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"DEI VERBUM" (Sobre la divina revelación) CAPITULO I Dios se revela, a Sí mismo por esta revelación, Dios invisible habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor y mora con ellos, para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía. Dios da a los hombres testimonio perenne de sí en las cosas creadas, y, se manifestó, además, personalmente a nuestros primeros padres ya desde el principio, con palabras y obras, señales y milagros, y, sobre todo, con su muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos. CAPITULO II Completó El y lo promulgó con su propia boca, como fuente de toda la verdad salvadora y de la ordenación de las costumbres, comunicándoles, para ello el mensaje de la salvación; la sagrada tradición y la Sagrada Escritura. CAPITULO III La santa Madre Iglesia, tiene por santos y canónicos los libros enteros del Antiguo y Nuevo Testamento. La Escritura es divinamente inspirada y útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y equipado para toda obra buena. Conviene, además, que el intérprete investigue el sentido que intentó expresar y expresó el hagiógrafo en cada circunstancia según la condición de su tiempo y de su cultura, según los géneros literarios usados en su época. CAPITULO IV Los cristianos han de recibir devotamente estos libros, que expresan el sentimiento vivo de Dios, y en los que se encierran sublimes doctrinas acerca de Dios y tesoros admirables de oración, y en los que, por fin, está latente el misterio de nuestra salvación. Dios, inspirador y autor de ambos Testamentos, dispuso las cosas tan sabiamente que el Nuevo Testamento está latente en el Antiguo y el Antiguo está patente en el Nuevo. CAPITULO V

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"DEI VERBUM"(Sobre la divina revelación)

CAPITULO IDios se revela, a Sí mismo por esta revelación, Dios invisible habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor y mora con ellos, para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía. Dios da a los hombres testimonio perenne de sí en las cosas creadas, y, se manifestó, además, personalmente a nuestros primeros padres ya desde el principio, con palabras y obras, señales y milagros, y, sobre todo, con su muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos.CAPITULO IICompletó El y lo promulgó con su propia boca, como fuente de toda la verdad salvadora y de la ordenación de las costumbres, comunicándoles, para ello el mensaje de la salvación; la sagrada tradición y la Sagrada Escritura.CAPITULO IIILa santa Madre Iglesia, tiene por santos y canónicos los libros enteros del Antiguo y Nuevo Testamento. La Escritura es divinamente inspirada y útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y equipado para toda obra buena.Conviene, además, que el intérprete investigue el sentido que intentó expresar y expresó el hagiógrafo en cada circunstancia según la condición de su tiempo y de su cultura, según los géneros literarios usados en su época. CAPITULO IVLos cristianos han de recibir devotamente estos libros, que expresan el sentimiento vivo de Dios, y en los que se encierran sublimes doctrinas acerca de Dios y tesoros admirables de oración, y en los que, por fin, está latente el misterio de nuestra salvación.Dios, inspirador y autor de ambos Testamentos, dispuso las cosas tan sabiamente que el Nuevo Testamento está latente en el Antiguo y el Antiguo está patente en el Nuevo.CAPITULO VLa Iglesia siempre ha defendido y defiende que los cuatro Evangelios tienen origen apostólico. Pues lo que los Apóstoles predicaron por mandato de Cristo, el Evangelio en cuatro redacciones, según Mateo, Marcos, Lucas y Juan.CAPITULO VIEn la Sagrada Liturgia, no deja nunca de tomar del altar y distribuir a los fieles el pan de la vida.Los exegetas católicos, y demás teólogos deben trabajar, aunando diligentemente sus fuerzas, para investigar y proponer las Letras divinas, bajo la vigilancia del Sagrado Magisterio, con los instrumentos oportunos.Con la lectura y el estudio de los Libros Sagrados "la palabra de Dios se difunda y resplandezca" y el tesoro de la revelación, confiado a la Iglesia, llene más y más los corazones de los hombres.

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Ante todo se trata de una Constitución dogmática, al igual que la Lumen gentium. Esto ya tiene su importancia particular. La profundización sobre la divina Revelación constituye un don y una enseñanza autorizada que ilumina la marcha del Pueblo de Dios. Especialmente cuando cierto relativismo y reduccionismo viene conduciendo a una crisis en la interpretación de la Palabra de Dios escrita, las luminosas enseñanzas de la Dei Verbum cobran una mayor importancia.

El alcance y valoración de ese proceso lo explica muy bien el Cardenal de Lubac: «En esta Constitución Dei Verbum se ventilan la idea de la Revelación lo mismo que los conceptos íntimamente ligados con ella, como son los conceptos de tradición e inspiración.

El tema fundamental de esta Constitución es el de la Revelación y su transmisión. Obviamente, dentro de esta perspectiva, la Sagrada Escritura tiene un lugar fundamental, pero no exclusivo. Esto se percibe con nitidez observando la disposición de los temas en la Constitución: luego de tratar en su primer capítulo de la Revelación en sí misma, en el segundo abordará el tema de su transmisión a través de la Sagrada Tradición y de la Sagrada Escritura. Será a partir del tercer capítulo, hasta el sexto, que tratará específicamente de la Sagrada Escritura, siempre enmarcada dentro del tema de la Revelación de Dios.

A partir del proemio y, en general, de lo dicho en el capítulo primero, se ve que la Revelación es presentada desde una perspectiva personal comunicativa. El acento no está puesto en la revelación de algo -de una serie de verdades-, sino de Alguien que se automanifiesta para entrar en comunión. Él mismo, a través de su revelación, establece una relación personal con los hombres: movido por amor, habla a los seres humanos como amigos para invitarlos y recibirlos en su compañía. En palabras de San Juan, es «la misma vida eterna, que estaba junto al Padre y se nos manifestó».

El Padre envió «a su Hijo, la Palabra eterna, que alumbra a todo hombre, para que habitara entre los hombres y les contara la intimidad de Dios». Aquí queda de manifiesto otro aspecto importante en la enseñanza conciliar: la perspectiva trinitaria. Dios se ha manifestado a sí mismo, en su unidad y trinidad. De esta manera, «por Cristo, la Palabra hecha carne, y con el Espíritu Santo, pueden los hombres llegar hasta el Padre y

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participar de la naturaleza divina». Es Dios uno y trino, comunión divina de amor, quien sale al encuentro del hombre.

Además de estos acentos que hemos visto también aparece un claro acento cristológico. Jesucristo es el «mediador y plenitud de toda la Revelación». En Él "resplandece" la verdad profunda de Dios y la salvación del hombre. Él es mediador de una manera nueva: no es sólo portador de un mensaje, como lo puede ser un profeta, pues Él mismo es el mensaje. Más aún, quien lo ve a Él, ve al Padre. En Él se une la revelación y lo revelado. Él es, además, la plenitud de esta Revelación. «Ahora en esta etapa final (Dios) nos ha hablado por el Hijo». Ya no hay «que esperar otra Revelación pública antes de la gloriosa manifestación de Jesucristo», pues «Él, con su presencia y manifestación, con sus palabras y obras, signos y milagros, sobre todo con su muerte y gloriosa resurrección, con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la Revelación».

Ahora bien, junto con estos acentos, aparecen también otros dos de no menor importancia: el aspecto salvífico y el antropológico. Con el padre Lyonnet podemos decir que tanto en el capítulo primero como en el segundo de la Constitución, hay una clara preocupación por destacar el aspecto salvífico de la Revelación. Dios se revela para salvar al hombre, para hacerlo participar de su amistad y compañía. Ése es el sentido de la Revelación y eso aparece desde diversas perspectivas.

La historia no es considerada como una simple serie y sucesión de acontecimientos sino como una economía de la salvación. Dios, afirma la Constitución, queriendo «abrir el camino de la salvación que viene de lo alto, se reveló desde el principio personalmente a nuestros primeros padres. Después de su caída, los levantó a la esperanza de la salvación, con la promesa de la redención». Y así fue manifestándose a los hombres, a su pueblo, preparando la Revelación evangélica, en donde aparecerá en plenitud el hecho de que «Dios está con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y la muerte y para hacernos resucitar a una vida eterna».

Con respecto a lo antropológico, muy relacionado con el aspecto personal, podemos decir que en la Constitución aparece permanentemente una preocupación por resaltar el destino humano de la Revelación. Esto se ve, por ejemplo, en el objeto de la Revelación. ¿Qué revela Dios? La verdad profunda de Dios y de la salvación del hombre. Dios se manifiesta al hombre plenamente en Jesucristo. En Él resplandece la verdad profunda

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sobre Dios y sobre el hombre; en Él se manifiesta el camino de la salvación.

6. La transmisión de la Revelación

En el capítulo segundo la Dei Verbum aborda el tema de la transmisión de la Revelación. Se suele afirmar que este capítulo fue de los más sometidos a escrutinio. De por medio estaba la cuestión tan discutida de la suficiencia material de la Escritura. Por otro lado la postura clásica de la Iglesia, sobre todo después del Concilio de Trento, era planteada desde la perspectiva de las dos fuentes de la Revelación. Pero había una corriente que buscaba darle a esta doctrina católica una expresión más comprehensiva, para lo que daban razones.

Por eso este capítulo plantea en primer lugar la cuestión de la transmisión de la Revelación y después se va a detener a tratar específicamente de la Tradición. Luego planteará las relaciones entre la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura, para finalmente desarrollar la relación entre el depósito de la Revelación y el Magisterio de la Iglesia. Una visión en la que están incluidos en admirable síntesis los diversos términos del asunto. Detengámonos un poco en el problema de la suficiencia material de la Sagrada Escritura, es decir, la cuestión de "la teoría de las dos fuentes" y en aquella inaceptable posición de la "sola Scriptura". La Constitución se pone por encima de toda polémica y se entrega a la reflexión teológica buscando una nueva expresión, una maduración. Deja de lado el lenguaje que alude a "dos fuentes" y resalta más bien la unidad del depósito de la Revelación en sus dos modalidades. Es decir, profundizando en los conceptos de la Tradición y la Escritura expresa con sabiduría que éstas no son dos fuentes paralelas. Percibe más bien su unidad, ambas «están estrechamente unidas y compenetradas». La Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura forman el único "depósito de la Revelación". Esto no significa, quede claro, un diluir la Tradición tornándola innecesaria. Más bien, la Constitución enseña que la Iglesia no saca únicamente de la Sagrada Escritura su certeza acerca de todo lo revelado. La Tradición es necesaria para la transmisión y certeza acerca de lo revelado y, además, la Tradición da a conocer a la Iglesia el canon de los libros sagrados y hace que los comprenda cada vez mejor y los mantenga siempre.

Las palabras del estudioso Cardenal Jean Daniélou son muy claras con respecto al alcance de esta doctrina conciliar. «El texto ha querido oponerse a la concepción de la Escritura como única fuente de nuestra certeza acerca de la Revelación: la Escritura no puede prescindir de la Tradición». Y más adelante

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afirma sobre este punto que «la adquisición más importante del Concilio Vaticano II, no fue el decidir sobre el

problema de esas fuentes, que no es una cuestión tan importante, sino haber dado nuevamente a la noción de Tradición una riqueza que tal vez había perdido la Iglesia Católica al reducirla a la autoridad magisterial y a darnos verdades que no se encontrarían sino en ella. La Tradición es algo extremadamente rico: es toda la vitalidad de la Iglesia bajo la influencia del Espíritu Santo, que conserva el depósito, lo actualiza en el tiempo, según cada época».

Cabe destacar también finalmente sobre este capítulo segundo el papel del Magisterio con respecto al depósito de la Revelación (27). Afirma la Constitución que el Magisterio «no está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido». Sólo él tiene «el oficio de interpretar autorizadamente la palabra de Dios, oral o escrita». Finalmente afirmará que «la Tradición, la Escritura y el Magisterio de la Iglesia... están unidos y ligados, de modo que ninguno puede subsistir sin los otros» (28). De esta manera se evidencia lo errado del principio de la "sola Scriptura" al mismo tiempo que se resalta el justo lugar de la Tradición y del Magisterio.

7. La inspiración divina y la verdad de la Sagrada Escritura

La Dei Verbum afirma tajantemente: «La Revelación que la Sagrada Escritura contiene y ofrece ha sido puesta por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo» (29). Señalando lo básico de la inspiración, deja de lado toda terminología de escuela, enseñando que Dios y el hombre son "autores" de la Escritura, pero no lo son de la misma manera. Dios obrando en los autores humanos y a través de ellos garantiza que pongan por escrito «todo y sólo lo que Dios quería» (30).

En la segunda parte del n. 11, aborda otro tema de gran importancia. Es el tema de la verdad en la Sagrada Escritura. La Iglesia siempre ha creído y cree en la verdad de la Escritura. Ahora bien, ¿en qué sentido? La respuesta a esta pregunta desde finales del siglo pasado ha venido causando algunas tensiones. Por un lado, por parte de quienes afirmaban que la Escritura se equivoca, por ejemplo, en afirmaciones científicas, y, por otro, por aquellos que buscaban dar una respuesta pero desde presupuestos inadecuados para hacer frente a la dificultad. La tesis concordista del siglo XIX percibía la verdad y la inerrancia desde un enfoque de buenas intenciones pero en exceso simplista. Desde éste se planteaba la ausencia de error sobre la totalidad de lo afirmado literalmente por los autores bíblicos. Una vez más el Concilio profundizó teológicamente. Así

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ha esclarecido el alcance de lo que se entiende por la verdad bíblica. Desde la perspectiva de la Revelación y desde su finalidad salvífica se ilumina la noción de verdad en los libros de la Biblia. Se trata de aquella «verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para salvación nuestra» (31).

8. La interpretación de la Sagrada Escritura

Otro tema central en la Dei Verbum es la auténtica interpretación católica de la Escritura. El racionalismo presentaba temas urgentes que requerían de respuesta. Los métodos nacidos de una aproximación unilateral

histórico-crítica ya venían constituyendo un desafío bastante grave, y el panorama aparecía aún más oscuro, como se ha venido verificando en los últimos años.

Presentando una visión coherente de la Revelación en sus diversos alcances, la Dei Verbum tratará de la interpretación de la Biblia. Si la Escritura es un texto divino-humano que contiene sin yerro la verdad para nuestra salvación, el intérprete, para conocer esa verdad, debe aproximarse de manera correspondiente a la singular naturaleza del escrito portador de la misma y con métodos proporcionales a dicha naturaleza única. «Dios habla en la Escritura por medio de hombres y en lenguaje humano; por lo tanto, el intérprete de la Escritura, para conocer lo que Dios quiso comunicarnos, debe estudiar con atención lo que los autores querían decir y Dios quería dar a conocer con dichas palabras» (32).

El Concilio plantea de esta manera un doble trabajo para el exegeta, o más bien, como dice el antiguo profesor del Pontificio Instituto Bíblico, el padre Ignace de la Potterie, se exige «un doble esfuerzo de comprensión: el que se impone para cualquier texto de literatura o de historia, y además el de intentar comprender la Escritura en cuanto que transmite la Palabra de Dios, la Revelación» (33). No se trata de dos trabajos separados que busquen sentidos de la Escritura sustancialmente distintos. Usando una figura podríamos hablar de círculos concéntricos: el esfuerzo por comprender «la intención del autor» -sentido literal-histórico- está dentro de un círculo mayor: el «verdadero sentido del texto sagrado» -sentido espiritual-.

Con respecto al trabajo por descubrir la «intención del autor», el Concilio va a dar una serie de recomendaciones en la línea de lo ya planteado por Pío XII en la Divino afflante Spiritu: es decir, perspectivas usadas por la hermenéutica histórica o literal. Es una exigencia propia del aspecto de la "humanidad" del texto.

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Por eso el Concilio pide no obviar este esfuerzo por encontrar el sentido literal, bajo el riesgo de no «conocer lo que Dios quiso comunicarnos» (34). De esta manera la Constitución afirma que se deben tener en cuenta «entre otras cosas» los géneros literarios, las condiciones del tiempo y cultura del autor, los modos de pensar y de expresar usados en esa época, etc.

Pero, como hemos dicho, la Dei Verbum da seguidamente un principio fundamental, y complementario del anterior, «para descubrir el verdadero sentido del texto sagrado» (35): «La Escritura se ha de leer e interpretar con el mismo Espíritu con que fue escrita» (36). Ya no se refiere al sentido literal. Ahora está hablando del sentido espiritual, es decir, el sentido que le da el Espíritu, con mayúscula. Ése es el «verdadero sentido del texto sagrado», según palabras de la Constitución. La interpretación en el Espíritu significa, ante todo,

apertura al Espíritu, y por lo tanto vida de fe por parte del intérprete. Y, en segundo lugar, buscar el Espíritu en la letra, es decir, ir al mensaje del texto, no en contra del texto, sino profundizando en él. La búsqueda del sentido literal permite conocer el significado histórico del texto; la

búsqueda del sentido espiritual nos conduce a la búsqueda de «la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para salvación nuestra» (37). La verdad para nuestra salvación no está en el significado filológico o técnico de un texto. Buscar este significado es paso necesario, pero de ninguna manera se puede asumir en forma excluyente ni con criterio reductivo. Ya decía Schlier: «Quien equipado con todas las técnicas del saber filológico e histórico se acerca a interpretar la Sagrada Escritura y no se preocupa de añadir la experiencia fundamental, de la que nos habla el mismo Nuevo Testamento, es decir, la fe, ese tal jamás llegará a conocer la realidad que nos comunica en su mensaje el Nuevo Testamento» (38).

¿Cómo ponerse en esa perspectiva complementaria y fundamental? ¿Cómo realizar la labor de interpretar la Escritura con el mismo Espíritu con que fue escrita? La Dei Verbum da tres criterios.

En primer lugar, tener muy en cuenta el contenido y la unidad de toda la Escritura. Es decir, frente a la tendencia positivista de descomponer la Escritura en partes, el Catecismo de la Iglesia Católica, en la línea de la Dei Verbum, explicita que «por muy diferentes que sean los libros que la componen, la Escritura es una en razón de la unidad del designio de Dios, del que Cristo Jesús es el centro y el corazón, abierto desde su Pascua» (39).

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En segundo lugar, la Constitución indica que hay que leer la Sagrada Escritura en «la Tradición viva de toda la Iglesia» (40). Este principio está vinculado con lo ya dicho acerca de las relaciones entre la Escritura, la Tradición y el Magisterio. En este caso, la Escritura no puede subsistir sin la Tradición y el Magisterio. Como dice el Catecismo, «la Iglesia encierra en su Tradición la memoria viva de la Palabra de Dios, y el Espíritu Santo le da la interpretación espiritual de la Escritura» (41).

Y finalmente, en tercer lugar, se invita a estar siempre atento a la «analogía de la fe». «Por "analogía de la fe" entendemos la cohesión de las verdades de la fe entre sí y en el proyecto total de la Revelación» (42). Es decir, la interrelación de las enseñanzas de la fe de la Iglesia.

En resumen, al leer e interpretar un texto de la Sagrada Escritura es indispensable que siempre se le considere en relación a la unidad de la Escritura entera, en la Tradición y en la cohesión de las verdades de la fe, y en atención al Magisterio. Esta perspectiva integral es esencial para una recta aproximación a la Biblia.

Como se ve, la Constitución sale al frente de diversas corrientes que aplican de manera unilateral métodos como el histórico-crítico. Resulta fundamental el lúcido análisis hecho por el Cardenal Ratzinger sobre los problemas de la exégesis de hoy. Afirma él que «la orientación metodológica de fondo de la exégesis moderna está absolutamente en contraste con este principio teológico (el que acabamos de considerar). Es precisamente este principio lo que dicha tendencia se empeña en eliminar a toda costa. Según esta exégesis se podría afirmar que, o bien la interpretación es crítica, o bien se remite a la autoridad; pero ambas no

son posibles a la vez. Interpretar "críticamente" la Biblia significa dejar atrás en la interpretación todo recurso a la autoridad. La "tradición" no debe ser totalmente excluida como medio de comprensión, pero cuenta sólo en la medida en que sus "fundamentos" se sostienen ante los métodos "críticos". En ningún caso la "tradición" puede ser criterio de interpretación. Tomada en su conjunto, la interpretación tradicional es considerada como precientífica e ingenua; sólo la interpretación histórico-crítica parece capaz de acceder verdaderamente al texto. Por esta razón también la unidad de la Biblia se convierte en un postulado superado» (43).

Según lo que plantean estas tendencias erróneas, la tarea encomendada por el Concilio a la exégesis resultaría

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contradictoria. No podría haber una exégesis al mismo tiempo crítica y teológica, literal y espiritual. Sin embargo, frente a esto, dirá el mismo Cardenal Ratzinger: «Personalmente estoy convencido de que una lectura atenta del texto entero de la Dei Verbum permite hallar los elementos esenciales para una síntesis entre el método histórico y la "hermenéutica" teológica» (44).

Una obra creativa que supere falsas antinomias se abre como una tarea que debe asumir la exégesis de nuestro tiempo, superando los lastres que pudieren provenir de posturas ideológicas subyacentes a los métodos y que en realidad constituyen el obstáculo fundamental para su empleo adecuado al sentido singular de la Biblia.

9. El Antiguo Testamento

En los capítulos cuarto y quinto la Dei Verbum se ocupa del Antiguo y del Nuevo Testamento respectivamente.

Con respecto al Antiguo Testamento, va a tratar sobre la presencia de la historia de la salvación en dichos libros, la importancia que tiene la economía antigua con respecto a la venida de Cristo y, finalmente, la relación que hay entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Es significativo el hecho de que la Constitución retome y exponga el principio tradicional de la unidad de ambos Testamentos. Fundamenta esta unidad, en primer lugar, en la unidad del autor: Dios que inspira ambos Testamentos. Queda así excluida la postura de cierta exégesis crítica que plantea en términos de discontinuidad absoluta la relación entre ambos Testamentos, incluso extendiendo esta perspectiva de "no unidad" al interior de cada uno. Sin embargo, queda claro también que dicha unidad no es rígida, uniforme, admite una flexibilidad que da lugar a lo nuevo. Así, mientras que los libros del Antiguo Testamento, por contener la historia de la salvación, «conservan para siempre su valor» (45), es evidente que en sí mismos no tienen su plenitud. Su valor e importancia principal está en su preparación con respecto a Cristo, en que apuntan a Él. Por eso «alcanzan y muestran su plenitud de sentido en el Nuevo Testamento» (46), es decir, en Cristo. De esta manera, como dice el Catecismo, «los cristianos... leen el Antiguo Testamento a la luz de Cristo muerto y resucitado» (47). Hay pues una innegable novedad que aparece en el Nuevo Testamento. Pero existe todavía una importante precisión final: en

virtud de la especial unidad de ambos, el Nuevo Testamento también se "beneficia" del Antiguo, pues éste lo ilumina y lo

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explica (48).

10. El Nuevo Testamento

Pasando al Nuevo Testamento, vemos que son cuatro profundos y magníficos párrafos, muy ricos en doctrina, los que le dedica la Dei Verbum.

En primer lugar la Constitución resalta la excelencia de todo el Nuevo Testamento, en donde «la palabra de Dios... se encuentra y despliega su fuerza de modo privilegiado» (49). Luego se detiene a considerar cómo dentro del Nuevo Testamento sobresalen singularmente los Evangelios, «por ser el testimonio principal de la vida y doctrina» (50) del Verbo Eterno hecho hombre. Y, con la tradición de siempre, señala que «el Evangelio cuádruple» es de origen apostólico.

Seguidamente ingresa a tratar proféticamente un tema que ha causado no pocas desviaciones desde principios de siglo: la cuestión de la historicidad de los Evangelios. Son conocidas ciertas posturas de la escuela de la "historia de las formas", cuyos máximos exponentes -Bultmann y Dibelius- las han propagado a través de sus escritos y enseñanzas. Problema que poco a poco durante el siglo XX fue introduciéndose dentro de la Iglesia llevando a algunos a establecer una inaceptable distinción entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe.

Las palabras del Concilio causan una honda impresión. Muestran significativa energía y determinación frente a un grave problema: «La santa madre Iglesia ha defendido siempre y en todas partes, con firmeza y máxima constancia, que los cuatro Evangelios mencionados, cuya historicidad afirma sin dudar, narran fielmente lo que Jesús, el Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la eterna salvación de los mismos hasta el día de la ascensión» (51). Contrario a las conclusiones de las escuelas racionalistas, el Concilio afirma con toda consistencia la historicidad de los Evangelios. No vacila en enfatizar que los Evangelios «narran fielmente» la presencia y obra de Jesucristo.

El claro énfasis del Concilio resulta realmente profético, pues su enseñanza sobre la historicidad de los Evangelios tiene plena vigencia ante rebrotes racionalistas y sus ecos llegados a nuestras tierras latinoamericanas, especialmente en los últimos años. En la línea del Concilio se debe decir que es absolutamente inaceptable pretender que Jesús de Nazaret, Nuestro Señor, es una persona distinta de la que confesamos en el Credo y anunciamos en la Iglesia, desde los orígenes. Ésta es una brújula muy clara para discernir entre aproximaciones

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exegéticas que hoy se difunden, muchas de ellas irreconciliables con la fe de la Iglesia.

11. La Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia

El último capítulo de la Constitución trata acerca de la Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia. Empieza mencionando la veneración que siempre

ha tenido la Iglesia por la Sagrada Escritura. «La Iglesia ha considerado siempre como suprema norma de su fe la Escritura unida a la Tradición, ya que, inspirada por Dios y escrita de una vez para siempre, nos transmite inmutablemente la palabra del mismo Dios» (52).

Seguidamente, luego de hablar de la importancia de las traducciones bien cuidadas para el uso de los fieles, va a detenerse en los deberes de los exegetas y de los teólogos. Parte de un punto fundamental: su propio ministerio. Es decir, lejos de una mera actitud de erudición histórica, la Iglesia «procura comprender cada vez más profundamente la Escritura para alimentar constantemente a sus hijos con la palabra de Dios» (53). Por eso, dentro de la línea antes expuesta sobre la unidad entre Escritura, Tradición y Magisterio, fomenta el estudio de los Padres de la Iglesia y el estudio de la liturgia, haciendo hincapié en el esfuerzo exegético bajo la «vigilancia del Magisterio» y «según el sentir de la Iglesia» (54).

Más adelante trata de las relaciones entre la Escritura y la teología, precisando que la Escritura debe ser como el alma de la teología. Esto una vez más dentro de la visión integral que ha venido presentando: «La teología se apoya, como en cimiento perdurable, en la Sagrada Escritura unida a la Tradición» (55). Finalmente exhorta a una lectura asidua de la Escritura, teniendo en cuenta que «desconocer la Escritura es desconocer a Cristo» (56).

12. Perspectivas para el tiempo adveniente

La Dei Verbum ha marcado un rumbo claro con respecto a la Revelación y a su transmisión. Al mismo tiempo ha salido al paso de problemas derivados de una incorrecta aproximación a la Sagrada Escritura, que contiene y transmite la Revelación.

Ante todo cabe señalar los muchos beneficios que a través de la aplicación de esta Constitución conciliar han llegado al Pueblo de Dios. Entre ellos, por ejemplo, una mayor cercanía a la Sagrada Escritura por parte de los fieles laicos; una más atenta consideración de las lecturas dominicales; una más intensa conciencia en todos de la unidad de Tradición, Escritura y

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Magisterio; una mayor vinculación de la labor teológica y la Escritura.

Sin embargo, no todo es positivo. No son pocos los que descubren una incompleta recepción del texto conciliar. En tal sentido, por ejemplo, el Cardenal Ratzinger, tratando de la doctrina sobre la interpretación de la Sagrada Escritura de la Dei Verbum, que ha de ser al mismo tiempo crítica y teológica, sostiene que «la recepción post-conciliar de la Constitución ha dejado prácticamente de lado la parte teológica de la Dei Verbum como si fuese una concesión al pasado, asumiendo el texto únicamente como una aprobación oficial e incondicionada del método histórico-crítico. El hecho de que, después del Concilio, hayan prácticamente desaparecido las diferencias confesionales entre la exégesis católica y la protestante, se puede atribuir a esta recepción unilateral del Concilio» (57).

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El campo de las traducciones al castellano de la Sagrada Escritura muestra también estar esperando una corriente que supere la tendencia predominante y la trascienda en una orientación que, aplicando los grandes principios expuestos en la Dei Verbum, ponga masivamente a disposición del Pueblo de Dios ediciones de los libros de la Biblia que permitan una lectura al mismo tiempo científicamente actualizada y correspondiente al sentido de las lenguas originales, así como acompañada con notas que hagan patente el recurso a la Tradición viva de la Iglesia, recurriendo profusamente a los Santos Padres y al Magisterio.

También en América Latina se puede constatar una inadecuada recepción de la Dei Verbum. Además de los problemas del racionalismo, cabe destacar la presencia de un reduccionismo temporalista e ideológico en no pocos textos y también en la prédica de algunos. Esta situación no ha manifestado mayores mejoras a pesar de la notable difusión del Catecismo de la Iglesia Católica y del eco que él brinda a la doctrina conciliar de la Dei Verbum, sobre todo en aquellos aspectos que han venido teniendo pobre recepción en no pocos exegetas, como el sentido teológico de la interpretación.

Cabe señalar que la difusión del Catecismo de la Iglesia Católica es un nuevo motivo de esperanza de que una renovación llegará a nuestras tierras. Al tocar el tema de la Revelación y su transmisión, el Catecismo sigue en lo sustancial la doctrina de la Dei Verbum. Pero profundiza en ella, como se puede constatar, por ejemplo, en que al hablar de la interpretación de la Escritura, además del desarrollo doctrinal de la Dei Verbum, añada cinco números más sobre la interpretación en el Espíritu. Esto manifiesta el rumbo que ha fijado la enseñanza conciliar y la importancia que se le da en este Catecismo que recoge la enseñanza del Concilio de cara al Tercer Milenio.

Vemos cómo esta Constitución dogmática del Concilio Vaticano II, de rica doctrina y grandes proyecciones, sigue plenamente vigente en su llamado a aproximarse a la Biblia desde la unidad de la Revelación y desde un plano más teológico. Hay aún camino por recorrer. Debemos acercarnos a la Sagrada Escritura desde la perspectiva de la Revelación de Dios, unida íntimamente a la Tradición, teniendo en cuenta que en ella «el Padre, que está en el cielo, sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos» (58). Haciéndolo así, respondiendo con fidelidad a las orientaciones conciliares, sin duda florecerá una mayor cercanía y devoción a la Palabra de Dios entre nosotros, y la Nueva Evangelización se nutrirá por el impulso y el ardor que la lectura y estudio de

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la Biblia en unión de la Tradición y las orientaciones del Magisterio despertarán en estas tierras selladas por la primera evangelización.