de que hablamos cuando hablamos de motivacion
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El autor se plantea tres objetivos centrales: a) establecer una distinción entre "motivación" y "móviles"; b) resaltar diferencias entre los conceptos de necesidad y móvil; c) identificar y presentar un conjunto de tipologías que describan móviles concretos. Comienza por ofrecer una definición de "motivación", entendiendo por tal al balance que cada persona realiza sobre como le esta yendo en relación a las cosas que la movilizan. A partir de allí, hace un repaso de autores y teorías tradicionales en torno a la cuestión de los móviles para plantear, finalmente, un enfoque propio basado en identificar las raíces comunes de las que se nutren; raíces que encuentra en tres tipos de relaciones: la que las personas establecen con su identidad; con el mundo que "habitan"; y con la experiencia emocional derivada de ese "habitar". Analiza luego los factores que convergen en la determinación de cada tipo de móvil, y termina presentando ocho tipologías concretas.TRANSCRIPT
Autor: Rafael Castellano Página 1
¿DE QUE HABLAMOS CUANDO NOS REFERIMOS A “MOTIVACION”? Un replanteo de las teorías de los
“móviles”
Autor: Rafael Castellano Página 2
El autor se plantea tres objetivos centrales: a) establecer una distinción entre “motivación” y “móviles”; b) resaltar diferencias entre los conceptos de necesidad y móvil; c) identificar y presentar un conjunto de tipologías que describan móviles concretos. Comienza por ofrecer una definición de “motivación”, entendiendo por tal al balance que cada persona realiza sobre como le esta yendo en relación a las cosas que la movilizan. A partir de allí, hace un repaso de autores y teorías tradicionales en torno a la cuestión de los móviles para plantear, finalmente, un enfoque propio basado en identificar las raíces comunes de las que se nutren; raíces que encuentra en tres tipos de relaciones: la que las personas establecen con su identidad; con el mundo que “habitan”; y con la experiencia emocional derivada de ese “habitar”. Analiza luego los factores que convergen en la determinación de cada tipo de móvil, y termina presentando ocho tipologías concretas.
ABSTRACT
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Todos conocemos, por experiencia propia, la diferencia entre “estar motivado”
y no estarlo, y nos resulta sencillo entender el impacto que uno u otro estado
producen en nuestro desempeño, cualquiera sea el ámbito de nuestra
actividad. Pero, ¿de qué hablamos cuando nos referimos a motivación? Suele incurrirse en un error clásico que consiste en no distinguir entre ese
estado al que llamamos “motivación”, y la idea de “móvil”, que alude, como la
misma palabra lo sugiere, a los motivos, búsquedas e intereses que nos
importan y nos movilizan. Hablar de móviles es enunciar uno de los componentes de lo que llamamos “estado motivacional”, y que prefiero
denominar “estado disposicional”. Al referirnos a “disposiciones” estamos refiriéndonos a una postura afectiva frente a circunstancias concretas, pero también, y de un modo más general, a
nuestra manera de estar en el mundo. Implica referirnos a una tonicidad
general, a algo que es equiparable a eso que muchas veces, en el lenguaje
corriente, llamamos “predisposición”; pero invoca también nociones como
“compromiso”, “energía”, “intensidad”.
Spinoza enunció una idea que Nietzsche retomó
luego: “la potencia relativa de un cuerpo se deriva de su capacidad de ser afectado de diversas maneras por las cosas con las que está en relación”. (1) Esa “potencia” es –en efecto- un “pathos”, es decir, una forma de estar afectado por las circunstancias que se traduce en una postura vital, y que nos induce a actuar de determinadas maneras ante personas, situaciones y ambientes concretos.
Corresponde preguntarse: ¿cómo surgen las disposiciones?; ¿de qué se
nutren? El sustrato de las disposiciones es una amalgama de tres factores combinados: los móviles, las creencias o juicios y el mundo afectivo (emociones; sentimientos y estados de ánimo). Los móviles, como vemos, son
solo uno de los tres componentes que determinan las disposiciones
.
A lo largo de este artículo, para simplificar su lectura, usaremos la palabra motivación para hablar de eso que hemos llamado disposición, y hablaremos de móviles para referirnos a los intereses, búsquedas y situaciones que valoramos y que nos motorizan.
Definiremos motivación como el balance que cada persona realiza acerca de cómo le está yendo en relación a las cosas que la movilizan.
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1) Teorías clásicas relativas a los “móviles” Una posible clasificación de las teorías clásicas que abordan la cuestión de los “móviles”, es la que propongo a continuación.
Las teorías motivacionales se han construido –implícitamente- a partir de dos
ejes de análisis. Uno de ellos surge de la pregunta: ¿Cuales son los factores nucleares (y universales) que fundamentan una cantidad diversa de búsquedas o “móviles”? El segundo eje deriva de la siguiente pregunta: ¿Cual es el tono afectivo del vínculo que el agente mantiene con sí mismo y con sus entornos/ambientes? Combinando las respuestas que resultan de esas dos preguntas surgen cuatro espacios o áreas conceptuales que caracterizan
cuatro patrones o tipos de móviles específicos que analizaremos a
continuación.
Teorías del equilibrio (o alivio): Autorregulación y Anclaje Las investigaciones que postulan que la autorregulación es uno de los dos móviles básicos y universales (también conocidas como Drive Reduction Theories) son de naturaleza, esencialmente homeostática.
Mowrer y Kluckhohn (2) enumeran cuatro
proposiciones “mínimas esenciales” de una
teoría dinámica (homeostática), a saber:
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1. La conducta es funcional. Por funcional se entiende que toda
conducta tiene una finalidad: la de resolver tensiones.
2. La conducta implica siempre conflicto o ambivalencia.
3. La conducta solo puede ser comprendida en función del campo o
contexto en que ella ocurre.
4. Todo organismo vivo tiende a preservar un estado de máxima
integración, o consistencia interna.
Siguiendo a Kurt Lewin, José Bleger (3) amplía diciendo:
“Todo organismo se halla en un equilibrio inestable, en el sentido de que si bien tiende a
mantener dicho equilibrio, este no puede ser estático, total ni definitivo. El organismo tiende a
mantenerlo o a recuperarlo si lo ha perdido, y las modificaciones que en él se producen para
lograr dicha finalidad, constituyen la conducta del organismo. Y esto mismo ocurre también en
el nivel de integración psicológico. Todo campo tiende a mantener o recuperar su estado de
equilibrio. La pérdida de este equilibrio crea una tensión. En este sentido la conducta es un
emergente del campo total que tiende a resolver la tensión mediante el restablecimiento del
equilibrio. La tensión no existe independientemente del campo total. La conducta protege al
organismo de la desorganización”.
La tendencia a la desorganización, o al desequilibrio proviene de la propia
inestabilidad del campo psicológico, pero también del campo ambiental.
Un exponente importante de las teorías de la reducción del drive es Sigmund Freud.
Pero Freud no concibe los móviles como aquello que le
pasa a un Yo indivisible e inequívoco. El motor que no
cesa de generar deseos y pulsiones no está radicado en
el Yo sino en una instancia psíquica impersonal (el Ello)
que, en respuesta a necesidades orgánicas, genera
fenómenos psíquicos “ignotos e invencibles”, a tal
punto que “aquello que llamamos nuestro Yo se
conduce en la vida pasivamente y, en vez de vivir, es
vivido” (4). El Yo se enfrenta, entonces, a la demanda de moverse hacia
aquello que calmará la urgencia interior produciendo el placer de la
satisfacción. En síntesis, para Freud el origen de nuestros impulsos es instintivo e inconsciente. El Yo no es responsable de la experiencia cognoscitiva del querer, pero como está en contacto con dos mundos (el de
las tensiones interiores y el de la realidad exterior) el Yo debe mediar entre la
demanda de placer del Ello y la sujeción al principio de realidad: se percata de
los estímulos y actúa, o bien satisfaciéndolos, o bien reprimiéndolos
(aplazándolos o sublimándolos). ¿Cuál es el criterio que utiliza para decidir? El
de la auto-conservación. El Yo va aprendiendo a partir de las recompensas y
castigos que recibió en sus acciones previas y, en consecuencia, se adapta, a
tal punto, que progresivamente la amenaza de castigo y la represión moral ya
no provienen de afuera sino de la cultura y de las normas y mandatos sociales
internalizados en una sub-instancia de sí mismo llamada SuperYo. El castigo
que este le produce al Yo -si se desvía- es el remordimiento, la culpa.
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(Vemos aquí expresada la diferencia fundamental entre las teorías
motivacionales exógenas y endógenas. Para Freud son los estados internos
(deseos) las variables causales de la conducta, mientras que para el
conductismo la variable independiente es el “refuerzo” (la recompensa o el
castigo). Sin embargo no es conveniente realizar una lectura tan sencilla: El Yo
freudiano actúa por demanda de instancias interiores, pero teniendo en
cuenta las consecuencias de sus conductas anteriores. La diferencia, no
obstante, no es sutil. Los humanos suelen actuar, muchas veces, en contra de
los consejos del principio de realidad y, cuando se ajustan a este y reprimen
sus deseos, el Yo produce síntomas patológicos. En pocas palabras: la
represión de los deseos no puede ser entendida como una fuente de
motivación, sino como un vigía de la conducta que tiene un alto costo para el
sujeto.)
Las ideas recién resumidas nos remiten al espacio ubicado en el cuadrante
inferior-izquierdo de la ilustración previa. Es un ámbito que nos enfrenta a un
“Yo sujetado”, o a un “Yo-anclado”. Anclado por la dinámica circular e interminable de necesidades, carencias y deseos que lejos de agotarse en el momento de su “satisfacción” se renuevan y desplazan constantemente, lo que enfatiza la condición esencial de sujeto carenciado.
La obra de Abraham Maslow suele ser asociada corrientemente con las teorías
de la reducción del drive y con la
dinámica homeostática. Sin embargo sus
postulados intentan, originariamente,
diferenciarse de las teorías de Freud (5) A mi juicio, los dos enunciados más relevantes de su teoría motivacional son los siguientes: En primer lugar, sostiene que lo que “mueve” a las personas no es el “principio de placer” (alcanzar un estado de no-necesidad) sino el “principio de salud”: la permanente vocación y anhelo de sí mismo. La salud, antes que un equilibrio (antes que homeostática) es
una dinámica lanzada desde la
estructura interna hacia el futuro. La
relación entre autoconocimiento,
vocación y proyecto de vida son pilares
contra la frustración, la neurosis, la
enfermedad. La necesidad de
autodesarrollo está en el plano
ontológico, y el “principio de salud
aparece como necesidad”. (6)
Esta necesidad (a la que Maslow llama indistintamente de auto-actualización
o de autorrealización) va más allá de las necesidades biológicas y es
sustancialmente diferente de los impulsos inconscientes y conflictos internos
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que describe Freud. La necesidad que Maslow invoca tiene que ver con elegir el camino de la realización de los propios potenciales o capacidades. El principio de salud tiende a equilibrar autoconocimiento con vocación y
proyecto de vida. La necesidad de auto-desarrollarse parte de, y se orienta
hacia, nuestros potenciales. En segundo lugar, la tendencia hacia la auto-actualización debe superar los imperativos de una progresión jerárquica de necesidades a satisfacer o aliviar. El camino hacia la autorrealización (necesidades de ser, o “B-needs” en términos de Maslow) está en constante tensión con la demanda de satisfacción de necesidades más compulsivas e impostergables (las necesidades de déficit o “D-needs”) que acosan constantemente al sujeto. En la medida en que una persona asciende en la jerarquía de necesidades se
convierte –progresivamente- en alguien más libre para escoger la dirección de
su crecimiento. Esta tensión nunca cesa. El sujeto siempre está condicionado,
en lo que a la búsqueda de su autorrealización se refiere, por las demandas
permanentes y urgentes de las jerarquías inferiores (las “d-needs”). De hecho,
Maslow se arriesga a decir que las personas autorrealizadas no superan el dos
por ciento de la población.
Para este autor, las necesidades no tienen que ver con procesos inconscientes o conflictos internos. Son innatas, pero no son reflejas. El comportamiento-
sostiene- está mayormente gobernado por fuerzas racionales, aunque existan
manifestaciones de irracionalidad e inconsistencias en la conducta. La persona es consciente de los estados de tensión que la acosan, estados que
emergen de la dinámica combinada de demandas interiores y condiciones
ambientales. Esas “tensiones” tienen características diferenciadas en cada
escala de la jerarquía. Las cuatro necesidades de déficit (“d- needs”)
conforman lo que Maslow denomina “necesidades básicas”. Las necesidades básicas son –para Maslow- inhibidores innatos en nuestro camino hacia la autorrealización. En otras palabras, para Maslow todas las necesidades son
básicas, con excepción de la de “autorrealización”.
Maslow es un psicólogo humanista y existencialista, que cree – a su propio pesar- que parte de la condición humana es vivir constantemente coaccionado por, y enredado en, las propias
carencias (d-needs), pero postula que su libertad constitutiva sitúa al humano ante un imperativo ético: realizar sus propios potenciales aún en el contexto de las carencias que lo
condicionan. A diferencia de Freud, no concibe un laberinto circular y constante de necesidades sino una trayectoria que va superando las necesidades, en progresión jerárquica, al tiempo que construye un camino de salida que lo “desancla” de su condición. Ese es, para Maslow, el móvil central del sujeto humano.
Michael Maccoby (7), refutando a Maslow, dice que la empiria no apoya el
concepto de una jerarquía de necesidades, y que la noción misma ignora toda
la evidencia cultural sobre el rol de los valores y el carácter humano. Lo que
elegimos, sostiene, depende más de nuestra ética que de satisfacer
necesidades. Ninguna evidencia demuestra que la satisfacción de
necesidades inferiores ponga en acción necesidades más altas, ni que se
puedan satisfacer alguna vez estas necesidades, ni que podamos alcanzar
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nunca todo nuestro potencial. Con frecuencia, dice, crecemos frustrando y no
satisfaciendo nuestras necesidades.
La cultura transforma impulsos humanos (patrones dinámicos de
comportamiento) en valores adaptables a la vida social. También sugiere que
los valores humanos son patrones energizados de percepción, pensamiento, deseo y acción compartidos. Llama a estos patrones “impulsos de valor”, los que se alimentan de tendencias dinámicas innatas, pero la cultura las re-expresa y las dirige. El proceso por el cual los humanos actúan está menos
genéticamente programado que el de las demás criaturas y si bien el valor de
supervivencia tiene precedencia sobre los demás, esto no ocurre siempre.
El vocablo “necesidad”, para Maccoby, hace referencia tanto a una fuerza que sentimos como a un valor. Las necesidades humanas nunca son puramente constitucionales o innatas: cuando hablamos de una necesidad siempre estamos expresando un valor. Necesidad implica la falta o carencia de algo, pero las
palabras instinto o impulso no captan –por ser
demasiado biológicas- la naturaleza de las fuerzas
interiores que nos mueven, porque además de lo innato
están impregnadas de cultura. Podríamos simplemente
llamarlas “valores”, pero Maccoby sostiene que –en sí mismo- el término
“valor” no sugiere anhelos emocionales ni apetitos intensos. El concepto
“impulso de valor” le parece provechoso porque combina la idea de impulso (que sugiere fuerzas y energías que pueden ser conscientes o inconscientes)
con valor (una palabra asociada a lo cultural). Escribe: “Se suele decir de las personas motivadas que están “impulsadas”, que poseen “impulso”, y esto
implica que tienen objetivos y valores (…) A diferencia de la conducta instintiva,
totalmente moldeada de insectos, peces, pájaros y reptiles, los reflejos
instintivos humanos están conformados en gran parte por el aprendizaje”.
A medida que maduramos, la intensidad varía no solamente debido al
proceso de envejecimiento, sino también por otras razones, como:
� El fortalecimiento o debilitamiento de los impulsos de valor de
acuerdo al desarrollo de buenos o malos hábitos; de habilidades y
aptitudes.
� La presencia de necesidades activantes o adictivas.
� La buena o mala adecuación con las demás personas y con el medio
ambiente.
� El fortalecimiento o debilitamiento de los impulsos de valor por medio
de resultados productivos. Aquellos invertidos en actividades o en
relaciones insatisfactorias agotan la energía y provocan un quiebre
emocional.
Las ideas de Maccoby son un puente interesante para explorar la siguiente
postura teórica.
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Teorías del logro: Realización y Anclaje Como vimos, en el desarrollo de Freud, el deseo es pura demanda irracional
del Ello, y no respeta ni adscribe a normas o valores culturales. La cultura se presenta de la mano del Super-Yo para disciplinar el deseo ofreciéndole dos
vías: a) la represión y postergación lisa y llana de lo deseado; b) la
sublimación que hace que (a partir del aprendizaje) el Yo oriente la libido
transformándola en libido objetal. El modo en que el Yo invierte la libido se
relaciona con un proceso llamado “identificación”. En su obra temprana Freud clasifica las pulsiones en dos categorías: las de
auto-conservación y las sexuales, tiempo aquel en el que solo piensa la libido
en relación a un objeto. Luego, las pulsiones de auto-conservación van
perdiendo peso en su teoría y sostiene que la percepción no solo capta en el
mundo exterior aquello que es importante para la conservación, sino también
aquellas cualidades de los objetos que los elevan a la categoría de objetos de
elección “erótica” (objetos que nos atraen). Esta doble función lo lleva a
nombrar algunas pulsiones como “pulsiones del Yo”, diferenciando entre
“libido de objeto” y “libido del Yo”. Esta última se vincula con un concepto
fundamental de la obra de Freud: el “narcisismo”. La libido no es ya energía a ser descargada “objetalmente”, sino –también- energía almacenable que se
transpone (proyecta) a un “Yo ideal”. Esta libido permite al Yo actual mantener
la tensión respecto al Yo ideal que quiere llegar a ser. (8) El esbozo inicial de Freud acerca del narcisismo es importante porque las
derivaciones de su obra permiten una lectura no limitada a la reducción del
drive; una lectura que ingresa de una forma particular en el cuadrante de las
teorías del logro o la “adscripción social”. Entre quienes han profundizado y ampliado los alcances de este postulado freudiano destaco a Piera Aulagnier
(9) quien enuncia un Yo no solipsista en el que no se oponen fantasía y realidad. El Yo es capaz de establecer relaciones entre ambas y producir
interpretaciones. El Yo –dice Aulagnier- no puede devenir más que dando a su pasado y a su porvenir una interpretación; eligiendo un proyecto identificatorio. La relación individuo-sociedad resulta – así- crucial; fundante. Lo histórico- social se instaura mediante discursos y prácticas que transmiten
anhelos, ideales y prohibiciones, interés, esperanzas y proyectos.
Apuntalándose en lo social el sujeto se apropia de una serie de enunciados
que repite, haciendo verosímiles las previsiones acerca del futuro. El grupo
provee esa investidura narcisista.
El “contrato narcisista” ofrece un entramado que sirve de soporte al Yo y su ideal. La libido narcisista es libido identificatoria. Aulagnier piensa el Yo como efecto de la apropiación de representaciones identificatorias que formularon los objetos investidos. El Yo no es innato. Las imágenes que construye de sí mismo tienen siempre por referencia su propia imagen (un núcleo simbólico estable del Yo) pero también las que le brindan los otros. El Yo articula esas dos referencias. El trayecto identificatorio nunca
concluye, pero sí va marcando hitos, construyendo “reparos” que permiten que esa trayectoria no sea fuente de angustias desorganizantes. El futuro se sostiene por los lazos familiares, y por la sociedad y sus ideales compartidos. De eso se trata el “contrato narcisista”.
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Para Richard Sennet (10), esa subjetividad narcisista surge de la imposibilidad de entender el mundo social como una esfera de relaciones impersonales,
ajena al ámbito de los propios deseos y sentimientos, El significado de la
existencia se recluye en la propia interioridad afectiva; los vínculos sociales
solo son significativos en la medida que sirvan como apéndice de uno mismo;
el yo absorbe por completo la exterioridad de los otros y del mundo externo.
Las teorías que se relacionan con lo que hemos llamado “adscripción social de motivos” aluden –de una u otra manera- a la definición del sí mismo en base a tres clases de adscripciones:
� La adscripción a roles y grupos de pertenencia.
� La adscripción a estilos de vida.
� La adscripción a trayectorias o planes de vida.
En el consumo se construye parte de la racionalidad integrativa y
comunicativa de una sociedad. Un “estilo de vida” puede definirse como un
conjunto de prácticas -más o menos integrado- que un individuo adopta, no
solo porque satisfacen necesidades utilitarias, sino porque dan forma material a una crónica concreta de la identidad del yo. Los “estilos de vida” son prácticas hechas rutina: las rutinas presentes en los hábitos del vestir, el
comer, los modos de actuar, y los medios privilegiados para encontrarse con
los demás. Pero las rutinas que se practican están reflejamente abiertas al
cambio en función de la naturaleza móvil de la identidad del yo. Cada una de
las pequeñas decisiones que toma la persona cada día (que ponerse, que
comer, como comportarse en el trabajo, con quien verse al finalizar la tarde)
contribuye a tales rutinas. Todas esas elecciones- así como otras de mayor
amplitud y consecuencias- son decisiones referentes no solo a cómo actuar,
sino a quien ser.
Los guiones son las opciones de estilos de vida, planes de vida, y prácticas cotidianas que se nos revelan como posibles o inaccesibles, propias o ajenas, valoradas o condenables, deseables, o tolerables, o directamente insoportables. El modo en
que se nos revelan tiene que ver con que están
encarnadas en los modelos que nos rodean, y que
nos interpelan como miembro de esa modalidad de
estar-en-el-mundo. Estas revelaciones nos van
instalando y adiestrando en determinadas formas de entender lo cotidiano
distintas maneras de soñar e ilusionarse, y distintas maneras de actuar,
creando formas particularizadas de relacionarse con la propia supervivencia;
creando diferentes formas de entender y vivir las relaciones de afinidad y las
diferencias; distintas maneras de incorporar roles posibles y “naturales” en el
mundo de las relaciones de poder, dominio, o subordinación; distintas
prácticas y preferencias asociadas al mundo del placer; variadas formas de
entender la propia dignidad; diversas maneras de expresarse; diferentes
necesidades y prácticas de orientación en el mundo.
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Los guiones constituyen una trama que se despliega ante nosotros, y que
corresponde al grupo, clase, estrato, etnia, género, al que pertenecemos. Los
motivos que nos llevan a actuar, a partir de allí, están fuertemente
determinados por la lógica de esa trama. Diferentes guiones determinan de manera distinta nuestra forma de vivir cada uno de los impulsos de valor de los que habla Maccoby. Supervivencia: La idea de supervivencia parece sencilla. Es un concepto que, en principio, es bastante transparente. Todos entendemos de que hablamos cuando decimos “supervivencia”. Pero, la idea de “sobrevivir” cambia significativamente según sea el nivel en
que se manifiesta nuestra relación vital con esa necesidad. Ya sea que hablemos de
alimentación, vivienda, salud, o autodefensa o seguridad, nuestra relación con nuestra
supervivencia variará dramáticamente desde lo más básico, perentorio y cotidiano, hasta lo
más simbólico, exigente y –fundamentalmente- asociado a estilos y elecciones posibles por su lejanía con el fenómeno de la supervivencia en su estado mas desnudo y primordial. Si el
quantum de la motivación tiene que ver con la compulsividad de la necesidad, las diferencias
que acabo de señalar son muy determinantes.
Placer: Las prácticas sexuales (con sus componentes de seducción o violentamiento; con los
roles propios de cada género según son entendidos y practicados por diferentes grupos y
estratos; con sus componentes de protección y cuidado mutuo; con sus patrones reproductivos, etc.) varían enormemente entre diferentes grupos y culturas. Los patrones de
entretenimiento y diversión, que son privilegiados y posibles para diferentes grupos también
varían significativamente. Divertir es alejar, apartar. De modo que cuando cada uno de
nosotros nos divertimos, estamos alejándonos de lo que nos acosa cotidianamente: sea el
aburrimiento, el sometimiento, la rutina, etc. Ese alejarse no solo se da en la modalidad de la
evasión, sino también en la de la contraposición, es decir, la vivencia de lo opuesto a lo que nos acosa.
Dominio: Desde pequeños nos vemos involucrados en prácticas relacionales. Pero además vamos incorporando expectativas y prácticas vinculares; vamos embebiéndonos de un
mundo de posibilidades y posiciones que nos aparecen como propias. Empezamos a aspirar
a ocupar aquellos espacios que se nos presentan como posibles; o por el contrario,
empezamos a resignarnos o a resistir esas interpelaciones. Allí donde algunos jóvenes
empiezan a transitar el camino que eventualmente los llevará a los lugares que se supone
tienen que ocupar en el futuro, otros empiezan a transitar hacia los lugares que
supuestamente están condenados a ocupar. Tanto es así, que cuando los supuestamente
condenados, llegan por diferentes circunstancias a ocupar lugares que no les estaban
reservados, suelen tener dificultades para superar cierto síndrome de usurpador. Les cuesta sentirse plenamente en su lugar.
Afinidad: ¿Cómo se pertenece a un grupo? ¿Cómo se consigue reconocimiento en una
comunidad? No parece difícil entender que distintos grupos manejan pautas de
reconocimiento muy distintos: el tipo de música, la ropa, el lenguaje, la pertenencia a
determinadas instituciones, etc. Pero así como para pertenecer a ciertos grupos se demanda
compartir ese tipo de cosas, para pertenecer a otros se exige superar ciertas “pruebas” ya sea
de iniciación, o de adscripción a “códigos” de conducta.
Así podríamos seguir con temas relativos a “Orientación”, “Dignidad”, y “Expresión”.
En síntesis, las teorías del anclaje o de la “adscripción social”, plantean como móvil el ajuste a los cursos de acción, guiones y modelos disponibles. Los móviles no son solo modos de asignar relevancia a las conductas, sino también modos permitidos de soñar, ilusionarse, proyectarse. Modos de vestir, de consumir, de hablar, de pensar, de definirse. El motivo aparece espejado en la voluntad del sujeto como una
proyección de las posibilidades disponibles en los espacios sociales a los que pertenece. El “logro” que el sujeto persigue es ocupar la casilla y desarrollar la trayectoria que anhela en la estructura de ese espacio.
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Las teorías homeostáticas, como vemos, no solo abordan desequilibrios bio- psicológicos (de naturaleza instintiva y fundamentalmente inconsciente) sino también cognitivos, los que emergen del deseo por alcanzar metas, perseguir o actuar guiones sociales y/o cumplir ciertas expectativas. En el caso de las teorías de la reducción del drive resulta sencillo advertir que no tienen un “telos”, es decir, no persiguen otra finalidad que la restitución de
un estado de “no necesidad”. El sujeto se moviliza fundamentalmente para
auto-regularse, reconstituyendo –siempre provisoriamente- el equilibrio que
la carencia desestabiliza. En cambio, en el caso del cuadrante superior-
izquierdo, que veníamos analizando, los móviles del individuo persiguen
finalidades cuyo “logro” trae aparejado un cambio de situación o estado que
la persona desea alcanzar. A pesar de eso, los estudios culturales revelan que
una de las características salientes de las sociedades actuales radica en la
constante inestabilidad de los símbolos que definen la pertenencia a una
comunidad o grupo; de los atributos que hacen valiosa la identidad ante los
demás; de la efectividad de nuestros recursos para mantener las posiciones
alcanzadas. Aquello que imaginábamos como puntos de llegada no son más
que puertos de paso.
Señalada la provisionalidad
de nuestros logros, la adscripción a los
imperativos sociales,
entendida como una forma
de construir una identidad
valiosa, padece de la misma
circularidad sin salida que describimos cuando
hablábamos del “sujeto
carenciado”. Esa
circularidad hace ilusoria la
posibilidad de un “telos” y
sugiere la idea de un “yo-
sujetado”. Su sujeción
proviene –justamente- del
hecho de que la identidad está anclada en la alteridad.
Teorías hedónicas: Autorregulación y Desapego Existe una corriente de pensamiento (particularmente en las ciencias
sociales) que ha profundizado la investigación sobre los móviles humanos a
partir de los efectos de derivados de la pertenecía a las sociedades actuales, y
de las consecuencias del nihilismo, el vacío de sentido, la vacuidad, la
banalidad.
Francisco Vázquez García (11) define la subjetividad contemporánea como
“subjetividad expresiva”. Dice:
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La subjetividad expresiva de nuestro tiempo
experimenta un vacío de significación (…). Por eso busca el sentido en el cultivo de la propia interioridad,
en la persecución de la autenticidad de sentimientos,
la recolección de sensaciones fuertes y la
espontaneidad emotiva. (…) Sólo de este modo se
considera posible alcanzar la felicidad, configurada en
términos psicológicos como bienestar personal, crecimiento interior, calidad de vida, autoestima. (…)
Una caracterización provisional de la actual
subjetividad expresiva implica el “desanclaje”, es decir, la existencia en un mundo post-tradicional, colmado de
inseguridad e incertidumbre, donde ya no es posible recurrir a los antiguos marcos de significación; y la
“libertad”, concebida como búsqueda y exaltación de
la riqueza expresiva del yo, convertido así en un
“coleccionista de experiencias;, y, el “recurso a una cultura terapéutica diseñada para promover el autodescubrimiento y la autoestima. (…) La subjetividad expresiva de la hora
presente, flexible, exalta el poder de los afectos frente al cálculo racional, el bienestar psíquico
frente al logro. (…) En las sociedades previas, la identidad era una tarea por realizar; para llegar
a ser “alguien”, para “hacerse un sitio”, era necesario acometer un duro esfuerzo y disciplinar
metódicamente la propia vida. Los medios que permitían llegar no estaban dados; había que
labrárselos. La identidad consolidada era la culminación de este camino, el término de este.
Hoy solo se postula un viaje interior en busca de intensidades afectivas y de efímeras
experiencias fuertes que colmen la exigencia de sentido.
Se trata de un individualismo que ya no predica ni la auto-negación, ni la
autorrealización, ni la completud, sino la búsqueda de la auto-expresión, la
autosuficiencia, el bienestar psíquico personal y la estima de sí, dando lugar a
un yo fluido, proteico y fragmentado. Vázquez García resalta la desafección
por lo público, el triunfo de la política-espectáculo, la psicologización de las
relaciones sociales, el declive de la autoridad familiar, el auge de la cultura
psico-terapéutica, el rechazo a las maneras disciplinarias y a las jerarquías (en
la familia, en las instituciones escolares, en las empresas, en los organismos
públicos), la apoteosis del culto a la celebridad, el horror exacerbado a la vejez
y a la muerte, el culto al cuerpo, la entronización de la música en la vida
cotidiana, etc. Scott Lasch (12) pone el énfasis en la experiencia del vacío. Esta solo puede compensarse por una búsqueda del bienestar personal y de experiencias
emocionales fuertes que colmen esa laguna interior. Aquí se subraya la
importancia, para el Narciso, de lograr la admiración de los otros.
Gilles Lipovetsky (13) también resalta este vacío, pero lo ve como una manifestación del “desierto”, del nihilismo anunciado por Nietzsche. Como
una expresión de un “pathos” de indiferencia que afecta crónicamente al
Narciso una vez perdidas las resonancias significativas con el mundo. Este
sujeto que quiere ser expresivo a toda costa, está condenado a una perpetua
palidez sentimental. Para Lipovetsky estamos viviendo una segunda
revolución individualista que exige la presencia de individuos flexibles, ávidos
de sensaciones efímeras sujetas a un proceso de permanente creación y
destrucción.
Luc Ferry (14) señala que hoy se impone una “sabiduría del aquí” que permite a las personas soñar con un alejamiento de los modelos alienantes, de los
criterios que no le son propios. El ser humano, acechado por la banalidad, la
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repetición y el tedio de la vida cotidiana (sin ninguna “causa salvadora” que lo justifique) siente la necesidad de “convertirse en uno mismo”, de ser “auténtico”. Dice este autor:
Si ya no hay más allá, ni después, ni otra vida para resarcirse, debemos acceder a la verdadera vida aquí y
ahora. (…) De ahí la voluntad de emanciparse del
rebaño, el menosprecio de la vida ordinaria y, muy
pronto, también el culto a la “marginalidad”, a la vida
“bohemia”. El retorno continuo a los trabajos y los días, que constituye la esencia de la tradición, pero
también de la vida cotidiana “moderna”, se vuelve
inaceptable e insoportable. (…) Por un lado, entonces,
vida burguesa, vida cotidiana, tranquila pero tediosa;
por otro lado, vida bohemia, vida de artista, aventurada
pero marginal. ¿Cómo hemos llegado a oscilar entre
las tentaciones inversas de estas dos versiones posibles de la vida moderna? Ambas se
apoyan, paradójicamente, sobre un mismo fondo común: el del rechazo de las trascendencias
y tradiciones (…) La vida cotidiana no es necesariamente feliz. Muy a menudo resulta opresiva;
la repetición de gestos que se vuelven mecánicos, el hundimiento en las preocupaciones
impuestas, el agotamiento de las fuerzas con el simple afán de mantener la vida, tanto la
propia como la de los seres más cercanos. Por ello se ve uno tentado por el sueño, la evasión, el éxtasis heroico o místico; soluciones que –sin embargo- resultan ficticias (…) Por eso, según
Pascal Bruckner, “el infierno de nuestros contemporáneos se denomina banalidad, y el paraíso
que buscan, plenitud”. Así, plenitud e intensidad se oponen a banalidad y vacuidad. La vida bohemia aparece como una opción de doble vía: quienes se abandonan a la pereza, el desenfreno y el parasitismo, y las personas que
para salir del marasmo y la banalidad inherentes a la vida cotidiana tratan de
distanciarse de manera radical de la vida cotidiana y tratan de formar parte de
alguna “vanguardia”:personas: que buscan por el lado del arte o del cultivo de sus propias “rarezas” (aspectos diferenciales, por ejemplo, artísticos) y que comparten un mismo culto al elitismo y la innovación. Algo similar a esta plenitud es lo que invoca Juan Herrero Senés (15): la motivación, en el marco de una realidad paradójica, siempre abierta a la
significación, siempre caótica (…) consiste en hacer atractiva la propia
existencia (cada sensación, cada momento). Quien consigue amar su manera
de vivir donando sentido a los instantes concretos, hace de cada momento un
acontecimiento, una obra de arte. La creación y la recreación están vinculadas al placer y al juego. El arte sublima el dolor y el placer; permite la catarsis. Aún
cuando, dentro de los límites del arte, la realidad continúa sin modificarse,
rescata las posibilidades que ofrece como concreción de una imaginación
radical que rechaza la realidad y alienta la rebelión. Esta es entonces otra de
las vías de fuga de la alienación, la banalidad, la repetición: el sentido que
surge de la experiencia de plenitud asociada a una forma de rebelión que
elige rechazar la realidad, sublimar el dolor y poetizar la propia vida creando –
a partir de la rebelióncontra la nausea y al aburrimiento, una vida intensa y creativa.
Para quienes buscan la autenticidad (expresar su rareza, su posición
diferencial o vanguardista), sus metas se materializan en su propia identidad.
La autenticidad no pretende trascender el sí mismo sino la indiferenciación respecto del resto.
Autor: Rafael Castellano Página 15
En síntesis, lo que define a las personas cuyos móviles
principales podrían clasificarse
dentro del cuadrante hedónico
(autorregulación y desapego) es,
en general, la dificultad por rescatar un significado valioso en relación con las circunstancias y las ofertas del ambiente, especialmente si se trata de proyectar la “construcción” de algún futuro lo suficientemente atractivo como para postergar la gratificación y el bienestar.
Esta situación conlleva una banalización del menú de roles sociales y
proyectos disponibles, lo que genera indiferencia y desapego, y un
compromiso limitado al “presente”. Sus móviles quedan así reducidos a
privilegiar las experiencias sensoriales gratificantes o excitantes; o buscar
una forma de autenticidad solipsista (tratar de hacer lo que me da la gana o lo
que me gusta) y –eventualmente- escapar de la náusea del vacío cultivando la
rareza, buscando diferenciarse de los demás por medio de la proyección de
una identidad idealizada e ilusoria, valiosa para sí mismo pero de limitadas
resonancias y efectos prácticos en relación al mundo circundante.
La presencia del desapego aparece nítidamente expresada, y se materializa
en una forma particular de autorregulación que consiste en no comprometer
recursos personales (energía, ilusiones, etc.) en aquello que, presumo de
antemano, me va a defraudar.
Teorías del sentido: Realización y Desapego
En el último cuadrante analizaremos brevemente las teorías vinculadas a la
búsqueda o descubrimiento del sentido, espacio en el que confluyen
realización y desapego. Distinguiremos dos corrientes: una que pone el foco
en móviles trascendentes y otra que resalta como móvil privilegiado la
búsqueda de la autorrealización. Teorías con foco en la trascendencia Podría decirse que hay un territorio común por el que transitan los autores
que sostienen estas teorías: la amenaza del nihilismo (asociada a la caída de los grandes relatos, a las atrocidades y genocidios que los seres humanos
presenciaron, y protagonizaron, a las exigencias y al tedio de un materialismo
despiadado, etc.). La amenaza del nihilismo se traduce en angustia existencial (fantasías de autodestrucción, obsesiones como la muerte, la decadencia, el
envejecimiento, etc.) y alienación (sensación de estar sujetado por una realidad que nos impone formas de vida in-auténticas y una cotidianeidad
tediosa).
Autor: Rafael Castellano Página 16
El nihilismo conlleva la desesperación o autodestrucción. Si como sostuvo
Schopenhauer (16) el mundo es la mera representación de una fuerza voraz,
perversa e implacable, cuyo único sentido es la continuidad y reproducción de
sí misma, la vida, lejos de responder a una naturaleza elevada, responde
únicamente al caos, al sufrimiento y a la carencia.
Las teorías del sentido giran alrededor de una idea: la búsqueda central de
los seres humanos se relaciona con encontrar/descubrir alguna forma de sentido que permita estructurar, dar contenido, a lo que de otra forma sería puro vacío, puro “desierto”.
Un autor representativo entre quienes enfatizan la búsqueda de sentido cómo respuesta a la angustia existencial es Viktor Frankl, quien sostiene que esa búsqueda ofrece respuesta y antídoto frente a tal
angustia. Para Frankl no es el vacío lo que genera la angustia, sino la actitud ante él. La angustia debe dejar paso a la esperanza; una esperanza no exenta de religiosidad. La “falta de significación” se expresa a través de una ausencia de objetivos, de metas, acompañados con frecuencia de emociones,
pensamientos y conductas negativas, mayormente de ansiedad, depresión, evasión o inadecuación. Pero básicamente
hablamos de la carencia de algo por lo que vivir o sentirse vivo. (17)
Para Frankl, la voluntad de sentido es el motor vital de la existencia. El Sentido se afianza y actualiza en la confrontación con la realidad. Es revelado en el
mundo y se enfrenta a lo real en cada situación concreta de la vida; no se
inventa, sino que se descubre. La vida de cada persona tiene un sentido que “debe” y “puede” ser encontrado por el mismo individuo en la práctica de la
vida cotidiana. El hombre va respondiendo y desarrollando su propio sentido
vital a partir de su existencia: “El sentido de la vida se encuentra en la vida
misma”. Pero este encontrar sentido “en” la vida apela a lo facultativo, es decir a lo existencial: libertad, responsabilidad y desarrollo de las potencialidades humanas. Por eso, Frankl expresa que el sentido de la vida no sólo puede ser
encontrado “en lo real” (ser), sino además “en lo posible” (deber ser). Lo importante es enfatizar que la vida tiene que vivirse y eso sólo es posible
conectándose con el momento presente, en el “aquí y ahora”. Esto implica, ser
capaz de aceptar el pasado y mantenerse abierto al futuro, centrándose en la experiencia y captando el sentido del momento presente, el que sólo se
descubre tras dar una respuesta y realizar valores en relación con el mundo. Al
dar esta respuesta, el mundo le devuelve a uno el sentido y por ende uno
alcanza su realización personal. El sentido sólo podrá ser realmente satisfactorio, cuando esté orientado más allá de sí mismo. La realización personal y la felicidad no es más que la realización del sentido de la vida, pero
corresponde finalmente a cada individuo encontrarlo. La libertad alude a actos
voluntarios, a actitudes interiores, a tomas de posición. Alude a la
Autor: Rafael Castellano Página 17
responsabilidad. Solo en el plano espiritual el ser humano es capaz de obstinarse frente a su destino, distanciarse de su estado interno, ofrecer resistencia a sus circunstancias externas, o aceptar heroicamente sus límites. En el plano psíquico no existe tal libertad. Nadie puede elegir su estado anímico, anular los condicionamientos, escabullirse de lo social, o levantar las
barreras de las aptitudes. Dado que el ser humano, es libre y responsable,
este “sentido”, no puede ser negado, postergado o reemplazado por un
significado, un argumento, un plan de vida o proyecto que podría ser “menos
perturbador”, “más seguro”, “más aceptado” por la sociedad, la cultura, los
padres, etc. La libertad no radica en la omnipotencia de hacer todo lo que se
quiere o en la arbitrariedad de hacer todo lo que se desea, sino en poder elegir
y asumir una actitud personal, incluso ante aquello que limita o condiciona. De ahí que el sentido se encuentre no sólo en lo real, sino además en lo posible. Los valores y sentidos son objetivos; existen por sí mismos y son
independientes del ser humano y de su razón. Por ello atraen al hombre para
poder ser descubiertos, encarnados y realizados. El sentido siempre está
referido a algo o a alguien diferente a sí mismo, siguiendo el principio de auto-
trascendencia. No es axiológico (valores o representaciones que el sujeto o la
cultura otorgan a los objetos, a los símbolos o a la experiencia) sino
ontológico (algo implícito de la realidad e independiente del sujeto, de sus
creencias, experiencias y significados). Frankl cuestiona el concepto de motivación que se basa en la satisfacción de necesidades y sostiene que la felicidad consiste en la satisfacción de un sentido. Por una tarea llena de sentido, las personas están dispuestas a asumir renuncias, y si es necesario, dejar sus necesidades sin satisfacción. Ser humano significa estar en tensión entre el ser y el deber. La auténtica meta de la existencia no se centra en la autorrealización sino en la auto-trascendencia (cumplimiento del sentido de la vida). En síntesis: el sentido está más allá de uno mismo, en el espacio intersticial que existe entre la realidad y los valores. Es un sentido que se materializa
según el modo en que cada persona utiliza su libertad y su responsabilidad
para actuar en ese espacio, aceptando la realidad pero sin renunciar a los
valores. Esa conjunción de aceptación y fortaleza axiológica descubre, a juicio
de Frankl, el sentido de cada vida particular y ofrece resistencia frente a la
predestinación, abriendo el abanico de posibilidades para un yo heroico,
épico, y –llevado al extremo- sacrificial. Un yo que encontrará su destino más
allá de sí. Teorías con foco en la Autorrealización
Apelan a la realización de una vocación o de un proyecto. Vocación proviene de “vocatio”, que indica la acción de llamar y el acto de
ser llamado (llamado al que el sujeto no
puede sustraerse) y por el cual se ve
radicalmente afectado. Klein e Izzo (18) sostienen que existen tres caminos que
conducen al descubrimiento de las
vocaciones. Nos interesa aquí destacar dos:
Autor: Rafael Castellano Página 18
• El sendero de la perfección o excelencia en algo, que suele surgir como
un mandato cuando las personas descubren estar dotadas de pericias
o capacidades que pueden conducir a la maestría en alguna actividad,
momento tras el cual disfrutan y se esfuerzan por llevar esa actividad a
niveles de excelencia cada vez mayores. Este tema resuena en Maslow,
para quien los potenciales son atributos que el sujeto posee ex-ante su
sometimiento a la cultura, y que deben ser “actualizados.
• El sendero de la contribución o la comunidad, que se refiere a personas que descubren una conexión profunda con los demás y encuentran su
llamado vocacional en relación con dar lo mejor de sí para otros. Se
trata de una postura axiológica que puede caracterizarse por el afán de
producir un impacto, por un lado, y –por el otro- por la presencia de una
finalidad cuya lógica se vincula, o bien con la necesidad de ser
reconocido o estar a la altura de determinada circunstancia o actividad,
o bien con la necesidad de realizar una imagen idealizada de uno
mismo. En el primer caso, se trata de personas que se sienten
movilizadas por encontrar maneras de generar un valor o una
contribución práctica para los demás individuos, es decir, personas que
tienen (naturalmente o como emergente de algún dolor o circunstancia
cercana a sus vidas) una gran sensibilidad a “lo otro de uno mismo”.
Personas que extraen sus recompensas más preciadas del bien o las
soluciones que puedan aportar a terceros, y que valoran en alto grado
el ser reconocidos por esas contribuciones. En el segundo caso se trata
más bien de una sublimación o desplazamiento de una búsqueda de
una identidad propia idealizada.
No incluimos- entre las teorías de búsqueda
de sentido por vía de la autorrealización- a los proyectos vinculados con alcanzar logros dentro del menú disponible de roles o guiones sociales, porque nos estamos ciñendo a una
definición de sentido que emerge en la convergencia de “desapego” (respecto precisamente de esos guiones) y
“realización”(que adviene por medio de un despliegue activo de dones, talentos y
sensibilidades que expresan, antes que un mandato social, una respuesta personal a un llamado irrefrenable).
Autor: Rafael Castellano Página 19
Se trata de una realización que provoca “completud” y un estado de íntima
conformidad y orgullo, un orgullo que no depende de la mirada de los otros
(aunque esta sea apreciada).
2) Replanteo de las teorías de los móviles
“El género humano ha intentado constantemente escapar de su
condición, la de ser un ser condicionado por sus necesidades. La
servidumbre a la necesidad no solo obliga a la fatiga del trabajo
sino que nos exige entrar en una historia en movimiento y en
relación con otros que comparten –en contigüidad- los mismos espacios. La fuerza que nos une es la propia vida que, para su
mantenimiento individual y supervivencia necesita la compañía
de los demás (…) La propia sociedad deviene de la realidad de la
mutua dependencia. El vínculo social que más acabadamente
expresa la necesariedad de la contigüidad es el que se
materializa en las relaciones de trabajo.” (19) Hannah Arendt
Las vertientes teóricas que acabamos de examinar tienen diferencias
sustantivas entre sí, pero creo que una lectura cuidadosa revela que hay un
elemento común: la satisfacción de necesidades básicas (obtener los medios para asegurar una supervivencia digna, acorde al nivel de desarrollo social
alcanzado; garantizar la posibilidad de vivir dentro de ciertos parámetros de
seguridad; poder acceder a lo necesario para el cuidado de la salud; etc.) no involucran móviles que nos excitan, nos entusiasman, sino necesidades cuya insatisfacción nos acorrala y nos pone en emergencia. La frase de Hannah Arendt citada en el encabezado alude esencialmente a esa cuestión: somos
siervos de la necesidad y, también de una dinámica de intercambio con los
otros sin los cuales nuestras necesidades no podrían ser atendidas, siendo el
trabajo el vínculo social que mejor expresa esta dependencia mutua.
Vincular las nociones de necesidad y móvil es un contrasentido. Necesidad alude a un imperativo que no desearíamos padecer (saciar el hambre o la sed,
curar la enfermedad, protegernos de la violencia, buscar satisfacer las
pulsiones eróticas); algo que está siempre asociado a nuestra radical
vulnerabilidad. Necesitar no es una elección sino una imposición propia de nuestra condición en tanto seres vivos. Un móvil, en cambio es algo que nos atrae, un asunto más vinculado a la dinámica del deseo: objetos, proyectos, trayectorias.
Pero aunque el deseo avanza en innumerables direcciones (productos, personas, situaciones, etc.) las raíces de las que se nutre su potencia son limitadas y se materializan en tres clases de relaciones: la que cada individuo particular establece con su identidad idealizada; con el mundo que habita (su percepción del ambiente); y con su emocionalidad (en cuanto sede -“locus”- de su experiencia en ese mundo).
Autor: Rafael Castellano Página 20
La construcción de una representación valiosa de sí mismo (identidad), la percepción del ambiente y sus posibilidades, y las manifestaciones afectivas/corporales provenientes de la experiencia de “habitar en ese mundo”, son las raíces de nuestros móviles y orbitan, cada una con diferente magnetismo relativo, sobre cada individuo particular. ¿Qué es lo que define la naturaleza de la relación entre estos tres universos
de influencia y determina la posible dominancia de alguno de ellos en relación
con los otros, cuando hablamos de los móviles de una persona particular?
Modificando un poco lo que dice Albert Bandura (20) respecto de la tríada de elementos que se conjugan en la causación recíproca de la conducta,
podemos encontrar un marco provechoso para contestar la pregunta anterior,
diciendo que las relaciones de complementariedad/equilibrio o de dominancia entre los tres tipos de móviles, depende de tres factores.
Autor: Rafael Castellano Página 21
Las características de personalidad o determinantes personales (rasgos, modelos identificatorios, estados de ánimo, valores, etc.) tienen –
naturalmente- una importancia crucial en la constitución de los móviles. Por
ejemplo; los individuos que se movilizan por progresar dentro del marco de
una carrera laboral; acceder a determinados niveles y pautas de estilo de vida;
ser reconocidos por sus logros en el plano profesional y material; etc.,
expresan en esas ambiciones o preocupaciones ciertas características
personales (rasgos, valores, modelos identificatorios, estados de ánimo) que
se intentan realizar a través de los logros alcanzados al materializar esa
trayectoria personal. Podríamos decir que la raíz última de los móviles de esos
individuos se vincula con la identidad, con la auto-imagen, con lo que desean
ser y tener.
Pero adicionalmente, cada individuo tiene una historia personal de éxitos y
fracasos en lo relativo a la materialización de sus anhelos, y esa historia
(convertida en narración y memoria) genera creencias sobre la propia-eficacia en lo relativo a poder alcanzar lo anhelado. Cuando la percepción de la auto-eficacia es baja, suele ocurrir que el sujeto claudica en su anhelo por realizar aquellos móviles y los desplaza hacia otras idealizaciones. Solo para ilustrar
con un ejemplo, diríamos: la frustración relacionada con los móviles no
logrados (v.g progresar en su carrera) se convierte en la entronización de
móviles sustitutivos (el bienestar personal, los valores comunitarios, etc.). Por otro lado, la sensación de la propia auto-eficacia condiciona la percepción
de los atractivos, oportunidades y amenazas del ambiente (lo que impacta, a
su vez, en la estructura de los determinantes personales).
Autor: Rafael Castellano Página 22
Estos tres factores y su co-determinación, forjan las relaciones de complementariedad/equilibrio o dominancia entre los tres móviles nucleares ya mencionados: construcción de una identidad; priorización de la experiencia vivencial o vital; y significación de los vínculos con el ambiente.
Como veremos, de estos tres núcleos motivacionales surgen una serie de
móviles más específicos que son consecuencia de:
� El grado en que la persona se moviliza por edificar su identidad
proyectando esa construcción en la adopción y realización de roles,
estilos de vida y trayectorias personales.
� La relación que esa persona va estableciendo (en cada etapa o
momento de su vida) con las circunstancias del ambiente, relación que
lo va situando en diferentes posturas en un eje que va de la aceptación
y convivencia exenta de grandes cuestionamientos, hasta el rechazo, la
incomodidad y la desafección emocional respecto del entorno.
� La percepción de auto-eficacia; es decir, la sensación del sujeto
respecto de sus posibilidades de lograr ciertos objetivos o acceder a
ciertas situaciones deseables o proyectables.
Antes de elaborar el contenido del cuadro precedente nos detendremos en el
concepto de auto-eficacia. Como ya dijimos, alude a la manera en que el
sujeto procesa su historia de éxitos y fracasos. Pero hay otro componente
más sutil: hay personas que solo se perciben eficaces (entendiendo por tal, en
Autor: Rafael Castellano Página 23
este caso, “útiles”, valiosas”, “reconfortadas”) en la medida en que pueden
expresar su sensibilidad, su creatividad. La auto-eficacia, así entendida,
sugiere que cuanto mayor resulta la posibilidad de expresión, mayor es la
aceptación del ambiente, y aparece una forma de identificación que si bien no
implica una adhesión fuerte a estilos de vida o roles, permite al menos
encontrar espacios de expresión de identidad que se abren ante
circunstancias o tareas concretas.
Dicho lo anterior, vemos que en la ilustración, surgen –a partir de las tres áreas o núcleos motivacionales- ocho móviles específicos.
En el área asociada al móvil general vinculado a la construcción de una identidad valiosa para el entorno y para sí, convergen la identificación del sujeto con ciertos guiones o valores sociales, su percepción de que es capaz
de alcanzarlos y encarnarlos, y una disposición afectiva favorable para
enfrentar las circunstancias que rodean la prosecución de ese móvil. Sin
embargo, hay distinciones significativas que se pueden realizar a partir de esa
generalización.
Construir una identidad es ocupar un lugar, o –dicho de otro modo- es algo
que se materializa en una posición social (efectiva y simbólica), y en un estilo de vida. Por eso hablamos de dos móviles a los que identificamos con la
palabra “material”. Lo material aquí no se reduce a bienes o dinero sino que
remite a la adquisición de todos los atributos que corporizan esa posición o
estilo de vida.
El tipo material evolutivo alude a personas movilizadas centralmente por
progresar tanto en su nivel de vida como en su carrera, y que valoran ser
reconocidas por sus logros, por sus éxitos. Alcanzar objetivos y metas, ser
competitivos, son características comunes de esta tipología. En cambio el tipo material defensivo alude a personas con un nivel levemente inferior de identificación con esos guiones y con una percepción algo disminuida
respecto de la propia auto-eficacia para realizarlos. Por estas razones,
experimentan su carrera y el mantenimiento de su estilo de vida en clave de
preocupación (prevenir, ahorrar, posponer la gratificación, controlar la
incertidumbre). “Poder hacer frente…” es el núcleo que caracteriza sus móviles
o preocupaciones.
Ambos tipos pertenecen a un área del gráfico vinculada con la “identificación”, pero en el primer caso se trata de una identidad proyectada a expandirse,
mientras que en el otro está más relacionada con defender lo logrado, con no
retroceder, con no vulnerar ciertas barreras materiales y representacionales.
En la misma zona conceptual del gráfico aparece una tipología calificada
como expresiva-identitaria, que se nutre también de un anhelo de encarnar
una identidad reconocida y prestigiosa, pero no tanto por sus logros dentro de
los parámetros de un guión, posición o carrera, sino por la excelencia y la
perfección en cualquier cosa emprendida. La realización del móvil no se da
aquí de un modo material (carrera, dinero, cargos, logros) sino de un modo
simbólico: el prestigio derivado de un alto nivel de excelencia. Son personas
que dependen mucho de la “mirada de los otros”.
Autor: Rafael Castellano Página 24
Tenemos, luego, un área vinculada con la calidad de las experiencias cotidianas, calidad que alude a las resonancias emocionales/corporales
(placenteras o traumáticas, lúdicas o aburridas, relajadas a estresantes, etc.)
que provocan las circunstancias y responsabilidades que enfrentamos. Las
personas cuyo móvil central se vincula con el bienestar tienen en común una
tendencia o preocupación por disfrutar el presente y eludir, en la medida de lo
posible, las situaciones desagradables, conflictivas o de tensión que
impliquen un sacrificio significativo de ciertos niveles de confort personal.
Pero, también en este espacio, podemos señalar
diferencias importantes que surgen, especialmente, de
los diferentes niveles de aceptación o rechazo de las
imposiciones y presiones del ambiente, y de la
percepción de la auto-eficacia (entendida en el sentido
amplio antes sugerido).
El tipo bienestar vivencial alude a personas que tienden a distanciarse emocionalmente de ambientes o circunstancias donde no impere un clima
relacional y/o laboral distendido, lúdico y armonioso, y son reactivas a la
conflictividad. En general, tienen una percepción de su auto-eficacia de nivel
medio porque experimentan dificultades cuando el ambiente no ofrece las
circunstancias que anhelan. Se trata de un tipo de móvil que suele ser
complementario de otros (especialmente el material-defensivo o el expresivo-
identitario) pero que puede volverse “central” cuando la carencia de las
circunstancias apreciadas es muy acentuada.
En el tipo bienestar vital, en cambio, el rechazo o distanciamiento respecto de
las imposiciones del ambiente, es más enfático y visceral, y no se limita a la
demanda de armonía relacional sino que denota, en general, una tendencia a
pasarla bien, a gratificarse, a demandar equilibrio entre la vida personal y el
trabajo, y a no sacrificar significativamente el presente en nombre de algún
futuro. El nivel de atracción o identificación que sienten estas personas con
relación a estilos de vida o roles sociales es medio o medio-bajo debido a su
sensibilidad a los costos asociados a alcanzar esas posiciones. El nivel
percibido de auto-eficacia tiende, también, a ser medio-bajo porque
desarrollan hábitos operativos que limitan sus posibilidades y capacidades de
comprometerse sin reparos.
Por último, aparece en la geografía de este espacio, un tipo denominado expresivo creativo. Se trata de personas cuyo nivel de aceptación o rechazo de las circunstancias propias del ambiente es medio y depende, en buena
medida, de las oportunidades que tengan de imprimir su sello en las cosas; de
desplegar su sensibilidad y su forma particular de percibir y actuar. Son
personas que se movilizan por la calidad de la experiencia cotidiana, calidad
que depende de la novedad y el desafío implícitos, de la excitación que surge
de poder utilizar sus habilidades (fundamentalmente creativas). Los
individuos asociables con esta tipología pueden sentirse más o menos
Autor: Rafael Castellano Página 25
atraídos por roles o estilos en la medida en que estos ofrezcan las
oportunidades ya mencionadas. Un sujeto típico de este estilo podrá asumir
compromisos demandantes en la medida en que de ellos puedan surgir
oportunidades de realizar aquello que les gusta. Así, la palabra compromiso
es utilizada aquí con una valencia asociada a bienestar: involucrarse en algo
que nos atrae.
Finalmente, hay un espacio en el gráfico que remite a personas que
responden a un móvil genérico asociado a la búsqueda de sentido. En este ámbito se da una peculiaridad: las circunstancias del ambiente
provocan rechazo pero esa situación no lleva al nihilismo sino a transmutar el
contexto en otra cosa, de modo que permita vincularse con él
productivamente.
En el caso del tipo denominado “sentido existencial” el “mundo” es, o bien resignificado
como espacio donde producir cambios mediante
la solidaridad, la ayuda, etc., o bien recortado
hasta un punto donde queden únicamente
contenidos los componentes íntimos: la familia,
los amigos, la propia vocación, la realización de
un don, etc.
En el primer caso el sujeto encuentra sentido en
transformar aquello del mundo que rechaza, lo
que le permite –paradójicamente- aceptarlo y
relacionarse productivamente con él. En el
segundo caso el sujeto se repliega en una vida
que intenta clausurar, en lo posible, el
intercambio con aquellas cosas del mundo que
no sean estrictamente personales.
En el caso de la tipología denominada “sentido trascendente” el contexto también es rechazado y reemplazado por “otro mundo” en el que el sujeto
invierte su energía y sus esperanzas: un mundo espiritual, un mundo de
valores, un mundo religioso.
El sentido está en otro espacio que trasciende y subestima las ofertas (roles,
estilos de vida) del mundo social. Está en un “mundo” que no demanda mayor
auto-eficacia que la requerida por la fe y la aceptación. Es un perfil que solo
interviene en la esfera temporal para anunciar que hay otro mundo, otra forma
de ser y vivir.
Podría decirse que el móvil genérico característico del individuo orientado por
la búsqueda de un sentido trascendente, es lograr cierta autonomía respecto
de las demandas e imposiciones de “este mundo”.
Los ocho tipos de móviles que hemos descripto representan búsquedas conscientes y cargadas de valoraciones. Sabemos “que nos mueve” aunque
quizás no nos resulten tan evidentes ni transparentes las causas de esos
impulsos o búsquedas, porque –como ya dijimos- la situación, posición o
Autor: Rafael Castellano Página 26
sensación que anhelamos es un emergente de características personales,
relaciones con el ambiente y percepciones de nuestra auto-eficiencia o de
nuestras posibilidades. Entender por qué ponemos tanta energía en construir
cierto tipo de identidad, o por qué nos entregamos a la experiencia del
bienestar, o nos importa tanto expresar nuestra sensibilidad y nuestras
capacidades, o buscamos formas de sentido que nos protejan del nihilismo,
es una tarea compleja, pero la motivación de las personas surge del balance que hacen respecto de cómo les está yendo en relación con estas preocupaciones o móviles.
En cada individuo concreto, el nivel de
centralidad de alguno (o un par) de estos
móviles, se manifiesta en función de: a)
el grado en que las necesidades básicas
estén –en cada instante- cubiertas; b) la
importancia relativa de cada móvil para
ese individuo. Algunos móviles serán
centrales, por lo tanto el resto orbitará
alrededor, a diferentes distancias de ese
centro, teniendo menos importancia
relativa en la estructura motivacional.
Aceptando la eventual amenaza de la
“supernova” (es decir, que la satisfacción
de las necesidades básicas entre en
crisis), y la postergación momentánea de los móviles centrales que esa
situación acarrea, creo que la motivación es resultado de poder realizar suficientemente los móviles que más gravitan en la perspectiva que cada persona tiene de su propia vida.
Autor: Rafael Castellano Página 27
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Trotta.
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9) Aulagnier, P.: Los destinos del placer. Editorial Paidós.
10) Sennet, R.: Narcisismo y Cultura Moderna. Editorial Kairós. Barcelona.
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14) Ferry, L.: Que es una vida realizada. Editorial Paidós- Colección
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15) Herrero Senés, J.: La inocencia del devenir. La vida como obra de arte
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17) Castellano, R.: Viktor Frankl: El sentido de la experiencia cotidiana como
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18) Izzo, J.B. y Klein, E.: Despertar el alma de la empresa. Editorial Oniro.
19) Arendt, H.: La condición humana. Editorial Paidós.