. Dicho en otros trminos:la igualdad democrtica les era reconocida exclusivamente a los ciu-dadanos, a los miembros por nacimiento de esapolis. Lo que de algn

    7Vanse el clsico de Moses Finley (2005), e igualmente Bobbio (1999a).8 Vase mi ensayo Democracia y discriminacin (Salazar, 2010); pero sobre todoBovero (2000b).

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    modo explica la ausencia de un tercer valor que junto al de la igualdady la libertad, caracteriza al ideal democrtico moderno: elde la paz.9Un

    segundo problema concierne a la definicin de la democracia comogobierno de la mayora o de los muchos. Sin duda esta identificacindel demos o pueblo con la mayora se explica en parte por la teoraaristotlica de las formas de gobierno, que opona la democracia algobierno de los pocos (oligarqua o aristocracia) y al gobierno de uno(tirana o monarqua). Pero, como se ver, esta manera de concebir lademocracia no deja de plantear algunos problemas tericos y prcticos. Considrese en primer lugar el tipo de igualdad que define a la

    democracia antigua. Como ha indicado Bobbio, cuando se habla deigualdad en el vocabulario poltico es necesario hacer dos preguntas:a) quines son los iguales?, y b) en qu son iguales? Los iguales,en este caso, eran los hombres libres varones mayores de edad, naci-dos en Atenas de padres atenienses, capaces de participar en las guerrasy de participar igualmente en las asambleas. Lo que significa que slolos ciudadanos, cuya extensin parece haber variado en funcin de suscondiciones socioeconmicas, eran realmente miembros del demos ypodan gozar de la isonomay de la isegora. El resto de los habitantes:

    mujeres, extranjeros o metecos, esclavos, nios y con frecuencia tra-bajadores manuales y comerciantes, es decir, ms de las tres cuartaspartes de la poblacin, eran excluidas de la participacin en los rga-nos de gobierno y en los tribunales. Independientemente de las razonesaducidas para justificar esta exclusin argumentadas sin demasiadorigor por Aristteles estos ciudadanos eran iguales en principio, porcuanto todos podan participar directamente en las asambleas y enlos tribunales, aunque en los hechos la mayor parte de ellos parecehaberse reducido a votar las propuestas y leyes promovidos por lospocos oradores (retores) y/o demagogos que tenan o presuman tenerla habilidad necesaria para persuadir a los asistentes a estas reunionesmultitudinarias. No por nada, tanto Tucdides como Hobbes sealaronque bajo la forma de una constitucin democrtica lo que existi

    9 Por eso el primer pacto fundacional de las democracias modernas es el que implicala renuncia a utilizar la violencia como medio para afirmar intereses o valores. VaseBobbio (1994).

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    realmente en Atenas fue una monarqua o tirana de unos cuantosoradores exitosos.

    Es cierto que a diferencia de los reyes y tiranos propiamente dichos,los dirigentes de la democracia ateniense, los estrategos, deban rendircuentas constantemente ante las asambleas, y podan ser cuestionadospor sus adversarios y competidores, lo que obliga a matizar la opininobviamente sesgada del historiador griego y del filsofo ingls; perolo que aqu interesa subrayar es la naturaleza excluyente de la clebreisegoraantigua comparada con el sufragio universal de la mal afamadademocracia electoral moderna, definitivamente mucho ms incluyente,

    segn el cual todos los ciudadanos mayores de edad, sean mujereso sean varones tienen derecho a un voto individual que, en principio,debe valer o pesar lo mismo que el de los dems. Por otra parte, tampoco debiera ignorarse que, con todos sus mritos,la democracia antigua fue una forma de gobierno que, en la opininciertamente aristocrtica de la mayor parte de los historiadores, juristasy filsofos de su tiempo fue considerada como inestable, convulsa ycorrupta, esto es, como una mala forma de gobierno, al extremo quela mayor parte de los pensadores ulteriores, hasta Hegel, la vieron

    con enorme desconfianza precisamente por ser una democracia directa yparticipativa, susceptible por ello de caer vctima de las pasiones extre-mas y desenfrenadas de las multitudes.10De ah que lo que hoy en damuchos ven como una traicin a los ideales propiamente democrticos,es decir, la democracia indirecta, representativa, debera verse ms biencomo un medio para hacer posible, en sociedades mucho ms com-plejas, grandes y pobladas, la realizacin de la igualdad y la libertaddemocrticas en un orden poltico plural relativamente estable. Lejos deser la negacin, as sea parcial de los valores democrticos, la re-presentacin poltica es, o mejor, debera ser considerada como uninmenso perfeccionamiento jurdico e institucional de la democracia,que la convirti en la mejor (o en la menos mala) forma de gobiernoconocida por la humanidad. Que en buena parte de las democracias

    10 Como indic el propio Bobbio, entre la nocin de democracia antigua y de democra-cia moderna no slo cambia el contenido descriptivo sino tambin el sentido valorativo.Vase tambin Bobbio (1986c).

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    realmente existentes esa representacin se vea deformada y pervertidapor una enorme variedad de factores11no tendra que llevarnos a con-

    cluir, como lo hacen tantos, que ella es la causa de la psima calidadde esas democracias, pues justamente el problema no es que ellassean representativas sino, precisamente, que no lo son suficiente yadecuadamente. No puedo detenerme aqu en la complicada historia de la idea derepresentacin poltica (Bobbio, 1999c), pero vale la pena sealar queen el ideal democrtico moderno ella presupone al menos dos cosas:la existencia efectiva de ciudadanos, esto es, de personas cuyos derechos

    fundamentales y no slo sus derechos polticos se encuentranrealmente garantizados por las leyes y las instituciones; y la prohibi-cin del mandato imperativo que convierte a los representantes enautnticos representantes polticos, a diferencia de los representantesgremiales o corporativos. Lo que significa que no representan solamenteintereses particulares, sino intereses tendencialmente generales o ge-neralizables. Se trata, como es claro, de un principio ideal de muy difcilrealizacin y lamentablemente muy distante de la prctica efectiva,aunque hay diferencias importantes que nos hablan de la mayor o menor

    democraticidad de las democracias reales. Pero en cualquier caso loimportante es que slo bajo estas dos condiciones la representacinpoltica logra expresar el poder ascendente del demos, del pueblo en-tendido como asociacin voluntaria de sus ciudadanos, y no, comosucede con frecuencia, el poder descendente, autocrtico, de minorascapaces de imponer su hegemona basndose en sus poderes de hecho(econmicos, mediticos, religiosos, etctera). De ah justamente laimportancia de que dicha representacin poltica lo sea de verdaderosciudadanos y, al mismo tiempo, exprese la pluralidad social e ideolgicade todoel demos. As entendida, la representacin poltica democrtica no debiera opo-nerse como se suele hacer a la participacin, a la llamadademocracia participativa. Para empezar porque el sufragio universalque caracteriza a las democracias modernas hace posible una real par-ticipacin de la ciudadana mayor que la que permite cualquier otra

    11Ms adelante revisar algunos.

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    frmula institucional. Los que votan, aun si lo hacen en condicionesno ideales por falta de informacin, por ausencia de alternativas sli-

    das, por su escasa formacin cvica, etctera sern siempre muchos msque los que participan en Organizaciones no Gubernamentales (ONG),en movimientos sociales, en asambleas y debates, etctera. Seguramenteuna sociedad civil libre, plural y organizada ser siempre un ingredien-te deseable para que la participacin ciudadana no se limite al sufragio,pero slo los sueos recurrentes de la representacin orgnica comosustituto de la abstracta representacin poltica permiten contraponeresta ltima a la participacin. La diferencia en todo caso est en el tipo

    de participacin: como miembros iguales de un Estado cuya direccingeneral debe establecerse a travs de elecciones libres y competidasprotagonizadas por los partidos polticos, o como ciudadanos inte-resados en promover determinadas causas y/o intereses especficos.Otra vez, ni siquiera en los momentos excepcionales de entusiasmopopular, cuando por la razn que sea se moviliza un gran nmerode personas en manifestaciones y aparecen innumerables organizacionessociales, la participacin es comparable cuantitativamente con la queocurre en una jornada electoral normal.

    En el mismo sentido resulta ms que discutible oponer a la democraciarepresentativa a una pretendida democracia deliberativa (Elster, 1999;Bohman y Rehg, 1999), en la medida en que la funcin esencial delos rganos representativos es precisamente deliberar sobre los asuntospblicos. Si esta funcin se ve degradada o pervertida, si las decisio-nes y leyes no son suficientemente discutidas, si en los hechos lo queexiste es una imposicin de las mismas, entonces el problema, una vezms, no es que la democracia sea representativa, sino que no lo es msque en apariencia. Si, adems, los poderes mediticos deforman ymanipulan una opinin pblica fragmentada y dbil, si los partidosy los gobiernos negocian a espaldas de los ciudadanos, si lo que prevaleceson los rganos unipersonales de toma de decisiones, entonces, nue-vamente, el problema es que la representacin democrtica es ms bienuna ficcin o una fachada de poderes autocrticos. Lo propio cabe decir de las recurrentes crticas a los partidospolticos, que no pocas veces son considerados como el mayor obstculopara una democracia real. De ah nace la tambin reiterada apelacin

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    a figuras tan extraas como las llamadas candidaturas ciudadanas o afrmulas apartidistas de representacin; por no hablar del surgimiento

    de partidos personales, esto es, de organizaciones dependientes de li-derazgos antipolticos que basan su popularidad precisamente en suoposicin a los partidos tradicionales. Sin duda, en muchos casos, lossistemas de partidos sufren de una esclerosis programtica y de unacarencia de cuadros que los alejan de los problemas y preocupacionesde la ciudadana. Pero por fundada que est su mala fama, por limitadaque sea su capacidad de representar y articular el pluralismo social, locierto es que sin partidos polticos no existe ni puede existir ninguna

    democracia digna de ese nombre. Despus de todo, como ha sealadoJuan J. Linz (2003) en un importante ensayo, las dificultades que su-fren los partidos en nuestra poca no son ajenas al carcter ms biencontradictorio de las demandas y expectativas de sociedades y ciu-dadanos despolitizados. Y como ha subrayado insistentemente JosWoldenberg, lo cierto es que si no todos los ciudadanos son polticosde tiempo completo por fortuna, todos los polticos en cambioson ciudadanos, y por ende las pretendidas candidaturas ciudadanasno son sino la peor forma de forjar partidos clandestinos: esto es, or-

    ganizaciones que giran no en torno a ideales y programas sino a la purapopularidad meditica de personalidades polticamente irresponsables.En este sentido, ms valdra buscar las vas para facilitar los mediospara la formacin y renovacin de los partidos, sin ceder un pice enlas condiciones de transparencia, responsabilidad y representatividadque todas las formaciones partidarias deben cumplir.

    PODERDELPUEBLOOPODERDELAMAYORA?

    Otro prejuicio muy difundido es el de que la democracia es el go-bierno o poder de la mayora. Probablemente esta idea se origina enla confusin entre la regla de la mayora nica regla que permitetomar decisiones colectivas colegiadas cuando no existe unanimidad,pero que de ninguna manera es exclusiva de la democracia, como hasubrayado Bobbio (1999b) con las reglas electorales que establecenque los candidatos ganadores son los que obtienen la mayora de los

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    votos, sea bajo frmulas uninominales o bajo frmulas proporcionales.Confusin que se ve agravada, quiz, por la teora aristotlica segn

    la cual la democracia es el gobierno de los muchos, esto es, de la mayora.Pero por ello mismo habra que distinguir estos dos tipos de reglas re-conociendo que si bien es cierto que en los comicios democrticos losrepresentantes son electos por algn tipo de mayora de votos, ello enmodo alguno significa que no pueda y no deba haber representantesde la o las minoras, so pena de que la supuesta representacin deje derepresentar reflejar la pluralidad social y poltica existente. Todo elpoder para la mayora es una consigna tan antidemocrtica como

    la de todo el poder para una minora, pues el demos, el pueblo bienentendido, no puede identificarse ni con la mayora ni con las minoras,sino con la totalidad de los ciudadanos.12

    Por eso las frmulas de representacin proporcional sern siempremucho ms democrticas que las frmulas puramente mayoritarias,como tendramos que haber aprendido de la larga experiencia autorita-ria que padeci nuestro pas a causa de un partido que monopolizabala representacin de las mayoras y cancelaba as el pluralismo po-ltico propio de cualquier democracia efectiva. En este sentido, la

    actual deriva mayoritaria y presidencialista de tantas democraciasen bsqueda de una gobernabilidad eficaz y eficiente, incluso bajosistemas parlamentarios, debiera verse como una verdadera amenazapara la democraticidad de las mismas, pues ella implica justamen-te pasar de un gobierno realmente representativo de la pluralidad,a un gobierno unipersonal y por ende autoritario aun si surgidode elecciones libres y competidas. Esto es pasar de la democracia alo que Bovero ha denominado unapleonocracia(entendida precisamentecomo poder exclusivo de los ms o de los muchos). Incluso Hans Kelsen, que en un clebre texto sobre la Esencia yvalor de la democracia (1992), intent justificar el predominio de la ma-yora sobre la dudosa base de que ste aseguraba mayor autonoma ymenor heteronoma, posteriormente insistira en que el debate y la ne-gociacin de la mayora con las minoras son esenciales para que latoma de decisiones y la elaboracin de las leyes sean verdaderamente

    12Como oportunamente argumenta Bovero en la conferencia mencionada ms arriba.

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    democrticas, esto es, representativas no slo de una parte del pue-blo incluso si esa parte es la mayora sino de la pluralidad que

    constituye a un pueblo de ciudadanos realmente libres e iguales.

    GOBIERNODELASLEYESOGOBIERNODELOSHOMBRES?

    Pero la democracia, como ha indicado Bobbio (1986b), es tambin, enprincipio, la realizacin del ideal de la primaca del gobierno de las leyessobre el gobierno de los hombres. Siendo, en tanto procedimiento, un

    conjunto de normas las reglas formales del juego para producirnormas democrticamente legitimadas, esta forma de gobierno re-quiere, adems, que el parlamento, el poder legislativo colegiado,tenga la supremaca sobre el poder ejecutivo, sobre el gobierno. Slo es-ta supremaca, junto con la existencia de un poder judicial realmenteautnomo y eficiente, hacen posible el ideal democrtico del imperiode la ley, del Estado de derecho, y por ende, una autntica representacinpolticadel pluralismo social e ideolgico del demos. Por eso, y ms allde cualquier consideracin pragmtica, los sistemas presidencialistas

    (e incluso semipresidencialistas) son siempre menosdemocrticos quelos sistemas parlamentarios. Pues, como debiera ser obvio, el poderejecutivo, por su propia naturaleza no puede ser representativo en ningnsentido razonable del trmino, al estar concentrado necesariamenteen una persona: el jefe de gobierno. La separacin de poderes que ca-racteriza a los sistemas presidencialistas genera, de hecho, como hasealado Juan J. Linz (1994), una doble legitimidad: una propiamenterepresentativa del pluralismo social y en consecuencia democrtica, ladel parlamento; y una legitimidad plebiscitariadel rgano monocrticoo monrquico del titular del ejecutivo en tanto jefe de Estado y jefede gobierno. Una legitimidad, por ende, propia no de una democraciasino de una monarqua electiva temporalmente delimitada de acuerdoal calendario electoral en cuestin y la existencia o no de la reeleccin. Linz ha argumentado convincentemente por qu esta doble legi-timidad da lugar a problemas y conflictos insolubles entre el parlamentoy el gobierno, mismos que no pocas veces conducen a crisis polticasque o bien derivan en la destitucin del titular del ejecutivo o bien,

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    con mayor frecuencia, en la disolucin golpista del parlamento. Peroindependientemente de tales conflictos y de la tendencia bonapartista,

    cesarista o populista de los sistemas presidenciales tendencia quepuede documentarse ampliamente en la historia latinoamericana, loque aqu interesa enfatizar es que la eleccin separada y directa de unpresidente, sea con mayora absoluta o relativa, sea con reeleccin osin ella, es por principio incompatible con el ideal tanto de unademocracia propiamente representativa, cuanto con el ideal de laprimaca del gobierno de las leyes. La legitimidad entonces del car-go presidencial es por ende dudosamente democrtica, pues es

    necesariamente excluyente, dado que los votos de los perdedores sim-plemente dejan de contar durante todo el periodo interelectoral, yporque el presunto control de poder legislativo sobre el ejecutivo sereduce generalmente al poder de apoyar o bloquear las iniciativasgubernamentales. Es cierto que los sistemas presidenciales existen-tes pueden variar considerablemente en cuanto a las capacidades deambos poderes para evitar situaciones de bloqueo o de sumisin, peroresta el hecho de que en cualquier caso el presidente, jefe de gobier-no, de Estado y de partido, es un poder tendencialmente irresponsable y

    poco menos que inamovible durante el periodo rgidamente establecidode su mandato. Pues en ltimo trmino lo que los ciudadanos eligencuando eligen a un presidente no es un representante sino un jefe, poracotada que est formalmente su jefatura; lo que, con frecuencia, tienecomo consecuencia gobiernos fuertes y ms a menudo prepotentesy pretenciosos y estados institucionalmente dbiles, incapaces deafrontar eficazmente, con verdadera legitimidad que no es lo mismoque popularidad los difciles y complejos problemas de sociedadesprofundamente desiguales y fragmentadas. Sobra decir que el descrdito de las instancias legislativas, el va-ciamiento ideolgico de los partidos, lo mismo que la mediatizaciny personalizacin de la poltica, encuentran en el presidencialismo un te-rreno sumamente favorable. Si los representantes slo se dedican aobstruir y/o denunciar al gobierno en turno para ganar gubernaturas oelecciones presidenciales; si los partidos son partidos de candidatos yno de propuestas programticas; si lo que pesa entonces es la popularidadmeditica y no los proyectos y las ideas, cmo sorprenderse entonces

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    de que la competencia poltica se reduzca a un estridente reality showpara mayor gloria de los consorcios mediticos y los poderes fcticos,

    y para mayor desprestigio de la propia poltica y sus instituciones?

    LOSPODERESSALVAJESYLAFALSASALIDADELPRESIDENCIALISMO

    En esta perspectiva cabe preguntarse por las razones de lo que puede de-nominarse una deriva casi universal hacia formas presidencialistasde gobierno democrtico, incluso en naciones que haban adoptado

    sistemas parlamentarios, como Italia. Entre esas razones se encuen tra, sinduda, el debilitamiento y desprestigio casi universales causados, comoya se seal, por una globalizacin anrquica que ha transformado lospoderes fcticos econmicos y mediticos en lo que Luigi Ferrajoli llamapoderes salvajes. Poderes que se han puesto por encima de las leyesde cada Estado como verdaderos poderes soberanos, absolutos, concapacidad de someter a los gobiernos del ms diverso signo, generandouna verdadera crisis de la poltica en general y de la poltica democrticaen particular. Ahora bien, dada la naturaleza global de esos poderes

    salvajes parece evidente que su regulacin y el fortalecimiento mismode los estados y de la poltica requiere urgentemente de acuerdos,pactos, instituciones y leyes trasnacionales que den vida y vigor a loque el propio Ferrajoli denomina una esfera pblica global (2001),y con ello se vuelva posible una gobernanza global, no imperialistasino democrtica. Pero a su vez, la formacin de dicha esfera exigeprofundas reformas de los estados existentes para convertirlos eninstancias realmente orientadas al reconocimiento y garanta de los de-rechos fundamentales establecidos en las declaraciones universales.Pues slo as podra desarrollarse una cabal ciudadana global capazde otorgar nueva legitimidad y nueva vigencia a los poderes pblicos delas democracias. En este horizonte vale la pena insistir en que la representacinestrictamente democrtica es representacin de ciudadanos, esto es,de personas cuyos derechos fundamentales de libertad, sociales, civilesy polticos se encuentran realmente garantizados por las institucio-nes pblicas nacionales e internacionales. En nuestras incipientes

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    democracias, en cambio, lo que predomina es una mezcla bizarra dereconocimiento y proteccin de los derechos polticos bsicos con

    una muy escasa y desigual garanta estricta del resto de los derechos,lo que da lugar a una representacin clientelista combinada con unarepresentacin meditica, en virtud precisamente de la falta de ga-rantas universales de todos los derechos fundamentales. Las ingentesdesigualdades que desgarran el tejido social, pero tambin la captu-ra del Estado13por poderes fcticos econmicos, sociales y mediticosconvierten a grandes franjas de la poblacin en clientelas obligadas adepender de hombres y mujeres fuertes, capaces de ofrecer proteccin,

    servicios y privilegios a cambio de lealtad y apoyo incondicional dequienes slo as pueden satisfacer sus necesidades bsicas. El propiosindicalismo, en la mayora de los casos, ha dejado de ser un movimien-to defensor y promotor de verdaderos derechos, transformndose enbastin de privilegios excluyentes en perjuicio de amplios sectores de lapoblacin. Y lo mismo puede decirse, lamentablemente, de buena partede los movimientos y organizaciones populares actuales, dependien-tes de lderes y caciques que hacen de la vulnerabilidad e indefensinde los dbiles la fuente primordial de su poder y de su influencia. De

    modo que en lugar de ciudadanos capaces de optar por programas ypolticas pblicas, lo que tenemos son clientelas que no encuentranotra va para acceder a determinados bienes bsicos que la de apoyarelectoralmente a determinados candidatos. La desigualdad alarmante que caracteriza a nuestra sociedad seconstituye as en la base esencial de un modo de hacer poltica que,a pesar de haberse pluralizado, sigue fielmente las viejas tradicionesdel partido casi nico, del viejo PRI, y que resulta obviamente incompatiblecon los principios democrticos. En este sentido slo un Estado socialydemocrtico de derecho capaz de garantizar universalmentelos derechossociales y, en consecuencia, un mnimo de bienestar y educacin, haraposible la existencia de una ciudadana no slo formal sino real. Y ala inversa, slo la proteccin efectiva de las libertades y los derechospolticos de asociacin y participacin tendran que servir de base parauna lucha organizada y democrtica por la justicia social, esto es, por

    13Como lo documenta el informe del Banco Mundial (2007).

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    el reconocimiento y garanta universales de los derechos sociales, queno derive en atajos revolucionarios y/o populistas que terminan por

    cancelar o limitar gravemente los derechos fundamentales de libertad. Pero junto a la representacin clientelar que tanto deforma y per-vierte las reglas del juego democrtico, hoy emerge la representacinmeditica, producto del poder salvaje de los modernos medios decomunicacin, en particular de la televisin. Aun si otros medios, co-mo el Internet, el twitter y el facebook permiten nuevos modos decomunicacin horizontal que, en circunstancias particulares, hacenposible movilizaciones democratizadoras en determinadas sociedades,

    lo cierto es que ninguno alcanza la penetracin y la influencia de losconsorcios televisivos. De ah que se hayan convertido en el verdade-ro cuarto poder, muy por encima de la prensa tradicional, imponiendomodelos de comunicacin vertical que convierten a los supuestos ciu-dadanos en meros consumidores-espectadores pasivos slo capaces debuscar lo que les resulta entretenido. La idolatra, la sacralizacinde ideologas que tanto dao hizo en la primera mitad del siglo XX, dejapaso a la imagolatra, la sacralizacin de las imgenes, en la que lo nicorelevante es la tirana del rating, esto es, la capacidad de captar la atencin

    de un pblico acostumbrado a disfrutar pasivamente espectculos mso menos degradantes y anti ilustrados. Con ello, como ya se seal,la poltica democrtica tiende a depender cada vez ms de la imageny no de las ideas de los polticos, de sus ocurrencias estridentes y node sus argumentos y razones, y del favor de las empresas antes que desus organizaciones partidarias. Y si a esto agregamos la nfima calidadque caracteriza los sistemas de educacin pblica, tenemos todos losingredientes para que predomine una representacin meditica que, siacaso, representa y capitaliza las pasiones, ilusiones, fobias y filias deun electorado que, de la poltica slo puede percibir lo que pasa por laspantallas de la televisin.14

    14Al respecto sigue siendo interesante el libro de Giovanni Sartori, HomoVidens(2001).Ral Trejo Delarbre ha documentado extensamente las relaciones peligrosas entre losconsorcios mediticos y los partidos polticos en Mxico. Vase por ejemplo su libroSimpata por el rating(2010).

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    Lo anterior explica el inmenso servilismo que la mayor parte delos polticos y los partidos muestran ante los intereses de los grandes

    consorcios mediticos. Y su temor casi religioso a verse condenadosal ostracismo por intentar regular y limitar su ingente poder fctico.En realidad, la experiencia parece probar que slo una estricta regulacinlegal del derecho a la informacin que implique entre otros un dere-cho garantizado de rplica, as como la prohibicin absoluta decualquier propaganda poltica sea a travs de anuncios pagados, sea atravs de spots, y la obligacin de en cambio transmitir en horariosadecuados debates y deliberaciones sobre los asuntos pblicos, podr

    evitarse que nuestras dbiles democracias degeneren en telecracias.Lo que, por lo dems requiere no slo acabar con la concentracinabsurda del poder meditico televisivo que en Mxico ha posibilitadoel prepotente duopolio de Televisa y TVAzteca, sino el desarrollo deun sistema pblico, de Estado (no de gobiernos) capaz de competiry frenar, con programacin de calidad, la feroz degradacin moral yesttica que impera en los canales de la televisin privada.

    LAINTERMINABLECONSTRUCCINDEUNADEMOCRACIACABAL

    Mxico y la mayor parte de Amrica latina son con todo, hoy en da,naciones mucho ms democrticas de lo que eran hace treinta aos.Con pocas aunque lamentables excepciones, en nuestras sociedadesse cumplen las reglas formales que segn Bobbio definen a la democraciacomo procedimiento y se garantizan los derechos polticos esencialesde los ciudadanos. En nuestro caso, hemos pasado de un sistema departido prcticamente nico, sin alternancia posible, a un sistema plu-ripartidista competitivo, en el que los votos cuentan y se cuentan, y enel que ha habido alternancia en todos los niveles de gobierno. Ello noobstante, existe un difuso y creciente malestar en y con la democracia;un malestar que sin duda deriva en gran parte de su escasa capacidadpara promover un verdadero desarrollo sustentable con justicia so-cial, pero que tambin tiene que ver con la abismal distancia que separaa la mayor parte de la sociedad del mundo propiamente poltico. Loscomicios, antes irrelevantes, se han vuelto el eje casi nico de un feroz

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    y desgastante enfrentamiento personalizado entre partidos que noparecen tener otro objetivo que la caza de cargos pblicos y sobre to-

    do de la Presidencia de la Repblica. Sin diagnsticos y sin propuestas,estos partidos mantienen, en formas incluso empeoradas, las tristes eignominiosas tradiciones clientelistas del viejo partido casi nico, a lasque aaden un servilismo casi ilimitado frente a los poderes financie-ros y mediticos. Por eso es necesario preguntarse por las razones defondo de la nfima calidad de nuestra democracia y de su muy escasacapacidad para afrontar los inmensos problemas de nuestra sociedadinjusta y autoritaria.

    Entre estas razones tal vez pueda sealarse la pobre concepcin de lademocracia que ha predominado durante nuestra prolongada transicin.Una concepcin que bsicamente la identificaba con la derrota del PRIy con la alternancia, y que todava sigue siendo utilizada en diversaselecciones estatales. Una concepcin, entonces, que esperaba (y espera)que el mero cambio de las personas d lugar a cambios sustanciales enel modo de ejercer el poder. A estas alturas, sin embargo, es evidentela naturaleza ilusoria y simplista de esa concepcin y la necesidadde entender que la democracia propiamente dicha es mucho ms que

    elecciones competidas, limpias y transparentes, precisamente porque eso debiera ser no slo una forma de acceder a los cargos pblicos, sino deejercer, evaluar y controlar el poder. Y esto no depende de la voluntadsola de los que gobiernan, sino de la naturaleza y estructura del aparatoestatal. Ahora bien, a pesar de su formato constitucional, el Estado mexicanonunca ha sido cabalmente un Estado constitucional de derecho capazde garantizar los derechos fundamentales de toda la poblacin. Msbien ha sido un Estado patrimonialista de privilegios sustentado enlas profundas desigualdades econmicas, sociales, culturales y regio-nales que dividen y desgarran una sociedad injusta y autoritaria. Pueslas desigualdades, dgase lo que se diga, generan necesariamente po-deres fcticos salvajes, y convierten a la mayor parte de los derechoshumanos en derechos de papel para los ms y privilegios para los me-nos. De ah que si queremos una democracia digna de ese nombretengamos que proponernos una verdadera reforma poltica del Estado,esto es, transitar desde ese Estado patrimonialista de privilegios a

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    un autntico Estado social y democrtico de derecho. Lo que, sobradecirlo, es una transicin muchsimo ms complicada que la has-

    ta ahora realizada en la medida en que supone, entre otras cosas, lacreacin de una administracin pblica profesional y competente. Algoque, naturalmente, exige acuerdos y compromisos que superen el me-ro horizonte electoral o electorero de nuestros partidos. En este sentido habra que reconocer que el presidencialismo, inclusoel presidencialismo acotado que hoy tenemos, representa un enormeobstculo para dichos acuerdos y compromisos. No slo porque gene-ra la ilusin de que todo depende de la voluntad de una sola persona,

    sino porque induce necesariamente a una poltica polarizada, de meroenfrentamiento que vuelve prcticamente imposibles, o por lo menosprecarios, esos acuerdos y esos compromisos. Toda la historia polticade Mxico nos ensea, nos debera ensear, que el sistema presidencialslo logra ser eficaz cuando deja de ser democrtico, es decir, cuan-do se transforma en una dictadura personal o en un rgimen departido casi nico. Por eso si queremos que la democracia sea, comoensean los clsicos, el gobierno de las leyes y no de los hombres, elpoder pblico en pblico, y no el poder oculto de los ministerios, y

    el poder ascendente de los ciudadanos y no el poder descendente de lasoligarquas, tendramos que reconocer la necesidad de transitar tambinhacia un parlamentarismo que convierta la pluralidad, el pluralismopoltico y social, en motor impulsor del desarrollo y ya no, como aho-ra, en medio para capturar y pervertir las instituciones pblicas. Lademocracia, deca amargamente Thomas Carlyle, es la desespera-cin de no tener hroes que nos dirijan. A esta idea habra que oponerla respuesta del Galileode Bertolt Brecht: Feliz es el pas que no necesitahroes.

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